Tras las puertas de palacio - Máximo placer - El hijo perdido - Jules Bennett - E-Book
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Tras las puertas de palacio - Máximo placer - El hijo perdido E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Tras las puertas de palacio Jules Bennett Su matrimonio tenía todos los ingredientes de un gran romance de Hollywood: un bello entorno mediterráneo, un guapo príncipe y sexo del mejor. Era una lástima que no fuera real. Cuando el príncipe Stefan Alexander se casó con Victoria Dane, se trataba solo de un acuerdo entre amigos para asegurarse la corona. Máximo placer Dani Wade Ziara Divan había trabajado muy duro para ganarse un puesto en la firma de trajes de novia más prestigiosa de Atlanta, por lo que, cuando su nuevo jefe, Sloan Creighton, intentó seducirla, no lo aceptó, aunque este fuera irresistible. El hijo perdido Janice Maynard Consciente de que toda su vida había sido una mentira, Pierce Avery contrató a Nicola Parrish para encontrar respuestas. Descubrir que su padre no era su padre biológico había sido desconcertante; conocer a la deseable mujer que había tras la fachada profesional de su abogada lo iba a llevar al límite.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 433 - noviembre 2019

 

© 2013 Jules Bennett

Tras las puertas de palacio

Título original: Behind Palace Doors

 

© 2013 Katherine Worsham

Máximo placer

Título original: His by Design

 

© 2013 Janice Maynard

El hijo perdido

Título original: A Wolff at Heart

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-727-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Tras las puertas del palacio

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Máximo placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

El hijo perdido

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

–¿Alguna vez has nadado desnuda?

Victoria Dane dejó escapar un gritito cuando Stefan Alexander, príncipe de Isla Galini, se quitó la camisa.

–Hum –tragó saliva y miró sus impresionantes abdominales–. No, no lo he hecho.

Él se quitó los zapatos.

–No vas a…

Su suave risa le provocó escalofríos en todo el cuerpo. Aunque solo tenía quince años, era muy consciente del guapo príncipe, tres años mayor.

Se habían hecho amigos rápidamente desde que la madre de ella rodaba una película en sus tierras, y suponía que su enamoramiento adolescente era comprensible. Pero se preguntaba si realmente iba a desnudarse.

–No voy a hacerlo solo –dijo él, con las manos en las caderas.

–¿Te has hecho un tatuaje? –preguntó ella, mirando su pecho.

–El primero de muchos, espero –contestó él con una sonrisa traviesa.

–¿Qué es? –pregunto ella, acercándose a inspeccionarlo de cerca.

Pensando que sería una grosería tocarlo, se metió las manos en los bolsillos del albornoz. Aun así, imaginó cómo sería pasar las yemas de los dedos por el dibujo de tinta.

–Es el blasón de la familia –contestó él–. Me pareció conveniente que fuera el primero. Además, puede que a mi padre no le importe tanto por su simbolismo.

El sol de la tarde caía sobre ella, pero Victoria sabía que el calor que la consumía no se debía a eso. Llevaba casi dos meses allí con su madre y Stefan y ella habían congeniado desde el primer momento. Pero era muy probable que él la viera como a una hermana menor y no tuviera ni idea de que estaba medio enamoriscada de él.

–¿Lo ha visto ya tu padre? –aprovechó la excusa del tatuaje para seguir mirándole el pecho.

–No. Desde que me lo hice, hace dos semanas, he tenido cuidado de llevar camisa delante de él. Le dará un ataque, pero ya está hecho, ¿qué va a decir?

–Parece que no te importa romper las normas y desafiar a la gente –Victoria fue hacia la piscina, se sentó y metió los pies en el agua–. ¿No te preocupa meterte en problemas serios algún día?

–¿Problemas? –riendo, se sentó a su lado–. No me asustan los problemas. Prefiero ser yo y vivir la vida a mi gusto. No quiero vivir regido por lo que se considera correcto. ¿Quién puede decir lo que es bueno o malo para mí?

Ella admiraba su actitud respecto a la vida, le recordaba a la de su hermano, Bronson.

–¿Y no consideras que has mentido? –preguntó ella, escrutándolo–. Sabías que ibas a tatuarte así que, ¿por qué no decírselo a tu padre?

–Para mí, mentir por omisión no cuenta –clavó en ella sus brillantes ojos color azules.

–Pues para mí sí. Tal vez sea una diferencia cultural.

Él metió una mano en la piscina y le echó agua sobre los muslos. Ella se estremeció.

–Yo creo que es la diferencia entre seguir las reglas y vivir el momento –bromeó él–. ¿Qué dices de ese baño en cueros?

–Yo sigo las reglas, ¿recuerdas? No me baño en cueros –sonriendo, le puso una mano en la espalda y lo empujó, tirándolo a la piscina.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Todas las niñas soñaban con una boda de cuento de hadas. La larga cola blanca, el coche de caballos y el proverbial príncipe moreno y guapo.

Victoria Dane no estaba viviendo el cuento de hadas, pero tenía la gloriosa tarea de diseñar el vestido de boda que luciría la siguiente reina de Isla Galini y lo verían millones de personas.

Obviamente, ser la diseñadora no se acercaba ni en broma a convertirse en reina.

–Victoria.

El familiar y tranquilizador tono de la voz de su amigo hizo que Victoria dejara de contemplar el océano esmeralda. Lo saludó con una leve reverencia, como era costumbre en el país.

Al verlo con una ajustada camiseta negra remetida en pantalones vaqueros de diseño, resultaba difícil creer que el príncipe Stefan Alexander, de impresionantes ojos azules y con un nuevo tatuaje que asomaba bajo la manga de su camisa, fuera el siguiente en la línea de sucesión al trono.

Sus músculos parecían aumentar entre visita y visita. Músculos debidos a su pasión por la escalada.

Su futura esposa era una mujer afortunada. Victoria habría mentido si no admitiera, aunque fuera para sí, que hubo un tiempo en el que se había imaginado siendo quien domesticaría al gran príncipe Alexander. Pero le había dado miedo arriesgarse a perder su valiosa amistad.

Los fuertes brazos que había echado de menos los últimos años la envolvieron en un cálido abrazo.

–Príncipe Alexander –le devolvió el abrazo.

–Déjate de príncipes –soltó una risa cálida–. Y no te inclines. Que no nos hayamos visto durante un tiempo no significa que me haya convertido en un esnob.

–Es fantástico verte, Stefan –se echó hacia atrás para mirar sus increíbles ojos azules–. Cuando llamaste para decir que te casabas, me quedé atónita. Debe de ser alguien muy especial.

–La mujer más importante de mi vida –dijo él, llevándose una de sus manos a los labios.

Stefan era un auténtico príncipe azul y Victoria sintió celos al pensar que otra mujer iba a entrar en su vida y que esa vez no sería algo pasajero, como en otras ocasiones.

–Vamos a sentarnos a hablar de mi bella novia, ¿quieres? –señaló el sofá y los sillones.

Stefan despidió a sus ayudantes con un silencioso movimiento de cabeza. Un hombre con su poder y posición no necesitaba palabras, pero para Victoria seguía siendo el desvergonzado adolescente que había intentado que se bañara desnuda en la piscina real, mientras en el salón de baile se celebraba una cena de gala.

–He traído bocetos de varios vestidos para que los veáis tu prometida y tú –le dijo, colocando su carpeta de diseños sobre la mesa de azulejos y abriéndola–. También puedo combinar estilos, o diseñar algo completamente distinto si nada de esto le llama la atención. Son todos diseños clásicos pero especiales a su manera. Cualquiera sería apropiado para la nueva reina.

