Teosofia (Traducido) - Rudolf Steiner - E-Book

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Rudolf Steiner

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Beschreibung

El propósito de este libro es dar una descripción de ciertas partes del mundo supersensible. Quien quiera admitir sólo el mundo sensible considerará que tal descripción es un producto vacío de la imaginación. Pero quien busca los caminos que conducen fuera del mundo de los sentidos, pronto llegará a comprender que la vida humana sólo adquiere valor y sentido si penetra con sus ojos en otro mundo. Esta penetración no distrae al hombre, como muchos temen, de la vida "real". Porque sólo así aprende a mantenerse firme y seguro en la vida. Aprende a conocer las causas, mientras que si las ignora, va a tientas como un ciego por los efectos. Sólo a través del conocimiento del mundo suprasensible adquiere sentido la "realidad" sensible. Por lo tanto, este conocimiento aumenta, no disminuye, nuestra capacidad de vida. Sólo quien entiende la vida puede convertirse en un hombre verdaderamente "práctico".

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RUDOLF STEINER

 

TEOSOFIA

INTRODUCCIÓN AL CONOCIMIENTO SUPERSENSIBLE DEL MUNDO Y DEL DESTINO HUMANO

 

Traducción y edición 2021 de ©David De Angelis

Todos los derechos reservados

ÍNDICE

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN

INTRODUCCIÓN

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

- I LA ENTIDAD CORPÓREA DEL HOMBRE

- II. LA ENTIDAD ANÍMICA DEL HOMBRE

- III. LA ENTIDAD ESPIRITUAL DEL HOMBRE

- IV - CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU

LA REENCARNACIÓN DEL ESPÍRITU Y EL DESTINO (KARMA)

LOS TRES MUNDOS - I - EL MUNDO DEL ALMA

- II - EL ALMA EN EL MUNDO ANÍMICO DESPUÉS DE LA MUERTE

- III. EL MUNDO ESPIRITUAL

- IV - EL ESPÍRITU EN EL MUNDO ESPIRITUAL DESPUÉS DE LA MUERTE

- V - EL MUNDO FÍSICO Y SU CONEXIÓN CON EL MUNDO ANÍMICO Y ESPIRITUAL

- VI FORMAS DE PENSAMIENTO Y EL AURA HUMANA

EL CAMINO DEL CONOCIMIENTO

 

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN

 

El propósito de este libro es dar una descripción de ciertas partes del mundo supersensible. Quien quiera admitir sólo el mundo sensible considerará que tal descripción es un producto vacío de la imaginación. Pero quien busca los caminos que conducen fuera del mundo de los sentidos, pronto llegará a comprender que la vida humana sólo adquiere valor y sentido si penetra con sus ojos en otro mundo. Esta penetración no distrae, como muchos temen, al hombre de la vida "real". Porque sólo así aprende a mantenerse firme y seguro en la vida. Aprende a conocer las causas, mientras que si las ignora, va a tientas como un ciego por los efectos. Sólo a través del conocimiento del mundo suprasensible adquiere sentido la "realidad" sensible. Por lo tanto, este conocimiento aumenta, no disminuye, nuestra capacidad de vida. Sólo quien entiende la vida puede convertirse en un hombre verdaderamente "práctico".

El autor de este libro no describe nada que no pueda atestiguar por su propia experiencia, por el tipo de experiencia que se puede tener en este campo. Por lo tanto, sólo describirá las cosas que él mismo ha experimentado a este respecto.

La forma de leer en nuestro tiempo no se aplica a este libro. En cierto modo, cada página, a menudo incluso unas pocas frases, deben ser conquistadas con esfuerzo. Esto se ha pretendido conscientemente. Porque sólo así el libro puede convertirse para el lector en lo que tiene que ser para él. Quien se limite a hojearlo no lo habrá leído en absoluto. Las verdades que contiene deben ser experimentadas. La ciencia espiritual sólo es eficaz en este sentido.

El libro no puede ser juzgado según los criterios de la ciencia ordinaria si el punto de vista para tal juicio no se deriva del propio libro. Sin embargo, si el crítico adopta este punto de vista, verá que esta exposición nunca está reñida con los verdaderos métodos científicos. El autor sabe que no ha querido, ni siquiera con una sola palabra, entrar en conflicto con su conciencia científica.

Quienes deseen buscar las verdades aquí expuestas por otros medios las encontrarán en mi Filosofía de la Libertad. Por caminos diferentes, los dos libros tienden al mismo fin. La otra no es necesaria para entender la primera, aunque, por supuesto, puede ser útil.

