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¿Trabajo nuevo? Sí. ¿Guapísimo jefe? ¡Sí! Para la trabajadora Ruby, el hecho de aceptar el puesto de ama de llaves para un misterioso magnate de la televisión que estaba ausente era fácil. Sin embargo, cuando él regresó, Ruby se dio cuenta rápidamente de que trabajar para el atractivo Sebastian iba a ser un desafío. El fallecimiento de su esposa había dejado a Sebastian muy cauteloso en lo que se refería a sus sentimientos, pero no podía negar el fuego que sentía con su irresistible ama de llaves. Un tórrido encuentro debería aplacar sus deseos, pero Sebastian nunca había imaginado que la tímida Ruby encajaría en su lujoso mundo tan perfectamente…
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Miranda Lee
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un apasionado acuerdo, n.º 2875 - septiembre 2021
Título original: The Billionaire’s Cinderella Housekeeper
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-917-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Si te ha gustado este libro…
ENTONCES, ¿estás buscando un puesto de ama de llaves interna, Ruby? –le preguntó la señora.
Ruby notó el escepticismo en la voz de la mujer. Lo había oído también antes, en las otras agencias de empleo en las que había estado. Contuvo un suspiro. Si no podía conseguir un puesto de interna, tendría que aceptar la propuesta de Oliver o Liam, que se habían ofrecido a acomodarla. Sin embargo, Ruby no quería vivir con ninguno de sus hermanos. Los dos acababan de empezar a vivir con sus parejas y necesitaban su propio espacio. Igual que ella.
–Supongo que entenderás que Amas de casa de alquiler no tiene a menudo ese perfil de empleo. Nosotros nos especializamos más en amas de llaves externas, casi nunca internas. La mayoría de mis chicas son mujeres casadas que quieren ganar dinero mientras sus hijos están en el colegio.
–Entiendo –dijo Ruby con voz plana. Evidentemente, había sido un error regresar a Sídney para tratar de empezar una vida real.
En ese momento, el teléfono que había sobre el escritorio empezó a sonar. Barbara, la directora de Amas de casa de alquiler, levantó el auricular mientras murmuraba una disculpa.
Ruby no prestó mucha atención a la conversación. Desconectó y se puso a pensar en lo que iba a hacer. Había sido una estúpida al pensar que sería fácil conseguir un puesto de ama de llaves interna en Sídney.
Ya no le atraía retomar su estilo de vida nómada. Había servido para su propósito en los últimos cinco años y le había dado el tiempo que tan desesperadamente necesitaba. Sin embargo, cuando cumplió treinta años, había empezado a crecer un extraño anhelo dentro de ella, el anhelo de sentar la cabeza y hacer algo válido con su vida.
Por supuesto, el matrimonio no. Ruby se echó a temblar con solo pensarlo. Después de la decepción con Jason hacía algunos años, Ruby había decidido que el matrimonio nunca sería para ella. El matrimonio significaba amar y confiarle a un hombre su felicidad y aquello era algo que Ruby no podía ni siquiera imaginarse.
Con las experiencias vividas con Jason, su primer novio Bailey y su propio padre, resultaba inevitable que hubiera terminado tomando la decisión de fiarse solo de sí misma. Así, podía disfrutar de la libertad de las complicaciones emocionales que se asociaban con los novios y con el sexo.
Poco a poco, empezó a pensar que podría hacerse trabajadora social. Durante los años que había pasado viajando y trabajando por toda Queensland y el norte de Nueva Gales del Sur, se había encontrado con muchos desgraciados que podrían haber tenido una vida muy diferente si alguien les hubiera dado una oportunidad. El único problema con eso era que, en la actualidad, para trabajar de asistente social, había que tener un título universitario.
Por ello, a Ruby se le había ocurrido un plan. Sobre el papel, parecía muy sencillo. Regresaría a Sídney, encontraría un puesto de ama de llaves interna, porque, de esa manera, no tendría que pagar el alquiler. Además, así podría utilizar su tiempo libre para hacer un curso online con el que poder entrar en la universidad y así poder realizar los estudios para convertirse en asistente social.
