Tratados de lógica (Órganon) I - Aristóteles - E-Book

Tratados de lógica (Órganon) I E-Book

Aristoteles

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La Lógica aristotélica ha modelado en buena medida la reflexión filosófica occidental en lo concerniente a lenguaje y pensamiento, conocimiento y error. En el corpus de la obra aristotélica, la lógica constituye una categoría por sí misma, una propedéutica a los otros cuatro grandes grupos (metafísica, ciencias naturales, ética y política y retórica y poética): en efecto, no una categoría más, sino la condición previa y necesaria para poder pensar estas categorías. Es imposible exagerar su influencia en la historia del pensamiento, puesto que durante la Edad Media fue la parte más conocida de toda su obra, y modeló en buena medida la reflexión europea en lo concerniente a lenguaje y pensamiento, conocimiento y error, significación y formalización del razonamiento. De las seis obras que componen el Órganon –título genérico de la lógica del Estagirita–, este primer volumen incluye tres: Categorías , que como indica el título, describe los principios conceptuales básicos, llamados predicamentos o categorías (entidad, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, situación, estado, acción, pasión), a partir de los cuales se construyen los juicios o proposiciones, así como cuestiones de enorme relevancia como la homonimia, la sinonimia y la paronimia; Tópicos, que analiza los esquemas formales y las funciones lógicas, basados en las predicaciones accidentales, genéricas, propias y definitorias, análisis completado con un apéndice práctico con directivas para el ejercicio dialéctico; y Sobre las refutaciones sofísticas, que se engarza con Tópicos, cuyos ocho libros sintetiza y del que puede formar un anexo teórico-práctico sobre los distintos tipos de sofismas (o silogismos que conducen al error) y su posible resolución.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 51

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JOSÉ MONTOYA .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

López de Hoyos, 141, 28002-Madrid.

www.editorialgredos.com

PRIMERA EDICIÓN , 1982.

CUARTA EDICIÓN: JUNIO DE 2014.

Ref.: GEBO176.

ISBN 9788424930745.

INTRODUCCIÓN

Como es sabido, los títulos de las obras reunidas en el Corpus Aristotelicum se deben, por lo general, a los recopiladores y editores antiguos, en particular a Andrónico de Rodas. Por lo general, designan con propiedad el contenido de la obra (hay alguna clamorosa excepción, como la Metafísica... ). En el caso del Órganon, nombre genérico que designa globalmente las obras de lógica, la tradición es algo más reciente, pero no por ello la designación resulta menos atinada.

En efecto, las seis obras que lo componen (Categorías, Sobre la interpretación, Analíticos primeros, Analíticos segundos, Tópicos y Sobre las refutaciones sofísticas) forman un conjunto de enunciados analíticos, no ubicables en ninguno de los espacios epistémicos que el propio Aristóteles delimita en sus obras teoréticas, a saber: física, matemática, teología. No son, pues, objeto de conocimiento filosófico. Y no lo son siquiera en cuanto orientación propedéutica para el que busca iniciarse en filosofía. De ahí que sea justo no haberles adjudicado el título de Introducción, de Eisagōgḗ (justeza que se le escapó a quien, como Porfirio, veía el mundo de lo lógico, a través de su cosmovisión neoplatónica, como Lógos sustantivo, emanación de lo Uno elevado a categoría ontológica fundamental). No, la «lógica» de Aristóteles es eso precisamente, logiká: es un decir, que de por sí no tiene más «cuerpo» que el que le da la referencia objetiva de lo que se dice (lo cual puede, a su vez, ser cualquier cosa). Para Aristóteles, el intento de elevar el lógos al rango de objeto de conocimiento comparable a cualquier otro, se salda con el vacío discurrir logikṑs kaì kenṓs, verbalista y vacuamente, que caracteriza precisamente a los antifilósofos, a los sofistas. La «lógica» aristotélica no es, pues, epistḗmē, conocimiento; es mero órganon, instrumento del conocer.

Simplificando mucho —no hay más remedio, aquí, que hacerlo— se podría decir que la lógica aristotélica supone, a la vez, un avance y un retroceso. Retroceso a los orígenes de una técnica de discusión —la dialéctica—, de tanto predicamento en la democrática Atenas, inmenso foro de debates. Retroceso, que implicaba desandar el camino recorrido por Platón, quien había convertido el instrumento, el medio dialéctico, en fin supremo del saber humano. Pero Aristóteles no podía derribar el edificio platónico, restaurando en su lugar la lisa y llana ágora de la discusión abierta, sin tomar y hacer tomar, a la vez, conciencia de las normas elementales que deberían seguir futuros arquitectos más cautos que su maestro. Debía forzosamente hacer ver la naturaleza de los materiales (nombres, verbos, enunciados) que integran toda estructura dialéctica, así como las reglas de combinación (silogismo o razonamiento) para conseguir, a partir de aquéllos, la construcción (kataskeuázein) de un conocimiento o la destrucción (anaskeuázein) de un error. Conocimiento y error, susceptibles de toda una escala de grados de certeza, desde la absoluta convicción (pístis) que da la verdad autoevidente, pasando por lo demostrable como verdadero y lo mostrable como plausible, hasta lo aparentemente plausible.

He ahí, pues, el avance: nada menos que una teoría de la significación no superada, prácticamente, hasta Frege, y un sistema de formalización del razonamiento no superado hasta De Morgan y Boole. Porque, claro está, mal que les pese a los contumaces escolásticos y neoescolásticos tardomedievales, la del Philosophus no podía ser la última palabra sobre el tema. Sus limitaciones, obvias para cualquier lógico actual, derivan fundamentalmente de que el grado de reflexión posible en su época sobre el lenguaje y el pensamiento (los dos polos de toda lógica) no podía ir más allá del marco impuesto por el lenguaje natural. Marco, que Aristóteles estuvo a punto de romper con la introducción de variables pronominales en los Tópicos y de variables propiamente dichas (símbolos literales) en los Analíticos; pero que lastró inexorablemente su interpretación del enunciado declarativo, tanto el categórico como el modal, así como los silogismos o razonamientos construidos sobre él, al vincular indisolublemente la aserción a la asignación de referencia y, en definitiva, de una cierta forma de existencia (todavía no se había abierto el espacio triangular de la significación con el ángulo fregiano del sentido).

Pero, como contrapartida a esas limitaciones, la lógica aristotélica nos brinda, a diferencia del frío «monologismo» de los sistemas algorítmicos modernos, instrumentos del pensador solo frente a recortados objetos artificiales, el aliento cálido de una peripecia «dialógica» en que dos interlocutores formalizan —hasta cierto punto— sus argumentos, para mejor convencerse el uno al otro de cualquier intrascendente cuestión controvertida, o de la validez o invalidez de trascendentales enunciados comunes a todo conocimiento o a toda norma ética.

Por ello, los elementos fundamentales de la lógica aristotélica, convertidos en guía metodológica, aparecen una y otra vez en todas sus demás obras, desde la retórica hasta la ontología pasando por la zoología. La modesta dialéctica, bien que curada de las desmedidas pretensiones de la Academia, acabó siendo, con todo, lo más parecido al ideal —explícitamente declarado por Aristóteles como inalcanzable— de una ciencia de las ciencias.