Quienes busquen "verdades últimas" en este libro quizá lo dejen de lado, insatisfechos. El autor se ha propuesto exponer las verdades fundamentales del ámbito general de la ciencia espiritual.

Por supuesto, es inherente a la naturaleza del hombre exigir una respuesta de inmediato a las preguntas sobre el principio y el fin del mundo, sobre el propósito de la existencia y la esencia de Dios. Pero el que no quiere dar palabras y conceptos para el intelecto, sino verdadero conocimiento para la vida, sabe que en un libro que contiene los primeros elementos del conocimiento espiritual no le es lícito decir cosas que pertenecen a los escalones superiores de la sabiduría. Sólo después de comprender estos primeros elementos se puede ver cómo se plantean las preguntas de orden superior. En otro libro mío relacionado con éste, Ciencias Ocultas, encontrará más comunicaciones sobre el campo aquí tratado.

Quien en nuestros días publique una exposición de hechos supersensibles debe tener claras dos cosas. En primer lugar, que nuestra época necesita cultivar el conocimiento supersensible; en segundo lugar, que la vida espiritual actual está llena de representaciones y sentimientos que pueden hacer que tal descripción aparezca para muchos incluso como un ensueño y un sueño salvaje. Nuestra época está necesitada de conocimientos suprasensibles, pues todo lo que el hombre aprende de forma ordinaria sobre el mundo y la vida le plantea una serie de preguntas que sólo pueden ser respondidas por las verdades suprasensibles. Pero no nos equivoquemos: lo que se puede aprender en las corrientes culturales actuales sobre los fundamentos de la existencia no es, para el alma que siente profundamente, una respuesta, sino una serie de preguntas sobre los grandes enigmas del mundo y de la vida. Durante un tiempo, se puede tener la impresión de poseer una solución a los enigmas de la vida en los "resultados de hechos rigurosamente científicos" y en las deducciones de algunos de los pensadores modernos. Sin embargo, si el alma desciende a las profundidades a las que debe ir, si realmente se comprende a sí misma, lo que al principio pudo parecerle una solución, le parecerá sólo un acicate para la verdadera cuestión. Y la respuesta a tal pregunta no sólo debe estar dirigida a satisfacer una curiosidad humana, sino que de ella depende la calma interior y la armonía de la vida del alma. La obtención de esa respuesta no sólo satisface la sed de conocimiento, sino que hace al hombre mejor en su trabajo y lo pone a la altura de las tareas de la vida, mientras que la falta de solución a esos problemas lo paraliza en su alma y, en última instancia, también en su cuerpo. El conocimiento suprasensible no es sólo algo para nuestras necesidades teóricas, sino también para la verdadera praxis de la vida. Precisamente por el carácter de la vida espiritual moderna, el conocimiento espiritual es un campo de conocimiento indispensable en nuestro tiempo.

Por otro lado, es un hecho que muchos hoy en día rechazan con la máxima energía lo que más necesitan. El poder de muchas opiniones basadas en la "experiencia científica segura" es tan grande para algunos que no pueden dejar de considerar el contenido de un libro como éste como una locura. El que expone el conocimiento supersensible puede enfrentarse a estas cosas sin ninguna ilusión.

Ciertamente, es fácil caer en la tentación de exigirle pruebas "irrefragables". Pero no se reflexiona que, con tal exigencia, se cae en un error. Porque, ciertamente, sin darse cuenta, uno exige no la evidencia inherente a las cosas, sino la que quiere o puede reconocer. El autor de este libro sabe que no contiene nada inadmisible para quienes se sitúan en el terreno de la ciencia natural moderna. También sabe que es posible estar de acuerdo con todas las exigencias de esta ciencia, y precisamente por ello encontrar bien fundada la representación del mundo suprasensible, tal como se expone aquí. De hecho, una forma de pensar estrictamente científica debería sentirse a gusto con esta representación. Y quien piense así tendrá, ante ciertas discusiones, un sentimiento que puede caracterizarse con estas palabras profundamente ciertas de Goethe: "Una doctrina falsa no puede ser refutada, porque se apoya en la convicción de que lo falso es verdadero". Los argumentos son inútiles frente a quienes desean admitir sólo las pruebas que se ajustan a su propia forma de pensar. Quien conoce la verdadera naturaleza de lo que es "probar", se da cuenta claramente de que el alma humana encuentra la verdad por otras vías que la de la discusión.

