Su más profundo secreto - Heidi Rice - E-Book

Su más profundo secreto E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Bianca 3039 Un secreto de cuatro años… ¡producto de una noche inolvidable! La vida de Lacey Carstairs cambió radicalmente tras una apasionada noche con el presidente de Cade Inc., Brandon Cade. Tanto, que incluso tuvo que cambiar de nombre. Pero cuando la periodista Lacey recibió el encargo de entrevistar a Brandon, le resultó asombroso que no la recordara… ni remotamente. Pero lo que acabó por desconcertarla -y, aún más, tentarla- fue que la invitara a acompañarlo a un baile de gala en París. Y cuando finalmente llegó el momento en el que Brandon la reconoció, el pasado y el presente se encontraron… Empezando por el secreto mejor guardado de Lacey… ¡La hija que tenían en común!

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Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Heidi Rice

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su más profundo secreto, n.º 3039 - octubre 2023

Título original: Revealing Her Best Kept Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804547

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TRANQUILA. Es imposible que Brandon Cade te reconozca», se repitió una vez más Lacey Carstairs.

Desafortunadamente, y por más que se lo repitiera, no conseguía calmarse mientras esperaba a entrevistar al hombre que había destrozado su corazón y su carrera profesional.

–¿Tiene idea de hasta cuándo va a estar ocupado el señor Cade? –preguntó a la recepcionista de las elegantes oficinas centrales de Cade Tower, en el barrio financiero de Londres.

–La entrevista no es una de sus prioridades –replicó la mujer con aire de superioridad–, pero no creo que tarde. Tiene una reunión en París en un par de horas.

–Pero entonces… –Lacey dejó la frase en suspenso.

La ansiedad que sentía era mayor que su instinto de periodista y si Cade tenía que llegar a París en dos horas, no tendría tiempo para la entrevista…

–Un helicóptero lo espera en la azotea –explicó la recepcionista, frustrando sus esperanzas–. Bastará con que salga a las dos.

–Muy bien.

Al menos tenía el consuelo de que la entrevista tendría que ser breve.

Lacey miró por la pared de cristal que había a la espalda de la recepcionista, desde la que se veía, en la distancia, el río Támesis.

Tenía sentido que el mayor empresario de medios de comunicación de Europa dirigiera su imperio desde el rascacielos más alto del continente. Y la sensación de vértigo no contribuía a calmar el estómago revuelto de Lacey.

La idea de tener que ver a Brandon Cade la había mantenido en vilo toda la noche. Y el cansancio se había sumado al pánico y al estrés que la había dominado la tarde anterior, cuando su editora, Melody, había llamado para darle la «excelente noticia» de que le habían asignado a ella el artículo sobre Cade porque Tiffany Bradford, la periodista más prestigiosa de la revista, tenía gripe.

Rechazar la oferta no había sido ni tan siquiera una posibilidad, a no ser que hubiera estado dispuesta a arriesgar su carrera una segunda vez. O a tener que explicar por qué era la única mujer del universo que habría preferido suicidarse a pasar una hora con uno de los hombres más guapos y ricos del mundo.

De todas formas, Melody no le había dado opción. Se trataba de una oportunidad excepcional para la revista Splendour, que había requerido días de negociaciones. Y Lacey estaba segura de que Brandon Cade se habría negado a concederla de no ser por el escándalo que había causado el libro publicado por su examante, que amenazaba con frustrar los planes de expansión de su compañía en Estados Unidos.

Misty Goodnight había publicado el retrato de un hombre de treinta y un años extremadamente guapo, poderoso y sexualmente dominante, que trataba a las mujeres con la misma frialdad impersonal con la que dirigía el imperio heredado de su padre a los diecisiete años.

Lacey sabía que Misty no mentía cuando describía sus tórridos encuentros sexuales. Sus pezones se endurecieron al recordar la única vez que había estado con él y se cruzó de brazos al tiempo que respiraba profundamente

«Ni se te ocurra pensar en eso».

Que Cade tuviera aquel efecto sobre su cuerpo tras un encuentro de media hora cinco años antes era tan humillante como perturbador

«No te va a reconocer», se repitió una vez más para contener el creciente pánico que sentía.

Era imposible que vinculara a la sofisticada y elegante periodista con la joven becaria ansiosa por hacer bien su trabajo a la que había seducido. Se había cambiado el nombre, el largo cabello ondulado se había convertido en una corta melena rizada y había perdido peso, en parte gracias a Ruby y sus hiperactivos cuatro años, además de sustituir la ropa de segunda mano por marcas de diseño.