–No dudo que crearás el vestido perfecto –puso una mano sobre la de ella y una gran sonrisa iluminó su guapo rostro–. Es fantástico tenerte aquí, Victoria. Te he echado de menos.

Ella le devolvió la sonrisa, emocionada por verlo otra vez y también porque hubiera encontrado el amor verdadero, algo que ella había empezado a temer no sucedería. Cierto que una vez había deseado ser su amor, pero su amistad era más importante. Era su mejor amigo y le alegraba que fuera feliz y estuviera enamorado.

–Es un placer diseñar para ti, y nos da a ambos una excusa para dejar de lado nuestra ajetreada vida y vernos en persona –le dijo–. Hablar por teléfono no es lo mismo.

–No, claro que no –corroboró él. La sonrisa seductora y sexy no se borró de su rostro.

Ella se preguntaba cómo sería su último tatuaje pero, conociendo a Stefan, él no tardaría en encontrar una excusa para quitarse la camisa.

–Son fantásticos –dijo él, hojeando los dibujos–. ¿Los has hecho tú o tienes un equipo?

Ella se hinchió de orgullo. Aunque fuera una diseñadora muy solicitada, cada cliente recibía toda su atención y le encantaba oír elogios de su trabajo, sobre todo de un gran amigo como él.

–Cuento con un pequeño equipo, pero estos son míos –apartó una hoja a un lado, ansiosa por mostrarle el resto de sus ideas–. Me gusta este. Las líneas limpias, la forma del escote y la forma del corpiño. Clásico pero sexy.

Era muy similar al que había diseñado para su propia boda. Claro que eso había sido seis meses antes, cuando su prometido, un actor en alza, había decidido destrozarla públicamente.

Trabajar con Stefan y su prometida la ayudaría a recordar que existían los finales felices.

Las fantasías con él habían ido y vuelto, y vuelto a venir cuando se lo imaginó declarándose y manifestándole su escondida y eterna pasión. Pero esos eran sueños de niña. Además, Stefan siempre tenía una o dos acompañantes.

–Estarías bellísima con ese vestido.

Victoria se libró de sus alocados pensamientos y volvió a centrar su atención en Stefan.

–Disculpa. Sé que lo de tu compromiso es bastante reciente, pero… –dijo él.

–No, es igual –cuadró los hombros y dio un paso atrás–. Pero no hablemos de eso. Prefiero que hablemos de tu felicidad.

–Sigo siendo tu amigo –puso las manos en sus brazos y apretó con suavidad–. Sé que no me dijiste mucho por teléfono porque la muerte de mi padre estaba muy reciente, pero ahora estás aquí y mi hombro está a tu disposición si lo necesitas.

Ella sintió una agradable calidez. Aparte de sus hermanos, era el único hombre en el que siempre había podido confiar. A pesar del paso de los años y los cambios en sus vidas, sabía que Stefan siempre estaría disponible si lo necesitaba.

–Puede que acepte tu oferta –le dijo, sonriente–. Pero ahora hablemos de ti.

Como necesitaba centrarse en su amistad y en su trabajo, en vez de en su humillación, Victoria miró los diseños de nuevo.

–Un vestido debería hacer que una mujer se sintiera bella y atractiva. Quería capturar esa belleza y añadirle un toque de cuento de hadas. Cuando no conozco a la cliente en persona resulta más difícil diseñar el vestido, por eso le he traído opciones muy diferentes para que las mire. ¿Sabes cuándo llegará tu prometida?

–La verdad es que ya está aquí –Stefan apoyó la cadera en la mesa y sonrió–. Tengo una propuesta para ti.

–¿Y cuál es, alteza real? –preguntó Victoria, intrigada pero sonriente.

–¿Te estás burlando de mí?

–En absoluto. Pero pareces muy serio. ¿Cuál es tu propuesta?

–Tiene que ver con mi prometida, en cierto modo –agarró sus manos y la miró a los ojos.

Ella reconoció la mirada. Era la misma que cuando le pedía que hiciera alguna travesura con él. Después de la adolescencia, por ejemplo, que simulara ser su novia en un baile benéfico para librarse de una dama agresiva que no aceptaba un no por respuesta.

Se le encogió el estómago. Estaba segura de que allí había gato encerrado.

–Stefan –liberó sus manos de las de él–. Dime que existe esa prometida y que vas a casarte.

–Voy a casarme y hay prometida –le ofreció una amplia y bonita sonrisa–. Tú.

 

 

Stefan esperó la respuesta a su abrupta proposición. Habría querido ser más delicado, pero se estaba quedando sin tiempo y no podía permitirse planear la boda de forma tradicional. La situación era todo menos tradicional.

Ella se puso las manos en las sienes, como si sintiera el principio de un dolor de cabeza; él había tenido unos cuantos en los últimos tiempos. Nunca se había visto como hombre de una sola mujer. Solo pensarlo le provocaba un escalofrío.

–Siento meterte en esto, pero ahora mismo no podría confiar en nadie más.

Tenía la esperanza de que ella entendiera. Al fin y al cabo, aún estaba recuperándose de una fea ruptura pública, pero siempre había sido una gran amiga a pesar de la distancia que los separaba. Habían compartido innumerables llamadas telefónicas en mitad de la noche, en muchas de las cuales ella le había contado sus sueños y él los había escuchado, deseando que alguna vez se hicieran realidad. Y tal vez pudiera ayudarla.

–¿Por qué me necesitas tan de repente?

–Isla Galini volverá a manos de Grecia si no me caso y me convierto en rey. Mi hermano no es una opción porque su esposa está divorciada y las malditas leyes son arcaicas. No podría vivir conmigo mismo si no hago todo lo posible por mantener el país en manos de la familia. No quiero defraudar a mi gente. Quiero el título, pero no una esposa. Por desgracia, he buscado otra salida y no la hay.

–¿Por qué yo? –Victoria se sentó en una silla.

–Necesito una esposa que lo sea solo de nombre. No puedo permitir que Grecia vuelva a regir mi país. Lleva generaciones siendo de mi familia. Me niego a deshonrar mi apellido.

–Es una locura –farfulló ella.

–Hace poco ha habido un escándalo en tu vida –Stefan se acercó–. ¿No te gustaría demostrarles a ese prometido que te rechazó y a la prensa que hizo público tu dolor que eres fuerte, que puedes superarlo todo y ganar la partida? ¿Qué mejor manera de hacerlo que casarte con un príncipe?

–¿Hablas en serio? ¿Quién lo creería? Hace un par de años que no se nos ve juntos en público.

Stefan se sentó a su lado, en otro sillón de hierro forjado con mullidos cojines.

–Mi pueblo no sabe quién es mi novia, solo que va a haber boda. Lo he llevado todo en secreto, y eso incrementa el romance.

Romance, eso era lo último. Ser príncipe tendría que bastar para otorgarle la corona. Era ridículo que le exigieran matrimonio.

–Cuando te vean, sabrán por qué he ocultado el compromiso –dijo él. Odiaba sentirse vulnerable y arrinconado, y también odiaba poner a Victoria en una situación tan incómoda.

–¡Y yo pensando que estabas dejando salir tu lado romántico a la luz! –Victoria se rio.

