Todo por ella - Por una noche - Nada más que amigos - Carole Mortimer - E-Book

Todo por ella - Por una noche - Nada más que amigos E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Ómnibus Jazmín 554 Todo por ella Carol Mortimer Joanne Delaney haría cualquier cosa con tal de proteger a su querida hija de aquella petición de custodia..., ¡incluso aceptar un matrimonio de conveniencia! Lo que no sabía era que iba a recibir dos ofertas inesperadas: una de Nick Mason, un guapísimo desconocido, y otra del millonario David Banning. Por una noche Susan Meier Lo último que habría imaginado Gina Martin cuando se encontró con aquel empleado de su padre en un bar era que, dos días después, estarían los dos desnudos en la cama de un hotel de Las Vegas. El anillo que adornaba su mano, las sábanas de raso arrugadas y aquel tierno beso de buenos días la hicieron darse cuenta de que se había convertido en la esposa de Gerrick Green. Nada más que amigos Sophie Weston Zoe Brown parecía el paradigma de chica de ciudad. Sus amigos pensaban que tenía la capacidad de cambiar rápidamente de trabajo... y de hombre. Zoe no se atrevía a confesar que en realidad no era ninguna vampiresa... sino que era virgen. Por eso se quedó tan sorprendida cuando se dio cuenta de que había revelado su gran secreto a su jefe, el millonario Jay Christopher. ¿Cómo solucionaría Jay el problema de Zoe?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 554 - 12.10.22

 

© 2002 Carole Mortimer

Todo por ella

Título original: The Fiance Fix

 

© 2002 Linda Susan Meier

Por una noche

Título original: Married in the Morning

 

© 2002 Sophie Weston

Nada más que amigos

Título original: The Bedroom Assignment

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-988-6

Depósito legal: M-21796-2022

Impreso en España por: BLACK PRINT

Fecha impresión para Argentina: 10.4.23

Distribuidor exclusivo para España: LOGISTA

Distribuidor para México: Distibuidora Intermex, S.A. de C.V.

Distribuidores para Argentina: Interior, DGP, S.A. Alvarado 2118.

Cap. Fed./Buenos Aires y Gran Buenos Aires, VACCARO HNOS.

Índice

 

Créditos

Índice

 

Todo por ella

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

 

Por una noche

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Nada más que amigos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

 

Publicidad

Capítulo 1

 

Este sitio es solo para mujeres o también os dedicáis a los hombres?

Joey encontró graciosa la pregunta y levantó la vista del dinero que contaba en la caja después de un largo día de trabajo.

¡Anda! El hombre a la entrada no sería un genio en expresarse, pero lo compensaba con su aspecto: alto y musculoso, atractivo rostro viril, cabello oscuro largo y ojos color chocolate que parecían invitar a irse a la cama con él.

Pero… ¿qué la habría llevado a pensar en eso último? Joey era una madre soltera de treinta años, tenía una niña de seis y en los últimos diez años creía haber oído todas las formas posibles de intentar ligar con ella, así que nunca la habían atraído los hombres por los mensajes ocultos en sus ojos. ¡Todo lo contrario!

–Esto es una peluquería unisex, si eso es lo que quiere saber –respondió secamente, enderezándose.

–Eso es lo que quería saber –confirmó él, burlón–. ¿Tienes tiempo para hacer algo con esto? –preguntó, pasándose la mano por el espeso cabello oscuro.

La peluquería había cerrado a las cinco y media, cinco minutos atrás, pero Susie, la última ayudante en marcharse, se había olvidado de echar el cerrojo al salir.

–Pues, lo cierto es que está cerrado…

–Perdona la molestia –dijo el hombre, asintiendo con la cabeza antes de darse la vuelta para marcharse.

–… pero si solo quiere que le recorte un poco… –acabó de decir Joey con gesto interrogante. Era el día en que Lily tenía ballet, y Joey disponía de unos treinta minutos hasta que se hiciese la hora de ir a buscarla.

–¡Genial! –dijo el hombre, volviendo a entrar tan rápido que Joey dio un paso atrás.

El moderno salón, con su decoración en plateado y negro adornando con fotografías de cortes de pelo en boga, pareció empequeñecerse ante el tamaño del hombre con camisa a cuadros marcándole los anchos hombros y las largas piernas enfundadas en vaqueros un poco polvorientos, que mediría más de un metro ochenta y cinco.

Quizá no fuese tan buena idea dejarlo entrar, se preocupó Joey. A pesar de su talla, el hombre parecía amable, pero estaban los dos solos y ¡hasta un asesino en serie podía parecer simpático!

–Créeme, lo único que quiero es que me adecentes un poco –le aseguró el hombre, sentándose en uno de los sillones frente a la pared de espejo.

Joey se puso como un tomate. A él le había bastado una mirada para darse cuenta de lo que ella pensaba.

A propósito, agarró del armario un peinador rosado que generalmente usaban para las clientas y lo envolvió con él, cubriéndole las manos.

–¿Qué quiere que le haga? –le preguntó con su acento más profesional a la imagen reflejada en el espejo, intentando no pensar en lo pequeña que se veía a su lado. Ambos tenían la misma altura: él sentado y ella de pie, con su pelo rubio hasta los hombros y los cautelosos ojos verdes orlados de negras pestañas.

–Lo que te he dicho, que me recortes un poco –dijo él, encogiéndose de hombros.

Tenía un bonito cabello, del mismo color chocolate que sus ojos burlones, si bien un poco sucio de polvo, descubrió al pasarle las manos por las ondas.

–¿Quiere que se lo lave antes de cortarle? –le ofreció.

–Me lo lavaré más tarde, cuando me duche –rechazó él–. Si no le importa el polvo, quiero decir.

–No, en absoluto –dijo Joey, tomando el peine y las tijeras. Al acercarse sintió su loción de después de afeitarse mezclado con un ligero olor a sudor, como si el hombre hubiese estado haciendo ejercicio físico–. ¿Trabaja en el edificio de al lado? –le preguntó mientras comenzaba a cortarle el cabello.

–Lamento encontrarme en este estado –se disculpó él–. En una situación normal, no hubiese venido aquí directamente del trabajo, pero…

–¿Tiene una cita importante? –adivinó Joey bromeando. Con lo guapo que era, ¿cómo no iba aquel hombre a tener una cita?

–Algo por el estilo –dijo él, riendo por lo bajo. El sonido profundo y ronco resultó de lo más sensual y le dio un escalofrío a Joey.

Se sintió inquieta. Desde luego, aquel hombre acababa de entrar de la calle, era obvio que era un obrero de la construcción, estaba probablemente allí para hacer una tarea y luego marcharse. Lo más seguro era que Joey nunca lo volviese a ver. Además, tenía una «cita importante» aquella noche.

–¿Cómo van las cosas por allá? –preguntó, señalando con la cabeza la obra detrás de la peluquería.

–Bien. Pronto derribarán este sitio también, ¿no? –preguntó.

Los dedos de Joey temblaron un segundo mientras le recortaba por encima de la oreja. Se alegró de estar inclinada, así él no le vería la expresión.

–Pronto, sí –confirmó con dureza.

Intentaba no pensar en ello, a pesar de que el dueño del local le había informado hacía varias semanas que no le renovaría el contrato cuando este se acabase, y faltaban solo dos meses para ello.

Al igual que todos los demás del bloque, él también había vendido a la cadena de supermercados Mason, una empresa que rápidamente se estaba convirtiendo en la más grande del país, capaz de pagarle una suma que ni en cien años de alquiler conseguiría reunir. Todas las propiedades de la manzana se hallaban ya vacías y, en algunos casos, derribadas. El hombre estaba cubierto de polvo, pero lo mismo le sucedía a su peluquería, por más que limpiasen y limpiasen.

