The Holy Spirit - Dr. Brian J. Bailey - E-Book

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Dr. Brian J. Bailey

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Beschreibung

The Comforter is not simply another book on theology, but a very practical and useful guide for finding a pathway into the Spirit-filled and Spirit-led life. Those who desire to intimately know and experience The Holy Spirit will be blessed as they read Dr. Bailey’s discussion of seven aspects of The Holy Spirit:

  • The Person of The Holy Spirit
  • The Ministry of The Holy Spirit
  • The Seven Spirits of the Lord
  • The Baptism of The Holy Spirit
  • The Nine Gifts of the Spirit
  • The Nine Fruits of the Spirit
  • The Spirit-filled and Spirit-led Life

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HOMILÉTICA

Cómo preparar y predicar sermones

Versión 1.4

Norman Holmes

Título original: “Homiletics: Preparing and Delivering Sermons”

© 1996 Norman Holmes

Versión 1.4 en inglés

Título en español:

“Homilética: Cómo Preparar y Predicar Sermones”

© 2001 Norman Holmes

Versión 1.4 en español revisada en julio 2020

Diseño de portada:

Copyright © Norman Holmes y sus licenciadores

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia, versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.

Publicado en formato e-book en julio 2020

En los Estados Unidos de América.

ISBN versión electrónica (E-book) 1-59665-643-3

Para obtener más información comuníquese a:

Zion Christian Publishers

Un ministerio de Zion Fellowship, Inc

P.O. Box 70

Waverly, NY 14892

Tel: (607) 565-2801

Llamada sin costo: 1-877-768-7466

Fax: (607) 565-3329

www.zcpublishers.com

www.zionfellowship.org

CAPÍTULO 1

La importancia de la predicación

La Gran Comisión que Cristo ha confiado a Sus discípulos es el mandamiento de "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio" de acuerdo a Marcos 16:15. Los ángeles no han sido los llamados a predicar al mundo, sino hombres y mujeres escogidos por Dios. Esta es la tarea principal que le ha sido encomendada a la Iglesia. En Mateo 24:14, Jesús profetizó: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. ¡La Iglesia habrá concluido su gran obra en la tierra, y Cristo vendrá otra vez, cuando el Evangelio haya sido predicado en todo el mundo!

La predicación es el método que Dios ha elegido para compartir Su Palabra con la humanidad. Tito 1:3 nos dice que Dios “manifestó su palabra por medio de la predicación”. En Lucas 10:16, Cristo dijo a los setenta predicadores que había enviado “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha”. En una definición moderna, la predicación ha sido descrita como “la revelación de la Palabra encarnada (Cristo) que viene de la Palabra escrita (la Biblia) por medio de la palabra hablada (la predicación)”. El estudio de la preparación y predicación de mensajes bíblicos se llama homilética y viene de la palabra homilía, que significa plática moral o sermón.

La predicación no sólo trae la Palabra de Dios al hombre, sino que también prepara el camino para que Dios se mueva por medio de Su Espíritu. Hechos 10:44 dice “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso”. En 1 Corintios 2:4, el apóstol Pablo declara “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. La predicación puede producir salvación, milagros, sanidades y el cumplimiento de muchas de las maravillosas obras de Dios (estudiar 1 Co. 1:21; Mr. 16:20 y Hch. 14:7-10). Esto es debido a que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).

Debido a la importancia de la predicación, Dios anhela preparar y enviar a multitud de predicadores. El Señor desea levantar alrededor del mundo un ejército de predicadores, para que hoy, como en los días del gran reino de David se diga: “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas” (Sal. 68:11).

Dios siempre ha anhelado enviar predicadores para proclamar Su Palabra. El clamor del corazón de Dios fue revelado cuando Isaías escuchó al Señor decir: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (Is. 6:8).

Nuestro Señor Jesús también habló acerca de esto en Mateo 9:36-38: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. El apóstol Pablo también escribió: “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro. 10:13-14).

¿Este deseo del corazón de Dios se ha vuelto también el deseo de su corazón? ¿Quiere usted ser un mensajero o embajador de Dios que hable Su Palabra para los pueblos de la tierra? ¿Desea usted ser un vaso a través del cual las bendiciones del cielo sean traídas a la tierra? Este es un llamado santo que implica gran responsabilidad.

