Sucedió en la playa - Heidi Rice - E-Book
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Sucedió en la playa E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

¿Lograría que el atractivo capitán picara el anzuelo? Tras recibir una mala noticia, Ella se marchó a Las Bermudas en busca de ocio y descanso. Allí, rodeada de enamorados y de casados mirones, se dio cuenta de que aquellas soñadas vacaciones resultaban aburridas, pero sucedió algo inesperado: un tipo guapo y enigmático llamado Cooper Delaney la invitó a salir. Aunque Coop no era de los que flirteaban con las turistas, no podía sacarse a la dulce Ella de la cabeza. Aprovechó un viaje de negocios a Europa para verla, pero una vez en Londres se encontró con una joven aún más hermosa, con muchas más curvas y que guardaba un secreto que jamás hubiera esperado.

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Seitenzahl: 168

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Heidi Rice

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sucedió en la playa, n.º 2058 - septiembre 2015

Título original: Beach Bar Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6811-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

«La próxima vez que reserves las vacaciones de tu vida, no escojas el destino de todas las parejas, idiota».

Ella Radley se acomodó la mochila y puso una mueca. Había pasado todo el día recluida en una lujosa habitación con vistas al mar del Paradiso Cove Resort de Las Bermudas, también conocido como Canoodle Central, la piel aún le escocía.

Suspiró. Las quemaduras de tercer grado también le recordaban que estaba soltera. Todo le recordaba que estaba soltera. Contempló la cola de seis parejas que tenía delante en el muelle Royal Naval Dockyards, en Ireland Island. Todos esperaban para subir a bordo de la lancha y estaban en distintas fases de intensidad amorosa. La página web de la empresa de buceo les había prometido que sería «la expedición de sus vidas».

Desafortunadamente, había reservado la visita una semana antes, antes de verse cortejada por una sucesión de hombres casados y de chicos pubescentes, antes de que el sol más inclemente le quemara toda la piel de los hombros. La posibilidad de vivir la «experiencia de su vida» había quedado, por tanto, descartada.

Ruby, su mejor amiga, le había dicho una vez que era demasiado romántica y dulce. Pero eso lo tenía superado. El paraíso y todos sus encantos podían irse al infierno. Ella prefería hacer cupcakes en la acogedora cocina de la pastelería Touch of Frosting, situada en el norte de Londres. Prefería reírse de la pesadilla en la que se habían convertido sus vacaciones de ensueño. Eso era mucho mejor que hacer cola para ir a bucear y terminar con el estómago revuelto.

«Deja de quejarte».

Ella miró al otro lado de la bahía. Trató de encontrar algo que la hiciera recuperar esa perspectiva positiva que siempre la había caracterizado. Yates, lanchas, un enorme crucero… El agua estaba tan azul que casi le dolían los ojos de tanto mirarla. Recordaba la arena rosada que había visto durante el viaje, las palmeras exuberantes, los bungalows que parecían sacados de un folleto turístico.

Solo le quedaba un día más para disfrutar de la deslumbrante belleza de esa isla paraíso. A lo mejor reservar esas vacaciones no había sido la cosa más inteligente que había hecho en toda su vida, pero necesitaba distraerse. El cosquilleo del pánico le recorrió la piel. Ese nudo en el estómago ya le resultaba tan familiar… Se tocó el vientre por encima del fino algodón del vestido y la sensación acabó desvaneciéndose. Necesitaba ese viaje. Necesitaba salir de su habitación antes de que el miedo se apoderara de ella, antes de que terminara haciéndose adicta a los culebrones.