–¿He metido el dedo en la llaga? –preguntó el hombre frente a ella suavemente.

–Sí –respondió Joey, sin aclarar que «llaga» no expresaba ni por asomo lo que ella sentía al verse desalojada–. Comprendo que trabajes para Dominic Mason, pero…

–Construcciones Harding tiene la contrata para edificar el nuevo supermercado –la interrumpió él.

–Da igual –dijo Joey. ¿Qué más daba quién lo hacía? Encontrar un local nuevo para su empresa le había puesto la vida patas arriba.

Y como si ello fuese poco, el padre de Lily había reaparecido hacía dos meses. Recibió la notificación de la terminación del contrato y la carta del padre de Lily el mismo día. ¡Una fecha para tachar en el calendario!

Con respecto a lo primero, poco podía hacer. En cuanto a lo segundo, lo había resuelto con una cortante carta informando a Daniel Banning que no tenía nada que decirle en absoluto, que todo ya había sido dicho. A su carta había seguido un silencio sepulcral.

–¿Decías…? –le dijo su cliente con curiosidad–. Sobre Dominic Mason –le recordó cuando Joey lo miró sin comprender.

Dominic Mason, pensó Joey con disgusto. Desde su aparición en el mundo del supermercado diez años atrás, el tipo había logrado comprar otras dos cadenas conocidas, expandiéndose a Estados Unidos y Europa, a la vez que expandía su cadena en Inglaterra.

–Ese tipo sólo estará contento cuando se compre todos los supermercados del mundo –masculló.

–Un megalómano del supermercado –bromeó el hombre.

–Exactamente –dijo Joey, que se enfadaba fácilmente cuando salía a relucir el tema de Dominic Mason–. ¿Cuánto dinero necesita ese tipo? –dijo con sarcasmo, atacando con las tijeras el oscuro cabello.

–No me lo dejes demasiado corto, si no te importa –intervino el hombre con suavidad.

–Perdone –dijo ella, disculpándose con una sonrisa–. Como habrá imaginado, Dominic Mason no es santo de mi devoción.

–No me sorprende –asintió el hombre con la cabeza–. ¿Ha encontrado tu jefe adónde ir?

¿Jefe?

–Yo soy la «Joanne» que da el nombre a la peluquería –lo corrigió–. Aunque todos me llaman Joey –añadió, sin saber por qué. Así la llamaban sus amigos, ¡y aquel hombre estaba lejos de serlo!

–No me había dado cuenta de que eras la dueña –reconoció él–. No me extraña que lo consideres una p… ejem, un problema –se autocorrigió–, que te causa Dominic Mason.

–Acabará ganando él, por supuesto –suspiró ella, quitándole con un cepillo el pelo que le había recortado de la nuca–. Los de su calaña siempre ganan. Pero no tengo intención de moverme de aquí hasta que sea absolutamente necesario –añadió con decisión.

Sabía que su salón de belleza probablemente estaría interfiriendo con la construcción del nuevo supermercado Mason, porque se hallaba justo en el medio del terreno de la obra. ¡Mejor! ¡Aunque tuviese que ahogarse en una nube de polvo, valía la pena causarle a Dominic Mason todo el trastorno posible!

–No te culpo –dijo el hombre sin darle demasiada importancia y poniéndose de pie en cuanto Joey le quitó el peinador rosado–. ¿Cuánto te debo?

–Dar forma son ocho libras con cincuenta –dijo ella automáticamente, mirando el práctico reloj que llevaba en la muñeca; ya casi era la hora de pasar a recoger a Lily y a su amiga Daisy de su clase de ballet.

–¡Cielos! –dijo él, metiendo la mano en el bolsillo de sus vaqueros y sacándola vacía–. Ahora recuerdo que me dejé la cartera en la otra ropa. Una obra no es el sitio más adecuado para llevar cartera o tarjetas de crédito –añadió exasperado.

Genial. Ahora resultaba que el hombre ni siquiera podía pagarse un corte de pelo. No era la primera vez que a Joey le sucedía algo así, pero generalmente era alguno de sus clientes habituales quien se dejaba la cartera en casa por error.

–Mira, lo siento de veras –se disculpó el hombre, con las mejillas teñidas de rojo–. ¿Te parece bien que te traiga el dinero a primera hora de la mañana?

–De acuerdo –dijo Joey, segura de que no volvería a verlo nunca.

No es que fuese una cínica. Era que su vida había adquirido el hábito de sorprenderla cada dos por tres con cosas por el estilo. Y que el tipo aquel la timase era solo algo más que añadir a una lista que ya se estaba extendiendo demasiado.

–No me crees, ¿verdad? –se dio cuenta él, mirándola especulativamente.

–He dicho que está bien –dijo ella, esbozando una rápida sonrisa. Al menos, era su propio tiempo el que había desperdiciado. Al pensar en el tiempo, volvió a mirar el reloj. Ya tenía que estar saliendo–. Por favor, no te preocupes más por el corte de pelo.

–He dicho que te lo pagaré por la mañana y lo haré –le aseguró él con rostro serio–. Si fuese tú, echaría el cerrojo después de que yo me fuese –le recomendó con firmeza.

¡Ojos sugerentes y una naturaleza cariñosa! ¡Qué combinación más atractiva!

De ninguna manera, se dijo Joey inmediatamente. Ya tenía bastantes complicaciones en su vida: encontrar un local nuevo para su salón además de quitarse de encima a Daniel Banning, que intentaba alterar la vida que había construido con esfuerzo para sí misma y su hijita. Lo único que le faltaba era sentirse atraída por un hombre que tenía una cita importante aquella noche, ¡y que ni siquiera tenía dinero para pagarse un corte de pelo!

–Gracias –lo siguió hasta la puerta.

–En serio que vendré a primera hora de la mañana a pagarte –repitió él, deteniéndose en la puerta para darse la vuelta.

–Desde luego que lo harás –asintió ella con la cabeza, incrédula.

–¿A qué hora abrís? –le preguntó él, molesto por el evidente escepticismo femenino.

–A las nueve y media. Pero como ya te he dicho, no te preocupes por ello…

–Sí que lo haré –la interrumpió él con suavidad–. Probablemente no pueda dormir esta noche –bromeó, antes de dirigirse a la polvorienta camioneta aparcada fuera.

Joey dio un bufido mientras lo miraba alejarse. Quizá él no durmiese aquella noche, ¡pero tenía la sensación de que ello se debería más a su cita que a la preocupación por su deuda de ocho libras con cincuenta!

 

 

–De acuerdo, Daisy, hemos llegado –le dijo Joey a la pequeña. Las dos niñas sentadas en el asiento trasero hablaban tanto, que seguro que ni se habían dado cuenta de que habían llegado a la casa de Daisy. Y pensar que, en cuanto terminase con sus tareas, Lily la llamaría por teléfono como si no se hubiesen visto en todo el día.

¿Habría sido ella alguna vez así?, se preguntó Joey. No lo creía, pero lo que sí era cierto era que a pesar de sus defectos, su madre siempre estaba esperándola cuando volvía a casa. Y como Lily y Daisy eran hijas de madres solteras, no tenían aquello…

–Gracias –le sonrió Daisy antes de salir del coche.

–Dile a tu madre que estaré aquí a las ocho y media para llevarte al colegio –dijo Joey automáticamente, devolviéndole el saludo con la mano a Hilary cuando aquella salió a recibir a la niña.

Como ambas estaban solas, las dos mujeres compartían las responsabilidades de sus dos hijas mientras hacían malabares para ejercer sus profesiones y mantenerlas. Joey las llevaba al colegio por la mañana y Hilary las recogía por la tarde y se quedaba con Lily hasta que Joey la pasaba a buscar después del trabajo. Todo había funcionado muy bien hasta entonces.