De los diversos prefacios que Steiner dictó para esta obra fundamental suya en una sucesión de reimpresiones con modificaciones y añadidos, sólo se ofrece aquí el Prefacio a la tercera edición.

De los demás se desprende que, durante unos quince años, el libro estuvo "como un ser vivo" ante el autor, que siguió aportando incansablemente todo lo que había adquirido en su investigación supersensible, sintiendo siempre la necesidad, después de haber hecho una descripción científico-espiritual, de llevarla a una mayor claridad. "El descubrimiento de la palabra exacta, del giro adecuado para expresar un hecho, una experiencia, depende de los caminos recorridos por el alma. En estos caminos, la expresión, que permanecía inalcanzable cuando se buscaba, se presenta cuando ha llegado la hora. Después de 1918, el autor consideró que ya no tenía que cambiar "nada sustancial".

Sobre la génesis del libro, así como sobre la forma de leerlo, cualquiera puede consultar útilmente el capítulo XXXIII de la autobiografía de Steiner (La mia vita, F.lli Bocca Editori), donde se dice, entre otras cosas, que "un libro antroposófico correctamente compuesto debe ser un despertar de la vida espiritual en el lector, no una suma de comunicaciones. Su lectura no debería ser una

Sé bien", continúa Rudolf Steiner, "lo lejos que está lo que he dado en los libros de suscitar tal experiencia en las almas que los leen. "Sé bien", continúa Rudolf Steiner, "lo lejos que está lo que he dado en los libros de suscitar por su propia fuerza interior tal experiencia en las almas que los leen. Pero también sé lo mucho que he luchado, página a página, para conseguir todo lo que podía en esta dirección. Mi estilo no se mantiene de forma que permita que mis sentimientos subjetivos se filtren en los periodos. Al escribir, amortiguo lo que surge del calor íntimo y del sentimiento profundo en un estilo seco y matemático. Pero sólo este estilo puede ser un despertador; porque el lector debe despertar el calor y el sentimiento en sí mismo; no puede permitir, en un estado de conciencia amortiguada, que sean simplemente vertidos en él por el autor".

INTRODUCCIÓN

 

Cuando, en el otoño de 1813, Johann Gottlieb Fichte expuso su Doctrina como el fruto maduro de una vida enteramente consagrada al servicio de la verdad, dijo inmediatamente al comienzo las siguientes palabras: "Esta doctrina presupone un sentido interior enteramente nuevo, por el cual se abre un mundo nuevo que, para el hombre ordinario, no existe". Y luego recurrió a un símil para mostrar lo esquiva que debe seguir siendo su doctrina para quienes la juzguen por las representaciones de los sentidos ordinarios: "Imagina un mundo de ciegos de nacimiento, para quienes, por tanto, las cosas y sus relaciones sólo se conocen por lo que se revela al tacto. Ve y habla con ellos sobre los colores y otras condiciones que sólo existen en virtud de la luz y la vista. Estarás hablando en vano, y será una suerte que te lo digan, porque entonces no tardarás en reconocer tu error, y, a no ser que puedas abrirles los ojos, dejarás la charla inútil."

Ahora bien, quien habla a los hombres de esas cosas a las que Fichte alude aquí, se encuentra con demasiada frecuencia en una condición análoga a la del vidente en medio de los ciegos de nacimiento. Pero estas son las cosas que se refieren a la verdadera naturaleza del hombre y a sus objetivos supremos. Y quien considere necesario "dejar el discurso inútil" debería desesperar a la humanidad. Por el contrario, no hay que dudar ni un momento de la posibilidad de "abrir los ojos" a quien coopere con su buena voluntad.

Partiendo de esta premisa, han hablado y escrito todos aquellos que han sentido que han desarrollado el "órgano de percepción interior" capaz de reconocer la verdadera naturaleza del hombre, oculta a los sentidos exteriores. Por eso, desde los primeros tiempos, siempre se ha hablado de una "sabiduría oculta".

Quien ha captado algo de ello siente que lo posee con la misma certeza que el hombre con buena vista tiene sobre la representación de los colores. Así que esta "sabiduría oculta" no necesita ninguna "prueba" para él. Y sabe, también, que para los que, como él, tienen abierto el "órgano de percepción superior", no necesita ninguna prueba. Los hombres dotados de este sentido superior pueden hablar entre sí, del mismo modo que uno que ha visitado América puede hablar con otro que, aunque no haya estado allí, es capaz de formarse una idea de ella, pues, cuando tenga la oportunidad, verá por sí mismo las cosas descritas por el otro.