LA PREDICACIÓN ES UNA GRAN RESPONSABILIDAD

La comisión que le fue dada a Ezequiel, nos ayuda a comprender la responsabilidad dada a toda persona que proclama la Palabra de Dios. En Ezequiel 3:17-21, el Señor le dijo al profeta:

“Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Isarael; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y El no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, El morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de Él, El morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma”.

El predicador es llamado a ser un atalaya o centinela haciendo guardia. Así como el solemne deber de un soldado a cargo de vigilar es el de estar despierto y atento, también nosotros debemos estar siempre listos para oír del Señor y hablar Sus palabras. ¡En algunos ejércitos la pena de muerte ha sido aplicada a soldados que se han dormido durante su turno de centinela! En forma similar, Jonás casi perdió su vida porque se negó a dar el mensaje que Dios le había dado para Nínive.

El predicador no sólo debe aprender a decir obedientemente lo que Dios quiere que diga, sino que también debe poner en práctica lo que predica. Debemos vivir de acuerdo a los patrones piadosos que predicamos a otros.

Vemos un claro ejemplo de esto cuando Moisés estaba iniciando su ministerio. En Éxodo capítulo tres, Dios comisionó a Moisés a que declarara Su Palabra. Moisés tuvo un extraordinario encuentro con el Señor y le fue dado poder para obrar grandes señales y maravillas. Después de este encuentro con Dios, Moisés empezó su viaje de regreso a Egipto. Luego leemos en Éxodo 4:24: “Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo”. ¿Por qué sucedió esto? Primero, Dios se encuentra con Moisés y le da poder para liberar a una nación. ¿Luego procura matarlo antes de que pueda empezar su misión?

Primero, es obvio que si Dios realmente hubiese querido matar a Moisés, Él pudo haberlo hecho en un instante. ¡Este hubiera sido el fin de la historia! Aún así, mientras la vida de Moisés estaba en gran peligro, su esposa tuvo suficiente tiempo para hacer algo que aplacó la ira de Dios. Leemos en los siguientes dos versículos: “Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo... Así le dejó luego ir”. Esto nos muestra lo que Dios en realidad estaba tratando de corregir.

Moisés no había obedecido el mandamiento de Dios, el cual dice que todos los descendientes varones de Abraham debían ser circuncidados. Después de todo, la circuncisión era esencial para poder poseer la tierra de Canaán y Moisés iba a llevar al pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida con incircuncisión en su propia familia. ¿Cómo podía Moisés predicar acerca de las leyes de Dios a los demás, cuando su misma familia no estaba obedeciendo estos mismos requerimientos? ¡Ante los ojos de Dios, esto era lo suficientemente importante como para que Moisés muriera si no estaba listo para practicar lo que iba a predicar!

Si el predicador no honra ni obedece la Palabra de Dios, los que escuchan su mensaje serán incitados a despreciar y desobedecer la Palabra de Dios. El predicador desobediente puede convertirse en un religioso hipócrita que tiene seguro el juicio de Dios. En Mateo 23:13-33, leemos que Cristo reprendió severamente a los escribas y fariseos, quienes predicaban la Biblia en esa época. El Señor los llamó hipócritas, guías de ciegos e insensatos; y termina diciendo: “¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?”

Algunos que han tenido visiones de los juicios llevados a cabo en el infierno, piensan que posiblemente, el más temido de estos juicios es el que les espera a los falsos predicadores que han sido condenados al infierno. Ciertamente se cumplirán las palabras de Cristo cuando advirtió: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes... porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará” (Lc. 12: 47-48). Para equilibrar esto, anima saber que también muchos han tenido visiones de las grandes recompensas que les esperan a los predicadores fieles en el cielo. Cada alma que ganaron para el cielo será sumada a su recompensa, gloria y gozo eterno. Para darles un ejemplo de esta verdad, examinemos lo dicho por el apóstol Pablo acerca de sus convertidos en Tesalónica: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Ts. 2:19-20). El ángel le dijo a Daniel, “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:3).

En su famoso sermón del monte, nuestro Señor Jesús enfatizó la gran bendición o juicio eterno que espera a aquellos que enseñan o predican. El declaró: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt. 5:19).

Ser un embajador de Cristo y predicar acerca de Sus inescrutables riquezas es un gran privilegio. Sin embargo, debemos recordar también que es una gran responsabilidad (Estudie Santiago 3:1 para entender lo serio que es enseñar conceptos equivocados).

