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El "Tratado de la vida elegante", publicado por Honoré de Balzac en 1830 para inaugurar la serie "Patología de la vida social", corazón "estético" de la Comedia Humana, constituye una de las piedras angulares del dandismo literario, prefigurando e inspirando la obra de autores tan reputadamente elegantes como Barbey d'Aurevilly o Charles Baudelaire. Rico en aforismos, anécdotas hilarantes, y cargado de un humor finísimo (el texto llega a incluir un encuentro ficticio con el príncipe de todos los dandis, el Bello Brummell, que tuvo que emigrar a Francia desde Inglaterra huyendo de sus fieros acreedores), este Tratado marca el camino que va desde el dandismo temprano de la Regencia inglesa al fecundo decadentismo artístico e intelectual de la Francia del XIX, y que desembocaría en la bohemia y en último término en Oscar Wilde. Este capítulo esencial en la historia del gusto estético en el vestir y en el comportarse nos llega, además, en magnifica traducción de Lluís Maria Todó.
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2011
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Honoré de Balzac
Traducción del francés a cargo
de Lluís Maria Todó
ElTratado de la vida elegantefue publicado en el semanarioLa Mode, que dirigía Émile de Girardin, entre el 2 de octubre y el 6 de noviembre de 1830, en cinco entregas correspondientes a los cinco capítulos de la obra. Balzac había proyectado un sexto capítulo, en principio consagrado a los cosméticos, para el que pretendía contar con la ayuda del doctor Nacquart, pero finalmente no lo escribió jamás. El tratado, primera de las tres partes que conformarían la serie tituladaPatología de la vida social, pertenece a los llamados «Estudios Analíticos» de laComedia humana. La serie se completaría con laTeoría de los andaresy elTratado de los excitantes modernos, que se publicaron, respectivamente, en 1833 en el periódicoL’Europe littéraire,y en 1839 como prólogo a la edición Charpentier de laFisiología del gustode Brillat-Savarin.
Émile de Girardin, uno de los creadores del periodismo francés moderno, introductor del folletín de novelas por entregas y de la publicidad en la prensa, conocedor del interés de Balzac por el fenómeno del dandismo (sorprendentemente, Balzac se consideraba a sí mismo un cultivador de la «vida elegante»), le había encargado la escritura de este tratado tras anunciarlo a bombo y platillo enLe Voleur,otro de los periódicos de su propiedad, que, curiosamente, debía su fama y su nombre a su costumbre de surtirse de las noticias publicadas por los periódicos de la competencia. El dandismo, movimiento que daría sus primeros pasos en el período de la Regencia, prefiguraría el Romanticismo literario de signo decadentista, y supondría una auténtica revolución social y cultural en la Europa de principios del sigloxix, alcanzando su culmen en la figura de Charles Baudelaire. Elmovimiento, si es que cabe elevarlo a tal categoría, tuvo su máximo apóstol en el elegante por excelencia, el inglés George Bryan Brummell, apodado el Bello Brummell, «supremo autócrata de la opinión» para Barbey d’Aurevilly. Nieto de un tendero, con los años devino en árbitro de la moda y la elegancia en Inglaterra, hasta el punto de que se le considera el inventor del moderno traje de caballero. Amigo inseparable de juergas y francachelas del depravado rey Jorge IV de Inglaterra, el hijo del rey loco que perdió las colonias americanas, Brummell fue un mantenido durante años, hasta que en 1816 perdió el favor real y, poco después, abrumado por las deudas, tuvo que huir a Francia, donde moriría en 1840, arruinado y abandonado por todos, en un asilo para indigentes de Caen.
