SUPERCUIDADORES, SUPERCUIDADORAS: Doscientas personas que cuidan de otras comparten sus vivencias en relatos inspiradores para la humanidad - Aurelio López-Barajas de la Puerta - E-Book

SUPERCUIDADORES, SUPERCUIDADORAS: Doscientas personas que cuidan de otras comparten sus vivencias en relatos inspiradores para la humanidad E-Book

Aurelio López-Barajas de la Puerta

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Beschreibung

¿Qué relaciones se establecen cuando alguien dedica su vida a cuidar a otra persona? ¿Cómo se vive en ese entorno tan íntimo y tan crucial para la sociedad? ¿Por qué los cuidadores y las personas que reciben sus cuidados suelen mostrarse orgullosos de la conexión que comparten? Personas mayores, enfermas o dependientes, cuidadores y cuidadoras voluntarios, familiares y profesionales de España y Latinoamérica aportan sus experiencias y aprendizajes en el mayor logro editorial en el ámbito del cuidado personal. La generosidad y honestidad de sus relatos revela una realidad profunda e inescapable: en alguna etapa del camino, todos somos cuidadores y todos precisamos cuidados. La manera de afrontar esta situación transforma la vida de las personas involucradas. SUPERCUIDADORES, SUPERCUIDADORAS es una ventana abierta a la existencia de personas extraordinarias enfrentadas a circunstancias extremas, un homenaje a su optimismo, resiliencia e infinita capacidad de amar. Un libro único con dos portadas que además incluye el Decálogo de SUPERCUIDADORES para cuidar bien a cualquier persona mayor o dependiente. "Un excelente libro de vivencias que refleja la importancia, hoy más que nunca, de los cuidados, que se brindan con cariño pero que deben estar apoyados también en la formación y el conocimiento". Matilde Pelegrí Torres, presidenta de Grupo SENDA "Es un libro muy emotivo que describe la capacidad de amor del ser humano y la entrega incondicional en el cuidado de las personas más necesitadas. Es un libro muy interesante que servirá de apoyo y reconocimiento tan necesitado a la figura del cuidador". Ignacio Fernández-Cid Plañiol, presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia (FED)

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SUPER CUIDADORAS

Doscientas personas que cuidan de otras comparten sus vivencias en relatos inspiradores para la humanidad

Obra colectiva coordinada por:

AURELIO LÓPEZ-BARAJAS DE LA PUERTA

Autor: Obra colectiva de 200 autores, coordinada por Aurelio López-Barajas de la Puerta

Idea original: Mercedes Pescador Martín

© Título original: Supercuidadores. Doscientas personas que cuidan de otras comparten sus vivencias en relatos inspiradores para la humanidad

© Prólogo: Aurelio López-Barajas de la Puerta

© Edita: LoQueNoExiste (www.loquenoexiste.es)

Equipo de editores: Carolina Orihuela, Francisco Manuel Orón, Valentina Valencia

Promoción, Relaciones Públicas y Marketing Digital: Medialuna

[email protected]

www.medialunacom.es

Equipo de Relaciones Públicas: Natalia González, Emilio del Pozo

© Maquetación y diseño: Silvia Ruiz Menéndez

Impresión: Digital Agrupem

ISBN: 978-84-122710-7-2

eISBN: 978-84-122710-8-9

Depósito legal: M-23857-2021

Esta primera edición ha contado con el patrocinio de:

entidad impulsada por

www.supercuidadores.com

Reservados todos los derechos

LoQueNoExiste

C/ Isabel de Valois 80, 28050, Madrid

Tfno: 91 567 01 72/ 657899665

www.loquenoexiste.es

[email protected]

“A todas las cuidadoras y cuidadores de personas mayores,enfermas, discapacitadas o dependientes. Gracias.Con vuestras manos y corazón muchas vidas se llenan de esperanza”.

UN LIBRO ESENCIAL

Tienes en tus manos una obra en la que doscientas personas de España y Latinoamérica comparten vivencias, sentimientos, emociones, satisfacciones y, también, tristezas, a la hora de cuidar a personas mayores, enfermas, discapacitadas o dependientes.

La obra integra relatos escritos por cuidadores familiares (madres, padres, hijas, hijos, abuelas, abuelos o cualquier otro familiar) y cuidadores profesionales (enfermeras/os, gerocultoras/es, auxiliares de ayuda a domicilio, personal de teleasistencia y otros sociosanitarios). La mayor parte de los autores que escriben (un 81%) son mujeres, lo que coincide con la situación real que acontece en el mundo de los cuidados: el sector de los cuidados es femenino. La tarea de cuidar recae mayoritariamente en las mujeres.

La procedencia de los relatos es diversa, estando representados cuidadoras y cuidadores de todas las Comunidades Autónomas de España, así como de tres países de Latinoamérica: Argentina, Colombia y México.

El contenido también es diverso. Los autores relatan distintos tipos de cuidados: por razón de la edad, desde bebés recién nacidos con alguna patología a personas mayores en cuidados paliativos, pasando por enfermedades neurodegenerativas (alzhéimer, párkinson, cáncer, ELA…), así como por cualquier otro tipo de situación de soledad, vulnerabilidad, discapacidad o dependencia.

Los relatos comparten abundantes características positivas sobre el cuidado tanto físico como afectivo. Su ubicación en el libro no representa ningún juicio sobre su calidad. El orden está basado en criterios subjetivos para que la lectura conjunta resulte variada y amena.

El libro tiene dos portadas: SUPERCUIDADORAS, haciendo referencia a los relatos escritos por mujeres, y SUPERCUIDADORES, recogiendo los relatos escritos por hombres. A su vez, los textos se han agrupado en estas diez temáticas: amor filial, amor maternal y paternal, esperanza, compromiso, gratitud, coraje, profesionalidad y vocación, superación, aprendizaje y cariño. Los diez capítulos del libro van precedidos de un título y de una frase adicional extraída de alguno de los relatos, expresando todos ellos contenidos o experiencias dignas de resaltar.

El propósito del libro es reflejar la situación en la que han vivido o viven estas doscientas cuidadoras y cuidadores con relación a las personas cuidadas. Las palabras vida, familia y amor son las que más se repiten a lo largo del libro. Sus experiencias y ejemplos resultan motivantes para millones de personas que se encuentran en situación similar.

Todos, de alguna manera, estamos presentes entre las páginas de este libro. Así es la evolución natural de la vida: nacemos siendo cuidados; cuando nos hacemos mayores nos convertimos en cuidadores (ya sea de nuestros propios hijos o de nuestros padres o abuelos) y al final de la vida (si hemos tenido la suerte de no pasar por enfermedades o discapacidades importantes) volvemos a necesitar que nos cuiden, por no ser capaces de realizar lo que se llaman las actividades básicas de la vida diaria (asearnos, vestirnos, alimentarnos, movilizarnos…).

Como sociedad, no podemos asegurar que las personas se curen o vivan permanentemente, pero lo que sí podemos y debemos asegurar es que, mientras alguien viva, se le cuide con dignidad.

SUPERCUIDADORES es una empresa social cuyo objetivo principal es profesionalizar y dignificar la figura del cuidador para mejorar la vida de personas mayores o dependientes. Esta obra, editada por LoQueNoExiste, en mitad de la pandemia mundial de COVID-19 que nos azota y nos muestra nuestra vulnerabilidad, constituye un ejemplo de las acciones de responsabilidad social corporativa de SUPERCUIDADORES. Nuestra firma empresarial nació en 2014 para contribuir a la mejora del bienestar, tanto de los cuidadores como de las personas cuidadas.

Espero que la lectura de este libro, junto con el Decálogo de SUPERCUIDADORES incluido al final de los relatos, ayude a millones de personas que dedican su vida o parte de ella a cuidar de otras.

Gracias, autores. Gracias, autoras por haberlo hecho realidad. Vuestra sinceridad y vuestra pluma han hecho posible este grito literario, una obra completamente inédita que es ya un legado para la humanidad y un símbolo de generosidad.

Aurelio López-Barajas de la PuertaCEO de SUPERCUIDADORES

Nota: tras su lectura, nos puedes enviar tus comentarios a [email protected]

ÍNDICE DE CONTENIDOS

AMOR FILIAL - Cuidar de mis padres ha sido la experiencia más satisfactoria de mi vida

AMOR MATERNO - Soy solo “una madre” que daría la vida por su hijo

ESPERANZA - No importa lo que haya que luchar, ¡seguiremos hacia delante!

COMPROMISO - He visto que había más gente en situaciones similares y he buscado la manera de ayudarlos

GRATITUD - A ellas, que son vitales, que son fundamentales, que son esenciales. ¡Gracias!

