Trabajos de amor perdido - William Shakespeare - E-Book

Trabajos de amor perdido E-Book

William Shakespeare

0,0
0,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

En Trabajos de amor perdidos tres jóvenes nobles son de alguna manera obligados por su rey a comprometerse con él. ¡Los cuatro se comprometerán tres años a un estudio serio y una especie de vida casi monástica que ciertamente no tendrá lugar para cosas frívolas como el amor! En las primeras escenas parecen tan comprometidos, pero parece que ninguno de los cuatro, incluido el rey, realmente ha pensado en esto. Y como la vida da sorpresas, aparece en el escalón de su puerta, es nada menos que la princesa de Francia con tres hermosas damas de honor. Ah, las promesas salen por la puerta, pero con tal estupidez infantil (o varonil) solo hay espacio para la risa.

Entonces, los tres se hacen tontos absurdos y hacen todo lo incorrecto para que las damas se enamoren de ellos, solo para asegurarse de que suceda lo contrario: las mujeres ven a través de ellos fácilmente y los encuentran groseros, infantiles y bastante poco atractivos.

Sin embargo, en el camino hay mucha diversión y buena poesía.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



William Shakespeare

William Shakespeare

TRABAJOS DE AMOR PERDIDO

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-141-0

Greenbooks editore

Edición digital

Enero 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-141-0
Este libro se ha creado con StreetLib Writehttp://write.streetlib.com

Indice

TRABAJOS DE AMOR PERDIDO

TRABAJOS DE AMOR PERDIDO

DRAMATIS PERSONÆ

FERNANDO, rey de Navarra. BEROWNE, Señor del séquito del rey LONGAVILLE, Señor del séquito del rey DUMAINE, Señor del séquito del rey.

BOYET, Señor del séquito de la princesa de Francia. MARCADE, Señor del séquito de la princesa de Francia DON ADRIANO DE ARMADO, español excéntrico.

SIR NATANIEL, cura párroco. HOLOFERNES, maestro de escuela. DULL, alguacil.

COSTARD, gracioso. MOTH, paje de Armado UN GUARDABOSQUE

LA PRINCESA DE FRANCIA

ROSALINA, Dama del séquito de la princesa MARÍA, Dama del séquito de la princesa.

CATALINA, Dama del séquito de la princesa JAQUINETA, aldeana

OFICIALES y otras personas del cortejo del rey y de la princesa ESCENA.- Navarra

Acto Primero Escena Primera

Parque del rey de Navarra.

Entran EL REY, BEROWNE, LONGAVILLE y DUMAINE.

EL REY.- Que la fama, perseguida por todos después de su existencia, viva registrada en nuestras tumbas de bronce, y nos preste luego su gracia en la desgracia de la muerte; cuando, a despecho de este voraz devorador, el tiempo, adquiramos por el esfuerzo del soplo presente aquel honor que logre enervar el acerado filo de su guadaña, y nos convierta en herederos de la eternidad. Por consiguiente, bravos conquista- dores -pues sólo lo sois vosotros, que guerreáis contra vuestros propios sentimientos y el ejército enorme de anhelos del mundo-, observemos en toda la rudeza de sus cláusulas nuestro último edicto. Navarra será el asombro del universo. Nuestra corte, una pequeña academia, apacible y contemplativa, consagrada al arte. Vosotros tres, Berowne, Dumaine y Longaville, habéis jurado vivir conmigo por término de tres años, como camaradas de estudios, y guardar los estatutos contenidos en este documento. Formulasteis ya vuestros votos, y ahora sólo resta suscribirlos con vuestros nombres. ¡Que su propia mano prive de su honra al que viole el más pequeño artículo de los aquí trazados! Si tenéis el valor de cumplir vuestras promesas, como habéis tenido el de empeñar seriamente vuestras palabras, firmad y permaneced fieles.

LONGAVILLE.- Estoy resuelto; tres años transcurren con rapidez. El alma banqueteará, aunque el cuerpo ayune. Los vientres voluminosos poseen flacas molleras, y los bocados exquisitos enriquecen los miembros; mas el ingenio da en quiebra completamente.

