Su primera vez - La cama equivocada - Natalie Anderson - E-Book

Su primera vez - La cama equivocada E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

Su primera vez Roxie se había visto obligada a crecer muy rápido, así que se había perdido muchas primeras veces. Ahora, con una lista de seis puntos pendientes, estaba preparada para empezar con el más importante: ¡perder la virginidad! A su nuevo vecino, el atractivo médico Gabe Hollingworth, le gustaban las aventuras de una noche… ¡y era un bombón! A lo mejor él podía ayudarla… Sin embargo, Gabe quería ser algo más que solo un punto conseguido en su lista de cosas pendientes y le propuso un reto que ella no podría aceptar: escapar de la química que había entre ellos. La cama equivocada Ellie Summers se había colado en la habitación de un compañero de trabajo para seducirlo. Pero la alegría del día después se tornó en vergüenza cuando despertó en brazos de un completo desconocido. Aunque Ruben Theroux parecía encantado con la situación, ella, definitivamente, no lo estaba. Lo único que podía hacer para librarse de su atractivo compañero de cama era insistir en que fueran exclusivamente amigos, pero Ruben era un hombre de negocios de éxito y sabía lo que quería, así que estaba dispuesto a perseguirla hasta conseguirla.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 436 - diciembre 2019

 

© 2012 Natalie Anderson

Su primera vez

Título original: First Time Lucky?

 

© 2012 Natalie Anderson

La cama equivocada

Título original: Waking Up In The Wrong Bed

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-730-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Su primera vez

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

La cama equivocada

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Gabe Hollingworth frunció el ceño mientras miraba la pegatina que llevaba en el parachoques el coche que tenía delante. Las curvilíneas siluetas que aparecían en esta le recordaron que al día siguiente era día de audición. La mitad de su equipo estaría allí para echar un vistazo a las posibles adiciones al grupo de seductoras damas. Pero mientras los jugadores veían a las damas como una posible diversión, Gabe pensaba que las mujeres eran las cazadoras, no las cazadas, con sus brillantes ojos, sus sugestivas poses y licenciaturas en auténtico coqueteo. Era posible que apoyaran oficialmente al mejor club de rugby del país, pero también habían trastornado la vida de más de un hombre, incluyendo la suya. De manera que al día siguiente él estaría a años luz del estadio a la hora de la audición.

Tomó el siguiente giro a la izquierda mientras el coche de delante seguía en línea recta. Aliviado, volvió automáticamente la mirada hacia la propiedad que había en el borde del parque. Hacía tanto que sentía curiosidad por esta que se había convertido en una costumbre. De manera que se fijó de inmediato en el cartel de «se alquila» con un número de móvil incluido y que aquella misma mañana no había estado allí. Estuvo a punto de sacar el móvil, pero lo que hizo fue detener el coche. Lo mejor sería echar un vistazo en persona, se dijo mientras salía.

Asumiendo que pudiera encontrar la entrada. Había un decrépito garaje en el borde del sendero y una espesa hilera de plantas y follaje parecía impedir por completo el paso a los terrenos de la casa. Al acercarse vio un sendero realmente estrecho por el que pasar entre los árboles y los arbustos. Tuvo que encogerse para que las ramas no le rozaran demasiado los brazos desnudos. Por lo complicado que resultaba llegar hasta ella, supuso que la casa estaría abandonada. Pero aquella especie de fortificación lo intrigaba y la idea de tener un escondite en el centro de la ciudad resultaba muy atractiva, sobre todo teniendo en cuenta la pesadilla en que se había convertido su último ligue. Allí no habría posibilidades de que una examante desquiciada decidiera invadir la casa; alguien tan exquisito como Diana jamás arriesgaría sus uñas y su piel entrando en un sendero como aquel.

Siguió avanzando unos metros entre el follaje y unos instantes después se encontró parpadeando a cielo abierto. Al contemplar la visión que apareció ante sus ojos olvidó al instante las rozaduras de sus brazos. Estaba claro que no se trataba de un lugar abandonado.

 

* * *

 

A Roxie solo le faltaba por limpiar el baño de abajo para que la casa quedara completamente limpia y lista para ser ocupada. Estaba empeñada en acabar esa misma tarde porque la optimista que llevaba en su interior esperaba que al día siguiente llamara alguien para alquilar la casa. Y en cuanto terminara tenía intención de volver a su estudio, tomar una ducha y meterse en la cama. Se había pasado limpiando casi todo el día y, mientras lo hacía, no había dejado de pensar en lo distinta que parecía la casa sin muebles. Ya nunca sería la misma, pero, en su corazón, siempre la consideraría su hogar. Aquel lugar era todo lo que le quedaba, pero, por mucho que le costara aceptarlo, necesitaba alquilarlo para conseguir dinero y seguir adelante con su vida.

Los ojos le escocieron mientras limpiaba la ducha, pero no a causa de las lágrimas, pues hacía tiempo que las había consumido todas, sino de los gases que despedía el producto de limpieza que estaba utilizando. Contuvo el aliento mientras pasaba la esponja, pero siguió sintiendo la ácida punzada de los gases. Entre el vapor del agua caliente y aquellos gases apenas podía ver y, debido al ruido del agua, tampoco podía escuchar bien, porque, por encima del sonido de esta creyó oír que alguien la estaba llamando. Pero allí ya no había nadie para llamarla.