CORAJE - He hecho cuanto está en mi mano por sensibilizar a la población, por concienciar, por visibilizar, por derribar tabúes

PROFESIONALIDAD Y VOCACIÓN - Profesionalidad y humanidad es una combinación que brinda paz y alegría

SUPERACIÓN - Saco fuerzas y valentía para poder superar y soportar mi situación

APRENDIZAJE VITAL - Las experiencias más duras te hacen evolucionar como persona

CARIÑO - Tú no te preocupes por nada, que nosotros te cuidamos de todo corazón

Decálogo del supercuidador

ÍNDICE DE AUTORAS

CUIDADORAS FAMILIARES

Albiac Guallart, Beatriz

Alonso Pizarro, Ma Teresa

Álvarez Mittelman, Nancy

Arellano Torres, Araceli

Arrojo Novoa, Ma Fernanda

Bajo, María C.

Barrio Medina, Esther

Barriopedro Menéndez, Carolina Sofía

Calderón Romeo, Fuencisla

Calleja Ruiz, Patricia

Calvo Martínez, Begoña

Canseco García, Nohemí G.

Cantabrana Ruiz de Larrinaga, Koro

Cañas Montañés, Tania

Cardona Torres, Mónica

Carmona López, Ma Isabel

Carrasco Lorenzo, Carmen

Casas Bascuñana, Elena

Castillo Reviejo, Gema

Ceballos Pastor, Sara

Cortés Crespo, María Isabel

Dapena Puentes, Montserrat

Dávila Núñez, Mary Luz

De Diego Sacristán, Raquel

Del Real, Rosa

Di Croce, Sandra Analía

Díaz Fernández, Cristina

Díaz Martínez, Ma Angustias

Domínguez Da Costa, Ana María

Dopico Díaz, María del Carmen

Egea Cuñat, Carmen Rosario

Falagán Calvo, Ma Ángeles

Fernández Prado, Sandra

Fernández Crespo, Belén

Ferreiro Rozas, Mar

Franco Pérez, Fátima

García de la Villa, María Jesús

García Lázaro, Cristina

García Lázaro, Sara

García, Sara

Garrido Ruiz, Humildad

Giménez Cestero, Lorena

Gómez Sartajes, Beatriz

Hidalgo Serrano, Inmaculada

Jaque Jiménez, Julia Patricia

Jiménez Jiménez, María Asunción

Jiménez Jiménez, María Paz

Jiménez Maireles, Loli

Jiménez Medina, María de la Paz

Jorge Martín, Pilar

Lázaro Horrillo, Encarnación

Lesaca Ansorena, María

Levy, Eva

López, Ángela Graciela

Madinaveitia Herrera, Usúe

Marín Martínez, Merche

Martín Ortiz de Landazuri, Nora

Martínez Espinosa, Ma Encarnación

Martínez García, Myrna

Martínez Rodríguez, Nohemí

Mendivelso, Joana

Mesa Castro, Cintia

Miguel Escriche, Ana

Monge Jiménez, Luisa Fernanda

Montoya Lozano, María

Moreno Monedero, Encarna

Morilla Sánchez, Asun

Muñoz De Dios Castro, María Luisa

Nadal Masanet, María del Carmen

Navarro Roldán, Cándida

Navarro Sánchez, Noemí

Palacios Eugenia, Silvia

Pérez Herreras, Reyes

Porras, Mari Luz

Ríos Antelo, Ana

Ripa San Miguel, María Pilar

Rodríguez García, María

Rodríguez Loranca, Rosa María

Rosas León, María del Rocío

Rubio Galán, Paloma

Sáenz de Santamaría, Celia

Sáez Tomas, Ma Victoria

San Martín, María del Carmen

Sánchez Dueñas, Elisabet

Sánchez Martínez, María Ángeles

Sánchez Rosas, Lourdes

Sandoval Olivas, María del Refugio

Santana Blanco, María Teresa

Santana González, Mercedes

Santiago Arias, Lucía

Saperas Cusó, Ana María

Sarasa Lapuerta, Eva

Sarrión Alcántara, Mari Carmen

Sicilia Torres, Ruth

Somacarrera Crespo, Amparo

Suárez García, Ana Isabel

Taborda Rendon, Luisa Fernanda

Torres Guanche, Rosa María

Torres Ortiz, Pilar

Vaquero Herrero, María Inmaculada

Vargas Maldonado, Ana Luisa

Vega Conde, Carolina

Vicente Carrasco, María

Vicente Sánchez, María José

Vigo Martín, Evangelina

Vizcaíno, Rosa Belén

Zornosa López, Nelly Lucía

CUIDADORAS PROFESIONALES

Agüí Nadal, Carolina

Alcaraz Conejo, Rebeca

Amenábar Lauroba, Sara

Amor Iglesias, Virginia

Ancateu, Beatrice Teodora

Añibarro Aguado, Pilar

Araujo Calvo, María de las Mercedes

Azcona Sanz, Amaya

Barnola Petit, María Eugenia

Benito Lara, Elena

Casanova Moreno, Sonia

Chamorro García, Alicia

De Diego Lázaro, Eva María

Del Campo Morales, Elena

Equipo Grupo 5 CIAN Navarra

Ezequiel, Sofía

Fattorini Vaca, Alessia

García Santos, Inmaculada

García-Largo Sánchez-Escalonilla, María del Rocío

Gómez Calvo, Mercedes

Gómez López, Lucía Carolina

Guillén Jiménez, Ángela

Gutiérrez Muñoz, Lucrecia

Guzmán Sánchez, María del Pilar

Hernández Díaz, Ainhoa

Hernández Gómez, Attenery

Hurtado Jessurum, Yolanda

Jorge Martín, Paloma

La Maga

Leal Domínguez, Clarisa

Meza Meza, Mariela

Miguel Queiros, María Elena

Mor García, Isabel

Moreno Martínez, Beatriz

Murillo Hernández, Emma

Nieto, Mónica

Niurka, Caridad

Nogales Pinilla, María

Organero Rubio, Cristina

Parraga San Segundo, Concepción

Pérez Bernad, Eunice

Pérez Cabrera, Eva

Pérez Miguéliz, María Teresa

Pérez Vázquez, Rocío

Quintana, Yajaira Margarita

Rebollo Rebollo, María Félix

Ríos Antelo, Inés

Rodríguez Marfil, Joana

Román Del Cerro, Ma Dolores

Sánchez-Guijaldo García, Sandra

Segovia Cruz, Julia

Torres Aguilar, Ana

Torres Garrido, Amparo

Vacas Lázaro, Ana Belén

Valle Barco, Gloria

Vázquez Resino, Mayte

Villaluenga Carmona, Leticia

Villar Bustos, Rosa

Los relatos comparten abundantes características positivas sobre el cuidado personal. Su ubicación en el libro no representa ningún juicio sobre su calidad. El orden está basado en criterios subjetivos para que la lectura conjunta resulte variada y amena. Y las frases utilizadas como presentación de los capítulos han salido de los propios relatos.¡A ver si consigues encontrarlas!

AMOR FILIAL - CUIDAR DE MIS PADRES HA SIDO LA EXPERIENCIA MÁS SATISFACTORIA DE MI VIDA

Dedicado a ti, mamá, con el cariño y reconocimiento de los que te queremos

BRILLA MI ESTRELLA

Carmen Rosario Egea Cuñat

Cuidadora familiar

Tavernes Blanques, Valencia (España)

A mis diecisiete años empecé a cuidar de mi madre, que tuvo un ictus con cincuenta y uno.

Tenía que vestirla, darle de comer, hacer la casa, la comida, el aseo personal de ella y la limpieza de todo. Tuve que dejar de estudiar para llevarla a rehabilitación, ya que los problemas se fueron encadenando. Se rompió una muñeca y, como estaba escayolada, no podía llevar el andador, así que hube de cuidar las veinticuatro horas de ella poniéndole la cuña, dándole de comer, etc… Y hacerlo teniendo ya una hija de tres años.

A mi madre la operaron unos años más tarde de prótesis de rodilla, pero se le infectó y estuvo nueve meses ingresada. Yo, embarazada de mi segunda hija, decidí llevármela a mi casa, porque llevar dos casas me era imposible. Mis hijas y yo le dimos el máximo cariño, amor y cuidados durante los catorce años que estuvo en mi casa.

Todo esto me causó muchísimo estrés y problemas con mi marido, pero no me importó cuidar de ella, era mi pasión.

