¿Tienen alma los animales? (traducido) - Ernesto Bozzano - E-Book

¿Tienen alma los animales? (traducido) E-Book

Ernesto Bozzano

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Beschreibung

- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.

Table of Contents
Introduction
Category I - Telepathic hallucinations in which an animal is the agent
Category II - Telepathic hallucinations in which an animal is the percipient
Category III - Telepathic hallucinations perceived collectively by animals and humans
Category IV - Visions, no longer telepathic, of human ghosts perceived collectively by animals and humans
Category V - Cases in which only animals gave signs of perceiving paranormal manifestations
Category VI - Animals and haunting phenomena
Category VII - Apparitions of identified animal ghosts
Category VIII - Post-mortem manifestations of animals with unusual modes of manifestation
Category IX - Animals and premonitions
Category X - Materializations of animals
Conclusions

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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ÍNDICE

 

INTRODUCCIÓN

CATEGORÍA I - ALUCINACIONES TELEPÁTICAS CUYO AGENTE ES UN ANIMAL

CATEGORÍA II - ALUCINACIONES TELEPÁTICAS EN LAS QUE PARTICIPA UN ANIMAL

CATEGORÍA III - ALUCINACIONES TELEPÁTICAS PERCIBIDAS COLECTIVAMENTE POR ANIMALES Y HUMANOS

CATEGORÍA IV - VISIONES, YA NO TELEPÁTICAS, DE FANTASMAS HUMANOS PERCIBIDOS COLECTIVAMENTE POR ANIMALES Y HUMANOS

CATEGORÍA V - CASOS EN LOS QUE SÓLO LOS ANIMALES DIERON SEÑALES DE PERCIBIR MANIFESTACIONES PARANORMALES

CATEGORÍA VI - ANIMALES Y PLAGAS

CATEGORÍA VII - APARICIONES DE FANTASMAS ANIMALES IDENTIFICADOS

CATEGORÍA VIII - MANIFESTACIONES POST-MORTEM DE ANIMALES CON FORMAS INUSUALES DE EXTRUSIÓN

CATEGORÍA IX - ANIMALES Y PREMONICIONES

CATEGORÍA X - MATERIALIZACIÓN DE ANIMALES

CONCLUSIONES

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ernesto Bozzano

 

 

¿Tienen alma los animales?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Edición y traducción 2021 Ale. Mar.

Todos los derechos reservados

INTRODUCCIÓN

Lo que se ha afirmado con respecto a las manifestaciones paranormales en las que el hombre es el "agente" o "percipiente", a saber, que tales manifestaciones han sido observadas en todos los tiempos y por todos los pueblos, debe afirmarse también para la rama complementaria de las mismas manifestaciones, en las que los animales son "agentes" o "percipientes". Naturalmente, las manifestaciones paranormales de las que son protagonistas los animales se circunscriben a unos límites de extrinsicidad más modestos que los de los seres humanos, límites que se corresponden con las capacidades intelectuales de la especie animal en la que se manifiestan; pero, en cualquier caso, son más notables de lo que cabría suponer en un principio. Hay, en efecto, episodios telepáticos en los que los animales actúan no sólo como "perceptores", sino también como "agentes"; hay también episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, fantasmas u otras manifestaciones supernormales ocurridas al margen de cualquier coincidencia telepática; y hay también episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, las manifestaciones que tienen lugar en localidades encantadas. Además, hay episodios de orden premonitorio, episodios de materialización de fantasmas animales identificados; esta última circunstancia es teóricamente muy importante, ya que tendería a validar la hipótesis de la supervivencia de la psique animal. La investigación de esta rama de las disciplinas metapsíquicas fue completamente olvidada hasta el día de hoy, aunque en las revistas metapsíquicas, y especialmente en las colecciones de los Proceedings y el Journal de la benemérita "Society for Psychical Research" de Londres, existen numerosos casos de la naturaleza indicada; los cuales, sin embargo, nunca fueron recogidos, clasificados y analizados por nadie, ya que se escribió y discutió muy poco sobre ellos. Queda, por tanto, muy poco por resumir en cuanto a las teorías formuladas sobre el tema. Sólo señalaré que en los comentarios sobre algunos casos individuales pertenecientes a la clase más numerosa de fenómenos considerados, que es aquella en la que los animales perciben colectivamente manifestaciones de orden telepático y embrujador para el hombre, se planteó la hipótesis de que las percepciones psíquicas de esta naturaleza tienen su origen en un fenómeno alucinatorio originado en los centros de ideación de un agente humano, y que luego se transmite inconscientemente a los centros homólogos del animal presente y percipiente. Como se verá, esta hipótesis se contradice con los hechos, que demuestran que en numerosos episodios de esta naturaleza los animales perciben las manifestaciones supernormales antes que el hombre, circunstancia que anula de golpe la hipótesis en cuestión. Para otra clase de la fenomenología considerada, y más precisamente para la de las apariciones de fantasmas animales, se supuso un fenómeno de alucinación pura y simple por parte del individuo perceptor. Esta hipótesis es insostenible sobre la base de un análisis comparativo de los hechos, que muestran que los fantasmas de animales son a menudo percibidos colectiva o sucesivamente por varias personas; y, lo que es más importante, se identifican con animales que vivieron y murieron en la misma localidad, y todo esto mientras los percipientes no sabían que los animales mostrados existían. Sobre la base de estos resultados, hay que concluir que, en general, las dos hipótesis expuestas anteriormente deben considerarse insuficientes para dar cuenta de los hechos; conclusión que es de gran importancia, ya que equivale a admitir la existencia de una subconsciencia animal depositaria de las mismas facultades sobrenormales existentes en la subconsciencia humana; así como, equivale a reconocer la posibilidad de la existencia de apariciones verídicas de fantasmas animales. Dicho esto, es evidente todo el valor científico y filosófico de esta nueva rama de la investigación metapsíquica, con respecto a la cual ya es lícito predecir que no estará lejos el día en que se la reconozca como indispensable para establecer sobre bases firmes la nueva "Ciencia del Alma", que aparecería incompleta, hasta el punto de resultar inexplicable, sin el complemento necesario que le aportan la investigación analítica y las condiciones sintéticas relativas al psiquismo animal; lo que me reservo el derecho de demostrar a su debido tiempo. Ya se puede entender que con la presente clasificación -que es la primera de su tipo- estoy lejos de presumir de haber explorado a fondo un tema tan vasto y de tanta importancia metapsíquica, científica y filosófica. Sólo me halaga haber hecho una primera contribución efectiva a las nuevas investigaciones, y con ello haber despertado el interés de los estudiosos del tema, favoreciendo así la ulterior acumulación de materia prima y de hechos, que parece indispensable para completar las investigaciones sobre esta joven rama de las disciplinas metapsíquicas. Por último, si queremos fijar la fecha en la que las manifestaciones paranormales en relación con los animales empezaron a tomarse en serio, debemos indicar la fecha de un famoso incidente de telepatía canina en el que participó el conocido novelista inglés Rider Haggard, un accidente telepático que se produjo en circunstancias que no pueden ponerse en duda, pero que, debido a una de esas condiciones providenciales de tiempo, lugar y entorno, como las que suelen darse en la historia temprana de las nuevas ramas del conocimiento, despertó en Inglaterra un interés inesperado y casi exagerado; Así que los periódicos políticos, las revistas de variedades y las metapsíquicas lo discutieron ampliamente, determinando el ambiente favorable para las investigaciones de este tipo. Por lo tanto, es apropiado comenzar la clasificación de las "manifestaciones metapsíquicas en animales" con el caso telepático en el que participó el novelista Rider Haggard. E. B.

