Trabajos de amor perdido - William Shakespeare - E-Book

Trabajos de amor perdido E-Book

William Shakespeare

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Beschreibung

"La gloria engendra crímenes abominables cuando, para alcanzar el renombre y conseguir el elogio, cosas bien vanas, nuestro corazón realiza esfuerzos imposibles.""Trabajos de amor perdido" es una de las primeras comedias escritas por William Shakespeare a finales del siglo XVI. Esta obra es considerada una de las comedias más poéticas y extravagantes del autor, a causa de su uso altamente preciso e intelectual del lenguaje, sus referencias literarias y su estilo. "Trabajos de amor perdido" cuenta la historia de Fernando, rey de Navarra, y tres de sus caballeros, Berowne, Longaville y Dumaines. La obra empieza cuando los cuatro hombres juran aislarse del mundo durante tres años para centrarse en sus estudios y alcanzar una mayor sabiduría. El juramento incluye no tener contacto con mujeres, hecho que se vuelve totalmente muy difícil de navegar cuando la princesa de Francia y sus damas visitan al rey.Aunque la princesa y las damas se alojan fuera del castillo, el rey y los caballeros acaban reuniéndose con ellas, y en cuestión de segundos acaban perdidamente enamorados de las damas. En ese momento, se inicia un sutil cortejo a través de cartas que al llegar a su destinación son recibidas con enorme burla a causa de su estilo pedante, lo que producirá una enorme tristeza en los caballeros.A través de múltiples bromas que llevarán a un sinfín de malentendidos, las damas ponen a prueba el amor de los caballeros hasta el punto de no creerse que su amor es real, y que todo es un simple entretenimiento. "Trabajos de amor perdido" fue adaptada a la gran pantalla en 2000 por Kenneth Branagh, quien situó la historia en 1930 en vez del siglo XVI para hacerla más accesible a la audiencia.-

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Seitenzahl: 123

Veröffentlichungsjahr: 2021

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William Shakespeare

Trabajos de amor perdido

 

Saga

Trabajos de amor perdido

 

Original title: Love's Labour's Lost

 

Original language: English

 

Copyright © 1597, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726672206

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

DRAMATIS PERSONÆ

FERNANDO, rey de Navarra. BEROWNE, Señor del séquito del rey LONGAVILLE, Señor del séquito del rey DUMAINE, Señor del séquito del rey. BOYET, Señor del séquito de la princesa de Francia. MARCADE, Señor del séquito de la princesa de Francia DON ADRIANO DE ARMADO, español excéntrico. SIR NATANIEL, cura párroco. HOLOFERNES, maestro de escuela. DULL, alguacil. COSTARD, gracioso. MOTH, paje de Armado UN GUARDABOSQUE LA PRINCESA DE FRANCIA ROSALINA, Dama del séquito de la princesa MARÍA, Dama del séquito de la princesa. CATALINA, Dama del séquito de la princesa JAQUINETA, aldeana OFICIALES y otras personas del cortejo del rey y de la princesa

Acto Primero

Escena Primera

Parque del rey de Navarra.

Entran EL REY, BEROWNE, LONGAVILLE y DUMAINE.

EL REY: Que la fama, perseguida por todos después de su existencia, viva registrada en nuestras tumbas de bronce, y nos preste luego su gracia en la desgracia de la muerte; cuando, a despecho de este voraz devorador, el tiempo, adquiramos por el esfuerzo del soplo presente aquel honor que logre enervar el acerado filo de su guadaña, y nos convierta en herederos de la eternidad. Por consiguiente, bravos conquista- dores -pues sólo lo sois vosotros, que guerreáis contra vuestros propios sentimientos y el ejército enorme de anhelos del mundo-, observemos en toda la rudeza de sus cláusulas nuestro último edicto. Navarra será el asombro del universo. Nuestra corte, una pequeña academia, apacible y contemplativa, consagrada al arte. Vosotros tres, Berowne, Dumaine y Longaville, habéis jurado vivir conmigo por término de tres años, como camaradas de estudios, y guardar los estatutos contenidos en este documento. Formulasteis ya vuestros votos, y ahora sólo resta suscribirlos con vuestros nombres. ¡Que su propia mano prive de su honra al que viole el más pequeño artículo de los aquí trazados! Si tenéis el valor de cumplir vuestras promesas, como habéis tenido el de empeñar seriamente vuestras palabras, firmad y permaneced fieles.

