Tal como soy - Patricia Ryan - E-Book
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Tal como soy E-Book

Patricia Ryan

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Beschreibung

David Waite estaba tan harto de que las mujeres lo utilizaran, que decidió buscarse una acompañante a la que no le atara ningún lazo emocional o sexual. Pero cuando conoció a Nora se dio cuenta de que ella era lo que había estado buscando... Nora Armstrong, una auténtica belleza de Ohio, había accedido a salir con David Waite para hacerle un favor a su primo. Según las reglas que regían su relación, no debería haber tenido nada que temer. Sin embargo, David se empeñó en romperlas, y Nora supo que su vida se había complicado cuando se dio cuenta de que se había enamorado de él...

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Seitenzahl: 248

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Patricia Burford Ryan

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tal como soy, n.º 271 - enero 2019

Título original: All of Me

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-706-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Si te ha gustado este libro…

Uno

 

 

 

 

 

—¿Sabes lo que es «golosina para el brazo»? —preguntó Harlan, el primo de Nora, mientras paraba un taxi en la Séptima Avenida.

A pesar de que había habido taxis en la estación de Pensilvania, Harlan se había negado a tomar uno por lo cercana que estaba su casa. Sin embargo, el pesado equipaje le había hecho cambiar de opinión.

—¿«Golosina para el brazo»? —replicó Nora, algo aturdida por el bullicio de Manhattan en aquella soleada tarde de septiembre—. ¿Qué es eso? ¿Una droga?

—Ese es uno de los significados —dijo él, mientras metía el equipaje en el maletero del coche—. No es como si no supieras lo que es una gran ciudad.

—Cleveland es de tercera división comparada como esto —comentó Nora, metiéndose, junto con su primo, en el asiento trasero del taxi, que arrancó y se introdujo de nuevo en el lento flujo del tráfico neoyorquino.

—Ya lo entiendo. Entonces, esto es como una especie de prueba personal para ti. Supongo que crees que si consigues progresar aquí, lo podrás hacer en cualquier sitio, ¿no?

—¡Oye! Tú lo has conseguido —replicó Nora, riendo, mientras le daba un puñetazo en la espalda.

Bajo de estatura y con su pelo castaño eternamente revuelto, Harlan Armstrong se parecía más a un novato de instituto que a un joven empresario de veinticuatro años. Siete años atrás, después de dejar el instituto en Keniston, Ohio, su ciudad natal, se había mudado a nueva York. La opinión de todo el mundo había sido que no conseguiría nada pero se las había ingeniado para transformar su apetito por la dolce vita en una lucrativa carrera que él llamaba «organización de acontecimientos sociales» y que podría definirse más bien como «preparar fiestas».

—Entonces, ¿cómo te va en el amor? —preguntó Nora—. ¿Estás saliendo en serio con alguien?

Con su aspecto juvenil y su magnética sonrisa, Harlan había sido un rompecorazones en Keniston. Sin embargo, siempre había puesto tierra por medio cuando las relaciones habían empezado a ir más en serio.

—¿Salir en serio? ¿En qué planeta has estado viviendo? ¿Y tú? —le desafió él—. ¿Has tenido alguna vez una relación con alguien? No me puedo creer que…

—¡No te oigo! ¡No te oigo! —exclamó Nora, poniéndose las manos en los oídos—. Na, na, na, na…

—No creo que será por falta de oportunidades —le dijo Harlan, apartándole las manos de los oídos—. En cuanto te miren los hombres, con ese pelo rubio, esa cara y esas piernas, por no mencionar tus… —se detuvo, mirándole el pecho—… otros atributos, estoy seguro de que se vuelven locos. Y eso a pesar de esta armadura que te pones —añadió, señalando la enorme sudadera que llevaba sobre los vaqueros.

—Exactamente —replicó ella—. Los hombres ven partes de mí, y las desean pero nunca me desean a mí. No a mí como persona. Para ellos, yo solo soy una típica rubia estúpida.