CATEGORÍA I - ALUCINACIONES TELEPÁTICAS CUYO AGENTE ES UN ANIMAL

 

CASO 1 - Se trata del caso Haggard, que en aras de la brevedad sólo relataré tal y como fue fielmente resumido en el número de agosto de 1904 del Journal of Psychical Studies, remitiendo para más detalles al número de octubre de 1904 del Journal of the Society for Psychical Research. El señor Rider Haggard cuenta que se había acostado tranquilamente hacia la una de la madrugada del 10 de julio de 1904. Una hora más tarde, la señora Haggard, que dormía en otra cama de la misma habitación, se despertó sobresaltada al oír a su marido gemir y emitir sonidos inarticulados similares a los gemidos de una bestia herida. Ella le llamó asustada; su marido oyó su voz como en un sueño, pero no pudo liberarse de inmediato de la pesadilla que le oprimía. Cuando se despertó del todo, le contó a su mujer que había soñado con Bob, el viejo perro Bracco de su primogénito, y que lo había visto debatiéndose en una terrible lucha como si estuviera a punto de morir. El sueño había tenido dos partes distintas. Del primero el novelista sólo recordaba que tuvo una sensación de opresión sin aliento, como si estuviera en peligro de ahogarse; pero entre el momento en que oyó la voz de su esposa y aquel en que recuperó la plena conciencia de sí mismo, el sueño se hizo mucho más vívido. "Pude ver", dijo, "al bueno de Bob tumbado de lado entre los juncos de un estanque. Me pareció que mi propia personalidad salía misteriosamente del cuerpo del perro, que levantaba la cabeza extrañamente hacia mi cara. Bob intentaba hablarme y, al no poder hacerse entender por el sonido, me transmitió de alguna otra forma indefinible la noción de que se estaba muriendo". La pareja volvió a dormir, y el novelista ya no fue molestado en su sueño. Por la mañana, durante el desayuno, le contó a su hija lo que había soñado, y se rió con ella por el miedo que había sentido su madre: atribuyó la pesadilla a una mala digestión. En cuanto a Bob, nadie se preocupó por él, pues la noche anterior se le había visto con los otros numerosos perros de la villa, y había dado la habitual fiesta a su ama. Pero la hora de la comida diaria pasó sin que Bob apareciera. El ama se preocupó y el novelista empezó a sospechar que el sueño había sido cierto. Se inició una búsqueda activa que duró cuatro días; finalmente, el propio novelista encontró al pobre perro flotando en un estanque, a dos kilómetros de la villa, con el cráneo destrozado y las patas rotas. Un primer examen del veterinario hizo suponer que la bestia había sido atrapada en una trampa; pero luego se encontraron indicios indiscutibles de que el perro había sido atropellado por un tren en un puente que cruzaba el estanque, y arrojado por el impacto entre los juncos del agua. En la mañana del 10 de julio, un trabajador del ferrocarril había encontrado el collar ensangrentado de Bob en el puente, por lo que no había duda de que el perro había muerto en la noche del sueño. Por casualidad, un tren extraordinario había pasado esa noche justo antes de la medianoche y tuvo que llevar a cabo la fechoría. Todas las circunstancias anteriores son probadas por el novelista con una serie de documentos testimoniales. Según el veterinario, la muerte debió ser casi instantánea, por lo que habría precedido al sueño de Haggard en un par de horas o más. Tal es, en resumen, el caso del escritor inglés, en el que se dan muchas circunstancias que contribuyen a excluir categóricamente cualquier otra explicación que no sea la de la transmisión telepática directa entre el animal y el hombre. No pudo ser el resultado de un impulso telepático originado en la mente de una persona presente, ya que nadie había presenciado el drama ni había sido informado de él, como se desprende de la investigación realizada por el propio Haggard, y como era fácil de suponer, teniendo en cuenta la hora tardía en que se produjo el suceso. No podía tratarse de una forma común de pesadilla alucinatoria con una coincidencia fortuita, pues había demasiadas circunstancias verídicas en la visión, además del hecho mismo de la coincidencia entre el sueño y la muerte del animal. No puede tratarse de un caso de teleestesia en virtud del cual el espíritu del novelista tuviera una percepción remota del drama, ya que en tal caso el perceptor tendría que haber permanecido como espectador pasivo, lo que no era el caso. Él -como hemos visto- tuvo que someterse a un notable fenómeno de "identificación", o de incipiente "posesión". Este fenómeno -como bien observa el editor del Journal of the S.P.R.- presenta un interesante paralelismo con las "inmeditaciones" y "dramatizaciones" tan frecuentes en los psíquicos o "médiums" durante el estado de trance. Por último, no pudo tratarse de un sueño premonitorio por el que Haggard se enteró, no del suceso en el momento en que tuvo lugar, sino de la circunstancia del descubrimiento del cadáver en el estanque, que iba a tener lugar unos días después, y ello porque tal solución no da razón de nada: ni del hecho de la coincidencia verídica entre el sueño y el acontecimiento, ni del fenómeno de la dramatización igualmente verídica del propio acontecimiento, ni del caso muy notable de "identificación" o "posesión". Estas son las principales consideraciones que concurren a demostrar de manera incontestable la realidad del fenómeno de la transmisión telepática directa entre el animal y el hombre. He creído necesario formularlas para responder a ciertas objeciones tímidamente planteadas por diversas partes después de que la Sociedad de Investigación Psíquica aceptara y comentara el caso en cuestión. Al mismo tiempo, las mismas consideraciones pueden servir de norma a los lectores para juzgar la fiabilidad o no de la hipótesis telepática en relación con los casos que siguen.