La cola avanzó un poco. Un hombre alto llamó su atención. Llevaba unos viejos pantalones cortos, una camiseta negra con el logo de la empresa y escondía el rostro debajo de una gorra. Ella contuvo la respiración y cerró los ojos para no verse deslumbrada por el resplandor del agua. Tenía que ser el capitán Sonny Mangold, el mismo que aparecía en la web. Para andar cerca de los sesenta estaba en muy buena forma. No podía verle el cabello a esa distancia, pero debía ser de color blanco…

El capitán Sonny comenzó a darles la bienvenida a todas las parejas a medida que subían a bordo. Su marcado acento americano llegaba hasta ella a través del aire húmedo y espeso. No era capaz de oír lo que decía, pero algo la inquietó. La pareja que tenía justo delante le impedía ver con claridad lo que ocurría. Cuando el capitán les ayudó a subir al barco, Ella dio un paso adelante. Se fijó en sus anchas espaldas y en sus piernas musculosas. Mechones de color rubio le sobresalían por debajo de la gorra; y una fina barba de un día le cubría la mandíbula, cuadrada y masculina. De repente él levantó la vista.

«Dios mío. Es impresionante. Y tendrá unos treinta y pocos».

–Usted no es el capitán Sonny.

–Capitán Cooper Delaney, a su servicio.

Unos ojos de color verde jade la miraron durante una fracción de segundo.

–Y usted debe de ser… la señorita Radley –dijo, mirando la lista que tenía en las manos.

Un segundo después le tendió una mano fuerte y bronceada.

–Bienvenida a bordo del Jezebel, señorita Radley. ¿Hoy viaja sola?

–Sí –dijo Ella, tosiendo de repente. Un calor repentino se apoderó de ella.

«¿Pero qué me pasa? ¿Se habrá dado cuenta?».

–¿Hay algún problema? –le preguntó, y entonces se dio cuenta de que era como si le estuviera pidiendo permiso.

–No. Claro que no –sus labios hicieron un gesto que no llegó a ser una sonrisa–. Siempre y cuando no tenga inconveniente en tenerme de compañero de buceo.

Ella sintió que le apretaba los dedos al ayudarla a subir al barco. Pudo sentir las durezas que tenía en la palma de la mano.

–No dejamos que los clientes buceen solos. No es seguro.

–Ningún problema.

Aunque acabara de conocerle, Ella sabía que no había nada seguro con el capitán Cooper Delaney. Sin embargo, el inofensivo peligro le resultaba de lo más emocionante.

–¿Qué tal si se sienta delante conmigo?

No parecía una pregunta, pero Ella asintió.

Cooper Delaney le dio una palmadita en la espalda, justo por debajo de la quemadura, y la guio hasta uno de los asientos de la cabina del barco.

–Siéntese ahí, señorita Radley –se tocó la visera y dio media vuelta para dirigirse a los otros pasajeros.

Ella le escuchó mientras se presentaba a sí mismo y a los dos jóvenes tripulantes que le acompañaban. El viaje duraba veinticinco minutos y visitarían una zona de buceo llamada Western Blue Cut. Allí estaba el pecio que iban a explorar.

Él se sentó a su lado. Bajó la palanca del cambio de marchas, apretó un botón y el motor se puso en marcha. La miró de reojo un instante y entonces se puso las gafas de sol.

Ella sintió el rubor en las mejillas nuevamente.

El barco comenzó a moverse y pasó por delante de los demás botes que estaban amarrados en el puerto. En cuestión de segundos estaban en alta mar, navegando rumbo al arrecife.

Él esbozó una sonrisa cómplice.

–Agárrese bien, señorita. No quiero perder a mi compañera de buceo antes de llegar.

Los labios de Ella formaron la primera sonrisa auténtica que era capaz de esbozar en muchos meses.

Después de todo, a lo mejor no había sido tan mala idea ir sola de vacaciones.

 

–Bueno, cielo, ya veo que has llamado la atención de Coop.

Ella se ruborizó al oír el comentario de la señora que estaba parada a su lado frente a la barandilla del barco. Tendría unos cincuenta y pocos años y tenía algo de sobrepeso. Llevaba unos pantalones cortos de color rosa y una camiseta en la que se podía leer: «Encontré a mi corazón en Horseshoe Bay».

Habían llegado a su destino diez minutos antes y estaban esperando a que el capitán y la tripulación distribuyeran el equipo de buceo.