—¿Es que no te das cuenta? —preguntó Harlan, dándose un golpe en la frente—. Es un círculo vicioso. Los hombres muestran interés por ti y, así, de repente, tú decides que no eres tú lo que quieren, sino tu cuerpo de escándalo. El resultado es que así consigues mantenerlos a distancia, ergo nunca llegan a conocer a la verdadera Nora, ergo cualquier relación se corta de raíz.

—¿Ergo? —preguntó Nora, extrañada de que su primo hubiera utilizado aquella palabra latina tan culta.

—Se supone que las chicas que tienen un título de tres al cuarto no deben juzgar a otras personas…

—¡De tres al cuarto! ¡De tres al cuarto! —replicó Nora, que había conseguido pagarse su bien ganado título en metales, sin duda el más difícil de todos los cursos que se ofrecían en su escuela de oficios, trabajando en el restaurante de costillas más grasiento de Cleveland.

—Lo que quiero decir es que alguien, en alguna parte, tiene que romper ese círculo —insistió Harlan, con exagerada paciencia—. Y, dada la falta de ingenio de la mayoría de los hombres para las relaciones hombre-mujer, creo que ese alguien vas a tener que ser tú.

—Y me da el consejo el experto en compromisos de la ciudad de Nueva York —concluyó Nora, poniéndose a mirar por la ventana—. Bueno, ¿qué es eso de «golosina para el brazo»?

—Ah, bueno… Es una mujer que sale con un hombre al que no conoce, o por lo menos no conoce muy bien, como en una especie de… acuerdo. Nada serio y no hay implicaciones románticas. Y, normalmente, un intermediario concierta la cita.

—En Cleveland decimos que eso es ser una chica de alterne.

—No, no, no. En este caso no hay sexo de por medio ni se intercambia dinero. La chica es solo algo ornamental. Estas chicas tienen que ser del tipo que hace que todo el mundo se vuelva a mirarlas. La mayoría de ellas son modelos profesionales. Altas, guapísimas y con… atributos de sobra.

—¿Y los hombres? Son más mayores y no tan decorativos, ¿verdad?

—Lo único que los hombres tienen en común es su posición social en la cadena alimenticia de Nueva York. Esta normalmente suele estar entre los tiburones. La «golosina para el brazo» es simplemente otro símbolo de su situación social, como los coches o los barcos.

—Me parece que este tema beneficia más a los tiburones que al plancton con el que salen. ¿Qué sacan las mujeres de todo esto si no hay dinero de por medio?

—Consiguen asistir a acontecimientos sociales de primera clase a los que, de otro modo, nunca hubieran sido invitadas. Estrenos de películas, bailes benéficos, grandes recepciones. Se mezclan con los peces gordos con los que, en condiciones normales, nunca podrían conocer en persona.

—Me parece que es una razón muy pobre para ponerse toda elegante y encima simular que eres la novia de alguien —dijo Nora, encogiéndose de hombros—. Yo nunca me tomaría todas esas molestias.

—¿Lo harías para hacerle un favor a tu primo que te quiere mucho y que, a pesar de que lo siente, ya te ha organizado uno de estos para ir al baile de la Cruz Roja con un hombre realmente agradable…?

—No.

—No me digas que no todavía.

—Ya te he dicho que no. Lo digo en serio, Harlan. ¿Crees que yo podría ponerme de punta en blanco solo para que un tipo tuviera buen aspecto? ¿Yo, haciendo el papel de la mujer guapa pero sin cerebro?

Harlan se retorció en el asiento para sacarse un recorte de periódico del bolsillo de atrás del pantalón, que alisó encima de la pierna para luego entregárselo a Nora.

—Ese es el hombre.

Nora vio que en la fotografía, muy granulada, había dos hombres con una copa de champán en la mano. Nora reconoció a uno de ellos como el alcalde de Nueva York.

—Se llama David Waite —añadió Harlan, señalando al otro hombre, alto y esbelto, con pelo oscuro y facciones angulosas—. Tiene unos treinta años. Es inglés o al menos de nacimiento. Ahora ya vive todo el tiempo en Nueva York. Estudió Derecho en Oxford y luego desapareció durante diez años.

