Un amor de lujo - Natalie Anderson - E-Book
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Un amor de lujo E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

¡A merced de un ardiente millonario! Bella siempre se había sentido como el patito feo de su familia, pero después de una noche con el increíblemente sexy Owen, se sintió como un hermoso cisne. Claro que eso fue hasta que se dio cuenta de que Owen no era el tipo normal y corriente que ella había creído... Cuando descubrió que era multimillonario, le entró verdadero pánico, porque ésa era justamente la clase de hombres a los que solía evitar. Sin embargo, Owen no estaba dispuesto a dejar que Bella volviese a esconderse en su caparazón. Dos semanas de placer en su lujoso ático, y pronto la tendría pidiéndole más...

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Natalie Anderson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor de lujo, n.º 5527 - febrero 2017

Título original: Pleasured in the Playboy’s Penthouse

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Este título fue publicado originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

www.harpercollinsiberica.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9289-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Uno

 

¿Quería un «dios del sexo…» o mejor un «revolcón lento y sensual»? Bella no sabía qué cóctel elegir, y todos tenían unos nombres tan provocativos que dudaba que fuera capaz de pedir uno sin sonrojarse. Sobre todo sola como estaba, en la barra de aquel bar, un viernes por la noche. Seguramente el barman pensaría que estaba tirándole los tejos y al pobre le entraría pánico de solo pensarlo.

Sin embargo, hacía bastante que no se daba más capricho que una botella del vino tinto más barato del supermercado. ¿Acaso no se merecía algo mejor para celebrar su cumpleaños?

Bajó de nuevo la vista a la carta de cócteles, pero de inmediato su mente empezó a divagar. Llevaba todo el día esperando que alguien le dijera «felicidades». Un solo miembro de su familia; cualquiera. No era que hubiese esperado que le organizasen una fiesta con una tarta con sus velas, o siquiera una tarjeta. Todos habían estado muy ocupados con los preparativos de la boda de su hermana Vita, sí, pero al menos uno podía haberse acordado, se dijo. ¿Su padre, tal vez?

Pues no, como siempre, nadie pensaba en ella. Era algo así como la mascota de la familia, como un perro o un gato. Todos sabían que estaba ahí, pero nadie le prestaba demasiada atención. Solo cuando metía la pata y se ponía en ridículo se acordaban de ella.

Había sido una buena idea ofrecerse voluntaria para supervisar la decoración del salón donde iba a celebrarse el banquete. Así había podido evitar a su familia y a los invitados durante todo el día. Por irónico que fuera, se sentía más cómoda con los camareros y el resto del personal del exclusivo complejo turístico.

Cuando habían hecho un descanso para almorzar, había visto, a través de los ventanales del salón, a su familia paseando por la playa. Cualquiera diría que la paradisíaca Waiheke, una de las islas de Nueva Zelanda, había sido tomada por una convención de ejecutivos. Eran como clones, todos tan guapos y trajeados, con su ropa de firma y sus carísimas gafas de sol, haciendo alarde del éxito que habían cosechado en la vida. Eso si por éxito se entendía tener un trabajo de altos vuelos, ganar mucho dinero, y tener una pareja de su mismo estatus.

Hacía un tiempo, solo por dar gusto a su familia, ella había estado saliendo con un tipo así, la clase de hombre al que sabía que aprobarían. ¡Menudo desastre había sido! Y lo más hiriente era que aún no se creían que hubiese sido de ella la decisión de romper.

Después de dar el visto bueno a los últimos toques de la decoración del salón del banquete, se había ido derecha al bar del complejo turístico para celebrar sola su cumpleaños. Brindaría por aquel nuevo año de su vida, y por el que acababa de terminar, aunque no hubiese mucho que celebrar.

Su familia había hablado de ir todos a cenar, pero al final la idea había quedado en nada, y probablemente solo fueran a tomar unas copas a uno de los locales cerca de la playa. Mejor. No tenía fuerzas para enfrentarse a las inevitables preguntas de sus parientes sobre su carrera y su vida amorosa, ni a las miradas de lástima de sus tías.

Bastante tendría que aguantar el día siguiente, en la boda. «No, hoy es mi cumpleaños y voy a pasar las pocas horas que quedan de él haciendo lo que me apetezca», se dijo.

Mientras esperaba a que la atendieran, evitó mirar a su alrededor y fingió que no se sentía incómoda por estar allí sola. Se imaginaría que era una mujer cosmopolita, la clase de mujer que se veía capaz de conquistar el mundo y jugaba siempre según sus propias reglas. La clase de mujer que hacía lo que quería y vivía a tope. Sería un buen entrenamiento para el día siguiente, cuando tuviese que enfrentarse a Rex y a Celia. Era una de las cosas buenas que tenía el ser actriz, bueno, aspirante a actriz, que podía interpretar un papel para que las cosas le afectasen menos.