Pero, por encima de todo, había madurado. Cade la había destruido solo porque podía. La había seducido en la fiesta de presentación de Carrell y luego había arruinado su carrera. Lacey seguía sin entender por qué había hecho que la despidieran cuando ella no tenía la menor intención de exigirle nada ni esperaba nada después de aquel increíble encuentro. Pero quizá entre sus defectos estaba el de ser suspicaz y paranoico.

«No tiene por qué saber lo de Ruby».

El familiar sentimiento de culpa la asaltó.

Tal vez algún día, si su hija quería saber quién era su padre biológico, se lo diría. Pero hasta entonces, no estaba dispuesta a poner a su hija o a sí misma a merced de Cade. Dada la crueldad con la que la había tratado, no albergaba demasiadas esperanzas sobre cómo reaccionaría si supiera que tenía una hija.

Y Lacey jamás expondría a su hija a un padre como el que ella había tenido.

«Ya no tienes miedo ni estás destrozada. Eres una mujer serena y distante. Como él».

Afortunadamente, el equipo de relaciones públicas de Cade había insistido en que no aceptaría ninguna pregunta sobre su vida privada, y aunque Melody había insistido en que lo ignorara, Lacey pensaba cumplir las normas.

El timbre del teléfono de la recepcionista la sobresaltó.

–Sí. Ahora le hago subir –la mujer colgó–. Si toma el ascensor al último piso la recibirá el ayudante personal del señor Cade.

Lacey cruzó el vestíbulo hacia el ascensor de cristal con el mayor aplomo que pudo. Presionó el botón de subida y los edificios de la ciudad empequeñecieron al tiempo que el estómago se le desplomaba.

«No tienes nada de qué preocuparte. Brandon Cade no se acuerda de mujeres como tú».

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BRANDON Cade observó la línea marrón que trazaba el Támesis al pie del edificio. Tomó aire y lo exhaló lentamente, aplicando la técnica que se había enseñado a sí mismo para evitar llorar en su primer internado, a los cinco años, y que luego había adoptado para ocultar cualquier tipo de emoción.

La técnica también había resultado eficaz para controlar la ansiedad que le producían las raras ocasiones en las que veía a su padre. Pero, mientras esperaban a que hicieran pasar a la periodista del Splendour, tuvo que usarla por primera vez en varios años para mantener la fría actitud por la que era conocido.

Aunque resultara contradictorio, dado que Cade Inc. era dueña de diez periódicos y varias cadenas de televisión en Europa y en Gran Bretaña, además de estar en medio del proceso de adquisición de un conglomerado mediático en Estados Unidos, él nunca concedía entrevistas. No poseía ninguna revista de sociedad o estilo de vida porque odiaba el tipo de periodismo que representaba una revista como Splendour.

Pero en aquel momento y por culpa de una mujer que lo había aburrido a los cinco minutos de acostarse con ella, tenía que aceptar una intrusión en su vida privada que lo enfurecía y que ponía en peligro la adquisición del grupo conservador Dixon Media, de Atlanta.

«Así aprenderás a evitar a influencers que solo buscan su propio beneficio, como tú».

–Señor Cade, la señorita Carstairs, de Splendour, está aquí. ¿La hago pasar? –preguntó Daryl, su asistente personal.

Brandon tomó aire lentamente y contestó:

–Sí, claro.

Se volvió con los puños apretados en los bolsillos, pero cuando vio a la esbelta mujer con traje de chaqueta detrás de su asistente, le sucedió algo extraño. Una cascada de emociones le recorrió la espalda, similar a la que había experimentado cinco años atrás, durante un tórrido encuentro sexual con otra mujer en un evento de la compañía.

Fijó la mirada en su corto cabello ondulado al tiempo que sentía una conmoción tan inesperada como molesta.

–Señorita Carstairs, señor Cade –anunció Daryl, dando paso a la incómoda visita–. Tiene veinte minutos antes de que el señor Cade parta hacia París, señorita Carstairs –añadió–. ¿Quiere beber algo?

–No, gracias –dijo la mujer con una voz levemente ronca que resonó en los oídos de Brandon.

Un leve temblor y que apretara el bolso le indicaron que estaba nerviosa.

«Me alegro».

Entonces ella cruzó la habitación, dejando una estela de un olor cítrico que le resultó tan irresistible como toda ella, y tuvo que apretar los dientes al sentir una inmediata pulsación en la ingle.