El texto del «Órganon »

Habiendo, como hay, ediciones críticas suficientemente autorizadas y modernas de las tres obras que se incluyen en este volumen, nos hemos servido de ellas como punto de partida para nuestra versión castellana. Son éstas las contenidas en la colección de la Universidad de Oxford (Classical Texts), debidas, respectivamente, la de las Categorías, a L. Minio-Paluello, y las de los Tópicos y Sobre las refutaciones sofísticas, a W. D. Ross. No obstante, en el caso de los textos preparados por Ross, hemos optado, no raras veces, por preferir, a la suya, la lectura bekkeriana, al anteponer los criterios estrictamente paleográficos cuando no hemos visto suficientemente cargados de evidencia los argumentos de índole estilística o hermenéutica a favor de determinadas correctiones, suppletiones o expunctiones: a este respecto, el lector debe atenerse a la norma de que, ante una discrepancia Ross-Bekker, si no indicamos lo contrario en nuestra breve reseña de las variantes de lectura reflejadas en la traducción, debe prevalecer la lectura de Bekker. En algunas ocasiones, hemos aceptado variantes propuestas por J. Brunschwig, que, en su inconclusa edición y traducción de los Tópicos por cuenta de la Association Guillaume-Budé, maneja, con un criterio excesivamente arriesgado, a nuestro modo de ver, manuscritos poco o nada utilizados anteriormente, a saber, los Vaticanus 207, Vaticanus Barberinianus 87 y Neo-Eboracensis Pierpont Morgan Library 758. Por nuestra propia cuenta ya, hemos aplicado en los Tópicos, al igual que Minio-Paluello en las Categorías, el criterio de atribuir un cierto «voto de calidad» a la lectura boeciana ante discrepancias textuales entre manuscritos de autoridad paleográfica equivalente; y ello, por proceder de un prototipo griego distinto tanto de los manejados por Alejandro de Afrodisia (cuyos comentarios, por cierto, constituyen un punto de referencia privilegiado para decidir entre lecturas discordantes), como de los correspondientes a las dos grandes familias ABc y CDu: la coincidencia, pues, de Boecio con cualquiera de los otros grupos de textos tiene para nosotros valor decisivo.

Nuestra traducción

Por lo que se refiere a nuestra traducción, hemos de decir, ante todo, que es extremadamente literal. La razón es que consideramos la lógica aristotélica, por las razones ya expuestas en estas palabras introductorias, inseparable en gran medida de la sintaxis de la lengua griega en que está escrita: imposible, pues, captar su especificidad sin salvar, en la medida de lo literariamente posible, la propia estructura interna del discurso en que esa lógica se expresa. Ello nos ha llevado también a tratar de restablecer la etimología de términos hoy estereotipados y semánticamente opacos tras veintitantos siglos de tradición escolástica (silogismo, paralogismo, inducción, accidente, esencia, petición de principio, categoría, solecismo ...): términos, que en Aristóteles se hallan, por así decir, «en estado naciente», esto es, todavía no despojados de las connotaciones propias de su uso en el lenguaje corriente, no científico.

En aras de esa literalidad —que, sin duda, hace nuestro texto estilísticamente «duro»—, hemos mantenido la ambigüedad de los adjetivos sustantivados en neutro plural con el viejo recurso escolar de proveer el núcleo sustantivo mediante nuestro incoloro «cosas» o, todo lo más, «cuestiones». Hemos mantenido la violenta —en castellano, no en griego— sustantivación de locuciones y frases (prós ti, tí esti, etc.), subrayando la expresión, como en el caso de los términos «mencionados», para evitar confusiones (por cierto, que la mención de términos casi nunca es en Aristóteles nítida y clara: también aquí mantiene siempre un cierto grado de referencialidad en las palabras; podríamos decir que, para Aristóteles, mencionar «hombre» es mencionar la palabra que significa «hombre»). Y en aras de la literalidad, por último, hemos sacrificado algo de la fluidez del texto castellano no supliendo las frecuentes elipsis del original griego a no ser con términos encerrados en paréntesis angulares, lo que motiva, en los pasajes más elípticos, un profuso empleo de los mismos. Ahora bien, pensamos que, tanto éste como los restantes expedientes exigidos por el carácter literal de nuestra versión, tienen la utilidad suplementaria de facilitar una lectura bilingüe sabiendo en cada momento a qué expresión griega corresponde cada expresión castellana.

VARIANTES TEXTUALES RESPECTO A LAS EDICIONES SEGUIDAS

CATEGORÍAS

TÓPICOS - REFUTACIONES

BIBLIOGRAFÍA

1. Ediciones completas y grandes colecciones

Aristotelis Opera, edidit Academia Regia Borussica, Berlín, 1831-1970. Consta de cinco volúmenes cuyo contenido es el siguiente:

I-II.

Aristotelis Graece (texto por E. BEKKER ).

III.

Aristoteles Latine (traducciones del Renacimiento).

IV.

Scholia in Aristotelem (textos de comentarios griegos recogidos por C. A. BRANDIS ).

V.

Aristotelis qui ferebantur librorum fragmenta (colección de fragmentos por V. ROSE ). Scholia in Aristotelem (suplemento por H. USENER ). Index Aristotelicus (por H. BONITZ ).

Las citas de Aristóteles suelen hacerse remitiéndose a las páginas, columnas y líneas de esta edición.

Aristotelis opera omnia Graece et Latine, I-V, ed. F. DIDOT , París, 1848-1874, 1883-1889.

Bibliotheca scriptorum Graecorum et Romanorum Teubneriana, Leipzig, 1868...

The Loeb Classical Library, Londres y Cambridge, Mass. (texto griego y traducción inglesa).

Bibliotheca Oxoniensis (Oxford classical texts).

Collection des Universités de France (G. Budé), París (texto griego y traducción francesa).

2. Léxicos

P. F. RUIZ , Index locupletissimus duobus tomis digestus in Aristotelis Stagiritae Opera, Salamanca, 1540.

H. BONITZ , Index Aristotelicus, Berlín, 1870, 1955. (Continúa siendo un instrumento indispensable para el estudio de Aristóteles.)

M. KAPPES , Aristotelis Lexicon, Paderborn, 1894.

TROY WILSON ORGAN , An Index to Aristotle in English Translation, Princeton, 1949. (Se basa en la traducción inglesa de las obras de Aristóteles dirigida por J. A. SMITH y W. D. Ross, Oxford, 1908...)

3. Comentarios antiguos

Los textos recogidos por C. A. Brandis y publicados en el Vol. IV de la edición de la Academia de Berlín quedaron desfasados tras la publicación por la misma Academia de la colección Commentaria in Aristotelem Graeca, I-XXIII, Berlín, 1882-1909, que recoge los comentarios de Alejandro de Afrodisia, Filópono, Temistio, Simplicio, etc.

Otros comentaristas medievales y renacentistas de interés son Averroes (Aristotelis Opera cum Averrois commentariis, I-XII, Venecia, 1562-1574, y Francfort, 1961), Santo Tomás de Aquino (pueden verse Opera Omnia, I, II, III, ed. Leonina, Roma, 1882-1886, y los comentarios a diversas obras de Aristóteles editados en Turín, 1915...), J. Pacio (ed. Francfort, 1596-1601), G. Zabarella (ed. Padua, 1587-1604), Silvestre Mauro (ed. París, 1885-1889), P. de Fonseca (ed. Roma, 1589).