–Eres una de las solteras más famosas de Hollywood; explicaré que he mantenido el secreto para protegerte del escándalo y que queríamos expresar nuestro amor en nuestra boda e impedir que lo explotaran antes. Hay montones de fotos y artículos de nuestra adolescencia y de los años siguientes. La prensa casi nos dio por prometidos cuando te regalé un collar de diamantes en la fiesta de tu vigésimo primer cumpleaños. Recuperarán todas esas historias.

–Oh, Stefan. Es una decisión muy seria. No puedes esperar que te conteste ahora mismo.

–Solo te lo pido por seis meses –Stefan se recostó–. Tras la coronación seré rey y el país estará seguro y en manos de mi familia.

–¿Y entonces qué? –ella escrutó sus ojos.

–Lo que pase después lo dejo en tus manos –él se encogió de hombros–. Puedes seguir casada conmigo o poner fin a la relación. Depende de ti. ¿Quién sabe? Tal vez te guste ser reina.

Aunque era un playboy, se le ocurrían multitud de circunstancias mucho peores que estar casado con la deslumbrante Victoria Dane.

Ella tenía la vista perdida en el océano. La belleza de Victoria era increíblemente natural. Era mucho más guapa que las mujeres falsas y llenas de silicona que él conocía. Era afortunado por tenerla en su vida.

–Es la mayor locura que he oído nunca –soltó una risita y se volvió hacia él–. Estás convirtiendo algo tan serio como una boda real, de la que saldrán los nuevos líderes de tu país, en una mentira. Stefan, eso sí que es forzar nuestra amistad. ¿Te das cuenta de lo arriesgado que es? No puedo perderte.

–Nunca me perderás como amigo –dijo él, muy serio–. Si eso me pareciera una posibilidad no te lo habría pedido. Considera esto como una reunión larga. Necesito a alguien en quien pueda confiar; alguien que no vaya a arrepentirse en el último minuto ni pretenda arruinarme al final.

–¿Por qué has esperado tanto para pedírmelo?

–La verdad es que pensaba encontrar la forma de solventarlo –he agotado todas las posibilidades–. Cuando comprendí que no podía, supe que solo tenía una opción. Eres la única persona a la que podría confiar algo tan personal, tan serio.

–Haría cualquier cosa por ti, Stefan, lo sabes, pero esto es pedir mucho –ella rio–. ¿No se sentirá defraudado tu pueblo si ponemos fin al matrimonio? ¿Cómo funcionaría eso después de la coronación? ¿Seguiría siendo tuyo el país?

–Mi pueblo no se sentirá defraudado –afirmó él–. Seguiré siendo su líder y mantendré el control de mi país. Solo necesito el título para hacerlo, y ahí es donde entras tú.

–Lo tienes todo pensado, ¿no? –cruzó las piernas y se inclinó hacia él–. No puedes esperar que ponga mi vida en suspenso seis meses. Soy una mujer ocupada, Stefan.

Él siempre había admirado su actitud decidida y su fuerza. Por no hablar de que era una mujer con clase y más que sexy.

Igual que le había ocurrido al final de la adolescencia, ver a Victoria Dane lo llevaba a desear tenerla como algo más que amiga. Años atrás había sugerido iniciar una relación sexual; ella no lo había tomado en serio y, para salvaguardar su ego, había simulado que bromeaba. La segunda vez que había estado dispuesto a intentarlo, ella tenía una relación. Pero en ese momento estaba libre.

–Sé que estás ocupada, y no quiero robarte tu vida, pero tengo algo que ofrecerte –tomó una de sus manos–. Podrás demostrarle al mundo que eres fuerte, no la pobre y humillada mujer que los medios de comunicación te han hecho parecer. Una mujer siempre a la sombra de sus hermanos y rechazada por su prometido. Si aceptas, no solo diseñarás tu vestido de boda, esto podría ayudarte a lanzar esa colección de vestidos nupciales que soñabas. Aprovecharías el tirón del cuento de hadas de ser reina, por decirlo de alguna manera.

Ella volvió a mirar el océano; el sol empezaba a ponerse.

–Casi veo moverse los engranajes de tu mente –Stefan sabía que su propuesta no había sido nada romántica, pero la aparente lucha interna de Victoria le indicaba que estaba considerando la oferta.

–Si aceptas, ambos saldríamos ganando.

–Tu forma de pensar es poco griega –dijo ella–. ¿No se supone que sois muy románticos?

–Creo que sabes lo apasionado que soy cuando quiero algo –riendo, le apretó la mano.

Ella miró sus manos unidas. La piel morena de él contrastaba con la de ella, más rosada. Cuando alzó la vista, él supo que no iba a rechazarlo.

–Siempre has tenido determinación –susurró ella–. Eso es algo que entiendo. Tras mi reciente escándalo y vergüenza pública, me empeñé en volver a tomar las riendas y el control de mi vida –ensanchó los ojos y lo miró interrogante–. ¿Y cómo vamos a organizar el tema del dormitorio?

–Vives en Hollywood, donde el pecado fluye como el vino en mi país, y te sonroja la idea de compartir cama conmigo –Stefan rio–. Me hieres.

No iba a presionarla en ese sentido. La había deseado durante años pero quería que fuera ella quien lo buscara. Quería que se diera cuenta de que tras la puerta del dormitorio podría ocurrir algo espectacular entre ellos. Pasó el pulgar por el dorso de su mano.

–Tendremos que compartir dormitorio para mantener las apariencias con el personal.

Victoria no pudo evitar que la asaltara la imagen de dos cuerpos enredados en sábanas de satén en una cama enorme. Se rumoreaba que tenía tatuajes ocultos, ella había visto algunos, no todos. El hombre exudaba misterio y sexo. Había sido su mejor amigo de adolescente, y aunque las circunstancias habían evitado que se vieran los últimos dos años, habían mantenido el contacto.

–No sé –masculló ella–. Me da miedo lo que podría hacernos esto.

–Nos hará más fuertes que nunca –aseguró él con una sonrisa devastadora–. Últimamente hemos pasado demasiado tiempo separados. Concentrémonos en que estaremos juntos como en los viejos tiempos. Te necesito, Tori.

Victoria supo que iba a arriesgarse. Stefan significaba mucho para ella y sabía que, si las tornas se volvieran, él lo dejaría todo para ayudarla.

Además, pertenecía a los prestigiosos Dane de Hollywood. Durante años había estado en el candelero como hermana de un famoso productor e hija de la Gran Dane, el apodo de su madre. La amenaza del escándalo seguía a su familia a todas partes.

Y la de Stefan también había estado tocada por el escándalo que rodeó a la muerte de su madre, años antes. La lealtad a su familia y a su país lo eran todo para él. Y ella entendía muy bien la lealtad familiar.

Cuanto más lo pensaba Victoria, más le gustaba la propuesta de Stefan. Le demostraría al mundo que había salido a flote, y además con un príncipe griego de lo más sexy.

Se había comprometido con Alex esperando tener un matrimonio duradero y lleno de amor, igual que su madre y sus hermanos. Victoria no quería compasión, no quería que la gente la mirase temiendo que se derrumbara si mencionaban el compromiso roto. Por desgracia, eso estaban haciendo sus parientes y amigos. Excepto Stefan, que no la trataba como a una flor marchita, sino como a una mujer que era más dura de lo que la gente creía.

Victoria estaba empeñada en dejar atrás el escándalo y salir de él reforzada. Iba a demostrarle al mundo entero que su icónica madre y sus admirados hermanos no eran los únicos que podían superar las adversidades de la vida.

Miró su mano unida a la de Stefan y supo que podían ayudarse, como habían hecho siempre. Simplemente era un asunto a mayor escala.