Volvió a releer la carta de cócteles, murmurando para sí mientras intentaba decidirse.

—¿Quiero «sexo en la playa» o un «orgasmo colosal»?

—¿Por qué escoger?

Bella giró la cabeza. Había un tipo de pie, a su lado, un tipo guapísimo: alto, moreno, y con los ojos más azules que había visto nunca. Mientras lo miraba anonadada, añadió:

—¿Por qué renunciar a lo uno o a lo otro cuando puedes tener las dos cosas?

¿Sexo en la playa y un orgasmo colosal? Bella sintió que una ola de calor la invadía.

Debía ser la única persona alojada en el complejo turístico que no estaba allí por la boda. O quizá sí, se dijo. Probablemente sería el acompañante de una de sus primas. Sintió una punzada de decepción de solo pensarlo, pero no llevaba un traje de Armani, y si fuera el acompañante de una de sus primas no estaría allí solo. No, aquel tipo llevaba unos vaqueros gastados, unos mocasines náuticos y un polo gris claro de manga larga. Era un alivio ver a alguien vestido de manera informal.

Aquellos ojos azules le sonrieron y recorrieron su figura, haciéndola sentirse incómoda, y como tantas otras veces deseó haber heredado el gen del glamour que tenía toda su familia, porque en ese momento era la antítesis absoluta del glamour. Estaba sudando, tenía varias picaduras de mosquitos, y una quemadura que le atravesaba el escote porque había olvidado aplicarse en esa zona la protección solar. Por no mencionar la blusa amarilleada y la falda de flores comprada en las rebajas que llevaba.

Mientras admiraba su mandíbula, que parecía esculpida con un cincel, Bella se lamentó por no haber pasado por su habitación antes de ir allí para arreglarse un poco.

Con esas pintas era imposible que ningún hombre se fijara en ella. Con disimulo, paseó la mirada por el local y vio que era la única mujer en el bar, y que aparte de ellos solo había un par de clientes más. Probablemente aquel tipo lo único que quería era charlar un rato.

El barman se les acercó, y Bella, decidida a interpretar a la perfecta mujer cosmopolita, se armó de valor y, haciendo un esfuerzo por no sonrojarse, dijo:

—Un cóctel «sexo en la playa» y un «orgasmo colosal», por favor.

No se atrevió a mirar al desconocido, pero por el rabillo del ojo le vio esbozar una sonrisa de aprobación.

—Para mí dos «orgasmos colosales» y un «sexo en la playa» —dijo él.

Bella se concentró en las manos del barman mientras este alineaba cinco vasos frente a ellos y preparaba los cócteles. Cuando los hubo servido, se alejó hacia el otro extremo de la barra para atender a otro cliente que acababa de entrar.

Temblando por dentro, Bella se disponía a tomar el primer vaso en la fila, un cóctel «sexo en la playa», pero el desconocido la detuvo, colocando su mano sobre la de ella. El corazón de Bella palpitó con fuerza, y le llevó un instante recobrar la compostura para atreverse a dirigirle una mirada interrogante, rogando por que pareciera la de una mujer sofisticada.

Los ojos de él brillaron con humor.

—¿Por qué no darte primero el placer de un «orgasmo colosal»? —le dijo, y Bella sintió que las mejillas le ardían—. Luego puedes repetir si te gusta —añadió con una sonrisa sensual.

Quitó su mano de encima de la de ella, y Bella, aturdida, tomó el vaso que había junto al primero.

—¿Y tú? —le preguntó.

No sabía por qué, pero su voz había sonado como un susurro.

—Las damas primero.

Bella se llevó el vaso a los labios, sorprendida de que no le temblara la mano, y se bebió el cóctel de un trago. Esperó a que se le pasase la sensación de quemazón en la garganta, y volvió a dejar el vaso en la barra.

Él alargó su mano hacia un «sexo en la playa», pero se quedó parado, como esperando a que ella tomara el otro. Bella lo tomó, lo miró a los ojos, y se llevó el vaso a los labios. Luego, los dos bebieron a un tiempo.

Él dejó su vaso en la barra con un golpe seco, tomó uno de los dos «orgasmos colosales» que quedaban y le señaló el otro con la cabeza a Bella.

—Ese es para ti —le dijo con una sonrisa juguetona.