Sin molestarse en cerrar los grifos, salió del baño conteniendo el aliento, desesperada por acercarse a una ventana a respirar un poco de aire fresco, porque se sentía muy débil.

–¿Se encuentra bien?

Roxie se sobresaltó, inhaló una última vaharada de vapores químicos y luego gritó. No había mejor método para evitar un desmayo… aunque no servía para mejorar la visión. Lo único que sabía era que en aquellos momentos había un hombre en la habitación al que apenas podía ver.

–¡Tranquila! –exclamó el hombre–. Tranquila. No pretendo hacerle ningún daño.

Roxie dejó de gritar; el sonido del agua corriendo también se acalló. Trató de abrir bien los ojos, pero sintió de nuevo el escozor y tuvo que cerrarlos de nuevo.

–¿Quién es usted? –preguntó con aspereza.

–¿Se le ha metido esto en los ojos?

Roxanna se sintió un poco más relajada el escuchar el tono calmado y autoritario del hombre.

–Creo que el líquido limpiador se ha mezclado con el vapor del agua caliente –contestó, consciente de que aquello no era lo más acuciante en aquellos momentos.

–Ha tenido suerte de no desmayarse –el hombre tomó a Roxanna por el brazo y la acercó hasta el borde de la bañera–. Siéntese.

Roxie parpadeó rápidamente, desesperada por recuperarse. Oyó el ruido del agua corriendo en el lavabo y sintió la caricia de la brisa que entró por la ventana cuando fue abierta. Pero, por mucho que parpadeó, la sensación de escozor en los ojos no remitió. Lo único que lograba distinguir ante sí era una alta figura que se hallaba demasiado cerca de ella.

–¿Quién es usted?

–Gabe Hollingworth. He visto el cartel y he entrado. Siento haberla asustado.

Nadie entraba así como así en aquella casa. La estratégica hilera de arbustos y árboles se aseguraba de ello. La mayoría de la gente creía que aquel lugar era una extensión del parque junto al que se hallaba, la antigua cada del jardinero, o algo parecido. Roxie había entrado por el garaje y lo había cerrado a continuación. De manera que no sabía si creerlo. ¿Habría saltado la valla para robar algo… o para hacer algo peor? Pero si realmente fuera un asesino en serie, o un violador, no la estaría ayudando en aquellos momentos.

–Tiene los ojos realmente irritados –dijo Gabe en tono sinceramente preocupado… y también divertido.

–Desde luego –Roxie apenas podía mantenerlos abiertos, porque le picaban mucho.

–Tendremos que lavarlos.

«Tendremos que nada», pensó Roxie.

–Estaré bien en un minuto –dijo.

–No. Habrá que lavarlos. Soy médico.

Roxie resopló. Tal vez no fuera un asesino en serie, pero no creía que fuera médico.

–Soy médico –repitió Gabe al ver la escéptica expresión de Roxie–. Póngase esto sobre los ojos un momento –añadió a la vez que apoyaba un paño húmedo sobre los ojos de Roxie, que alzó instintivamente una mano para sujetarlo. El agua volvió a correr en el lavabo.

–Alce el rostro –dijo Gabe, y la tomó con delicadeza por la barbilla para que lo hiciera. Retiró el paño y le hizo ladear la cabeza de un lado a otro mientras derramaba un poco de agua sobre cada ojo–. Trate de mantenerlos abiertos –murmuró–. Esto la aliviará.

Su voz sonó junto al oído de Roxanna, cuyo corazón comenzó a latir más deprisa. Hacía casi un año que no estaba tan cerca de nadie…

–¿Mejor? –preguntó Gabe.

Roxie se sintió repentinamente acalorada al recordar que tan solo vestía unos pantalones cortos de lycra y una camiseta. No llevaba sujetador. Notó que el agua se deslizaba de sus ojos a su pecho.

–Me estoy mojando –dijo a la vez que se apartaba.

–No más de lo que ya está –replicó él en un tono ligeramente más impaciente.

–Ya puedo arreglármelas sola –Roxie apartó su barbilla de la mano de Gabe–. Gracias.

El picor de los ojos prácticamente se le había pasado y los abrió para mirar al hombre que tenía ante sí. Parpadeó rápidamente. ¿Estaría alucinando? El hombre debía medir al menos un metro ochenta y tenía los hombros anchos y el pelo y los ojos negros. Vestía vaqueros, camiseta roja y zapatillas deportivas… ¡y era increíblemente atractivo!

–Gracias –repitió para romper el repentino silencio–. ¿En qué puedo ayudarlo?

–He visto el cartel en que se anuncia el alquiler de la casa.

–Acabo de ponerlo esta tarde –dijo Roxie mientras se levantaba.

–Lo sé.

–¿Quiere alquilar el lugar? –no parecía un posible inquilino. Parecía la clase de hombre que poseía cosas. Muchas cosas. El reloj que llevaba en la muñeca aquel hombre era muy caro, como su calzado y su camiseta de marca.

–Quiero comprarlo –contestó Gabe sin rodeos.