4. Ediciones bilingües y comentarios modernos

Organon, texto y comentario latino por T. WAITZ , en dos tomos, Leipzig, 1844-6.

Elementa logices Aristoteleae, selección de textos, traducción latina y comentario por F. TRENDELENBURG , 9.a ed., Berlín, 1892.

Sophistichi elenchi, texto, traducción inglesa y comentario por E. POSTE , Londres, 1866.

Prior and Posterior Analitics, texto y comentario en inglés por W. D. ROSS , Oxford, 1949.

5.Comentarios sobre la lógica aristotélica. (Incluimos traducciones con comentarios extensos.)

J. L. ACKRILL , Aristotle. «Categories » and «De interpretatione», Oxford, 1963.

W. ALBRECHT -A. HANISCH , Aristoteles’ assertorische Syllogistik, Berlín, 1970.

R. E. ALLEN , «Substance and predication in Aristotle’s Categories », Exegesis and Argument, 362-373.

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P. AUBENQUE , «La dialectique chez Aristote», en L’attualità della problematica aristotelica, Padua, 1970.

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F. BARONE , Eudosso di Cnido, Aristotele e la nascita della logica formale, Turín, 1969.

A. BECKER , Die aristotelische Theorie der Möglichkeitsschlüsse, Darmstadt, 1968 (reimp. de ed. Berlín, 1933).

E. BERTI , «La dialettica in Aristotele», en L’attualità della..., Padua, 1970.

H. BONITZ , Über die «Kategorien » des Aristoteles, Darmstadt, 1967 (reimp.).

J. BRUNSCHWIG , Aristote. Topiques (I-IV). Texto, traducción y coment., París, 1967.

—, «La proposition particulière et les preuves de non-concluance chez Aristote», Cahiers pour l’Analyse 10 (1969), 3-26.

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M. CASULA, «La prova aristotelica del principio di contradizione dal linguaggio», Giornale di Metaf. 25 (1970), 641-673.

K. EBBINGHAUS , Ein formales Modell der Syllogistik des Aristoteles, Gotinga, 1964.

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Recherches sur l’Organon (dirig. por A. JOJA ), Bucarest, 1971.

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6. Traducciones españolas

Conocemos tres traducciones españolas del conjunto del Corpus. Son las siguientes:

Obras de Aristóteles, en diez volúmenes, traducidas por P. DE AZCÁRATE , Madrid, 1874. (Han sido reeditadas por separado en la col. Austral, ed. Espasa-Calpe. No es una traduccción fiable.)

Obras completas de Aristóteles, en doce volúmenes, traducidas por F. GALLACH PALÉS , Madrid, 1931-34.

Aristóteles. Obras, traducción de F. SAMARANCH, Madrid, 1964. (No incluye todo el Corpus, pero sí las obras fundamentales del mismo. Se trata de una traducción que no es en absoluto de fiar.)

Las traducciones españolas de tratados de lógica no son numerosas. Podemos citar las dos siguientes:

Aristóteles. Tratados de lógica, por F. LARROYO, México, 1969.

Aristóteles. Analíticos posteriores (Teoría de la ciencia), por J. D. GARCÍA BACCA , Caracas, 1968.

CATEGORÍAS

INTRODUCCIÓN

Este breve tratado incompleto establece algunas de las distinciones capitales del utillaje conceptual aristotélico, empleadas con profusión por el autor en todo el resto de su obra, y particularmente en los textos de ontología (la mal llamada Metafísica).

Su eje lo constituye, como indica el título, la descripción (que no definición) de las llamadas categorías o predicamentos, que, en una lista máxima de diez (entidad, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, situación, estado, acción, pasión; hay, en otras obras, listas más cortas), aparecen en el cap. 4 del libro que comentamos.

No obstante, a lo largo del texto sólo se tratan en extenso las cuatro primeras y en un orden distinto del que ofrece la lista (entidad, cantidad, relación, cualidad). Luego, brevemente (ocho líneas) y tras un corte brusco que denota la existencia de una laguna al final del cap. 8 —dedicado a la cualidad—, se esboza el análisis de la acción o actividad y la pasión o pasividad (cap. 9), de las que sólo se dice que admiten la contrariedad (el tener contrarios) y el más y el menos (la diferencia de grados). Nuevo corte brusco y párrafo de transición debido a una mano posterior (11b, 10-16), reconocible a partir de claras diferencias estilísticas. Dicho párrafo de transición introduce el análisis de nuevos conceptos funcionales, distintos de las categorías propiamente dichas, a saber: los opuestos (subdivididos en cuatro clases detalladamente estudiadas en los caps. 10 y 11: relativos, contrarios, opuestos por privación-posesión, contradictorios), la anterioridad (cap. 12), la simultaneidad (cap. 13), el movimiento (generación, destrucción, aumento, disminución, alteración, desplazamiento —cap. 14) y el tener (échein, homónimo con la categoría estado —cap. 15).

Más interesante que este suplemento final de conceptos (llamados tradicionalmente postpraedicamenta), que reciben un tratamiento más detallado en otras obras (con excepción, quizá, de los opuestos), son los tres capítulos previos a la presentación de las categorías propiamente dichas. En el cap. 1 se define la homonimia, sinonimia y paronimia, de frecuente aplicación ulterior en los Tópicos, la Metafísica y otros textos en que el análisis semántico es temáticamente relevante. En el cap. 3 se sienta lo que podríamos llamar la obvia propiedad transitiva de la predicación («todo aquello que se dice de un predicado se dice también del sujeto»), Y en el cap. 2, sobre todo, tras distinguir entre las «cosas» (v. infra) que se dicen combinadas con otras (términos incluidos en un sintagma) y las que se dicen sin combinar (términos aislados), aparece un interesante párrafo en el que se establece una división cuatripartita de esas mismas cosas con arreglo a la combinación de estos dos criterios: el decirse (o no) de algo y el estar (o no) en algo. De ella resultan: 1) Cosas que se dicen de algo y no están en nada (v.g.: la especie hombre). 2) Cosas que no se dicen de nada y están en algo (v.g.: un color concreto). 3) Cosas que se dicen de algo y están en algo (v.g.: el conocimiento). 4) Cosas que no se dicen de nada ni están en nada (v.g.: el hombre individual). El sentido que pueda tener ese «decirse de algo» es claro: corresponde a la relación de un término con otro cuya extensión está contenida en la del primero. Por lo que respecta al «estar en algo», el propio Aristóteles lo aclara en un inciso del texto: «está en algo» lo que se da en alguna cosa, pero no como una parte suya y sin que pueda tampoco existir separado de ella. ¿Qué significa esto? Los propios ejemplos son más reveladores que la aclaración aristotélica: ¿en qué sentido está el color en el cuerpo o el conocimiento en el alma? Está, obviamente, no como una «porción» físicamente separable del sujeto respectivo, sino como una característica de todo el sujeto, característica que, sin embargo, no es «esencial» y, por tanto, no lo es de todos los sujetos de ese tipo; en otras palabras: su extensión no engloba a la del sujeto (ni está englobado por ella), sino que coincide parcialmente con ella.