–¿Conoce al capitán?

–Conocemos a Coop desde hace más de diez años –dijo la mujer con acento del oeste–. Bill y yo venimos a St. George todos los años desde nuestra luna de miel en 1992. Y nunca nos perdemos la excursión del Jezebel. Coop era uno de los mozos de Sonny, pero ya es capitán desde hace mucho –la mujer extendió una mano–. Me llamo May Preston.

–Ella Radley. Encantada de conocerla –Ella le estrechó la mano.

El gesto amable de la señora resultaba reconfortante.

Había visto a May en el complejo del hotel, y también a su marido, Bill. Era uno de los pocos casados de Paradiso Cove a los que no se les iba la mirada.

–Eres un encanto, y con ese acento tan dulce… –May ladeó la cabeza y la miró de arriba abajo. Los turistas americanos eran los únicos que eran capaces de hacer eso sin parecer maleducados–. Tengo que decir que siempre me he preguntado cuál era el tipo de Coop, pero tú eres toda una sorpresa.

–Yo no diría que soy su tipo. Simplemente es que soy la única mujer que está sola. Él solo trata de ser amable y de hacer su trabajo.

May dejó escapar una risotada.

–No te creas, cielo. Coop no es muy amable que digamos. Y suele pasar casi todo el tiempo quitándose de encima a las pasajeras.

–Seguro que se equivoca en eso –Ella sintió que el corazón se le aceleraba.

–A lo mejor. Pero esta es la primera vez que oigo hablar de la norma de seguridad de la excursión de buceo, y llevo veinte años viniendo.

 

Ella esperó su turno pacientemente. El capitán y sus marineros ayudaron a todos los buceadores a echarse al agua. Cooper Delaney daba la impresión de ser todo un profesional mientras ajustaba aletas y máscaras y daba instrucciones acerca de cuánto podían alejarse del barco. Les informaba de cuánto tiempo tenían antes de tener que volver y les explicaba cómo diferenciar la rueda a pedales del barco que habían ido a ver.

De pronto se dio la vuelta y se quitó las gafas de sol. Esa sonrisa seductora que ya le resultaba tan familiar la hizo sonrojarse de nuevo, tanto que tuvo que abanicarse con la pamela.

Él cruzó la cubierta y se dirigió hacia ella. Su mirada de color verde esmeralda deslumbraba más que el agua cristalina.

–Bueno, señorita Radley. Quédese en traje de baño y le pongo todo el equipo para que podamos salir.

Se inclinó contra la consola. Su mano fuerte y grande estaba demasiado cerca.

Ella respiró profundamente.

–¿Es necesario?

–Me temo que sí. La sal del agua le va a estropear ese precioso vestido que lleva. Espero que no haya olvidado el traje de baño –añadió, esbozando una sonrisa.

–No. Me refería a que vayamos a bucear los dos –Ella sintió que los pezones se le endurecían justo cuando él bajaba la vista–. ¿Es necesario?

Él levantó una ceja. La sonrisa seguía en su sitio.

–May Preston me ha dicho que jamás había oído hablar de esa norma –las palabras se le escaparon antes de que pudiera hacer algo al respecto–. Ya sabe… Eso de que es obligatorio bucear en pareja, por seguridad –Ella notó que empezaba a tartamudear–. Sé que es importante cuando se hace scuba-diving, aunque yo nunca lo he hecho… –se detuvo al ver que la sonrisa de Cooper Delaney se hacía aún más grande–. Solo… me preguntaba si es absolutamente necesario, aunque solo vaya a estar a unos metros del barco.

–Muy bien.

Él masculló algo entre dientes y entonces se quitó la gorra. Tenía el pelo húmedo por el sudor y aplastado contra la frente.

–Lo que puedo decir es que… –se dio un golpecito en el muslo con la gorra–. May Preston tiene la boca muy grande, y por eso voy a hablar con ella en cuanto vuelva a subir a este barco.