Más tarde, mi madre empezó a tener problemas cardíacos y ya no podía más. Me dieron una plaza en una residencia cercana, donde estuvo tres años y también fue feliz.

Iba a verla dos veces por semana y me encargaba de su ropa, de ver que estaba bien. La llamaba a diario y los domingos íbamos sus nietas, mi marido y yo a estar con ella. El último año ingresó en el hospital cinco veces. Recibí la ayuda de amigas que se quedaban con mis hijas, mientras yo estaba veinticuatro horas con mi madre en el hospital.

Así, cinco veces durante su último año, sufrió problemas de corazón y llevaba marcapasos. Hice lo que pude por cuidarla y darle mi cariño, hasta que de repente, en la noche del cinco de febrero de 2008, me llamaron para decirme que había fallecido sin más, su aorta ya no aguantó.

Nunca me pude despedir y aún duele en el corazón a día de hoy.

Era mi vida, y esa espina se queda en el corazón, el no poder estar en su último aliento.

Es mi estrella y la quiero, aunque ya no esté.

MI RAZÓN DE VIVIR

Sara García Lázaro

Cuidadora familiar

Leganés, Madrid (España)

Hace casi cuatro años comenzó nuestra nueva vida, con numerosos duelos que ir superando.

Mi nombre es Sara García Lázaro. Rafael, mi padre, fue diagnosticado de ELA en 2015.

Su musculatura comenzó a fallar por los brazos y tenía dificultad para tragar, con lo que ello implica. Poco a poco su pérdida muscular aumentaba, su enfermedad no tenía cura y su pronóstico de vida era inferior a los cinco años. Como un jarro de agua fría nos cayó a todos la noticia.

Al comienzo de la enfermedad podía seguir siendo autónomo y autosuficiente en gran variedad de cosas, aunque no moviese los brazos y tuviéramos que abrocharle las camisas o los botones de los pantalones. Sus piernas funcionaban bien y no le impedían llevar al colegio a su nieto Javier, mi hijo, que en aquel momento tenía tres años y medio. Jugaban por el camino a decir las letras de las matrículas o señalaban los nidos en los árboles… Iban felices los dos, pero esto apenas duró un año. Su deterioro muscular iba progresando y con mucha pena desaparecieron esos paseos hacia el cole de abuelo y nieto.

Con el tiempo fue necesaria una ayuda personal en casa, aparte de mi madre, por su empeoramiento. Alguien que entendiese las máquinas que necesitaba usar o pasarle la alimentación por la sonda. Alguien que le administrase la medicación, que le ayudase en sus movilizaciones. Alguien para asearlo, afeitarlo, cortarle las uñas, realizarle fisioterapia para ayudar a su poca musculatura en lo posible. Que le llevase y trajese a las citas médicas, que no eran pocas. Y lo más importante, él necesitaba ver que esa persona que hiciera eso por él, lo realizara de corazón, se preocupase de él, hablase de los temas que le podían preocupar, le diese compañía y mostrase interés e intentara entenderle, que no perdiese por completo su privacidad.

Económicamente era complicado contratar la ayuda. Se trata de una enfermedad muy costosa por lo que se necesita en las diferentes etapas, a medida que la dolencia va avanzando. Tras hablarlo en profundidad con él, decidí ser yo, Sara, su hija, la que pasaría con él todo aquello que le ocurriese, la que estaría ahí para lo bueno y para lo malo. Dejé el trabajo y me adentré en un mundo que no conocía. Poco a poco lo hice lo mejor posible y con amor fui aprendiendo con la práctica, con cursos, con ayuda, todo por y para él, ¡por quién mejor si no es por él!

Un día en la vida de mi padre, cuando ya estaba avanzada la enfermedad, empezaba por despertarle para darle la medicación que al comienzo él podía tragar, sus pastillas o jarabes, pero poco después había que pasárselas por la sonda. Luego le ayudábamos a levantarse de la cama, a incorporarlo, quitarle el respirador y llevarle al baño para asearlo. Dependiendo del día tocaba ducha, afeitarle, cortarle las uñas o lavarle… sentarle en el sofá y ponerle su alimentación pasada por la sonda, para desayunar, y su agua para después. A media mañana veíamos la tele para ponernos al día de las noticias, entre medias había que expulsar flemas, limpiarle la saliva que se le caía, los mocos…

Después nos poníamos con los movimientos de fisioterapia, hasta que él se notaba muy cansado y lo dejábamos. Él marcaba el ritmo y las pautas, y si había fuerzas, cruzábamos unas palabras. Llegaba la hora de más medicinas y de la comida. Había que controlar los horarios para la medicación y la alimentación, colocarle la mascarilla de respirar una y otra vez, hasta que se sintiera cómodo. La merienda, más medicación, la cena, levantarle al baño miles de veces para las flemas —un trabajo que cada vez le exigía mayor esfuerzo y necesitaba de más ayuda—, cambiarle, acomodarle la cama para acostarlo y colocarle de nuevo el respirador. Para él era agotador, se le hacía cuesta arriba con el tiempo y sufría, pero más que por él sufría por ver cómo los demás teníamos que cuidarle y ayudarle constantemente, no quería verse así.

Su razón de vivir, su alegría, los que le daban fuerza eran esos nietos que tanto le quieren y le ayudaban en lo que podían. Al verles, él sacaba fuerzas para seguir adelante. Hasta la nieta más pequeñita, con menos de dos años, le agarraba de la mano e intentaba levantarle del sofá para ayudarle a llegar al baño. Le abría puertas, le encendía las luces y le volvía a acomodar cuando debía volver al sofá, se me caía el alma al ver esas escenas de amor.

Algunas situaciones me superaban. En multitud de ocasiones, cuando me marchaba a mi casa lo hacía llorando. Tantas horas pasan factura emocionalmente. Esa impotencia de ver así a mi padre, de notar que él se daba cuenta de lo que le ocurría, ese sufrimiento, esa angustia que él estaría viviendo por dentro y no nos decía por no preocuparnos más de lo que ya estábamos… Esos atragantamientos que tenía, esas caídas, observar cómo poco a poco se iba apagando una vida que debería estar más que nunca encendida y poder disfrutar de su jubilación y de sus nietos, es muy duro.

Intentas ser fuerte para que no te vea sufrir, que no te vea llorar, pero es tontería. Nos conocíamos bien padre e hija, con una mirada ya sabíamos qué queríamos o qué pensábamos cualquiera de los dos en cualquier momento. De hecho, cuando no estaba de acuerdo en algo con mi padre discutíamos y se lo hice saber siempre. Y si alguna vez había que regañarle, también le ponía firme, jajaja.

No por el hecho de estar enfermo se le debe permitir todo. Nosotros, como cuidadores, tenemos derecho a estar cansados, a discutir, a llorar… Rafael lo entendía muy bien, pero había que animarle, ya que tenía frecuentes días de furia. Nos poníamos a hablar, mientras pudo hablar, de lo que le ocurría. A veces salíamos bien y otras veces a palos. Luego nos reíamos juntos y, sin decir palabras, éramos conscientes de cuánto nos queríamos.

A él le ha costado siempre mostrar sus emociones. Eso no significa que no tuviese sentimientos, solo que creía que siendo así le tendríamos más respeto, lo típico de los padres de los años cincuenta. La enfermedad le fue cambiando, me iba contando cosas de su vida de juventud. Se le fue ablandando, por así decirlo, el corazoncito y esa coraza que le prohibía mostrar sus sentimientos.

Él ha llevado muy mal lo de ser cuidado. Nació para cuidar a los demás, para ser el cabeza de familia y estar disponible. Verse de tal modo, con semejante enfermedad, era horroroso para él, lo llevaba fatal. Es complicado comprobar que cuando te falla un brazo y haces el duelo, apenas tienes tiempo para hacerte a la idea porque comienzas a darte cuenta de que el otro brazo también te falla. Y de esa forma el resto. No tragar, operarse para ser alimentado por una sonda, perder la movilidad de las piernas… Lo peor es la pérdida de la capacidad de respirar.

Hay duelos sin parar en esta enfermedad y, con enorme trabajo por lo duro que es verse sin independencia, lo pasamos juntos en familia. De vez en cuando hablábamos para ver qué era lo mejor para él y cada uno dábamos nuestra opinión, respetábamos su decisión e íbamos hacia delante juntos. Poco a poco, íbamos afrontándolo.

He sido para él enfermera, asistente personal, fisioterapeuta, psicóloga, confidente, hija, y más cosas que ni yo sé, seguro. Él me lo ha compensado con creces, en valores, en amor, y en poder pasar este tiempo en su compañía.