CASO 2 - Lo saco del Journal of the S.P.R. , vol. II, p. 22. Sr. E.W. Phibbs relata: "El primer lunes de agosto de 1883 (feriado comercial), estuve en Ilfracombe. A eso de las 10 de la tarde me fui a la cama, y pronto me quedé dormido. Me despertó a eso de las diez y media mi mujer, que entró en la habitación, y le conté que en ese momento había tenido un sueño en el que veía a mi perro Fox herido y moribundo al pie de un muro. No tenía una idea exacta de la localidad, pero observé por casualidad que se trataba de uno de los habituales muros de piedra seca propios de la provincia de Gloucester. De ello deduje que el perro debía de haberse caído desde lo alto del muro, ya que tenía la costumbre de trepar por él. Al día siguiente, martes, recibí una carta del criado en la que me informaba de que hacía dos días que no se veía a Fox. Le contesté inmediatamente, ordenándole que hiciera las más mínimas averiguaciones. Me respondieron el sábado con una carta que recibí al día siguiente, domingo. Me informaron de que el perro había sido atacado y muerto por dos bull-dogs en la tarde del lunes anterior. "Cuando volví a casa quince días después, inicié inmediatamente una rigurosa investigación, mediante la cual pude comprobar que hacia las cinco de la tarde del lunes en cuestión, una señora había visto a los dos bull-dogs atacar con saña y despedazar a mi perro. Otra mujer, que vivía en el barrio, me informó de que, hacia las nueve de la tarde del mismo día, había visto a mi perro agonizando al pie de un muro, que me señaló, y que vi por primera vez. A la mañana siguiente, el perro ya no estaba allí. Me enteré después de que el dueño de los bull-dogs, en cuanto se enteró del hecho, y temiendo las consecuencias, había dispuesto que lo enterraran a eso de las diez y media de la noche. El momento del evento coincide con la visión de mi sueño". (La Sra. Jessie Phibbs, esposa de dicho orador, confirma la narración de su marido). Este caso fue citado repetidamente por el profesor Richet en su Traité de Métapsychique, con la intención de demostrar que podía ser explicado por la "criptesticidad", sin necesidad de suponer un fenómeno de telepatía en el que el animal fuera el agente y su amo el percipiente. Observa a este respecto: "Sería más racional suponer que fue la naturaleza del hecho lo que afectó a la mentalidad del señor Phibbs, y no que el espíritu del perro hizo vibrar los centros cerebrales del amo" (p. 330). Por "la naturaleza del hecho" se refiere a su propia hipótesis de la "criptesis", según la cual las cosas existentes, y la realización de todas las acciones en el mundo animado e inanimado, emiten vibraciones sui generis perceptibles para los sentidos, que son así teóricamente capaces de darse cuenta de todo lo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá en el mundo entero. Respondí con un largo artículo en la Revue Spirite (1922, p. 256), que pretendía poner en tela de juicio esta supuesta omnisciencia de las facultades subconscientes, mostrando sobre la base de los hechos que las facultades en cuestión estaban, en cambio, condicionadas -y por lo tanto limitadas- por la necesidad ineludible de la "relación psíquica"; es decir, que si no existieran lazos afectivos previos, o incluso, en circunstancias muy raras, relaciones de simple conocimiento, entre el agente y el receptor, las manifestaciones telepáticas no podrían tener lugar. Luego, refiriéndome al caso que nos ocupa, continué: "Si excluimos la posibilidad de que el pensamiento del perro, dirigido con ansiosa intensidad hacia su lejano protector, fuera el agente determinante del fenómeno telepático, o, en otras palabras, si excluimos la posibilidad de que pudiera haberse producido en virtud de la existencia de una "relación afectiva" entre el perro y su amo, entonces se plantea la cuestión: ¿por qué el Sr. Phibbs vio en esa noche a su propio perro agonizando, y no a todos los demás animales que en esa misma noche estaban ciertamente agonizando un poco 'en todas partes? Esta pregunta no puede responderse si no es reconociendo que el Sr. Phibbs no vio a los animales moribundos en el matadero ni en ningún otro lugar, porque no había relaciones psíquicas de ningún tipo entre ellos y él, y que, en cambio, vio la agonía de su propio perro porque había vínculos afectivos entre él y él, y porque en ese momento el animal moribundo pensaba intensamente en su lejano protector; Esta última circunstancia no es en absoluto improbable y, de hecho, es lógicamente presumible en un pobre animal en agonía y, por tanto, con necesidad urgente de ser rescatado". Y me parece que no se puede dudar de tales conclusiones. En cualquier caso, los lectores encontrarán en la presente clasificación numerosos ejemplos de diversa índole que confirman exuberantemente este punto de vista, mientras que contradicen inexorablemente la hipótesis de una cripta omnisciente.