Bajo la égida de Brummell, la figura del dandi en Francia quedaría fijada por tres obras que serían fundamentales a la hora de entender el fenómeno del decadentismo en literatura:Sobre el dandismo y George Brummell,de Barbey d’Aurevilly (1845), esa piedra angular del modernismo que esEl pintor de la vida moderna,de Charles Baudelaire (1863), y el texto que prefiguró a ambos, elTratado de la vida elegante, de Honoré de Balzac, escrito pocos meses después de la muerte de Jorge IV, una muerte que significó el final del período de la Regencia y que serviría para instaurar, en cierto modo, una nueva visión del fenómeno desde la óptica continental. Balzac aborda su juicio sobre el dandismo enmascarándolo bajo el estilotres à la modedel tratado científico (como ya demostraría en suFisiología de la vida marital, de 1829). Aunque el antecedente directo de esteTratado de la vida elegante, en lo que a su formato se refiere, es laFisiología del gusto,de Jean Anthelme Brillat-Savarin, cuya primera edición data de 1825, y que aborda el gusto gastronómico basándose en el humor, las anécdotas y la organización axiomática del material. Esa misma filosofía es la que anima a Balzac a la hora de retratar los usos estéticos de la sociedad francesa del primer tercio delxix. A este propósito se consagra, de hecho, en la serie de estudios analíticos reunidos bajo el título dePatología de la vida social, que, según el plan de Balzac, deberían haber estado acompañados de laFisiología de la vida marital, antes citada, así como dePequeñas miserias de la vida conyugal,laAnatomía de los cuerpos educacionalesy laMonografía sobre la virtud, aunque ni siquiera llegó a escribir estos dos últimos.
En el tintero quedarían, asimismo, un buen número de pequeños ensayos sobre la materia, comoFisiología del cigarro,Fisiología gastronómica,Fisiología del vestiryEstudio de las maneras a través del modo de colocarse los guantes.
Generalidades
Mens agitat molem.
Virgilio
La apostura de un hombre se adivina
en su manera de llevar el bastón.
Traducción Fashionable
Prolegómenos
La civilización ha escalonado a los hombres en tres grandes líneas… Nos habría resultado fácil colorear estas categorías a la manera de Charles Dupin[1]; pero como el charlatanismo constituiría un contrasentido en una obra de filosofía cristiana, evitaremos mezclar la pintura con los enigmas del álgebra y, al exponer las doctrinas más secretas de la vida elegante, trataremos de ser comprendidos incluso por nuestros antagonistas, la gente que lleva botas de campana.
Pues bien, las tres clases de personas que las costumbres modernas han creado son:
El hombre que trabaja;
El hombre que piensa;
El hombre que no hace nada.
De ahí derivan tres fórmulas de existencia bastante completas para expresar todos los modos de vida, desde la novela poética y vagabunda delbohemio, hasta la historia monótona y somnífera de los reyes constitucionales:
La vida ocupada;
La vida de artista;
La vida elegante.
§ I
Sobre la vida ocupada
El tema de lavida ocupadano conoce variantes. Al trabajar con los diez dedos, el hombre abdica de todo destino; se convierte en un medio y, a pesar de toda nuestra filantropía, tan solo los resultados merecen nuestra admiración. En todas partes el hombre se pasma ante unos montones de piedras, y si se acuerda de los que las amontonaron, es para abrumarlos con su compasión; si bien el arquitecto se le antoja todavía un gran pensador, sus obreros no son más que una especie de tornos y quedan confundidos con las carretillas, las palas y los picos.
¿Es eso una injusticia? No. Semejantes a máquinas de vapor, los hombres enrolados por el trabajo producen todos ellos de la misma manera y no tienen nada de individual. El hombre-instrumento es una especie de cero social, y su mayor número posible no constituirá jamás una suma, a menos que venga precedido por algunas cifras.
Un labrador, un albañil, un soldado, son meros fragmentos uniformes de una misma masa, los segmentos de un mismo círculo, una misma herramienta que solo se distingue por el mango. Se acuestan y se levantan con el sol; unos al canto del gallo; otros al toque de diana; a este le corresponde un calzón de piel, dos varas de paño azul y unas botas; a aquel unos harapos cualesquiera; a todos, los alimentos más bastos; atizar el fuego o atizar a los reclutas, cosechar habichuelas o cosechar sablazos, este es, según las estaciones, el texto de sus esfuerzos. Para ellos, el trabajo parece ser un enigma cuya clave buscan hasta el último día. Con harta frecuencia, el tristepensumde su vida se ve recompensado mediante la adquisición de un pequeño banco de madera en el que se sientan a la puerta de su choza bajo un saúco polvoriento, sin miedo a que algún lacayo les diga:
¡Fuera de aquí, buen hombre! ¡Solo damos limosna el lunes!
