The mystery box - Polo Toole - E-Book

The mystery box E-Book

Polo Toole

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Beschreibung

Víctor y Alberto están pasando la mañana en su piso compartido de Malasaña jugando a videojuegos, cuando Atalanta se presenta. Los tres jóvenes, de personalidades variadas, disfrutarán de los días venideros, hasta que Víctor compra una caja misteriosa en la Deep web. Desapariciones, modificaciones corporales y un misterio sin resolver.

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The mystery box

Polo Toole

ISBN: 978-84-19300-97-3

1ª edición, marzo de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Índice

Capítulo 1:

VIDEOJUEGOS, DROGAS Y FIESTA

CAPÍTULO 2:

REBELIÓN EN EL CHAT

CAPÍTULO 3:

THE MYSTERY BOX

CAPÍTULO 4:

OMNIA MUTANTUR, NIHIL INTERIT

CAPÍTULO 5:

LA CONJURA Y EL NECIO

CAPÍTULO 6:

LA HABITACIÓN

CAPÍTULO 7:

EL CONCIERTO

CAPÍTULO 8:

LA PISTA

CAPÍTULO 9:

EL LOCAL

CAPÍTULO 10:

VIOLENTA RAPIOTA

EPÍLOGO

Capítulo 1:

VIDEOJUEGOS, DROGAS Y FIESTA

En un cuarto piso en Malasaña, los gritos salían a borbotones por una de las ventanas, mezclándose con el viene y va de los vecinos que llegan de comprar o van a ello, de las sartenes friendo y cazuelas bullendo.

—¡¿Qué haces loco?! ¡Que casi me rompes el cable del tirón que le has metido, bestia!

—Shh..., tranquilo, no ha pasado nada... –intenta acariciarle la cabeza sin éxito, ambos se ríen.

—En serio, tío, ten cuidado por favor.

—Este juego me gusta más, al menos es relajante –en la pantalla, un buzo en primera persona se desplaza en un océano virtual recogiendo minerales y peces inverosímiles.

—Te lo dije, he estado bastante enganchado...

—¿Qué es esto? –encuentra algo.

—Ah, es un plano, para construir una especie de mini submarino para moverte mejor y llegar a sitios más profundos.

—¿Voy a por ello?

—Como tú quieras –el amigo no se fija, pero a éste se le forma una sonrisa pilla en la comisura de los labios.

—A ver, que subo a la superficie primero –la concentración es máxima mientras revisa las notas a modo de pista que da el juego–. ¡Ay, no puedo crearlo!, me falta una pieza –mira a su amigo, que se había levantado para coger un paquete de aperitivos con forma de gusanos naranjas fosforitos–. Tío, Víctor, ¿dónde puedo encontrar la pieza que me falta?

—A ver, –contesta con la boca llena y acento granadino– date la vuelta, para el otro lado, ahí, ¿ves la nave?

—Como para no verla.

—Exactemundo, si tiras para la popa seguro que pillas la que te falta.

—Voy –ambos se recuestan mientras Víctor no para de comer de la bolsa a dos manos, claramente disfrutando del momento–. ¡¿Qué es esto?! Ah, vale, joder con las algas... La zona de antes me gustaba más, estos pescados me dan bastante mal rollo.

—Tu tranquilo, que lo más que te van a hacer es morderte un poco, además comen metal y si les tiras algo te los quitas de encima.

—Ya, pero yo también necesito el metal...

—Eso sí –al llevar al personaje hacia la nave, la música cambia y la imagen se impregna de un color marrón misterioso.

—¿Qué pasa, por qué ha cambiado todo ahora?

—Hombre, es por la nave, la radiación y todo eso... –se aguanta la risa.

—Mira, voy a buscar la pieza esta y me vuelvo al arrecife, que esto no me está gustando –lo mira de reojo y hace una pausa–. No será de miedo, ¿no?

—¡Qué va! –sigue buscando un rato con el personaje hasta que por fin ve algo brillante que parece el plano, pero entonces un rugido tremendo sale del monitor.

—¡¿Qué pasa!?, ¡¿qué pasa?! –le da a la pausa y mira a Víctor.

—Te he mentido..., –la sonrisa más pícara que es capaz de reproducir se le dibuja en el rostro.

—Es de miedo, ¿verdad? –lo mira resignado.