Desgraciadamente, su plan parecía tener solo un fallo. Nadie la contrataba. Ruby sospechaba que su falta de experiencia era la principal razón para que siempre la rechazaran, aunque en una de las agencias le habían sugerido que su aspecto era demasiado sexy. Estaba empezando a aceptar que no le iba a quedar más remedio que vivir con uno de sus hermanos hasta que pudiera conseguir un trabajo de camarera, un empleo para el que tenía la preparación suficiente y en el que su aspecto sexy no sería una desventaja. Cuando tuviera suficiente dinero, alquilaría una habitación en otro lugar para poder estudiar en paz. Esa posibilidad no era tan buena como su plan original, pero tendría que conformarse.
–Entiendo –dijo Barbara lentamente–. Este puesto no será algo permanente, señor Marshall, porque su ama de llaves se reincorporará a su puesto de trabajo más adelante. Ese caso –prosiguió mientras miraba a Ruby–, tengo una candidata que podría encajar muy bien en lo que usted pide. Sí, tiene unas referencias impecables.
Ruby asintió con entusiasmo.
–Da la casualidad de que está aquí ahora mismo. ¿Le gustaría hablar con ella? Bien. Se llama Ruby. Se la paso.
Barbara le dio el teléfono a Ruby indicándole con la mirada que todo dependía de ella.
–¿Sí? –dijo después de tragar saliva. No era una persona nerviosa, pero necesitaba aquel trabajo.
–Hola, Ruby –respondió el señor Marshall con una voz muy profunda y masculina–. Lo primero que me gustaría preguntarte es si has trabajado en una casa antes.
–Profesionalmente, no, pero me ocupé de mi familia desde los dieciocho años hasta los veinticinco. Mi madre estaba enferma –respondió. Decidió seguir hablando para que él no pudiera preguntarle por qué. No quería explicar que su madre había muerto de cáncer de ovarios un año después de que ella terminara el instituto. Su padre le dejó a ella a cargo de sus hermanos, de los que tuvo que ocuparse hasta que consiguió que fueran a la universidad. El muy canalla los abandonó dos meses después del entierro de la madre para irse a vivir con su amante. Les dejó la casa familiar, sí, y les pagaba las facturas, pero ahí terminó todo su apoyo–. Me ocupaba de la cocina y de la limpieza –añadió.
–Tu madre debió de sentirse muy orgullosa de ti. ¿Se encuentra bien ahora?
–No –tuvo Ruby que admitir por fin, apretando los dientes–. Falleció. De cáncer.
–Maldito cáncer –murmuró el señor Marshall. Entonces, permaneció en silencio unos segundos–. Lo siento. Mi esposa murió de cáncer… Bueno, volvamos a lo que nos importa. ¿Cuántos años tienes, Ruby?
–Treinta.
–Entiendo. ¿Y qué has estado haciendo desde que tu madre murió?
Evidentemente, el señor Marshall pensaba que la madre de Ruby había muerto recientemente y no más de diez años atrás. Ruby decidió no corregirle al respecto para no tener que responder preguntas incómodas que, en realidad, no eran relevantes para la entrevista. Odiaba hablar de ese periodo de su vida. Lo odiaba.
–Bueno, yo siempre he trabajado a tiempo parcial en el mundo de la hostelería, incluso cuando estaba estudiando. Recorrí Queensland y el norte de Nueva Gales del Sur, trabajando en varios hoteles y clubes. He hecho muchas cosas, desde servir detrás de la barra, camarera e incluso he trabajado como recepcionista. Sin embargo, ya estoy un poco cansada de esa vida, por lo que he decidido regresar a Sídney para encontrar un trabajo adecuado que me permita estudiar en la universidad. Quiero graduarme en Ciencias Sociales.
–Eso está muy bien y pareces muy agradable, tal y como ocurre siempre con las mujeres que recomienda Barbara. No dudo de su buen criterio, por lo que estoy seguro de que serás adecuada para el trabajo. Desgraciadamente, yo ahora estoy en Londres y no regresaré a Sídney hasta dentro de una semana. No me gusta dejar mi casa vacía, así que esto será lo que haremos. Mi hermana vive en Sídney, en una zona cercana. Yo vivo en Mosman. Ella tiene las llaves de mi casa. Me pondré en contacto con ella y haré que se reúna contigo mañana por la mañana. Ella te podrá mostrar la casa y responder todas las preguntas que puedas tener sobre mí. Si lo quieres, el trabajo es tuyo, Ruby.
