Tres crímenes rituales - Marcel Jouhandeau - E-Book

Tres crímenes rituales E-Book

Marcel Jouhandeau

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Beschreibung

Este libro escrito en 1962, uno de los más breves de Marcel Jouhandeau, es, sin embargo, uno de los más intensos y lúcidos de su producción. El volumen, de aires gideanos, recoge reflexiones sobre tres de los crímenes más célebres y horrendos de su tiempo: el de los amantes de Vendôme, en el que Denise Labbé mata a su hija a causa del amor que profesa a su novio, acusado de ser el instigador; el proceso del doctor Évenou, un personaje diabólico que asesina a su mujer valiéndose de su sirvienta, Simone Deschamps, tras poner en escena una especie de ritual macabro; y el crimen del cura de Uruffe, un hombre atrapado y vencido por sus pasiones y fantasmas, quien, tras matar de un tiro a su amante, le abre el vientre y desfigura al hijo que esta llevaba en su seno. Tres casos reales, ampliamente documentados en periódicos y anales de la época, que conmovieron a la Francia de posguerra, y que Jouhandeau disecciona con habilidad de cirujano para mostrarnos los recovecos más oscuros del alma humana.

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Tres crímenes rituales

Marcel Jouhandeau

Traducción del francés e introducción a cargo de

Eduardo Berti

Introducción

por Eduardo Berti

A veces, cuando mis ojos se posan en el criminal que se dirige a la prisión o al cadalso, me siento un poco culpable con él. Me digo que faltó muy poco para que, tal vez, mi destino fuera tan trágico como el suyo.

—Marcel Jouhandeau—

Réflexions sur la vie et le bonheur

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Los tres crímenes de los que se ocupa Marcel Jouhandeau (1888-1979) en este libro fueron célebres en su tiempo y figuraron en las páginas más visibles de la prensa francesa de los años cincuenta, sobre todo en publicaciones como la revista Qui? Détective que, editada en Francia entre 1928 y 1979 y dirigida en una primera etapa por Georges Kessel (hermano del escritor Joseph Kessel), llegó a vender más de 250 mil ejemplares y hoy perdura como cabal ejemplo de esa prensa sensacionalista dedicada a explorar sangrientos casos policiales.

El primero de los tres crímenes condujo al proceso civil más escandaloso de la posguerra francesa, a tal extremo que Jean Cocteau habló de «juicio del siglo»: Denise Labbé ha ahogado a su hija de dos años (Catherine) en un recipiente para lavar la ropa, y a su novio (Jacques Algarron) se le acusa de haber instigado el crimen con unas cartas ardientes donde habla de plasmar su amor mediante el sacrificio de la niña.

Hija de un empleado de correos, Denise Labbé tiene dieciocho años y trabaja en la ciudad de Rennes como secretaria cuando queda embarazada de un médico seis años mayor que ella. El médico escapa a Indochina. Denise alumbra a Catherine y de inmediato se marcha por un tiempo a París, confiando a su hija a una nodriza. En marzo de 1954, de regreso en Rennes, conoce a un estudiante de filosofía de veinticuatro años, hijo natural de un militar. Se llama Jacques Algarron y ha tenido una historia similar a la suya pues fue padre, accidentalmente, a los diecisiete años. Durante el apasionado noviazgo con Algarron, que dura unos siete meses, Denise intenta matar a Cathy en cuatro oportunidades, las tres primeras fallidas de manera casi milagrosa. El crimen ocurre el 6 de noviembre de 1954. El juicio se celebra en 1956, en los tribunales de Blois. A Denise Labbé la defiende el abogado Maurice Garçon; Algarron es defendido por un tal Floriot. Ella será condenada a perpetuidad; él recibirá un castigo de veinte años. El veredicto que implica a Algarron es el más polémico de los dos. ¿Hasta dónde puede incriminarse al instigador intelectual de un homicidio? Louis Pauwels escribe en Paris-Presse que la justicia humana se apoya en «una idea pura» pero obra con «medios dudosos». Y que «el caso Algarron solo podía juzgarse a partir de interpretaciones psicológicas».

El segundo caso que ocupa a Jouhandeau fue cubierto en su oportunidad por decenas de cronistas: desde un corresponsal de la revista Time, que comentó la noticia el 17 de junio de 1957, hasta la mismísima Marguerite Duras, quien consagró al hecho un artículo publicado en France-Observateur y recogido más tarde en su libro Outside bajo el título «Horror en Choisy-le-Roi». «Pido excusas por no estar acostumbrada a las audiencias criminales», afirma allí Duras. «Yo no sabía que le cortaran la palabra a los acusados hasta este punto. No pueden hablar, si no se les pregunta. Y cuando se levantan para hablar, no se les deja tiempo para hacerlo.»

El «caso Deschamps» tiene como primer protagonista al doctor Yves Évenou, un respetadísimo médico y héroe de la resistencia que llegó a trabajar en la alcaldía de Choisy-le-Roi (suburbio de París, de camino hacia el aeropuerto de Orly) y que habita en el número 13 del Boulevard des Alliés, en una mansión que perteneció a la marquesa de Pompadour, la famosa amante de Luis XV. El 1º de junio de 1957, el inspector de policía Victor Clot recibe la noticia de que la esposa del doctor (Marie-Claire Évenou) ha sido hallada muerta en su cama. Indagando, Clot descubre que una habitación de la mansión la ocupa la madre de Évenou y que en la otra se hospeda la hija de un paciente de Évenou: una tal Simone Deschamps, soltera de cuarenta y siete años, quien se encarga de coser y de cumplir diversas tareas domésticas.

