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DUSTIN HENDERSON ESTÁ PREPARADO PARA QUE LAS COSAS VUELVAN A LA NORMALIDAD… SEA LO QUE SEA LO QUE ESO SIGNIFIQUE. «Pasamos un verano terrible. Primero fue la batalla en el centro comercial Starcourt. Luego Ce y Will se mudaron. Pero el primer año de la preparatoria será un nuevo comienzo y las cosas mejorarán… O, al menos, eso creo. Una vez que se inicien las clases, los juegos de rol comenzarán de nuevo, y Lucas no estará tan obsesionado con el basquetbol. Los viejos amigos siempre se mantienen unidos... ¿verdad?».
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Seitenzahl: 310
Veröffentlichungsjahr: 2025
A todos los chicos que orgullosamente reivindican su apodo de nerd, raro o friki. Dustin estaría orgulloso
CAPÍTULO UNO
VIERNES 30 DE AGOSTO DE 1985
No intento alardear cuando digo esto, pero he tenido muchas buenas ideas en mi vida.
Como ese año del campamento de ciencias en el que construí un artilugio que podía sacar las papas fritas del fondo de una lata de Pringles. (Sigo pensando que debería patentarlo.)
O aquella vez que le dije a mamá que quería “lasaña de panqueques” en lugar de un pastel de cumpleaños y el resultado fue épicamente delicioso.
Por no mencionar que fui yo quien le propuso a la Hermandad establecer unas normas formales de derecho, tanto en Calabozos y Dragones como en la vida, después de que todo se fuera al diablo en el Paso de Piedrasangre. Y esas leyes nos han salvado el trasero más veces de las que puedo contar.
Y, luego, está todo el asunto de ayudar a salvar a Hawkins y al mundo de monstruos de una dimensión alternativa en múltiples ocasiones.
Sólo digo que a veces me asombro incluso a mí mismo.
Como en este momento. Acabo de azotar con fuerza un folleto contra la mesa de la cafetería de la escuela, frente a Mike y Lucas, y estoy seguro de que se trata de mi mejor idea hasta ahora.
Básicamente, soy un genio. Una mente maestra, incluso. Yo…
—… No estoy muy seguro de esto, hombre —dice Lucas, con la voz entrecortada interrumpiendo mi ensueño autocomplaciente y apuñalándome por la espalda.
Lucas está masticando almendras como si nada, como si no acabara de aplastar mis sueños. Echa un vistazo a la cafetería, quizá buscando a Max. Ella no se ha sentado a comer con nosotros en toda esta primera semana de clases, pero sé que él aún mantiene la esperanza. Yo soy menos optimista.
—¿Qué quieres decir con que no estás muy seguro? —le pregunto.
Se encoge de hombros sin entusiasmo.
—No lo sé —responde Lucas—. O sea, si nos vamos a apuntar al Club Fuego Infernal…
—Por supuesto que nos apuntaremos a Fuego Infernal —aseguro.
—… Y, ¿sabes?, he estado pensando en hacer algo nuevo, así que no sé cuánto tiempo tendré…
Retiro el folleto de la mesa y lo sostengo en alto para ilustrar mi punto.
—¡Pero somos campeones de la feria de ciencias! ¿Ese título no significa nada para ti? —digo—. ¿No quieres mantener nuestro legado como científicos galardonados?
Porque, como lo establece el folleto, en diciembre tendremos la oportunidad de llevar nuestras anteriores victorias en la feria de ciencias de Hawkins al siguiente nivel, a una feria de ciencias e ingeniería en Indianápolis para estudiantes de toda la zona triestatal.
Mike ha estado terriblemente callado, así que me dirijo a él.
—Vamos, Mike, díselo.
Está apurado haciendo la tarea de español de la próxima clase, pero levanta la vista con un gesto de disculpa. Suelto un resoplido antes de que hable siquiera. Et tu, Brute?
—No lo sé. Como sea, sería raro sin Will —dice Mike—. ¿Quién haría que nuestro cartel se viera bien?
Y tiene razón, pero…
—Tienes que estar jugándome una broma —mis cejas se levantan mientras golpeo el folleto de nuevo sobre la mesa, y éste revolotea al caer como si también estuviera decepcionado—. ¿Los dos? Chicos, ¿qué es esto? ¿Qué ha pasado con la búsqueda del conocimiento?
Tal vez estoy siendo ligeramente melodramático, pero me siento un poco traicionado. La feria de ciencias era lo nuestro en la secundaria, a la altura de Calabozos y Dragones, antes de que lo nuestro fuera luchar contra los susodichos monstruos interdimensionales. Y las cosas han sido muy diferentes este año, no sólo por el comienzo de la preparatoria, sino porque Will y Ce se fueron a California, y Max se ha vuelto muy distante desde que todo se vino abajo en la batalla de Starcourt, cuando vio morir a su hermano Billy. Se me ocurrió que sería bueno volver a hacer algo que nos uniera, aparte de la inminente amenaza de morir a manos de un monstruo.