–No está en venta –replicó Roxanna con firmeza.

–¿Dónde está el dueño?

–Lo tiene delante –contestó Roxanna con aspereza.

La sorpresa fue evidente en los oscuros ojos de Gabe.

–¿No me cree?

–No parece… –Gabe negó con la cabeza–. Da igual.

Roxie sabía que había pensado que era demasiado joven como para ser la dueña de la casa. Seguro que pensaba que era una limpiadora adolescente. Pero lo cierto era que ya tenía veintidós años y hacía cinco que se ocupaba de aquella casa. Le molestó que no la viera como una mujer adulta y capaz. Resultaba irónico que, para una vez en la vida que se encontraba con un hombre espectacularmente atractivo, su aspecto fuera el de una desaliñada adolescente.

Salió del baño con toda la calma que le permitió su agitado corazón.

–La casa nunca estará en venta –dijo con toda la firmeza que pudo–. Siento que se haya esforzado en llegar hasta aquí para nada.

–No para nada –replicó Gabe mientras la seguía–. Siempre he sentido curiosidad por este lugar. Si no le importa, me gustaría echar un vistazo.

Consciente de que no podía negarse después de que acababa de ayudarla, Roxie asintió y abrió los brazos.

–La casa es conocida como La Casa del Árbol. El motivo es obvio.

Gabe recorrió el cuarto de estar con la mirada.

–Sin duda lo es –dijo con evidente aprecio–. ¿Por qué la alquila?

–Porque necesito el dinero.

–Podría obtener una buena cantidad si la vendiera.

–No voy a venderla. Y no me preocupa asegurarme un inquilino –mintió Roxie.

Gabe la observó un momento y luego volvió a mirar la habitación.

–Es única.

Sí. No era la típica construcción moderna con ventanales del suelo al techo, y tampoco era muy grande, pero era una auténtica casa del árbol, pues un viejo y sólido roble que servía a la vez de estructura y de decoración surgía del suelo en uno de los rincones del cuarto de estar. Había sido construida por los abuelos de Roxie, que habían volcado tanto amor, sudor y energía en construir la casa como en cuidarla a ella. Hasta que la enfermedad hizo que todo cambiara y que Roxie tuviera que ocuparse de ambos y también de la casa. No pensaba desprenderse de ella, pero tenía que tener algunas aventuras en aquellos momentos de su vida, o de lo contrario nunca saldría de allí. Era hora de volar libre… pero pensaba conservar su nido para regresar cuando lo necesitara.

–A la mayoría de la gente le encanta. Mi abuelo solía decir que no había nada como la belleza natural.

Gabe posó su oscura mirada en ella un momento antes de hablar.

–Y tenía razón.

Roxie le devolvió la mirada mientras sentía que se le ponía la carne de gallina. ¿Estaba hablando de la casa? Pero Gabe se había vuelto y no pudo ver su expresión.

–¿Para cuánto tiempo quiere el inquilino?

–Para un mínimo de seis meses, y preferiblemente para un año –contestó Roxie, aunque en realidad se habría conformado con menos.

Gabe se acercó hasta el rincón en que estaba el árbol. La atención de Roxie se vio inmediatamente atraída por su imagen. La parte trasera de su cuerpo, con sus anchos hombros y estrechas caderas, resultaba tan atractiva como la delantera. Tragó saliva mientras sentía que su cuerpo se acaloraba. Estaba claro que había llegado el momento de explorar parte del mundo… y de los hombres que lo habitaban. Era evidente que llevaba demasiado tiempo esperando…

Gabe se volvió de nuevo hacia ella.

–Firmaré por un año.

Roxie abrió los ojos de par en par y, por un instante, olvidó el calor que aún le recorría el cuerpo.

–Ni siquiera sabe cuál es la renta…

–Eso da igual. Y quiero tener prioridad si en algún momento decide vender la casa.

–Hay un par de cosas que aún no le he dicho.

–¿Lleva algunas condiciones incluidas?

Roxie asintió.

La expresión de Gabe se endureció.

–Tengo que seguir viviendo aquí mientras esté en la ciudad –explicó Roxie precipitadamente.

–¿No suele estar normalmente en la ciudad? –preguntó Gabe con aspereza.

–Me voy al extranjero.

–¿Cuándo?

–Pronto –en cuanto tuviera el dinero, pero Roxie decidió no mencionar que le iba a llevar unos meses conseguir la cantidad que necesitaba–. Tengo algunas cosas que hacer antes de irme.

Gabe asintió lentamente.

–De acuerdo.

Roxie experimentó una repentina oleada de pánico. Iba a resultar duro ver a un extraño viviendo en la casa, pero no iba a quedarse allí para siempre y la casa seguiría siendo suya.

–La propiedad se ocupará del jardín –Roxie vio la sonrisa de incredulidad de Gabe.

–Ya he comprobado lo denso que es el seto. ¿Me está diciendo en serio que tiene un jardinero?

–Totalmente en serio –replicó Roxie–. El seto necesita muchos cuidados. Esa condición no es negociable.

La sonrisa que le dedicó Gabe estuvo a punto de distraerla peligrosamente.

–¿Y cómo se supone que accederé a la casa si no es a través del pasadizo del seto o del garaje?