LONGAVILLE: Estoy resuelto; tres años transcurren con rapidez. El alma banqueteará, aunque el cuerpo ayune. Los vientres voluminosos poseen flacas molleras, y los bocados exquisitos enriquecen los miembros; mas el ingenio da en quiebra completamente.

DUMAINE: Mi amado señor, Dumaine se halla afligido. Los groseros modales del deleite mundanal los abandona a los viles esclavos de este mundo grosero. Ante el amor, la riqueza y la pompa, desfallezco y sucumbo. Me comprometo a vivir con todos vosotros en la filosofía.

BEROWNE: No puedo sino amplificar sus protestaciones, querido soberano, habiendo jurado ya vivir y estudiar aquí tres anualidades. Pero quedan otros estrechos compromisos, como no ver mujer alguna en este término, cláusula que espero no se habrá anotado; no tomar alimento un día a la semana y no hacer sino una comida al día, lo cual espero igualmente no se habrá anotado; y además, dormir tan sólo tres horas de noche y no cerrar los ojos en el curso de la jornada..., cuando tengo por costumbre dormir tranquilamente toda la noche y aun hacer una espesa noche de la mitad del día. ¡Espero que esto tampoco se habrá anotado! ¡Oh! ¡Serían rudas tareas, difíciles de cumplir, no ver mujeres, estudiar, ayunar, no dormir!

EL REY: Vuestro juramento se acondicionó a las expresadas condiciones.

BEROWNE: Permitidme contradeciros, mi soberano, si os place. He jurado únicamente estudiar con Vuestra Gracia y permanecer tres años en vuestra Corte.

LONGAVILLE: Berowne, habéis jurado eso y lo demás.

BEROWNE: Entonces, señor, sea como fuere, he jurado de broma. ¿Cuál es el objeto del estudio? Que lo sepa yo.

EL REY: Conocer lo que, de otro modo, ignoraríamos.

BEROWNE: ¿Os referís a las cosas ocultas y negadas al sentido común?

EL REY: Sí, que es la divina recompensa del estudio.

BEROWNE: Veamos, pues. Juro estudiar para saber lo que se me impide que conozca. Por ejemplo, estudiar dónde puedo almorzar bien, cuando se me prohíba expresadamente el festejarme; estudiar dónde encontrar una dama bonita, cuando, a despecho del sentido común, se escondan ellas; o, habiendo hecho un juramento demasiado difícil de guardar, estudiar el modo de quebrantarlo sin quebrantar mi fe. Si el beneficio del estudio consiste en conocer así lo que ignoramos, hacedme jurar, que nunca diré que no.

EL REY: Citáis precisamente aquellas distracciones que se oponen al estudio y encadenan nuestro entendimiento a vanos deleites.

BEROWNE: ¡ Cómo! Todos los deleites son vanos; pero el más vano es aquel que, adquirido con pena, no rinde sino pena, como investigar penosamente sobre un libro, en busca de la luz de la verdad, mientras esta verdad, en el propio instante, ciega pérfidamente la vista de su libro. La luz que busca la luz, hace lucir el engaño de la luz. Así, antes que halléis la luz en el seno de las tinieblas, vuestra luz se tornará obscura por la pérdida de vuestros ojos. Estudiad, más bien el medio de regocijar vuestros ojos fijándolos en otros más bellos, que aunque os deslumbren, al menos os servirán de gula y os devolverán la luz que os hayan robado. El estudio es semejante al sol glorioso del cielo, que no permite que le escudriñen a fondo con insolentes miradas. Poco han ganado nunca los estudiosos asiduos, salvo una ruin autoridad emanada de los libros de otros. Esos padrinos terrestres de las luces del cielo, que bautizan a cada estrella fija, no alcanzan más provecho de sus brillantes noches que los que se pasean sin conocer dichos astros. El exceso de estudio no sirve sino para daros un nombre, gloria que os pueden otorgar todos los padrinos.

EL REY: ¡Qué sabio es, cuando trata de apostrofar a la ciencia!

DUMAINE: ¡No se emplearía mejor procedimiento para detener el progreso!

LONGAVILLE: ¡Arranca el trigo y deja crecer las malas hierbas!

BEROWNE: ¡La primavera está próxima, cuando incuban los tiernos gansos!

DUMAINE: ¿Qué se sigue de eso?

BEROWNE: Que todas las cosas, en su tiempo y lugar.

DUMAINE: Pierde el concepto.

BEROWNE: Tanto mejor para la rima.

LONGAVILLE: Berowne es semejante a la dañosa helada, cuyas ardientes mordeduras perjudican los primeros retoños de la primavera.