CASO 3 - Lo saco del libro de Camillus Flammarion: L'Inconnu (página 413). Madame R. Lacassagne, nacida en Durant, escribe a Flammarion: "Todavía puedo citarle un caso personal que me impactó mucho cuando me ocurrió; sin embargo, como esta vez se trata de un perro, tal vez me equivoque al abusar de su tiempo: me excusaré preguntando dónde se detienen los problemas a resolver. "Yo era entonces una jovencita, y me ocurría a menudo tener en mis sueños una lucidez sorprendente. Teníamos una perra de inteligencia superior, que me tenía un cariño especial, aunque yo la cuidaba muy poco. Una noche soñé con nuestra perra moribunda, y la vi mirándome con ojos humanos. En cuanto me desperté, le dije a mi hermana: "Lionne ha muerto; lo he soñado. La cosa es cierta". Mi hermana se rió, y no se lo creyó en absoluto. Se tocó la campana, y rogaron a la criada que entró que mandara llamar a la perra. La llamaron, pero no respondió; la buscaron por todas partes, y finalmente la encontraron muerta en un rincón. Ahora bien, como el día anterior no estaba enferma en absoluto, es evidente que en mí no había causas predisponentes para tal sueño". (Firmado: Mad. R. Lacassagne, de soltera Durant, Castres). También en el caso descrito, la hipótesis más probable es que el animal agonizante haya volcado sus pensamientos hacia su ama, determinando así la impresión telepática que ésta tuvo que sufrir en su sueño. El episodio, sin embargo, resulta ser teóricamente mucho menos demostrativo en este sentido que el anterior; tanto más cuanto que esta vez no hay detalles capaces de eliminar la otra hipótesis de un presumible fenómeno de clarividencia en el sueño.

CASO 4 - Lo saco de Light (1921, p. 187). El orador es F.W. Percival, que escribe: "El Sr. Everard Calthrop, un gran criador de caballos de "pura sangre", en su libro titulado: El caballo como camarada y amigo, cuenta cómo hace años poseía una hermosa yegua, llamada "Windemers", a la que estaba profundamente apegado, y por la que fue correspondido con un transporte tan afectuoso, para hacer el caso aún más conmovedor. El destino quiso que la pobre yegua se ahogara en un estanque cercano a la granja del Sr. Calthrop; y él cuenta en estos términos las impresiones que sintió en ese momento: "A las 3.20 de la madrugada del 18 de marzo de 1913, me desperté sobresaltado de un profundo sueño, y no por algún ruido o relincho, sino por una llamada de auxilio que me transmitió -no sé cómo- mi yegua "Windemers". Escuché, y no pude percibir el menor ruido en la tranquila noche; pero cuando estuve completamente despierto, sentí que la desesperada llamada de mi yegua vibraba en mi cerebro y en mis nervios, y supe que estaba en el mayor peligro, y pedí ayuda urgentemente. Me puse un abrigo, me calcé las botas, abrí la puerta y eché a correr por el parque. No había gemidos ni quejidos, pero de una manera incomprensible y prodigiosa supe dónde estaba recibiendo esa señal de "telégrafo inalámbrico"; aunque se estaba debilitando rápidamente. Corrí y corrí, pero sentí que las ondas vibratorias de la "telegrafía inalámbrica" se hacían cada vez más débiles en mi cerebro; y cuando llegué a la orilla del estanque, habían cesado. Al mirar hacia el agua, vi que la superficie seguía ondulando con pequeñas olas concéntricas que llegaban a la orilla, y en el centro del estanque vi una masa negra que se destacaba ominosamente en el amanecer. Supe enseguida que se trataba del cuerpo de mi pobre yegua y que, por desgracia, había llegado tarde a su llamada; estaba muerta. Este es el hecho. Sr. F.W. Percival, que informó de ello en Light (1921, p. 187), observa: "Es cierto que en casos como el descrito anteriormente, carecemos del testimonio del agente; pero esto no impide que las tres reglas de Myers, diseñadas para filtrar los sucesos telepáticos de los que no lo son, sean igualmente aplicables a nuestro caso. Estas reglas son: 1°, que el agente se haya encontrado en una situación excepcional (y aquí el agente estaba luchando con la muerte) - 2°, que el percipiente haya experimentado algo psíquicamente excepcional, incluyendo una impresión reveladora del agente (y aquí la impresión reveladora del agente es evidente) - 3°, que los dos acontecimientos coincidan en el tiempo (y esta tercera regla también se cumple)". Además de los argumentos del señor Percival, quizá sería útil insistir en el hecho de que el impulso telepático fue tan preciso y enérgico como para despertar al receptor de un profundo sueño, para que fuera inmediatamente consciente de que se trataba de una petición de ayuda de su yegua, y para que dirigiera sus pasos sin vacilar hacia el teatro del drama. Siendo así, no parece lógicamente permisible cuestionar el origen genuinamente telepático del evento.

