Treinta días juntos - Andrea Laurence - E-Book
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Treinta días juntos E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Tenía treinta días para demostrarle que era el marido perfecto. Amelia y Tyler, amigos íntimos, se habían casado en Las Vegas por capricho. Pero antes de que pudieran divorciarse, ella le confesó que estaba embarazada, por lo que Tyler no estaba dispuesto a consentir que cada uno siguiera su camino. Amelia siempre había soñado con un matrimonio perfecto y no creía que aquel millonario fuera el hombre de su vida, a pesar de la amistad que los unía. Sin embargo, le dio un mes para que le demostrara que estaba equivocada.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Andrea Laurence

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Treinta días juntos, n.º 135 - noviembre 2016

Título original: Thirty Days to Win His Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8994-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Prólogo

–¿Quieres marcharte de aquí?

Amelia Kennedy se volvió y miró los azules ojos de su mejor amigo, Tyler Dixon. Él sería, desde luego, quien la salvaría.

–Sí, por favor.

Se levantó de la mesa y aceptó la mano que le ofrecía. Contenta, lo siguió hasta que salieron del salón de baile, cruzaron el casino y llegaron a la calle. Estaban en Las Vegas.

El simple hecho de respirar el fresco aire del desierto hizo que Amelia se sintiera mejor.

¿Por qué había creído que la reunión de antiguos alumnos del instituto sería divertida? Se reducía a un montón de gente que nunca le había caído bien alardeando de la maravillosa vida que llevaba. Aunque no le importaba en absoluto lo que Tammy Richardson, animadora deportiva muy pagada de sí misma, hubiera conseguido en su vida, oírla fanfarronear había hecho que Amelia se sintiera menos orgullosa de sus propios logros.

Y era ridículo. Amelia era la dueña, junto con otras tres socias, de una empresa con mucho éxito. Sin embargo, que no tuviera alianza matrimonial ni fotos de un bebé en el teléfono móvil la había convertido en la excepción de la noche.

El viaje había sido un desperdicio de sus escasos días de vacaciones.

Bueno, no del todo. Había merecido la pena por volver a ver a Tyler. Eran muy buenos amigos, aunque, últimamente, estaban tan ocupados que, con suerte, se veían una vez al año. Aquella reunión había sido una buena excusa para hacerlo.

Bajaron por la calle de la mano sin pensar en ir a un sitio concreto. Daba igual dónde acabaran. Cuanto más se alejaban del lugar de la reunión, de mejor humor se ponía Amelia. Era eso o, a juzgar por cómo le flaqueaban las rodillas, que el tequila le estaba haciendo efecto.

Un estruendo llamó su atención y se detuvieron frente al Mirage para contemplar la erupción periódica del volcán que había fuera.

Se apoyaron en la barandilla. Amelia reclinó la cabeza en el hombro de Tyler y suspiró, contenta. Verdaderamente, lo echaba de menos. El mero hecho de estar con él hacía que todo le pareciera mejor. En sus brazos hallaba una comodidad y un consuelo que no había encontrado en ningunos otros. Aunque nunca habían salido como pareja, Tyler había puesto el listón muy alto para las posteriores relaciones de Amelia; tal vez demasiado alto, ya que seguía soltera.

–¿Te encuentras mejor? –pregunto él.

–Sí, gracias. Ya no podía seguir viendo más fotos de bodas y de bebés.

Tyler le echó el brazo por los hombros.

–Ya sabes que eso es lo que suele suceder en esas reuniones.

–Sí, pero no me esperaba que me fuera a sentir…

–¿Una mujer de negocios con talento, éxito y control de su propio destino?

Amelia suspiró.

–Estaba pensando más bien en una fracasada en mis relaciones con los hombres.

–Olvídalo –dijo él con voz grave. Se volvió hacia ella y le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos–. Eres maravillosa. Eres guapa, tienes talento y éxito. Cualquier hombre sería afortunado si formaras parte de su vida. Simplemente, todavía no has encontrado a uno digno de ti.

Era una hermosa idea, pero no alteraba el hecho de que llevaba mucho tiempo buscando al hombre ideal sin resultado.

–Gracias, Ty –dijo ella, de todos modos, al tiempo que lo abrazaba por la cintura y apoyaba la cabeza en su pecho.