Pues bien, esta división cuatripartita se aplica luego a las categorías. Pero no por ello constituye un criterio que permita sistematizar esa —en palabras de Kant— «rapsodia» de conceptos, que bien podrían no ser diez, sino muchos más o algunos menos. Ninguna posibilidad de deducir, a partir del «decirse de algo» y el «estar en algo», la necesidad de que las categorías sean ésas y sólo ésas. La única aplicación efectiva de la cuatripartición mencionada se hace para incluir a la cualidad en el tipo 2, a una de las subdivisiones de la entidad en el tipo 4 y a otra en el 1. De la cantidad y de la relación no se dice —¿podría decirse?— en qué tipo se incluyen.

Parece claro, pues, que la única intención del cap. 2, como el 3, es distinguir los tipos más generales de predicación, en otras palabras, los distintos grados de inclusión del sujeto por parte del predicado, a saber: inclusión total (tipo 1); inclusión parcial (tipo 2); total en un sentido y parcial en otro (tipo 3); y nula (tipo 4). Esta cuatripartición parece, pues, más vinculada con la cuestión de los cuatro predicables (ver introd. a los Tópicos), es decir, con el grado de identificación que se puede dar entre sujeto y predicado, que con la cuestión de los diez predicamentos o categorías.

Porque ¿qué son, en realidad, las categorías? ¿Tipos de predicados? Si así fuera, ¿cómo explicar que la primera acepción de la primera categoría (la entidad primaria) no sea, por definición, predicado de nada? En efecto, pertenece al tipo 4 de la división arriba comentada, en el cual no se da ningún grado de inclusión, es decir, de predicación por parte de los términos correspondientes. Por otra parte, tanto ésta como las demás categorías son, según el propio Aristóteles, «cosas dichas sin combinar» (katà mēdemían symplokḕn legoménōn): y ¿cómo puede un término ser predicado sin combinarse con un sujeto?

La solución de semejante aporía sólo se puede obtener profundizando en los propios términos en que está dada (que es, por cierto, el método empleado habitualmente por el propio Aristóteles en obras como la Física, el tratado Acerca del alma, etc.). Por un lado, el término categoría, predicación, no deja lugar a dudas sobre la relación de estos diez conceptos con el enunciado (en el cap. 4 de Categ. no se las llama directamente categorías, pero sí indirectamente en otros pasajes del libro y, sobre todo, en Tópicos I 9, donde vuelve a aparecer la lista completa). Y, por otro lado, no se las puede considerar como predicados o tipos generales de predicados, por las razones ya apuntadas.

Pues bien, pese a la aparentemente insalvable antinomia, hay una manera de conciliar ambos rasgos de las categorías: considerarlas, en consonancia con numerosos textos de la Metafísica referentes a la pluralidad de sentidos del ser, como los diversos esquemas a los que se ajusta la enunciación del verbo ‘ser’ en los juicios. Ahora bien, el verbo ‘ser’, como explicará Aristóteles en otros muchos lugares (entre ellos, el tratado Sobre la interpretación), no constituye por sí mismo ningún predicado, ni siquiera en su forma participial ón, «ente» (lit.: «lo que es»). ¿Cuál es, pues, su función? ¿La de mera cópula? No. También Aristóteles lo aclara en varios textos, especialmente de la ya citada Metafísica: la función del eînai de los enunciados, junto a la ciertamente copulativa de establecer un cierto grado de identificación entre sujeto y predicado (analizado por él mediante los tradicionalmente llamados «predicables»), es ante todo y sobre todo la de declarar la verdad (cuando aparece en forma afirmativa) o la falsedad (cuando en forma negativa) del complejo sujetopredicado. Ahora bien, la verdad o falsedad de un enunciado corresponde a la existencia o no de una referencia objetiva para los términos de dicho enunciado y su mutua relación: al menos, así es para el propio Aristóteles, como puede desprenderse de un somero análisis de sus textos sobre el concepto de verdad (Metafísica, tratado Sobre la interpretación, etc.).

En definitiva, las categorías aristotélicas corresponderían a los distintos tipos de existencia que puede tener el referente de un término cualquiera, predicado o sujeto, tal como se revela a partir del análisis de los enunciados en que dicho término puede insertarse.

De hecho, todo el análisis al que Aristóteles somete las cuatro categorías estudiadas con un cierto detalle (además de la acción y la pasión, tratadas mucho más por encima, pero con idénticos criterios) se limita a señalar la combinatoria sintáctico-semántica de que aquellos conceptos son susceptibles (predicabilidad respecto a otros términos, tipo de preguntas a las que responden, adverbios que admiten, tipos de oposición en que entran, etc.).

Con razón señala É. Benvéniste, en un sugestivo capítulo de su obra Problèmes de linguistique générale, que todas las categorías aristotélicas son reductibles a morfemas pronominales (qué, cuánto, cuál), preposicionales (respecto a), adverbiales (dónde, cuándo) y verbales (voz: activa, pasiva y media —la situación —; aspecto: perfectivo —el estado —). Ello encaja perfectamente con la consideración de que no son sino «modulaciones» de la afirmación (o negación, que, como Aristóteles indica, implica la afirmación) de existencia realizada por todo juicio declarativo; o lo que es lo mismo: esquemas referenciales sintácticamente condicionados, pero formalmente aislables de su «combinación» sintáctica.

La polémica que en un tiempo enzarzó a algunos sobre el carácter intra- o extra-lingüístico, verbal o real, de los conceptos categoriales («¿son tipos de palabras o tipos de objetos ?»), polémica que se remonta a Trendelenburg (ver Bibliografía), carece, pues, de sentido. Son, como reitera despreocupadamente Aristóteles: cosas que se dicen, verbales en cuanto reales. Por eso aparecen tanto en un tratado dialéctico, los Tópicos, como en uno ontológico, la Metafísica, a la vez humilde instrumento para desmontar argumentos en un debate y fecundo criterio para ordenar nuestra concepción del mundo.

CATEGORÍAS 1

1. Homónimos, sinónimos, parónimos

Se llaman homónimas las cosas cuyo nombre es lo [1 a ] único que tienen en común, mientras que el correspondiente enunciado 1 bis de la entidad es distinto, v.g.: vivo 2 dicho del hombre y dicho del retrato; en efecto, ambos tienen sólo el nombre en común, mientras que el correspondiente enunciado de la entidad es distinto; pues, si alguien quisiera explicar en qué consiste para [5] cada una de esas cosas el ser vivas, daría un enunciado propio para cada una.

Se llaman sinónimas las cosas cuyo nombre es común y cuyo correspondiente enunciado de la entidad es el mismo, v.g.: vivo dicho del hombre y dicho del buey: en efecto, ambos reciben la denominación común [10] de vivos y el enunciado de su entidad es el mismo; pues, si alguien quisiera dar el enunciado de en qué consiste para cada uno de ellos el ser vivos, daría idéntico enunciado.

Se llaman parónimas todas las cosas que reciben su denominación a partir de algo, con una diferencia [15] en la inflexión 3 , v.g.: el gramático a partir de la gramática, y el valiente a partir de la valentía 4 .

2. Términos independientes y términos combinados

De las cosas que se dicen 5 , unas se dicen en combinación y otras sin combinar. Así, pues, unas van en combinación, v.g.: un hombre corre, un hombre triunfa; y otras sin combinar, v.g.: hombre, buey, corre, triunfa.