CASO 5 - Lo he sacado del Journal of the S.P.R. (vol. XII, p. 21). Lady Carbery, esposa de Lord Carbery, envía desde el castillo de Freke, en el condado de Cork, el 23 de julio de 1904, el siguiente informe: "En una calurosa tarde de domingo del verano de 1900, fui después del desayuno a hacer la habitual visita a los establos, para distribuir azúcar y zanahorias a los caballos, entre los que se encontraba una yegua favorita mía, sombría y nerviosa, llamada Kitty. Entre nosotros existía una gran y poco común afición. La montaba todas las mañanas, antes del desayuno, y con cualquier tiempo. Eran excursiones tranquilas y solitarias por las colinas sobre el mar, y siempre me pareció que Kitty se regocijaba tanto como la dueña de estos paseos matutinos, en la frescura de la hora. "La tarde en cuestión, al salir de los establos, salí solo al parque, caminando unos 400 metros, y me senté a la sombra de un árbol con un libro interesante para leer, con la intención de permanecer allí un par de horas. Al cabo de unos veinte minutos, una repentina afluencia de sensaciones dolorosas vino a interponerse entre mi lectura y yo, y al mismo tiempo tuve la certeza de que a mi yegua Kitty le había ocurrido algo doloroso. Intenté ahuyentar esa inoportuna impresión continuando mi lectura, pero la impresión creció tanto que me vi obligado a desistir y apresurarme a ir a los establos. Cuando llegué allí, me dirigí sin falta al puesto de Kitty y la encontré tirada en el suelo, sufriendo y necesitando ayuda urgente. Inmediatamente fui en busca de los mozos de cuadra, que se encontraban en otra sección alejada de los establos, quienes se apresuraron a ofrecer la ayuda que el caso requería. La sorpresa de los mozos de cuadra fue mayúscula cuando me vieron aparecer en los establos por segunda vez, algo muy poco habitual. (Firmado: Lady Carbery). El cochero que asistió a tales contingencias, lo confirma en estos términos: "En aquella época yo era cochero en el castillo de Freke, y su señoría vino a los establos por la tarde para distribuir, como de costumbre, azúcar y zanahorias a los caballos. Kitty estaba libre en su establo, y en excelente estado de salud. Poco después volví a mi apartamento sobre los establos, y los mozos de cuadra subieron a sus habitaciones. Al cabo de media hora, o tres cuartos de hora, me sorprendió ver que su señoría regresaba y se apresuraba a llamarme a mí y a los mozos de cuadra para que asistiéramos a Kitty, que estaba tendida en el suelo por una repentina enfermedad. En el intervalo, ninguno de nosotros había entrado en los establos". (Firmado: Edward Nobbs). Este segundo caso es menos emotivo que el primero, y la impresión que experimentó Lady Carbery fue también menos detallada y más vaga; pero, no obstante, siempre fue lo suficientemente fuerte como para infundir en la receptora la convicción de que las sensaciones que sentía indicaban que Kitty necesitaba ayuda urgentemente, y para determinarla a acudir al lugar sin demora. Tales circunstancias, de orden excepcional y de significación precisa y sugestiva, son suficientes para concluir que se trata de una auténtica telepatía.

CASO 6 - Lo saco de Light (1915, p. 168). El Sr. Mildred Duke, conocido psíquico y autor de profundos artículos sobre el tema de la metapsíquica, relata el siguiente incidente que le ocurrió a él mismo: "Una noche estaba escribiendo hasta tarde, y estaba totalmente absorto en el tema, cuando me invadió literalmente la idea de que mi gatito me necesitaba. Tuve que levantarme e ir en su busca. Después de dar vueltas por la casa en vano, salí al jardín, y como la oscuridad me impedía ver, me puse a llamarla. Por fin oí un débil maullido a lo lejos, y cada vez que repetía la llamada, se repetía el débil maullido, pero el gato no venía. Así que volví a buscar una linterna, y luego crucé el jardín y me dirigí a un campo, de donde parecían venir los maullidos, y tras una breve búsqueda encontré a mi gato en un seto, atrapado en un cepo hecho para conejos, con un nudo corredizo alrededor del cuello. Si hubiera intentado zafarse, sin duda se habría estrangulado, pero afortunadamente tuvo la inteligencia de no moverse más y de enviar a su amo un mensaje de ayuda. "Se trata de una gatita a la que estoy profundamente unido, y no es la primera vez que se establece una relación telepática entre ella y yo. Hace unos días parecía estar perdida, porque no aparecía por ninguna parte, y sus familiares se afanaban en llamarla desde todos los rincones del jardín. De repente, en una especie de fotografía mental, la vi como prisionera en una habitación vacía del ático, que casi siempre estaba cerrada. Y la visión resultó ser cierta: nadie sabía cómo había sido encerrada allí. ¿Me envió un mensaje telepático para advertirme de su encarcelamiento?" Incluso en este tercer caso, en el que el fenómeno telepático se expresa en forma de "impresiones" y nada más, no es posible plantear dudas sobre la génesis telepática de las impresiones sensoriales a las que se sometió el hablante. Los lectores habrán observado que en los tres casos en cuestión -como en muchos otros que siguen- los protagonistas son unánimes en hacer la misma observación, a saber, que entre ellos y los animales con los que entraron en relación telepática existían relaciones afectivas de orden excepcional; y esta circunstancia es digna de mención, ya que es idéntica en las comunicaciones telepáticas entre seres humanos; de modo que puede afirmarse que una condición de afectividad mutua excepcional es el punto de apoyo de toda relación telepática. En otras palabras, es siempre la gran "ley de afinidad" la que rige toda la gama de comunicaciones telepáticas, ya sea entre personas vivas, entre personas vivas y muertas, o entre seres humanos y animales; al igual que, en última instancia, la misma ley prevalece en todo el universo -físico y psíquico- en forma de "sintonías vibratorias" que se van refinando y sublimando en una serie interminable.