Él la estrechó en sus brazos y le apoyó la barbilla en la cabeza. Era solo un abrazo, como el que se habían dado cientos de veces. Pero esa noche fue distinto. De pronto, ella notó el movimiento de los duros músculos masculinos bajo la camisa. El olor de su colonia le hizo cosquillas en la nariz, lo que le dio ganas de ocultar la cabeza en su cuello, aspirar el cálido aroma de su piel y acariciarle la incipiente barba.

Sintió una oleada de calor en las mejillas que no tenía nada que ver con las llamas que saltaban sobre el agua a su lado. Sintió una calidez enroscándosele en el vientre y el despertar del deseo. Era una excitación conocida, pero que nunca la había relacionado con Tyler. Era su mejor amigo.

Quería más. Deseaba que le demostrara lo hermosa que era y el talento que tenía con las manos y con la boca, no con palabras. Era un pensamiento peligroso, pero no pudo apartarlo de su mente.

–¿Te acuerdas de la noche de la graduación?

–Por supuesto –respondió ella al tiempo que se apartaba de él para poner fin al contacto físico que le hacía circular la sangre más deprisa.

No podía olvidar esa noche. Ambos habían tenido que soportar una fiesta familiar y se habían escapado juntos a acampar en el desierto. Ella había conducido hasta un extremo de la ciudad, donde, por fin, habían visto las estrellas.

–Bebimos vino y estuvimos despiertos toda la noche observando el cielo en busca de estrellas fugaces –añadió ella.

–¿Recuerdas el pacto que hicimos?

Amelia pensó en aquella noche. Los detalles eran borrosos, pero recordaba que habían jurado algo.

–No lo recuerdo.

–Acordamos que si seguíamos solteros cuando llegara la décima reunión nos casaríamos.

–Ah, sí –dijo ella–. Ya lo recuerdo.

A los dieciocho años, tener veintiocho les había parecido ser ancianos. Si para entonces no estaban casados, ya podían perder toda esperanza. Se juraron que se salvarían mutuamente de una mediana edad solitaria.

–Tener veintiocho años no me parece lo que creía entonces, desde luego –prosiguió Amelia–. Me sigo sintiendo joven y, sin embargo, a veces me siento la persona más anciana y aburrida del mundo. Lo único que hago es trabajar. Nunca corro aventuras como las que corríamos juntos.

Tyler estudió su rostro con el ceño fruncido.

–¿Estás dispuesta a correr una esta noche? Te garantizo que te animará.

Era exactamente lo que necesitaba.

–Estoy totalmente dispuesta. ¿Qué es lo que te propones?

Tyler sonrió y la tomó de la mano. Ella sintió un escalofrío y supo que haría cualquier cosa si él le sonreía de aquella manera. A continuación, Tyler apoyó una rodilla en tierra y ella se dio cuenta de que la aventura iba a ser mucho más grande de lo que se esperaba.

–Amelia, ¿quieres casarte conmigo?

Capítulo Uno

–Amelia… –la presionó Gretchen–. Dime que no te has casado en Las Vegas en una de esas capillas decoradas con tan mal gusto.

Amelia respiró hondo y asintió lentamente.

–Sí –reconoció–. Los detalles no los tengo muy claros, pero me desperté casada con mi mejor amigo.

–Un momento –Bree alzó las manos con expresión de incredulidad–. ¿Has dicho que estás casada? ¿Casada?

Amelia miró a sus dos socias y amigas sin tener la certeza de poder repetir lo que había dicho. Ya le había costado decirlo la primera vez. De hecho, no lo había reconocido en voz alta hasta ese momento. Las semanas anteriores le parecían un vago sueño, pero, ante la mirada de asombro de Gretchen y Bree, de pronto le parecieron muy reales.

–La reunión de antiguos alumnos del instituto no salió como la había planeado –explicó–. Pensé que volver a Las Vegas sería divertido, pero no lo fue. Todo el mundo se dedicó a mostrar fotos del día de su boda y de sus hijos…

El triste estado de su vida amorosa se le había hecho patente esa noche. Llevaba diez años intentando encontrar novio y no había conseguido sino una serie de relaciones ni siquiera dignas de ese nombre. Y no estaba dispuesta a aceptar nada que no fuera un amor eterno, lo cual no parecía estar a su alcance.

Su frenética profesión no le había facilitado las cosas. Desde que había acabado los estudios en la universidad, se había centrado en levantar la empresa que había creado con sus socias. Dirigir un local donde se organizaban bodas era estresante, y su especialidad, la gastronomía, era una tarea pesada. Entre probar los menús, realizar los preparativos y hacer las tartas, el día de la boda era el menor de sus problemas.