En el avance de su enfermedad, fuimos buscando comodidades que se adaptaran a su situación. Empezamos por las ayudas técnicas para comer mientras podía tragar. Continuamos con el cojín antiescaras y un sofá elevador que le ayudara a levantarse. Cambiamos la bañera por una ducha con silla especial, hubo varias sillas de ruedas para las diferentes etapas, una cama articulada con su colchón especial…. y para su salud, directamente comenzamos con la intervención al colocarle una sonda (PEG) para su posible alimentación, con reticencia por su parte. Por suerte, al final fue consciente de que lo necesitaba para poder seguir luchando. Después conseguimos una máquina que la llamamos tosedor, o un aspirador de flemas con sondas que odiaba utilizar. Yo también lo habría odiado, seguro, qué ratos más malos pasaba el pobre al usarlo.

También obtuvimos un ambú, que ayudaba para realizar ejercicios de respiración. Y lo más importante era el BIPap, la máquina que le ayudaba a respirar y a que su capacidad pulmonar aguantase lo máximo posible. Comenzó usándolo un par de horas por la noche, pero con el paso del tiempo cada vez se volvió más frecuente su uso, hasta que hacían falta dos máquinas para ir turnándolas cuando ya su capacidad era casi nula, y así fue como llegó su final.

Ya no solo era la falta de movimiento corporal, sino que su respiración la sostenía una máquina con su mascarilla. Veíamos juntos que se acababa lo de seguir hacia delante. Le propusieron la traqueostomía, veinticuatro horas enganchado a un tubo por su garganta a una máquina, con los cuidados que eso requería, pero él ya no quería seguir con su sufrimiento, no quería verse de esa manera.

Por muy duro que parezca respetamos su decisión. Era su vida y yo estaba viviendo de cerca su angustia, su agonía, su sufrimiento, sus ahogos. Intentaba hacer lo imposible para que estuviera confortable, pero él estaba harto ya de los pinchazos que tenía que ponerle a todas horas, con los rescates de medicación para tenerlo tranquilo y que no sintiera tanto ahogo, estaba cansado, quería descansar.

Tú mismo ves que se acerca el final. Aunque deseas que nunca se vaya, sus ojos me decían que le dejase marchar. El cuatro de abril de 2019 acabó su viaje.

Se sintió querido, se sintió a gusto, acompañado, arropado, y pudimos despedirnos de él. Creo que en otras circunstancias no hay esa posibilidad, de modo que tengo que dar gracias a pesar de que duela.

Siempre he dicho que esta mierda de enfermedad, lo único bueno que ha tenido ha sido el tiempo que he podido pasar con él, conocerle mejor y poder despedirme, aunque haya sido muy duro y trágico para mí. He aprendido a valorar las cosas insignificantes, porque él me ha enseñado y nos hemos acercado mutuamente, he podido saber más de nuestras vidas, acompañarle en esta dura prueba y hacerle sentir querido.

Es sorprendente cómo te hacen cambiar este tipo de vivencias.

Los cuidadores aprendemos más de las personas que cuidamos, que lo que nosotros les podemos ofrecer a ellos.

A VERLAS VENIR

Julia Patricia Jaque Jiménez

Cuidadora familiar

Barcelona (España)

¡Cómo la quiero y cuánto la extraño! La quiero por su infinita manera de ser mujer, perfecta y simple.

Siento, aun a día de hoy, su dureza y oculta ternura, en cada palabra que me dirige. Aprecio el incalculable saber de sus ochenta y seis años en sus pasos silenciosos, como un pilar que cimbrea y resiste a los terremotos que ha sufrido en la vida, ayudándole gracias a su movimiento seguro y firme a anclarse en mi alma para ser mi guía. Y la adoro en mis recuerdos de niña.

En ella nada me sorprende y todo me conforta porque, como siempre dice, “a verlas venir”. Del mismo modo que vemos cómo cada mañana, a sus años, saca fuerzas de flaqueza y comienza el día levantando y asistiendo a su marido, desde que un ictus lo dejara “inútil”, como dice.

“¡Qué palabra tan dura!”, pensé la primera vez que la oí referirse así para describir la situación actual de mi abuelo. Me sonaba despiadada y cruel, de connotaciones hirientes y muy mal intencionada. Luego la busqué en el diccionario para encontrar el lado amable del término: “Dicho de una persona: Que no puede trabajar o moverse por impedimento físico”. Por tanto, gracias a esa manía que ella me inculcó de recurrir a la Real Academia de la Lengua, y después de interiorizar literalmente su significado, a fuerza de escuchársela, he asimilado que su sentido, como el de otras, se halla más en el “quién” y en el “cómo” se pronuncia. Es la palabra correcta para describir una realidad como la suya. “Mi abuelo no puede ni trabajar ni moverse con soltura”. Para una generación en la que la principal palabra era “trabajo”, que ya nació con ella en la piel, ese era el mejor término para definir la situación de mi abuelo, sin tapujos ni medias tintas.

En el segundo día de enero de 2010, el frío se sentía con fuerza incluso a orillas del Mediterráneo. No es de extrañar que allí estuviera nevando. Recuerdo la llamada de teléfono, el terror dibujado en nuestros labios abiertos en una infinita pregunta, las lágrimas y el temor ante un terrible desenlace. Y desde ese enero, la felicidad en la familia descendió algunos peldaños. Sin embargo, lo que permanece inalterable es la fuerza de ella. La curva de sus huesos se arquea, pero no pierden la elasticidad en la entrega, dando la mano, ofreciendo el hombro o estirando el ánimo de otros.

Esa maestría la aplicó para volver a enseñar a su marido, de forma paciente, a subir las escaleras hasta el segundo piso, siguiendo atentamente y a sus espaldas cada paso. A recorrer la habitación sin recurrir a la muleta, a realizar él mismo su aseo personal, a prepararse el desayuno… En definitiva, las tareas que le permiten mantener su calidad de vida.

Aunque la calidad de vida se valora desde una perspectiva individual, nadie puede negar que en sus espaldas recaen los conceptos que la definen.

Con o sin cansancio, ella limpia, cocina, lava y atiende, fervientemente, a lo que de su familia queda en casa —las hijas viven lejos—, con el genio y empuje de una mujer capaz de sostener el mundo en su mano, sin emitir una queja. Aunque intuyo que le queda poca dosis de la alegría que tuvo un día, es generosa, benévola y compasiva, haciendo sinónimos “servir y ser servido”. Posiblemente, sigue una táctica aprendida tras años y años de limpiar el polvo a un cuadro, ya desaparecido, que colgaba de la pared en la habitación que ocupaban sus hijas con una frase de Rabindranath Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servir… serví y el servir era alegría”.

Con el tiempo he descubierto que en verdad “somos gracias a lo que hacemos día a día”. Y cada día vivido a su lado y disfrutando de su desinteresado cariño y entrega me ha ayudado a ser un poco mejor. Y, a veces, siento que una parte destacada de mi “bueno” es suyo.

Porque… como dice la famosa cita de Nietzsche: “Si el hombre tiene un ‘para qué’, puede superar cualquier cómo”. Lo cual es posible incluso a una edad avanzada como la suya.

CON LA MIRADA PERDIDA

Montserrat Dapena Puentes

Cuidadora familiar

A Coruña (España)

Todo comenzó en el año 2010, cuando Ángela, mi madre, llevó un repollo debajo de su cama. Ese fue el momento donde nuestras vidas cambiaron para siempre.

Jamás pensé que algo tan simple podría desembocar en una demencia degenerativa mixta, diagnosticada por la neuróloga a la que decidí llevarla. Mi madre era una persona responsable, activa, trabajadora y muy luchadora, ya que sufrió malos tratos por parte de mi padre. Siempre fui lo más importante para ella. Costara lo que costara, me mantuvo a salvo y siempre me cuidó. Pensé que iba a contar con su apoyo el resto de mi vida, pero de repente todo cambió: ahora era yo la que tendría que cuidarla y mantenerla a salvo.

Comenzó olvidándose de las cosas. Solo me reconoce a mí, pero no al resto de la familia. Tiene problemas para recordar palabras. Utiliza muchísimas veces un lenguaje inapropiado, nos insulta y se pone agresiva. Presenta dificultad en el reconocimiento de objetos y en la marcha, lo que conlleva un riesgo muy alto de sufrir caídas. Y por supuesto, padece una gran depresión que implica unos altibajos enormes en su estado emocional.

Mi madre sufrió varias caídas, por las cuales lleva insertada una prótesis en la cadera y otra en un codo. Hay que deambular con ella y cuesta llevarlo a cabo, pues su único afán es estar durmiendo en el sofá.