–Hay una puerta oculta en el lateral del parque.

–¿Una puerta oculta? –Gabe rio.

El sonido de su risa era cálido, contagioso… y muy sexy. Roxie tuvo que hacer esfuerzos para no quedarse boquiabierta y derretirse allí mismo. Se dio la vuelta para dejar de mirarlo y poder pensar.

–Parte del encanto de esta casa reside en su intimidad. ¿No es eso lo que busca?

–Muy astuta –dijo Gabe, repentinamente serio–. De acuerdo, las condiciones no suponen un problema. Sigo queriendo alquilarla por un año.

Roxie se sintió aún más mareada que después de inhalar los perniciosos vapores del limpiador.

–Voy a necesitar referencias.

–Por supuesto. ¿Qué le parece si le dejo un depósito para asegurarme el alquiler? Nuestros abogados pueden redactar un contrato mañana mismo. Tiene abogado, ¿no?

–Claro. Su número aparece en el cartel. Haré que se ocupe de redactar el contrato.

Gabe asintió y se volvió de nuevo hacia el árbol, tratando de mantener la mirada alta. Porque la camiseta blanca de la señorita Arrendadora no había resultado inmune tras el incidente en el baño. De hecho, prácticamente era como si no llevara nada. Pero ella no lo sabía y él no quería decírselo. No quería pensar ni un segundo más en ello. No quería pensar en lo preciosa que era. No aparentaba más de diecisiete años, y él no podía desear a alguien que apenas había alcanzado la edad legal. Parecía una niña.

Pero no lo era. Tenía el cuerpo más delicadamente femenino que había visto en su vida. Se había fijado en ello nada más entrar en el baño, sus largas piernas, su esbelta cintura, su rostro con forma de corazón, su deslumbrante piel, sus labios, carnosos y sensuales, sus vivaces ojos azules…

Y tendría que haber estado ciego para no notar cómo lo había mirado. Era una mirada a la que estaba acostumbrado, y no debería haberlo afectado. Pero le estaba costando no devolverle la misma mirada de aprecio sensual e inesperado deseo.

Tal vez él también había inhalado aquellos vapores, porque su imaginación no estaba haciendo más que empeorar las cosas. Hacía mucho que no ligaba. Demasiado. El corazón le estaba latiendo con más fuerza que hacía tiempo. Lo último que esperaba encontrar tras aquel espeso seto era una casa asombrosa con Blancanieves, la Bella Durmiente o Rapunzel dentro. No pudo evitar preguntarse dónde estarían los enanos, o las brujas…

Tenía que salir de aquel estado. Tan solo se debía a la frustración. Habría sido una locura ir a por una mujer como aquella, que debía tener la misma edad que Diana, si es que no era más joven. Sin duda querría más de la relación que él. Sería emocionalmente inmadura y aún soñaría con fantasías de amor eterno y cosas semejantes. Cuando le había dicho aquello mismo a Diana había surgido la bruja que esta llevaba dentro, intensa, necesitada, al borde de la locura… Pensar en aquello sirvió para enfriar su deseo.

Casi del todo.

Menos mal que su arrendadora se iba de viaje al extranjero. De lo contrario habría tenido que pensárselo dos veces antes de alquilar la casa. Seguro que volvería de su viaje más madura y sofisticada y, si el destino decidía volver a cruzar sus caminos, coquetearía con ella entonces. De momento iba a alquilar aquel escondite e iba a esconderse. En un par de semanas el equipo tenía un partido en Sídney y entonces pasaría un par de noches divirtiéndose como un auténtico adulto. Después de haber pasado tanto tiempo luchando para conseguir independizarse de las expectativas de su familia, no pensaba permitir que ninguna mujer obstaculizara su libertad.

Se volvió de nuevo hacia Roxie y mencionó una renta semanal que consideró razonable para la zona.

–Lo cierto es que pensaba cobrar algo más que eso. Mi abogado le enviará los detalles de la cuenta para que automatice los ingresos.

De manera que la Bella Durmiente no estaba tan dormida. Bien por ella. Hablaba a su favor el que estuviera al tanto del verdadero valor de su propiedad. Gabe reprimió las flirteantes frases que tenía en la punta de la lengua y sacó su cartera, de la que extrajo suficiente dinero para cubrir dos meses de alquiler. Roxie lo aceptó con mano firme.

–¿No crees que deberías decirme tu nombre? –preguntó Gabe, tratando de ocultar que se moría de deseo por dentro.

–Roxanna Jones –contestó Roxie con la cabeza alta y sin ruborizarse.

–Es un placer hacer negocios contigo, Roxanna.

–¿Cuándo quiere mudarse?

–Mañana.

Roxie se quedó boquiabierta.

–¿Está sin casa?

–No, pero me gusta mucho la intimidad de este sitio.

–Lo entiendo –Roxie sonrió, repentinamente animada ante las perspectivas que le ofrecía el futuro.

Gabe asintió y se volvió bruscamente.

–Ahora será mejor que te deje seguir con tu trabajo.

–¿No quieres ver el resto de la casa?

–Lo veré mañana.

–De acuerdo. En cuanto estén los papeles arreglaré las cosas para que puedas meter tus cosas por el garaje.