—Tal vez estuvo en la cárcel o en un psiquiátrico.

—Alguien me dijo que estuvo viajando.

—¿Durante diez años?

—Hace dos años —explicó Harlan—, apareció en Nueva York, alquiló un despacho en el Edificio Flatiron y creó el Grupo Consultor Waite, que, de la noche a la mañana, se convirtió en la empresa que utilizan los organismos de alto nivel para recaudar fondos. Representa a cada gran museo o iglesia, organizaciones médicas y fundaciones de Nueva York. Lo que hace es sacarles donaciones a los ricos y famosos a cambio de un porcentaje de los beneficios. Dicen que es el mejor.

Nora miró los ojos de David Waite, oscuros e intensos. La mandíbula tenía un ligero toque de dureza que, junto a los ojos, le daba un aire fiero que no encajaba con su garbosa apostura.

—No —replicó Nora, dándole el recorte.

—Nora —suplicó Harlan—. Necesito que hagas esto por mí. Solo esta noche…

—¿Esta noche?

—Ya sé que no te he dado mucho tiempo…

—¿Te das cuenta de que me he pasado las últimas doce horas en un tren? Me marché de Cleveland a las tres de la mañana. Llevo levantada casi treinta y dos horas y estoy completamente agotada. En lo único en lo que puedo pensar es en llegar a tu casa, comer algo y echarme a dormir.

Al mencionar la casa, Nora recordó que Harlan le había ofrecido su hospitalidad únicamente hasta que ella pudiera encontrar su propio piso. Además, él le había prestado el dinero para su pequeño negocio de fabricación de joyas sin ningún interés, por no mencionar que él le había dado dinero cuando ella estaba estudiando, lo que significaba que ella le debía algo.

—Lo siento —dijo Harlan—. No creí que estuvieras tan cansada, sino que estarías en la ciudad y me podrías echar una mano.

—¿Echarte una mano en qué? —suspiró ella.

—Este tipo, David Waite —explicó Harlan, sintiendo que ella estaba a punto de capitular—, es el hombre estratégico detrás de todos los actos sociales de postín y de las cenas de mil dólares el cubierto que hay en esta ciudad. Lo sé porque llevo rondando su negocio durante los últimos dos años.

—Eso son muchas fiestas.

—Él contrata personas que le organicen las fiestas, como yo. Pero las personas que ha estado usando… bueno, las mismas salas de hotel, la misma comida y la misma música de siempre. Yo tengo muchas buenas ideas pero me está costando un poco convencerlo de que me dé una oportunidad. Es que yo no soy muy ortodoxo. Además, mi experiencia es principalmente en fiestas privadas, bodas, celebraciones sagradas… No me va mal, pero los acontecimientos sociales que realmente vienen cubiertos de diamantes son las fiestas benéficas. Bueno, el caso es que fui a ver a David a su despacho esta mañana y me lo encontré gruñendo porque había cancelado la cita que tenía para el Baile de la Cruz Roja, no me dijo por qué, y estaba desesperado por encontrar una mujer que le acompañara con tan poco tiempo.

—¿Me estás diciendo que un tipo como ese estaba desesperado por encontrar una mujer que le acompañe?

—Él no quiere una mujer, quiere «golosina para el brazo». Confía en mí. A David Waite nunca le ha faltado compañía femenina pero lo que ocurre es que su gusto no va por las modelos o actrices. Tiende a salir con mujeres empresarias y de carrera. Pero esta noche, por alguna razón, quiere aparecer con un bellezón del brazo.

—¿Y por eso canceló su cita para esta noche? ¿Porque no era un bellezón? Me parece algo asqueroso.

—No sé por qué canceló la cita. Resulta un poco hortera interrogar a alguien a quien estás intentando camelarte. Todo lo que sé es que él me preguntó si yo podía encontrarle a alguien presentable pero sin complicaciones. Exactamente dijo «del tipo de una modelo». Y, siendo el oportunista que yo soy, le dije que no había ningún problema.

—¿Por qué no?