Para mí esto fue un gran golpe. Me empecé a dar cuenta de que, poco a poco, mi madre estaba comenzando a irse y no me hallaba preparada para ello. Pasé muchísimo tiempo llorando sin saber muy bien lo que hacer. El entorno en casa también sufrió en abundancia, porque al resto de la familia les costó entender esta enfermedad y a día de hoy aún les cuesta.

Nuestro día a día cambió por completo. De repente, se volvió una persona totalmente dependiente. Tuve que ponerle pañal debido a la incontinencia, ducharla, vestirla y demás actividades básicas del día a día. Por ahora come sola, pero lo hace muy lentamente.

Lo que ocurría me desató una depresión, en una situación insostenible para mí.

Siempre pensé que nadie la podría cuidar como su hija, mas un día, sobrepasada por los sucesos, decidí pedir ayuda a la asistenta social del ayuntamiento, cuya solución era mandarla a un centro de día. No fui capaz de hacerlo, no me parecía la mejor idea. Pero por casualidad, hablando con unos amigos, me dijeron sobre el centro de AFAL. Me planté allí, y comprobé que era el sitio adecuado para mi madre, ya que poseen personal especializado en alzhéimer.

Siempre estaré eternamente agradecida al apoyo de la psicóloga. La situación sería muchísimo más difícil de llevar si no fuera por ella y el resto de trabajadores, que hacen que mi madre pierda la menor autonomía posible.

Desde ese momento hubo un rayo de luz. La neuróloga de AFAL normalizó el tratamiento, que ayudó a volverla algo más activa y a que disfrute de más instantes de lucidez.

En marzo de 2017 la diagnostican de cáncer de colón. El anestesista, dado su alzhéimer, me aconseja no operarla. Era factible que la anestesia afectase al cerebro y con ello a las capacidades cognitivas, pero no podía permitirme dejarla morir. Decidí operarla, con la suerte de que no hubo ningún tipo de complicación, y ella está igual.

Desde hace algún tiempo tengo una auxiliar de ayuda a domicilio en casa, para asistir a Ángela en las actividades esenciales, intentando mantenerla lo más autónoma posible. Realmente, le hace mucho más caso a ella que a nadie de la familia. A nosotras, bueno, realmente a mí, nos hace la vida un poquito más fácil, ya que, por desgracia, mi madre no se acuerda de las cosas que hace. Mi único deseo es que disponga de la mejor calidad de vida y haré siempre lo que esté en mi mano para lograrlo: es mi madre y la amo.

EL CORAZÓN TIRA DE MÍ

María del Carmen Dopico Díaz

Cuidadora familiar

Narón, A Coruña (España)

Cómo cambió nuestra vida cuando empezamos a cuidar a nuestros padres. Tuvimos que hacer de tripas corazón, literalmente.

Cuando no sabías cómo empezar, el corazón tiraba de ti, llorabas por los rincones sin saber qué hacer.

Cuando tienes que decirles a tus padres todo lo que tienen que hacer, tu corazón sigue ahí, tirando de ti.

Cuando las tripas se revuelven con ganas de vomitar, por ver cómo tu padre escupe en el mantel, en el plato o en el suelo, algo que no le gusta de la comida, pero el corazón sigue ahí, tirando de ti.

Cuando les tienes que limpiar sus partes, tan íntimas para ellos, el corazón se desgarra, mas sigue tirando de ti.

Cuando escuchas la misma cosa mil veces y tú sonríes diciendo siempre que sí, el corazón sigue tirando de ti.

Cuando tienes que abandonar por momentos a tu familia y tus hijas se quedan solas en casa y alguna vez enfermas, el corazón sigue tirando de ti.

Cuando necesitas ir a urgencias con alguno de ellos, horas interminables, el estómago encogido, el corazón sigue tirando de ti.

Cuando te nace una nieta y el corazón se te divide por la mitad, no sabes dónde quieres estar. Tu sentimiento más profundo quiere estar con tu hija y tu nieta, y en el fondo de tu pecho hay una grieta que se siente un poco culpable por no estar también con ellos, pero el corazón sigue tirando de ti. Con la ayuda de tus hermanos, cuñados y cuñadas, todo se puede conseguir.

Cuando miras para atrás y ves lo conseguido, ya no te alteras, estás más relajada, ya tienes el control, aunque algún día sea más complicado, el corazón sigue tirando de ti.

Por eso, hay que mimar a este corazón que tanto hace por nosotros, dándole algún capricho. Desconectar cuando no estás con ellos, un masaje al mes, dos días a la semana yoga, caminatas con amigos o tu pareja… Alguna escapada de fin de semana tampoco viene mal, porque él te lo agradecerá.

Sería más difícil sin tener ayuda, pues el esfuerzo repartido entre seis se lleva mucho mejor. Así que agradezco de todo corazón la ayuda de mis hermanos y hermanas, cuñados y cuñadas, y en especial a mi marido por su ayuda física y psicológica.

Cuando alguien me pregunte, ¿lo volverías a hacer? Mi corazón seguirá diciendo que sí, tirando siempre de mí.

UNA CUIDADORA DE PELÍCULA

Esther Barrio Medina

Cuidadora familiar

Madrid (España)

¡Luces! ¡Cámara ¡Acción!

No se trata de una película, ni nos encontramos en un plató de grabación. Es solo el sencillo guion que sigue nuestra madre cada día antes de salir de casa. Pero vamos por partes. Toca presentar a los protagonistas.

Petri, la actriz principal, es —según los papeles de su jubilación—, ama de casa. Aunque para ser precisos, la línea argumental de su vida ha ido más por la de cuidadora de todos y cada uno de los que la rodean. Cumplidos ahora los sesenta y cinco, se encarga especialmente del cuidado y atención, desde hace ya una década, de su madre, nuestra abuela. Cleofé es una mujer dependiente de ochenta y siete años de edad, con problemas de salud mental que incluyen delirios y alucinaciones, junto con dificultades en la movilidad, que hacen que su cuidado sea cada vez más “de especialista”, continuando con la jerga cinematográfica.

Sin ser gran amante de las nuevas tecnologías, Petri se ha aliado con ellas para dotarse de una flexibilidad que de otra manera se antojaría complicada. Mientras pone en marcha su smartphone para comprobar cuánto camina (¡cuidándose el cuidador!), revisa a través de una aplicación móvil en qué situación se encuentra la abuela. Se trata de una app que se conecta directamente a una webcam situada en el hogar, para vigilar el estado de salud y bienestar de su madre, además de poderla escuchar o comunicarse con ella si lo desea. La tecnología se ha convertido en sus ojos virtuales, sin necesidad de estar presencialmente las veinticuatro horas del día, dándole tranquilidad y una cierta libertad, que se traduce en salud también para nuestra madre.

No siempre ha contado con esta ventaja tecnológica. La webcam era ciencia ficción hace dieciocho años, cuando Petri se hizo cargo de sus suegros como si de sus mismos padres se tratara. Ella manejó el alzhéimer de nuestro abuelo y la trombosis de la abuela desde el desconocimiento de ambas enfermedades, con el esmero, la (pre)ocupación, la paciencia y el mimo de los cuidadores profesionales.

En nuestro viaje en el tiempo, toca hacer un flashback en blanco y negro, su “profesión” de cuidadora se remonta años atrás… Salió de su pueblo natal, en la provincia de Guadalajara, con catorce años y una maleta de esas de cartón, a lo Paco Martínez Soria, en dirección a la capital. Su objetivo era ganarse la vida cuidando a quince hijos de una misma familia, en la época en que las cuidadoras eran peyorativamente llamadas “chachas”, aunque en esa casa fuera tratada como igual.

En otro giro de guion, también en super ocho, la mala fortuna quiso que su padre falleciera de cáncer cuando ella tenía dieciocho años y cinco hermanos pequeños a los que cuidar y mudar a Madrid.

Como en toda buena historia, el amor apareció en su vida años más tarde. Junto a Ángel, nuestro padre, formaría su propia familia y tendría cuatro hijos, a los que se ha dedicado en cuerpo y alma. Y tras los créditos de la historia, la escena sorpresa: la llegada de dos nietas a las que también está encantada de cuidar y mimar.

Luchadora, valiente, protectora, cariñosa, noble, cercana, siempre dispuesta… son solo algunas de las tantas cualidades que reúne esta supercuidadora, nuestra madre, cualidades que admiramos los que compartimos con ella este largometraje, el camino de la vida.

Dedicado a ti, mamá, con el cariño y reconocimiento de los que te queremos por ser una supercuidadora de niños, de hermanos, de suegros, de padres, de hijos y de nietos.