–¿Has pasado un buen día, mami? –preguntó Lily con interés mientras recorrían la milla que las separaba de su propia casa. Era una diminuta réplica suya. ¡Gracias a Dios que no se parecía a su padre en absoluto!

Joey frunció el ceño. Hasta las cinco y media, el día había sido un día corriente: ajetreado y lleno de polvo. Hasta que la había engañado ese… pero no había motivo para preocupar a Lily con aquello.

–Muy bien, cielo –respondió, restándole importancia–. ¿Y tú?

–He traído mi examen de ortografía para el viernes –dijo su hija y su expresión disgustada se reflejó en el retrovisor.

Joey contuvo una sonrisa; ¡el problema de los deberes de Lily era que interferían con su vida social!

–Estoy segura de que nos saldrá bien –prometió, con el rostro impertérrito–. ¿Qué quieres cenar hoy?

–Pasta y pollo frito –respondió su hija predeciblemente. Pocas veces deseaba comer algo distinto.

–Será mejor que también comamos unos guisantes, ¿no te parece? –dijo Joey sonriendo con indulgencia. Como todos los niños del mundo, Lily odiaba la verdura.

–Si no hay más remedio –accedió la niña a regañadientes–. Yo… ¡oh, mira, mami! Hay un coche aparcado frente a casa –dijo excitada.

Joey miró el coche azul intrigada. Pocas veces recibía visitas en el pequeño chalet adosado que ambas compartían en la tranquila zona residencial de la ciudad. Entre el trabajo y cuidar a Lily, tenía poco tiempo para vida social propia.

–Quizá vienen a visitar a los vecinos –dijo, aparcando su coche tras el azul antes de salir y abrirle la puerta trasera a Lily con deliberado desinterés por el coche aparcado. ¡No había ninguna necesidad de quedarse mirándolo como si fuese un platillo volador!

Su hija, que no tenía inhibiciones, miró hacia el coche abiertamente, tomada de la mano de Joey mientras se dirigían a su casa.

–Hay un hombre sentado dentro, mami –le dijo en un audible susurro.

Joey se estremeció al oírla, segura de que «el hombre sentado dentro» la había oído. Era una cálida tarde y probablemente él tenía la ventanilla del coche abierta.

Abrió con la llave la puerta de entrada y la empujó.

–Venga, Lily –alentó a su hija, que se retrasaba, llevada por la curiosidad.

–Se baja del coche, mami –la informó Lily, tironeando de la manga de la ligera chaqueta que Joey llevaba sobre una camiseta rosada y unos pantalones negros.

Joey lo comprobó, entrecerrando los ojos contra el sol poniente mientras observaba al alto hombre que emergía del coche.

Al reconocer al hombre alto y rubio de guapo rostro dominado por un par de fríos ojos azules que la recorrieron de arriba abajo antes de mirar abiertamente a Lily, Joey sintió que se quedaba sin respiración instantáneamente.

El padre de Lily.

La sensación de mal agüero que la perseguía desde que escribió la tajante carta volvió con toda su fuerza. Rodeando protectoramente a su niña con el brazo, supo que solo podía haber un motivo que causase la venida de Daniel…

Capítulo 2

 

Entra y cuelga la chaqueta del colegio, Lily –le dijo Joey a su hija con voz trémula–. Enseguida voy.

–Pero mami…

–¡Entra, Lily! –profirió antes de tomar aire para controlarse y esbozar una sonrisa tranquilizadora al ver que los labios de su hija comenzaban a temblar ante su inesperada rudeza–. Enseguida voy –le aseguró, restándole importancia–. Pon el vídeo un ratito –le dijo, sabiendo que aquel inesperado placer calmaría la mortificación de su hija; generalmente la televisión y los vídeos estaban reservados para el fin de semana.

–¡Genial! –exclamó Lily antes de apresurarse a entrar; ya se había olvidado del inesperado visitante.

Joey se puso tensa y cuadró los hombros al levantar la cabeza para mirar al hombre que había provocado aquella escena. Entrecerró los ojos, perpleja al verlo mejor.

–Usted no es Daniel –dijo lentamente.

Aquel hombre era muy parecido al padre de Lily; ambos altos y rubios, los dos tenían aquellos ojos fríos y calculadores, pero aquel hombre era mayor que los treinta y dos años de Daniel. Probablemente estaría llegando a los cuarenta.

–Mi nombre es David Banning –dijo el hombre, con un fuerte acento americano–. Soy el hermano de Daniel.

El hermano de Daniel… Joey ni siquiera sabía que tenía un hermano, aunque no había motivo para no creerle. Además, el parecido era evidente.

–¿Daniel no tuvo el coraje para venir él, entonces? –preguntó, sarcástica.

La mirada azul se tornó más helada y la boca se endureció en una fina línea.

–Habría sido bastante difícil, dadas las circunstancias –dijo David con brusquedad–. Daniel murió hace cuatro meses.

Joey se lo quedó mirando sin comprender, e incapaz de reaccionar, tragó varias veces mientras se bamboleaba ligeramente con una sensación de irrealidad. Daniel, ¿muerto? Pero, ¿cómo? ¿Qué?

Sacudió la cabeza cuando un pensamiento repentino la asaltó.

–No puede ser –dijo débilmente–. Yo… me escribió una carta hace dos meses…

–Fui yo –la interrumpió David Banning.

D. Banning. La carta que había recibido estaba firmada: D. Banning. Aquel hombre, el hermano de Daniel, también era D. Banning.

Había pensado que la firma de la carta era un poco formal, dadas las circunstancias, pero como no había visto a Daniel desde el momento en que lo informaron del nacimiento de Lily, Joey había decidido que era el extraño que prefería ser.

Pero la carta no había sido suya, porque él llevaba muerto dos meses cuando la enviaron…

–¿Cómo murió? –preguntó roncamente.

–De la misma forma en que vivió –se encogió de hombros su hermano–. Alocadamente. Conducía una lancha de alta velocidad demasiado rápido y se le dio la vuelta y se hundió. Recuperamos su cuerpo tres días más tarde –añadió.

Joey recordó al irresponsable y divertido joven que había conocido hacía siete años. Sí, se imaginaba a Daniel disfrutando del poder de la lancha, oía su risa triunfante mientras desafiaba a los dioses del mar… Y perdía.

–Lo siento –murmuró.

–¿De veras? –le preguntó David con escepticismo–. Creo que ambos debemos hablar, ¿no te parece? –añadió con dureza.

Joey se envaró. No le gustaba el sonido de aquello. Aquel hombre ya le había dicho todo lo que tenía que saber, ¿o no?

–Como ve, estoy muy ocupada en este momento –dijo, señalando con la cabeza hacia el interior de la casa. Se oía el vídeo en la tranquilidad de la tarde.

–Ya veo –dijo David Banning suavemente, rodeando el coche para quedarse de pie a poca distancia de ella. Llevaba un traje claro de cara hechura, al igual que la camisa de seda blanca y la corbata gris con que lo acompañaba–. Ella se parece mucho a Daniel –murmuró roncamente.

–«Ella» se llama Lily –espetó Joey, indignada ante la comparación–. ¡Y no se parece en nada a Daniel, gracias a Dios!

–Es verdad –asintió David Banning con una burlona inclinación de cabeza–. Pero sigo pensando que tenemos que hablar… Josey, ¿verdad?

–Joey –corrigió ella abruptamente, intentando con desesperación asimilar lo que le sucedía. ¿Cuánto sabría aquel hombre de lo que había sucedido hacía siete años? ¿Y exactamente qué pretendía hacer al respecto?