—Los que organizamos fiestas, tarde o temprano acabamos por conocer a todo el mundo que hay que conocer y nunca perdemos un número de teléfono. ¿Que se necesita un faquir que se trague espadas? ¿Un artista del graffiti? ¿Una compañía de bailarinas? ¿Golosina para el brazo? Todo lo que tengo que hacer es llamar por teléfono.

—¿Y pensaste en mí para este trabajo?

—En realidad, había pensado en una modelo, pero resulta que lleva un mes en rehabilitación. No me preocupé porque conozco otras modelos pero todas tenían plan para esta noche o estaban fuera de la ciudad. Lo que me hizo pensar en ti.

—Yo no soy modelo.

—Podrías pasar por una. Te necesito, Nora. Ya le he prometido a Waite que le encontraría una cita. Si me presento con las manos vacías, se pensará que lo mío es solo de boquilla y nunca me contratará. Mi carrera se quedará en el mismo punto hasta el final de mis días.

—¿Y no hay nadie más que pueda hacer esto?

—Yo no puedo concertarle una cita con cualquiera. Tiene que ser alguien de quitar el hipo. Y tú eres de esas, si no recuerdo mal. No te habrás traído un traje de noche, ¿verdad?

—Sí, claro, los tengo aquí… —bromeó Nora, dando un golpecito en la mochila—… junto con las tiaras de diamantes de imitación y los guantes de seda largos.

—No te preocupes. Sé cómo podemos vestirte bien para esta noche.

—¡Qué bien! —exclamó Nora, desesperada—. Mira Harlan, yo no creo que pueda hacerlo.

—Claro que puedes. ¡Vaya! Vas a estar codeándote con la alta sociedad neoyorquina en tu primera noche en la ciudad. Aquí vale —le dijo al taxista.

—¿Aquí? —preguntó Nora, algo preocupada, al bajarse del taxi. Se habían detenido delante de lo que parecía ser una vieja fábrica o almacén en un ruinoso barrio de la ciudad—. Pensé que tenías dinero.

—Y lo tengo. Por eso pude permitirme comprar todo el piso de arriba de este edificio —dijo Harlan, después de pagar al taxista y sacar las maletas del coche.

Harlan se dirigió a la puerta, con una llave en la mano. Nora le siguió a lo largo de un estrecho pasillo hasta un enorme montacargas. Una vez dentro, Harlan apretó un botón y la antigua maquinaria les transportó al sexto piso. Allí salieron a un lúgubre descansillo, iluminado por una única bombilla, que revelaba una puerta marrón con una mirilla.

Nora pensó que había cometido un terrible error viniendo a Nueva York.

—No juzgues este lugar hasta que lo hayas visto por dentro —comentó Harlan, girando la llave varias veces en la enorme puerta, como si le hubiera podido leer la mente.

—¿Harlan? —llamó una voz de hombre desde el interior—. ¡Pero si es Nora de la granja Sunnybrook! —exclamó un joven de unos treinta años, de pelo claro y vestido todo de negro, abrazándola y besándola—. ¡Venga, entrad!

El hombre la llevó de la mano dentro de la casa hacia un salón lleno de antigüedades y alfombras orientales que casi se perdían entre las numerosas plantas. Música de jazz, tocada al piano, salía de unos altavoces invisibles. Completaban la escena unas enormes velas perfumadas. Nora se sentía como si acabara de entrar en un mundo nuevo.

Harlan cerró la puerta tras meter todas las maletas en el apartamento y dijo.

—Nora, es Kevin Mills. Kevin, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que el ensayo duraba hasta las cinco.

—Acabé antes para estar aquí y recibiros. No me gustaría ofenderte pero ¿llevas eso en la calle? —preguntó Kevin, señalando la mochila de Nora—. Querida, eso es para cuando se va uno de marchas forzadas a través de campos de arroz. Harlan, ¿dónde vamos a alojarla? Nunca lo hemos hablado.

—Oh —dijo Nora—. No sabía que tenías un compañero de piso. Kevin, ¿estás seguro de que no os importa que me quede? No quiero imponeros mi presencia.