BEROWNE: Bien; y digo yo: ¿por qué el orgulloso estío ha de envanecerse antes que los pájaros hallen causa para cantar? ¿Por qué he de regocijarme de un nacimiento abortivo? No apetezco en Navidad más una rosa, que deseo la nieve en las risueñas y presumidas festividades de mayo, sino que cada cosa la quiero en su estación. Así pues, ahora es demasiado tarde para que os dediquéis al estudio; tanto valdría escalar una casa para abrir una diminuta puerta.

EL REY: Bien quedaos vosotros; marchaos vos, Berowne. Adiós.

BEROWNE: No mi buen señor. He jurado permanecer con vos; y aunque haya hablado más sobre la ignorancia que podríais decir vos sobre la ciencia angélica, mantendré mi juramento y sufriré la penitencia cada uno de los días de estos tres años. Entregadme ese papel, que yo lo lea y firme con mi nombre los más vigorosos decretos.

EL REY: ¡He aquí una sumisión que te levanta a nuestros ojos!

BEROWNE (Leyendo.): «Item. Ninguna mujer se acercará a más de una milla de mi Corte.» ¿Se ha proclamado esto?

LONGAVILLE: Hace cuatro días.

BEROWNE: Veamos la penalidad. (Leyendo.) «Bajo pena de perder la lengua.» ¿Quién ha tomado esta decisión?

LONGAVILLE: A fe mía, a mí se debe.

BEROWNE: Y ¿por qué, distinguido señor?

LONGAVILLE: Para atemorizarlas con esta terrible penalidad.

BEROWNE: ¡Peligrosa ley para la galantería! (Leyendo.) «Item. Si es sorprendido un hombre conversando con una mujer en el transcurso de estos tres años, soportará la humillación pública que tenga a bien imponerle la Corte.» He aquí un artículo, mi soberano, que vos mismo infringís. Pues bien sabéis que viene en calidad de embajadora la hija del rey de Francia -joven doncella llena de gracia y majestad-, deseosa de conferenciar con vos respecto de la cesión de la Aquitania por su decrépito padre, que se encuentra enfermo y postrado. Por consiguiente, este artículo es inútil o en vano se aproxima la admirable princesa.

EL REY: ¿Qué decís, señores? Había olvidado completamente esta circunstancia.

BEROWNE: Tanto celo rebasa siempre los límites. Mientras busca poseer lo que desea, olvida lo que debiera saber; y cuando consigue la cosa a que aspiraba más vivamente, su conquista es a la manera de una ciudad tomada por el fuego, tan pronto ganada como perdida.

EL REY: Forzosamente habremos de suprimir esa cláusula, pues es de toda necesidad que la princesa permanezca aquí.

BEROWNE: La necesidad nos convertirá a todos en perjuros, tres mil veces en el espacio de tres años. Cada uno de los hombres nace con inclinaciones, que puede reprimir; mas no la voluntad, sino por especial privilegio. Si quebranto alguno de mis votos, yo también, por haber perjurado, alegaré la excusa de que era «de toda necesidad». ¡Suscribo, pues, con mi nombre estas leyes! (Firma.) ¡Y que el que las contravenga en el más ínfimo grado, quede bajo la humillación de un oprobio eterno! Las tentaciones son iguales para los demás que para mí; pero creo, aunque con cierta repugnancia, que seré el último en faltar a mi juramento. Y ahora, ¿no contamos con ninguna animada recreación?

EL REY: Sí que la hay. Nuestra Corte, como sabéis, se halla frecuentada por un viajero español refinado. Un hombre al corriente de la moda universal, cuyo cerebro encierra una fábrica de frases, y que se complace en la música de sus insulseces como en la audición de una armonía encantadora; un caballero de alta prosapia, a quien la equidad y la injusticia han elegido como árbitro de sus contiendas. Este engendro de la fantasía, que se llama Armado, mientras reposemos de nuestros estudios, nos contará, en escogidas palabras, las proezas de muchos caballeros de la grande España, proezas que el mundo ha olvidado. Ignoro hasta qué extremo ha de divertiros, señores; pero afirmo que me placerá oírle mentir, y lo haré mi trovador.

BEROWNE: Armado es el más ilustre de los seres; el hombre de las palabras modernistas, el caballero de su propia moda.

LONGAVILLE: El bruto de Costard y él nos servirán de diversión; de suerte que, estudiar en estas condiciones, tres años parecerán cortos.

(Entran DULL, con una carta, y COSTARD.)

DULL: ¿Cuál es la verdadera persona del duque?

BEROWNE: Esta, camarada. ¿Qué deseas?