–Joey –repitió él con una dura sonrisa–, comprendo que todo esto te haya alterado un poco y que en este momento estés ocupada con Lily. Será mejor que nuestra conversación tenga lugar donde ella no esté presente. Quizá puedas reunirte conmigo más tarde esta noche y podríamos ir a un sitio tranquilo y cenar juntos…

–¡No! –lo interrumpió ella rudamente–. No –repitió con más calma cuando él la miró levantando las cejas–. No me da tiempo a conseguir una canguro. Además…

–Además, no deseas cenar conmigo más tarde –acabó su frase David Banning–. He venido de Estados Unidos con el único propósito de hablar contigo, Joey.

–Mi nombre es señorita Delaney –lo interrumpió ella–. No lo conozco lo bastante para que me tutee y me llame Joey.

Tampoco conocía bien al hombre de la peluquería y sin embargo lo había invitado a que lo hiciese, se le ocurrió pensar. Se dio cuenta de que el hecho de que la hubiese timado no era nada en comparación con el daño que este otro hombre le podía hacer.

–Señorita Delaney –murmuró David Banning pensativamente–. Irlandés, ¿verdad?

–Sí. ¿Y qué? –lo desafió ella.

–Nada, nada –dijo él, encogiéndose de hombros–. Quedemos mañana por la tarde, entonces –prosiguió en un tono que más que una sugerencia era una orden.

Joey se dio cuenta de que llevaban más de diez minutos hablando y Lily no seguiría entretenida con el vídeo mucho más si ella no entraba. ¡Pero no quería quedar con aquel hombre al día siguiente!

–Estoy alojado en el Grosvenor Hotel –dijo él, nombrando el mejor hotel de la ciudad, aunque era obvio por su tono que este no llegaba al nivel al que estaba acostumbrado.

Joey sabía por Daniel que los Banning eran una familia muy importante de la banca de Nueva York y que llevaban un estilo de vida de alto nivel; ¡estaba claro que la pequeña ciudad que Joey había elegido como residencia, con su hotel de tres estrellas, no era de su nivel!

–Mira qué bien –dijo con sarcasmo.

–Lo que podíamos hacer era comer allí mañana por la noche –dijo él, volviendo a utilizar su tono mandón. Estaba claro que no se iría hasta que hablase con ella.

–De acuerdo –aceptó Joey de repente–. Estaré allí a las ocho mañana por la noche. Estaba segura de que la hija de la vecina, que oficiaba de canguro las pocas veces que Joey salía, estaría encantada de ganarse un dinerillo extra–. ¿Algo más? –añadió, con un irónico tono servicial.

–Por ahora, no –dijo él, inclinando bruscamente la cabeza.

–¿Quién era ese hombre, mami? –preguntó Lily cuando Joey entró al salón unos minutos más tarde.

–Un hombre que intentaba venderme algo –dijo Joey secamente. Lily nunca había visto a su padre, y desde luego que no tenía ninguna necesidad de enterarse de que aquel hombre era su tío–. La cena estará lista en quince minutos –añadió en tono más ligero antes de escapar a la cocina.

Le llevó un instante recuperar la compostura. El D. Banning que le había escrito era el hermano de Daniel. Y ahora él había viajado desde Estados Unidos con el único propósito de hablar con ella. Había un solo tema que él querría discutir con ella: ¡Lily!

Pues bien, pensó Joey enderezándose con decisión. Que dijese lo que tenía que decir y luego se marchase. Ni ella ni Lily necesitaban nada de él.

 

 

–Hay un hombre en el salón que quiere verte, Joey –le dijo Hilary, entrando en el pequeño despacho de la trastienda.

Joey se puso pálida instantáneamente. ¡David Banning! ¿Por qué no esperaba hasta la noche? ¿Qué había sucedido para que quisiese verla tan pronto por la mañana? ¡Ojalá que fuese para decirle que se veía obligado a volver urgentemente a Estados Unidos!

–Gracias, Hilary –le dijo a su ayudante y amiga, esbozando una trémula sonrisa mientras se levantaba con reticencia.

Las dos mujeres se conocieron hacía un año, cuando Hilary comenzó a trabajar en el salón de belleza, y a las pocas semanas de trabajar juntas, ya se habían organizado perfectamente: Hilary terminaba de trabajar a las tres y cuarto todos los días, iba a recoger a Lily y Daisy y se llevaba a Lily a su casa hasta que Joey acabase el trabajo del día. Era un sistema que les resultaba cómodo a ambas.

–Es guapísimo –murmuró Hilary con admiración.

Joey apenas había notado la apariencia de David Banning la tarde anterior, pero sí, suponía que era bastante guapo. Si te gustaba la fría confianza rayana en la arrogancia, es decir. A Joey no le gustaba en absoluto. ¡Se había curado de espanto cuando Daniel, que también tenía una arrogante confianza, las había dejado plantadas hacía siete años!

–Puede que sí –dijo, rodeando la mesa para seguir a Hilary al salón mientras se preparaba para un segundo encuentro con el hermano de Daniel.

Los ojos se le abrieron como platos cuando vio al hombre esperándola. No era David Banning después de todo, sino el que no había podido pagar el corte de pelo.

Al menos tenía un aspecto ligeramente más decente, con la camisa y los vaqueros un poco más limpios.

–No me esperabas –dijo él lentamente, al verle la expresión de sorpresa–. Te dije que vendría esta mañana a pagar mi corte de pelo –le recordó burlón, alargándole un billete de diez libras.

–Muy amable –dijo Joey, esbozando una trémula sonrisa. Asintió con la cabeza y tomó el dinero, abriendo la caja.

La inesperada honestidad contribuyó a que recuperase un poco su fe en la raza humana. ¡Si ahora consiguiese que David Banning se volviese a Estados Unidos sin alterarles demasiado la vida a ella y Lily!

–Quédate con la vuelta –dijo el hombre–. Digamos que son los intereses, si quieres –añadió con ironía.

–Que yo sepa, los intereses no suman casi el veinte por ciento –sonrió Joey.

–Los morosos tienen que pagar un poco más de lo normal –dijo él, devolviéndole la sonrisa–. Eh, ¿te sientes bien? –preguntó, mirándola con mayor detenimiento–. Tienes aspecto de enferma –añadió, al ver lo pálida que se encontraba.

Joey se puso a la defensiva inmediatamente. Había pasado una noche horrible después de meter a Lily en la cama, preocupándose por la visita de David Banning, sin poder dormir, pensando en lo que el hermano de Daniel querría de ella. Sabía que tenía un aspecto espantoso a pesar del maquillaje con el que había intentado borrar los estragos de una noche en blanco, ¡pero no le gustaba que aquel hombre se lo comentase!

–Por supuesto que me encuentro bien –soltó irritada.

–Pues no lo parece –insistió el hombre, sin hacer ningún esfuerzo por marcharse, a pesar de que ya había dejado de ser un «moroso».

Joey se dio cuenta de que estaban despertando la curiosidad de su clientela. Y Hilary les lanzaba miradas de interés a la vez que le hacía la permanente a una clienta.

–Estoy bien, de veras, señor… ejem, me encuentro bien –repitió con firmeza al darse cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba aquel hombre.

–Nick, tutéame –le dijo él con sequedad–. Y no te encuentras bien –refutó suavemente, tomándola del brazo para dirigirse con ella al minúsculo despacho de la trastienda.

–Pero bueno, señor… Nick –comenzó a decir indignada–. No puedes entrar aquí y …

–¿Y qué? –dijo él, soltándose una vez que se encontraron en la intimidad de su despacho, con la puerta firmemente cerrada tras ellos–. ¿Mostrar un poco de preocupación por alguien que anoche se encontraba claramente cansada después de un día de trabajo, pero ahora parece que le ha pasado una topadora por encima?

–¡Muchas gracias! –masculló Joey secamente, sentándose tras la mesa. Se sentiría mejor cuando pusiese un poco de distancia entre los dos; ¡todavía sentía en el brazo el contacto con sus dedos!