DUMAINE.- Mi amado señor, Dumaine se halla afligido. Los groseros modales del deleite mundanal los abandona a los viles esclavos de este mundo grosero. Ante el amor, la riqueza y la pompa, desfallezco y sucumbo. Me comprometo a vivir con todos vosotros en la filosofía.

BEROWNE.- No puedo sino amplificar sus protestaciones, querido soberano, habiendo jurado ya vivir y estudiar aquí tres anualidades. Pero quedan otros estrechos compromisos, como no ver mujer alguna en este término, cláusula que espero no se habrá anotado; no tomar alimento un día a la semana y no hacer sino una comida al día, lo cual espero igualmente no se habrá anotado; y además, dormir tan sólo tres horas de noche y no cerrar los ojos en el curso de la jornada..., cuando tengo por costumbre dormir tranquilamente toda la noche y aun hacer una espesa noche de la mitad del día.

¡Espero que esto tampoco se habrá anotado! ¡Oh! ¡Serían rudas tareas, difíciles de cumplir, no ver mujeres, estudiar, ayunar, no dormir!

EL REY.- Vuestro juramento se acondicionó a las expresadas condiciones.

BEROWNE.- Permitidme contradeciros, mi soberano, si os place. He jurado únicamente estudiar con Vuestra Gracia y permanecer tres años en vuestra Corte.

LONGAVILLE.- Berowne, habéis jurado eso y lo demás.

BEROWNE.- Entonces, señor, sea como fuere, he jurado de broma. ¿Cuál es el objeto del estudio? Que lo sepa yo.

EL REY.- Conocer lo que, de otro modo, ignoraríamos.

BEROWNE.- ¿Os referís a las cosas ocultas y negadas al sentido común? EL REY.- Sí, que es la divina recompensa del estudio.

BEROWNE.- Veamos, pues. Juro estudiar para saber lo que se me impide que conozca. Por ejemplo, estudiar dónde puedo almorzar bien, cuando se me prohíba expresadamente el festejarme; estudiar dónde encontrar una dama bonita, cuando, a despecho del sentido común, se escondan ellas; o, habiendo hecho un juramento demasiado difícil de guardar, estudiar el modo de quebrantarlo sin quebrantar mi fe. Si el beneficio del estudio consiste en conocer así lo que ignoramos, hacedme jurar, que nunca diré que no.

EL REY.- Citáis precisamente aquellas distracciones que se oponen al estudio y encadenan nuestro entendimiento a vanos deleites.

BEROWNE.- ¡ Cómo! Todos los deleites son vanos; pero el más vano es aquel que, adquirido con pena, no rinde sino pena, como investigar penosamente sobre un libro, en busca de la luz de la verdad, mientras esta verdad, en el propio instante, ciega pérfidamente la vista de su libro. La luz que busca la luz, hace lucir el engaño de la luz. Así, antes que halléis la luz en el seno de las tinieblas, vuestra luz se tornará obscura por la pérdida de vuestros ojos. Estudiad, más bien el medio de regocijar vuestros ojos fijándolos en otros más bellos, que aunque os deslumbren, al menos os servirán de gula y os devolverán la luz que os hayan robado. El estudio es semejante al sol glorioso del cielo, que no permite que le escudriñen a fondo con insolentes miradas. Poco han ganado nunca los estudiosos asiduos, salvo una ruin autoridad emanada de los libros de otros. Esos padrinos terrestres de las luces del cielo, que bautizan a cada estrella fija, no alcanzan más provecho de sus brillantes noches que los que se pasean sin conocer dichos astros. El exceso de estudio no sirve sino para daros un nombre, gloria que os pueden otorgar todos los padrinos.

EL REY.- ¡Qué sabio es, cuando trata de apostrofar a la ciencia!

DUMAINE.- ¡No se emplearía mejor procedimiento para detener el progreso!