DULL: Yo mismo represento su propia persona, pues soy «arguacil» de Su Gracia; pero quisiera ver su propia persona en carne y sangre.

BEROWNE: Hela aquí.

DULL: El signior Arm... Arm... os saluda. Suceden cosas villanas en público. Esta carta será más explícita.

COSTARD: Señor, el contenido de esa carta me incumbe.

EL REY: ¡Una carta del magnífico Armado!

BEROWNE:Por fútil que sea la materia de que trate, espero en Dios que encierre grandes conceptos.

LONGAVILLE: ¡Grande esperanza para bien poca sublimidad! ¡Dios nos otorgue paciencia!

BEROWNE: ¿Para escuchar, o para abstenernos de reír?

LONGAVILLE: Para escuchar convenientemente, señor; para reír con moderación, o para abstenernos de lo uno y de lo otro.

BEROWNE: Bien, eso dependerá, señor, de la hilaridad que nos cause el trepar por la barrera de su estilo.

COSTARD: La cuestión me atañe, señor, como concerniente a Jaquineta. El hecho es que he sido cogido en el hecho.

BEROWNE: ¿En qué hecho?

COSTARD: En el hecho y forma siguiente, señor, que vale por tres. Me han visto con ella en el palacio, sentado al lado suyo en forma, y he sido sorprendido siguiéndola los pasos en el parque. Todo lo cual ha dado lugar al hecho y forma que siguen. Ahora bien, señor; en cuanto al hecho, es el hecho de hablar un hombre con una mujer. En cuanto a la forma...

BEROWNE: ¿Qué se seguirá?

COSTARD: Se seguirá el castigo que se me impusiere. Y Dios defienda al derecho.

EL REY: ¿Queréis escuchar esta carta con atención?

BEROWNE: Como si oyéramos un oráculo.

COSTARD: Con la misma ingenuidad con que el hombre da oídos a la voz de la carne.

EL REY (Leyendo.): Gran rey, vicegerente del cielo y dominador único de Navarra, Dios terrestre de mi ánima y nutricio patrón de mi cuerpo...

COSTARD: Todavía no ha mencionado a Costard.

EL REY: He aquí el caso...

COSTARD: En tal caso, si así lo dice acaso, hablando con franqueza, sólo es un caso...

EL REY: ¡Silencio!

COSTARD: Para mí y para todos aquellos que no se atrevan a batirse.

EL REY: ¡No hables!

COSTARD: Del secreto de los demás, os lo suplico.

EL REY: He aquí el caso. Asediado por una sable melancolía, sometía mi oprimente humor negro al remedio salutífero de tu atmósfera reconfortante; y, como soy un hijodalgo, me decidí a dar un paseo. ¿A qué hora? Alrededor de las seis, cuando pacen mejor las bestias, picotean con mayor apetito las aves, y los hombres se sientan a la mesa para tomar ese refrigerio que vulgarmente se llama cena. Esto por lo que a la hora se refiere. En cuanto al terreno, quiero decir el sitio en que me paseaba, se denomina tu parque. En cuanto al emplazamiento, quiero decir el lugar donde fuí testigo del suceso más obsceno y trastrocado, que hace exprimir de mi nívea pluma esta tinta color de ébano que tú ves, miras, observas y distingues; en cuanto al lugar, continúo, se halla situado al Nornordeste y al Este del ángulo Oeste de tu jardín, tan curiosamente inextricable. Allí es donde he visto ese pastor de alma mezquina, ese miserable pichichán que te hace reír...

COSTARD: ¡Yo!

EL REY: Ese espíritu iletrado y romo...; COSTARD: ¡Yo!

EL REY: Ese vasallo superficial...; COSTARD: ¡Todavía yo!

EL REY: Que, si no me engaño, se llama Costard...

COSTARD: ¡Oh! ¡Yo!

EL REY: En conferencia secreta y a solas, contrariamente al edicto que proclamaste y promulgaste, de la ley de continencia, con... con... ¡Oh!, no me atrevo a decir con quién...

COSTARD: Con una muchacha.

EL REY: Con una hija de nuestra abuela Eva, con una hembra, o, para hablar claro, con una mujer. Tal hombre es el que te envío -como mi inquebrantable deber me ordena- para que reciba el castigo a que se ha hecho acreedor, bajo la custodia del pundonoroso oficial de Vuestra Majestad, Antonio Dull, hombre de reputación, buena conducta, excelentes costumbres y estimación probada.

DULL: Yo, si no lo habéis a mal. Yo soy Antonio Dull.