Para todos esos infelices, la vida consiste en tener algo de pan en la alacena, y la elegancia de cuatro andrajos metidos en un arcón.
El pequeño tendero, el subteniente, el redactor a tanto la línea, son los tipos menos degradados de la vida ocupada; pero sus existencias siguen rozando la vulgaridad. Sus vidas siguen consistiendo en el trabajo y el torno; solo que el mecanismo es ahora un poco más complicado y en él la inteligencia se ceba con la escasez.
En la imaginación de esa gente, el sastre, lejos de ser un artista, se dibuja en forma de una factura despiadada; abusan de la institución del cuello postizo, se reprochan un capricho como si fuera un robo a sus acreedores, y para ellos un carruaje es un simón en las circunstancias ordinarias, y una calesa los días de entierro o de boda.
Aunque no ahorran como los obreros manuales para asegurarse comida y cobijo en la vejez, las esperanzas de su vida de abeja no van mucho más allá: la propiedad de una habitación gélida en el cuarto piso de la rue Boucherat;[2]una capa y guantes de percal crudo para la esposa; un sombrero gris y media taza de café para el marido; la educación en los curas de Saint-Denis o media beca para los hijos; carne cocida con perejil dos veces a la semana para todos. Esas criaturas no son ni del todo ceros ni del todo cifras, si acaso decimales.
En estacittà dolente,[3]la vida se resuelve con una pensión o unas rentas del Tesoro, y la elegancia con algún drapeado con flequillos, una cama en forma de barco y algunos candelabros con pantalla de cristal.
Si subimos unos cuantos grados más en la escalera social por la que la gente ocupada se encarama y se balancea como grumetes en las cuerdas de un gran navío, nos encontramos con el médico, el cura párroco, el abogado, el notario, el magistrado de nivel bajo, el negociante, el hidalgo sin recursos, el burócrata, el oficial de grado superior, etc.
Esos personajes son aparatos maravillosamente perfeccionados, con bombas, cadenas, péndulos; en fin, todos los engranajes tan cuidadosamente pulidos, ajustados, engrasados, que cumplen sus revoluciones bajo honorables gualdrapas bordadas. Pero esta vida es siempre una vida de movimiento en la que los pensamientos todavía no son ni libres ni ampliamente fecundos. Esos señores deben ejecutar diariamente cierto número de trucos inscritos en sus agendas. Esos libritos substituyen a losperros de patio[4]que los acosaban en el colegio, y les mantienen siempre vivo en la memoria el hecho de que son esclavos de una persona mil veces más caprichosa y más ingrata que un soberano.
Cuando llegan a la edad del descanso, el sentido de lofashionse ha borrado y el tiempo de la elegancia ha huido para no volver. Así, el carruaje en que se pasean tiene estribos con varios escalones, o es tan decrépito como el del famoso doctor Portal.[5]Entre ellos, el prejuicio de la cachemira sigue vigente: sus mujeres llevan entredós y lágrimas de cristal como pendientes; su lujo constituye siempre un ahorro; en su casa todo es siempreseñorial, y en la portería de su casa se puede leer: «Diríjase al conserje». Si en la suma social contasen como cifras, serían unidades.
Para los arribistas de este grupo, la vida se resuelve con un título de barón, y la elegancia con un botones con muchas plumas o un palco en el teatro Feydeau.[6]
Aquí acaba la vida ocupada. El alto funcionario, el prelado, el general, el gran terrateniente, el ministro, el ayuda de cámara[7]y los príncipes están incluidos en la categoría de los ociosos y pertenecen a la vida elegante.
Después de haber concluido esta triste autopsia del cuerpo social, un filósofo siente un asco tal ante los prejuicios que llevan a los hombres a pasar los unos junto a los otros evitándose como culebras, que necesita repetirse: «Yo no construyo una nación a mi gusto, yo la acepto ya hecha.»