CAPÍTULO 2

La preparación para ser predicador

Hay ciertos requisitos con los que se debe cumplir para que alguien pueda convertirse en un buen predicador. Primero, deben establecerse fundamentos importantes en la vida de la persona que aspira a ser un predicador.

LLAMADO POR DIOS

El primer requisito es que el predicador debe ser llamado y enviado por Dios. Al igual que se designa a un embajador y se le da autoridad para representar a su nación, el predicador debe ser llamado y dada la autoridad de parte de Dios para hablar Su Palabra (2 Co. 5:20; He. 5:4; Ro. 10:15).

Existen diferentes formas en las cuales uno puede sentir que ha sido llamado por Dios para predicar Su Palabra. El Señor puede hablar directamente a la persona. Si tiene una poderosa visitación de Dios o recibe una visión y escucha la voz del Señor diciéndole que es llamado al ministerio, esto es maravilloso. Sin embargo, algunas veces la persona puede escuchar la voz de Dios como un silbido apacible cuando está orando o leyendo la Biblia. La aspiración de ser un predicador puede también empezar como un simple deseo en su corazón, el cual Dios profundizará y confirmará a medida que usted continúe caminando con el Señor y preparándose.

Algunas veces el llamado de una persona para predicar puede ser discernido primeramente por un hombre o mujer de Dios que es sensible a Su voz. Tal vez su pastor o un líder de la iglesia verá que la mano de Dios está sobre su vida. Ellos le pueden animar a prepararse para el ministerio o darle la oportunidad de comenzar a predicar. Sin embargo, si Dios le ha llamado para predicar Su Palabra, el Señor también comenzará a hablarle personalmente. La carga del Señor será puesta en su corazón a medida que usted le siga diariamente.

CUATRO PASOS PARA PREPARARSE

Después de que una persona comienza a darse cuenta del llamado de Dios para ser un predicador, necesita preparase adecuadamente. Todo su ser necesita someterse a la preparación, al igual que un soldado que se enlista en el ejército o como un joven atleta que desea prepararse para las Olimpiadas. Los recursos del cielo están a la disposición de la persona que se está preparando para convertirse en un predicador. No obstante, el mundo, la carne y el diablo harán lo posible para vencerle.

En Éxodo 5 podemos leer acerca de las dificultades que Moisés encontró al ir a Egipto para predicar. Faraón (un tipo de Satanás) era ciertamente su oponente. Faraón hizo la vida a los Israelitas más difícil y ordenó que siguieran haciendo el mismo número de ladrillos sin la cantidad de paja que se les daba antes para hacerlos. ¡El resultado fue que los Israelitas culparon a Moisés y su predicación por hacer su vida aún más miserable! A medida que el desánimo en Moisés aumentaba, él también le reclamó al Señor y le dijo que su predicación sólo había traído mal, y no bien. ¡No obstante, estos obstáculos eran sólo el principio de muchos otros que confrontarían en el futuro!

Sólo una persona con la preparación adecuada será capaz de perseverar a pesar de las oposiciones que enfrente. Una preparación completa es un ingrediente necesario para convertirse en un predicador exitoso. ¡La persona que ha sido llamada por Dios y está completamente consagrada a Él descubrirá que nada puede detenerlo!

Recuerdo el caso de un hermano Coreano que siendo muy joven sintió el llamado de Dios para predicar. Él entonces decidió asistir a la escuela bíblica para prepararse, pero muchos pensaban que nunca llegaría a ser predicador debido a ciertas dificultades que tenía al hablar. Incluso, algunos de sus maestros le aconsejaron que abandonara sus estudios. Sin embargo, él perseveró hasta graduarse y logró reunir a un pequeño grupo de personas para que le escucharan predicar. El continuó perseverando y preparándose y logró tener cincuenta, y luego cien personas en su congregación. Al pasar de los años, su iglesia llegó a tener mil miembros, luego diez mil, y luego cien mil. ¡Hoy en día, el Pastor Yong-gi Cho le predica a la congregación más grande del mundo, que consta de 750,000 miembros! Él también viaja regularmente alrededor del mundo para compartir la Palabra con grandes congregaciones, y ciertamente ha probado que el Dios que llama a las personas a convertirse en predicadores es el mismo Dios que les equipa para tener un ministerio exitoso.