De las cosas que existen 6 , unas se dicen de un sujeto, [20] sin que estén en sujeto alguno 7 , v.g.: hombre se dice del hombre individual 8 tomado como sujeto, pero no está en sujeto alguno; otras están en un sujeto, sin que se digan de sujeto alguno —digo que está en un sujeto lo que se da en alguna cosa sin ser parte 9 suya, [25] no pudiendo existir fuera de la cosa en la que está—, v.g.: el conocimiento gramatical concreto 8 está en el alma como en un sujeto, pero no se dice de sujeto alguno, y el color blanco concreto está en el cuerpo como en un sujeto —pues todo color se halla en algún [1 b ] cuerpo—, pero no se dice de sujeto alguno; otras se dicen de un sujeto y están en un sujeto, v.g.: el conocimiento está en el alma como en un sujeto, y se dice del saber leer y escribir como de un sujeto 10 ; otras, ni están en un sujeto, ni se dicen de un sujeto, v.g.: el hombre individual o el caballo individual —pues ninguna de tales cosas está en un sujeto ni se dice de [5] un sujeto—; las cosas individuales y numéricamente singulares, en general, no se dicen de ningún sujeto, pero nada impide que algunas estén en un sujeto: en efecto, el concreto 11 saber leer y escribir es de las cosas que están en un sujeto 12 .

3. Transitividad de la predicación

[10] Cuando una cosa se predica 13 de otra como de un sujeto, todo aquello que se dice del predicado se dice también del sujeto; v.g.: hombre se predica del hombre individual, y animal se predica de hombre; así que también del hombre individual se predicará animal: en [15] efecto, el hombre individual es hombre tanto como animal.

En cuanto a las cosas de distinto género y no subordinadas entre sí, sus diferencias son también distintas en especie, como en el caso de animal y de conocimiento: en efecto, las diferencias de animal son pedestre, alado, acuático y bípedo; las de conocimiento, ninguna de éstas: pues un conocimiento no se diferencia de otro por ser bípedo. En cambio, de los géneros [20] subordinados entre sí nada impide que las diferencias sean las mismas: pues los géneros superiores se predican de sus inferiores, con lo que todas las diferencias del predicado lo serán también del sujeto.

4. Las Categorías o Predicamentos

Cada una de las cosas que se dicen fuera de toda [25] combinación, o bien significa una entidad, o bien un cuanto, o un cual, o un respecto a algo, o un donde, o un cuando, o un hallarse situado, o un estar, o un hacer, o un padecer14 . Es entidad —para decirlo con [2 a ] un ejemplo—: hombre, caballo; es cuanto: de dos codos, de tres codos; es cual: blanco, letrado; es respecto a algo: doble, mitad, mayor; es donde: en el Liceo, en la plaza del mercado; es cuando: ayer, el año pasado; es hallarse situado: yace, está sentado; es estar: va calzado, va armado; es hacer: cortar, quemar; es padecer: ser cortado, ser quemado. Ninguna de estas expresiones, [5] por sí misma, da lugar a afirmación alguna, pero de su mutua combinación surge la afirmación: en efecto, toda afirmación es, al parecer, verdadera o falsa, mientras que ninguna de las cosas dichas al margen de toda combinación es ni verdadera ni falsa, como, [10] por ejemplo, hombre, blanco, corre, vence.

5. La entidad

Entidad, la así llamada con más propiedad, más primariamente y en más alto grado, es aquella que, ni se dice de un sujeto, ni está en un sujeto, v.g.: el hombre individual o el caballo individual. Se llaman entidades secundarias las especies a las que pertenecen las entidades primariamente así llamadas, tanto esas [15] especies como sus géneros; v.g.: el hombre individual pertenece a la especie hombre, y el género de dicha especie es animal; así, pues, estas entidades se llaman secundarias, v.g.: el hombre y el animal.

[20] Resulta manifiesto a partir de lo expuesto que, de las cosas que se dicen de un sujeto, es necesario que tanto el nombre como el enunciado se prediquen de dicho sujeto; v.g.: hombre se dice del hombre individual como de un sujeto, y se predica de éste el nombre —pues del hombre individual predicarás hombre — y se predicará también el enunciado de hombre —pues [25] el hombre individual es también hombre—: de modo que se predicarán del sujeto tanto el nombre como el enunciado. De las cosas, en cambio, que están en un sujeto, en la mayoría de ellas no se predica del sujeto [30] ni el nombre ni el enunciado; pero, en algunas, nada impide que se predique del sujeto el nombre, siendo imposible predicar el enunciado; v.g.: lo blanco, que está en el cuerpo como en un sujeto, se dice del sujeto —pues el cuerpo se llama blanco—, mientras que el enunciado de lo blanco nunca se predicará del cuerpo.

Todas las demás cosas, o bien se dicen de las entidades primarias como de sus sujetos, o bien están en ellas como en sus sujetos. Esto queda claro a partir [35] del examen directo de cada uno de los casos; v.g.: animal se predica de hombre y, por ende, también del hombre individual, pues, si no se predicara de ninguno de los hombres individuales, tampoco se predicaría de hombre en general; volviendo a un ejemplo anterior: [2 b ] el color está en el cuerpo, por consiguiente también está en un cuerpo individual: pues, si no estuviera en alguno de los cuerpos singulares, tampoco estaría en el cuerpo en general; de modo que todas las demás cosas, o bien se dicen de las entidades primarias como de sus sujetos, o bien están en ellas como en sus sujetos. Así, pues, de no existir las entidades primarias, [5] sería imposible que existiera nada de lo demás 15 : pues todas las demás cosas, o bien se dicen de ellas como de sus sujetos, o bien están en ellas como en sus sujetos; de modo que, si no existieran las entidades primarias, sería imposible que existiera nada de lo demás 15 .

Ahora bien, de entre las entidades secundarias, es más entidad la especie que el género: en efecto, se halla más próxima a la entidad primaria. Pues, si alguien [10] explica qué es la entidad primaria, dará una explicación más comprensible y adecuada aplicando la especie que aplicando el género; v.g.: hará más cognoscible al hombre individual dando la explicación hombre que la explicación animal —en efecto, aquél es más propio del hombre individual, éste, en cambio, es más común—, y al explicar el árbol individual lo hará más cognoscible dando la explicación árbol que la explicación planta. [15] Además de esto, las entidades primarias, por subyacer a todas las demás cosas, y por predicarse de ellas o estar en ellas todo lo demás, por eso se llaman entidades en el más alto grado; del mismo modo, precisamente, en que las entidades primarias se relacionan con lo demás, así también se relaciona la especie con el género: en efecto, la especie subyace al género: los géneros [20] se predican de las especies, pero no así, inversamente, las especies de los géneros; conque también resulta de esto que la especie es más entidad que el género.

En cambio, todas aquellas, de entre las mismas especies, que no son géneros 16 , no son en absoluto la una [25] más entidad que la otra: pues el que explica el hombre individual como hombre no dará una explicación más adecuada que el que explique el caballo individual como caballo. De igual manera, ninguna de las entidades primarias es más entidad que otra: pues el hombre individual no es en absoluto más entidad que el buey individual.