—Cielito, claro que no —dijo Kevin, tocándole a Nora la mejilla de una manera tan delicada que le hizo preguntarse si Kevin sería homosexual y si Harlan lo sabría—. Bueno, ¿dónde la colocamos? Solo hay una cama y, aunque es bien grande, yo diría que no lo es lo suficiente como para acogernos a los tres, ¿no te parece?

Efectivamente, parecía que Harlan lo sabía perfectamente. Nora miró a su primo con incredulidad y vio que él se sonrojaba.

—Ya he metido la pata —dijo Kevin.

—Kevin —dijo Harlan—, ¿crees que podrías prepararle algo de comer a Nora? Y tú Nora, ven conmigo.

Nora siguió a su primo, que seguía llevándole las maletas, a través de apartamento, decorado muy cálidamente. Tras sujetar una cortina, Harlan le hizo pasar a una habitación de techos muy altos decorados con tragaluces y decorada con columnas. El cuarto estaba lleno de jarrones, manteles de todos los colores, candelabros…

—Madre mía —murmuró Nora.

—Mis fiestas llevan más attrezzo que la mayoría de las producciones de Broadway.

Harlan la condujo a través de las columnas, rodeadas por estatuas de dioses griegos medio desnudos, armaduras, animales de granja de pasta de papel… Incluso había un platillo volante.

Al final de la habitación, había una hilera de ventanas, cubiertas de persianas de papel de arroz, revelando una perfecta postal de la línea del horizonte de Manhattan a media tarde. Cerca de las ventanas, había una enorme alfombra encima de la cual, una cama de hierro forjado se había convertido en sofá por medio de unos cojines. La cama estaba flanqueada por dos lámparas de pie y, en lugar de mesa, había un pequeño cofre.

A un lado de aquel improvisado salón había un montón de perchas con lo que parecían ser vestidos.

—Esos son los trajes de Kevin —dijo Harlan, poniendo las maletas en el suelo—. Se encarga del vestuario y el maquillaje de una obra de teatro alternativo. Todo el reparto son hombres pero los personajes son femeninos. Están todos los tipos desde Blancanieves a Courtney Love.

—¿Es un espectáculo drag?

—No. Es un musical. Y, además, ha tenido unas críticas admirables de nada más y nada menos que del New York Times.

—¡Vaya! —exclamó Nora, dándose cuenta de que ya no estaba en Ohio.

—Pensé que podrías estar cómoda aquí.

—Sí —dijo Nora, mirando el Museo de Curiosidades que se extendía a su alrededor—. Claro. La vista es impresionante.

—Y, además, a partir del próximo sábado, tendrás toda la casa para ti sola. Kev y yo nos vamos al Caribe durante dos semanas.

—¿De verdad? —preguntó Nora, algo aterrorizada de estar sola en aquel apartamento tan surrealista en medio de aquella enorme ciudad.

—Se me había ocurrido que podríamos quitar los trastos de esa zona para que puedas ponerte con tus joyas. Ya te he encargado una mesa de trabajo con un torno y una luz de acetileno y todo lo que has pedido. Llegará mañana.

—Muchas gracias. No sabes cuánto te lo agradezco.

—Lo que sea por mi prima favorita.

—Entonces, ¿cuánto tiempo hace que sabes que eres homosexual? —preguntó Nora, dejando la mochila en la cama—. ¿Es que no se te ha ocurrido que nunca lo has mencionado?

—No puedo acordarme de ningún momento en el que al menos no lo sospechara. Pero tenía miedo de que, si se lo decía a alguien, incluso a ti, acabaría por salir en la portada del periódico local y no podría volver a aparecer por casa.

—Tenías que haberte imaginado que me enteraría en cuanto llegara aquí.

—Claro, pero esto es Nueva York y no Ohio, donde tal vez le hubieras dicho algo a alguien sin querer. Lo siento, Nora. Sé que debería habértelo dicho hace mucho tiempo. ¿Amigos?

—¿Cómo no íbamos a ser amigos? —preguntó Nora, sonriendo.

