Sueño simultáneo - Javier Campo - E-Book

Sueño simultáneo E-Book

Javier Campo

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Sueño simultáneo narra una extraordinaria historia de ficción, donde la realidad y la ilusión se confunden. Manuel y otros personajes de la trama van en busca de su destino, un destino que conectará de manera intermitente su experiencia con la realidad que los somete y los circunda. Rocío sabe muy bien que lo que Manuel y los demás viven no es mas que un trayecto de experiencias necesarias para su autoconocimiento y que la resolución de sus destinos estará marcada por las percepciones que ellos mismos construyen sobre su vida. La novela se convierte en una reflexión filosófica de la propia existencia y un cuestionamiento de la realidad percibida como tal.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 129

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Campo, Javier Omar

Sueño simultáneo : una novela sobre la realidad / Javier Omar Campo. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

94 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-782-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Campo, Javier Omar

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Sueño simultáneo

Ella tiene diez años y sus padres deciden mudarse a Villa Luro. Aldo necesita viajar algunas horas en tren hasta su nuevo trabajo en Flores. Desde Quilmes, en ese ínterin de idas entre gente, vagones y olor fétido, ahorra varias estancias en el trayecto Quilmes-Villa Luro.

Él, teniendo trece, termina la escuela primaria en Cariló. En ese momento, va y viene a la playa para saciar su sed de inspiración. La dedocracia pueblerina lo inquieta y suespíritu inventor de nuevas formas no ve un horizonte creativo. Transita, en su endeble adolescencia, esa ruptura que representa, para un joven de trece años, el ser algo extraño o sentir, en realidad, que su extrañeza conlleva más bien un aire de único.

Luego de algunos años de hacer amigos, termina la secundaria y decide estudiar Abogacía en La Plata. Ella camina por el pasaje Dardo Rocha y entra a un café a hacer tiempo. Él, mientras tanto, lee el Código Civil en el mismo café. Entre mucho gentío, Ella alza la vista para mirar la hora y siente que, en ese momento, algo vibra en su interior; no sabe bien qué es, una sensación inexplicable se apodera de su cuerpo y la guía hasta el baño del museo.

Algo confundida, mira el espejo del baño y nota que las luces son algo brillantes. Escucha unos pasos detrás y apresura la marcha. Puede divisar a un hombre de espaldas, con un libro bajo el brazo, caminando hacia la parada de taxis. Ella no sabe bien qué hacer y, con un instinto primigenio, se precipita a buscar al muchacho del libro. Corre desesperadamente, pero no llega. Él se anticipa a subir al taxi y se pierde en la ciudad. Ella, aún sin entender ese impulso que la sacó de su órbita pensativa, siente latir su corazón a un ritmo sin pausa.

***

Siempre se sienta al lado de un banco vacío y se deja llevar por la solitaria presencia del mar, mientras teje para sí un camino de posibilidades anexas que examina una por una; computa todos los probables desenlaces y, en cada uno de ellos, la conclusión es que termina solo en un nebuloso atardecer una y otra vez.

Las combinatorias y probabilidades de encuentros con otras personas parecen transformarse en sentencias de él mismo en soledad, ya que sus cálculos aparentan estar teñidos de una variable fija. Su carácter introvertido constata esa doble imagen de los otros al hablar de él, y de él al suponer lo que los otros dicen; algo que puede ser una lucubración de él mismo y una sentencia, una mentira que construye para acentuar su carácter de único y su presencia de ser individual.

Su innata cualidad de persona silenciosa lo pone en algún lugar atemporal, lo somete a la pérdida de referencias espaciales, y el mundo abstracto que construye dentro de sí toma el vuelo de enfrentar al tiempo concreto de los otros. En el colegio suele sentarse solo, al fondo, y, en varios instantes de la clase, pierde contacto con la realidad por un rato. Esa sensación no es más que un dibujo en el aire del salón, y tanto el aire en función de soporte como su divague en el rol de pincel, mientras ese pincel traza una elipsis de formas aéreas, demarcan para sí una absoluta certeza incorpórea y neutralizan el abanico de grietas que supone escuchar los sonidos ridículos de los demás y sus jadeantes llamamientos.

Un amuleto aparece en ese mundo, una figura que forma una cabeza de tótem lo mira fijo. Es de humo y respira espanto en cada abrir y cerrar de ojos. Habla en un lenguaje arcaico e indescifrable, un lenguaje que él intenta descifrar y decodificar. El mensaje de la máscara lo hunde en desesperación, y siente que trae consigo la leyenda de todas las vidas vividas y todos los destinos del mundo. No es que él sepa bien qué dice, pero, por su forma y por la impresionante sensación que le impone la imagen, puede intuirlo.

La mirada de un compañero lo pone de vuelta en contacto con lo inmediato y supone, para él, un ocaso. El timbre lo obliga a circular por los antros y cubículos sintiendo una asfixia normativa por donde vaya, y una cascada de limitaciones empieza a aparecer. Siempre excéntrico e ido, va hacia algún lugar; parece ya, de por sí, un autista voluntario. Una fuerza paralela y simultánea lo arroja al lado de las cosas.