¿Que si lo quería? Claro que lo quería. ¡Estaba loca de contenta! El señor Marshall parecía un hombre muy agradable.
–Señor Marshall, eso es maravilloso. Le prometo que me esforzaré mucho en mi trabajo.
–Estoy seguro de ello. Ahora, ¿le puedes pasar el teléfono de nuevo a Barbara para que le pueda dar el teléfono y la dirección de mi hermana?
Ruby le dio el teléfono a Barbara y permaneció sentada, atónita y feliz, mientras Barbara hablaba con el señor Marshall y anotaba los datos en su ordenador. Cuando por fin colgó el teléfono, Barbara la miró sonriendo.
–Has tenido mucha suerte, Ruby. El señor Marshall es en realidad Sebastian Marshall, presidente de Harvest Productions. Tal vez hayas oído hablar de él.
Ruby negó con la cabeza.
–Producen varios programas de televisión de mucho éxito –añadió Barbara–. La joya de la corona es Battle en el estrado.
–Esa es una serie con mucha audiencia –afirmó Ruby a pesar de que solo la había visto en una ocasión. Sin embargo, había oído mucho al respecto y siempre había tenido la intención de verla.
–Siento que sea solo algo temporal –añadió Barbara–, pero es mejor que nada.
–Claro que sí.
–El trabajo no será muy duro. El señor Marshall es viudo y no tiene hijos.
–Entonces, ¿cuántos años tiene el señor Marshall? –preguntó. Le había sido imposible deducirlo por la voz, pero que fuera viudo sugería a alguien de cierta edad.
–Según lo que dice en Internet, cuarenta.
–Dios, ¡qué joven!
De repente, Ruby pensó en su padre, que tenía precisamente cuarenta años cuando empezó a tener una aventura. Le habían dicho que los cuarenta era una edad muy peligrosa.
Pensar en su padre siempre lograba enfurecer a Ruby. Además, por él, sus relaciones con los hombres siempre habían sido recelosas y algo cínicas. Lo último que quería era perder aquel trabajo por sus prejuicios o por no ir vestida adecuadamente.
–¿Tiene esta empresa uniforme o una manera específica de vestir?
–No. Mis chicas se ponen lo que quieran, aunque, dadas tus circunstancias –añadió Barbara con un ligero brillo en los ojos–, te sugiero que te vistas de un modo conservador y profesional.
Ruby se miró su atuendo, que consideraba razonablemente conservador. Sí, la falda le llegaba por encima de la rodilla y el top mostraba un poco el pecho, pero, según lo que se llevaba hoy en día, no resultaba provocativo. Sin embargo…
–Le agradezco mucho el consejo –dijo–. Muchas gracias.
–Veo que eres muy sensata. Ahora, me pondré en contacto con la hermana del señor Marshall y quedaré con ella para tu cita de mañana.
RUBY llegó temprano. Había esperado que sería una casa elegante. Las personas que vivían en Mosman no lo hacían en casas corrientes. Lo que encontró no le defraudó. Era muy elegante, tanto que, de hecho, le quitó el aliento.
–Dios mío –susurró mientras se bajaba del coche y la observaba completamente atónita.
La casa era blanca, de dos plantas, y con un estilo arquitectónico que le recordaba a Ruby a las mansiones georgianas que eran tan populares con la aristocracia inglesa. El jardín delantero era como el de un pequeño Versalles, con setos recortados y zonas de grava en vez de césped en las que destacaban hermosas macetas y surtidores de agua. La valla tenía una sólida base de cemento rematada con planchas de madera oscura y una puerta de seguridad de madera que se abría sobre un amplio sendero de losetas de mármol blanco. Por supuesto, Ruby no podía abrir la puerta, pero se podía ver entre los huecos que había en las planchas de madera. Durante unos instantes, se preguntó si aquella casa sería demasiado para ella. Entonces, el sentido común le aseguró que podía hacerlo. Era una mujer de muchos recursos.
Un coche que subía lentamente por la calle la sacó de sus pensamientos. Cuando vio que era una mujer la que conducía el Lexus, dedujo que tenía que ser la hermana del señor Marshall. Se alegró al ver el modo en el que la mujer le sonrió. Evidentemente, el atuendo que se había comprado la noche anterior era perfecto. Una falda fruncida negra que le llegaba hasta las rodillas y una sencilla camisa blanca que daban como resultado un atuendo muy profesional, sobre todo cuando iba combinado con unas bailarinas negras y el cabello recogido.