Bella no fue capaz de negarse, así que tomó el vaso y, fijando sus ojos en él, se lo bebió. Él hizo lo mismo apenas medio segundo después.

Esa vez a Bella le llevó un poco más recuperarse del fuego que le quemaba la garganta, y se quedó mirando un buen rato los cinco vasos vacíos frente a ellos antes de girar la cabeza hacia el desconocido.

Ya no estaba sonriendo. O al menos sus labios no sonreían. Sus ojos la miraban fijamente, y Bella sintió que se apoderaba de ella una ráfaga de calor que no sabía muy bien si se debía al alcohol, o más bien al fuego de su mirada.

Dios. Inspiró, y él bajó la vista a su boca, pero Bella apretó los labios y se apresuró a girar de nuevo la cabeza hacia la barra. No debería haberlo mirado.

—Gracias —murmuró, observándolo por el rabillo del ojo de nuevo.

Él se encogió de hombros y esbozó una sonrisa.

—Bueno, ¿y esto es una celebración, o estás ahogando tus penas? —le preguntó él.

Bella se volvió hacia él.

—Una celebración.

Él la miró sorprendido, y no era de extrañar. Nadie se iba a un bar a beber solo cuando tenía algo que celebrar.

—Es mi cumpleaños.

—Ah. ¿Cuántos cumples?

¿Acaso no sabía que no era de buena educación preguntarle a una mujer su edad?, se dijo Bella, conteniendo una risita. Pero era tan guapo que decidió perdonárselo. Además, tenía la impresión de que era así de atrevido por naturaleza.

—Taitantos —respondió juguetona.

—¿Perdón? —preguntó él, sonriendo divertido.

—Taitantos —repitió ella.

Estaba comportándose como una adolescente, sí, ¿y qué? Era su cumpleaños y podía hacer lo que quisiera. Y eso incluía flirtear con extraños.

—O no me lo quieres decir, o es que antes de que yo llegara te has tomado alguna copa más y se te traba la lengua —bromeó él, con una sonrisa seductora.

—No, esas tres copas que me he tomado contigo eran las primeras.

—Y las últimas —respondió él antes de llamar al barman—. Un vino blanco suave con gaseosa para ella, y un martini para mí.

—¿Quién quiere vino? —protestó ella cuando el camarero se alejó—. Lo último que me apetece ahora es vino.

Necesitaba algo más fuerte, algo con fuego como lo que acababan de tomar, algo que se llevase aquella sensación de amarga soledad y decepción que la corroía por dentro.

—Venga, sé que necesitas contarlo; ¿por qué estás aquí sola?

—No estoy sola. Mi familia también está aquí. Estamos todos alojados en este complejo turístico; mi hermana se casa mañana.

Él enarcó las cejas.

—¿Y cómo es que no están celebrando contigo tu cumpleaños?

—Se han olvidado.

—Ah —esa vez él solo esbozó un media sonrisa—. Así que la chica del cumpleaños se ha quedado sin fiesta.

Bella se encogió de hombros.

—Todos hemos estado muy ocupados con los preparativos de la boda.

En ese momento regresó el barman con el vino con gaseosa y el martini.

—Háblame de esa… boda —le pidió él, pronunciando la palabra «boda» casi como si le diera repelús.

—No hay mucho que contar. Ella es encantadora y él es un tipo agradable, con éxito y un montón de dinero.

Él ladeó la cabeza.

—¿Y tú estás algo celosa?

—¡No! —se apresuró a replicar ella, sacudiendo la cabeza. Sin embargo, sintió una punzada en el pecho.

No estaba celosa de Vita, por supuesto que no, y se alegraba por ella de corazón porque se fuera a casar. Y ella jamás habría querido casarse con alguien como Hamish.

—El novio de mi hermana no es mi tipo. En fin, es un hombre de sólidos principios en el que se puede confiar, pero… también es bastante… soso.

—Y no te gustan los hombres sosos.

—Me gustan los hombres que me hacen reír.

—Ya veo —respondió él con una sonrisa. Bella habría sonreído también si no sintiera tanta lástima de sí misma en ese momento. Él se puso serio—. Bueno, ¿y cuál es tu papel en la boda?

—Soy dama de honor —contestó Bella en un tono lastimero.

Él se rio.

—Cómo se nota que nunca has sido dama de honor.

—¿O sea que no es tu primera vez?

Bella sacudió la cabeza. Aquello era demasiado humillante.

—No, la cuarta.

Y sí, ya sabía lo que decían de que quien había sido dama de honor tres veces nunca se casaría. Sus tías se encargarían de recordárselo el día siguiente.