[30] Verosímilmente, después de las entidades primarias, sólo las especies y los géneros, de entre las demás cosas, se llaman entidades secundarias; pues sólo ellas entre los predicados muestran la entidad primaria: en efecto, si alguien explica qué es el hombre individual, lo hará más adecuadamente aplicando la especie o el género, y lo hará más comprensible dando la explicación hombre que la explicación animal; cualquier otra explicación que [35] se dé estará fuera de lugar, v.g.: dando la explicación blanco o corre o cualquier otra de este tipo; de modo que, verosímilmente, sólo éstas 17 entre las demás cosas se llaman entidades. Aparte de esto, las entidades primarias se llaman entidades con la máxima propiedad por el hecho de subyacer a todo lo demás; del mismo [3 a ] modo, precisamente, que las entidades primarias se relacionan con todo lo demás, así también las especies y los géneros de las entidades primarias se relacionan con todas las cosas restantes: en efecto, todas las cosas restantes se predican de aquéllas 17 , pues al decir letrado [5] del hombre individual dirás también, consecuentemente, letrado de hombre y de animal; de igual modo también en los demás casos.

Es común a toda entidad el hecho de no estar en un sujeto. Pues la entidad primaria ni se dice de un sujeto ni está en un sujeto. Y de las entidades secundarias [10] igualmente es manifiesto que no están en sujeto alguno: en efecto, hombre se dice del hombre individual como de su sujeto, pero no está en un sujeto —hombre, en efecto, no está en el hombre individual—; de igual modo también animal se dice del hombre individual como de su sujeto, pero animal no está en el hombre individual. [15] Aparte de esto, de las cosas que están en un sujeto nada impide que el nombre se predique a veces del sujeto, pero es imposible que se predique el enunciado; en cambio, de las entidades secundarias, tanto el enunciado como el nombre se predican del sujeto: en efecto, del hombre individual predicarás tanto el enunciado de hombre como el de animal. Así que no habrá entidad [20] alguna 18 entre las cosas que están en un sujeto.

Pero esto no es exclusivo de la entidad, sino que también la diferencia es de las cosas que no están en un sujeto: en efecto, pedestre y bípedo se dicen del hombre como de su sujeto, pero no están en un sujeto; pues lo bípedo y lo pedestre no están en el hombre. Y también el enunciado de la diferencia se predica acerca [25] de aquello de lo que la diferencia se dice; v.g.: si pedestre se dice de hombre, también el enunciado de lo pedestre se predicará del hombre: en efecto, el hombre es pedestre.

[30] No debe preocuparnos, respecto a las partes de las entidades que están en los todos como en sus sujetos 19 , el vernos obligados a declarar que no son entidades: en efecto, se dijo 20 que lo que está en un sujeto no debe entenderse como las partes que se dan en una cosa.

Es propio de las entidades y de las diferencias el que todo aquello que se dice a partir de ellas 21 se diga sinónimamente 22 : en efecto, todas las predicaciones que [35] se hacen a partir de ellas, o bien se predican de los individuos, o bien de las especies. Cierto que a partir de la entidad primaria no hay predicación alguna —en efecto, no se dice de ningún sujeto—; en cuanto a las entidades secundarias, la especie se predica del individuo, el género se predica tanto de la especie como del individuo, [3 b ] y de igual modo también las diferencias se predican de las especies y de los individuos. Y las entidades primarias admiten el enunciado, tanto de las especies como de los géneros, y la especie, por su parte, admite el enunciado del género. En efecto, cuanto se dice del [5] predicado se dirá también del sujeto; del mismo modo también las especies y los individuos admiten el enunciado de las diferencias: precisamente dijimos 23 que eran sinónimas aquellas cosas cuyo nombre es común y cuyo enunciado es el mismo. De modo que todo lo que se dice a partir de 21 las entidades y las diferencias se dice sinónimamente.

Toda entidad parece significar un esto24 . En el caso, [10] pues, de las entidades primarias es indiscutible y verdadero que significan un esto: en efecto, lo designado es individual y numéricamente uno. En el caso de las entidades secundarias parece, debido a la forma de su denominación, que significan también, de manera semejante, un esto, por ejemplo cuando se dice hombre o animal; sin embargo, no es del todo verdad, sino que [15] significan más bien un cual25 : en efecto, el sujeto no es uno, como la entidad primaria, sino que hombre y animal se dicen de muchos; pero no significa un cual sin más, como blanco; pues blanco no significa nada más que cual, mientras que la especie y el género determinan [20] lo cual por referencia a la entidad: en efecto, significan una entidad tal o cual. La determinación se aplica a más con el género que con la especie: en efecto, el que dice animal abarca más que el que dice hombre.

Es propio también de las entidades no tener ningún contrario. En efecto, ¿qué podría ser contrario de la [25] entidad primaria? Así como nada hay contrario del hombre individual, así tampoco hay nada contrario de hombre o de animal. Esto no es exclusivo de la entidad, sino que también afecta a muchas otras cosas, como por ejemplo al cuanto: en efecto, no hay ningún contrario [30] de de dos codos, ni de diez, ni de ninguna cosa semejante, a no ser que alguien diga que lo mucho es contrario de lo poco o lo grande de lo pequeño; pero nada hay que sea contrario de ninguno de los cuantos determinados.

Parece, por otro lado, que la entidad no admite el [35] más y el menos: digo, no que una entidad no sea más entidad que otra —en efecto, se ha dicho ya que esto es así—, sino que aquello que cada entidad es no se dice que lo sea más o menos; v.g.: si tal entidad es hombre, no será más o menos hombre, ni con respecto a sí mismo [4 a ] ni con respecto a otro. En efecto, no hay ningún hombre que lo sea más que otro, así como en lo blanco es más blanco esto que aquello y en lo hermoso es más hermoso esto que aquello; y también de esto último se dice que lo es más y que lo es menos con respecto a sí mismo, v.g.: el cuerpo, si es blanco, se dice que es más blanco ahora que antes, y, si está caliente, se dice que está más caliente y también que lo está menos; [5] de la entidad, en cambio, nada de esto se dice: en efecto, ni el hombre se llama más hombre ahora que antes, ni ninguna de todas las otras cosas que son entidad. Así que la entidad no admitirá el más y el menos.

[10] Muy propio de la entidad parece ser que aquello que es idéntico 26 y numéricamente uno sea capaz de admitir los contrarios, así como en ninguna otra cosa [de todas cuantas no son entidad] podría uno aducir que lo que es numéricamente uno sea capaz de admitir los contrarios; v.g.: el color, que es uno e idéntico numéricamente, [15] no será blanco y negro, y una misma acción no será deshonesta y honesta, al igual que en todas las otras cosas que no son entidad. La entidad, siendo numéricamente una e idéntica, es capaz de admitir los contrarios; v.g.: el hombre individual, siendo uno e idéntico, unas veces viene a estar blanco y otras negro, [20] caliente y frío, a ser deshonesto y a ser honesto.