—Si tú quieres, deberías hacerlo —sugiere Lucas, retirándose finalmente de su interminable búsqueda de Max, para dirigir su atención hacia mí—. Es sólo que no quiero empezar mi carrera en la preparatoria como un… —corta la frase, no quiere ofender.
Pero entiendo perfectamente a qué se refiere.
—¿Un nerd? —adivino, mis cejas se alzan de nuevo.
Lucas hace una mueca, y sé que tengo razón.
—O sea, yo no diría que…
—Pero eso es lo que querías decir, ¿cierto? —pregunto—. ¿Qué tiene de malo ser un nerd? ¡A mí me encanta ser un nerd!
Como si ésa hubiera sido una señal de entrada, una masa borrosa se precipita hacia mí, y ése es todo el aviso que recibo antes que me golpee en la cabeza una pelota de basquetbol perdida; el dolor se propaga en un costado de mi cabeza mientras me tambaleo hacia atrás y caigo de la silla.
—Hijo de… —maldigo antes de darme cuenta de lo que ha pasado y miro a mi alrededor desconcertado.
La pelota de basquetbol aterriza con un triste plop justo en mi bandeja del almuerzo.
Por supuesto, con todo el alboroto, la mitad de la cafetería está mirando nuestra mesa y a mí, despatarrado en el suelo. Ocultan sus risitas burlonas detrás de sus manos, pero resuenan en mis oídos. Mike y Lucas se hunden en sus asientos, como si intentaran ser invisibles. Pero yo estoy totalmente perdido, y no tengo tanta suerte.
—Lo siento, chicos —dice un cretino con chamarra deportiva verde, aunque para nada suena como una disculpa.
Recoge la pelota y arruga la nariz cuando ve el puré de papas adherido a ella.
—Deberías tener más cuidado hacia dónde lanzas esa cosa —gruño, quizás en contra de mi buen juicio, pero mi boca suele ir más deprisa que mi ya de por sí veloz cerebro.
Lucas hace una mueca y se oculta la cara con una mano, como si no quisiera que lo asociaran conmigo.
—Quizá tu deberías tener más cuidado en dónde pones esa cabezota tuya, friki —replica el deportista.
No puedo evitar poner los ojos en blanco mientras el tipo se retira con la pelota de regreso hacia su horda de idiotas. Si van a lanzar insultos, lo menos que podrían hacer es ser un poco creativos al respecto. Friki es tan poco original, tan poco inspirado.
Me froto donde recibí el golpe y me levanto del piso, me sacudo el polvo de los jeans y me aliso la camiseta antes de dejarme caer en mi asiento, donde Lucas y Mike me dirigen miradas mitad de lástima, mitad de empatía.
—Ése —dice Mike—. Ése es el problema de ser un nerd.
Incluso yo tengo que apreciar el momento cómico de todo esto, aunque mi cabeza todavía da vueltas por el impacto.
La voz de alguien se eleva por encima del silencio momentáneo de la cafetería.
—¿Nadie te ha dicho que no juegues con las pelotas en casa, Garroway?
Decenas de cabezas se dirigen hacia el sonido, para encontrar a Eddie Munson, que está parado sobre una mesa dirigiéndose al tipo que me acaba de golpear con la pelota y haciendo un gesto lascivo para dejar claro que las pelotas de basquetbol no son las únicas de las que está hablando. Observo la interacción con los ojos muy abiertos y la risa contenida.
He oído hablar de Eddie. Todo el mundo conoce a Eddie: es un tipo difícil de pasar por alto, con su cabello largo, su chamarra de cuero y su presencia descaradamente ruidosa. Lleva años en el último año de preparatoria, dirige el club de Calabozos y Dragones, Fuego Infernal, y toca la guitarra en un grupo de metal, y no parece importarle que la gente lo odie por ello. Una vez vi a uno de los chicos de basquetbol intentando insultarlo en un pasillo, y Eddie lo hizo callar con sólo una mirada.
Asusta a la gente, pero para mí es una leyenda.
—Cállate, Munson —le responde el deportista.
Eddie levanta los dos dedos medios de sus puños, los apunta directamente hacia el tipo con un siseo exagerado, mostrando la lengua, antes de saltar de la mesa y volver a sentarse, con cara de satisfacción.
El deportista murmura algo en voz baja que sólo puedo imaginar como una retahíla de maldiciones. Pero lo deja pasar, milagrosamente, como si supiera que no debe meterse con Eddie. Como si supiera que a Eddie ni siquiera le importa. No es frecuente que me quede sin palabras, pero estoy algo sorprendido.
Poco a poco, el silencio en la cafetería se va disipando a medida que la gente vuelve a hablar.
—Ése es el tipo que dirige el Club Fuego Infernal, ¿cierto? —pregunta Mike, como si no estuviera seguro de si estar aterrorizado o impresionado. Puedo entender ese sentimiento—. Él es un poco…
—¿Épico? —termino.
—Iba a decir intenso —replica Mike.
—Sí —digo, la falta de palabras se disipa a medida que me lleno de energía—. Deberíamos intentar hablar con él. Quizá podamos anotar nuestros nombres en la lista de inscripción lo antes posible.