Le encantaba su trabajo, pero le dejaba poco tiempo para dedicarse a buscar el amor y la familia con los que siempre había fantaseado.

–Me compadecía de mí misma. Tyler, mi mejor amigo, no cesaba de traerme bebidas y, al final, decidimos marcharnos de la fiesta.

–Sáltate esa parte –dijo Gretchen.

Amelia negó con la cabeza.

–Tengo un recuerdo borroso, pero Tyler me recordó un pacto estúpido que habíamos hecho la noche de nuestra graduación. Juramos que si en la décima reunión de antiguos alumnos aún no nos habíamos casado, nos casaríamos él y yo.

–¡No puede ser! –exclamó Bree.

–Pues así es.

Amelia tampoco podía creérselo, pero lo había hecho. Al despertarse a la mañana siguiente, el anillo con diamante que llevaba en el dedo y el hombre desnudo que se hallaba a su lado confirmaron sus peores temores. La noche anterior no había sido un sueño, sino que había sucedido en realidad: se había casado con su mejor amigo.

–Lo hicimos por diversión. En el instituto siempre se nos ocurrían locuras. Tyler intentó animarme proponiéndome matrimonio para que no volviera a sentirme excluida en la reunión. En su momento, me pareció una solución brillante.

–Siempre es así –observó Gretchen, como si hubiera tenido un buen número de impetuosas experiencias.

–¿Qué habías bebido, por Dios? –preguntó Bree mientra apartaba la revista de boda que habían estado hojeando para los preparativos de su boda.

Amelia no hizo caso de la pregunta.

–De todos modos, tenemos la intención de anular la boda lo antes posible. Tyler vive en Nueva York y yo, aquí, por lo que es evidente que no funcionaría a largo plazo.

¿Funcionar? ¿De qué hablaba? Por supuesto que no iba a funcionar. Se había casado con Tyler, su mejor amigo desde el instituto. Lo sabía todo de él, y estaba segura de que Tyler no era el hombre ideal. Trabajaba mucho y viajaba sin parar. Lo quería, pero no podía contar con él. Pero ahí estaba, casada con él.

–Hasta ahora, la anulación no está resultando como esperaba. Parece ser que no se puede anular un matrimonio en Tennessee solo por haberse casado por capricho. De todos modos, Tyler ha estado de viaje todo el tiempo y no hemos podido iniciar el proceso. Solo he recibido de él algunos mensajes de texto desde Bélgica, Los Ángeles y la India. Ni siquiera hemos hablado por teléfono desde que me marché de Las Vegas.

–¿Crees que de verdad está ocupado o que te está evitando? –preguntó Gretchen–. Es una situación incómoda. No me imagino acostándome con uno de mis compañeros de instituto. Si el sexo no fuera bueno, sería difícil volver a verlo. Si fuera bueno, sería todavía peor.

–El sexo fue estupendo –confesó Amelia. Inmediatamente después, se llevó la mano a la boca. ¿Había dicho eso en voz alta? Negó con la cabeza. Lo había dicho porque era verdad. Tyler era el amante más atento y experto que había tenido. En la noche de bodas lo habían hecho cinco veces. No sabía qué pensar al respecto.

–Pues cuéntanoslo –dijo Bree con una sonrisa en los labios.

–No. Ya he hablado bastante.

–Tal vez esté dando largas a la anulación con la intención de volver a disfrutar contigo –sugirió Gretchen.

–Pues no lo va a conseguir. Ambos sabemos que fue una aventura de una noche –afirmó Amelia, a pesar de que sabía que no era verdad. Quería más, aunque no debiera–. Simplemente está ocupado. Siempre lo está.

Era evidente que a Tyler no le preocupaba mucho solucionar aquello. En los mensajes que Amelia había recibido, le decía que se tranquilizase. Si la anulación era imposible y tenían que divorciarse, no había prisa. Así que, a menos que ella se hubiera enamorado locamente y necesitara casarse, no había para tanto. Él la conocía bien y sabía que las probabilidades de que eso sucediera eran extremadamente bajas.

Pero para ella sí era importante.

–¿Así que vas a abandonar al hombre que te ha proporcionado los mejores orgasmos de tu vida? –Gretchen frunció el ceño–. Yo no creo que fuera capaz aunque no soportara al tipo. Pero Tyler y tú os queréis. No hay un gran salto de ser amigos a ser amantes, ¿no?

–Te aseguro que es un salto enorme.