En la vida de Esdras podemos ver los pasos de preparación que son necesarios para un ministerio exitoso de la Palabra de Dios. Esdras 7:10 nos dice: “Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos”. Los cuatro pasos que podemos ver en este versículo son: 1) Un corazón consagrado; 2) El estudio de la Biblia; 3) Obediencia a la Biblia; y finalmente 4) La predicación de la Biblia. ¡Estudiemos estos cuatro pasos!

1. UN CORAZON CONSAGRADO

La primera área de nuestra vida que debe ser preparada es la consagración de nuestro corazón. Nuestro estudio y predicación de la Biblia nunca darán en el blanco si nuestro corazón no está adecuadamente preparado. Existen varias razones para justificar esto. Una, es que nunca entenderemos todas las verdades de la Palabra de Dios si nuestro corazón no está establecido en la verdad.

¡Muchas personas no desean entender la Biblia correctamente porque ésta condena la maldad en su vida que ellos disfrutan y quieren mantener! Al advertirnos acerca del engaño, Pablo nos dice en 2 Tesalonicenses 2:11-12: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieren en la injusticia”. Si el deseo del corazón de una persona es la injusticia, Dios hará que esa persona sea cegada mentalmente para que no entienda la verdad.

Un predicador que desea aferrarse al pecado en su vida no va a comprender lo que la Biblia dice acerca de ese tema, e incluso va a predicar error para justificarse a sí mismo. Por lo tanto, lo primero que debemos entender es que el aprendizaje de las verdades bíblicas yace no en nuestra mente, sino en nuestro corazón. Algunos teólogos piensan que son expertos en la predicación de la Biblia porque saben griego o hebreo. Debemos recordar que los fariseos y los líderes de la época de Jesús eran todos hombres cultos, que hablaban los idiomas originales de la Biblia. ¡Sin embargo, ellos crucificaron al Señor de gloria!

Nuestro Señor enseñó en Juan 7:17: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”. Si nuestro corazón está consagrado a obedecer la voluntad de Dios, entonces Él se complacerá en mostrarnos Su voluntad y en enseñarnos doctrina pura.

En Mateo 12:34-35 el Señor Jesús nos da otra razón por la cual no podemos convertirnos en buenos predicadores sin tener un corazón consagrado. Cristo dijo, “Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas”. Aunque sepamos la verdad, palabras inicuas brotarán de nuestra boca si nuestro corazón está lleno de una mezcla del bien y el mal.

Por lo tanto, debemos buscar tener un corazón consagrado que esté saturado con la Palabra de Dios. Jesús nos dice en la parábola del sembrador que nuestro corazón es como un huerto. La tierra de un huerto puede ser pedregosa, espinosa o fértil. Sólo la buena tierra producirá una cosecha fructífera. Es por eso que debemos preparar nuestros corazones para que sean tierra buena y fructífera.

Para preparar el terreno de nuestro corazón, Oseas 10:11-12 nos dice que “Judá arará” a medida que rompamos el barbecho o aremos la tierra dura de nuestro corazón [NTV]. Judá significa alabanza, y solamente un corazón que aprende a alabar a Dios es suavizado y preparado para recibir la semilla de la Palabra de Dios. Un predicador mal agradecido y amargado siempre se inducirá a sí mismo dificultades que limitarán severamente el mover del Espíritu en su ministerio.

Cuando un labrador ara su campo, él saca las raíces muertas y las piedras y las expone a la luz. Si la semilla es sembrada en tierra no muy profunda y pedregosa, pronto se marchitará y morirá. Un labrador diligente pasará semanas, meses y aun años removiendo las piedras para tener un campo fértil (Is. 5:2). De manera similar, cuando practicamos una vida de alabanza, las áreas duras y pedregosas de nuestro corazón brotarán. Necesitamos clamarle a Dios para que saque las piedras de nuestro corazón (Ez. 11:19). Luego, debemos cuidar diariamente nuestro corazón para que no se endurezca otra vez a causa del engaño del pecado (He. 3:13).

Queremos que nuestros corazones sean como tierra fértil donde la semilla de la Palabra de Dios pueda ser plantada y traiga una cosecha multiplicada. Isaías 55:10-11 nos dice que la palabra que sale de la boca de Dios dará “semilla al que siembra, y pan al que come”. La semilla que sembramos en nuestro corazón crecerá y será cosechada y procesada para convertirse en pan con el que podamos alimentar a las personas cuando prediquemos. Tendremos un ministerio exitoso que alimente a multitudes con el pan de la Palabra de Dios, si primero preparamos nuestro corazón para convertirnos en buena tierra y terreno fértil.