En nada de lo demás parece darse tal cosa, a no ser que alguien ponga el enunciado y la opinión como ejemplos en contra, declarando que son cosas de aquel tipo 27 : en efecto, un mismo enunciado parece ser verdadero y falso, v.g.: si es verdadero el enunciado de que alguien está sentado, al levantarse éste, aquel mismo enunciado será falso; de igual manera también en el caso de la [25] opinión: en efecto, si uno opinara, conforme a la verdad, que alguien está sentado, al levantarse éste, opinará falsamente si sostiene la misma opinión sobre ello. Quizá alguno admitiría también esto, pero hay una diferencia en el modo: en efecto, en lo tocante a las entidades, [30] al cambiar ellas mismas son capaces de admitir los contrarios; pues lo frío cambió al surgir de lo caliente (en efecto, quedó alterado), y también lo negro al surgir de lo blanco, y lo honesto de lo deshonesto; de igual manera en cada una de las otras cosas, al sufrir ellas mismas el cambio, se hacen capaces de admitir los contrarios; en cambio, el enunciado y la opinión [35] permanecen por sí mismos invariables en todo y por todo, pero, al variar el objeto, surge lo contrario en torno a ellos: en efecto, por una parte el enunciado de que alguien está sentado permanece idéntico, pero, al [4 b ] variar el objeto, tan pronto resulta verdadero como falso; de igual manera también en el caso de la opinión.

Así que será propio de la entidad, al menos según el modo, ser capaz de admitir los contrarios en virtud de su propio cambio. Acaso alguien acepte también esto, que la opinión y el enunciado son capaces de admitir [5] los contrarios; pero esto no es verdad: pues el enunciado y la opinión no se dice que sean capaces de admitir contrarios porque ellos mismos admitan alguno, sino porque la modificación se ha producido afectando a alguna otra cosa: en efecto, es por el hecho de que la cosa exista o no exista por lo que también el enunciado [10] se dice que es verdadero o falso, no porque él mismo sea capaz de admitir los contrarios: pues absolutamente ningún enunciado u opinión es afectado por nada, de modo que, al no sobrevenir ningún cambio en ellos, no pueden ser capaces de admitir los contrarios. La entidad, en cambio, por el hecho de que ella misma admite [15] los contrarios, se dice que es capaz de admitirlos: en efecto, admite la enfermedad y la salud, la blancura y la negrura, y por admitir cada una de tales cosas se dice que es capaz de admitir los contrarios. Así que será propio de la entidad el que aquello que es idéntico y numéricamente uno sea capaz de admitir los contrarios. Quede, pues, dicho todo esto acerca de la entidad.

6. La cantidad

[20] De lo cuanto, por su parte, lo hay discreto y lo hay continuo; y lo hay que consta de partes componentes que mantienen una posición mutua, como también lo hay que no consta de partes que mantengan una posición. Es discreto, por ejemplo, el número y el enunciado, continua la línea, la superficie, el cuerpo y aun, [25] aparte de esto, el tiempo y el lugar. En efecto, no hay ningún límite común a las partes del número, en el que coincidan dichas partes, v.g.: si el cinco es una parte del diez, no hay ningún límite común en el que coincidan el cinco y el cinco, sino que están separados; y el tres y el siete tampoco coinciden en ningún límite [30] común; y, en general, en ningún número podrás tomar un límite común entre sus partes, sino que siempre están separadas; así que el número es de las cosas discretas. De igual manera, también está entre las cosas discretas el enunciado (pues es evidente que el enunciado es un cuanto: en efecto, se mide por sílabas largas y breves; digo tal al enunciado producido con la voz); en efecto, sus partes no coinciden en ningún límite [35] común; pues no hay un límite común en el que coincidan las sílabas, sino que cada una está separada en sí misma. La línea, en cambio, es continua; en efecto [5 a ], es posible tomar un límite común en el que coincidan sus partes: el punto; y, de la superficie, la línea 28 : en efecto, las partes del plano coinciden en un límite común. De igual manera, también en el cuerpo podrían [5] tomar un límite común, una línea o una superficie, en la que las partes del cuerpo coincidan. Son también de este tipo de cosas el tiempo y el lugar: en efecto, el tiempo presente 29 coincide con el pretérito y con el futuro. El lugar es, igualmente, de las cosas continuas: en efecto, las partes del cuerpo, que coinciden en un límite común, ocupan un cierto lugar; así, pues, también [10] las partes del lugar que ocupa cada una de las partes del cuerpo coinciden en el mismo límite en que lo hacen las partes del cuerpo; así que también el lugar será continuo: en efecto, sus partes coinciden en un límite común.

Además, hay cosas que constan de partes componentes [15] que mantienen una posición mutua y otras que no constan de partes que mantengan una posición; v.g.: las partes de la línea mantienen una posición mutua; en efecto, cada una de ellas se halla en un lugar, y podrías distinguir y explicar dónde se halla cada una en el plano y con cuál de las restantes partes se toca; de igual manera mantienen también las partes [20] del plano una posición: en efecto, se podría explicar de manera semejante dónde se halla cada una y cuáles se tocan entre sí. Y de igual manera las del espacio y [25] las del lugar. En el número, en cambio, uno no podrá observar que las partes mantengan posición mutua alguna, o que se hallen en un lugar, o cuáles de las partes se tocan entre sí; ni tampoco las partes del tiempo: en efecto, ninguna de las partes del tiempo permanece; ahora bien, lo que no permanece ¿cómo mantendrá una posición? Más bien podrías decir, en cambio, que mantienen un cierto orden, por ser una parte del tiempo [30] anterior y otra posterior. Y en el número ocurre igual, porque se cuenta el uno antes que el dos y el dos antes que el tres: y así tendría, en todo caso, un cierto orden; una posición, en cambio, no podrías determinarla. Y de igual manera el enunciado: pues ninguna de sus partes permanece, sino que se dice y ya no es posible captarla, [35] de modo que no habrá una posición de sus partes si realmente ninguna permanece. Así, pues, unas cosas constan de partes que mantienen una posición, y otras no constan de partes que mantengan una posición.

En propiedad sólo se llama cuantas a las cosas que se han mencionado; todas las demás, en cambio, lo son [5 b ] accidentalmente 30 : pues al considerar aquéllas llamamos también cuantas a las otras, v.g.: lo blanco se llama mucho por ser mucha su superficie, y la acción se llama larga por ser mucha su duración y mucho también su movimiento: en efecto, cada una de estas [5] cosas no se llama cuanta en sí misma; v.g.: si alguien explica cuán larga es una acción, la definirá como anual por el tiempo, o dará una explicación de este tipo, y al explicar lo blanco como un cuanto lo definirá por la superficie: en efecto, cuanta sea la superficie, tanto dirá que es lo blanco; de modo que sólo se llama cuantas con propiedad y en sí mismas a las cosas mencionadas; de las demás, ninguna lo es en sí misma, sino, [10] en todo caso, accidentalmente.