Pero el que observa el mundo supersensible no debe hablar sólo a los que, como él, investigan el mundo espiritual. Debe dirigir sus palabras a todos los hombres. Porque debe informar sobre cosas que conciernen a todos; de hecho, sabe que, sin conocerlas, nadie puede ser "hombre" en el verdadero sentido de la palabra. Y habla a todos los hombres, porque sabe que hay diferentes grados de comprensión de lo que tiene que decir. Sabe que incluso los hombres que aún están lejos del momento en que se les abra la posibilidad de una indagación espiritual propia, pueden comprenderlo. Porque el sentimiento y la comprensión de la verdad están en cada hombre.

Y a esta comprensión, que puede encenderse en toda alma sana, se dirige primero. Sabe también que en esta comprensión está contenida una fuerza que poco a poco debe conducir a los escalones superiores del conocimiento. Ese sentimiento que quizás al principio no ve nada de lo que se le expone es en sí mismo el mago que abrirá "el ojo espiritual". Germina en la oscuridad. El alma no ve; pero, a través de este sentimiento, es tomada por el poder de la verdad; y entonces, poco a poco, la verdad se acerca al alma y le abre el "sentido superior". Para algunos puede llevar más tiempo, para otros menos; pero quien tenga paciencia y constancia alcanzará la meta.

Si no todo ciego que nace puede ser operado, todo ojo espiritual puede ser abierto; es sólo cuestión de tiempo.

La erudición y la cultura científica no son condiciones necesarias para el despliegue de este "sentido superior". Puede abrirse tanto en el hombre sencillo como en el culto. Por el contrario, lo que en la mayoría de los casos se considera la "única" ciencia, a menudo puede ser más un obstáculo que una ayuda. Porque, por su naturaleza, esta ciencia sólo admite como "realidad" lo que cae bajo los sentidos ordinarios. Y por muy grandes que sean sus méritos en el reconocimiento de esta verdad, crea, cuando declara válido para todo el conocimiento humano lo que es necesario y saludable para su propio dominio, una serie de preconceptos que impiden el acceso a las verdades superiores.

Se suele objetar a lo dicho aquí que se interponen barreras insalvables al conocimiento humano y que, por tanto, hay que rechazar todo conocimiento que no las tenga en cuenta. Y quizá se considere inmodesto hacer afirmaciones sobre cosas que, según la convicción de muchos, están más allá del alcance del conocimiento humano. Tal objeción pasa por alto el hecho de que el conocimiento superior debe ser precedido por un desarrollo de las facultades cognitivas humanas. Lo que, antes de este desarrollo, se encuentra más allá de los límites del conocimiento, cae, tras el despertar de ciertas facultades latentes en todo hombre, indiscutiblemente dentro del dominio del conocimiento.

Sin embargo, hay que tener en cuenta una cosa. Se podría decir: "¿De qué sirve hablar a los hombres de cosas para las que sus facultades cognitivas no están preparadas y que, por tanto, permanecen cerradas para ellos? Pero esto sería una observación errónea. Se necesitan ciertas facultades para descubrir las cosas que aquí se discuten; pero si, una vez descubiertas, se comunican estas cosas, cualquiera que desee aplicar la lógica sin prejuicios y con un buen sentido de la verdad puede entenderlas. Este libro sólo comunica aquellas cosas que, a quien deja operar en él un pensamiento no unilateral y desprejuiciado y un sentido libre y abierto de la verdad, pueden dar la impresión de responder satisfactoriamente a los enigmas de la vida humana y de los fenómenos del mundo. Pregúntese: "Si lo que se afirma aquí es cierto, ¿hay o no hay una explicación satisfactoria de la vida?" Y encontrarás que la vida de cada hombre responde afirmativamente.