—No como tal...

—Ya...

—¿No tienes curiosidad? Está muy cerca..., ya están aquí... –canturrea imitando la frase de la famosa película.

—En fin, que sea lo que sea –se concentra, desactiva la pausa y baja lo más rápido posible a por el diagrama, un rugido retumba aún más cerca y entonces aparece una gigantesca criatura con rostro, dientes y patas en la cara como de insecto–. ¡Ah, ay, ay, ay, no, no, no, no, no, no!, ¿qué hago, a dónde voy?

—¡Esquívalo, loco! –finalmente la criatura acaba devorando al personaje y la pantalla se congela.

—Exquisito... –deja el mando y se recuesta en el sofá mientras Víctor no para de reírse.

—No seas tan quisquilloso, Alberto, eres un tío de lo más quisquilloso.

—¿Qué es eso? –lo mira con desgana.

—¿Quisquilloso? –arquea las cejas para darle una definición de diccionario cuando suena el timbre del portero.

—¿Quién es?

—Te dije que Ata venía hoy, ¿no? –se levanta para descolgar el telefonillo y accionar el botón sin preguntar.

—Pensaba que llegaba por la noche... –se le nota cierto descontento.

—No te molesta, ¿no?

—Nah, es muy maja, lo que me preocupa es que vuelvas a pasar mucho tiempo con ella y te olvides de nosotros. Y más ahora que llevamos un año juntos aquí los tres.

—¿Ves cómo eres un quisquilloso? Tío, –se pone sentimental– sabes bien que... –la conversación se termina porque Atalanta entra por la puerta con la sonrisa más dulce pintada. Y es que son comprensibles los sentimientos de Víctor hacia ella, pues la chica tiene algo especial.

—¡Ata! –Víctor se apresuró hacia la entrada y ésta lo recibió con los brazos abiertos, ambos se abrazaron durante unos cuantos segundos.

—Cómo me alegro de estar aquí –dice ella con los ojos acuosos.

—¡Ya era hora!, ¿tus padres han llegado?

—¡Qué va! Están esperando unos papeles para el traslado de mi madre a la Embajada, pero ya les dije que me venía antes sí o sí.

—¿Y tu padre?

—Se ha esperado con ella –sonríe–. Total, él trabaja desde casa.

—Ese es mi trabajo ideal... Bueno, si se me diera bien escribir, claro.

—No hay nada como ganar dinero en pijama –se ríen. Ata mira a Alberto.

—¡Alberto! –se le acerca y éste se levanta para recibir su afectivo abrazo–. Cuánta barba –le toca la cara.

—Junto a los pelos de loco que tiene, ya parece un auténtico conspiranoico –Víctor se ríe, pero a Alberto no le hace mucha gracia.

—A mí me parece que le queda muy bien –Atalanta lo mira con sincera aprobación, Alberto se sonroja–. Bueno, ¿cuál es el plan?

—¿Dónde están tus cosas?

—Solo he traído esto, –señala una maleta pequeña que sigue en la puerta– esperaré a que vengan mis padres con el resto de cosas.

—¿Y el piso?

—Si me acogéis estos tres días antes de que vengan, bien, si no me busco un hotel, es lo que me dijo mi madre que hiciera, tiene que estar ella para las llaves y demás.

—¡Claro, aquí puedes quedarte sin problema!, –mira a Alberto buscando su aprobación– ¿verdad?

—¿Hoy qué es?, –pregunta Alberto– día de la semana, me refiero.

—Jajaja, es jueves, tío.

—Vesta no vuelve hasta la semana que viene, no sabemos día, así que te puedes quedar aquí, aunque mejor que no uses su habitación, es bastante..., ¿cómo era? –mira a Víctor y hace una pausa esperando a éste.

—¡Quisquillosa!, pero no pasa nada, –prosigue Víctor muy contento– te hago hueco en mi cuarto, es bastante grande.

—Bueno, ¿y qué plan tenéis? –pregunta ella.