–Supongo que eres Ruby –le dijo la mujer cuando se acercó. Era delgada y rubia, con un aspecto muy glamuroso.
–Sí –respondió Ruby–. Y usted debe de ser la señora Chalmers.
–Así es, pero llámame Gloria –insistió ella. Sus ojos azules relucían con genuina simpatía.
–Es un nombre precioso.
–Algo pasado de moda. Yo prefiero Ruby. Bueno, ¿qué te parece la casa de mi hermano?
–Es impresionante.
–Lo es. Tengo aquí las llaves. ¿Quieres que pasemos?
–Sí, por favor.
El interior era tan elegante como la fachada. Suelos de mármol, paredes blancas, pálidas cortinas de seda y contraventanas. La cocina era maravillosa, con todos los electrodomésticos imaginables. Había también varios salones y un dormitorio en la planta de abajo, que ella se imaginó que sería para el ama de llaves. El cuarto de baño estaba justo enfrente. En la planta superior, había tres dormitorios dobles y luego una enorme suite, que tenía su propio salón, cuarto de baño y vestidor. Aunque no era una mansión, iba a necesitar muchos cuidados. Tal vez Ruby no tendría demasiado tiempo libre para estudiar.
–Pareces un poco preocupada –le dijo Gloria mientras salían a una enorme terraza que había en el jardín trasero, perfecta para cenar al aire libre. Más allá de la terraza había una piscina, rodeada de césped.
–¿Voy a tener algo de ayuda?
–Claro que sí. Hay una asistenta que viene los lunes y los viernes y que hace los suelos y los cuartos de baño. Se llama Janice. Hoy no ha venido dado que Sebastian no está en casa. Luego está Tom, que se ocupa del jardín y de la piscina. No sé qué días viene exactamente, pero ya te lo dirá Georgia.
–¿Georgia?
–Es el ama de llaves de Sebastian. Te ha hecho un listado con todos los contactos necesarios, incluso su propio número de teléfono. Está en la cocina, en el cajón que hay justo debajo del de los cubiertos. Quiere que la llames hoy para que te pueda poner al día de todo lo que le gusta a Sebastian y lo que no le gusta.
–De acuerdo. ¿Y qué le ha ocurrido para tener que dejar su trabajo tan repentinamente?
–¿No te lo ha dicho Sebastian?
–No.
–Típico de él –comentó Gloria haciendo un gesto de resignación con la mirada–. Su hermana tuvo un accidente de coche y va a estar en el hospital varias semanas.
–Oh, pobrecilla. ¿Y dónde ha sido? Evidentemente, no en Sídney.
–No. Está en Melbourne. Georgia dijo que lo más probable sea que se tenga que quedar bastante tiempo, aunque su hermana salga del hospital. Tiene tres hijos. No regresará hasta al menos dentro de tres meses.
–Eso fue lo que me dijo Barbara.
–Mira, siento tener que dejarte, pero unas amigas vienen a casa a almorzar hoy y aún tengo mucho que hacer. Aquí tienes las llaves. Siéntete como en tu casa y llámame si tienes alguna pregunta, aunque me imagino que Georgia te la podrá resolver mucho mejor que yo. Ah, y una última cosa. Hay un acceso en el lateral de la casa que conduce a un enorme garaje que hay debajo de la casa. Allí tienes mucho sitio para tu coche, así que úsalo. El mando lo tienes en el llavero. Sebastian también me dijo que te dijera que se pondrá en contacto contigo, probablemente por mensaje o por correo. Ahora, tengo que marcharme. Me ha encantado conocerte, Ruby. Dale recuerdos a Georgia de mi parte cuando la llames. Adiós.
Gloria se marchó antes de que Ruby pudiera decir nada. Se limitó a despedirse de ella y se quedó allí, de pie en la terraza. Aún se sentía abrumada por la enormidad de la casa. Nunca había estado en una casa tan elegante. Solo Dios sabía lo que podría valer la casa de Sebastian Marshall. Y, ya que estaba en ello, lo que valdría él.