«¡Genial!».¿Era posible que se sintiera excitado?

Como si no fuera ya un problema tener que conceder una entrevista, se fijó en el canalillo que asomaba por la blusa de seda azul y en sus piernas torneadas, y tuvo que sacudir la cabeza para apartar la imagen de su propia mano abarcando uno de sus senos mientras sentía en su lengua cómo se endurecía el pezón…

–Siéntese, señorita Carstairs –dijo con brusquedad cuando Daryl salió. Y pasó a tutearla–: ¿Cómo te llamas?

Le sorprendió darse cuenta de que sentía curiosidad, de que quería desconcertarla para no sentirse en desventaja, y se alegró al ver que lo conseguía. Por primera vez ella lo miró directamente, aunque solo por un segundo. Pero bastó para que pudiera hacer varias observaciones.

Tenía los ojos de color marrón oscuro, con pintas ámbar, y levemente rasgados, como los de la joven a la que, por más que lo hubiera intentado, no había logrado olvidar. En aquel momento, no había visto el color de sus ojos porque la oficina del encargado de la discoteca sobre cuyo escritorio habían acabado teniendo un sexo frenético y sudoroso, estaba a oscuras. Pero sí recordaba la curva de su mejilla bajo la luz de la luna, sus pestañas rizadas, y podía oír sus gemidos cuando habían alcanzado el clímax.

«¡Deja de pensar en ella!».

Concentró su atención en lo otro que había visto en sus ojos: turbación. También ella parecía sentirse atraída por él, y tampoco le agradaba.

Eso sí era extraño. Brandon no estaba acostumbrado a que las mujeres se resistieran a explorar la atracción que despertaba en ellas. Y eso bastó para que su interés se incrementara.

–Lacey –dijo ella. Y Brandon percibió de nuevo el leve temblor de su voz–. Lacey Carstairs.

Se sentó en la butaca que él le indicó y cuando le vio sacar el teléfono, apretándolo con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, se dio cuenta de que no estaba solo nerviosa, sino asustada. Como si hubiera preferido estar en cualquier sitio antes que con él… a pesar de la evidente química que había entre ellos.

«Interesante».

Debía saber que estaba concediendo aquella entrevista a su pesar y que era un hombre al que era mejor no contrariar. Si alguien lo molestaba o lo amenazaba, actuaba rápidamente y sin compasión, tal y como había comprobado la jovencita que había sacrificado su virginidad con la intención de sacar algún provecho de él.

Frunció el ceño al darse cuenta de que seguía pensando en ella.

–¿Le importa que grabe la conversación, señor Cade? –preguntó la periodista.

–Adelante, Lacey –dijo él, alegrándose al comprobar que se tensaba al oírle usar su nombre–. Y, por favor, llámame, Brandon.

Tal y como esperaba, el comentario hizo que ella alzara la cabeza. Se miraron durante unos segundos y el aire se cargó de electricidad. Pero en aquella ocasión a Brandon no lo tomó desprevenido y le divirtió ver cómo ella se ruborizaba y las pintas doradas de sus ojos se encendían.

Sí, la extraña química que había sentido cinco años atrás había vuelto sin que la mujer que tenía delante hiciera nada por provocarla. ¿Por qué no comprobar hasta dónde los conducía? A sus treinta y un años era más cínico y frío de lo que había sido entonces. Era imposible que traspasara sus barreras y alterara sus emociones, tal y como había hecho la virginal joven.

Con suerte, ella tampoco tuviera el menor interés en hacerlo. Era periodista y, como tal, sabría usar en su ventaja una atracción como aquella. Porque tanto el temblor de su voz y de sus manos podía no ser real, sino un comportamiento ensayado. Si ese era el caso, era tanto una idea original como sorprendentemente seductora. ¡Hacía tanto que no tenía que esforzarse por conquistar a una mujer!

–Dispara, Lacy –dijo con la voz ronca de deseo, mirándola fijamente.

Ella parpadeó confusa, pero a continuación tomó aire y lo exhaló lentamente. El movimiento alzó sus senos y Brandon sintió el calor acumularse en su ingle. Cruzándose de brazos, descansó el trasero en el escritorio, con la satisfacción de ver que ella fijaba la mirada unos segundos en sus bíceps, perceptibles debajo de la camisa.

«Bingo».