Amelia estaba segura de que aquella noche no debía repetirse. Tyler llevaba años siendo su mejor amigo, pero ella nunca había pensado en la posibilidad de que hubiera algo más entre ellos. No quería poner en peligro su amistad al llevarla a un nivel superior, ya que, si fracasaba, y tenía muchas probabilidades de hacerlo, perdería a la persona más importante de su vida.

Además, ser amigos y ser amantes eran cosas muy distintas. Ser amigos era fácil. Amelia soportaba su autoritarismo y sus largos silencios del mismo modo que él le aguantaba su romanticismo y sus manías. No era importante porque, como amigos, no influía directamente en ellos. Salir con alguien, sin embargo, magnificaba esas rarezas, y la relación se rompía.

Su estado emocional en la reunión parecía haber alejado esas preocupaciones de su mente. Y solo recordaba el momento en que estaba a punto de consumar su matrimonio. Entonces, nada le había importado más que desnudar a Tyler y probar el fruto prohibido.

Su cuerpo duro y sus caricias expertas habían sido una inesperada sorpresa, y no había conseguido saciarse de él. Incluso ahora, pensar en volverlo a acariciar le producía una excitación por todo el cuerpo que despertaba partes del mismo que nunca antes habían latido de deseo por Tyler.

Desde que había vuelto de Las Vegas, estaba obsesionada con la noche que habían pasado juntos. El matrimonio podía deshacerse, pero los recuerdos… Eran imborrables. La forma de acariciarla, la forma de extraer placer de su cuerpo como si él llevara toda la vida estudiando para ese momento… No podría volver a su alegre estado de ignorancia anterior. Había probado el fruto prohibido.

Le llegó un mensaje de texto. Frunció el ceño cuando vio el remitente. Hablando del rey de Roma…

Por desgracia, no contestaba al millón de preguntas que se hacía ni la compensaba por las semanas de espera por las que la había hecho pasar desde la boda. Lo único que decía era: «¿Estás trabajando?».

«Sí», respondió ella.

Podría llamarlo cuando la reunión con sus socias acabara. Entraría en su despacho, cerraría la puerta y tendría con Tyler la conversación que tanto necesitaban para dar por concluido aquel asunto.

Natalie, la organizadora de bodas y directora de la empresa, llegaría en cualquier momento con los cafés, como hacía todos los lunes por la mañana. Ni siquiera la última catástrofe de la vida de Amelia alteraría la rutina de Nat.

Como si la hubiera convocado con el pensamiento, Natalie empujó la puerta de la sala de reuniones y se detuvo en el umbral. Llevaba una bolsa con las cuatro tazas de cartón con café, como siempre, pero tenía una extraña expresión en el rostro. Su calma habitual había desaparecido y apretaba los labios. Algo iba mal.

–¿Qué te pasa, Natalie? –pregunto Bree.

Natalie la miró y después giró la cabeza para fijarse en Amelia.

–Hay un tipo increíblemente atractivo que quiere verte, Amelia. Dice que es tu… esposo.

Alguien lanzó un grito. Amelia no supo quién de las cuatro. Probablemente ella. Se levantó de un salto con expresión de pánico.

Natalie tenía que haberse equivocado.

–¿Qué aspecto tiene?

Natalie enarcó las cejas.

–Hace cinco minutos no pensaba que tuvieras esposo ni, mucho menos, que tuvieras tantos que no supieras de quién te hablo.

–¿Es alto, de cabello rubio oscuro, cejas pobladas y ojos azules?

Natalie asintió lentamente.

–El mismo. Te está esperando en el vestíbulo y lleva una alianza matrimonial. ¿Me he perdido algo?

Gretchen soltó un bufido.

–Pues sí.

Natalie entró en la sala, dejó los cafés en la mesa y se cruzó de brazos.

–¿Estás casada con ese hombre?

–Sí.

–¿Tú? ¿La misma que tenía su boda planeada desde los cinco años?, ¿la misma que hace solo unas semanas se quejaba de no tener a una persona especial en su vida? Eres la misma persona, ¿verdad? ¿No serás el doble de Amelia?

Amelia deseó poder atribuir su imprudente comportamiento a influencias ajenas, pero solo era culpa suya. Natalie tenía derecho a estar sorprendida. Amelia llevaba planeando su boda desde hacía veintitrés años. Y el contenido era básicamente el mismo. Teniendo en cuenta que nunca había estado prometida, era excesivo.