¿Como si le hubiese pasado por encima una topadora? ¿Ese aspecto tenía? Probablemente, reconoció. ¡Así era como se sentía!

–¿Y? –insistió Nick, al otro lado de la mesa, con los brazos cruzados firmemente sobre el ancho pecho.

–Ni siquiera te conozco… –dijo Joey, meneando la cabeza, un tanto mareada.

–¿Qué necesitas saber? –dijo él, mirándola especulativamente–. Tengo treinta y cinco años, soy solvente –y añadió, con cierta ironía–: aunque no lo creas, ¡y no me marcharé de aquí hasta que me entere de lo que le ha sucedido a la confiada y agresiva mujer que conocí aquí anoche!

–No me ha sucedido nada –dijo Joey, elevando los ojos hacia él con frustración.

–Mentirosa –murmuró él con reprobación.

–No me gusta que me llamen mentirosa –espetó ella.

–Entonces, deja de serlo –le recomendó él, encogiéndose de hombros.

–¿No tienes que irte a trabajar? –preguntó Joey con retintín. Después de todo, eran casi las diez de la mañana.

–Ya iré –asintió él–. Sigo esperando, Joey –le recordó suavemente varios minutos más tarde, después de que el silencio se extendiese un rato.

Ella intentó tragar el nudo de su garganta, totalmente rebasada por la persistencia de aquel hombre. Normalmente, hubiese insistido en que se fuese, pero la noche en blanco y su angustia por la presencia de David Banning en Inglaterra hicieron que sus defensas no estuviesen tan firmes como siempre. Más bien sentía deseos de llorar. ¡No solo sentía deseos, sino que sintió que ardientes lágrimas le corrían por las mejillas!

–Me parecía –asintió Nick, rodeando rápidamente la mesa para tomarla en sus brazos–. Pobre cielo mío –murmuró dulcemente contra su pelo mientras la acunaba contra la firmeza de su pecho.

–¡No soy nada de eso! –se ahogó ella con sus lágrimas, avergonzada por el número que había montado. Quizá si Nick no hubiese sido tan amable con ella…–. Esto es ridículo –decidió, molesta consigo misma, alejándose de él–. Yo soy ridícula –murmuró, alisándose el cabello. Era mejor que mirar la preocupación reflejada en los oscuros ojos castaños.

–No tienes por qué sentirte avergonzada –dijo Nick con dulzura–. Todos lloramos a veces.

La mayoría de la gente lo hacía, convino Joey, aunque dudaba que David Banning lo hiciese; tenía una dureza de acero que lo hacía más peligroso todavía que su hermano. Daniel había ignorado o restado importancia a todo lo que encontrase inaceptable en su vida regalada. Cosas como tener una hija…

–No me avergüenzo –replicó, recobrando la compostura–. Pero, como ves, tengo mucho trabajo en la peluquería en este momento…

–¿Quieres comer conmigo? –interrumpió Nick con decisión.

Joey casi se rio ante lo ridículo que resultaba: la comida con un obrero de la construcción y la cena con un poderoso banquero americano. ¿Podían ser más diferentes? ¡Aunque sabía al que prefería!

–¿No has perdido suficientes horas de trabajo ya? –razonó–. ¡Aunque no trabajes para Dominic Mason, estoy segura de que tu jefe no será tan comprensivo!

–Cumplo más que suficiente en mi trabajo –se encogió Nick despreocupadamente–. Parece que necesitas un respiro, Joey. Y además, algo de comer te vendrá bien –añadió con seriedad.

Probablemente. Por la mañana estaba tan preocupada, que lo único que hizo fue tomar una taza de café antes de salir. Pero… ¿deseaba comer con aquel hombre? ¿Un hombre cuyo contacto seguía sintiendo, después de un rato, cosquilleándole en el brazo?

Una mirada al decidido rostro masculino le bastó para saber que no tenía mucha opción, que Nick no se marcharía hasta que ella aceptase comer con él.

–Hay una cafetería en la siguiente esquina. Estaré allí a la una –dijo, dando un suspiro.

–Una cafetería –repitió él secamente–. ¿No hay nada mejor?

Probablemente sí, pero al igual que ella, probablemente tuviese un presupuesto muy limitado, especialmente después de la «importante cita» la noche anterior. Además, se sentía tan mal que no podría comer más que un sándwich.

–Solo tengo una hora para comer, un sándwich estará bien –insistió.

–Pues, vale, entonces –asintió Nick–. A la una. Que no se te haga tarde, o vendré a buscarte –la advirtió al partir.

Joey se lo quedó mirando, preguntándose cómo diablos se habría metido en aquella situación. ¡El hombre había pasado de ser un moroso irrecuperable a su cita para comer!

¡Y pensar que ella creía que el día anterior había sido duro!

Capítulo 3

 

Venga, Joey, elige un sándwich –alentó Nick sonriendo mientras ella se eternizaba con el menú, a pesar de que la camarera rondase cerca de ellos–. ¡Ni el gobierno tarda tanto en tomar una decisión!

El problema era que ella no tenía nada de hambre. Según avanzaba la mañana, el nudo en la boca del estómago se le había apretado más todavía. Después de que Nick se marchase por la mañana, Joey se había pasado al menos diez minutos recriminándose por haberse dejado convencer de que comiese con él, aunque no dudaba en que él iría a buscarla si no iba a la cafetería. Cerró el menú.

–Queso con pan negro. Oh, y un capuchino –le dijo a la camarera con una sonrisa.

–¿Diez minutos para decidir eso? –bromeó Nick cuando se encontraron solos otra vez.

Joey no sabía qué había hecho él desde que le fue a pagar por la mañana, pero Nick tenía el mismo aspecto limpio y arreglado que a las diez de la mañana. La verdad era que no le importaban sus actividades, se dijo apresuradamente, aunque lo cierto era que muy a su pesar, se sentía intrigada por él. Era ridículo. Bastante tenía ya sin liarse además con Nick. Era increíble: dos años sin asomo de hombre en su vida y, justo cuando lo que menos necesitaba era esa complicación, Nick decidía aparecer de sopetón en su vida. ¡La próxima vez que un hombre le pidiese un corte de pelo después de la hora de cierre, le diría que el salón estaba cerrado y listo!

–¿Es porque tendrás que cerrar la peluquería? –exhortó Nick suavemente.

Joey dejó de hacer dobleces a la servilleta.

–¿Cómo?

–Estás preocupada nuevamente –explicó él–. Me preguntaba si no se debería a que tienes que trasladar la peluquería a un local nuevo.

–Entre otras cosas –dijo ella, con una mueca de disgusto.

Aunque, a decir verdad, desde la visita de David Banning, ni había pensado en el tema. Trasladar el salón de belleza no era nada comparado con intentar adivinar el motivo por el que David Banning había viajado desde América a verla. Mejor dicho, a ver a Lily, lo cual era mucho más preocupante.

–¿Otras cosas? –volvió a exhortar Nick con delicadeza.

–Eres muy astuto –dijo Joey, esbozando una levísima sonrisa.

–Para ser un basto obrero de la construcción –añadió él con frialdad.

–¡Yo no he dicho eso! –exclamó ella.

–No fue necesario –sonrió él–. Se notaba por el tono sorprendido de tu voz.

–Lo siento –dijo ella, totalmente desarmada por el efecto que la sonrisa de él tenía en ella. En otras circunstancias… pero no, se debía concentrar en los problemas que tenía, no crearse más.

–Dime qué «otras cosas» –la animó Nick con voz ronca–. Puedo conservar un secreto. En serio –añadió, persuasivo.

–La mayoría de los hombres pueden hacerlo –asintió Joey secamente–. ¡Es lo único para lo que sirven!