—¿Y el padrino qué tal es?

Otro cliché: el de que si eras dama de honor podías acabar liándote con el padrino.

Bella no pudo evitar contraer el rostro. ¿Era o no mala suerte que su exnovio tuviera que ser precisamente el mejor amigo de Hamish y fuera a ser el padrino en la boda?

—¿Tan mal está la cosa? —inquirió él al ver la cara que había puesto.

—Peor —dijo Bella.

Peor porque después de haber roto con él, y sí, era ella quien había roto con él, Rex había empezado a salir con la más perfecta de sus primas, Celia. Y por supuesto nadie en la familia podía creerse que hubiera sido ella quien lo había dejado. ¿Cómo iba nadie, con un mínimo de sentido común, dejar escapar a un partidazo como Rex? Por eso, como creían que era él quien la había dejado, le tenían lástima. Pobre, no solo era incapaz de encontrar un buen trabajo, sino que también era incapaz de retener a su lado a un hombre como Rex. No era de extrañar que su padre la tratase como a una niña. Y tal vez lo fuera, porque aún seguía viviendo bajo su techo, y dependiendo de él.

—Invítame a la boda.

—¿Perdón?

—Eres una de las damas de honor y hermana de la novia, ¿no? Necesitarás un acompañante.

—No voy a invitar a un perfecto desconocido a la boda de mi hermana.

—¿Por qué no? Seguro que haría la boda más interesante.

—¿En qué sentido? —inquirió ella—. ¿No serás un psicópata que quiere organizar una masacre?

Él se rio.

—No. Mira, es evidente que ir a esa boda te apetece tanto como que te saquen una muela. Además, se han olvidado de tu cumpleaños, y me parece que tienes todo el derecho a hacer lo que quieras, a hacer algo que te resulta tentador.

—¿Crees que eres tentador? —inquirió ella enarcando una ceja.

De acuerdo, sí, vaya si lo era, pero parecía que también era un tanto fanfarrón.

Él se inclinó hacia delante.

—Creo que lo que te tienta es la idea de hacer algo inesperado.

Estaba retándola. Bella casi sonrió. Ya lo creía que sería inesperado. Y sí, era una idea tentadora. Era lo que siempre había querido: diferenciarse de su conservadora y aburrida familia. ¿Y qué sería más impactante que presentarse del brazo del hombre más guapo que había conocido en toda su vida?

Sin embargo, vaciló.

—No puedo invitarte; apenas te conozco.

Él se inclinó un poco más hacia ella.

—Pero tenemos toda la noche por delante para conocernos.

Capítulo Dos

 

¿Toda la noche? El corazón de Bella palpitó con fuerza, y una sonrisa traviesa acudió a los labios de él.

—Venga, ¿qué quieres saber de mí? Pregúntame lo que quieras.

Bella rehuyó su intensa mirada.

—De acuerdo. ¿Estás casado? —mejor despejar ya ese punto, pensó.

—No, ni lo he estado, ni pienso casarme.

—¿Tienes pareja? Y si tienes, ¿vivís juntos?

—En respuesta a tu primera pregunta… no, no tengo pareja. Y respecto a lo otro… ¿dejar que una mujer se venga a vivir a mi apartamento? Ni muerto.

Bella se quedó callada un momento. Estaba dejándole bien claro que no le gustaban los compromisos.

—¿No serás gay? —le preguntó para picarlo.

Él le dirigió una mirada divertida, y dijo muy fanfarrón:

—¿Te basta con mi palabra de que no lo soy, o necesitas que te lo demuestre?

Umm… Un desafío. Pero Bella no se encontraba preparada aún para eso.

—¿Enfermedades? —le preguntó mordaz.

Él se lo tomó con humor.

—Creo que por parte de mi padre ha habido algún caso de diabetes, pero no suele darse antes de los sesenta.

Ella reprimió una sonrisa.

—¿A qué te dedicas?

—Trabajo con ordenadores.

Bella casi resopló. Eso podía significar cualquier cosa.

—¿Con ordenadores? ¿Eres programador o algo así?

Él ladeó la cabeza y, por primera vez, desvió la vista hacia otro lado.

—Algo así.

—Aaah —dijo ella asintiendo, como si aquello le encajase, y arrugó la nariz.

—¿Cómo que aaah? —inquirió él irguiéndose en su asiento—. ¿Y a qué viene ese gesto de desaprobación?