En el camino de regreso a casa, una voz empieza a hablarle y traba conversación con él. Se sienta sobre la vereda, deja la mochila y escucha una dulce voz femenina contarle un cuento sobre la Edad Antigua, un relato épico que desemboca como un río en un mar. Al mismo tiempo, un compañero de colegio, al pasar por el mismo lugar, le grita: “¡Deja ya de hablar con el aire!”.

El relato de la voz femenina se remonta a un pasado de paz y armonía, a un pasado de humanidad fértil. Esta le cuenta que, en la Edad Antigua, los pueblos vivían hermanados por el bien común y que la gente guiaba sus vidas en torno a los ritmos de la naturaleza, mientras que los astros eran la imagen de lo macro. Así, las cosechas y toda la actividad agrícola giraban alrededor de las estrellas, y las personas experimentaban vidas holísticas, sin rescatar ningún detalle y sin poner por encima ningún deseo más que el de estar en armonía con el entorno y tomar de él solo lo que correspondía para una supervivencia digna.

Las leyes no eran impartidas por nadie, ya que todo estaba controlado por la alimentación y el ciclo de estaciones: era un todo autoregulado. Si bien existían las ciencias, estas eran usadas para solucionar problemas prácticos, pero no para inventar, en torno a ellas, más creaciones que rompieran con la armonía establecida por el cosmos.

En este panorama idílico y paradisiaco, la pureza y la lentitud eran reinantes, aunque también existían revoluciones del alma, y eran las mismas revoluciones que las del hombre actual. Todas vividas de igual forma que son vividas ahora, lo que recuerda un poco de qué están hechos los seres humanos y, a su vez, cuál es la piedra que hay que afilar y cuál es su naturaleza interior: la perpetua transmutación en otros hombres y la continua regeneración de la memoria olvidada. Una suerte de involución del cuerpo reinaba, mientras que la evolución ocurría en el ser mismo, en el centro de toda el alma.

En esos años de infancia, casi atravesando la adolescencia, Él siente el peso y poder de las normas que rigen cualquier sociedad, pequeña o enorme. Estas suponen una demarcación del terreno de juego y los comportamientos, un preestablecimiento que conduce siempre a los mismos lugares y situaciones. Nada singular queda vivo dentro de ellas o, al menos, esa pluralidad que implica la suma de las singularidades está ausente en ese momento. Todo tiene forma de algoritmos predeterminados que vislumbran callejones de rutinas diarias.

La rutina de adaptarse a ese juego demarcado lo inquieta. No entiende bien que esa obligada disciplina de transcurrir los días como meros juegos de laberinto, de alguna manera, desemboque en otros juegos que lo lleven a esa singularidad que busca. Así como la naturaleza traza en el tiempo la disciplina de las estaciones y, dentro de ella, todos los eventos singulares asociados a su movimiento perpetuo, él toma estas normas ficticias e inventadas como contexto necesario para sus singularidades, aunque por momentos esto le cueste salirse de ellas. Entiende que puede vivir otros mundos dentro del mundo y que sus creaciones pueden convivir con el resto de los eventos que se desarrollan a su alrededor, aunque estos no sean exactamente los predestinados por la normativa.

En toda normativa parece existir una grieta, un lugar donde todo lo artificial es conmutado a la singularidad. El levantarse a la mañana a una hora determinada, los rituales dentro de la escuela, el saludo a la bandera, la hora de cada materia, la hora para todo y el tipo de comportamiento que se espera de un joven dentro de esa institución traen para sí la siguiente pregunta: ¿todo esto es necesario? ¿Es necesario adquirir todas estas creencias preestablecidas? ¿Es necesario este comportamiento autómata y predigitado en todas las situaciones? ¿O hay algo más que vivir, libre de toda demarcación, libre de toda convención social?

Ante estas interrogantes, él encuentra una sola solución: sentarse un rato en ese banco vacío, frente al mar, y dejar volar libremente su imaginación para así, quizás, obtener respuestas de la máscara de tótem o de la mujer antigua que le habla; o, tal vez, también, para construir dentro de su cabeza todo un nuevo sistema de creencias y convenciones que lo lleven a donde quiera, que es vivir en la singularidad, como vive una mariposa, que no tiene un plan de volar para algo. Su vuelo es un íntegro azar de las formas, un completo intento de singularidad por dentro de la norma.

***

Ella teme que la amistad con Manuel se transforme en un juego en donde nombrar el sentimiento que podría estrellarlos, de súbito, en un romance sería un punto de conflicto. La trastorna la soledad, a veces hablan de cómo sería la vida de uno sin el otro. En realidad, siempre habla Ella acentuando su propia pérdida. Inevitablemente, siente el deseo de verse alejada de sus objetos y, al mismo tiempo, imagina su fin. Un trajín de idas y venidas con otros que no son ellos; ellos, siendo el reflejo de cada uno en el otro.

Cruzan una mirada amorosa que los teje en el presente. Se sienten atraídos, pero saben muy bien que un largo tiempo juntos amontonaría solo un puñado de recuerdos confusos. Lo dan por sentado, sin embargo, no hablan de esto; los dos lo suponen de antemano, a la misma vez, y esa fuerza es la que los pone distantes en el momento de atravesar la fina línea por donde las bocas colapsarían.