–¡Ay! –exclamó Nick ante su tono cáustico–. Me da la impresión por tu comentario que te has encontrado con más de un cerdo machista en tu vida. ¿O el término está pasado de moda ahora?

–Me parece que ahora se los llama bastardos egoístas –sonrió ella.

–No demasiado halagador para sus madres –dijo él, levantando las cejas.

–No –dijo Joey, poniéndose seria inmediatamente. Se preguntó si Daniel se habría interesado más en el bebé si este hubiese sido un varón en vez de Lily. Después de todo, un niño habría sido el heredero de los Banning… Pero no valía la pena hacer conjeturas; el bebé había sido la adorable Lily y, además, Daniel se había muerto sin tan siquiera verla…

Tomó una trémula bocanada de aire y miró deliberadamente la cálida e inquisitiva mirada castaña.

–Soy madre soltera –dijo con voz inexpresiva.

–Ah –murmuró Nick, asintiendo lentamente con la cabeza.

Como si con eso tuviese la respuesta a todas sus preguntas, pensó Joey de mal humor. Lo cual era una ridiculez; docenas de mujeres criaban a sus niños sin ayuda. Por muchos motivos.

–De «ah», nada –espetó, echándose un poco hacia atrás para que la camarera pudiese servirles los sándwiches y las bebidas–. Ser madre soltera tiene sus problemas –reconoció–, pero también tiene sus beneficios –añadió con determinación.

–¿Como qué? –preguntó Nick, interesado antes de dar un hambriento bocado al sándwich club que había pedido.

–¡Como ningún comentario negativo de un padre poco interesado! –soltó ella.

Daniel había resuelto la responsabilidad de tener a Lily con la menor complicación posible: depositaba una cantidad fija de dinero en una cuenta corriente todos los meses. De repente, Joey se dio cuenta de que habían seguido depositando el dinero los cuatro meses después de la muerte de Daniel. ¿Serían instrucciones de David Banning? Y si era así, ¿por qué? ¿La muerte de Daniel hacía tres meses no había anulado completamente cualquier responsabilidad que la familia Banning pudiese sentir por Lily?

–Estás frunciendo el ceño nuevamente, Joey –dijo Nick con suavidad.

Ella negó con la cabeza. No valía la pena atormentarse con todos aquellos pensamientos y preguntas, seguramente tendría respuesta para todos ellos por la noche, cuando cenase con David Banning. La espera la mataba.

–No me hagas caso –le dijo a Nick antes de darle un bocado a su sándwich.

–Oh, me resultaría imposible hacerlo –le respondió este con voz ronca y una intensa mirada–. Me intrigas, Joey –añadió con ternura.

Ella se envaró, lanzándole una mirada clara de sus ojos verdes.

–Yo que tú, no perdería el tiempo; ya te he dicho que no hay nada más que saber de mí –dijo para acabar el tema.

–Es mi tiempo –él se encogió de hombros–. Y te aseguro que hasta ahora no lo he perdido.

Joey se sintió hipnotizada por la cálida mirada castaña, por sus sensuales labios; no dudó ni por un instante que Nick sería un amante cariñoso además de apasionado…

¿Un amante? ¡Se estaba pasando de la raya! Puso el sándwich a medio comer en el plato.

–Me tengo que ir…

–No, no tienes que irte –la interrumpió Nick–. Me fijé en el libro de citas esta mañana, cuando esperaba para hablar contigo, y la próxima no es hasta las dos y media, creo que para una permanente.

¿Se había fijado temprano? ¿Quería decir aquello que tenía intenciones de invitarla a comer desde entonces? ¿Por qué otro motivo iba a mirar el libro de citas?

–Mira, Nick, creo que quizá hayas malinterpretado la situación…

–Veamos –murmuró él, pensativo–. Accediste a cortarme el pelo anoche porque tenías un poco de tiempo libre antes de irte a tu casa. No creíste ni por un instante que yo volvería por la mañana con el dinero para pagarte y estabas evidentemente sorprendida cuando lo hice –continuó decidido al ver que ella quería hablar–. Eres madre soltera. No tienes ni tiempo para los hombres ni fe en ellos. Comprensible –aceptó–. ¿He «malinterpretado» algo hasta ahora? –preguntó, levantando las cejas burlonamente.

Joey cerró la boca, mirándolo con los ojos entrecerrados. No, parecía que había comprendido todo perfectamente hasta aquel momento.

–Te has olvidado de decir que no estoy interesada en una relación en este momento –le dijo finalmente con determinación.

–Ni en el futuro, si he comprendido bien las señales –asintió Nick con sentido del humor.

Joey le lanzó una mirada de frustración. Si había comprendido las señales, ¿qué hacía allí? Más aún, ¿qué hacía ella allí? Sabía perfectamente la respuesta a ello: si sabía las señales, Nick había decidido no hacerles caso y hacer que ella tampoco.

–Exactamente –dijo, inclinándose a recoger su bolso del suelo–. Ahora, si me disculpa… –se interrumpió cuando Nick la tomó del brazo. Miró primero la mano contra la palidez de su piel y luego al hombre–. ¿Quiere hacer el favor de dejarme ir? –exigió sin alterarse.

–Dentro de un segundo –dijo él, asintiendo abruptamente con la cabeza, aunque no hizo ningún esfuerzo por soltarla–. Joey, no dejes que una mala experiencia te amargue el resto de la vida –le dijo con voz ahogada.

–¿Una mala experiencia? –preguntó ella sarcásticamente, acentuando el número.

–Da igual el número –dijo él con impaciencia.

–La verdad es que ha habido solo una –reconoció a regañadientes–. Pero he visto docenas de otras relaciones terribles, suficientes para saber que es una lotería y que el hombre generalmente lleva la ventaja –negó con la cabeza–. Yo solía decir que en mi próxima reencarnación quería ser hombre, ¡pero luego me lo pensé mejor y llegué a la conclusión de que, para entonces, las mujeres estarían en el poder! –sonrió al pensarlo.

–Me parece que te llevarías bien con mi hermana –dijo Nick, soltándola finalmente–. Siente lo mismo que tú –explicó con pena cuando Joey se dejó caer nuevamente en su silla.

–¿Tienes una hermana? –preguntó Joey, interesada. Y no solo porque hablar de ella haría que cambiasen de tema, sino porque él, muy a su pesar, le interesaba en serio.

–Y un padre y una madre –reconoció Nick con una sonrisa sardónica–. De hecho, fui hasta Londres a cenar con ellos anoche –añadió secamente, arqueando las cejas sobre los burlones ojos castaños al ver la mirada sorprendida de Joey–. ¿No era el tipo de «cita importante» que tenías en mente? –bromeó.

Lo cierto era que no, reconoció ella para sí.

–Háblame de ellos –invitó con suavidad, relajándose contra el respaldo de la silla ahora que Nick no la sujetaba del brazo. Pero, al igual que antes, sentía un cosquilleo donde él la había tocado…

–No hay mucho que contar, en realidad –se encogió él de hombros–. Mi padre tiene negocios, mi madre es la perfecta madre y esposa. Mi hermana es dos años mayor que yo, editora de un periódico, divorciada… y con intención de seguir siéndolo –reveló secamente.

–¡Muchas piensan como ella! –dijo Joey, con una sonrisa apesadumbrada.

–Desgraciadamente, así es –dijo Nick con pena–. Nos resulta un poco difícil a los hombres, ahora que todas vosotras habéis decidido que el matrimonio y la maternidad no son para vosotras –explicó con ironía.

–Yo, por lo general, me he encontrado con que es totalmente al revés: ¡el matrimonio y la paternidad no son para vosotros! –explicó ella cuando él levantó las cejas interrogantes.

–Lo que es yo… –se encogió él de hombros.