La proposición de Stefan le permitiría librarse de la compasión y demostrar a todos que estaba bien. Además, la publicidad sería genial para su colección nupcial. No podía haber mejor lanzamiento que diseñar el vestido de novia real y, además, lucirlo una misma.

–Piensas demasiado. Sigue tu instinto, Victoria. Sabes que todo ira bien. No dejaré que te ocurra nada malo.

Ella contempló sus vibrantes ojos, segura de que haría cuanto pudiera para evitarle dolor de corazón. Eso hacía que su propuesta resultara aún más atractiva. Era innegable que era más que sexy. Los medios de comunicación llevaban años apodándolo Príncipe Playboy de Grecia.

Pero Alex había sido igual de guapo y seguro de sí mismo, hasta que había confesado que la estaba utilizando por su apellido, para potenciar su carrera como actor. La verdad había salido a la luz después de que él dejara embarazada a otra mujer y tuviera que poner fin al compromiso.

Victoria se recriminó por comparar a los dos hombres. Alex no se merecía ni sus pensamientos, mientras que Stefan lo era todo para ella.

Volvió a mirar sus ojos chispeantes y estuvo a punto de echarse a reír. Stefan había sido sincero y directo porque esa era la clase de amigo que era. Su proposición no tenía nada que ver con lo que le había hecho Alex. Aparte de ese matrimonio, ella no podía darle a Stefan nada que no pudiera obtener por sí mismo. No era un actor en busca de éxito como había sido Alex. ¿Cómo podía rechazarlo sabiendo que se sentía vulnerable y solo confiaba en ella?

–Esperaría que me fueras fiel, aunque sea un matrimonio simulado –le dijo.

–Te aseguro que tendrás toda mi atención.

–Stefan, será un honor par mí casarme contigo –dijo Victoria, lanzando su cautela al viento.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Stefan había invitado a Victoria a alojarse en el palacio para poder pasar tiempo a solas y recuperar la conexión. Su relación tenía que parecer real porque los medios de información captarían la menor muestra de incomodidad; cada caricia y mirada tenía que indicar que habían sido amantes secretos.

Simular estar encandilado por la belleza de Victoria sería fácil. Su innata elegancia se había acrecentado y él daba gracias al cielo por que hubiera aceptado su descabellada propuesta.

Exhibirla ante la cámara del fotógrafo real mientras montaban a caballo, se abrazaban bajo una enrejado cubierto de flores y paseaban por la prístina playa privada daría alas a su romance. Sin embargo, le había pedido al fotógrafo que ocultara el rostro de Victoria, para añadir un aura de misterio. Siempre había estado más que dispuesto a lucir a sus mujeres, Victoria era la primera a la que protegía de la cámara. Esperaba que esas fotos incrementarían los rumores sobre su boda, planificada para cuatro semanas después.

El poco tiempo que llevaban solos había hecho resurgir muchos recuerdos. Ella seguía siendo tierna con respecto a su familia pero letal en cuestiones de negocios. La belleza que la mera presencia de Victoria devolvía a su vida era inconmensurable. Abrazarla, reír y charlar con ella era maravilloso. Se juró no volver a pasar tanto tiempo sin verla; en el caso de que ella optara por irse seis meses después.

En ese momento, Victoria llegó a la íntima zona de comedor que el servicio había organizado en la terraza de su suite. Stefan, supo que la llama de deseo que siempre había sentido por ella se avivaría en cuanto estuvieran a solas.

Aunque la necesitaba para salvar su país, no iba a desaprovechar la oportunidad de demostrarle que ser amigos con derecho a roce era una gran idea.

En un principio se reservaría sus pensamientos y emociones. Ella no necesitaba más presión. Aparte de estar salvándolo, acababa de salir de un compromiso humillante con un idiota que no había valorado el tesoro que ella era.

Cuando Stefan se había enterado de la ruptura, había telefoneado de inmediato. Victoria, como era típico en ella, le había asegurado que estaba bien. Dolida y enfadada, pero bien.

La miró con admiración. Llevaba un vestido largo sin tirantes, de gasa azul, sencillo pero elegante, ajustado a sus esbeltas curvas. Stefan anheló tocarla, pero años de amistad se lo impedían. Nunca habían tenido relaciones íntimas.

–Estás bellísima, Victoria –extendió la mano hacia ella, que la aceptó–. Serás la reina perfecta.

–Tenía la esperanza de cenar a solas contigo –dijo ella, sonriente. Miró de reojo al criado de esmoquin que había en el rincón.

Stefan hizo un gesto con la cabeza a su criado y un instante después estaban solos.

–Es la segunda vez que mueves la cabeza y alguien hace lo que quieres. ¿Estás seguro de que eso de ser el príncipe que va a reinar no se te está subiendo a la cabeza?

–Me conocen, así que no suelen hacer falta palabras –Stefan encogió los hombros y la condujo a la mesa, puesta para dos–. Además, prefiero pasar la velada con mi deslumbrante amiga, sin aburridos empleados. Mi título conlleva demasiadas responsabilidades.

–Vaya, me prefieres a lo aburrido y a las responsabilidades. ¡Encantador! No me extraña que no hayas encontrado a otra mujer dispuesta a casarse contigo –suspiró–. Espero que mi familia entienda por qué voy a hacerlo yo.

–Nadie puede saber que será un matrimonio solo sobre papel, Victoria –la miró a los ojos, muy serio–. No puedo correr el riesgo de que alguien se vaya de la lengua y perder mi título.

Sabía que ella tenía un vínculo muy fuerte con su familia y querría decírselo, pero tenía que prevenirla. Aparte de Héctor, su asistente personal, y su hermano, nadie conocía su secreto.

–Tengo que decírselo a mi madre –afirmó ella–. Confía en mí. Sabrá que pasa algo y no cejará hasta descubrirlo si no confesamos antes. Además, siempre te ha querido.

–Como amigo, sí –Stefan rio–. No sé si le gustaré en el papel de yerno.

–Bueno, piensa que eres un playboy y no le gustan tus tatuajes –frunció los labios–. Pero te quiere, Stefan. Y sabe cuánto significas para mí.

–¿Y qué me dices de tus hermanos?

–A ellos tampoco puedo mentirles. Pero mi familia, más que ninguna, sabe que dejar escapar un secreto supone un escándalo en potencia.

–Si me prometes que no saldrá de tu familia, acepto –consciente de que no la convencería, Stefan asintió–. Confío en ellos tanto como en ti.

–Bien. Mi madre observará en silencio hasta descubrir si me he precipitado. Pero, te aviso, mis hermanos tendrán muchas dudas. Se te echarán encima, sobre todo tras lo ocurrido con Alex.

Stefan pensaba hablar con sus dos hermanos en privado. Tenía una propuesta de negocios para ellos: un documental para aclarar la inoportuna muerte de su madre. Algunos pensaban que su madre se había suicidado, otros decían que su padre había contratado a alguien para que la asesinara. Ambas opciones eran ridículas y quería iniciar su reinado sin mancha en el nombre familiar. También aseguraría a los hermanos de Tori que le evitaría todo escándalo o dolor.

–Si tuviera una hermana, sería muy protector –dijo él con una sonrisa–. Tranquila, hablaré con ellos. Pero tienen que saber que nuestra relación tiene que parecer real, y tendrán que controlar sus reacciones cuando estemos en el candelero.