—Me tenías algo preocupado en eso —dijo él, abrazándola. De repente, un sonido algo estridente salió de entre los dos—. O somos capaces de hacer música con nuestros cuerpos o es mi teléfono móvil.

—Creo que es más bien el teléfono —dijo Nora, riendo.

—Harlan Armstrong —dijo él, tras sacarse el teléfono del bolsillo—. ¡David! Me alegro de tener noticias tuyas —añadió, mirando a Nora.

—¡Por fin os encuentro! —exclamó Kevin, saliendo de entre el attrezzo con una bandeja de sandwiches y agua mineral.

—Ahora mismo la estoy mirando —le decía Harlan al teléfono—. Todo está arreglado.

—¿Cómo? —exclamó Nora—. ¡No!

—Claro, claro que está dispuesta. Por cierto, ¿te he mencionado que es mi prima? —preguntó Harlan. Nora se acercó a Harlan y le tomó por el cuello de su chaqueta, sacudiendo la cabeza—. ¿Engañarte? —añadió Harlan al teléfono mientras le suplicaba a Nora con un gesto de los labios—. No, David, no, claro que no te he engañado. Es modelo. Se llama Nora Armstrong. En estos momentos se aloja conmigo porque acaba de llegar a la ciudad procedente de…

—Tahití —le ofreció Kevin mientras ponía la bandeja en el cofre.

—Tahití —dijo Harlan al teléfono—. Creo que… de presentar unos bañadores. Para uno de esos calendarios.

—Harlan… —dijo Nora.

—No —observó Harlan, tapándole a Nora la boca—. No, no tiene casa propia. Ya no… Porque… ha estado fuera de la ciudad durante un tiempo. Ha estado trabajando en… —añadió, mirando a Kevin para que le ayudara.

—Milán —dijo Kevin.

—Milán —concluyó Harlan.

—¿Milán? ¿Tahití? —protestó Nora, tras apartar la mano de su primo—. Harlan…

—¿Por qué no se lo dices tú mismo? —sugirió Harlan, pasándole el teléfono a Nora para luego dejarse caer al suelo de rodillas con las manos suplicándole.

—¿Señorita Armstrong? —decía la voz al otro lado del teléfono, profunda y suave.

—¿Sí?

—Quería decirle lo mucho que le agradezco que haga esto por mí, especialmente cuando le hemos avisado con tan poco tiempo.

—Gracias. Quiero decir, de nada —contestó Nora, tragando saliva.

—Y, desde luego, le estoy muy agradecido a su primo por haberlo organizado todo.

—Sí, es un hombre al que le gusta ayudar —musitó Nora, dándose cuenta de que Harlan había conseguido justamente lo que buscaba.

—¿Paso a recogerla a las ocho y media entonces?

—A las ocho y media estará bien —dijo Nora, viendo a Harlan aferrado a sus piernas.

—Gracias, gracias, gracias —susurraba Harlan.

—Hasta luego, entonces —dijo David Waite.

—Adiós —respondió Nora, colgando el teléfono.

—¡Gracias, Nora! —exclamó Harlan, que, tras ponerse de pie, la besaba y la abrazaba alocadamente—. ¡Te adoro!

—¿De verdad? Pues yo creo que estoy empezando a odiarte —bromeó Nora, dejándose caer en la cama. Tomó un bocadillo pero al ver que estaba hecho de carne casi cruda, lo volvió a dejar en la bandeja.

—¿Va a dormir aquí? —preguntó Kevin—. No creí que le gustara estar aquí, rodeada de toda tu parafernalia fellinesca.

—Y no le gusta —dijo Harlan, sentándose también en la cama y tomando un sandwich—. Se siente vulnerable e indefensa sin cuatro lindas paredes a su alrededor pero es demasiado educada como para decir nada.

—¿Quieres dejar de leerme los pensamientos?

—¿Cuatro paredes? —preguntó Kevin, moviendo las perchas de manera que formaran un cuadrado perfecto alrededor de la cama—. Voilá! Ya tienes cuatro paredes.