CASO 7 - Lo tomo del Journal of the S.P.R. (vol. XI, p. 323). El Sr. J. F. Young comunica el siguiente incidente, que es personal para él: "New Road, Lanelly, 13 de noviembre de 1904. - Tengo un perro "terrier" de 5 años, criado por mí. Siempre fui un gran amante de los animales, pero especialmente de los perros. El perro en cuestión me devuelve el cariño hasta tal punto que no puedo ir a ningún sitio, ni siquiera salir de mi habitación, sin que me siga constantemente. Es un terrible cazador de ratones, y como la cocina trasera es frecuentada ocasionalmente por estos roedores, había colocado allí una cómoda perrera para Fido. En la misma habitación había un hogar, con un horno para cocer el pan, y una caldera para lavar la ropa, con un tubo que desembocaba en la chimenea. Era mi costumbre constante llevarlo por la tarde a la perrera antes de retirarse a dormir. Me había desvestido y estaba a punto de acostarme, cuando de repente me asaltó una inexplicable sensación de peligro inminente. No podía pensar en otra cosa que en el fuego; y la impresión fue tan fuerte que cedí. Me puse de nuevo la ropa, bajé las escaleras y fui habitación por habitación para asegurarme de que todo estaba en orden. Cuando llegué al fondo de la cocina, no pude ver a Fido, y pensando que se había escabullido para ir arriba, le llamé, pero fue en vano. Fui a casa de mi cuñada para pedirle noticias, pero no sabía nada. Empecé a sentirme incómodo. Inmediatamente volví al fondo de la cocina, y llamé repetidamente al perro, pero fue en vano. No sabía qué hacer. De repente se me ocurrió que si había algo que podía hacer que respondiera era la frase: "¡Vamos a dar un paseo, Fido!", una frase que siempre le ponía muy festivo. Lo dije en voz alta, y un gemido ahogado, como desvanecido por la distancia, llegó esta vez a mi oído. Respondí rápidamente, y oí un claro gemido de un perro en apuros. Tuve tiempo de comprobar que procedía del interior del tubo que conecta la caldera con la chimenea. No sabía cómo sacar al perro de allí; los momentos eran preciosos y su vida estaba en peligro. Cogí un garrote y me dispuse a romper el muro allí. Llegué por fin, con cierta dificultad, a sacarlo de la pared, medio vivo, y jadeante, y en pleno vómito, con la lengua y todo el cuerpo ennegrecidos por el hollín. Si hubiera tardado un poco más, mi pequeño favorito habría muerto; y como la caldera se usa poco, nunca habría sabido la suerte del perro. Mi cuñada se precipitó ante el ruido. Juntos encontramos un agujero de rata en la chimenea del que parte la tubería. Evidentemente, Fido había perseguido a un ratón hasta el interior de la tubería, de modo que quedó atrapado en ella y no pudo darse la vuelta ni retirarse. "Todo esto ocurrió hace unos meses y se publicó en los periódicos locales de la época, pero nunca se me habría ocurrido comunicarlo a esta Sociedad, si no hubiera ocurrido entretanto el caso del señor Haggard. (Firmado: J. F. Young). La Srta. E. Bennett, cuñada del peticionario, confirma lo que cuenta el familiar. (Para más detalles sobre este tema, me remito a la publicación mencionada anteriormente). Este cuarto caso de telepatía por "impresión" difiere considerablemente de los otros dos anteriores, en los que la característica esencial del impulso telepático consistía en la percepción exacta de un llamamiento urgente del animal en apuros, así como en la localización intuitiva del paradero del animal. Aquí, por el contrario, la "impresión" a la que está sometido el perceptor le sugiere la idea de un peligro inminente en relación con el fuego. Sin embargo, la "impresión" es tan fuerte que le induce a vestirse a toda prisa y a ir a inspeccionar la casa; de modo que al llegar a la cocina, y percibir la ausencia del perro, se ve llevado a llamarlo, buscarlo y salvarlo. De ello se desprende que, en este caso, el mensaje telepático se expresa de forma imperfecta, asumiendo una forma simbólica; lo que no le resta en absoluto valor intrínseco, ya que esta circunstancia no constituye una perplejidad teórica. Porque es bien sabido que las manifestaciones telepáticas, en su tránsito del subconsciente al consciente, siguen el "camino de menor resistencia", que está determinado por la idiosincrasia especial del agente y del percipiente tomados en conjunto. Éstas, desde el punto de vista humano, consisten en primer lugar en el "tipo sensorial" al que pertenece cada individuo (mental, visual, auditivo, táctil, olfativo, emocional); después, en las condiciones del entorno en el que vive (hábitos, costumbres, reiteración de los mismos incidentes en la vida cotidiana). De ello se desprende que cuando el impulso telepático no se expresa directamente, se transforma en un modo de percepción indirecta o simbólica, que traduce más o menos fielmente el pensamiento del agente telepático, aunque siempre está en algún tipo de relación con el pensamiento del propio agente. Siendo así, podría decirse que en el caso que nos ocupa, el llamamiento angustioso del perro en peligro había logrado, en efecto, impresionar el subconsciente del perceptor, pero para emerger en su conciencia había tenido que perder gran parte de su claridad, transformándose en una vaga impresión de peligro inminente en relación con el fuego; lo cual seguía correspondiendo a la verdad, teniendo en cuenta que el animal estaba efectivamente prisionero, y en peligro de muerte por asfixia, en el tubo del hogar.