Stefan se acercó más a ella, insultándose mentalmente por torturarse con su familiar aroma floral y la cercanía de su cuerpo alto y esbelto. Necesitaba esa intimidad que solo Tori podía proporcionarle. Se dijo que quería acostumbrarse a simular una relación auténtica, pero lo cierto era que quería acariciarla, besarla, desnudarla.Tras llevar años esperando una oportunidad, estaba tan nervioso como una virgen en su noche de bodas.

Maldijo para sí. La última vez que la había visto en persona, dos años antes, había sido en una exposición de arte benéfica, en Los Ángeles. Tendría que haber ido su padre, pero había enfermado y Stefan lo había sustituido, anhelando la oportunidad de intentar seducir a Victoria.

Pero cuando llegó a su casa, ella le había presentado a un actor en alza con quien había empezado a salir. Stefan se había quedado atónito por la seriedad de la relación. Hablaban por teléfono y se escribían todas las semanas, y ella nunca había mencionado a ese hombre.

La había visto tan radiante de felicidad que se había guardado sus lujuriosos sentimientos e intentado mantener la distancia física. Pero el imbécil de Alex la había humillado y pisoteado su corazón, y por eso Victoria estaba allí.

Stefan pretendía ayudarla a sanar. Pero había comprendido que no podría contener su deseo. Tendría que confesarle que quería relaciones íntimas, no un maldito matrimonio sobre papel.

–Sigo pensando que será fácil. Siempre hemos sido los mejores amigos –Victoria alzó la vista hacia él. Se lamió los labios, dejándolos húmedos y jugosos. Justo la oportunidad que él esperaba.

–Entonces, empecemos ahora mismo a hacer que parezca creíble.

Stefan le rodeó la cintura con los brazos y atrapó su boca, tragándose su gemido. Supo que había sido mala idea en cuanto probó su sabor. Iba a desearla aún más, pero no habría podido apartarse aunque su vida dependiera de ello.

Tras un leve titubeo, ella estalló en sus brazos y le devolvió el beso con una pasión inesperada que a él le encantó. Tras años soñando con eso, por fin lo estaba besando como a un hombre, no un amigo. Era obvio que no era el único que había imaginado el momento. Eso lo excitó más y supo que tendrían que hablar del tema antes o después.

Entreabrió sus labios con la lengua. Ella se aferró a sus bíceps y se acercó más. Como él suponía desde hacía años, encajaban perfectamente.

Antes de que pudiera ir más allá y acariciar su cuerpo con total libertad, Victoria dio un paso atrás y se llevó la mano a los labios.

–No podemos… eso ha sido…

Stefan cerró el espacio que ella había creado, quería convencerla de que lo que había ocurrido no era ningún error. Epifanía, sí; error, no.

–Curioso que estés tan nerviosa tras solo un beso –le dijo, sonriente–. Nos hemos besado antes, Tori.

–Nuestros besos nunca habían sido así –Victoria se llevó la otra mano al pecho.

Stefan, que era un caballero, no mencionó su gemido de placer. Quería que ella reflexionara sobre lo ocurrido. El sabor y la sensación de su cuerpo habían quedado grabados a fuego en su memoria. Pero tenía que ir despacio.

–Mi chef ha preparado musaka –la condujo a una silla y la ayudó a sentarse–. Recuerdo cuánto disfrutaste de la cocina griega la última vez que viniste de visita.

Victoria ni siquiera miró la comida; lo miró a él desde el otro lado de la íntima mesa.

–¿Vas a simular que el beso no te ha impresionado? –ella arqueó una ceja perfecta.

–Me ha afectado, Victoria –él sonrió. No tenía sentido mentir; lo conocía demasiado bien–. Un hombre tendría que ser idiota para no sentirse atraído por ti. Y yo sería un mentiroso si dijera que no había pensado en besarte antes de ahora.

–No sé cómo contestar a eso –bajó la vista y carraspeó–. La verdad, después de ese beso no me extraña nada tu reputación. Si lo haces en público, nadie pondrá en duda el compromiso.

–Solo verán amor apasionado y erótico cuando nos miren –atrapó su mirada–. Las cámaras no mienten y sé lo que verán. Será fácil hacer que la relación parezca auténtica.

–Temo que tu engreimiento me hará sombra en cualquier foto, pero a lo largo de los años me he encariñado con tu ego; quizás por convivir con un hermano que es el típico macho alfa –Victoria movió la cabeza–. Tu orgullo nace de la seguridad, una buena cualidad en un hombre. Y sé que bajo esa imagen de duro tienes tu parte blanda. He pasado toda la vida rodeada de cámaras, así que ya ni me fijo en ellas.

–Me alegra oír que los medios no te molestan, porque tendremos que posar para muchas fotos formales cuando nos casemos –dijo él, destapando la comida–. Pero puede que no estés tan acostumbrada al servicio. Como reina, tendrás asistentes personales que lo harán todo para ti: desde vestirte a preparar tus comidas y escoltarte dondequiera que vayas.

–No necesito que nadie me vista, eso es cosa mía. ¿Y es necesaria la escolta? –Victoria puso la mano en su copa de vino–. No puedo quedarme aquí desde después de la boda hasta que el título sea oficial, Stefan. Tengo una vida, un trabajo. Si tenemos que presentar un frente común, tendrás que venir conmigo a Estados Unidos.

–¿Durante cuanto tiempo? Hasta la coronación, técnicamente soy el rey en funciones.

–¿Ahora estás actuando como rey? –se sorprendió Victoria–. No lo sabía.

–La ley dicta que cuando el rey muere, el primogénito ocupa su lugar de inmediato. Si algo me ocurriera o no me casara, el país volvería a manos de Grecia. Así que es un cargo temporal hasta que cumpla con mis deberes.

–¿Tienes que quedarte aquí todo el tiempo? ¿Vamos a pasar nuestro matrimonio separados?

–En absoluto –Stefan se rio–. Después de casarnos tendremos que hacer varias apariciones juntos, tanto aquí como en Los Ángeles, para que el público crea que la relación es auténtica. Organizaremos algo.

El sonido de su móvil interrumpió la conversación. Lo sacó del bolsillo, miró la pantalla y volvió a guardarlo. Victoria vio un nombre: Hannah.

–¿Tendré que competir con tu harén para obtener tu atención? –preguntó ella riendo, aunque en realidad lo decía muy en serio.

–Nunca tendrás que competir por mi atención, Tori –la miró a los ojos–. Ahora mismo eres la única mujer de mi vida. Volvamos a tu agenda.

Ella quería creerlo, así que lo hizo. Stefan nunca le había mentido antes, así que no iba preocuparse. Cuando estuvieran casados las mujeres dejarían de llamarlo, o eso esperaba.

Maldijo a Alex por haberla convertido en una escéptica. Era un sinsentido dudar de Stefan. Lo que estaba dispuesto a hacer para que el país siguiera en manos de su familia era prueba de su lealtad. No creía que Stefan fuera a traicionar su confianza. Era el polo opuesto a Alex.

–Mi agenda de trabajo es una locura –le dijo–. Estoy hasta arriba pero, en justicia, podríamos distribuir el tiempo entre mi hogar y el tuyo.

–Eso no será problema. Me encantan tu familia y Los Ángeles –rodeó la mesa y le puso a Victoria una servilleta en el regazo–. Pero las dos primeras semanas las pasaremos en palacio. Es la tradición desde el primer rey de Isla Galini. Es la fase de luna de miel.

–Creía que en la luna de miel la pareja viajaba a destinos desconocidos para tener intimidad –ella agrandó los expresivos ojos azules.