—Me gusta más así —dijo Nora, atentamente observada por Harlan—. Muchas gracias, Kevin. ¿Has hecho tú todos esos trajes? —añadió, al ver una máquina de coser.

—Algunos —respondió Kevin, abriendo la botella de agua—. El resto los he comprado, pero normalmente tienen que modificarse para que le sirvan a un hombre.

—Hablando de trajes —dijo Harlan, con la boca llena—. Nora va a necesitar un traje de noche para la fiesta. Algo sexy pero elegante. Además de zapatos, peinado, maquillaje… Bueno, todo el lote. Esperaba que tú, Kevin, pudieras sacudir la varita mágica y transformar en una Cenicienta a nuestra pequeña pueblerina.

—¿Hacer de hada madrina, eh? —preguntó Kevin—. ¡Ese es mi papel favorito! ¿Cuánto mides? ¿Un metro setenta y cinco más o menos? ¿Y cuál es tu talla? Espera, déjame adivinar —añadió, haciendo que Nora se pusiera de pie—. Esa ropa tan amplia que llevas no me ayuda, pero yo diría… que eres una cuarenta de cuerpo y treinta y ocho de piernas.

Entonces, rápidamente, se fue a una de las perchas y sacó un vestido, que acercó para que Nora lo inspeccionara.

—¿Eso? —preguntó Nora, examinando el vestido. Era un vestido de seda largo, cortado al bies, de color cobre con unas finísimas hombreras—. Pero si no tiene nada de tela —protestó ella.

—Ya verás como sí la tiene cuando te lo pongas —dijo Kevin, sonriendo—. Es perfecto.

—Pruébatelo —le animó Harlan, poniéndose de pie para bajar las persianas.

—¿Y qué talla tienes de pecho? —preguntó Kevin, mirándole los senos—. ¿Una ochenta y cinco? Tengo un precioso sujetador sin hombreras, de los que realzan el pecho y viene con un tanga a juego.

—¡Un tanga! —exclamó Nora, escandalizada.

—Las marcas de las braguitas son la muerte para un vestido como este. Además, tengo una bisutería de circonita que parece completamente auténtica. Y si usas un treinta y nueve de pie, y me apuesto mi rizador de pestañas a que es así, tengo unos zapatos de tacón de aguja dorados que son para morirse.

—Si puedo andar con ellos, me los pondré, pero no quiero bisutería. Me pondré mis cosas.

Tras desabrochar la mochila, sacó su collar más espectacular. Era de oro, labrado para simular unas ramas, del que colgaban dos docenas de piedras de ámbar, ónice y granate muy bien pulidas. En el centro, algo más baja que las demás, Nora había colgado «el huevo del águila», una nuez de ámbar que guardaba en su interior un insecto alado prehistórico perfectamente conservado.

—Esto es la cosa más fea que he visto en toda mi vida —dijo Kevin, sosteniendo el collar delante de la ventana.

—No te preocupes por lo que dice, primita —dijo Harlan—. Es que tiene una debilidad extrema por el brillo y el relumbrón. Es su mayor falta.

—Eso y una debilidad por los hombres que se disculpan por mí cuando deberían estar convenciendo a sus primas para que no se pongan un vestido de noche con un collar de pedruscos y bichos —dijo Kevin, devolviéndole el collar a Nora con dos dedos—. Pruébate el vestido para que pueda entallártelo. Luego, es mejor que te des un relajante baño de espuma para que luego pueda yo peinarte y maquillarte. Te prometo no ponerte como una máscara —añadió, al ver el pánico reflejado en el rostro de Nora.

Nora les pidió a los hombres que esperaran fuera del perímetro de las perchas mientras ella se cambiaba a pesar de las protestas de Kevin de que ellos eran inmunes a sus encantos.

—Lo que tienes que recordar esta noche es que tú estás allí estrictamente para David Waite —dijo Harlan—. Tú eres su adorno. No te despegues de su lado, sonríe constantemente y ríele los chistes. Sé encantadora pero no hables demasiado y no hagas amistades tú sola.