Además, lo cuanto no tiene ningún contrario (en efecto, en los cuantos definidos es evidente que no hay contrario ninguno, v.g.: en lo de dos codos, o de tres codos, o en la superficie, o en cualquiera de las cosas de este tipo, no hay efectivamente ningún contrario), a no ser que diga uno que lo mucho es contrario de lo [15] poco, o lo grande de lo pequeño. Pero ninguna de estas cosas es cuanto, sino de lo respecto a algo: en efecto, nada se dice en sí mismo grande o pequeño, sino que se toma por referencia a otra cosa, v.g.: se dice que un monte es pequeño y un grano de mijo es grande por ser éste mayor que los de su mismo género, y aquél más pequeño: así, pues, la referencia es a otra cosa, [20] ya que, si se dijera pequeño o grande en sí mismo, nunca se diría que el monte es pequeño y el grano de mijo grande. Igualmente decimos que en la aldea hay muchos hombres y en Atenas, en cambio, pocos, aun siendo mucho más numerosos éstos que aquéllos; y que en la casa hay muchos y en el teatro pocos, aun siendo éstos muchos más. Además, lo de dos codos [25] y lo de tres codos, y cada una de las cosas de este tipo, significan cuanto, mientras que lo grande o pequeño no significan cuanto, sino más bien respecto a algo: pues lo grande y lo pequeño se contemplan en relación a otra cosa; así que es evidente que estas cosas son de lo respecto a algo. Además, tanto si uno considera estas [30] cosas cuantos como si no, no tienen ningún contrario: en efecto, aquello que no es posible tomarlo en sí mismo, sino refiriéndolo a otra cosa, ¿cómo tendría algún contrario? Además, si lo grande y lo pequeño fueran contrarios, se seguiría que la misma cosa admitiría a la vez los contrarios y que esas cosas serían contrarias a sí mismas. En efecto, ocurre que la misma cosa es a la [35] vez grande y pequeña —pues esto mismo es, con respecto a aquello, pequeño, con respecto a esto, grande—; conque ocurriría que la misma cosa fuera grande y pequeña al mismo tiempo, admitiendo simultáneamente [6 a ] los contrarios; v.g.: en el caso de la entidad, parece que ésta es capaz de admitir los contrarios, pero en ningún caso está a la vez enferma y sana, ni es a la vez blanca y negra, y ninguna de las otras cosas admite a la vez los contrarios. Y ocurre que las mismas cosas son [5] contrarias de sí mismas: en efecto, si lo grande es contrario de lo pequeño, y la misma cosa es a la vez grande y pequeña, la misma cosa será contraria de sí misma: pero es imposible que la misma cosa sea contraria de sí misma. Luego lo grande no es contrario [10] de lo pequeño, ni lo mucho de lo poco, así que, aun en el caso de que alguien diga que estas cosas no son de lo respecto a algo, sino de lo cuanto, no tendrán contrario alguno.

Pero donde más parece darse realmente la contrariedad de lo cuanto31 es en el lugar; pues se suele poner el arriba como contrario del abajo, llamando abajo a la región próxima al centro, debido a que la distancia entre el centro y los límites del mundo es la máxima. [15] Y, al parecer, incluso la definición de los otros contrarios deriva de esto último: en efecto, los contrarios se definen como aquellos que guardan recíprocamente la máxima distancia dentro del mismo género.

No parece que lo cuanto admita el más y el menos, [20] como lo de dos codos, por ejemplo: en efecto, una cosa no es más de dos codos que otra; o en el caso del número, v.g.: el tres no se dice para nada que sea tres en mayor medida de la que el cinco es cinco, ni que un tres lo sea más que otro; ni un tiempo se llama más tiempo que otro 32 ; ni, en resumen, se dice el más y el menos de ninguna de las cosas mencionadas; así que [25] lo cuanto no admite el más y el menos.

Lo más propio de lo cuanto es que se lo llame igual y desigual. En efecto, cada uno de los cuantos mencionados se llama igual y desigual, v.g.: el cuerpo tanto se llama igual como desigual, y el número tanto se llama igual como desigual, y también el tiempo; de la misma [30] manera, también en las demás cosas mencionadas se dice de cada una, tanto que es igual, como que es desigual. En cambio, de todas las demás que no son cuantos, no parecería en absoluto adecuado llamarlas iguales y desiguales, v.g.: la disposición no se llama en absoluto igual y desigual, sino más bien semejante; y lo blanco, en absoluto igual y desigual, sino semejante. De modo que lo más propio de lo cuanto será llamarlo [35] igual y desigual.

7. La relación

Se dicen respecto a algo todas aquellas cosas tales que, lo que son exactamente ellas mismas, se dice que lo son de otras cosas o respecto a otra cosa de cualquier otra manera; v.g.: lo mayor, aquello que es exactamente, se dice que lo es comparado con otro, pues se dice mayor que alguna cosa, y lo doble se dice que es lo que es comparado con otro, pues se dice doble de alguna cosa; de la misma manera también todas las [6 b ] demás cosas de este tipo. También son de lo respecto a algo cosas como estas: estado, disposición, sensación, conocimiento, posición; en efecto, todas las cosas mencionadas, lo que son exactamente ellas mismas, se dice [5] que lo son de otras, y nada más; en efecto, el estado se llama estado de algo, y el conocimiento, conocimiento de algo, y la posición, posición de algo; y de la misma manera el resto. Así, pues, son respecto a algo todas aquellas cosas que, lo que son exactamente ellas mismas, se dice que lo son de otras, o respecto a otra de cualquier otra manera; v.g.: una montaña se llama grande respecto a otra cosa —en efecto, la montaña se llama grande respecto a algo —, y lo semejante se dice semejante [10] a algo, y las demás cosas de este tipo se dicen de igual manera respecto a algo. Por otra parte, tanto el decúbito, como la erección y el asiento, son unas ciertas posiciones, y la posición es de lo respecto a algo: en cambio, el estar en decúbito, estar erecto o estar sentado, de por sí, no son posiciones, sino que se llaman así parónimamente a partir de las posiciones mencionadas.

[15] También la contrariedad se da en lo respecto a algo, v.g.: la virtud es lo contrario del vicio, y el conocimiento, de la ignorancia, siendo cada uno de ellos respecto a algo. Sin embargo, no a todo lo respecto a algo le pertenece un contrario: en efecto, nada hay contrario a lo doble, ni a lo triple, ni a nada de todo esto. Parece, en cambio, que lo respecto a algo es capaz [20] de admitir el más y el menos: en efecto, lo semejante se dice más o menos, y lo desigual también se dice más o menos, al ser cada una de estas cosas respecto a algo: en efecto, lo semejante se dice semejante a algo, y lo desigual a lo desigual. Pero no todo admite el más y [25] el menos: en efecto, lo doble no se dice más o menos doble, así como ninguna de las cosas de este tipo.

Todo lo respecto a algo se dice respecto a un recíproco, v.g.: el esclavo se llama esclavo del señor y el [30] señor se llama señor del esclavo, lo doble se llama doble de la mitad y la mitad se llama mitad de lo doble, lo mayor se dice mayor que lo menor y lo menor se dice menor que lo mayor: de la misma manera también en las demás cosas; salvo que a veces se diferenciarán verbalmente por la inflexión, v.g.: el conocimiento se llama conocimiento de lo cognoscible, y lo cognoscible, cognoscible para el conocimiento; la sensación, sensación [35] de lo sensible, y lo sensible, sensible para la sensación.

Empero, algunas veces no parecerá que haya reciprocidad, si no se da con propiedad aquella respecto a lo que algo se dice, sino que se equivoca el que lo da; v.g.: si uno da el ala de ave, no existe el recíproco: ave de ala; pues no se ha dado con propiedad lo primero: [7 a ] a ala de ave: en efecto, no es en cuanto ave que el ala se dice que es de ella, sino en cuanto alado: pues también existen alas de muchas otras cosas que no son aves; de modo que, si se da algo con propiedad, también se da la reciprocidad, v.g.: el ala como ala del alado [5] y el alado como alado en virtud del ala.