Luego lo miró a los ojos y Brandon vio, junto a la turbación, la férrea determinación de no ser intimidada.

Sus labios se alargaron en una sonrisa felina

 

 

–Señor Cade. Siento interrumpir, pero el helicóptero está listo para despegar hacia París.

«Menos mal».

La aparición del asistente de Brandon dando la entrevista por terminada consiguió soltar los nudos que se habían formado en el estómago de Lacey durante los veinte minutos más largos de toda su vida.

¿Qué le había hecho creer que podía ver a Brandon sin alterarse? Todo en él la perturbaba. La intensidad con la que se fijaban en ella sus ojos verdes; su cuerpo, más fuerte y musculoso; el murmullo de su voz, que sentía como una caricia en la piel; cómo pronunciaba su nombre, con una deliberada intimidad que sin duda usaba para desarmar a cualquier mujer que se le aproximara. ¡No era de extrañar que sus hormonas se hubieran activado!

Brandon Cade era tan espectacular, apabullante y arrollador como cinco años antes. Afortunadamente, ella ya no era una cría, sino una mujer con una carrera profesional como periodista y madre de una hija.

Pero si tenía tal poder de perturbarla no era solo por la insensata atracción que había entre ellos, sino por todo lo que había en él que le recordaba a su hija.

Ruby tenía los mismos ojos verdes, aunque mientras los de Ruby tenían un brillo dulce e inocente, los de Brandon se volvían acerados y severos. Hasta el punto de que Lacey había temido que pudiera leer sus pensamientos.

Ruby también tenía el mismo hoyuelo en la mejilla izquierda. Pero una vez más, lo que en ella resultaba encantador y aparecía con cada sonrisa, en él apuntaba a un cinismo burlón. Las sonrisas de Ruby eran luminosas; las de Brandon felinas, propias de un depredador. Aceleraban el corazón de Lacey y helaban el aliento en sus pulmones, haciendo que se sintiera como un ratoncillo ante una pantera.

Pero lo peor de todo era que conseguía que la chica atolondrada y despreocupada del pasado saliera de su escondite, la joven tan embriagada en endorfinas como para cometer tal estupidez.

«Aunque nunca te has arrepentido, porque aquella estupidez te dio a Ruby».

–Será mejor que me vaya. Gracias por tu tiempo, Brandon –dijo, componiendo un semblante inexpresivo al tiempo que guardaba el teléfono en el bolso–. Enviaré una copia para que le des tu aprobado.

La verdad era que no había conseguido nada que pudiera dar lugar a un perfil de Brandon Cade interesante. Él había esquivado cualquier pregunta mínimamente incisiva que le había hecho y lo cierto era que tampoco había puesto demasiado interés. Escribiría un artículo dedicado a lo impactante de su presencia y de su magnetismo, que acompañaría con una fotografía que lo corroborara.

Melody se enfadaría con ella por no haber conseguido nada personal que sirviera de anzuelo para sus lectores; pero se conformaría con haber conseguido una exclusiva que había sido negada a otras revistas.

Lacey se puso en pie con piernas temblorosas al recordar hasta qué punto había estado cerca de él en una ocasión. Pero cuando estaba dirigiéndose a la puerta, su voz grave y profunda la detuvo.

–No tengas tanta prisa, Lacey.

Al volverse, vio que la observaba con un gesto retador que ya había percibido a lo largo de la entrevista… Como si disfrutara inquietándola.

–¿Por qué no me acompañas? –preguntó en un tono indiferente que contrastaba con la intensidad de su mirada–. Apenas has podido preguntarme nada de interés.

–¿Adónde? –balbuceó ella, turbada y excitada por la mirada de fuego con la que él la recorrió antes de volver a mirarla a los ojos. ¿Vería el pulso palpitarle en la garganta o cómo se le habían endurecido los pezones?

Él le dedicó una sonrisa cargada de insinuaciones y ella tuvo que tomar aire para aflojar el cinturón de hierro que le presionaba los pulmones

«Respira, Lacey, respira. Tú puedes con esto».

–A París, por supuesto –dijo él, ampliando la sonrisa.

El atractivo hoyuelo asomó, tan parecido y tan distinto al de su hija.

–Supongo que bromeas –consiguió decir ella.

¿Por qué jugaba con ella y por qué la miraba como si verdaderamente quisiera que aceptara la invitación?

–Lo digo completamente en serio –dijo él, entornando los ojos–. De hecho, necesito una acompañante para el Baile Durand de esta noche.