La idea de tenerla para él durante dos semanas le provocó pensamientos tan eróticos que volvió a su sitio para evitar hacer algo que lo avergonzara.

–Ese país se enorgullece de sus ritos. El ethos, o práctica, no puede dejarse de lado –notó que Victoria empezaba a ponerse nerviosa, así que decidió cambiar de tema–. Dime en qué estás trabajando, además de en tu propio vestido de boda –le dijo con una sonrisa tranquilizadora.

El rostro de ella se suavizó y sus labios se curvaron con una sonrisa que le llegó al alma. Se la imaginó con el cabello desparramado sobre la almohada, sonriéndole mientras la penetraba.

Maldijo para sí. Más que nunca, la quería en su cama. Pero no la presionaría, esperaría hasta que estuviera lista para ir a él. Y a juzgar por el beso de antes, no tardaría mucho.

Victoria era distinta de la mayoría de las mujeres con las que había tenido relaciones. Era poco habitual encontrar a una mujer tan sexy y bella que no hiciera alarde de su cuerpo ni lo usara para conseguir sus objetivos. Siempre había admirado cómo se había hecho un nombre propio sin aprovechar el de su icónica familia.

–Mis hermanos están trabajando juntos en una película sobre la vida de nuestra madre. Y tengo que decir que se llevan bien desde que han dejado de lado sus diferencias para centrarse en nuestra madre y en la película –rio y se echó el cabello por encima del hombro–. Incluso pasan tiempo juntos con sus familias. Los niños sirven de distracción y son otro punto en común.

A Stefan seguía costándole creer que la madre de Victoria, la Gran Dane de Hollywood, hubiera dado a un hijo en adopción hacía casi cuarenta años y que ese bebé hubiera resultado ser Anthony Price, el gran rival del hermano legítimo de Victoria, Bronson Dane.

–Supongo que sería duro descubrir que Anthony era tu medio hermano. Siento no haber estado más disponible para ti, pero mi padre batallaba contra el cáncer y…

–Hacías más falta aquí, Stefan –Victoria tomó un sorbo de vino–. Admito que me impactó, pero fue peor para mis hermanos. Mamá dio a Anthony en adopción cuando iniciaba su carrera; quería que tuviera una buena vida y no estaba preparada para ser madre.

–Fue una decisión madura.

–Sabía que lo entenderías –Victoria lo miró sonriente–. Siempre fuiste de mente abierta.

Ella cortó un trozo de carne y se llevó el tenedor a los bien pintados labios. Como cualquier hombre encandilado con una mujer, contempló cómo el tenedor desaparecía en su boca y ella emitía un gruñido de deleite. Justo cuando pensaba que no podía sentirse más excitado…

–Delicioso –dijo ella–. No sabes cuánto te agradezco que te hayas acordado de mi comida favorita.

Él lo sabía todo de ella: sus color favorito, las películas que más veces había visto e incluso que tenía un viejo diario en el que escribía sus pensamientos personales. Sabía más de ella que de ninguna otra mujer. No le importaba oírla hablar de su vida, porque no lo hacía para impresionarlo. Victoria lo impresionaba prestándole atención y haciéndole sonreír sin esperar nada a cambio.

–Háblame de esa película –el quería saber más, apoyarla–. ¿Cuál es tu parte en ella?

Quería mantenerla relajada y charlando toda la noche. Durante sus muchas conversaciones telefónicas a lo largo de los años, su sensual voz lo había acariciado y lo había hecho desear cosas que no podía tener aún. Pero tal vez al final siguieran casados. Eso daría un giro al escenario de amigos con derecho a roce.

–Nunca había trabajado con mi familia ni diseñado trajes para una película, pero he hecho una excepción –sonrió–. No podía permitir que lo hiciera otro diseñador, me toca demasiado cerca.

–Parece que vas a ser una mujer muy ocupada –dijo él, cortando la carne.

–Los diseños ya están, empezaron a filmar hace unos meses. Pero me necesitan por si algo va mal o hace falta un cambio de última hora –encogió los hombros y tomó un sorbo de vino–. Ahora mi equipo de Los Ángeles se está ocupando de todo, al menos hasta que pase la boda. Suena rarísimo decirlo así.

–Gracias por lo que vas a hacer por mí, por mi país –dejó el tenedor y tomó su mano–. Nunca podré expresarte mi gratitud lo suficiente.

–Has sido mi mejor amigo desde que llevaba aparato en los dientes –bromeó ella–. Aunque vivamos lejos, estoy más unida a ti que a nadie, aparte de mi familia –ladeó la cabeza–. Además me has hecho el encargo de ensueño de diseñar el vestido y jugaré a ser reina unos meses. La verdad, creo que me llevo la mejor parte.

–No creía que accederías tan fácilmente –Stefan se rio–. Debí adivinar que me apoyarías.

–Tengo reservas respecto a mentir al público, a mis amigos y empleados –apartó la mano–, pero es un honor ayudarte. En la vida no siempre se tiene a alguien en quien confiar de verdad.

–Temía que estuvieras tan vulnerable tras la ruptura que rechazarías la idea sin permitir explicaciones –odiaba haber perdido su mano.

–Tal vez siga vulnerable –se mordió el labio–. Pero no dejaré que mi corazón se interponga en mi vida. Sé que estoy segura contigo.

–No lo dudes. Sabes cuánto me importas.

Admiraba a Victoria por ser fuete, por no ocultarse tras su familia cuando eso sería lo más fácil. Él sabía de primera mano lo difícil que era vivir bajo el ojo público. Los medios de comunicación eran despiadados, y si no había historia, se la inventaban sin pensar en las consecuencias. Una pequeña dosis de tinta podía arruinar una reputación, y se tardaba años en restaurarla, eso si era posible.

Tras las acusaciones hechas a su familia tras la muerte de su madre, sabía mejor que nadie lo rápido que se arruinaba una reputación.

El resto de la cena estuvo dominada por las risas y la conversación relajada, pero Stefan no podía dejar de pensar en el abrasador beso de antes. Quería volver a tocarla.

–Baila conmigo –le pidió, cuando ella dejó la servilleta junto al plato vacío.

–¿Ahora? –miró el balcón iluminado por la luna–. No hay música.

Él se levantó y entró en la suite. Segundos después, la música flotaba en la noche.

–Baila conmigo –repitió ofreciéndole la mano–. Deberíamos practicar antes del baile oficial de después de la boda real. Hace años que no bailamos juntos.

Ella se levantó y no tardó en estar en sus brazos. Stefan la apretó contra sí.

–No me extraña que seas el Príncipe Playboy –murmuró ella contra su mejilla–. Esto se te da muy bien. Ni me imagino qué haría con tus artes de seducción si no fuera una amiga de infancia.

–Te prometí que no complicaría las cosas, que tú tendrías el control –dijo él, meciéndose con la música–. Nunca falto a mi palabra.

–Eso ya lo sé, pero conozco tu reputación –ella sonrió–. Y fui la receptora de ese beso.

–No fuiste receptora sino participante activa.

–Eso es verdad, pero hace demasiado que somos amigos para dejar que la lujuria nos nuble el juicio. Acostarnos no sería inteligente, Stefan.

–¿Quién lo dice? –le susurró él al oído.

–No sé si nos estamos dejando llevar por la idea de simular un romance, o si la atracción física se debe a que hace mucho que no nos vemos, pero no puedo arriesgarme a perder tu amistad por una súbita atracción.

–No sé si es súbita, al menos por mi parte –besó sus labios y se echó hacia atrás–. No puedo negar mi deseo por ti, pero te prometo no hacer nada que no desees.