–Me tengo que ir en serio, Nick –interrumpió ella con firmeza. No quería saber lo que él sentía al respecto. De hecho, ¡la conversación se había tornado demasiado íntima para dos personas que apenas habían estado juntas un rato la noche anterior!–. Tengo que hacer unas compras antes de mi cita de las dos y media –añadió, sacando un poco de dinero del bolso para pagar su comida.

–No –dijo Nick antes de que ella depositase el dinero sobre la mesa–. Creo que me alcanza para pagar un sándwich que no has comido –añadió con sorna cuando ella lo miró interrogante.

–Gracias –aceptó ella, guardando el dinero en el bolso.

–No sé el tipo de hombres que has conocido, Joey, pero cuando salgamos juntos, yo pagaré.

¿Cuando él…? Pero… ¿no era esta salida y nada más?

–No te preocupes tanto, Joey –dijo Nick, tocándole levemente la mano que ella apoyaba en la mesa–. Solo quiero invitarte a cenar conmigo esta noche.

La intensidad de su mirada retuvo la suya y Joey descubrió que le costaba respirar, mientras sentía un cosquilleo en la mano donde él la había tocado.

¿Qué tenía aquel hombre que la hacía reaccionar de aquella forma? Era verdad que era muy atractivo, de una forma un poco ruda, y también podía ser encantador: su sonrisa era capaz de derretir al más duro de los corazones. Pero aun así…

–No digas que no, Joey –rogó él.

–Me temo que tendré que hacerlo –dijo ella con una sonrisa de disculpa–. Yo… tengo una cita para esta noche –confesó con reticencia. Su reunión con David Banning no era exactamente una cita, pero no sabía de qué otro modo llamarla; decir que tenía que reunirse con el tío americano de su hija sería revelar demasiado.

–Ya veo –dijo Nick, soltando su mano abruptamente y echándose hacia atrás en la silla mientras le dirigía una mirada especulativa.

–Dudo que lo hagas –dijo ella, sacudiendo la cabeza–. ¿Preferiría que dijese que tengo que lavarme el cabello? –añadió con impaciencia cuando él continuó mirándola de aquella forma insultante. No había forma de explicarle lo de David Banning sin bajar sus defensas. Y las había necesitado aquellos siete años. ¡Todavía las necesitaba!–. Gracias por el almuerzo –dijo, poniéndose de pie.

–De nada –dijo él tensamente.

Joey no tuvo otro remedio que salir de la cafetería con toda la dignidad que pudo reunir. Otro posible romance que se iba al garete, reconoció tristemente mientras circulaba por el supermercado, que por supuesto no era de la cadena Mason, buscando algo para la cena de Lily.

Era una pena que Nick y ella se separasen de aquella manera, porque a ella le gustaba bastante. Bueno, un poco más que bastante. Había una química entre ellos, algo físico, que era imposible negar. Aunque, pensándolo bien, Nick tenía treinta y cinco años y todavía estaba soltero, ¿qué le indicaba aquello? ¿Que no había encontrado a la mujer adecuada?

Pamplinas, sensiblerías. Lo que ella creía cuando tenía dieciséis años. La vida real no era así. Si tenías suerte, lograbas encontrar a alguien con quien compartir tu vida, con quien eras razonablemente compatible; si tenías menos suerte, lograbas vivir con esas diferencias en una armonía inestable. Estaba claro que «el alma gemela» no existía. ¡Don Perfecto no existía!

Una vez tomada esa decisión, Joey se sacó a Nick de la cabeza con determinación, pagó sus compras y volvió al trabajo. Tenía un problema mucho más serio de lidiar con David Banning aquella noche…

 

 

Se vistió con cuidado para su cena: un sencillo vestido negro a la rodilla y una chaqueta corta color esmeralda que hacía juego con el color de sus ojos. Era lo bastante formal para una cena, casi parecía de negocios. Justamente la impresión que quería causarle a David Banning aquella noche.

A pesar de que la reunión con el hermano de Daniel había sido breve el día anterior, Joey sabía que él sería un adversario formidable. Para Joey, cuando se trataba de Lily, quienquiera que amenazase la despreocupada existencia infantil era considerado un enemigo. Y tenía la sensación clarísima de que aquello era lo que David Banning pretendía…

–Señorita Delaney –la saludó él, poniéndose de pie con distinción cuando Joey se le reunió en el vestíbulo del hotel a las ocho en punto–. Está muy guapa –añadió sin alterarse.

Se notaba que le costaba decirlo, pensó Joey al sentarse frente a él. Se preguntó cómo se habría imaginado él que sería la madre de su sobrina. ¿Dura? ¿Calculadora?

No era ninguna de aquellas dos cosas. ¡Aunque era capaz de ser como una leona defendiendo a su cría si alguien amenazaba a Lily!

–Usted también –respondió secamente.

Su ropa era demasiado elegante para un hotel como aquél, pero no podía negarse que a David Banning le hacían justicia el esmoquin hecho a medida y la camisa de seda blanca, que le marcaban los anchos hombros, la estrecha cintura y las largas piernas. Los zapatos también parecían hechos a mano. ¿Y por qué no? Los Banning eran una de las familias más ricas de Nueva York.

–Ya que nos hemos hecho cumplidos mutuamente, sugiero que vayamos a cenar –dijo él, poniéndose de pie y bajando la mirada de sus fríos ojos azules hacia ella.

Joey se puso de pie también y esbozó una fría sonrisa. La velada le resultaría tan horrible como había supuesto.

¡Aunque lo último que esperaba ver al entrar delante de David Banning en el comedor del hotel era a Nick sentado ante una mesa!

Capítulo 4

 

Qué hacía Nick allí? Joey se vio invadida por el pánico al sentarse en la silla que le sujetaba el camarero. No le daba la espalda a Nick, sino que estaba en ángulo, lo cual le permitía mirarlo si así lo deseaba. ¡Y Nick podía elevar la mirada de los papeles que parecía estar leyendo y verla también!

Nick tenía otro aspecto aquella noche. Había reemplazado los informales vaqueros y la camisa de trabajo por una camisa color crema y unos pantalones de vestir. No tenía en absoluto el aspecto de obrero de la construcción que ella conocía, pensó, después de dirigirle una mirada furtiva.

¿Qué hacía comiendo en aquel hotel? Y solo, según se podía ver; iba por el primer plato y no había señales de nadie sentado con él. Nunca se imaginó que él se alojaría en un hotel como aquel. ¡Los salarios de los obreros de la construcción debían ser mucho más altos de lo que ella se imaginaba!

–¿Señorita Delaney? ¿O ya puedo llamarte Joey?

Ella volvió a mirar a David Banning de golpe, parpadeando rápidamente mientras intentaba recobrar la compostura. ¡Ver a Nick de forma tan inesperada la había alterado!

–Desde luego –concedió distraída, mirando a su acompañante.

David Banning le dirigió una irónica mirada.

–El menú, Joey –indicó. El camarero, de pie a su lado, esperaba para dárselo.

–Oh, gracias –dijo, esbozando al joven camarero una breve sonrisa antes de tomar el menú con manos temblorosas.

Mientras leía sin ver las letras del menú, se dio cuenta de que las manos le temblaban por la presencia de Nick. Bastante difícil iba a ser ya la reunión con Daniel sin la espada de Damocles de que Nick la viese allí, cenando con quien supuestamente era su «cita» aquella noche.

¿Qué haría Nick cuando la viese? ¿Se levantaría cuando acabase su propia comida y se marcharía del comedor, tan enfadado que no querría hablar con ella? ¿O se acercaría a saludar?

Hasta que Joey le dijo que tenía una cita aquella noche, pensaba que Nick haría lo segundo, pero su fría reacción cuando ella le dijo que saldría con otro hombre la hizo desear que hiciera lo primero. ¡No se sentía con fuerzas para lidiar con Nick además de David Banning!

–¿Pasa algo, Joey?