—Sí, quizá —titubea Lucas, tocándose la oreja con el pulgar y evitando mi mirada.
Entrecierro los ojos.
—Muy bien, ¿qué demonios está pasando? —pregunto, volviéndome hacia Lucas y apartando la bandeja de comida profanada por la pelota—. ¿Dónde está el entusiasmo? Primero, la feria de ciencias, ¿y ahora Calabozos y Dragones? ¿Ya nada es sagrado?
Lucas resopla y arruga el ceño.
—Voy a estar en Fuego Infernal, ¿de acuerdo? Sólo que no creo que tengamos que apresurarnos ahora.
Y la cosa es que sé que él está pensando una vez más en la óptica de todo esto. De ser asociado con alguien como Eddie Munson. De ser un tipo raro. De ser un nerd.
No lo entiendo, en absoluto. Siempre hemos sido los nerds con quienes se meten los imbéciles, y siempre hemos aceptado que eso es así en el universo. Y claro, estaría bien que la gente no fuera abusadora, pero yo creía que éramos más maduros como para que nos interesara cambiarnos a nosotros mismos a fin de encajar en el statu quo.
—Odio tener que decirte esto, Lucas —refuto— pero ya somos nerds. Hemos sido nerds siempre. Dudo que nada cambie eso.
Suena el timbre, marcando el final del almuerzo.
Lucas frunce el ceño y deja caer los hombros, y entonces me doy cuenta de que tal vez lo lastimé al decirle eso.
Respira hondo.
—Yo sólo quería… —suspira— que este año fuera diferente.
Se levanta, lleva su mochila al hombro y levanta su bandeja del almuerzo antes de que yo pueda balbucear cualquier respuesta. Sale hecho una furia, dejándonos a Mike y a mí atrás. Me tomo un minuto antes de empezar a recoger mis cosas. El folleto de la feria de ciencias todavía está sobre la mesa, burlándose de mí, así que lo tomo por si acaso.
—Quiero decir, creo que lo entiendo —dice Mike en voz baja mientras caminamos hacia los contenedores de basura, siguiendo el paso constante de los estudiantes—. Eso de querer… que las cosas sean diferentes.
Y ése es el problema, supongo. Porque yo odio a los abusadores tanto como cualquiera, pero cuando se trata de todo lo demás… sólo quiero que las cosas sigan igual.
Muy pronto, Mike también se separa y se dirige a su siguiente clase, dejándome solo entre la multitud cada vez menor que fluye a mi alrededor en el comedor. Miro el folleto de la feria de ciencias que tengo en las manos.
Arrugo el folleto y lo tiro a la basura al salir.
Hasta ahí llegó esa idea.
Family Video suele estar vacío entre semana, así que cuando Steve recoge a Robin de la escuela para ir al trabajo, algunos días me uno a ellos. Me gusta repasar los estantes de las novedades o hacer la tarea mientras Steve y Robin intercambian chismes entre las interacciones con los clientes, y a todos nos gusta juzgar las elecciones cinematográficas de los distintos visitantes.
Hoy estoy moviendo los videos con, hay que reconocerlo, un poco más de fuerza de la necesaria. La víctima actual es una película infantil con una marioneta de dibujos animados que me mira fijamente.
—¡Es un montón de basura! —digo, agarrando otro VHS para bloquear la inquietante mirada de la marioneta—. Todos estos abusadores imbéciles que sólo se preocupan por la popularidad y las chicas.
—Sí, bueno, bienvenido a la preparatoria —resopla Steve, que está sentado con los pies apoyados en el mostrador, hojeando una revista. Es un recordatorio oportuno de que, hasta hace poco, Steve era un abusador un poco imbécil al que sólo le importaban la popularidad y las chicas.
—Sí, pero ya alcanzaron a Lucas, incluso —replico—. ¡Es como si todos hubieran perdido completamente la cabeza, Steve!
—¿Puedes, por favor, desahogar tu angustia adolescente en algo que no sea la sección de novedades? —pregunta Robin, siguiéndome y enderezando meticulosamente todos los videos que he tocado—. Apenas acomodé esto en su lugar, y es nuestra sección más popular, así que, si tienes que estropear algo, ¿puedes hacerlo con, por ejemplo, los videos de ejercicios o algo así?
—O la sección de películas extranjeras. Nadie mira nunca allá atrás —añade Steve, todavía distraído con la revista.
—Porque son paganos que no entienden que el arte trasciende el lenguaje —asegura Robin—. ¿Saben cuánto se están perdiendo por esa perspectiva?
—Apenas me importan las películas en mi idioma, ¿de acuerdo? —dice Steve—. Y me quedé dormido tantas veces en clase de francés que tal vez esté condicionado a desmayarme en cuanto lo escuche.
—Chicos, en serio —interrumpo sus bromas antes de que se sigan desviando, como suele pasar cuando se trata de Steve y Robin—. ¿Cómo se supone que voy a vivir así durante cuatro años? Es todo tan primitivo. Y todos actúan tan diferente. Es como si yo fuera el único que mantuvo la cordura.