Aquel pensamiento despertó la curiosidad en ella. Decidió realizar una búsqueda en Internet después de aparcar el coche e instalarse. Esperaba que hubiera alguna foto en la casa para poder cómo era. Sin embargo, no encontró ninguna. Se preguntó por qué, dado que la gente solía tener fotos en la casa, fotos propias y de la familia y de los seres queridos. O de su esposa y él. No había nada. Lo único que se le ocurrió fue que no quería pensar en su matrimonio o en su esposa fallecida, lo que era una pena. A Ruby le encantaba mirar las fotos que tenía de su madre en el teléfono. Incluso tenía un tatuaje en honor a su madre, en el que aparecían las fechas de su nacimiento y de su fallecimiento dentro de un corazón. Cuando se amaba a una persona, se quería recordarla.
Era algo incomprensible.
Esperaba que Georgia pudiera resolver sus dudas cuando la llamara y que además le contara qué clase de hombre era su jefe. Decidió que una conversación personal era mucho mejor que Internet, pero, primero, se prepararía un café. Necesitaba relajarse después de aquella mañana tan estresante. No obstante, todo había terminado bien. La casa era divina. Sería un placer vivir en ella y cuidarla. Aparentemente, era un trabajo de ensueño.
Por supuesto, todo dependería de la manera de ser que tuviera su jefe. Esperaba que fuera tan agradable como le había parecido por teléfono y no uno de esos hombres ricos y arrogantes que había conocido a lo largo de su vida laboral. Había descubierto que, tener mucho dinero no siempre sacaba lo mejor del sexo opuesto.
Tales pensamientos le recordaron que tendría que tener cuidado con su apariencia mientras durara su estancia allí. Barbara le había aconsejado que fuera conservadora. La ropa que llevaba aquel día era un buen comienzo, pero necesitaría más. No se podía poner aquellas mismas prendas todos los días, en especial cuando empezara el verano. Ya hacía mucho calor y eso que solo era la primera semana de diciembre. Cuando llamara a Georgia, le preguntaría qué solía ponerse ella durante los meses de verano. Y también, sutilmente, indagaría sobre qué clase de hombre era Sebastian Marshall.
En realidad, a Ruby no le preocupaba mucho cómo fuera, pero mujer prevenida vale por dos.
No podía imaginar que el destino conspiraría en su contra y haría que el primer encuentro que tuviera con su jefe fuera de lo más incómodo.
CUANDO Sebastian salió de la terminal, el calor pareció darle una bofetada. Después de pasar dos semanas en Europa, donde era invierno, su cuerpo no estaba acostumbrado al calor y la humedad. Ambos lo envolvieron en cuestión de segundos, haciendo que la espera para tomar un taxi fuera muy incómoda e irritante.
Se dio cuenta de que el viaje lo había malacostumbrado. Los ejecutivos de las empresas que querían comprar los derechos de sus programas no habían escatimado en gastos ni esfuerzos para conseguir que él accediera a sus condiciones. Sebastian sabía perfectamente lo que valían sus programas y las negociaciones habían sido muy duras. En breve, sería muchos millones más rico y eso solo sería el principio. Los royalties seguirían pagándole mucho dinero durante años.
En realidad, no le interesaba especialmente ser demasiado rico. Después de llegar a un punto, ¿qué diferencia había? Tenía una casa preciosa, un excelente guardarropa y un fantástico coche. No necesitaba ni avión privado, ni un yate ni una casa en el Caribe.
Por supuesto, resultaba agradable poder permitirse restaurantes de cinco estrellas y billetes de avión de primera clase, junto con los mejores hoteles y resorts del mundo entero. Sebastian no podía negar que le gustaban las cosas buenas de la vida, pero también había trabajado muy duro para poder permitírselas. Demasiado duro.
Sin embargo, sería capaz de renunciar a todo si Jennifer…
«No vayas por ese camino», se advirtió Sebastian apretando los dientes. «Sigue mirando hacia el futuro. Y trabajando duro», se dijo. El trabajo era lo único que le ayudaba a controlar sus demonios. Le encantaba estar al mando de Harvest Productions. Sebastian sabía que, sin el desafío del trabajo habría sido incapaz de salir adelante.
Salió del edificio de la terminal y tomó un taxi. Entonces, recordó que debía enviar un mensaje a Ruby para que supiera que él iba de camino a casa. Había tomado el vuelo un día antes de lo que había previsto y, por lo tanto, Ruby no lo esperaba hasta el día siguiente.