CASO 8 - El profesor Emilio Magnin comunica a los Anuales des Sciences Psychiques (1912, p. 347) el siguiente caso: "He leído con gran interés en los Annales el informe del caso telepático del perro Bobby. Otro caso, bastante análogo, me lo contó hace años mi amigo P.M., uno de los más grandes abogados del Colegio de Abogados de París, y se lo comunico, convencido de que estoy haciendo algo agradable a los lectores. El Sr. P.M. de nuestro Tribunal de Apelación tenía una perra española llamada Creola. La tenía constantemente con él en París, y había colocado su perrera en el pasillo que conducía a su habitación, cerca de la puerta de la misma. Todas las mañanas, en cuanto la perra percibía algún movimiento en la habitación de su amo, empezaba a raspar la puerta y a chillar, hasta que se la abrían. "Un día P.M. confió la perra al guardabosques de Rambouillet para una partida de caza. "En la mañana de un sábado, con bastante puntualidad, el abogado en cuestión escuchó de repente un rasgueo en su puerta y un grito. Sorprendido al enterarse de esa manera de la presencia de su perra, se levantó rápidamente, convencido de que el guardabosques había regresado a París para alguna comunicación importante. Abrió la puerta y, para su inmenso asombro, no vio ni a la perra ni al guardabosques. "Dos horas más tarde, se le entregó un telegrama de éste, informándole que su perra criolla había sido asesinada accidentalmente por un cazador". También en este episodio, en el que la alucinación verídica fue de carácter "auditivo", no parece posible dudar del origen genuinamente telepático de la manifestación. En cuanto a la forma en que se desarrolló el episodio, hay que señalar que el impulso telepático fue también de carácter indirecto o simbólico. Recordando, por tanto, las consideraciones hechas anteriormente, diremos que como la perra fallecida tenía en vida la característica habitual de raspar a la puerta de su amo y de chillar hasta que se le abriera, se deduce que el impulso telepático, al no poder expresarse directamente, lo hizo de forma indirecta y simbólica, asumiendo aquellos modos de expresión que eran más familiares para el agente y el percipiente conjuntamente. Observo a este respecto que la circunstancia de que una ley fundamental de las manifestaciones telepáticas se realice escrupulosamente incluso cuando se trata de un agente animal, presenta un alto valor teórico, ya que no puede dejar de deducirse que si las manifestaciones telepáticas animales se ajustan a las mismas leyes que las humanas, esto demuestra la identidad de naturaleza de las manifestaciones mismas, y en consecuencia la identidad de naturaleza del elemento espiritual en funcionamiento en ambas circunstancias.

CASO 9 - Reproduzco del Journal of the S.P.R. (vol. IV, p. 289), el siguiente caso, relatado por la Sra. Beauchamp, de Hont Lodge, Twiford; que se expresa así en el pasaje de una carta reproducida aquí, y dirigida a la Sra. Wood, Colchester: ".... Megaterio es el nombre de un perrito indio mío, que duerme en la habitación de mi hija. Anoche me desperté de repente al oírle dar saltos por la habitación. Conozco muy bien su característica cabriola. También mi marido no tardó en despertarse. Le pregunté: "¿Oyes eso?" A lo que respondió: "Ahí está Meg". Encendimos una vela, miramos por todas partes pero no encontramos nada en la habitación, y comprobamos que la puerta estaba firmemente cerrada. Entonces tuve la idea de que a Meg le había pasado algo malo: tuve la sensación de que había muerto en ese mismo momento. Miré mi reloj para ver qué hora era, y pensé que debía bajar a averiguar qué había pasado. Me quedé un momento indeciso, y mi sueño volvió a aparecer. Poco después, alguien llamó a la puerta: era mi hija, y con una expresión de gran ansiedad dijo: "Mamá, mamá, Meg se está muriendo. Todos subimos las escaleras en volandas y encontramos a Meg tumbado de lado, con las piernas estiradas y rígidas como si estuviera muerto. Mi marido lo levantó del suelo y comprobó que el perro seguía vivo, pero por un momento no pudo darse cuenta de lo que había pasado. Por fin descubrió que Meg, sin saber cómo, se había enroscado la correa de su abrigo al cuello y casi se había estrangulado con ella. Lo soltamos enseguida, y en cuanto el perro pudo respirar, no tardó en reanimarse y recuperarse. "En lo sucesivo, si por casualidad experimento cualquier otra sensación similar precisa sobre alguien, me propongo apresurarme sin demora. Puedo jurar que oí el característico salto de Meg en la cama, y también mi marido. (Para más detalles sobre este tema me remito a la Revista, lugar citado). También en este caso, sobre cuyo origen genuinamente telepático no es lícito dudar (tanto más cuanto que esta vez fueron dos las personas que sufrieron las mismas impresiones auditivas), también en este caso, digo, la manifestación telepática se expresa en forma simbólica, es decir que una invocación urgente de ayuda formulada en la mentalidad del perrito agente, llega a los percipientes transformada en el eco característico del habitual salto que el perrito realizaba cada mañana alrededor de la cama de sus amos. Ahora bien, es incuestionable que una percepción de esta naturaleza, dadas las condiciones en que se produjo, no pudo ser la expresión fiel del pensamiento del agente, sino sólo una traducción simbólico-verídica del mismo pensamiento; ya que si parece lógico y natural suponer que un animal a punto de morir estrangulado, haya dirigido intensamente el pensamiento hacia quienes son los únicos que podrían salvarlo, no sería lógico ni admisible suponer que el propio animal, en ese momento supremo, haya pensado en cambio serenamente en la zancadilla que él mismo hacía cada mañana alrededor del lecho de los amos.