Steve baja la revista que tiene entre las manos para mirarme, poco impresionado.
—Mira, las cosas cambian. Así es la vida —afirma—. No tiene por qué ser algo malo.
—Se siente como algo malo —digo.
Porque cada cambio reciente ha sido algo malo, si me lo preguntas. La muerte de Hopper, la partida de Will y Ce. Max cada vez más y más distante desde la muerte de Billy. La preparatoria y todas sus políticas sociales sin sentido.
—Una cosa es que las cosas cambien. Pero parece que la Hermandad está cambiando. Como si todo el mundo estuviera cambiando, menos yo —tomo un video y me vuelvo hacia Steve con los ojos muy abiertos. He-Man y She-Ra: El secreto de la espada—. Genial, ¿me puedes prestar ésta?
—Sí, claro —responde Steve, de nuevo absorto en su revista, sin siquiera levantar la mirada para ver de qué película estoy hablando.
—De ninguna manera —dice Robin al mismo tiempo, y le lanza una mirada severa a Steve—. Steve, por favor, deja de permitir que tus niños renten películas por debajo de la mesa. Todavía no se me ha olvidado el incidente de Karate Kid.
—Eso pasó una vez —aseguro, metiendo ya la película en mi mochila, a pesar de la exasperación de Robin—. Y todo fue por culpa de Mike, que conste.
Robin desliza con fuerza otro video que yo había agarrado para dejarlo en su posición correcta.
—No me importa de quién fue la culpa, si devuelves otra película con la cinta afuera, como esa vez, y me despiden, e inevitablemente me resulta imposible conseguir otro trabajo en este pueblo, y muero de hambre, sola y desamparada, te perseguiré, Dustin, lo digo en serio.
—Como sea —interviene Steve, cerrando la revista e inclinándose hacia delante para prestarme toda su atención—. Estás creciendo. La gente cambia. Es normal.
Robin renuncia a seguirme y ordenar todo a mi paso. Se apoya con un suspiro en el mostrador.
—Sí, Dios, ¿sabes cuántas personas que eran simpáticas en la secundaria se convirtieron en idiotas totales en cuanto empezaron la preparatoria? —se burla ella—. Fueron como… una cantidad nada despreciable de gente.
Esto no me anima en absoluto.
—Genial —resoplo—, ¿así que todos mis amigos se van a volver imbéciles y me van a dejar solo?
—No es imposible, estadísticamente hablando —afirma Robin—. Pero ustedes, chicos, están ahí el uno para el otro cuando es necesario, ¿sabes? Eso es lo que importa.
—Vaya, Robin —reflexiona Steve—. Eso fue casi… ¿sabio?
—No te hagas el sorprendido —añade Robin—. Estoy llena de sabiduría, muchas gracias.
—Todos ustedes están cambiando, eso es seguro —dice Steve—. Pero mientras estén cambiando juntos…
Pero ¿y si no quiero cambiar? ¿Y si…?
—¿Y si ellos están cambiando y yo no? —pregunto.
Mi voz es más baja de lo que me gustaría, dejando al descubierto la queja quisquillosa como lo que es en realidad: un verdadero y genuino miedo. Robin parece contrariada y se da golpecitos en la barbilla, pensativa.
—Entonces, quizá sea el momento de probar algo nuevo —propone—. Haz algo que normalmente no harías. Como… ¡ver una película extranjera! ¡Podrías ampliar tus horizontes!
—Ella tiene razón, en realidad, en tu situación —la secunda Steve—. Tienes que arriesgarte.
—¿Como qué?, ¿unirme al equipo de basquetbol? —resoplo ante la mera idea. No, gracias. ¿Puedes imaginarme con una camiseta de basquetbol?
—No necesariamente —dice Robin—. Pero podrías hacer otra cosa. Unirte a un club nuevo. Hacer una audición para la obra de la escuela. Hacer nuevos amigos. Haz algo que quieras hacer, por ti, independientemente de si Mike o Lucas o cualquier otro quiera involucrarse. Incluso si te asusta.
No es que esté pegado a Mike y Lucas. Nunca he tenido miedo de hacer cosas sin ellos, desde ir al campamento de ciencias y conocer a Suzie hasta invadir bases ocultas rusas con Steve, Robin y Erica. Pero supongo que siempre nos vi yendo a la preparatoria como un frente unido. Permaneciendo juntos, como siempre lo hemos hecho. No es que nos estemos separando por completo, pero su fácil rechazo a la idea de la feria de ciencias todavía resuena en mi cabeza como una advertencia de que las cosas han cambiado, de que están cambiando.
Pero supongo que existe esa vieja cita. La locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. ¿Y qué es la ciencia, si no probar cosas nuevas, mantener la mente abierta a nuevas preguntas y posibilidades, cuestionar la norma y salir de la zona de confort? Y yo no soy más que un amante del método científico.
—De acuerdo, está bien —acepto—. Probaré cosas nuevas. ¿Qué tan difícil puede ser?
CAPÍTULO DOS
MARTES 3 DE SEPTIEMBRE DE 1985
Si hay algo que sé con certeza en la vida es que cualquier pregunta puede responderse con el poder de la ciencia y la experimentación bien definidas y controladas.