Manuel nunca le confiesa sus deseos, es un ocultista de sus pensamientos, un hermético a la manera de cura esotérico. Tiene miedo y conserva su puesto de amigo, es cauto y precavido, solo quiere verla por más tiempo aunque eso solo traiga un deseo reprimido de carnalidad. Es feliz así, con contemplarla airosa y espléndida, aunque no se conforma del todo; le da vueltas en su cabeza la idea de un futuro con ella, la idea de sucesivos presentes juntos, confinados en un bucle temporal. Manuel es una persona de eternas contradicciones: por un lado, juega ese papel de seductor empedernido y, por otro, sucumbe ante sus propias creencias, como la de que el futuro no existe. Entonces, ¿por qué pensarse un futuro con ella si este no existe?

Por su parte, ella lo manipula sentimentalmente, lo seduce, lo capta con formas investigadas, a priori, en su mente. Ella teje para sí un plan en cada minuto y en cada segundo, un plan para conquistarlo sin sufrir daño alguno ni padecer ninguna mella emocional que la lastime por mucho tiempo. Hay en ella un ansia de destrucción, un ansia de sometimiento; eso que siempre la contuvo en el seno paterno es trasladado hacia Manuel como ímpetu de poder. Un poder que obtiene a expensas de horas de premeditación y juegos en su cabeza, de acertijos que de antemano le dan las respuestas y una extraña aflicción de desplazar su frustración en el terreno de los vínculos. Un poder sobre Manuel que le permita poseer una bomba que puede ser detonada cuando ella quiera. La lentitud de sus acciones y estrategias todavía le da más peso a este, y la incertidumbre que genera la pone aún más en el pedestal de ese misterioso plan de aniquilación, tal vez de aniquilación de ella en el mismo acto de mirarlo.

Se mandaban cartas desde hacía un tiempo, un poco para recordar cómo era la comunicación de antaño y, otro poco, para darle el carácter de algo vivo y de obra que quiere permanecer entre tantas otras manifestaciones concretas. Manuel recibe la primera carta luego de un corto periodo en su estancia en la casa de su hermana. Al abrirla, encuentra su letra, un manuscrito imperecedero y el olor a papel viejo, a papel seleccionado de un bloc de hojas antiguas, amarillas y algo gastadas por el frotar de los brazos que la escribieron. Manuel nota que los trazos de Ella imprimen duda y tartamudeo en la escritura, una carretera embarrada y algo tortuosa marca el ritmo de la lectura. Le manda, dentro de esta, una selección de poemas sobre la noche, de Rilke:

Tendente a lo que calma

Tendente a lo que calmame he decidido por la noche intacta,fuera de mí han fluido mis sentidosy en lo innominado se ha multiplicado el corazón.

Manuel queda atrapado en cada palabra de estos versos; tan atrapado que deambula por toda la casa fumando e imaginando como la boca de Ella diría esas líneas, como sus labios arrojarían una jadeante vicisitud de compañía eterna y, en esa cúspide de lirismo sonoro, como los dos se lanzarían a un frenesí comparable con un cataclismo.

Ella lo conoce en un viaje corto a la ciudad natal de Manuel. En ese viaje, Ella no prevé este encuentro, pero la sincrónica aparición de una hoja de nogal que flota en el aire dentro de la estación de tren, de alguna manera, le anticipa ese suceso. El vislumbre de dos simultaneidades sin relación siempre le vaticina algo inesperado. Puede ver el hecho de una tarde enlazado con los distintos sucesos de su vida y siente, al mismo tiempo, ser una hoja. Y como dos hojas que parten del mismo lugar y el viento las lleva hasta otro sitio, entiende que la probabilidad de que se crucen o de saber dónde caerán responde a una combinatoria infinita e inagotable de posibilidades.

Se lo cruza en la calle y una especie de magnetización ocurre pronto entre los dos. Ella le pide una dirección y Manuel, sin vacilar, dice de acompañarla hasta ese lugar. En el trayecto empiezan a conversar. Manuel nota que ella solo lo escucha, pero le sigue hablando. En el fondo quiere que ese paseo se alargue aún más, desea continuar caminando y recorrer no solo un inicio, sino todos los finales posibles para ese paseo. Quizás, sentarse en la plaza, encender un cigarrillo y ponerse juntos a contemplar el vuelo de los pájaros; tal vez, ir a su casa a escuchar un disco de Chet Baker y estar sentados, riendo y mirándose inocentemente; quizás, solo entrar a un café y entablar una conversación amistosa y poco trascendente sobre cada uno; tal vez, ir hasta el bosque de la ciudad, desnudarse y correr juntos, trazando círculos entre los árboles, dejando tras de sí una estela de miedo, y lanzarse, al fin y al cabo, a la desvergonzada avidez de la danza de los cuerpos cual ritual de aquelarre en una noche de brujas.

Lo cierto es que todas esas posibilidades son solo una imagen de las tantas que circulan en la cabeza de Manuel.