—Oh, dulce Atalanta, –Víctor pone cara de éxtasis, preparado para soltar una de sus frases– dulzor entre dulzores, hoy es... ¡jueves electrónico! La crème de la crème –dice con perfecto acento francés– de Mandril salen con sus mejores galas; vestidos sedosos, cueros sintéticos –alza las manos mirando a Alberto– zapatitos con plataforma, bolsitos minúsculos llenos de pollos y billetes enrollados preparados para la acción; el mundo es nuestro y la noche nuestra herramienta... –suspira, Atalanta y Alberto se ríen y aquella hace un gesto de reverencia con la mano. Los tres se acomodan en el piso.

Después de fumar y jugar un rato más a la consola, decidieron pedir una pizza de quesos y otra barbacoa, con lo que, después de acabarlas, la siesta fue inminente. Atalanta se tumbó en la cama de Víctor con éste y cayó rendida, aunque Víctor tardó un poco más por el nerviosismo de tenerla tan cerca. Alberto, sin embargo, se quedó trabajando con el ordenador, puesto que tenía otros planes muy distintos para el fin de semana. En su habitación, la mesa altar donde reposaba su pc era un lugar despejado a excepción de una lámpara verde y otra naranja, ambas de lava. Montones de cables y dispositivos externos se agolpaban allí. Pero Alberto necesitaba lo mejor de lo mejor, puesto que llevaba una pequeña vida secreta al margen de la mayoría de las personas que lo conocían en su día a día. Activista, realmente le quitaba el sueño el maltrato que rastreaba y perseguía. Por suerte, tras meses en la reciente investigación, para lo cual se valía de la web profunda, al fin su grupo estaba listo para asaltar un laboratorio de experimentación animal. Así que trabajó un buen rato, hasta que la pizza se le hizo un nudo en el estómago por forzarse a ver algunas de las imágenes que un auténtico ninja fotógrafo había realizado colándose en el lugar. Después de un buen rato, acabó durmiéndose como el resto.

—Agh... –Víctor, el último en levantarse, apareció en el salón. Atalanta y Alberto estaban charlando frente al portátil de éste jugando a un life simulator, haciendo una pequeña casita moderna rodeada de árboles frondosos.

—¡Hombre! –alza la voz Alberto.

—¡Buenos días, princesa! –Atalanta se levanta para darle un beso en la mejilla, visiblemente a gusto de verlo somnoliento.

—Me podíais haber dicho algo... –se sentó mientras se masajeaba la cara.

—Bueno, esta noche hay fiesta, te viene bien dormir –le explica Alberto sin mirarlo mientras quita un par de muros en el juego para editarlos.

—Pero tú sales hoy, ¿no?

—Sí, es el sábado cuando marcho.

—¿A dónde te vas? –pregunta Atalanta, ajena al motivo. Alberto se pone nervioso.

—He quedado con unos amigos del instituto –miente, pero de una forma muy natural. Víctor lo mira de reojo, siempre le molestó que se le diera tan bien ocultar información. Y más recién levantado.

Entre bromas, duchas y batallas de beat box en loopstation, llegaron a las nueve de la noche. Temiendo quedarse sin reservas a mitad de la fiesta, llamaron a “El Pato”. Cuando llegó, éste parecía que había regresado de una fiesta de dos semanas. Olía a speed y tabaco, tenía los ojos con unas venas rojas ramificadas y la mandíbula iba a su propio ritmo; el corazón en arritmia. Vestía ancho de pantalón, ajustado de camiseta y, a pesar de todo, su ropa olía a perfume. Y no era un perfume desagradable, una vez que las capas del olor químico permitían su paso. Cuando subió al piso se sentó en el sofá y comenzó a sacarse bolsas herméticas pequeñas de los bolsillos mientras se sorbía la nariz constantemente. Si cerraba los ojos, Víctor estaba seguro de que podía identificar al Pato en cualquier lugar a menos de cinco metros de distancia. Lo conocía, más o menos. Seguía el lema de “el camello de mis amigos es mi camello”. Al final, ¿de dónde salen los traficantes?, pensaba él para sí mismo cada vez que lo observaba con discreción. No conocía a ningún traficante de grandes ligas que se fuera promocionando por las calles. Recordaba la escena de La Vida de Brian, pero en lugar de “¿crucifixión?, bien, una cruz por persona”, se imaginaba a el Pato en la cola de la discoteca y que al llegar éste estuviera esperando para decirle ¿cocaína, speed, pastis? Bien, pase por esa puerta, un pollo por persona”.

—Bueno, ¿qué? –salía de la obnubilación de su mente cuando se fijó en que el Pato estaba esperando su respuesta.