Sin embargo, para ser un "maestro" en estos campos superiores de la existencia, no basta con que los sentidos del hombre se hayan abierto para percibirlos. Aquí también se requiere "conocimiento", al igual que para ser un maestro en el campo de la realidad ordinaria. La "vista superior" no convierte a un hombre en un "erudito" en asuntos espirituales, al igual que los sentidos sanos no nos convierten en "eruditos" en el mundo de la realidad sensible. Pero, como las realidades inferiores y espirituales no son, en definitiva, más que dos aspectos de una misma esencia fundamental, quien es ignorante en el campo del conocimiento superior, lo seguirá siendo, en su mayor parte, en el campo del conocimiento inferior. Este hecho genera en quienes, por vocación espiritual, se sienten llamados a pronunciarse sobre los dominios espirituales de la existencia, el sentimiento de una responsabilidad ilimitada. Le impone la modestia y la reserva. El sentimiento de esta responsabilidad, sin embargo, no debe impedir a nadie ocuparse de las verdades superiores, ni siquiera a aquellos que, por las condiciones cotidianas de su vida, no tienen el tiempo libre para dedicarse a las ciencias ordinarias. Pues uno puede cumplir su tarea humana aunque ignore la botánica, la zoología, las matemáticas y las demás ciencias; pero no se puede ser "hombre" en el pleno sentido de la palabra sin haberse acercado de algún modo al conocimiento de la naturaleza y del destino del hombre revelado por el conocimiento suprasensible.

El autor de este libro no quiere exponer nada que no sea un hecho para él, al igual que una experiencia en el mundo exterior es un hecho para los ojos, los oídos y el intelecto ordinario.

Estas experiencias son accesibles para cualquiera que esté decidido a seguir el "camino del conocimiento" que se describe al final de este libro. Se asume una actitud correcta hacia las cosas del mundo suprasensible cuando se parte de la base de que el pensamiento y el sentimiento sanos son capaces de comprender todo el conocimiento verdadero que puede provenir de los mundos superiores, y que, partiendo de esta comprensión y haciendo de ella una base sólida, se ha dado también un paso importante hacia la visión directa, aunque, para alcanzarla, se requiera algo más. Por otra parte, uno está vedado de las puertas del verdadero conocimiento superior si desprecia este camino y desea penetrar en los mundos superiores sólo de otra manera. La máxima de admitir los mundos superiores sólo después de haberlos visto es un impedimento para la clarividencia. El deseo de comprender a través del pensamiento sonoro lo que se puede ver después evoca fuerzas importantes en el alma, que precisamente conducen a esta clarividencia.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

 

Las siguientes palabras de Goethe marcan admirablemente el punto de partida de uno de los caminos que conducen al conocimiento de la naturaleza del hombre: "Tan pronto como toma conciencia de los objetos que le rodean, el hombre los considera en relación con él mismo; y con razón, porque todo su destino depende de si le gustan o no, de si le atraen o le repelen, de si le ayudan o le perjudican. Esta forma de ver y juzgar las cosas parece tan fácil como necesaria, y sin embargo expone al hombre a mil errores que a menudo le humillan y le amargan la vida. Una tarea mucho más difícil es la que asumen aquellos que, movidos por un vivo impulso de conocimiento, aspiran a observar los objetos de la naturaleza en sí mismos y en sus relaciones mutuas; pues pronto se quejan de la falta de la norma que les sirve de ayuda cuando, como hombres, observan las cosas en relación con ellos mismos. Carecen de la norma del placer y el desagrado, de la atracción y la repulsión, de lo útil y lo perjudicial. Deben renunciar por completo a todo esto; deben, como seres indiferentes y, por así decirlo, divinos, crear e investigar lo que es, y no lo que es agradable. Así pues, ni la belleza ni la utilidad de las plantas deben conmover al verdadero botánico; debe investigar su estructura, su relación con el resto del reino vegetal y, así como el sol las ha hecho brotar y las ilumina a todas, él, con una mirada igual y tranquila, debe mirarlas y abarcarlas a todas, sacando la norma de su conocimiento, los datos de su juicio no de sí mismo, sino del círculo de las cosas observadas".

Este pensamiento de Goethe llama la atención del hombre sobre tres cosas. En primer lugar, a los objetos de los que se informa continuamente por medio de los sentidos, y que toca, huele, saborea, oye y ve. En segundo lugar, en las impresiones que le causan los objetos, en el placer y el desagrado, el deseo o la aversión que despiertan en él, y por las que juzga que unos son agradables y otros desagradables, que unos son útiles y otros perjudiciales. Y, en tercer lugar, en el conocimiento que, como "ser divino, por así decirlo", adquiere sobre las cosas, sobre los secretos de su naturaleza y actividad que le son revelados.

En la vida humana, estos tres campos se distinguen claramente. Y el hombre se da cuenta de que está conectado al mundo de tres maneras. El primero está predeterminado y lo acepta como un hecho. En el segundo, hace del mundo algo que le concierne, que tiene importancia para él. En el tercero, lo considera una meta hacia la que debe esforzarse incesantemente.