–Y yo te tomo la palabra –le dijo ella–. Sé que para ti esta situación es muy dura.

–No sabes cuánto –rio para sí por la elección de palabras de Victoria.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Victoria deslizó una mano por el ajustado corpiño de satén y se contempló en el espejo. El vestido era perfecto, y agradeció haber creado un puñado de vestidos de boda cuando tenía tiempo, en previsión para una futura colección nupcial.

Nadie había visto los diseños finales, pero le había pedido a su madre que se los enviara todos. Había despiezado un par de vestidos para montar uno a su gusto. Su madre había protestado un poco cuando supo que Victoria no volvería a Los Ángeles antes de la boda, pero ese era otro tema.

Aunque había fantaseado a menudo con el día de su boda, nunca se había imaginado casándose con Stefan en circunstancias tan extrañas.

Había pensado en cómo sería llevar su amistad a otro nivel, e incluso había imaginado sus besos alguna que otra vez… pero eso había sido antes de que él capturara su boca y le mostrara lo que llevaba años perdiéndose. Era incapaz de olvidar la sensación, de borrar el sabor de sus labios. No quería hacerlo.

Pero él era un playboy, y aunque le creía cuando decía que le sería fiel, eso no impedía que sus antiguas amantes le telefonearan.

Y allí estaba, confusa, intrigada y dispuesta a dar un paso que cambiaría su vida, mientras dos ayudantes de cámara le ajustaban el velo. Ante ella, otra mujer le retocaba el maquillaje por tercera vez en una hora. La futura reina de Isla Galini tenía que tener buen color.

Deseó no tener que pasar por todo eso cada vez que se mostrara al público como reina. Por fortuna, Stefan le había asegurado que no tendría demasiadas obligaciones.

–¿Podrían dejarme a solas con mi hija?

Victoria vio el reflejo de su madre en el espejo. Las damas, claramente acostumbradas a obedecer, salieron rápidamente. Cuando se cerró la puerta, Olivia se acercó a Victoria y sonrió.

–¿Estás segura de que quieres hacer esto?

Victoria aplastó las dudas que la asolaban y devolvió la sonrisa a su madre.

–Estoy segura, mamá. Stefan me necesita y, quizás, en este momento de mi vida yo lo necesite a él. Es mi mejor amigo.

–Apenas os habéis visto estos últimos años.

–La distancia no importa –Victoria se encogió de hombros–. Sabes que hablamos casi a diario, y me gusta saber que confía en mí. Tenemos un vínculo más fuerte que el de muchos matrimonios, mamá. Esto solo es otro capítulo de nuestra amistad.

–Eso es lo que me preocupa, cariño –Olivia dejó caer el velo sobre el rostro de su hija y apretó sus hombros con suavidad–. Como madre, me preocupa que tu corazón se mezcle en esto. Es un hombre fantástico para ti…, como amigo. Pero temo que al final Stefan consiga cuanto quiere y tú vuelvas a acabar con el corazón roto.

Ella no le había dicho a su madre que había compartido varios besos abrasadores con Stefan. Eso habría incrementado su preocupación. Prefería callarse lo que ni ella entendía. La mezcla de deseo y confusión la tenía intranquila.

–No estoy preocupada –le aseguró a su madre–. Me ha dado vía libre en este matrimonio. Puede que me encante ser reina o que quiera volver a mi vida en Los Ángeles cuando esto acabe. Haremos algunas apariciones públicas después de la boda para que todo parezca legítimo. Ninguno de los dos sufrirá. Somos demasiado fuertes para que esto nos destruya.

–Te engañas si crees que será tan fácil –Olivia ladeó la cabeza–. Conozco el encanto de Stefan, Victoria. Desde que he llegado he visto cómo te mira. Y también sé cómo te ha mirado todos estos años. Creo que lo que siente va más allá de la amistad. Es imposible que juguéis a ser pareja y no acabéis enredándoos. Es un hombre muy atractivo y la lujuria nubla el mejor de los juicios.

Intrigada, Victoria se preguntó qué había visto su madre en Stefan a lo largo de los años. ¿Lujuria? ¿Deseo? El último mes había sacado a la luz una parte oculta de su relación. Además de los besos apasionados, Stefan había estado atento a cada una de sus necesidades. Pedía que sirvieran sus platos favoritos, le llevaba flores del jardín cuando estaba trabajando, insistía en que descansara paseando con él por la playa… Había sido el perfecto príncipe azul porque la conocía mejor de lo que se conocía ella misma.

Decidió no pensar en los sentimientos de Stefan y en que le había dejado claro que la quería como algo más que amiga.

–Mamá, su atractivo y su encanto no son nuevos para mí. Pienses lo que pienses de cómo me mira, te aseguro que solo nos casamos por el bien del país y para lanzar mi colección nupcial.

Sabía, por los besos y las palabras de él, que lo que decía era falso. Pero como ella misma estaba desconcertada, prefería callar. Ya tenía suficientes dudas sin añadir las de su madre.

–Pues sería un idiota si solo te viera así –replicó Olivia–. Y como te ha pedido que te cases con él, no lo es. Siempre me pregunté si vosotros dos acabaríais juntos. Pero te aseguro que no me lo imaginaba de esta manera.

Los nervios le atenazaban el estómago a Victoria. Por si convertirse en princesa no fuera poca locura, tendría que compartir dormitorio con Stefan durante meses. No podía negar que entre ellos había química. Había rememorado sus besos una y otra vez. Agarró las manos de su madre.

–Hago esto con los ojos bien abiertos, mamá. Con Alex estaba cegada, pero Stefan no me está usando. Me pidió ayuda porque no podía confiar en nadie más. Y mi corazón no sufrirá porque no está involucrado. Stefan no me hará daño –tuvo la impresión de que Olivia quería decir algo y apretó sus manos para silenciarla–. Confía en mí.

Olivia la miró con los ojos nublados de preocupación, luego dio un paso atrás y suspiró.

–La última vez que estuve en este castillo, era yo quien hacía el papel de reina –se rio–. Y no estaba tan guapa como tú. Es la diferencia entre actuar y la vida real. Hace muchos años de eso.

Victoria abrazó a su madre con fuerza.

–Estuviste fantástica en esa película, mamá. Además, yo también estoy actuando, ¿no? Haciendo de reina para que Stefan pueda mantener el país bajo el control de su familia. Es irónico, siempre juré que nunca sería actriz.

–Serás reina de verdad, cariño –Olivia puso las manos en los hombros de su hija–. Puede que lo que ocurra en el dormitorio no sea real, pero tu título sí lo será. ¿Has pensado en eso?

Victoria no podía dejar de pensarlo.

También había pensado en que su prometido y mejor amigo la desmadejaba. Por un lado estaba encantada de ayudarlo a conseguir su objetivo y de que él la ayudara con el suyo. Admiraba su determinación por conservar lo que era suyo por derecho. Pero, por otro lado, la mayoría de las veces no pensaba en él como príncipe o rey, y había empezado a pensar en él como hombre. Un hombre muy sexy y poderoso. Su presencia lo dominaba todo y, sin duda también dominaría en el dormitorio.

Se dijo que no podía pensar en eso. Estaba dando demasiada importancia a unos cuantos besos, apasionados y ardientes. Aunque hubiera fantaseado con ello, no podía esperar que de ese matrimonio de compromiso surgiera algo más. Tendría que enfrentarse a la situación día a día. No podía permitir que la lujuria le robara la mejor amistad que había tenido en su vida.