—Perdona tío, –dijo con vergüenza– me he empanado.

—Para mí nada –soltó Atalanta.

—No sé, ¿qué tienes? –preguntó Víctor mientras el Pato arqueaba una ceja. Quedó claro que el trabajo de cara al público, fuera el que fuera, es tedioso. Y es que podía parecer el tipo más pasado de rosca, pero era diligente en su trabajo y no le gustaba perder el tiempo en las casas a las que vendía a domicilio. Al fin y al cabo, cada día de fiesta era un día de trabajo para él, eso se traducía en muchos días de currar sin descanso y sin dormir, probablemente.

—Pues..., lo de siempre –dijo molesto mirando todo el género que había dejado en la mesa para tener que explicarse lo mínimo posible–. A ver, de todo –hizo una pausa y se sacó otra bolsa de un bolsillo interno del pantalón–. Tengo estas cápsulas, que son nuevas, pero son más caras, un poco más, no mucho tampoco...

—¿Qué es? –Alberto se acercó a mirar por curiosidad.

—¿Sabéis la droga esta que toman los actores famosos para potenciar la memoria y demás?

—Leí sobre eso –contesta Alberto con cierto interés.

—¿Y demás? –pregunta Víctor.

—A ver, –responde el Pato– en principio lo usan para poder memorizar toda la pescada que tiene esta peña que aprenderse –hablaba despacio–. La movida es que ahí se ha visto filón y los químicos han mejorado la composición, más bien le han añadido. Ahora el subidón es muy vasto y mola, la verdad, porque estás súper high, pero también muy despierto y sin fallarte la motricidad ni perder el conocimiento, ni nada chungo.

—¿Las has probado?

—Hombre, nene, yo no puedo vender algo sin probarlo, ¿sabes? Yo tengo que saber lo que vendo, para no llevarme sorpresas. Por aquí otros serán como sean, pero yo no quiero matar a nadie ni que les sienten mal mis cosas, eso al final es movida para vosotros, pero más movida para mí.

—Claro, tío, lo entiendo...

—Pero sí, las he probado y ahora intento no tomar muchas, porque sí que apetece, ¿me explico? –sonríe de lado mirando a la esquina–. Están buenas y el efecto mola mil, pero es difícil de explicar, no hay nada igual. Es mazo de real, pero mazo de diferente, no sé tío... Es como una herramienta, a cada persona y en cada situación va variando.

—Va..., dame tres.

—Yo no quiero, ¿eh? –repitió Atalanta.

—No pasa nada, yo la cojo por si acaso –el Pato preparó el pedido y se lo dejó en la mesa, después recogió lo demás y lo volvió a guardar todo en sus sitios.

—¿Cuánto te debo? –preguntó Víctor mirando las bolsitas con las cápsulas transparentes de color azul cristal.

—Cada una..., las estoy vendiendo a veinte, pero, mira, te las dejo por quince por ser la primera vez y cliente conocido, ¿bien?

—Cualquier rebaja es buena –saca el dinero y se lo da.

—Hombre, el mercado ha pegado un boom y, además, está peligroso pillar a cualquiera, ¿eh? Yo..., nunca me veréis vendiendo mierda sintética de la web chunga o con sales de baño o con mierda de violaciones. Y eso es mucho más de lo que pueden decir otros que se dedican a lo mismo –decía orgulloso mientras terminaba de recoger sus cosas y salía por la puerta.

—Ahí te doy la razón –intervino Alberto–. No veas con el dealer ético, ¿no? –seguía con el portátil encima.

—Tío, ¿bajas con nosotros a comprar la bebida? Te puedes traer el portátil, podemos llevarlo al parque a pasear si quieres –resopló un Víctor molesto.

—Estás un poquito..., tonto, ¿no? –Alberto cerró el ordenador y se levantó con media sonrisa para abrazar a su amigo. Víctor lo aceptó y ambos acabaron riendo. Tenían una relación especial, llevaban viviendo juntos tres años y la convivencia se hacía difícil a ratos. Chocaban mucho, eran completamente distintos y, a la vez, coincidían en casi todo lo básico, en esos principios inamovibles en que caemos los seres humanos y que nos imposibilitan establecer lazos con ciertas personas por muy interesantes o guapas que nos parezcan. Alberto era herméticoy solitario, mientras que Víctor adoraba estar rodeado de gente y exprimir cada momento al máximo. Ambos se comportaban diferente cuando salían de fiesta, pero habían llegado a un punto en el que, aunque les costara, ni Víctor amargaba a Alberto para ser más activo socialmente, ni Alberto ponía malas caras cuando veía a su amigo pasado de rosca. El término medio les funcionaba casi siempre.