CASO 10 - Lo tomo del vol. VIII, p. 45 de los Annales des Sciences Psychiques, que lo dedujo de la revista italiana Il Vessillo Spiritista. "La Sra. Ludow Krijanowsky (ahora Sra. Semenoff), nos relata el siguiente hecho, que le ocurrió, y que se refiere a la tan debatida cuestión del alma de los animales. "Se trata de un perrito que era un gran favorito de todos nosotros, pero especialmente de Wera, y que un poco a causa de este cariño y de los consiguientes cuidados de los que era objeto, cayó enfermo. Sufría ataques de asfixia y tos; sin embargo, el veterinario que lo trató no dijo que la enfermedad fuera peligrosa. Pero Wera estaba muy preocupada por ello, y se levantaba por la noche para darle friegas y medicinas, pero nadie sospechaba que pudiera morir. "Una noche el estado de Bonika (así se llamaba la perrita) empeoró de repente. Estábamos muy preocupados, sobre todo pensando en Wera, y decidimos ir inmediatamente, a primera hora de la mañana, al veterinario, porque si lo hubiéramos mandado llamar, no habría llegado hasta la noche. "Cuando llegó la mañana, Wera y nuestra madre salieron llevando al pequeño enfermo en brazos; yo me quedé en casa y me puse a escribir. Estaba tan absorto en mi trabajo que olvidé que mis padres no estaban en casa. De repente oí al perrito toser en la habitación contigua. Allí estaba su perrera, y como había estado enfermo, en cuanto empezaba a toser o a gemir, uno de nosotros se apresuraba a ver qué había que hacer. Le dimos de beber, le dimos medicinas y le ajustamos las vendas del cuello. Por costumbre, me levanté y me apresuré a ir a la perrera. Sólo cuando lo vi me acordé de que mamá y Wera habían salido con Bonika. Por lo tanto, me quedé muy perplejo y asombrado, ya que las toses habían sido tan fuertes y distintas que tuve que descartar cualquier posibilidad de error. "Me quedaba pensativo junto a la perrera vacía, cuando de repente se oyó uno de esos gritos con los que Bonika solía saludarnos al entrar en la casa, luego un segundo grito que parecía provenir de la habitación contigua, y finalmente un tercer grito que parecía perderse en la distancia. "Confieso que me impresionó y me estremeció. La idea de que el perrito estaba muerto había pasado por mi mente. Miré mi reloj: faltaban cinco minutos para el mediodía. "Inquieto y agitado, miré por la ventana, esperando impacientemente a mis padres. Finalmente vi que Wera volvía sola y, corriendo hacia ella, le dije a bocajarro: "Bonika ha muerto". "¿Cómo lo sabes?", exclamó Wera con asombro. En lugar de responder, le pregunté si sabía la hora exacta en que murió Bonika, y me dijo: "Unos minutos antes del mediodía". Después, me dijo: "Cuando llegaron a la casa del veterinario a eso de las 11, el veterinario no estaba allí, pero la persona de guardia insistió en que esperaran a que volviera, porque alrededor del mediodía tenía que estar de vuelta para las horas de visita. Así que se quedaron, pero como el perrito parecía estar cada vez más agitado, Wera lo puso en el sofá, luego lo dejó en la alfombra, y miró con impaciencia el reloj del abuelo. Para su gran alivio, vio que faltaban pocos minutos para el mediodía; pero en ese momento el perrito sufrió un feroz ataque de asfixia. Wera se dispuso a colocarlo de nuevo en el sofá y, al hacerlo, vio que sus manos y el perrito estaban iluminados por un intenso y deslumbrante brillo púrpura. Sin entender nada de lo que ocurría, comenzó a gritar: "¡Fuego! ¡Fuego!" Mamá no había visto nada, pero al ponerse de espaldas a la chimenea, pensó que el fuego se le había pegado al vestido, y se dio la vuelta asustada, descubriendo que la chimenea estaba apagada. Fue en ese momento cuando ambos se dieron cuenta de que la perrita había muerto, lo que evitó que la madre reprochara a Wera el miedo que su inoportuno llanto había provocado en ella". Este es el interesante episodio narrado por la Sra. Semenoff. Observo que también tiene un carácter simbólico. Como he dicho, es frecuente encontrar casos en los que el impulso telepático asume formas de representación más o menos aberrantes según la idiosincrasia particular de los percipientes. Sin embargo, cuando se producen episodios de esta naturaleza entre seres humanos en los que el agente es una persona fallecida, cabe suponer que, aunque la forma en que se producen depende siempre del hecho de que un impulso telepático no puede dejar de seguir "el camino de la menor resistencia" para llegar a la conciencia del percipiente, pueden sin embargo producirse a veces por voluntad del agente, que se ajusta a la idiosincrasia del percipiente. En las colecciones de casos telepáticos publicadas por la Sociedad f.. P. R. hay un episodio en el que una entidad del difunto se manifiesta simultáneamente de tres modos diferentes a tres personas: una de ellas ve al fantasma, la otra oye la voz del difunto pronunciando una frase de saludo, y la tercera percibe un dulce perfume de violetas, perfume que coincide con la circunstancia de que el cuerpo del difunto en su lecho de muerte estaba literalmente cubierto de violetas. En circunstancias similares, parece racional suponer que la entidad comunicadora se manifestó conscientemente de diferentes maneras a los perceptores, para ajustarse necesariamente a su idiosincrasia personal, es decir, que se manifestó de forma objetiva a la persona de "tipo visual", que transmitió una frase de saludo a la persona de "tipo auditivo" y generó una sensación olfativa para la persona en la que "el camino de menor resistencia" para impresionarle estaba constituido por el sentido del olfato. El incidente que hace racional tal variante explicativa es la frase de saludo percibida por la persona de "tipo auditivo", frase de saludo que difícilmente podría considerarse originada en el tránsito del subconsciente al consciente de un único impulso telepático, donde todo se aclararía suponiendo que la frase en cuestión hubiera sido pensada y transmitida por la entidad comunicadora. Volviendo al caso referido anteriormente, observo en él una circunstancia fáctica que complica la interpretación teórica, y es que la perrita Bonika había muerto en brazos de su propia ama; lo que nos induce a presumir que para el animal moribundo no debían existir motivos emocionales que le llevaran a dirigir sus pensamientos hacia la otra persona familiar que se había quedado en casa, determinando así un fenómeno telepático. Siendo así, debemos concluir que es muy probable que en los animales ocurra lo mismo que en muchos casos de seres humanos, en los que el animal moribundo provoca manifestaciones telepáticas por el mero hecho de dirigir un pensamiento de pesar al lejano entorno en el que ha vivido tan larga y felizmente. Observo, sin embargo, que, en el caso de los seres humanos, habría otra explicación, no telepática, sino espiritista, que consistiría en suponer que, en circunstancias especiales, el espíritu del difunto, no tan rápidamente liberado de los lazos corpóreos, vuelve al ambiente en que vivía, e intenta todos los medios a su alcance para dar a conocer su presencia a sus familiares. En cuanto al fenómeno luminoso percibido por la mujer que llevaba a Bonika en brazos en el momento de la muerte, no concierne a las manifestaciones aquí consideradas, aunque, desde otro punto de vista, no deja de parecer interesante y sugestivo, teniendo en cuenta que a veces se realizan manifestaciones similares en el lecho de muerte de las criaturas humanas.