–Eso estaría bien –dijo Gabe en un tono cargado de ironía.

Roxie trató de calmar los latidos de su corazón razonando. Aquel hombre era su nuevo inquilino, de manera que más le valía contener las respuestas. No quería estropear aquello. Pronto sería libre para viajar al extranjero y descubrir a todos los tíos buenos que había por el mundo… aunque dudaba que hubiera otro como aquel en todo el planeta.

–¿Quieres salir por la verja o por el seto? –aún no le había enseñado la parte trasera de la casa ni el jardín, y quería ser testigo de su sorpresa.

–Saldré por el seto y trataré de recolocar alguna de las ramas que he tenido que doblar para pasar. No me gustaría que alguien más entrara por ahí y te diera un susto.

–Menos mal que no me había desnudado del todo para limpiar la ducha; si lo hubiera hecho habrías sido tú el que se habría llevado el susto –dijo Roxie con una risita avergonzada.

Para su sorpresa, la breve sonrisa que le dedicó Gabe antes de alejarse de ella pareció igualmente avergonzada.

Menuda metedura de pata. El bochorno la enfrió por completo al recordar que el hombre del milenio ni siquiera la veía como una auténtica mujer. Moviendo la cabeza por su torpeza, volvió al baño para terminar su tarea. Al verse en el espejo casi se lleva un auténtico susto. Además de tener los ojos rojos a causa de la irritación, su camiseta estaba mojada y se había vuelto casi transparente. De algún modo, el efecto resultaba aún más revelador que si hubiera estado directamente desnuda. Sin embargo, Gabe el Macizo ni siquiera había parpadeado. No había mostrado el más mínimo interés. Se preguntó qué tendría que hacer para que alguien como él se fijara en ella dos veces seguidas.

Suspiró mientras se pasaba una mano por la desarreglada cola de caballo. No era de extrañar que Gabe ni siquiera hubiera parpadeado. Imaginó un nuevo corte y un nuevo tinte. Luego bajó la mirada hacia su pecho e imaginó que llevaba un sujetador de los que realzaba el busto. Ya era hora de cambiar de aspecto. Sin duda, lo más razonable habría sido ingresar aquel dinero en el banco en cuanto abriera al día siguiente, pero llevaba tanto tiempo sin un penique que podía permitirse algún lujo. Con aquella renta no tardaría en ahorrar lo que necesitaba, y si invertía algo en vestuario tendría un aspecto magnífico para la audición. Compraría algo para celebrarlo.

Sintiéndose más energética, puso música y empezó a practicar su baile hasta que, agotada, acabó sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra el árbol. Sus pensamientos volvieron de inmediato a su inquilino. Escuchó su voz, sintió de nuevo la firmeza de sus manos… pero en cuanto recordó su impasible expresión sintió que su determinación aumentaba. No pensaba volver a parecer tan invisible para nadie.

Su trabajo en la casa había terminado y se merecía algo de diversión. Y no era solo por la audición por lo que pensaba tener un aspecto fabuloso. La siguiente ocasión en que viera a su inquilino iba a conseguir que la mirara dos veces.

E incluso tres.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Gabe llegó al trabajo a media tarde, tras haber pasado la mañana preparando algunas cajas que había logrado llevar en tan solo dos viajes. Al salir del coche y escuchar la música que estaba atronando por los altavoces del estadio masculló una maldición. Esperaba que ya hubieran terminado para esa hora. Avanzó por los pasillos hasta su despacho y, una vez dentro, cerró la puerta. Encendió el ordenador y echó un vistazo a su correo. Excelente. Las pruebas que esperaba ya habían llegado. Se acomodó en su asiento y comenzó a leerlas. Pocos minutos después se abrió la puerta del despacho.

–Me alegra encontrarte aquí, Gave. Necesito que eches un vistazo a una de las chicas.

Dion, el director ejecutivo del estadio. Dion, que no tenía ningún problema en asistir a las audiciones de las bailarinas.

–No –contestó Gabe sin molestarse en apartar la mirada de la pantalla.

–Necesito que lo hagas. En serio. Le ha picado una abeja y es alérgica.

–Supongo que estás bromeando. ¿Una picadura de abeja? –gruñó Gabe–. Es las excusa más patética que he escuchado hasta ahora.

–Pero auténtica. Deberías…

–He visto torceduras de tobillos, de muñecas, golpes en las pantorrillas… todos falsos. Pero lo de la picadura de una abeja es una auténtica primicia. El problemas es que no hay abejas.

–Gabe…

–No quiero ocuparme de otra bailarina desesperada por conseguir una cita, Dion. Ya he tenido suficiente.

Más que suficiente. Tras provocar una guerra fría en su familia por negarse a aceptar la tradición, y el horror de una examante loca que no dejaba de acecharlo, Gabe había aprendido dos cosas: la primera, que no pensaba limitar su vida casándose y teniendo que comprometer sus propias metas por el resto de sus días. Y para asegurarse de escapar de ese dogal sabía que tenía que dejar sus intenciones claras desde el principio… y no relacionarse con ninguna mujer que tuviera algo que ver con su trabajo. Especialmente en un trabajo como aquel, donde la tentación, exacerbada por los continuos viajes, era demasiado para la mayoría de los hombres. Ya había visto demasiados matrimonios vergonzosamente breves, e incluso escándalos mayores.