—Yo estoy lista, –Atalanta salía del baño– ¿vamos? –cogieron móviles y llaves y salieron de casa. Mientras bajaban las empinadas escaleras, se podía oler el ambiente, pero era al salir del portal cuando Víctor se crecía.

—Ah..., –Víctor tomó un gran sorbo de aire– la fiesta de hoy va a ser espectacular, lo siento en el body.

—¿Qué queréis de beber? –preguntó Atalanta, los chicos se miraron y sonrieron.

—Nosotros –se adelantó Víctor– somos fieles totales al néctar supremo de la noche –Atalanta miró a Alberto, este contestó seco.

—Básicamente es licor cuarenta y tres con bebida energética, ahí somos menos exigentes.

—Dulce, dulce, dulce, dulce.

—Puaj, –contesta ella– pero vale, aunque yo cogeré ginebra.

—Puaj, pero vale –repite Víctor y todos entran en el pequeño comercio rebosante de productos dispares y, por supuesto, alcohol. El estoico Alberto esperando a que Víctor termine de seleccionar la botella de licor más limpia y de más atrás del estante. Podía ser un guarro en casa, pero siempre quería conseguir el mejor producto posible, fuese lo que fuese. Mientras, Atalanta ya esperaba cerca del cajero escribiendo en su móvil con la botella de ginebra y un par de latas de tónica. Alberto se acercó a ella mientras Víctor terminaba de coger bolsitas de aperitivos de dudoso valor nutricional.

—¿Te pillo unas galletas o algo?, –Alberto odiaba que le gritaran para preguntar algo desde la otra punta de donde se encontrase – ¡hay de las veganas esas que te gustan!

—Señor..., –volvió hasta donde estaba su amigo– no, gracias, estoy bien así –dijo seco.

—Luego te va a entrar hambre, pero bueno.

—Tío, es a ti a quien siempre le entra hambre. Además, no pienso quedarme hasta las siete, aviso.

—Yo no te digo nada, ya lo sabes –Víctor hizo un gesto de puchero con los labios.

—¿Vamos o qué? –inquirióAtalanta cuando por fin se acercaron los dos para pagar.

La noche había comenzado y el grupo estaba dispuesto, así que, antes de colocarse en alguna plaza discreta para beber, recorrieron las estrechas calles mirando algunos escaparates mientras hacían bromas y se ponían al día. Atalanta, a pesar de haber modelado unas cuantas veces, no había desarrollado un gran interés por la moda. Más bien le gustaba lo retro, aunque no desembolsaba grandes cantidades a las tiendas que se autoproclamaban así, sino que hallaba todo lo que quería en sitios más pequeños y menos llamativas. Ese era su secreto y, cuando le preguntaban dónde iba de compras, cosa que ocurría muy a menudo, simplemente explicaba la verdad con una sonrisa y nadie la creía. Víctor y Alberto también iban cómodos para la fiesta, sobre todo el primero que tenía ganas de bailar. Al final, acabaron en una pequeña calle aledaña a la plaza de Tribunal, puesto que la noche estaba templada y no querían acomodarse y que los echaran, amén de no recibir una multa. Con el estilo de un hacedor de cócteles de renombre, Víctor comenzó a preparar la bebida de Alberto mientras Atalanta se servía lo suyo, para después ponerse su vaso.

—Qué bien se está aquí –soltó ella mientras se recostaba en la pared.

—Ojalá se quedase así, –añadió Alberto para hacer lo mismo a su lado– odio el verano en Madrid.

—A mí me encanta el calor, ¡uy! –Víctor se precipitó al ponerse al lado de sus amigos y casi tira medio vaso, por suerte era de tubo y no lo había llenado hasta arriba, pero un cubito de hielo voló.