Como todos los buenos experimentos, el nuestro empieza con una observación: la preparatoria es una jungla, de esas que pueden engullirte si no tienes cuidado.
Luego, está la hipótesis, planteada por Steve y Robin, de que probar algo nuevo podría ayudarme a encontrar mi lugar en medio de todo el caos.
Así que me toca a mí probar la teoría.
Me dirijo al gran tablero de anuncios lleno de folletos de todos los clubes y actividades de la preparatoria Hawkins, promocionándose antes de la exhibición de actividades de la próxima semana. Es un poco intimidante, en realidad, mirar todas las opciones. Un millón de potenciales nuevos clubes, nuevas habilidades, nuevos amigos, nuevas vidas. Pero ¿qué elijo?
En cuanto a las cosas que me interesan, hay un club de ajedrez, un club de computación y audiciones para el musical de la escuela. Pero no se me da muy bien el ajedrez, y la computación me resulta mucho menos interesante que la tecnología audiovisual, lo que me recuerda una vez más cómo solía ser la Hermandad, así que descarto esas ideas. Y, por lo general, sólo canto con Suzie, así que la idea de subirme a un escenario y cantar me resulta al mismo tiempo extrañamente íntima y demasiado atrevida, por lo que también la descarto.
Alguien que pasa a mi lado tropieza conmigo, demasiado fuerte para ser un accidente. Me golpea con el hombro y hace que pierda el equilibrio, así que tengo que apoyarme en la pared y casi arranco un folleto del club de teatro. Mi gorra cae al suelo.
Esta vez ni siquiera hay un comentario inteligente… lo cual me parece bien, porque todos esos insultos de friki y nerd y perdedor no son especialmente ingeniosos la primera vez que los oyes, y mucho menos la milésima. Lo único que oigo son las risas de los deportistas con sus chamarras verdes que pasan a mi lado. Ninguno de ellos me mira, y mucho menos me ayuda a levantarme.
Respiro hondo para tomar valor y reprimo una colorida serie de maldiciones e insultos que detallan exactamente lo que pienso de esos cretinos. No sirve de nada meterse en problemas o poner una diana más grande en mi espalda. Aunque no esté de acuerdo con Lucas en muchas cosas, entiendo que quiera que esto sea diferente. Levanto mi gorra y me la vuelvo a poner.
Una copia del folleto de la feria de ciencias me mira fijamente en el tablero de anuncios, burlándose de mí. Lo miro como si se tratara de una ofensa personal.
—Sí, sí —le gruño.
Anoto esta prueba como un fracaso, dejo atrás el tablero de anuncios y agacho la cabeza mientras encuentro el camino para mi salón de clases.
Es lo que tienen los experimentos científicos, supongo. Necesitas un entorno controlado. Y no hay ambiente menos controlado que dentro de las paredes de una preparatoria.
El almuerzo empieza igual que la primera semana de clase, es decir, junto a Mike y Lucas en un rincón de la cafetería, sosteniendo con fuerza nuestras bandejas de almuerzo e intercambiando miradas petrificadas, como si nos estuviéramos enfrentando a una horda de demogorgones y no debatiendo dónde sentarnos.
Excepto que, a partir de ahí, ocurre algo diferente.
Un tipo con una chamarra deportiva verde se levanta de su mesa —la mesa ocupada por el equipo de basquetbol— y nos saluda con la mano. No lo reconozco. Es mayor, quizá del último grado, alto y de piel oscura. Miro por encima del hombro, esperando que haya alguien detrás de nosotros, pero no hay nadie. Y entonces…
—¡Lucas! ¡Ven a sentarte con nosotros! —grita.
Se me cae la mandíbula y giro la cabeza hacia Lucas en busca de algún tipo de explicación, pero no puedo pensar en una sola historia que haga que esto tenga sentido para mí.
Al parecer, Lucas tampoco, porque se limita a lanzarnos una mirada de culpabilidad antes de devolverle al tipo el saludo con la mano.
—¿Los veo más tarde, chicos? —dice, disculpándose, pero no lo suficiente como para no dejarnos plantados, porque luego se va corriendo a unirse al maldito equipo de basquetbol para el almuerzo, dejándonos atrás.
Me quedo boquiabierto un buen rato antes de cerrar la mandíbula.
—¿Estoy alucinando o Lucas acaba de…?
—No estás alucinando —responde Mike con tono grave.
La indignación se mezcla con el pavor, y ambos se asientan con pesadez en mi estómago. ¿Desde cuándo Lucas es amigo de alguien del equipo de basquetbol? Es más, ¿desde cuándo le interesa el basquetbol? ¿Desde cuándo Lucas abandona a sus amigos para luchar solo en el campo de batalla de la cafetería?
—Hijo de puta —murmuro en voz baja, escudriñando la cafetería con ojos analíticos.
El extremo de la mesa que habíamos reclamado para nosotros la semana pasada está ocupado, y el tiempo corre para tomar una decisión, a medida que más y más asientos y más y más mesas se llenan de estudiantes. Tanto movimiento, tanta gente, y no sé por dónde empezar.