2. ESTUDIE LA BIBLIA

Al mismo tiempo que consagremos nuestro corazón, debemos prepararnos para ser un proclamador de la Palabra estudiando la Biblia (Ez. 7:10). Esdras estudió la ley del Señor o los libros de la Biblia que eran accesibles en su época. La historia judía lo acredita como el hombre responsable de haber recopilado y organizado todos los libros del Antiguo Testamento.

Un predicador debe ser diligente para estudiar. 2 Timoteo 2:15 nos ordena: “Procura [estudia] con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”. Si nosotros no estudiamos apropiadamente las Escrituras, seremos avergonzados. Un conocimiento inadecuado de la Palabra de Dios revelará nuestra ignorancia y desequilibrio. Además de esto, seremos incapaces de satisfacer las necesidades de otros y de contestar las preguntas de los que nos escuchan.

Como se le dijo a Josué en Josué 1:8, necesitamos meditar en las Escrituras de día y de noche para tener éxito. Lea la Biblia de principio a fin, una y otra vez y no se niegue a leer libros como Levítico o Eclesiastés, aunque sean difíciles de entender. Adquiera cintas de lecturas bíblicas para escuchar la Palabra cuando no pueda leerla o reprodúzcalas usted mismo. Compre una Biblia de estudio y una concordancia y úselos frecuentemente. Inscríbase en un buen instituto bíblico u otro tipo de institución que provea capacitación bíblica. Gane habilidad en el manejo de la Palabra de Dios, tal como un soldado debe invertir mucho tiempo para aprender a usar sus armas con destreza.

Al mismo tiempo, tenemos que ser cuidadosos de no estudiar la Biblia solamente para encontrar material para sermones que ayuden a otros. Dios advierte a los predicadores que deben poner atención primeramente a su propia vida espiritual (1 Ti. 4:16; Hch. 20:28).

Diariamente, usted debe dedicar tiempo a la lectura bíblica y pedirle a Dios que le hable, ministre y guíe personalmente. Su habilidad para ministrar a otros surgirá de la abundancia de lo que Dios está haciendo en su vida.

3. OBEDEZCA LA BIBLIA

El tercer paso necesario para convertirse en un predicador es obedecer la Biblia (Ez. 7:10). El primer paso es preparar nuestro corazón (o espíritu). Luego, a medida que estudiemos la Biblia, nuestra mente (o alma) comprenderá la verdad de Dios. Esto nos lleva al tercer paso, que es obedecer la verdad con todo nuestro corazón. De esta manera seremos completamente santificados en espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). Entonces estaremos preparados como un vaso de honra para predicar la Palabra de Dios (2 Ti. 2:21; 4:2). Cuando la Palabra de Dios more abundantemente en nosotros, ésta fluirá gozosamente y será impartida a otros cuando prediquemos (Col. 3:16).

El predicador que no obedece a su conocimiento de la Biblia se convierte en el más miserable de todos los hombres. Tal fue el caso en la vida del rey Salomón. Él fue un predicador que violó todos los conceptos que predicó en el libro de Proverbios. Salomón no solamente fue un predicador, sino también un rey. Todo lo que un rey no debe hacer, él lo hizo (Dt. 17:14-20). Salomón se convirtió en uno de los hombres más descarriados, negativos, confundidos y desilusionados de todos los tiempos. Eclesiastés fue su último sermón escrito.

Comienza así: “Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad”. A través de todo el libro podemos sentir la desesperación en el corazón de Salomón, todavía mientras intentaba predicarle a la gente. Aprendamos del terrible error de Salomón al descuidar su propia viña.

¡En cambio, experimentemos el gozo que tuvo el padre de Salomón al predicar! Nosotros podemos leer acerca de esto en el Salmo 40:8-10, donde David escribió: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón. He anunciado justicia en grande congregación; he aquí, no refrené mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea”.

Si no practicamos lo que predicamos, también enfrentaremos la vergüenza de convertirnos en gran oprobio para la obra del Evangelio. El apóstol Pablo nos dice en Romanos 2:21-24: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”. Que el Señor ayude a cada uno de nosotros los que predicamos, a vivir una vida que demuestre y confirme lo que hablamos, para la gloria de Dios. De otra manera terminaremos siendo rechazados o eliminados (1 Co. 9:27).