Joey elevó la vista y se volvió a encontrar con la mirada fría y especuladora de David Banning, ¡como si ella fuese un bicho asqueroso que él miraba en el microscopio! Cerró el menú con un golpe.

–Ha llegado de improviso, me ha informado de que Daniel está muerto y luego ha dicho que tenemos que hablar. ¡Por supuesto que pasa algo! –soltó cáusticamente.

–Touché –reconoció él secamente, cerrando su propio menú para darle toda su atención–. ¿Cómo os conocisteis Daniel y tú?

–En la universidad –dijo ella, envarándose ante su ataque frontal.

–¿En Oxford? –preguntó él con sorpresa.

–¡Qué horror! ¿No? –dijo ella con una mueca–. Hay que ver el tipo de gente que permiten entrar en la universidad actualmente, aunque les dé la nota.

–Obviamente –la interrumpió David Banning, cortante–. ¿Sabías quién era Daniel cuando lo conociste?

Joey contuvo el aliento; estaba claro que iba a ser una batalla dura. De acuerdo, jugaría el juego.

–Se presentó como Daniel Banning –respondió sarcásticamente–. No vi el motivo para pensar que mentía.

El rostro de David Banning se oscureció amenazadoramente.

–Yo… –se interrumpió de forma brusca con la llegada del camarero que traía el vino. Mientras lo probaba, David se mostró evidentemente molesto por la interrupción.

Joey la agradeció. ¡Obviamente David Banning pensaba que siete años atrás ella era una cazafortunas! Frío, arrogante, pomposo…

–¿Qué quieres comer, Joey? –preguntó él con impaciencia al ver que el camarero se quedaba junto a la mesa para tomar el pedido.

Contrólate, se dijo Joey con firmeza mientras pedía la sopa, seguida por lenguado y una ensalada. Le daba igual la comida, dudaba poder saborearla. ¡Se lo impediría la bilis que se le subía hasta la boca con el desdén condescendiente de David Banning! Pues, no se dejaría arredrar por su actitud. Tenía treinta años de edad, por el amor de Dios, tenía negocio propio, era madre desde hacía seis años…

Pero ese era justamente el problema de aquel hombre, ¿no? Porque era la madre de la hija de su hermano Daniel.

–¿Podemos poner algo en claro antes de proseguir con esta conversación? –le dijo a David Banning con frialdad una vez que se quedaron solos nuevamente–. No le reclamé nada a Daniel mientras vivía –prosiguió tras ver el ligero movimiento con el que él asentía con la cabeza–. Y no tengo intención…

–Yo no llamaría a un talón de quinientas libras mensuales depositados en un banco a tu nombre «no reclamar nada» –interrumpió él, irritado.

Joey se ruborizó y luego se puso pálida. Lanzó a David una mirada acusadora.

–No he tocado ni un penique de ese dinero –masculló–. La cuenta a la que se refiere es un fondo para Lily.

–¿De veras? –preguntó David Banning con sorna.

–De veras –dijo ella con furia, los ojos relampagueantes.

Había sido la única forma de Daniel de reconocer la existencia de la hija que dejó en Inglaterra cuando acabó en Oxford y se volvió a América.

Dadas las circunstancias, Joey había sentido la tentación de decirle lo que podía hacer con su dinero, pero luego el sentido común había prevalecido; el dinero no tenía nada que ver con ella, era para el futuro de Lily. Joey sintió que no estaba en situación de tomar semejante decisión por Lily y había aceptado a regañadientes que el dinero se depositase en una cuenta para el futuro de la niña. Un hecho que David Banning estaba tergiversando para sus propios fines.

–¡Puedo mostrarle la libreta de banco, si quiere! –continuó enfadada–. ¡Encontrará que allí está cada penique que envió Daniel, más el interés! –era dinero de Lily, lo menos que Daniel podía hacer por la niña que había abandonado.

Una reticente expresión de respeto se reflejó brevemente en las arrogantes facciones de David Banning, para ser reemplazada de inmediato por su propio estilo de mordaz ironía.

–No será necesario –dijo.

Joey sabía que el dinero que Daniel había depositado para el futuro de Lily no era más que migajas para la familia Banning. Era una familia poderosa y rica de banqueros de Nueva York, y lo habían sido por generaciones, mientras que los Delaney habían emigrado a Inglaterra desde Irlanda hacía solo ocho años y trabajado duro para lograr lo que tenían.

–Debo confesar –dijo David Banning tomando la cuchara para tomar la sopa que le acababan de servir–, que no eres en absoluto como me había imaginado –y le dirigió una mirada especulativa.

–¿A no? –dijo Joey, devolviéndole la mirada.

–No –dijo David Banning, asintiendo lentamente con la cabeza–. Me llevé un buen susto cuando, revisando los papeles de Daniel después de su muerte, encontré un documento en el que se indicaba al banco que pagase una cantidad mensual de quinientas libras a una tal señorita J. Delaney, y que llevaba unos seis años haciéndolo.

–La cuenta estaba a mi nombre porque Lily era un bebé cuando comenzaron los pagos –lo interrumpió ella–. Si me permite que le muestre los papeles del banco, verá que está claramente especificado que es un fondo para Lily…

–Ya te he dicho que no me interesa verlos –dijo David Banning, rechazando la idea con un gesto de su distinguida mano–. Pero, como te puedes imaginar, cuando lo descubrí, se me ocurrieron un sinnúmero de explicaciones para los pagos.

–Seguro que sí –aceptó Joey con desdén, pensando en lo que serían algunas de aquellas explicaciones–. ¿Cómo descubrió la verdad?

Aquella pregunta la rondaba desde la llegada de David Banning la tarde anterior. Conoció a Daniel en Oxford, pero ella y Lily vivían a cientos de kilómetros de allí. A propósito. Obviamente el dinero de Lily se depositaba en una sucursal pequeña del banco, pero aquello todavía no explicaba la forma en que aquel hombre las había localizado.

–Entre las pertenencias de Daniel encontré unas cartas. Cartas de amor. De «Josey». Al menos, creía que era Josey –se corrigió secamente–. Tendrías que mejorar tu caligrafía, Joey –dijo con retintín.

–Intentaré seguir tu consejo –contestó ella, una mueca dibujándose en la palidez de su rostro–. De acuerdo, entonces, encontró… las cartas. Eso sigue sin decirme cómo se enteró de la existencia de Lily y de quién es ella en realidad –dijo, mirándolo sin pestañear.

–Contraté a un detective privado –dijo él, encogiéndose de hombros.

–¿Qué? –exclamó Joey, incrédula. El poco color que le quedaba desapareció del todo. Sus enormes ojos verdes dominaban la palidez de su rostro–. ¿Cómo se atreve?

–Dado que yo vivo en América… –dijo él, volviéndose a encoger de hombros.

–¿Y su tiempo es oro? –cortó Joey, mordaz.

–… era la forma más fácil y eficiente de averiguar lo que quería saber –prosiguió él como si no lo hubiese interrumpido.

–¡Eso es inmiscuirse en mi vida privada! –lo corrigió Joey, furiosa.

–Quizá –reconoció él secamente–. Yo…

–¿Cómo que «quizá»? –interrumpió ella, con la voz trémula de rabia y los puños apretados bajo la mesa–. Es ultrajante que un detective de mala muerte haya estado hurgando en mi vida…

–Te ruego que te calmes, Joey –dijo David Banning con voz aburrida–. Miras demasiada televisión. El hombre era perfectamente respetable, te lo aseguro.

Joey inmediatamente comprendió que el hombre había sido discreto, ya que a los Banning no les convenía que la información que David había recabado fuese de dominio público. ¿Cómo podrían presentarse con la cabeza alta en la sociedad de Nueva York si salía a la luz la existencia de Lily como hija ilegítima de Daniel?