Aun así, sabía que bastaría un empujoncito de Stefan para que acabara en la cama con él.

–Stefan y yo hemos hablado de todo, mamá –Victoria esbozó una sonrisa tranquilizadora–. Estoy segura de que lo tenemos todo bajo control. Me ha asegurado que no permitirá que pierda la cabeza. Solo seré un accesorio para él.

Él no iba a necesitar que hablara en público o dirigiera organizaciones benéficas en el poco tiempo que iban a estar casados.

–He tenido que impedir a tus hermanos que entraran –Olivia se estiró el vestido largo de seda azul pálido–. Querían comprobar que estabas bien, así que les dije que saldría a darles el parte.

Victoria, riendo, se volvió hacia el espejo.

–Puedes decirles a mis guardaespaldas que no me he echado atrás y que estoy perfectamente. Tendrían que preocuparse por sus esposas, que estarán a mi lado mientras millones de personas nos observan en la televisión. Te juro que la última vez que vi a Mia y a Charlotte estaban tan nerviosas que parecían a punto de desmayarse.

–Voy a verlas ahora –dijo Olivia–. Tú concéntrate en ti. Es tu día, sean cuales sean las circunstancias –apoyó la mejilla en la de su hija y miró su imagen en el espejo–. Estás preciosa, Victoria. Puede que Stefan cambie de opinión y no te deje marchar cuando tenga el título.

–¿El Príncipe Playboy? –bromeó Victoria–. Me dejará ir para dedicarse a las mujeres que caen a sus pies y me verá de nuevo como amiga.

Recordó los besos y se preguntó si podrían volver a ser solo amigos. En el caso de que ella quisiera que lo fueran. Aún no habían vivido juntos los seis meses acordados y ya fantaseaba con llevar esos besos hacia cosas más prometedoras y eróticas. Imposible no hacerlo.

Se había metido en un buen lío. Había jurado no volver a arriesgar su corazón, pero Stefan la necesitaba. Y quizás ella también a él. Más de lo que había supuesto.

 

 

Cientos de invitados paseaban por el Palacio Alexander, situado junto al océano esmeralda. Había cámaras listas para captar cada segundo y cada ángulo de la entrada de los invitados al Gran Salón de Baile. El mundo entero estaba pendiente de la boda de los futuros reyes de Isla Galini, la más romántica del siglo, según los medios: «El Príncipe Playboy sienta por fin la cabeza».

Stefan tenía intención de demostrar a todos lo en serio que se tomaba la boda, aunque la idea de estar casado lo asustara. Desde el altar, miró la puerta del salón y se quedó sin aire. En ese momento ni siquiera recordaba la razón por la que le había pedido a Victoria que se casara con él, pero daba gracias al cielo por haberlo hecho.

Ella se acercaba flotando como un ángel glorioso que acudiera en su rescate, luciendo un original vestido lo bastante escotado como para exacerbar su imaginación, sin dejar de ser elegante y de buen gusto. Dos ristras de perlas rodeaban sus bien torneados brazos y el vestido se ajustaba perfectamente a su cintura y caía recto hacia el suelo. Un velo traslúcido le ocultaba el rostro y Stefan anhelaba alzarlo para besar a su esposa y deleitarse con el sabor de sus labios.

Sabía que su mejor amiga era una fantasía andante, por la que cualquier hombre entregaría su último aliento. Stefan cuadró los hombros y sonrió, deseando que el imbécil con el que había estado prometida estuviera viendo la televisión y lamentándose por haber dejado escapar a una mujer tan bella y talentosa.

Victoria buscó su mirada y sonrió bajo el velo.

–Has elegido a una reina bellísima, Stefan. Victoria es perfecta –le susurró su hermano y padrino de boda, Mikos Alexander.

Mikos se había casado con una divorciada y eso le impedía acceder al trono. Stefan sabía que había suspirado con alivio al saber que el país seguiría siendo regido por los Alexander.

Nunca olvidaría cómo Victoria había accedido a salvarlo, radiante y desinteresada. Dio un paso hacia ella y tomó sus manos entre las suyas.

Ella las apretó antes de volverse hacia el sacerdote. Como en un sueño, dijeron sus votos e intercambiaron los anillos.

–Puede besar a la novia –Stefan levantó el velo y no perdió tiempo en besar los labios de Victoria.

Aunque, rodeado de cámaras y con millones de personas pendientes de ellos, no pudo devorar su boca como habría deseado, el beso breve y tierno lo afectó tanto como el primer y apasionado beso del balcón. Desde entonces había aprovechado cada oportunidad para robarle más, cada uno más dulce que el anterior.

–Menos mal que hemos practicado –le susurró Victoria al separar los labios de los suyos.

Él sonrió y, tras besarla una vez más, tomó su mano y se volvieron hacia el público.

–El príncipe y la princesa Alexander –anunció el sacerdote–. Los futuros reyes de Isla Galini.

Siguió un estallido de aplausos. Stefan miró a la familia de Victoria, que ocupaba la primera fila. Sus hermanos sonreían, pero la cautela nublaba sus miradas. Su madre, icono de Hollywood, tenía los ojos húmedos y expresión preocupada.

Pero Stefan no podía sentirse culpable en ese momento. Iba a ser rey y Victoria estaría a su lado. Por fin podría explorar su sentimientos. Sabía que la quería como más que amiga, pero no qué nivel de compromiso podría ofrecerle seis meses después si ella decidía quedarse. Al fin y al cabo, su reputación de mujeriego no era gratuita.

Tenía que concentrarse en su título y en recuperar la confianza de su país eliminado la tacha que había sobre el nombre de su familia. Eso era lo primero. Pero seducir a Victoria sería una agradable distracción y un reto que no podía rechazar. Sobre todo tras haberla probado.

Mientras recorrían la nave, Stefan resplandecía por haberse casado con una mujer tan inteligente, bella y sexy. Durante seis meses, y más si decidía quedarse, Victoria sería no solo su mejor amiga, sino también su esposa, y quizá su amante.

Sintió un pinchazo de deseo. La seducción siempre había sido su compañera de crímenes.

 

 

En sus treinta y dos años de vida, Victoria nunca había sonreído tanto como esa noche, casi se había convencido de que todo era real.

En ese momento estaban en el salón de baile, Stefan la tenía en sus brazos e iniciaban su primer baile como príncipe y princesa Alexander.

Miles de luces chispeantes creaban un ambiente mágico, de cuento de hadas. Sin duda, recordaría la glamurosa ceremonia el resto de su vida.

Entre tanta belleza, solo podía pensar en el hombre que la rodeaba con sus brazos. Olvidó sus dudas y su confusión mientras bailaba con él una pieza clásica.

Su calidez, su aroma viril y su fuerza le hacían desear apoyar la cabeza en su hombro y disfrutar del momento. Así que lo hizo. Con un suspiro, cerró los ojos y dejó que él la guiara, deseando absorber su fuerza y su valor.

En tantos años de amistad, pocas veces lo había visto vestido de príncipe. Sabía que bajo los botones de oro y los galones, tatuajes diversos adornaban sus brazos, pecho y espalda. Su hombre era mucho más que sexy. Siempre había sido encantador, pero últimamente era irresistible. Y su deseo por él empezaba a consumirla.

–Eres una novia bellísima, Victoria –murmuró él–. Soy un príncipe afortunado.

Ella alzó la cabeza y le sonrió.

–Yo también soy afortunada. El sueño de toda niña es casarse con un príncipe y vivir en palacio.