—¿No sabes cuál es el perfil de quienes se suelen descargar porno? Son hombres solteros, raritos, de esos que están obsesionados con la informática, entre los veinticinco y los treinta y cinco años —le contestó ella con malicia—. Seguro que eres un pervertido y que te gusta la saga esa de videojuegos en los que la protagonista es una chica con unos pechos como melones y cintura de avispa capaz de dejar inconscientes a cinco tíos en tres segundos.

—Ya veo —una amplia sonrisa se dibujó en los labios de él, y sus ojos brillaron, como prometiéndole que luego se vengaría de ella por eso—. Pues es cierto que estoy soltero, que me gusta la informática y estoy en esa franja de edad, pero no necesito el porno ni soy uno de esos tipos raritos.

—Eso es lo que tú dices.

La verdad era que no parecía un friki, pero era divertido hacerle rabiar. Él se rio, y le preguntó:

—¿No debería tener el pelo largo, lacio y grasiento y llevar gafas?

Cierto. Tenía el pelo corto y engominado, y no, no llevaba gafas, y tenía unos ojos increíbles.

—¿Acaso un friki tendría unos músculos como estos? —añadió él, dándose una palmada en el bíceps—. Anda, toca.

Vacilante, Bella alargó la mano y le tocó el bíceps con el dedo. Lo tenía duro como una piedra. Maravillada, no pudo contenerse y lo tocó de nuevo, esa vez con toda la mano, a través de la manga larga del polo, pero pronto sintió que estaba acalorándose y, segura de que debía estar roja como un tomate, apartó la mano y tomó un sorbo del vino con gaseosa.

Él la picó con una mirada de «te lo dije».

—Bah, seguro que llevas relleno debajo del polo o algo así —murmuró ella desdeñosa para fastidiarle.

—Muy bien, si no te lo crees… —él se levantó el polo, y antes de que Bella pudiera reaccionar, le tomó la mano y colocó la palma contra los músculos de su abdomen.

Bella se quedó aturdida y su mente se paralizó, pero su mano no. La piel desnuda del estómago de él era cálida, y al bajar un poco la mano notó la ligera aspereza de su vello púbico. No, aquel no era el cuerpo de un tipo enclenque que se pasaba horas y horas delante de la pantalla de un ordenador.

—¿Y qué me dices de este moreno, eh? —dijo levantándose una manga para mostrarle el bronceado antebrazo.

Ella se quedó mirándolo embobada. Era un antebrazo fuerte y muy sexy. Podía ver claramente la silueta de las venas que descendían hasta la muñeca.

—¿Tienes ese mismo bronceado por todo el cuerpo? —le preguntó cuando recobró la capacidad de hablar.

—Si tienes suerte, a lo mejor lo averiguas.

De cualquier hombre que le hubiera respondido eso, Bella habría pensado que tenía bastantes humos, pero por cómo se rio él luego, era evidente que solo estaba bromeando.

—¿Y entonces cómo es que estás soltero? Quiero decir que, si eres tan buen partido, ¿cómo es que no te han echado ya el lazo?

—Me parece que no entiendes cómo va el juego, encanto —murmuró él—. Yo no soy la presa, sino el depredador.

—Pues entonces no debes de ser muy bueno cazando. ¿Dónde está tu presa de esta noche?

Él se limitó a enarcar las cejas, como si fuera evidente, antes de guiñarle un ojo. Bella apretó los labios, reprimiendo a duras penas una sonrisa.

—¿Y sales de caza a menudo?

Él se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Soy como un depredador que caza piezas grandes: cuando cazo una, me dura algún tiempo —la miró a los ojos—. Y solo cazo cuando veo una pieza verdaderamente jugosa.

Jugosa, ¿eh? Ella desde luego se notaba cada vez más húmeda y en su mente una voz gritaba «cómeme».

—Pero no retienes a tus presas.

—No —respondió él, negando con la cabeza—. Las cazo y luego las dejo libres.

—¿Y qué pasa si tu presa no quiere que la liberes?

—Siempre me aseguro de que mis presas comprendan las reglas del juego. Pero, de todos modos, aunque no sea así, puedo decirte que al poco tiempo acaban queriendo escapar.

Bella lo miró boquiabierta. No podía imaginar que ninguna mujer pudiera querer escapar de las redes de un tipo como aquel.

Él esbozó una sonrisa amarga.

—Lo sé porque me lo han dicho, que soy muy egoísta.

—¿Y nunca te has sentido tentado de retener a una de tus presas?

—No.

—¿Por qué no?

Aquella fue la primera vez que él se puso serio de verdad.

—Porque nada es eterno. Las cosas cambian —hizo una pausa y sus ojos volvieron a brillar traviesos—. Lo mejor es poder hacer lo que quieras cuando quieras.

—¿Y después?