LONGAVILLE.- ¡Arranca el trigo y deja crecer las malas hierbas!

BEROWNE.- ¡La primavera está próxima, cuando incuban los tiernos gansos!

DUMAINE.- ¿Qué se sigue de eso?

BEROWNE.- Que todas las cosas, en su tiempo y lugar. DUMAINE.- Pierde el concepto.

BEROWNE.- Tanto mejor para la rima.

LONGAVILLE.- Berowne es semejante a la dañosa helada, cuyas ardientes mordeduras perjudican los primeros retoños de la primavera.

BEROWNE.- Bien; y digo yo: ¿por qué el orgulloso estío ha de envanecerse antes que los pájaros hallen causa para cantar? ¿Por qué he de regocijarme de un nacimiento abortivo? No apetezco en Navidad más una rosa, que deseo la nieve en las risueñas y presumidas festividades de mayo, sino que cada cosa la quiero en su estación. Así pues, ahora es demasiado tarde para que os dediquéis al estudio; tanto valdría escalar una casa para abrir una diminuta puerta.

EL REY.- Bien quedaos vosotros; marchaos vos, Berowne. Adiós.

BEROWNE.- No mi buen señor. He jurado permanecer con vos; y aunque haya hablado más sobre la ignorancia que podríais decir vos sobre la ciencia angélica, mantendré mi juramento y sufriré la penitencia cada uno de los días de estos tres años. Entregadme ese papel, que yo lo lea y firme con mi nombre los más vigorosos decretos.

EL REY.- ¡He aquí una sumisión que te levanta a nuestros ojos!

BEROWNE (Leyendo.).- «Item. Ninguna mujer se acercará a más de una milla de mi Corte.» ¿Se ha proclamado esto?

LONGAVILLE.- Hace cuatro días.

BEROWNE.- Veamos la penalidad. (Leyendo.) «Bajo pena de perder la lengua.» ¿Quién ha tomado esta decisión?

LONGAVILLE.- A fe mía, a mí se debe. BEROWNE.- Y ¿por qué, distinguido señor?

LONGAVILLE.- Para atemorizarlas con esta terrible penalidad.

BEROWNE.- ¡Peligrosa ley para la galantería! (Leyendo.) «Item. Si es sorprendido un hombre conversando con una mujer en el transcurso de estos tres años, soportará la humillación pública que tenga a bien imponerle la Corte.» He aquí un artículo, mi soberano, que vos mismo infringís. Pues bien sabéis que viene en calidad de embajadora la hija del rey de Francia -joven doncella llena de gracia y majestad-, deseosa de conferenciar con vos respecto de la cesión de la Aquitania por su decrépito padre, que se encuentra enfermo y postrado. Por consiguiente, este artículo es inútil o en vano se aproxima la admirable princesa.

EL REY.- ¿Qué decís, señores? Había olvidado completamente esta circunstancia.

BEROWNE.- Tanto celo rebasa siempre los límites. Mientras busca poseer lo que desea, olvida lo que debiera saber; y cuando consigue la cosa a que aspiraba más vivamente, su conquista es a la manera de una ciudad tomada por el fuego, tan pronto ganada como perdida.

EL REY.- Forzosamente habremos de suprimir esa cláusula, pues es de toda necesidad que la princesa permanezca aquí.

BEROWNE.- La necesidad nos convertirá a todos en perjuros, tres mil veces en el espacio de tres años. Cada uno de los hombres nace con inclinaciones, que puede reprimir; mas no la voluntad, sino por especial privilegio. Si quebranto alguno de mis votos, yo también, por haber perjurado, alegaré la excusa de que era «de toda necesidad». ¡Suscribo, pues, con mi nombre estas leyes! (Firma.) ¡Y que el que las contravenga en el más ínfimo grado, quede bajo la humillación de un oprobio eterno! Las tentaciones son iguales para los demás que para mí; pero creo, aunque con cierta repugnancia, que seré el último en faltar a mi juramento. Y ahora, ¿no contamos con ninguna animada recreación?