—Señor..., ¡ten cuidado! –Alberto sonríe. Sabía bien de la torpeza de su amigo y se lo tomaba con humor. De todas formas, era una torpeza nerviosa, más por ir rápido que por ser torpe per se–. Ojalá estuviese Vesta.

—¿Qué está haciendo ahora? –Atalanta bebió dos sorbos e hizo un gesto de que estaba más fuerte de lo que esperaba.

—¿No te contó Víctor? –lo miró de reojo.

—¡Qué va!, este no me cuenta nada... –lo mira con una sonrisa.

—Está sacándose ahora la titulación para ser entrenadora personal y sigue entrenando a saco, está ultra fuerte.

—Estamos mazo de orgullosos de ella –dice Víctor solemne.

—Mazo –Alberto vuelve a beber.

De repente, un grupo de tres chicos pasó por la calle y uno de ellos se quedó mirando a Atalanta.

—¿Lo conoces? –preguntó Víctor cuando desaparecieron.

—De nada –niega con la cabeza–. Por cierto, ¿qué era eso que tenías que contarme sobre tu canal?

—¡Ah, sí! –se emociona.

—¿Vas a hacer un video especial o qué? –Alberto se sorprende de que no le haya dicho nada.

—Sí, pero voy a necesitar tu ayuda, igual...

—A ver...

—Bueno, la cosa es que voy a llegar al millón de subscriptores y, como en su momento hubo un boom de canales subiendo videos de cajas misteriosas de la Deep web y dije que lo haría en mi canal cuando llegara al millón, me han estado pidiendo a hierro que compre una y lo suba.

—Pero tío..., ese boom ya..., pelín caducado, ¿no crees?

—Pues bastante, pero es que me lo han estado pidiendo a muerte. Pero obviamente tiene que ser real.

—...ya, –medita Alberto– porque no puedes hacer como la mayoría e inventarte algo y ya está, ¿no? –se indigna.

—Joder, tío, no pensaba que te fuera a molestar, la verdad.

—A ver, Víctor, la verdad es que no te lo recomiendo para nada. Y es que además está desfasado no, lo siguiente, vamos, a años pasados te vas a pillar una caja...

—Tío, es un canal de misterio, les hace gracia, yo que sé. Y no puedo fingir con algo así, no me parece razonable. Hay algunos canalesque han comprado realmente las cajas.

—Pues mira, otra excusa para no hacerlo. Porque hubo morralla a saco, pero algunos de verdad quedaron expuestos a mucha mierda.

—A ver..., –intervino Atalanta– a mí me da mal rollo.

—¡Qué va! Hay un montón de gente que se aprovecha de esto y simplemente hacen cajas pareciendo chungas, pero es mentira todo.

—Vale, pero hay un porcentaje que realmente viene de un mundo turbio y, haciendo eso, estarás expuesto porque la probabilidad sigue existiendo.

—Joder, vaya ánimos...

—Lo vas a hacer igual, ¿no? –pregunta Alberto tras una pausa mirándolo muy serio.

—Pues..., sí, no me parece big deal –suspira–. Me he comprometido con mis subscriptores y, sinceramente, quiero comprarla, que me quedé con las ganas en su momento.

—Tú mismo... –sentencia Atalanta.

—Joder... –Alberto hace una pausa–. Pues nada, tendré que ayudarte –dice enfadado.

—¿En serio? –la cara le resplandece.

—Qué remedio, pero tú me prometes que no harás el unboxing en el piso. Es que ni quiero estar cerca de donde vaya a estar esa cosa.

—Trato hecho. Mejor, así busco un decorado decente para vuestro canal favorito..., –carraspea y cambia la voz– Mysterious Headache.

—Hay que reconocer..., –Atalanta mira a Alberto y se agarra de su brazo– que el niño hace gracia –los tres acaban riendo.

—Ay..., –Alberto hace como Atalanta y agarra a su amigo por el brazo también– me llevas por el camino de la amargura.

Los tres se relajaron tras la discusión y terminaron de beber y charlar de otros asuntos más triviales, como las últimas series que habían visto y qué portal de series era mejor.

—¡Por cierto!, –Atalanta se emocionó mucho cruzando la calle– ¡venid, mirad!

—¿Qué pasa? –Víctor y Alberto se acercaron.