—Pareces un poco perdido aquí, Weird Al —llega una voz por encima de mi hombro.
Eddie Munson se acerca por detrás de Mike y de mí, y pone una mano en cada uno de nuestros hombros como si fuéramos viejos amigos. Me quedo congelado, los pensamientos desaparecen de mi cabeza por la sorpresa. ¿Weird Al? Oh…
Miro mi camiseta, no sé si avergonzarme o sentirme orgulloso de la camiseta de la gira que me regalaron cuando Weird Al vino a Indianápolis el año pasado. Pero Eddie no se burla como lo harían los deportistas. De hecho, de cerca da mucho menos miedo de lo que pensaba. Más allá del cabello largo y la chamarra de cuero, es un chico cualquiera, esperando pacientemente a que yo diga algo.
—Uh —es lo que digo, que no es el nivel de elocuencia que me gusta mantener.
—Ah, la jungla de la cafetería de la preparatoria —dice Eddie, llenando fácilmente los espacios vacíos de mis pensamientos—. La ancestral cuestión sobre dónde sentarse. ¿Tengo razón? Tienes que decirme si tengo razón.
Mike y yo intercambiamos miradas, pero yo estoy tan perdido como él.
—No te equivocas —confirma Mike con cautela.
—Estoy seguro de que entienden lo esencial —opina Eddie, agitando una mano hacia el resto del lugar, donde las numerosas mesas se van llenando de estudiantes. Señala los grupos a medida que los va nombrando—. Deportistas, animadoras, nerds de la banda, nerds de las matemáticas, nerds del teatro, góticos… que no se deben confundir con los punks. No querrás aprenderlo por las malas. Y, por supuesto, allí está…
—El Club Fuego Infernal —termino por él. No quiero mostrarme muy entusiasta al respecto, pero mi voz sí suena un poco reverente—. Tú lo diriges, ¿cierto?
Eddie sonríe, complacido, retirando sus manos de nuestros hombros para ponerse frente a nosotros, cara a cara.
—No sólo lo dirijo, Weird Al, yo lo creé —aclara—. ¿No me digan que están interesados en unirse?
—Estábamos pensando en eso —responde Mike, haciéndose el interesante.
—¡Con un demonio, claro que sí! —exclamo, mucho más entusiasmado—. Hemos jugado Calabozos y Dragones desde siempre. ¡Es tan increíble que exista un club para eso!
—Entonces, mi intuición era correcta —expresa Eddie, asintiendo sabiamente—. Mi radar nerd rara vez me falla —nos dirige a cada uno una mirada valorativa, como si estuviera considerando si debe invertir en nosotros—. ¿En qué rol juegan?
Parece una prueba, pero hablar de Calabozos y Dragones es una de mis muchas habilidades especiales.
—Mike es nuestro paladín —le explico, haciendo un gesto hacia él—, y nuestro amigo Lucas, que también quiere unirse, es un guardabosques, y nuestro clérigo Will acaba de mudarse de aquí…
—¿Y qué hay de ti, Weird Al?
Me vuelvo a ruborizar al oír el nombre.
—Yo juego de bardo —le aclaro. Mi orgullo avanza vacilante hacia la incertidumbre bajo la férrea mirada de Eddie—. Y me llamo Dustin. Dustin Henderson.
—Bien, entonces, Dustin Henderson —dice Eddie, asintiendo, sobre todo para sí mismo, como si hubiera tomado una decisión sobre algo—. Chicos, bienvenidos sean a unirse a nosotros para el almuerzo, si se atreven.
Señala con el pulgar por encima de su hombro hacia una mesa de gente vestida con diversas cantidades de cuero, ropa a cuadros y jeans. Parecen un animado grupo de inadaptados, pero no en el mal sentido, sino todo lo contrario, de hecho. Fuera de la Hermandad, siempre he sido el raro que sobresale, desde las diferencias físicas de mi displasia cleidocraneal hasta mis amplios intereses nerds. Entre inadaptados, creo que encajaría perfectamente.
Mike me llama la atención para tener otro debate sin palabras, que en realidad no entiendo más allá de una serie de movimientos de cejas que sugieren pánico. Sé que la está pasando tan mal como yo con el comienzo de la preparatoria, pero lo ha sobrellevado encerrándose en su habitación con su Nintendo. Lo que significa que tengo que tomar la iniciativa por los dos.
—Nunca rechazo un reto —respondo.
Eddie esboza una sonrisa de satisfacción, me da otra palmada en el hombro y dirige el camino rumbo a la mesa.
Evado la sensación de ser observados mientras cruzamos la cafetería. No sé si estoy imaginando, o si la corriente de estudiantes en verdad se separa como el mar Rojo para abrirle camino a Eddie hasta que estamos en la mesa del Club Fuego Infernal.
—Damas y caballeros —exclama Eddie con aire teatral, sin tener en cuenta que no hay damas en la mesa, hasta donde puedo ver—. Permítanme presentarles a Dustin Henderson y a Mike… Wheeler, ¿cierto?