–Debería haberte dicho que la he traído conmigo –Dion se apartó con una maliciosa sonrisa en el rostro y Gabe comprobó que no estaba solo–. Y, por si te interesa, prácticamente he tenido que traerla a rastras. Ella dice que está bien, pero yo no me fío.

Gabe hizo una mueca de desagrado. Sin duda, la chica había escuchado toda la conversación. Tras dedicar una mirada asesina a la espalda de Dion, que ya se estaba alejando, se levantó de su silla para echar un vistazo a su nueva paciente.

Tenía la cabeza inclinada, de manera que no podía verle el rostro. Como era de esperar, era rubia. Tenía los miembros largos y esbeltos de una bailarina… y un atuendo igualmente mínimo. Entonces alzó los ojos y le dedicó una mirada retadora. Se había ruborizado. Cuando se fijó en sus labios, carnosos y firmes, la reconoció.

¿Realmente tenía ante sí a su jovencísima arrendadora?

–Hola, Gabe –a pesar del rubor de sus mejillas, estaba intensamente pálida.

–¿Qué haces aquí?

–¿Aún no lo has deducido? –los ojos azules de Roxie destellaron, pero no a causa de las lágrimas, sino desafiantes.

Gabe no podía creer lo que estaba viendo. El ralo pelo castaño había sido teñido de rubio y, aunque estaba algo más vestida que el día anterior, los pantalones cortos que llevaba eran aún más cortos y la camiseta mojada había sido sustituida por una ceñidísima malla rosa.

–Creía que habías dicho que te ibas al extranjero –dijo, tontamente.

–Y me voy –Roxie lo miró a través de unas pestañas perfectamente maquilladas.

–Entonces, ¿por qué estás haciendo la prueba para entrar en el grupo de animadoras de los Blade?

–Me iré cuando termine la temporada.

–¿Cuando termine la temporada? –repitió Gabe, consternado. Creía que iba a irse en una o dos semanas a lo sumo. ¿Cómo iba a ser capaz de vivir a menos de un tiro de piedra de ella durante seis meses? Especialmente si iba a seguir llevando un atuendo como aquel…

–Sí, pero me temo que esa estúpida abeja ha estropeado mis planes. Y no, no he dejado que me picara solo para que me pudieras echar un buen vistazo al interior del muslo.

Gabe cerró la boca y tuvo que esforzarse para no sonreír y a continuación reír. Se acercó a ella para observarla mejor. Su transformación era espectacular, pero captó un matiz de inseguridad en su expresión en cuanto invadió su espacio. Una especie de locura se apoderó de él cuando Roxie alzó levemente la barbilla y se negó a apartar la mirada. Su audacia lo impresionó. Pero si quería sacarle sus uñas de gatita, jugaría con ella un poco. No podía resistir la tentación de ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Sospechaba que no muy lejos.

–¿De verdad simulan algunas bailarinas una lesión para poder venir a verte?

Su incredulidad descolocó a Gabe. Carraspeó, consciente de que había sonado arrogante.

–Ha sucedido en un par de ocasiones.

Roxie dejó escapar una risita, encantada al ver que su inquilino había lanzado una nueva mirada a su atuendo; al menos había logrado uno de sus objetivos.

–Pero tú no eres una estrella del rugby. Seguro que las chicas tienen peces más gordos que freír en este lugar.

–Puede que algunas prefieran mis valores.

Con el corazón desbocado, Roxie respiró cuidadosamente antes de responder.

–Estoy segura que la mayoría prefieren los valores y los ingresos de las verdaderas estrellas.

La sonrisa de Gabe fue la de un auténtico tiburón.

–Puede que haya otros factores a mi favor.

Roxie supuso que se refería a su aspecto. Ciertamente, este era tan bueno que sentía todos los músculos del cuerpo tensos, especialmente los de sus partes íntimas.

–Por mí no tienes que preocuparte, porque no eres mi tipo –mintió, sintiéndose descarada, divertida, y sorprendentemente controlada.

–Ah, ¿no?

Roxie se quedó paralizada. No esperaba un reto tan directo. Entrecerró los ojos.

–Definitivamente no. Eres demasiado arrogante.

Gabe se inclinó hacia ella sin dejar de sonreír.

–A muchas chicas les gusta la seguridad.

–También hay muchas chicas a las que les gustan los chicos malos, pero yo no soy como la mayoría de las chicas.

–Eso es cierto –Gabe frunció el ceño–. ¿Pero qué estás haciendo aquí, Roxanna?

–Presentarme a la audición –susurró Roxie, decidida a mantener el tono–. Y me llamo Roxie.

Sí, era divertido volver a poner en marcha los músculos del coqueteo, que tanto tiempo llevaban dormidos. Porque podía ver la reacción de Gabe, el revelador brillo de su mirada.

–Ayer me dijiste que era Roxanna –dijo Gabe a la vez que daba un paso hacia ella.

–Ayer me pillaste por sorpresa –contestó ella sin apartar la mirada de sus ojos.