—¡Dentro de nada es el concierto, tenemos que ir! –los miró a ambos con ojos chispeantes. Había un par de carteles de The Blaze, que iban a dar un concierto en Madrid en unos meses. Había más carteles del grupo, pero los habían arrancado y solo quedaban algunos pedazos.

—¡¿Qué dices?! –Víctor se emocionó y se quedó mirando el cartel, escrutándolo–. No sabía que venían –dijo con los ojos muy abiertos.

—Pues solo haría falta la entrada para ti, –le señaló Alberto a Atalanta– porque Vesta y yo compramos entradas para los tres hace tiempo –sonrió a su amigo.

Al rato de terminar las bebidas decidieron andar mientras se aventuraban a la sala. No había una sesión especial, así que las expectativas en cuanto a la música estaban bajas, seguramente acabarían poniendo lo de siempre, claro que era mejor que lo de siempre de los demás sitios. La sala Saturno no era una de las más grandes, pero la gente que solía entrar parecía ir a su rollo más que en otros sitios, no iban con más intención que disfrutar de la música bailando. Y así era que la sala, aunque todos la abreviaran a Saturno, se llamaba en realidad Saturno bailando con sus hijos, en una referencia al mito y al genial pintor. Antes de siquiera acercarse al final de la cola, un chico de ojos saltones y que hablaba muy rápido se lanzó sobre Alberto haciéndole todo tipo de preguntas. Atalanta y Víctor lo miraron con el hocico torcido, pero Alberto se adelantó.

—Lo conozco, íbamos a un grupo juntos hace cuatro años – aprovecha para decir mientras el otro le da dinero a una chica de su grupo que se marcha.

—¡Es increíble encontrarnos aquí!, –continuaba el de ojos saltarines– desde que el grupo se cerró la verdad es que hemos estado todos muy a la nuestra, ¿sabes?, pasando mucho, metidos en nuestras vidas, ¡pero qué alegría verte! Están Venecia y Lucía también esperándome en Gran Vía, ¿seguro que no te quieres venir? Esta sala no está tan bien, no sé si la conocéis mucho... –Víctor le echa una mirada de toro a su amigo, pero Alberto está ocupado intentando sacárselo de encima. Al final, la chica del grupo con la que iba le pegó un grito diciendo que no lo iban a esperar más porque no llegaban a la fiesta y tuvo que ceder y salir corriendo mientras le decía de quedar una y otra vez a Alberto.

—Uf..., qué agobio –Alberto realmente odiaba este tipo de encuentros forzados con gente con la que nunca tuvo ninguna relación de amistad.

—Cringe.

—Joder, parecía que te conocía desde la primera infancia, macho.

—Pues ni mucho menos. Estábamos juntos en el mismo grupo, pero él llegó más tarde y yo me fui antes, con lo cual la relación tú me dirás...

—Pues te adora –añade Atalanta.

—¿Y de qué grupo lo conoces?

—Psicólogo.

—Te encantaba, ¿no? –pregunta y sonríe Víctor con sarcasmo.

—Era mi pasión, –Alberto entra en modo cínico chistoso y dibuja una tenue sonrisa hasta activar el hoyuelo– todas las semanas deseaba que llegara el día de la reunión. Cuando el día llegaba, desde que salía del autobús recorría corriendo los metros que me separaban de mi destino, ansioso, excitado, embravecido. Fue la época dorada de mi vida –Atalanta y Víctor se echan a reír y casi se les cuelan porque ya habían llegado al principio de la fila.

—Eh, eh, –les replica Víctor a los que intentaban aprovecharse de su despiste– que estamos nosotros delante, tíos, no seáis así, por Dios, por la Virgen, que somos solo tres.

Por fin dentro, habían llegado al destino y las luces verdes y rosas fosforitas tan características del Saturno hacían que abrirse paso hasta las escaleras para bajar a la sala fuera un trance de color. Por el ambiente psicodélico, eran muchos los que optaban por agolparse en las escaleras con los codos hacia afuera en la barandilla mientras preparaban sus caramelosdiscretamente, al menos ellos lo creían así, a la vista estaba. ¿Quién iba a sospechar de una fila de espaldas y cabellos sudorosos mirando hacia la pared con el cuello inclinado? Los tres sortearon las concurridas escaleras y entraron por fin a la sala donde la acción pasaba y, justo mientras terminaba un tema electrónico más bien suave, de repente sonó un remix potente