AMARGA DULZURA

Nohemí Martínez Rodríguez

Cuidadora familiar

Valdepeñas, Ciudad Real (España)

Cuando llegué a casa de mis padres ese día, noté algo diferente. Mi madre parecía distinta, sin que pudiera saber qué le sucedía.

Era cierto que hacía algún tiempo que su memoria flaqueaba. Ella misma lo comentaba a veces: “no sé dónde tengo la cabeza, no encuentro muchas cosas que he guardado, no recuerdo dónde”. Nosotros, su familia, lo atribuíamos a su nerviosismo, al desconcierto que estas situaciones le causaban. A veces la tranquilizábamos, pidiéndole que dejara de buscar y se calmara. “Seguro que cuando no lo busques aparecerá”, decíamos.

Ahora era distinto. No solo esto, algo se cernía sobre nuestra casa. Consciente de ello, no sabía explicar lo que sucedía, ni siquiera podía razonar el motivo de mi presentimiento.

Había algo en su semblante, en su actitud y sobre todo en su mirada que me había desconcertado, al llegar a casa a visitarlos, desde mi lugar de residencia.

Disimuladamente, la observaba. Noté hasta el cambio físico que en tan pocos días se había producido. Caminaba y se movía lentamente, como si hacerlo le costara un gran esfuerzo.

También su conversación era distinta. Las frases se habían tornado breves y lacónicas y casi constantemente, en su conversación demandaba atención y cariño.

Mi mente se había convertido en un torbellino de ideas: ¿qué le sucede a mi madre? ¿La conozco realmente?

Así transcurrió el tiempo, en una incertidumbre amarga que me hacía verlo todo gris, en unos días aciagos que se sucedían lentamente.

La tribulación que me embargaba la sufría en silencio. Solo cuando hablaba por teléfono con mi esposo podía comentarlo y de algún modo, al hablarlo sentía un cierto alivio.

Así, monótonamente, se deslizaban los días, con un cambio: cada tarde teníamos que salir a pasear o a merendar en el campo. Cuando no lo hacíamos, nos lo reclamaba como haría un niño.

Tampoco esta actitud cuadraba en absoluto con su personalidad y su forma de ser. Y casi de un modo imperceptible, íbamos introduciendo cambios en nuestro modo de vida, que con el tiempo descubriríamos inevitables.

Hasta aquí, lo que más me llamaba la atención era que día a día observaba cómo mi madre había cambiado tanto que se estaba convirtiendo en una auténtica desconocida para mí.

Recordaba detalles de cómo era ella, de lo que le gustaba, y la verdad es que siempre llegaba a la misma conclusión: distaba mucho de la persona que veíamos en la actualidad.

Por ejemplo, le fascinaba la lectura y ahora, si le ofrecías un libro, se negaba a leerlo. Las plantas y las flores habían sido su delicia y las cuidaba con mimo y esmero, ahora el jardín se quedaba mustio porque no recordaba regarlo y si la animaba a hacerlo, no quería. Así, bastantes detalles denotaban cuán profundo cambio se había producido en su personalidad.

Llegado este punto, la única diferencia era que sabía lo que estaba ocurriendo en ella. El alzhéimer estaba destruyendo su mente y también su cuerpo sin que se pudiera hacer nada para evitarlo. ¿Cómo reaccionar ante este hecho?

Entonces, sin proponérmelo, descubrí cómo llegar a ella. Y lo maravilloso es que pudimos comprobar que daba resultado. Comencé a tener un diálogo distinto con ella, menos verbal, más escueto, con frases cortas y concisas, mezcladas con mucha ternura y caricias. Notaba cómo, de esta forma, ella era feliz: la trataba como a una niña. Cuando estaba nerviosa, solo con tomarla de la mano se tranquilizaba. De una forma progresiva se convirtió en mi niña, una niña que no crecía, sino que al contrario decrecía inexorablemente hasta llegar a ser un bebé, mi bebé.

Como dijo Goethe: “Con la enfermedad aprendí muchas cosas que de otra manera no habría podido aprender en toda mi vida”. Pude conocer la experiencia de cuidar en ella a la hija que nunca tuve. Paradójicamente, se habían invertido los papeles. En esta ocasión era yo quien quedamente le cantaba las nanas que de sus labios aprendí en mi infancia, quien la arrullaba, quien vigilaba su sueño y también quien recibía de ella su amor y sus besos.

No me importaba que no me reconociera, que no supiera que era su hija, lo más importante era el amor que nos unía.

El alzhéimer la dejó reducida a vivir postrada en la cama un gran tiempo, sin movilidad y sin habla. A pesar de ello, hasta el último minuto de su vida me dio (al igual que a mi esposo), su ternura y amor a raudales.

¡Cuánto cariño pude recibir de ella, cuánto amor en su mirada, a veces perdida en ese mundo inexpugnable en que se había convertido su mente!

Ahora, cuando pienso en ella, cuando noto ese vacío tan grande de madre e hija que me dejó, doy gracias a Dios de que al menos, pese a lo trágico de la enfermedad, no logró destruir los sentimientos, la capacidad de dar y recibir amor. Y es así, con la dulzura de ese amor, que la recuerdo.

¿QUIÉN ES EL QUE OLVIDA?

Silvia Palacios Eugenia

Cuidadora familiar

Madrid (España)

“Solo permanece lo que se ama”. Estas son las palabras que escogió mi madre para recordar siempre a mi padre. Ahí están, grabadas para siempre, rodeadas de crucifijos. Es la única tumba del cementerio con solo una frase, un canto al amor.

En la actualidad, once años después, para mí la frase cobra sentido de verdad, y ha sido a través de los ojos de mi madre y de nuestro momento presente. Ahora entiendo que, entre otras muchas cosas, podemos perder los recuerdos, la memoria, pero el amor es lo último que perdemos.

A pesar de las dificultades y de comprender esta nueva realidad, de estar cerca de ella y sentirla más que nunca. De no entender qué le está pasando, de adaptarme a los cambios, al día a día, a ponerme en su lugar, a tenderle mi apoyo y a la vez sentirme perdida, impotente, sin salida, sola, con ganas de salir corriendo. Con ganas de dar explicaciones a quienes no lo entienden. Y a pesar de todo esto, me doy cuenta de que lo que queda, lo que llega, lo que permanece, es lo que se ama.

La fría noticia del alzhéimer cayó en aquel momento como una losa, un golpe duro. Una losa que con el tiempo fuimos combatiendo, levantándola con fuerza y plantándole cara, pero hubo que pasar por muchas etapas y aún nos queda camino por recorrer. Habrá situaciones que nos seguirán sorprendiendo, dificultades que sortear con fuerza y creatividad.

Así que miro de frente a eso que otros no quieren mirar y dan la espalda, limitándose a etiquetarlo como enfermedad y sin ver más allá, sin mirar a los ojos de quien hay detrás. Miro a lo que otros les da miedo mirar. Miro tu realidad.

“Estoy aquí, entiéndeme, para mí tampoco es fácil. Sé que estáis hablando de mí, que no me entendéis. Os incomoda mi presencia, incluidme en la conversación, en los planes, por favor, sigo aquí… Solo una mirada, una palabra, un abrazo”.

Mirándote a los ojos te pregunto aquello que hace tiempo algunos, demasiados, se olvidaron de preguntar: “¿Cómo estás?”. Trato de pensar que a la mayoría le puede el miedo, ante el desafío de enfrentarse a aquello que no pueden controlar y que se sale de la normalidad.

Cuidarte se convierte en un acto de rebeldía ante este mundo que te da la espalda y sigue sin querer mirarte a los ojos. Un mundo que rechaza a quien ya no “sirve”, a quien no produce, a quien nos hace parar nuestra rutina para replantearnos la vida. Seguimos porque da miedo parar.

He pensado en muchos instantes que mi madre ya no es la que era. Me enfadaba que ya no hiciera su papel de madre, pero he podido comprender que estaba equivocada: sí que sigue siendo mi madre, es mi madre con alzhéimer. Lo digo sin miedo, con emoción. Siempre será mi madre. Aquella mujer que ama el arte, la misma que tantas veces, hoy en día, nos salva y nos hace libres.

Recuerdo junto a ella, entre cantos, esos versos en la voz de su cantante preferido: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Tú, que has dedicado tu vida a enseñar, estás dando tu mejor lección: lo importante que es disfrutar el camino, porque uno nunca sabe cómo ni cuándo le puede cambiar la vida de un día para otro. Los planes ya no existen, solo el camino, lo que estamos viviendo ahora, cada momento, cada día, ya.