Siempre había soñado con una boda con cientos de invitados, toneladas de apetitosa comida, baile y un montón de detalles elegantes que le encantaban. Lo único que necesitaba era que el amor de su vida se pusiera un esmoquin de Armani e hiciera realidad sus sueños.

Era inimaginable que hubiera lanzado todo aquello por la borda para recorrer la nave de una capilla con música de Elvis y casarse con su mejor amigo. Pero Las Vegas parecía ejercer ese poder sobre la gente.

–Es una larga historia. Que te la cuenten ellas –dijo mientras se dirigía a la puerta.

–Por lo menos, ¿no quieres café? –preguntó Natalie sosteniendo una taza.

Amelia extendió el brazo para agarrarla, pero le llegó su intenso olor, que le produjo una arcada. Hizo una mueca y retrocedió.

–No, gracias. Quizá más tarde. Ahora no me apetece.

Dio media vuelta a toda prisa y desapareció por el pasillo mientra oía la voz de Natalie.

–¿Podría explicarme alguien qué está pasando?

Tyler Dixon estaba esperando en el vestíbulo cuando la mujer de cabello oscuro se fue por el pasillo a dar su recado, estaba seguro de que Amelia saldría corriendo a su encuentro y se lanzaría hacia él para saludarlo con un gran abrazo y un beso en la mejilla, como hacía siempre.

Miró su reloj Rolex y empezó a preguntarse si no habría calculado mal. Sabía que Amelia estaba allí antes de que ella le mandara el mensaje, ya que había reconocido su coche en el aparcamiento. Eso significaba que estaba enfadada y que le hacía esperar por no haberla prestado atención durante tantos días, o que trataba de evitarlo porque le daba vergüenza volver a verle después de que hubieran tenido relaciones sexuales.

No sabía de qué podía sentirse avergonzada. Desde luego que se habían extralimitado, pero podrían arreglarlo. Ya habían capeado otros temporales en sus años de amistad.

Probablemente estuviera enfadada porque no le había devuelto las llamadas. Había tenido un horario muy apretado desde que se habían visto. Había comprado diamantes en bruto y los había llevado a la India para que los tallaran. En Bélgica había comprado un broche de zafiros antiguo que había pertenecido a la realeza francesa de antes de la Revolución. Había cerrado un importante trato con un diseñador de joyas de Beverly Hills para suministrarle diamantes. Cuando pensaba en llamarla, las zonas horarias no coincidían.

Por eso mismo, Tyler había dejado de tener relaciones serias. Se había quemado con Christine y aprendido la lección. Sabía que a la mayoría de las mujeres no les gustaba su horario laboral, aunque sí el dinero que le proporcionaba. Al principio, que se dedicara a la venta de diamantes y que realizara tantos viajes exóticos las emocionaba, pero no tardaban en darse cuenta de que eso implicaba que siempre estaba fuera.

A Amelia nunca le había importado su trabajo y lo que suponía. ¿Había cambiado de opinión al estar casados?

Amelia era su mejor amiga y haría lo que fuera por hacerla feliz. Se ocuparían del divorcio. Por eso había ido a verla en cuanto había tenido la oportunidad. A pesar de lo que creyera ella, no intentaba retrasar la separación, aunque, siendo sinceros, una parte de él se entristecía al pensar que nunca volvería a acariciar las suaves curvas de su cuerpo.

Siempre se había contentado con ser su amigo, pero no le importaría pasar algo más de tiempo explorando su cuerpo antes de volver a ser simplemente amigos. Solo había gozado de ella brevemente, lo cual no era suficiente con una mujer como ella.

Pero, al final, sabía que su amistad prevalecería por encima de todo lo demás. Amelia era la persona más importante de su vida, y no estaba dispuesto a poner eso en peligro ni siquiera por volver a hacerle el amor. No solo era su mejor amiga, sino la fuerza que guiaba su vida.

En la escuela, él era invisible. Amelia había reparado en él cuando nadie más lo hacía. Había visto su potencial y lo había estimulado para hacer algo con su vida. En los diez años anteriores, Tyler había creado una empresa que se dedicaba a la compraventa de piedras preciosas y antigüedades. Tenía un nivel de vida que jamás se hubiera imaginado de niño, un niño pobre criado en Las Vegas. Amelia le había hecho creer que podría conseguir todo aquello.

No, no pondría en peligro su amistad por el mejor sexo que pudiera haber en el mundo.