El inspector Clot no tarda en saber que Évenou es una especie de doctor Jeckyll que ha tenido dos esposas previas (las dos llamadas de igual modo: Paulette), que arrastra deudas importantes y que, a escondidas de todo el mundo, celebra orgías (a menudo, con algunas de sus pacientes), pero le cuesta entender el móvil del homicidio y el rol que ha podido jugar Simone Deschamps, tan poco atractiva al lado de Marie-Claire. Todo empieza a aclararse cuando un comerciante de Choisy-le-Roi admite haberle vendido un cuchillo a Simone el mismo día del asesinato.

El doctor Évenou intenta suicidarse días antes del juicio y muere en la prisión de Fresnes, el 7 de febrero de 1958. Al tribunal acude únicamente Simone Deschamps («la última persona que cuenta en este proceso», observa Duras), quien será condenada a cadena perpetua el 15 de octubre de ese mismo año.

El tercer y último crimen, conocido en su momento como «el caso del cura de Uruffe», tuvo como protagonista al sacerdote católico Guy Desnoyers (1920-2010). Nacido en Haplemont, en el seno de una familia campesina, Desnoyers tiene veintiséis años y es el flamante vicario de la ciudad de Blâmont (en la región de Lorena) cuando vive su primera aventura con una mujer, una tal Madelaine, con quien se seguirá viendo durante una década, hasta octubre de 1956. En 1950 lo nombran cura de una aldea llamada Uruffe, en la que habitan menos de cuatrocientas personas. En diciembre de 1953 concibe allí un hijo con una adolescente de quince años, Michèle o Michelle Léonard, a quien convence de parir a escondidas y abandonar al bebé.

La joven Régine Fays, también de Uruffe, conoce a Desnoyers en el marco de una actividad teatral organizada por el cura y pronto queda embarazada de él. Con la complicidad del sacerdote, Régine intenta convencer a su padre de que fue violada por un joven de la región, a la salida de una fiesta. Pero se niega a abortar y todo el pueblo de Uruffe mira a Desnoyers con creciente desconfianza. Cuando Desnoyers asesina a Régine, el 3 de diciembre de 1956, ella ha ingresado en su octavo mes de embarazo. Al matarla, también mata al bebé.

La Iglesia intenta acallar el escándalo, pero un sonado juicio se celebra en enero de 1958, en la ciudad de Nancy. La multitud reunida a las puertas del Palacio de Justicia reclama la pena de muerte para Desnoyers ante los ojos del futuro escritor y director de cine Claude Lanzmann, quien cubre el caso para France Dimanche y lo evocará, muchos años después, en su libro La liebre de la Patagonia. Se trata, para Lanzmann, de un juicio presidido por un juez «al que, ante todo, le importaba que no se formulasen las verdaderas preguntas».

El 26 de enero, al cabo de dos horas de deliberaciones, los veinte miembros del jurado emiten su veredicto: cadena perpetua para el sacerdote. En agosto de 1978, tras cumplir entre rejas veintidós años, Desnoyers obtiene la libertad condicional. Morirá otros veintidós años después, en abril de 2010, retirado (escondido, podría decirse) en la abadía de Sainte-Anne, en el departamento de Morbihan.

ii

En su ensayoEscritores delincuentes, José Ovejero escudriña largamente «la atracción, a veces identificación, entre intelectuales y delincuentes, más si estos últimos son cultos o muestran cierto refinamiento ideológico».

Tres crímenes rituales se inscribe, ante todo, en la tradición de Souvenirs de la cour d’assises de André Gide o, incluso, de L’affaire Dominici de Jean Giono: crónicas judiciales que no excluyen un examen de las posibles motivaciones de los delincuentes. Los tres crímenes que interesan a Jouhandeau no solamente conducen a las reflexiones de su epílogo, sino que asimismo dialogan con algunos de los pilares de su obra narrativa: el sacerdocio y la moral de los pequeños pueblos, dos asuntos que vivió y sufrió en carne propia, y también el análisis puntilloso de las relaciones amorosas, algo que exploró en clave autobiográfica en las Chroniques maritales o en las Scenes de la vie conyugal.

Hasta los diecisiete años, Jouhandeau aseguraba a todos que sería sacerdote. «Creo que me quedó algo de esa vocación. (…) En la doble tarea que me he arrogado, la de enseñar y la de escribir, no he cesado de sentirme, en forma apenas consciente, revestido de un carácter sagrado», diría décadas más tarde quien se definía a sí mismo como una extraña combinación de católico torturado con moralista libertino. «El tono, el doble registro que parece convenirle a mi persona, es la mezcla de misticismo e ironía», indica en un bello libro llamado Le Moi-Même, donde toma como punto de partida unos cincuenta retratos suyos, todos hechos por el mismo fotógrafo (Daniel Wallard), como excusa para una serie de textos donde indaga en su personalidad y también en su aspecto físico. Nacido con un defecto en el labio superior (una marca que le hacía afimar que, al llegar al mundo, lo había herido el beso de Dios en la boca), Jouhandeau se quebró la nariz cuando tenía unos diez años y la deformación en su tabique nasal le dejó para siempre una voz «como amortiguada».

Este adjetivo, «amortiguado», resulta bastante útil para describir el tono de una obra que, sin excesivo énfasis, medio en sordina, ha abordado temas mucho más terrenales que celestiales. Ocurre, como es sabido, que a la larga la vocación literaria se impuso sobre la vocación religiosa, confirmando algo que él «presentía desde la infancia»: que «Dios sería derrotado por el Hombre».

«Jouhandeau nos arroja a un mundo sometido no solo a la doctrina cristiana, sino a múltiples dogmas que escapan a cualquier comprobación, un mundo que se tambalea sobre las brasas del infierno», escribió Hugues Bachelot en el prólogo a la edición española de