—Sip —responde Mike en un chillido.
Su hermana mayor, Nancy, y su querida reputación le preceden, como de costumbre.
—Éstos dos son reclutas potenciales de Fuego Infernal —explica Eddie—. Un bardo y un paladín.
—Ésos somos nosotros —afirmo con un torpe gesto con la mano del que me arrepiento de inmediato.
—Siéntense, relájense, únanse a nosotros —nos invita Eddie, sentándose en su silla que está a la cabecera de la mesa.
Mike y yo ocupamos los asientos que nos ofrecen uno al lado del otro. No puedo evitar echarle un vistazo a la cafetería. No sé qué esperaba —como si sentarme con el Club Fuego Infernal fuera a provocar un cambio sísmico que alertara a todos los que están cerca de que somos unos viejos nerds que necesitan insultos de inmediato—, pero a nadie parece importarle.
—Éstos son Gareth, Jeff y Doug —los presenta Eddie, señalando a cada uno de ellos por turno—. Nuestra animada banda de héroes… Gareth el Grande es un ladrón. Jeff juega como druida. Y Doug empezó un nuevo personaje bárbaro hace unos meses, cuando salió Arcanos Desenterrados.
Todos tienen un aspecto alternativo, como el de Eddie. Gareth viste una camisa de franela a cuadros con las mangas arrancadas, y tiene una variedad de pins y botones en el cuello y por toda la mochila. Cuando echo un vistazo, veo que todos son logotipos de diferentes bandas, algunas de las que sí he oído hablar, pero la mayoría me resultan desconocidas. Doug lleva puesta una chamarra de cuero sobre su camiseta de beisbol del Club Fuego Infernal, y Jeff trae una camiseta de Iron Maiden. Es el tipo de cosas que hacen que gente como Jason Carver y sus deportistas te llamen friki, pero a estos chicos no parece importarles encajar. Al parecer, no tienen ningún problema con ser diferentes.
Me encanta.
No puedo evitar preguntarme cuándo podré tener mi propia camiseta de Fuego Infernal.
—Qué bien. Quería empezar una campaña con algunas de las nuevas expansiones de reglas —le dice Mike a Doug.
Le doy una patada a Mike por debajo de la mesa, porque sé a ciencia cierta que él es un purista de Calabozos y Dragones, y cree que las expansiones son innecesarias. Me ignora.
Entablar conversación es fácil, porque todos somos unos entusiastas de nuestros personajes, intercambiamos historias de aventuras pasadas de Calabozos y Dragones, y preguntamos sobre la campaña que Eddie tiene planeada para Fuego Infernal este año. Eddie se niega a revelar nada al respecto, aparte de sonreír malévolamente de la forma en que sólo un Amo del Calabozo lo hace cuando tiene algo en verdad sádico bajo la manga.
Mike está relatando la vez que nuestra Hermandad fue secuestrada por una banda de artistas ambulantes, y mi personaje de bardo tuvo que contar chistes para convencer a uno de ellos de que nos ayudara a escapar. Mike y Eddie tienen ese gen de Amo del Calabozo que los convierte en excelentes narradores, y todos a su alrededor se inclinan para escuchar lo que sucede a continuación.
—Y él dijo: “¿Contempladora? Apenas la conozco” —dice Mike.
Los demás estallan en carcajadas y siento que una cálida sensación recorre mi pecho. Formar parte del grupo me reconforta de una manera que había estado extrañando durante estas primeras semanas de preparatoria. Sentarme con el grupo no es tan aterrador como temía que fuera. Siento que formo parte de algo. Como si tuviera un grupo de aventureros dispuestos a luchar a mi lado, en caso de que algo vaya mal.
Pero esa idea sólo me hace desear que Lucas también estuviera aquí. Miro hacia la mesa del equipo de basquetbol y veo a Lucas sentado con sus nuevos amigos, y todos en la mesa sueltan una carcajada como si supieran que estoy mirando y necesitaran restregármelo. Me sacudo la sensación y vuelvo a centrarme en la mesa del Club Fuego Infernal, donde Eddie juguetea con un Walkman que sacó de su mochila, pero frunce el ceño como si acabara de toparse con una falla crítica.
—¿Qué pasó? —pregunta Gareth—. Te ves como si alguien hubiera sustituido tu Metallica por Madonna o algo así.
—Preferiría a Madonna que al silencio, pedazo de basura —responde Eddie, agitando enérgicamente su Walkman y dándole golpecitos con la palma de la mano, como si eso sirviera de algo—. Ayer estaba bien, pero ahora no está tocando nada.
—Déjame verlo —le pido.
—No, está bien, yo me encargo —dice Eddie, haciéndome a un lado para golpear su Walkman contra la mesa. Doy un respingo en nombre de la inocente tecnología.
—En serio, Eddie, dámelo —insisto, extendiendo una mano y moviendo los dedos hasta que cede.
—Bien —suspira Eddie, exasperado, y me entrega el Walkman—. A ver si a ti te hace caso.