Gabe detuvo la mirada en su rostro, en sus ojos, sus labios, y luego la deslizó hacia su pecho.

–De manera que ahora eres Roxie.

–Sí. Siempre he sido Roxie –replicó, consciente del efecto que estaba teniendo en Gabe. Para algo le había servido tener un novio. Un novio que la dejó colgada en su momento de mayor necesidad. Había merecido la pena cada penique que se había gastado en la peluquería aquella mañana. La pobre Roxanna nunca había tenido una oportunidad, pero con un poco de tinte rubio y un poco de maquillaje la cosa cambiaba. Resultaba increíble que los hombres fueran tan superficiales. Pero en aquellos momentos le daba igual. Estaba disfrutando viendo el calor que emanaba de aquellos ojos.

Gabe movió la cabeza lentamente.

–Bueno, Roxie, será mejor que echemos un vistazo a eso.

Roxie bajó la mirada hacia su muslo y suspiró.

–Te quiero en la cama.

Roxie estuvo a punto de quedarse boquiabierta, pero en seguida comprendió que Gabe le estaba tomando el pelo y fue a sentarse en la camilla.

–No estabas bromeando –murmuró Gabe cuando vio el círculo rojo que tenía en el interior del muslo.

–Claro que no. Y duele bastante.

Gabe se inclinó para mirarlo mejor.

–Creo que el aguijón no ha quedado dentro. Abre las piernas –dijo Gabe en tono indiferente, aunque sin perder aquel peligroso brillo en la mirada.

Roxie se sintió externamente paralizada, pero por dentro se derritió.

–¿Hasta qué punto? –logró preguntar.

–Lo suficiente para que yo quepa entre ellas.

La expresión de Gabe era de puro reto. ¿Se estaba divirtiendo a sus expensas? Pero ella también sabía jugar, se dijo Roxie. No pensaba hacerse la inocente y avergonzada… aunque se sintiera así. Y ella, que nunca había abierto las piernas para ningún hombre, las abrió tanto como pudo.

–¿Así está bien? –preguntó con voz ronca.

Gabe bajó la mirada. Abrió la boca. La cerró. Tragó saliva cuando volvió a bajar la mirada.

–Más o menos –murmuró a la vez que se situaba entre las piernas de Roxie, a escasos centímetros de su sexo.

Roxie ignoró el rubor que sabía que cubría cada centímetro de su piel y, sintiéndose triunfante, sonrió de oreja a oreja.

–No sabía que prometiste flirtear con tus pacientes cuando hiciste el juramente hipocrático.

–Tú no eres una paciente.

–¿No? ¿No me está examinando usted, doctor?

–No como profesional. Solo voy a darte un poco de pomada para que te la apliques en la picadura.

Roxie no sabía lo que le pasaba, pero el deseo de seguir con aquel jugueteo resultó irresistible. Por primera vez en su vida se sentía llena de confianza.

–¿No vas a aplicármela tú? –ronroneó.

–No –Gabe dio un paso atrás–. No voy a hacerlo.

–Oh –Roxie lo miró con expresión inocente–. ¿Solo te gusta dar crema a esos enormes jugadores de Rugby?

Gabe volvió a acercarse a ella. La observó en silencio, asegurándose de obtener su atención, y luego deslizó una mirada deliberadamente sexual por su cuerpo.

–Tu pelo no es lo único que ha cambiado desde ayer –dijo, mirando atentamente el pecho de Roxie. Era evidente que se había dado cuenta.

Roxie alzó el mentón, negándose a dejarse vencer por la vergüenza.

–Es asombroso lo que puede hacer por una chica la ropa interior adecuada.

–Asombroso –dijo Gabe, y de pronto rio.

A pesar de la tensión que sentía, Roxie no pudo evitar devolverle la risa.

–¿Crees que ese no es mi busto real?

–Ambos sabemos que no lo es.

Sí, ambos lo sabían. Lanzada, Roxie batió las pestañas con afectación.

–Pero debes admitir que, si no lo supieras, te habría engañado por completo.

–Por completo –asintió Gabe.

–Y, aunque conozcas la verdad, ¿te gusta el efecto?

Gabe suspiró profundamente, casi con esfuerzo. Luego movió la cabeza.

–Habría que ver qué pasaría con uno de esos jugadores de rugby. ¿Qué harías cuando descubriera la verdad?

Roxie arrugó la nariz.

–Entonces, ¿qué llevas? ¿Algodón?

–Almohadillas de gel. Son mucho más cómodas.

–¿Parecen naturales al tacto?

Roxie miró los oscuros ojos de Gabe, que se hallaban a escasos centímetros de los suyos.

–¿Quieres comprobarlo por ti mismo?

–Roxie… –Gabe carraspeó y se volvió rápidamente, fue hasta una vitrina y empezó a ordenar algunos paquetes de gasas con total concentración.

La decepción hizo estallar la burbuja de fantasía en que se hallaba sumida Roxie. Bajó la mirada hacia sus piernas y el dolor, del que prácticamente se había olvidado, volvió a aflorar con fuerza. El color rojo se estaba intensificando y la inflamación se extendía.

–Creo que la reacción está empeorando –murmuró, y tuvo que morderse el labio inferior a causa del picor.