Y el presente está siendo un renacer, reaprender, desaprender. Luchamos con que ese día a día se encuentre lleno por todo menos rutina. Aquello por lo que pasábamos de largo, ahora nos detenemos a observar y la belleza nos sorprende. Podemos mirarnos a los ojos.

No nos olvidemos tan pronto de ella, porque ella aún no nos ha olvidado. Entonces, ¿quién es el que olvida aquí?

Ella también se merece disfrutar de la vida, no ha perdido la emoción.

Caes y te recojo.

Tu apoyo, mi apoyo.

Tus ganas, tus deseos.

Tu lucha, mi lucha.

Tus enseñanzas.

Tu calma.

Tu risa y la mía.

Tu luz, tu paz.

Tu emoción y la mía.

Nuestros recuerdos.

Tu vida y la mía.

El camino que nos queda por recorrer.

Yo elijo estar en paz contigo.

Gracias por recordarme que todavía estás aquí, viva.

Y que solo permanece lo que se ama.

MI HISTORIA DE MAMITA BLANCA

Nelly Lucía Zornosa López

Cuidadora familiar

Bogotá (Colombia)

La historia comienza una noche, al recibir una llamada. Mamita estaba delicada y mi hermana quería que viajara con ella. Al llegar y asomarme a la ventana de la casa, vi una imagen muy diferente a la mamá que salía con los brazos abiertos a recibirte. Encontré a una niña pequeña de mirada triste, desubicada. Era el reflejo de aquellos ojos azules picarescos, pero algo no estaba bien en su salud.

Al día siguiente, muy temprano, fuimos a la clínica de Girardot, que era la más cercana y, por su altura y clima, más segura para ir. Al llegar, el médico da una alerta por la cual la enferma es trasladada de urgencia a Ibagué, para brindarle atención especializada. Llegamos directo a UCI, y en ese momento me comprometí a cuidarla el tiempo que fuera necesario.

Pasamos por momentos y decisiones difíciles, pero al final decidimos llevarla a casa. No fue fácil por sus condiciones, pero era la única opción. Lo iniciamos junto con su médico de cabecera, gran amigo con quien empezamos a dar calidad de vida y un buen morir. En ese instante pensamos que no pasaría de dos meses: resultaron ser nueve años de experiencias, aprendizajes y sentimientos inolvidables.

Lo primero fue un nuevo hogar. Buscamos un ambiente sereno, tranquilo y rodearla de amor. Por su alzhéimer, era tratada como la niña consentida de la casa. Comenzó a quemar esas etapas desde la edad adulta hasta la niña consentida, la muñequita y la bebé. En un abrir y cerrar de ojos, me convertí en la mamá de mi mamá. Una circunstancia que nunca se cree posible, hasta que se vive. Es la experiencia más linda que me ha pasado en mi vida; con la que cada mañana, al despertar, siento un alivio en mi corazón, y una alegría por ser afortunada en esta labor. Y, sobre todo, por tener un angelito en las diferentes situaciones de mi vida.

Comenzando con nuestra muñeca

Nuestro día a día era normal: levantarnos a las siete y media, ir al baño, desayunar y hacer la siesta. A las nueve, tomar el baño cantando canciones infantiles y contando dichos. Para vestirse, recordar y repasar los colores y prendas que se le iban colocando. Algunos días no quería ponerse la ropa, por lo que había que hacer trueque. Si te dejas, te doy un beso. Después, la merienda y sentarse en la sala a leer el libro de oraciones y escuchar música hasta la hora del almuerzo. Una vez por semana venía una profesora de música, terapista de lenguaje, física y ocupacional. Me debía esconder para que realizara sus ejercicios, cantara, jugara; en fin.

Por Navidad hacíamos collares o camándulas con mostacilla, para dar de regalo a mis hermanas. Cuando se levantaba, salían a volar de su regazo todas las pepas que le quedaban en la ropa, sonando por todas partes.

Cuando la salud decae

Pasado un tiempo quedó en cama, la cual fue adaptada como cuna para que no hubiera peligro de caerse. Empezamos con el cambio de pañales, baño en cama, tetero, hablarle suave para no asustarla, explicarle qué se le iba a hacer. En fin, cada vez más indefensa y dependiente.

Para tener una calidad con el baño en cama, se preparaba su shampoo, cremas para cara, cuerpo y su colita, talco para su colita. Únicamente la visitaban mis hermanos, con el protocolo de lavado de manos, hablar suave, no preguntarle cosas, horarios de visita y máximo dos personas. Mi sobrino siempre estuvo conmigo en este caminar. Nos ingeniamos una piscina inflable y un lava-cabezas portátil, la dejábamos refrescarse y la bañábamos con calma, siempre y cuando se sintiera cómoda y tranquila.

En cuanto a sus comidas, se complacían sus gustos, a pesar de las restricciones. Todo a base de papillas con loza, cucharas y vasos especiales, haciéndola sentir única, consentida y especial como fue con nosotros en nuestra época de bebés.

El final del caminar

Diez meses antes de su deceso empezamos la etapa de agonía final. Celebramos cada despertar, llenándola de amor, calidez y consintiendo a nuestra bebé, de mirada tierna y a su vez apagada; bendiciéndonos en todo momento y dando gracias por tanto cariño. Volver a una clínica dejó de ser una opción. En su última Navidad cantó con su maraca especial. Pocos días después, una madrugada despertó pidiendo chocolate, rezó, en voz alta me dio las gracias y cerró sus ojitos. Fui su punto de referencia durante los nueve años que estuvimos juntas. Dormir y comer juntas, ver la televisión, su baño en cama, celebrar la Navidad, cumpleaños, etc. Este caminar nos enseñó que no hay nada que el amor no cure y la importancia de la unión entre los hermanos.

Todo mi amor y cariño por siempre, mamita, te extraño.

FUE MI PROYECTO

María C. Bajo

Cuidadora familiar

Madrid (España)

Para los que no me conocéis, soy María, Cuidadora de alzhéimer, y me gusta considerarme bloguera en la actualidad. Me gustaba escribir y transmitir lo que yo vivía con el alzhéimer, sencillamente, y en mi día a día.

Hace casi diecisiete años decidí emprender un gran proyecto en mi vida, “cuidar de mi madre”, y un año antes nada hacía sospechar que mi vida cambiaría por una enfermedad.

Mi vida profesional atravesaba un momento de los llamados de éxito, cuando el alzhéimer llamó a mi puerta y se apoderó de mi madre. Cambié ese éxito y pasé a tener al alzhéimer como compañero habitual las veinticuatro horas del día.

Pronto me di cuenta de que tenía que dirigir un poco este nuevo proyecto y al principio, como cualquier otro proyecto que emprendes, debes dedicar bastante tiempo a buscar información, ayuda, recursos, etc. Y resulta un poco difícil, porque en ese momento estás asimilando la enfermedad de tu madre y tu nueva vida.

El objetivo de un proyecto es que salga adelante y yo, desde el inicio, lo he considerado como un trabajo (sin remunerar) al que tienes que dedicar mucho tiempo, pero no todo tu tiempo. Creo que aquí radica uno de los pilares que me sostenían después de casi diecisiete años.

Otro de los pilares que me sostenían es que, desde el primer momento, no lo tomé como una cruz sino más bien como una oportunidad. Y aprendí a querer a mi madre de una forma diferente.

No sé si por deformación profesional, pero apliqué la totalidad de mis conocimientos sobre organización a mi vida como “cuidadora”. Aparqué la tecnología que había sido mi vida profesional, y tan solo hace cuatro años que me he recuperado con mi presencia en redes sociales, probando y aprendiendo con lo que cae en mis manos.

Gracias al alzhéimer aprendí a querer a mi madre de una forma diferente.

Escribía en mi blog desde el punto de vista de una Cuidadora de Fase Avanzada de alzhéimer. Y esa fase, aunque parezca increíble, es una de las mejores para los cuidadores, puesto que ya hemos asumido muchas cosas. Entre otras, que como madre ya la había perdido, y seguía disfrutando de su sonrisa y gratitud porque sabía que yo estaba a su lado.

Incluso no sabiendo quién era, porque el alzhéimer había hecho que se convirtiera, por comparación, en lo que sería un bebé de meses. Por tanto, si no había complicaciones médicas, la forma de cuidar era similar a la de un bebé. Esta situación para los cuidadores no es tan mala, porque el agotamiento mental que tenemos en otras fases, aquí lo tenía más controlado, “o eso pensaba”.