Lo tomo con suavidad, como si quisiera decirle al pobre que ahora está en buenas manos y que no permitiré que sea golpeado otra vez contra la mesa, si puedo evitarlo.
Por fuera parece estar bien, salvo por algunos arañazos (de los golpes de la mesa, entre otras cosas, seguro), así que tendré que mirar dentro. Para abrirlo necesito un desarmador, pero yo no sería nada si no estuviera preparado: junto con una linterna, pilas y una golosina de emergencia, un estuche de bolsillo de herramientas es una de las cosas que llevo siempre encima. (Porque ir bien equipado es esencial para emprender aventuras exitosas, tanto en Calabozos y Dragones como en la vida.) Saco el estuche de mi mochila y comienzo a abrir el Walkman.
Soltar los tornillos es lo que más tiempo lleva. Una vez abierto, queda al descubierto toda su maquinaria interna y veo de inmediato que el problema está en un engranaje pegajoso y una banda que se ha salido de su lugar. El polvo del interior tampoco ayuda, así que me pongo manos a la obra para limpiarlo lo mejor que puedo con las escasas herramientas que tengo a la mano. En poco tiempo, estoy encajando y atornillando las piezas de regreso a su sitio.
—¿Puedo ver ese casete? —pregunto, tendiendo una mano a Eddie sin levantar la vista, absorto en la tarea.
Lo presiona sobre mi mano. Black Sabbath. Lo introduzco en el Walkman, lo cierro y presiono el botón de reproducción.
La música suena en los audífonos. Eddie los toma, se los pone, sonríe y mueve la cabeza al ritmo de la música durante unos compases.
—¡Maldita sea, Henderson! —grita Eddie por encima de la música, que suena tan fuerte en sus oídos que hasta yo escucho el chirrido de las guitarras—. Eres un genio.
—A mamá le gusta decirlo —digo con una sonrisa.
—Entonces, ésta va para ella —añade Eddie.
En ese momento, se pone de pie de un salto, ensancha su postura, toca la guitarra imaginaria. Se entrega a fondo, con todo su cuerpo, como si estuviera actuando en un estadio lleno y no en la cafetería de la escuela. La gente de las mesas cercanas se gira para reírse, enarcando las cejas u observándolo con furia antes de hacer comentarios socarrones a sus amigos, pero a Eddie no le importa nada más que la música. Lo observo, asombrado por lo poco que le importa lo que piensen de él los demás.
Suena el timbre y, en un instante, todo el mundo se apresura a limpiar y salir corriendo a sus próximas clases. Pero Eddie se toma el tiempo de terminar su solo, así que yo me tomo el tiempo de presenciar el acto hasta el final y aplaudo, lanzando algunos gritos de júbilo por si acaso.
—Oh, Dios, no lo animes —me pide Doug—. Acabará dándonos un espectáculo en cada comida durante el resto de la semana.
Eddie hace una profunda reverencia con los brazos extendidos mientras Doug, Gareth y Jeff se marchan, lanzando gritos de hasta luego y fue un gusto conocerlos.
—Gracias por unirse hoy a nuestro heterogéneo grupo, caballeros —dice Eddie, recogiendo tranquilamente sus cosas mientras la cafetería se vacía.
—Sí, gracias —responde Mike—. Estoy deseando que empiece la campaña, pero volveré a llegar tarde a la clase de inglés, la señorita Beechman me va a matar.
—Ella es muy estricta —asegura Eddie, haciendo un gesto compasivo—. Que Dios te ayude, chico.
Hace el saludo de un soldado y Mike sale corriendo. Yo también estoy cerca de llegar tarde a mi clase de latín, pero aminoro el paso para igualar el de Eddie mientras nos dirigimos a la puerta de la cafetería.
—Hey, Henderson —Eddie se detiene en la puerta y se vuelve hacia mí.
Casi tropiezo con él, pero recupero el equilibrio.
—¿Sí? —pregunto.
Cambia el apoyo de su peso y retuerce los anillos que adornan sus dedos, y creo que es la primera vez que veo a Eddie menos seguro de sí mismo.
—Eres bastante bueno con la tecnología y… mmm… arreglando cosas, ¿cierto? —pregunta.
—A veces —respondo, siendo más humilde de lo que debería ser—. Cosas de audiovisuales, seguro, pero he incursionado también en otras áreas.
—Si no es una tortura, tengo un amplificador estropeado —dice Eddie—. Y se supone que nuestra banda va a tocar en el Hideout la próxima semana, pero Dios sabe que no puedo comprar uno nuevo. Si lo traigo a la escuela un día, ¿crees que podrías echarle un vistazo?
—Oh, claro —contesto—. Si no puedo arreglarlo, seguro que puedo averiguar qué le pasa…
Por pura persistencia y no por otra cosa, porque no voy a permitirme defraudar a Eddie cuando él potencialmente tiene el futuro de mi experiencia de la escuela preparatoria —y definitivamente, mi experiencia en el Club Fuego Infernal— en sus manos.
—Eres una leyenda, amigo mío, en serio —asegura Eddie—. Ataúd Oxidado y nuestras legiones de fans te deberán la vida.