–¿Es cierto? –Ella abrió los ojos–. ¿Te lo has inventado de verdad? ¿Pero por qué? –le preguntó Ella, tuteándole sin reparo. Las circunstancias lo exigían.

 

Cooper Delaney vio cómo se abrían los ojos azules de la preciosa joven inglesa y se preguntó si le estaba tomando el pelo.

Tímida, guapa y absolutamente perdida, Ella Radley le había parecido triste y linda cuando la había visto en la parte de atrás de la cola. Se había sonrojado en cuanto le había dedicado una sonrisa y eso le había cautivado por completo.

Ese rubor era tan sutil que se había quedado embelesado durante unos segundos y la norma del buceo en parejas se le había ocurrido de repente.

¿Pero cómo era posible que no supiera lo hermosa que era, lo encantadora que era? Tenía los ojos tan grandes que casi podría haber sido la heroína de uno de esos libros de manga a los que era adicto en el instituto. Y los pezones se le dibujaban bajo el tejido del vestido cada vez que la miraba. No podía ser verdad. Tenía que ser una farsa.

Pero si era una farsa, entonces era una buena actriz, y eso merecía todo su respeto, porque él también había pasado media vida haciendo obras de teatro.

Se dispuso a recibir el castigo como un hombre y cruzó los dedos para no recibir una bofetada.

–Si te dijera que lo dije porque me pareció que no te vendría mal algo de compañía, ¿me creerías?

El rubor se apoderó de sus mejillas de inmediato, iluminando las pecas que tenía en la nariz.

–Oh, sí. Claro. Ya me imaginé que sería algo así –Ella se tapó los ojos con la mano y levantó la barbilla–. Todo un detalle, capitán Delaney. Pero no querría ser una molestia, teniendo en cuenta que estás muy ocupado. Me las arreglaré bien sola.

Cooper abrió los ojos, estupefacto. Era la primera vez que alguien le decía que era una persona considerada. Ni siquiera su madre se lo había dicho nunca, a pesar de lo mucho que se había esforzado por engañarla cuando estaba tan débil.

–Llámame Coop –le dijo. No estaba muy convencido de haberse librado todavía, pero decidió seguir adelante–. Créeme. Estaría encantado.

Trató de imitar la expresión de la joven inglesa, esa expresión que decía que hablaba completamente en serio. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero al final se dio cuenta de que era una causa perdida. De niño había aprendido a esconder todas sus emociones detrás de esa sonrisa indiferente, así que no tenía mucha experiencia en lo referente a hablar en serio.

Ella esbozó una sonrisa.

–Muy bien. Si estás seguro de que no será una molestia para ti… Vamos.

La sonrisa de Ella Radley le dejó sin aliento durante unos segundos, y entonces se sacó el vestido por la cabeza.

Coop estuvo a punto de perder el equilibrio. Tenía unas curvas generosas y todo estaba en su sitio. La única tela que le cubría el cuerpo consistía en tres diminutos triángulos de licra de color morado que no dejaban mucho margen para la imaginación.

De repente se volvió y se guardó el vestido en el bolso que había dejado debajo del panel de mandos. Coop reparó en sus hombros quemados por el sol. Tenía una marca enorme que le bajaba por la espalda casi hasta la línea del biquini.

–Oh, eso tiene que doler. Necesitas un protector solar de alta cobertura. Los rayos solares son infernales en Las Bermudas, incluso en abril.

–Tengo un factor cincuenta, pero no conseguí.

Coop se frotó la fina barba de un día que le cubría la mandíbula.

–Bueno, creo que en eso puede ayudarte tu compañero de buceo.

Ella esbozó una sonrisa de agradecimiento y Coop casi llegó a sentirse culpable por aprovecharse de ella.

–Eso sería estupendo, si no te importa –sacó un bote de crema del bolso.

Se puso de espaldas y se levantó el cabello. Coop tomó un poco de loción en las manos. Parecía pintura acrílica.

Iba a disfrutar mucho extendiéndosela por la piel.