La estabilidad de mi madre me permitía acceder a un mejor control de su situación, cualquier complicación médica la detectaba antes que en fases anteriores, en las que las visitas a los médicos eran constantes, por medicación, complicaciones, etc.

Mi madre ya no tomaba ninguna clase de medicación. En general, su salud era fuerte y seguía comiendo bien (triturado y bebida con espesante). Y esto es lo que la mantenía, porque los últimos años no caminaba (desde 2007), no hablaba (desde 2010) y no se movía (desde 2012).

Creo que hay situaciones muy duras en nuestro trabajo como cuidadores. Debería existir una Política de Estado en cuanto al alzhéimer y al trabajo de los cuidadores familiares. Se está desmantelando una Ley de Dependencia que permitió que avanzáramos un poquito en ese aspecto y ahora estamos retrocediendo.

Los cuidadores familiares formamos una parte esencial en el cuidado de nuestros mayores y no se está reconociendo. Los cuidadores somos fuertes, sabemos lo que hacemos y lo hacemos bien, somos la voz de nuestro familiar.

El pasado treinta de enero de 2015 fallecía mi madre, dormida y sin sufrimiento.

Ahora un nuevo proyecto me espera, “Envejecer con calidad cuidando de mí”.

Y, para terminar, transmitiros que la experiencia me ha demostrado que: “la actitud ante la vida es la que soluciona debilidades y crea oportunidades”.

Un abrazo a todos y gracias por leerme.

TE BUSCO

Fuencisla Calderón Romeo

Cuidadora familiar

Collado Villalba, Madrid (España)

A mi madre, Mari Carmen

Te busco. En las manos de mi hijo, en las mías propias siempre con las uñas largas, como tú las llevabas, en los rizos de mis hijas, en la sonrisa de tu hermana, en los andares de las mías.

Te busco. En las canciones que te gustaban, en esas zarzuelas que tarareabas, las canciones infantiles que aún puedo escuchar en ese disco de vinilo que encontré por casa.

Te busco. En los cuadros que pintaste, el estaño que labraste, la mantelería que bordaste, el traje de segoviana que llevaste.

Te busco. Con el olor a té recién hecho, a leche caliente de la que apartabas la nata para tomarla con azúcar, a esas tortitas con nata y fresa que tomabas cuando íbamos a ver a los abuelos.

Te busco. Cuando veo unos pendientes de aros, una persona dando de comer a los pájaros que siempre te gustaron, esos zapatos anchos que años atrás llevabas, esas figuras de porcelana que te encantaban, las muñecas que coleccionabas.

Te busco. En esos ojos perdidos que siempre fueron tan expresivos, esa piel suave que aún mantienes, ese momento de genio que muy de vez en cuando expresas, esa voz de la que ya apenas escucho palabras sueltas.

Y sigo buscando, mamá. Intentando nadar entre las aguas turbulentas de tu consciencia para ver si, por un instante, por un minuto, vuelven tus ojos a mirar los míos. Buscándote para por un momento sacarte un beso. Porque yo no olvido.

Te busco porque eres mucho más. Porque estás hecha de sueños, de momentos, de vivencias que hemos compartido, bien juntas o bien narrándome y yo escuchándote, poniendo bien el oído.

Te busco. Nadando por el mar del olvido te lanzo imágenes, canciones, nombres, recuerdos. Tu nombre, María del Carmen. El de tus padres, tus hermanos, tu marido, tus hijos, tus nietos. Tu vocación, la docencia. Tu afición, la pintura. ¿Recuerdas, mamá, aquel día que…?

Y damos un paseo. Tú en tu silla de ruedas, yo empujo. Mira los caballos. ¡Cuántos habrás pintado! Y te acerco flores de manzanilla, como cuando salíamos a buscarlas al campo para hacer luego infusiones. ¿Tienes calor, mamá?

Y canto para ti. Ya sé que fatal. Pero lo intento. Esa Canción del vagabundo de la zarzuela Alma de Dios, una de tus favoritas. Antes la música te despertaba y por unos instantes emergía esa parte de ti. Ya no. Pero no me rindo.

Volverás, mamá. Solo por encontrar tus ojos una vez más mirando los míos, te seguiré buscando. Porque allá donde quiera que estés, dormidos tus recuerdos en el mar del olvido, allá donde quiera que estés, yo estoy contigo.

GANANDO LA BATALLA A LA COVID-19

Patricia Calleja Ruiz

Cuidadora familiar

Basauri, Bizkaia (España)

Aurora, mi madre, de ochenta y siete años, una mujer frágil con insuficiencia cardiaca, venosa, y artrosis generalizada. Muy controlada desde la dieta y el ejercicio físico de forma periódica. Con unas ganas grandes de vivir, en continua batalla para que el coronavirus no entre en su organismo.

Mi madre, con respeto de las restricciones, no se ha quedado aislada en casa. Con mi ayuda, agarrada de mi brazo, sale a hacer la compra y a darse grandes caminatas. Ha realizado y sigue realizando una vida activa para seguir viviendo. Se ha protegido mucho de esta maldita pandemia. Siempre, cuando salimos, cada cierto tiempo y si entramos en lugares concurridos, le echo unas gotitas de gel en las manos, como barrera de protección.

En casa, en plena pandemia, tiene una situación adversa que es mi trabajo. Soy sanitaria de un hospital (Tcae), y para ella era y es una gran preocupación. Lo más importante, que le ofrezco seguridad y protección en todo momento: me desinfecto en el centro de trabajo y en el domicilio, además de que mantengo la distancia de seguridad. Lo más importante para ella es protegerla.

Desde la visión psicológica, la pandemia no le ha afectado, porque vivimos juntas en la misma vivienda. Y en ningún momento se ha parado a pensar de forma negativa en las consecuencias de la COVID-19. Siempre la he mantenido con la mente entretenida y enfocada a asuntos culturales y de actualidad, importantes.

En cuanto a los periodos restrictivos, los ha aguantado muy bien en casa. La mayor parte del día, su afán ha consistido en realizar las actividades de la vida diaria, con una gran afición, que es coser y arreglar la ropa. Esto lo hacía acompañada de la radio, su otra gran amiga. La mayor parte del tiempo que no estoy con ella disfruta de este medio de comunicación, cuya función es distraer y mantener la mente activa.

Por último, deseo mencionar la alimentación. Mi madre sigue una dieta mediterránea, libre de grasas y sin sal. Gracias a este esfuerzo, su salud se mantiene en línea.

EL VALOR DE APRENDER CUIDANDO

Merche Marín Martínez

Cuidadora familiar

Balenyà, Barcelona (España)

Hace doce años que empecé a cuidar de mi madre. Cada día bajaba en tren a su casa, desde Hostalets de Balenyà a Barcelona. Al principio fue muy duro, ni ella ni yo sabíamos nada de esta enfermedad llamada alzhéimer.

Las dos juntas pudimos ir experimentando, día tras día, cada cambio que se iba produciendo en su mente y en su cuerpo. No fue nada fácil, porque ni yo tenía experiencia, ni ella sabía lo que le pasaba. Solo pude darme cuenta de que se encontraba muy alterada, seguramente por ignorar lo que le sucedía. Que yo fuera a su casa a ayudarla y controlarla no le sentó nada bien, no comprendía por qué tenía que ir a diario, y eso le producía bastante malestar.

Por aquel entonces, ella aún vivía con mi padre. Lo cuidaba hacía años, debido a que padecía un cáncer terminal. Por eso, en ese momento, los dos necesitaban que los cuidaran.

Para ella, fue como si yo pretendiera anularla. Creo que se sentía herida y ofendida, ya no era capaz de hacer lo que venía haciendo siempre.

Al principio del alzhéimer, se volvió desconfiada con la gente e incluso conmigo. Escondía las cosas, luego no recordaba dónde las había puesto y además se enfadaba mucho porque creía que se las había quitado yo. Compraba sin control, sin ser consciente, cosas que estando bien no hubiese comprado. Por las mañanas estaba muy alterada y lo pagaba con mi padre y conmigo. Para mí fue muy angustioso, porque mi padre también sufría. Pero rápidamente fui cogiendo experiencia y cambié la manera de hacer las cosas, para que así ella no se alterase. No era necesario llevarle la contraria, aunque no tuviera razón. ¡Para qué discutir!, si al momento ya no se acordaba de nada. Asimismo, necesité triturarle las pastillas y dárselas a escondidas, ya que no se las quería tomar.

Poco después su cuerpo fue deteriorándose, la enfermedad le dificultó poder andar bien y sufrió alguna que otra caída. Tampoco hablaba apenas, ni daba conversación.