—Me estás convirtiendo en una geisha —replicó ella, quitándose la sudadera y la camiseta.

—Ya te dije que no había sexo de por medio.

—Las geishas no son prostitutas —intervino Kevin.

—Efectivamente —confirmó Nora, quitándose las zapatillas—. Su trabajo es tener un buen aspecto y mimar a los hombres. Eso es todo. Ellas se limitan a servir el té, a cantar y a ese tipo de cosas.

—Y no le digas a nadie que acabas de conocerlo —le advirtió Harlan—. Tiene que parecer que hay algo entre vosotros.

—¿Y por qué no se lleva simplemente una muñeca hinchable? —preguntó Nora—. Creo que con eso le vale.

—Nora…

—Espero que te des cuenta de que esta noche estoy agotada —añadió ella, quitándose los vaqueros—. Ya sabes lo maliciosa que me pongo cuando estoy cansada.

—¿Tú? —preguntó Kevin—. ¿Maliciosa?

—Sí, se le cruzan los cables muy rápido cuando está cansada —confirmó Harlan—. Nora, cielo, prométeme que te lo pensarás dos veces antes de hablar esta noche. Por favor. Y no le digas que haces joyas. Él cree que eres modelo. Si alguien te pregunta para qué agencia trabajas, di que para «Boss». Creo que se llama «Boss Models Worldwide». Si te preguntan lo que ganas…

—Nadie me va a preguntar algo tan grosero —dijo Nora, poniéndose el collar.

—Esto es Nueva York. Aquí son así de groseros —replicó Harlan—. Diles que cobras cinco mil dólares al día.

—¿Al día? No creo que pueda decir eso sin que se me note que estoy mintiendo —añadió ella, mientras se ponía el vestido.

Era precioso, pero con las tiras de su sujetador y el pelo tan desordenado no dejaba de parecer una niña que se había vestido con las ropas de su madre. Por mucho que Kevin la arreglara no dejaría de parecer una granjera con un vestido caro.

—Creo que esta noche va a ser una pesadilla.

—¡Cielito, no! —exclamó Kevin—. No escuches a Harlan. Limítate a relajarte y a divertirte.

—¡No! —replicó Harlan—. ¡No te relajes! Hay demasiado en juego aquí. No quiero insultarte ni nada por el estilo pero, ¿sabes qué tenedor hay que usar y todas esas cosas?

—Sí, claro. El grande para recoger el heno y el pequeño para afinar pianos.

—Nora —insistió Harlan—. Recuerda que acabas de volver de Tahití y que, antes de eso, vivías en Milán. ¿Crees que te acordarás? Cinco mil al día, Tahití…

—¿Y si no puedo? ¿Es que voy a arruinar tu vida?

—Solo mi carrera —dijo Harlan, con un suspiro

Nora miró el reflejo de su imagen en la ventana, rodeada por el panorama de la ciudad con la que había soñado durante años. Casi deseó no haber puesto el pie allí.

—Ya te he dicho que te odio, ¿verdad Harlan?

 

 

El timbre sonó justo cuando Kevin estaba terminando de maquillar a Nora.

—Es muy puntual. ¡Qué banalidad! —protestó Kevin.

—¡Ya ha llegado! —exclamó Harlan, asomando la cabeza por la puerta del cuarto de baño—. Acabo de abrirle. ¿Estás lista?

—Casi —dijo Kevin.

—¿Y el pelo? —preguntó Nora.

—Dame cinco minutos —respondió Kevin, sacando unas tenacillas del pelo y enchufándolas.

—Entonces, te acuerdas de todo lo que te he dicho, ¿verdad? —insistió Harlan—. No te separes de David, no hables demasiado…

—Harlan, ¿te pones así cuando estás preparando una de tus fiestas?

—Sí. Por eso todo sale perfectamente —le espetó él—. Kev, ¿te parece que ese color de lápiz de labios es el adecuado? ¿No crees que sería mejor algo más oscuro…?

—¡Cállate y sal de aquí! —protestó Kevin—. Está a punto de llegar a la puerta.