–Desde luego –contestó Gabe con brusquedad a la vez que volvía a acercarse a ella sin mirarla a los ojos. Abrió el tubo de crema que había tomado del armario y puso un poco de crema en la punta de sus dedos–. También te daré un par de antihistamínicos. Tómalos cuando llegues a casa. Puede que te adormezcan un poco.

Roxie asintió, ya incapaz de hablar. Gabe le había hecho separar las piernas de nuevo y le estaba extendiendo la crema en el muslo. Al parecer había olvidado que pensaba dejar que se la aplicara ella. Lo observó mientras le aplicaba la crema. Ahora entendía exactamente por qué todas aquellas bailarinas simulaban alguna lesión para que Gabe las atendiera; porque era divertido. Gabe era realmente guapo, y muy masculino, y tenerlo tan cerca, acariciándola de aquel modo… Sabía que no debería estar sintiéndolo de un modo tan sensual, pero así era. No debería imaginar aquellos dedos deslizándose más y más arriba entre sus muslos, no debería estar sintiendo aquel calor, aquel deseo que la derretía… pero lo estaba sintiendo, y fue incapaz de contener un sensual estremecimiento.

Gabe la miró a los ojos. La diversión había desaparecido de su mirada para dar paso a un incendio.

–Creo que será mejor que sigas tú –murmuró.

Roxie sintió que algo le atenazaba la garganta, enmudeciéndola. De manera que asintió. El corazón le latía con tal fuerza que lo sentía por todo el cuerpo. Gabe había dejado las manos apoyadas en sus muslos. En cualquier momento podía volver a separárselos…

Si quería hacerlo.

Sabía que él estaba pensando en lo mismo. Que quería lo mismo que ella. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no humedecerse los labios con la lengua. De pronto notó que Gabe se inclinaba más hacia ella…

–¿Cómo va la nueva chica, Gabe?

Gabe se apartó tan rápido que Roxie apenas tuvo tiempo de parpadear antes de verlo junto al fregadero, lavándose las manos.

–¿Te refieres a mí? –Roxie miró a la vivaz rubia que acababa de entrar. Era Chelsea, la líder del grupo de animadoras.

–Sí. ¿Estás bien? –Chelsea se acercó a mirar la pierna de Roxie–. ¡Vaya picadura!

–No es nada –Roxie había olvidado por completo la picadura en aquellos últimos e intensos instantes–. Estoy bien.

–Magnífico, porque te queremos en el grupo. Lo has hecho muy bien hasta que te ha picado esa abeja.

–¿En serio? ¿Lo dices en serio? –Roxie creía haber perdido cualquier posibilidad tras la picadura de la abeja.

–Sí. Has hecho ballet clásico, ¿verdad?

Roxie asintió, aunque no asistía a una clase de ballet clásico desde los dieciséis años.

–Se te notaba en la técnica. Pero tu estilo libre me ha encantado y quiero aprender tus movimientos. Nunca había visto a una chica bailar brake dance como tú. Necesitamos un poco de chispa, y tú la tienes.

Nadie le había dicho a Roxie nunca que tuviera chispa, aunque también era cierto que hacía años que nadie la veía bailar. La euforia se sumó a la excitación que ya estaba sintiendo. No pudo resistirse a echar una mirada al moreno tormento que se hallaba en aquellos momentos tras Chelsea. Percibió una clara emoción en su rostro enfado.

¿Por qué parecería tan molesto?

–Te dejo estas pastillas –Gabe pasó junto a Chelsea y, tras dejar un botecito de pastillas en la esquina de la mesa, salió de la consulta como alma que lleva el diablo.

–Está buenísimo, ¿verdad? –dijo Chelsea en cuanto se cerró la puerta.

–¿Disculpa? –dijo, mientras trataba de asimilar el cambio de humor de Gabe.

–Gabe –explicó Chelsea–. Está más bueno que cualquiera de los jugadores. Además tiene cerebro y montones de dinero.

–¿En serio?

–Sí, pero no te molestes en mirarlo demasiado. ¿Has visto cómo ha salido corriendo de aquí en cuanto ha podido? Pero solía ser muy lanzado y salía con una mujer distinta cada noche. Un auténtico depredador.

–¿Qué le hizo cambiar? –preguntó Roxie, tratando de no mostrarse demasiado interesada.

–Su ex, Diana, se volvió loca por él. Literalmente loca. Bailaba aquí. Cuando apenas llevaban unos días saliendo, se trasladó al apartamento de Gabe aprovechando que este no estaba el fin de semana. Gabe casi tuvo que acabar pidiendo una orden de alejamiento, pero la familia de Diana se ocupó de ella. No fue culpa de Gabe que Diana se llevara tal desilusión. Todo el mundo sabe que no tiene ninguna intención de poner uno de estos en el dedo de una mujer –Chelsea alzó la mano izquierda para mostrar su anillo de compromiso–. Gabe siempre será un playboy. Pero ahora es un playboy reprimido –frunció el ceño y miró atentamente a Roxie–. Cuando sonríe, algo que apenas hace últimamente, todas las mujeres se derriten. No hay una mujer en el mundo a la que no le guste.

Roxie sabía que negar aquello habría resultado demasiado revelador.