Tyler alzó la cabeza y vio que Amelia lo miraba desde la puerta. Ella no corrió ni se lanzó a sus brazos, pero él ya no se esperaba una entusiasta bienvenida. Se contentaba con que no lo hubiera tenido esperando indefinidamente.

Ella dio unos pasos indecisos sin decir nada. Tenía un aspecto estupendo. Él admiró lo bien que le quedaba el vestido de color púrpura, que se le ceñía al abundante pecho y le caía suelto hasta la rodilla. Llevaba leotardos negros y botas que realzaban sus bonitas piernas.

En el profundo escote en forma de uve se veía un colgante con una amatista que él le había regalado por su cumpleaños. La piedra atrajo su atención hacia los senos femeninos. Amelia era menuda, pero el Señor la había bendecido con unos senos enormes.

Tyler sabía que no debía mirárselos, pero se le agolparon los recuerdos de la noche de bodas y no pudo apartar la vista. Volvió a ver su cuerpo desnudo tumbado en la cama del hotel. Le cosquillearon las palmas de las manos con el recuerdo de las caricias de su piel de porcelana, del sabor de sus senos y de sus gritos, que resonaban en la habitación.

De pronto, le pareció que hacía mucho calor en el vestíbulo. Era un destino cruel el que le había dado a una mujer tan deseable por esposa para luego quitársela. No podía quedarse con ella, debía recordarlo. Lo único que conseguirían sería decepcionarse mutuamente y arruinar su amistad.

–Hola, Ames –dijo mirándola a los ojos.

Ella tragó saliva mientras lo miraba con cautela. Con sus grandes ojos castaños, parecía una cierva que fuera a asustarse al menor movimiento. Siempre le había mirado con amor y adoración. Supuso que haberse casado le había destruido. Eso era un aperitivo de lo que sería tener una relación real con su exigente mejor amiga. La luna de miel apenas había acabado y ya tenía problemas. No debiera haber esperado tanto para hablar con ella.

–¿A qué has venido, Tyler?

Parecía que se estaban saltando las cortesías de rigor.

–He venido a hablar contigo.

Ella se cruzó de brazos y lo senos estuvieron a punto de salírseles por el escote.

–¿Ahora quieres hablar? ¿Y las pasadas semanas, cuando he intentado ponerme en contacto contigo sin resultado alguno? Parecía que todo esto no te importaba. ¿Y yo tengo que dejarlo todo ahora porque has decidido que ya estás listo para hablar de este lío?

Tyler frunció los labios, pensativo, mientras se acariciaba la barbilla. No parecía el mejor momento para intentar convencerla de que no era para tanto. Siempre había sido una persona muy emocional, que se enfadaba fácilmente. Él había visto cómo descargaba su furia en antiguos novios, y no quería ser el destinatario de la misma.

–Siento no haberte devuelto las llamadas.

–Pues yo necesitaba hablar contigo –dio varios pasos hacia él y un mechón de cabello pelirrojo se le soltó y le enmarcó el rostro al tiempo que se le sonrojaban las mejillas–. Estamos casados, Tyler. ¡Casados! No puedes hacer como si no lo estuviéramos. Aunque me gustaría que no hubiera sucedido, debemos enfrentarnos a ello y hablar. Has elegido el peor momento para no hacerme caso a causa de tu trabajo.

–Lo sé –le tendió las manos en un gesto de apaciguamiento. Le dolió darse cuenta de lo consternada que estaba ella por la situación, pero ya nada podía hacer. Su trabajo estaba por encima de un falso matrimonio, aunque fuera con su mejor amiga–. Sé que hubiera debido llamarte, y te pido perdón. He tomado un avión hasta aquí en cuanto he podido para poder hablar contigo en persona.

Eso pareció calmarla. Bajó los brazos y relajó los hombros. Pero su mirada seguía siendo de preocupación. Algo iba mal. Había algo más que su enfado con él.

Conocía a Amelia mejor que nadie. Por teléfono, notaba si le pasaba algo, por lo que, frente a ella, era imposible no percatarse de que algo no iba bien.

Ella volvió a cruzarse de brazos y él observó que no llevaba el anillo de casada. Él fue consciente del suyo en el dedo. No sabía por qué, pero lo había llevado fielmente desde la boda. Lo irritó saber que era el único.

–¿Dónde está el anillo?

–En casa, en el joyero. Hasta hace cinco minutos, nadie sabía que me había casado, Tyler. No puedo ir luciendo un diamante gigante sin que me hagan un montón de preguntas.