Si hubiera sabido que el papel del buen samaritano conllevaba esa clase de beneficios, lo hubiera puesto en práctica más a menudo.

Capítulo Dos

 

Ella reprimió un gemido al sentir las manos endurecidas del capitán en los hombros. Sus dedos encallecidos la tocaban por debajo del nudo del biquini. Un cosquilleo inesperado se le propagó por la columna vertebral cuando sintió los pulgares que le presionaban los tensos músculos, descendiendo cada vez más. Se mordió el labio. No podía dejar escapar los sonidos que pugnaban por salir de su boca.

–Muy bien. Me estoy acercando a la zona roja.

Ella notó su aliento cálido sobre la nuca y entonces sus manos desaparecieron. Estaba sacando más crema del bote.

–Tendré mucho cuidado, pero dime si te hago daño.

Ella asintió. Si intentaba decir algo más probablemente se delataría.

–Muy bien. Ahí va.

Una presión ligera sobre la espalda la hizo relajarse poco a poco a medida que él le frotaba la quemadura con las palmas de las manos. Ella se estremeció. Nada podía compararse a la horda de sensaciones que se le propagaba sin control por todo el cuerpo en ese momento.

–¿Estás bien?

La presión cesó. Las palmas de sus manos apenas la tocaban.

–Sí. Claro. No pares –Ella cambió de posición y se apretó contra las palmas de sus manos–. Es… muy bueno –logró decir por fin.

Un tímido gemido se le escapó de los labios cuando él comenzó a masajearla con más firmeza. Hundía los pulgares en los huecos de su columna vertebral, dejando un rastro de poros erizados a su paso.

Era fabuloso sentir de nuevo las caricias de unas manos masculinas. Ya ni siquiera recordaba la última vez que las había sentido. Cerró los ojos y se estiró bajo sus manos.

–Ya está –dijo él de repente, rompiendo el momento.

Ella abrió los ojos demasiado rápido y perdió el equilibrio. Él la agarró de la cadera y la hizo mantenerse en su sitio.

–Cuidado –le dijo él en un tono un tanto burlón que la hizo ruborizarse de nuevo.

¿Habría oído ese pequeño gemido que se le había escapado de los labios? ¿Acaso se había dado cuenta de que había estado a punto de tener un orgasmo?

De repente sintió una gran vergüenza. Esa noche abriría el vibrador que Ruby le había regalado para el viaje y lo probaría en su habitación. Se había equivocado al pensar que podía vivir sin sexo y no podía sino reconocer que Ruby era más práctica.

–Creo que así no te volverás a cocer.

El comentario, brusco, irrumpió entre sus pensamientos. La cara se le puso como un tomate.

Hizo un gran esfuerzo por esbozar una sonrisa mínimamente cordial y agradecida.

–Te lo agradezco.

Él le puso la tapa al bote de crema solar. Sus dedos aceitosos brillaban bajo el sol.

–Ahí tienes –le devolvió el recipiente de plástico.

Ella tardó unos segundos en meter el bote en la mochila. Al final, por suerte, las manos dejaron de temblarle.

–Gracias. Ha sido… –trató de encontrar las palabras adecuadas.

–De nada.

Había un toque de burla en su mirada.

–Bueno, ¿estamos listos entonces?

–A menos que necesites que te devuelva el favor… –Ella se atragantó con las palabras–. Me refiero al protector solar, para que no te quemes.

La sugerencia se quedó flotando en el aire. El capitán Delaney arqueó las cejas ligeramente y sus labios esbozaron una de esas sonrisas sensuales y secretas que le habían acelerado el corazón más de una vez esa mañana.

–Olvídalo. Ha sido una tontería. No sé por qué lo he dicho.

La piel bronceada del capitán Delaney no necesitaba loción alguna. Seguramente lucía ese tono dorado saludable durante todo el año.

–Seguro que no tienes que echarte protección. A lo mejor deberíamos…

–Es buena idea.

La respuesta concisa del capitán cortó de raíz el tartamudeo que acababa de sobrevenirle.

–¿Ah, sí?