–Pero yo soy periodista de una revista de sociedad –dijo ella.

Sabía perfectamente la hostilidad que Cade sentía hacía el periodismo de celebridades. Se lo había hecho notar nada más entrar en su despacho, aunque a continuación hubiera adoptado una actitud mucho más inquietante y cargada de posibilidades.

Al principio había pensado que se lo imaginaba, pero era evidente que flotaba en el aire, despertando sus sentidos y tentándola a aceptar su oferta, aunque supiera que no debía hacerlo.

No podía caer de nuevo bajo su hechizo porque ya no estaba sola, sino que implicaría a la hija cuya existencia le había ocultado todos aquellos años.

Él enarcó una ceja y, sin dejar de sonreír, contestó:

–Por eso mismo. ¿No es esta la oportunidad que todo periodista de sociedad quiere: verme en mi hábitat natural?

Lacey no quería despertar su suspicacia, así que dijo:

–Claro, pero… ¿de verdad quieres darme acceso a tu vida personal? –lo dos sabían que no podría escribir nada que él no aprobara, pero Brandon jamás había hecho algo así con anterioridad–. Sobre todo, teniendo en cuenta lo de Misty.

En lugar de parecer ofendido o molesto, Brandon se limitó a mirarla antes de reírse.

–Touché –dijo. Entonces la miró con aquella intensidad que le elevaba la temperatura y con un brillo de genuino regocijo en sus cautivadores ojos, añadió–: ¿Acaso estás pensando en escribir tú también sobre mis proezas sexuales, Lacey?

Ella sintió que las mejillas le ardían.

–¡Por supuesto que no!

Sin dejar de sonreír al ver su azoramiento, él contestó:

–Entonces no hay ningún problema ¿no?

–Supongo que no –dijo ella.

No se dio cuenta de que había aceptado hasta que Brandon comentó:

–Imagino que habrás traído tu pasaporte para pasar el control de seguridad.

–Sí, pero…

Antes de que Lacey pudiera contestar, Brandon miró por encima de ella hacia su ayudante.

–Daryl, di a Jennifer que reserve una habitación para la señorita Carstairs en el George V. Y avisa al piloto de que nos acompañará en el vuelo.

–Espera un momento –dijo ella, parándose en seco al sentir una corriente eléctrica cuando él la tomó por el codo para dirigirla hacia la puerta

Él frunció el ceño a la vez que ella se soltaba y Lacey tuvo la convicción de que también lo había notado.

–No tengo nada que ponerme para el baile –concluyó la frase, aferrándose al aspecto meramente práctico de la situación al tiempo que se frotaba el codo mecánicamente.

«Y tengo una hija de cuatro años a la que debería leerle un cuento esta noche».

Él asintió, mirándola sin el menor atisbo de la jovialidad previa. También él lo había notado y por alguna extraña razón, confirmarlo hizo que el calor que Lacey sentía en sus entrañas se acentuara. Al mismo tiempo, la asaltó un sentimiento de culpabilidad, no ya por Ruby, a la que podía dejar al cargo de su hermana Milly, sino por no haber desvelado su existencia al que, sin saberlo, era su padre.

«Tomaste esa decisión hace cinco años. Ruby es tuya, no de él. Tú decidiste tenerla sin contar con él».

Brandon había cortado cualquier lazo con ella en aquel mismo instante, arrancándola de la laxitud posterior al sexo y lanzándola a la fría realidad cuando todavía seguía echada sobre el escritorio con el corazón acelerado y los senos sensibles por sus besos.

«Esto ha sido un error y no volverá a pasar. El preservativo se ha roto, así que, si hubiera alguna consecuencia, llama a mi oficina y nos ocuparemos de ello».

Lacey trató de recordar la crueldad con la que la había tratado, pero la culpabilidad y la vergüenza atenazaron su garganta al darse cuenta de que el sentimiento que la dominaba era de otra naturaleza, mucho más perturbadora; el mismo que le había hecho cometer una locura años atrás.

Él retiró la mirada de su sofocado rostro para volverse hacia su asistente.

–Dile a Jennifer que mande una estilista a vestir a la señorita Carstairs al hotel.

–Muy bien, señor Cade.

En cuanto Daryl se fue, Brandon indicó la puerta con la mano. Viendo que no se atrevía a volver a tocarla, Lacey sintió cierta satisfacción al darse cuenta de que ejercía algún poder sobre él.

–Tú primero –dijo él.