Un bonito cadáver - Cj Daugherty - E-Book

Un bonito cadáver E-Book

Cj Daugherty

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Beschreibung

Vuelve Christi Daugherty, autora de Reflejos de un crimen, con otro palpitante thriller de suspense protagonizado por la periodista Harper McClain. Para una mujer, ser asesinada por alguien que dice amarla es el asesinato más común. Con sus elegantes mansiones y sus viejos robles cubiertos con un velo de musgo, el elegante barrio del centro de Savannah es famoso en todo el mundo. Cuando una mujer es asesinada en el corazón de este próspero distrito, la conmoción se extiende por toda la ciudad. Pero para la periodista de sucesos Harper McClain, esta historia es personal. El cadáver tiene una cara familiar. Con solo veinticuatro años, Naomi Scott acababa de comenzar su vida. Una estudiante de derecho que trabajaba en un bar para llegar a fin de mes y quería cambiar el mundo. En cambio, su vida terminó en la oscuridad de la noche a manos de un pistolero invisible. No hay testigos del crimen. La policía tiene tres sospechosos: el novio de Scott, con un pasado criminal que él dice haber dejado atrás, su jefe, que acosó a otra joven camarera dos años antes, y el hijo del fiscal de distrito, con quien Naomi salió hasta que su relación terminó en agresión. Los tres hombres dicen amarla. ¿Podría uno de ellos ser su asesino? Con toda la ciudad exigiendo respuestas, Harper desenreda una historia de obsesión y celos. Pero las presiones sobre ella van más allá del asesinato. El periódico prepara una ronda de despidos y su jefe teme que trabajos los trabajos de ambos estén en juego. Y Harper comienza a darse cuenta de que alguien está observando cada paso que da. Alguien familiar y muy peligroso. Alguien que le dijo que corriera antes de que fuera demasiado tarde ...

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Seitenzahl: 544

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Un bonito cadáver

Título original: A Beautiful Corpse

© Christi Daugherty, 2020

© 2020, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

Publicado por HarperCollins Ibérica, S.A., Madrid, España.

© De la traducción del inglés: Carmen Villar García

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Imagen de cubierta: Dreamstime.com

 

ISBN: 978-84-17216-90-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Capítulo quince

Capítulo dieciséis

Capítulo diecisiete

Capítulo dieciocho

Capítulo diecinueve

Capítulo veinte

Capítulo veintiuno

Capítulo veintidós

Capítulo veintitrés

Capítulo veinticuatro

Capítulo veinticinco

Capítulo veintiséis

Capítulo veintisiete

Capítulo veintiocho

Capítulo veintinueve

Capítulo treinta

Capítulo treinta y uno

Capítulo treinta y dos

Capítulo treinta y tres

Capítulo treinta y cuatro

Capítulo treinta y cinco

Capítulo treinta y seis

Capítulo treinta y siete

Capítulo treinta y ocho

Capítulo treinta y nueve

Capítulo cuarenta

Una semana más tarde

Agradecimientos

 

 

 

 

 

 

A todas esas mujeres cuyos asesinatos terminaron en la página seis

Capítulo dos

 

 

 

 

 

Antes de que Harper pudiera decirle que se equivocaba (tenía que ser un error, no tenía ningún sentido, y además no veían bien el cuerpo desde donde se encontraban), el poli uniformado se le adelantó.

—¿Acabas de decir que conoces a la víctima? —Levantó la linterna, apuntando el haz de luz hacia la cara de Bonnie.

Las pupilas de su amiga se redujeron a la mínima expresión debido al deslumbramiento.

—Creo que… puede ser. —Su voz sonaba vacilante—. ¿Lleva una camiseta como la mía?

El poli alumbró la camiseta negra. En el pecho ponía La Biblioteca: de la cerveza a la eternidad. Era un poli joven. Siempre ponían a los novatos en el turno de noche; todavía no era experto en ocultar sus pensamientos, y Harper pudo ver la verdad en su rostro. Volvió a entrecerrar los ojos en dirección al cuerpo. ¿De verdad se trataba de Naomi? No podía ser, ¿no?

Apenas llevaba unos meses trabajando en el bar, pero Harper la conocía lo suficiente como para saber que era una víctima bastante improbable. Con la cabeza metida en los libros todo el tiempo y un poco tímida, evitaba ponerse minifaldas, al contrario que Bonnie. En medio de la multitud de estudiantes de arte que llenaban el bar, con sus cabellos teñidos de colores brillantes y su forma de vestir tan ecléctica, Naomi tenía un aspecto un poco conservador. En ese sentido, sí que llamaba la atención. Bueno, por eso y porque era guapísima: pómulos marcados, ojos gatunos y un cuerpo perfecto. Parecía querer pasar desapercibida, pero Naomi nunca lo conseguía. ¿Quién mataría a una chica así?

—Quedaos ahí —les ordenó el agente, haciendo un barrido con su linterna para referirse a los tres—. Que no se mueva nadie.

Se dio la vuelta y se apresuró en dirección al grupo de detectives. Un momento más tarde, la detective en la que Harper había reparado antes se separó del grupo ubicado al pie de las escaleras y caminó hacia ella acompañada del policía uniformado. Tenía la piel morena, unos cuarenta años y su altura no superaba el metro sesenta y cinco. Vestía un traje sencillo de color azul marino y una blusa blanca. Llevaba el pelo corto y liso arreglado de forma práctica. Se agachó y pasó por debajo de la cinta policial con la agilidad de una gimnasta.

—¿Quién de ustedes dice conocer a la víctima?

El tono de Julie Daltrey era decidido y oficial. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Harper sin mostrar ni un ápice de familiaridad, como si se vieran por primera vez. Como si nunca hubieran cotilleado y bromeado en escenas del crimen como aquella.

Titubeante, Bonnie levantó la mano.

—Yo.

Harper observó cómo Daltrey se fijaba en la coleta de mechas azules de Bonnie, su minifalda y su camiseta negra del trabajo.

—¿Cómo se llama?

—Bonnie Larson —respondió tras una pausa que duró una fracción de segundo.

Daltrey tomó nota en una pequeña libreta.

—¿De quién cree que se trata?

Daltrey hizo un gesto con la mano en la que sostenía la libreta, apuntando hacia el cuerpo que yacía en el suelo. Bonnie fue capaz de articular una respuesta y apretó los puños.

—Yo… creía que…, es decir, creo que es Naomi. —Su voz era ahora un susurro—. Naomi Scott.

Daltrey era policía desde hacía mucho tiempo y la expresión de su rostro no dejó entrever ninguna emoción mientras tomaba nota de algo más, ni cuando luego buscó con la mirada los ojos de Bonnie.

—¿Qué me puede contar de Naomi Scott?

Bonnie parpadeó.

—No sé…

—Dígame todo lo que sepa de ella —la animó la detective—. Quién es, dónde trabaja, cuántos años tiene.

—Trabaja conmigo en La Biblioteca —dijo Bonnie, con incertidumbre—. Las dos somos camareras. Va a la universidad durante el día. Estudia Derecho.

Daltrey tomó nota de nuevo.

—Por favor —dijo Bonnie con voz titubeante—, dígame que no es ella.

La detective hizo una pausa, como si estuviera decidiendo qué hacer. Sin embargo, cuando por fin habló, dio la noticia rápido, a bocajarro.

—Lamento informarle de que el documento de identidad hallado junto a la víctima nos indica que, efectivamente, se trata de Naomi Scott.

—Dios mío.

Bonnie retrocedió tambaleándose, como si hubiera recibido un gancho de derecha. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

—No puede estar muerta —continuó apesadumbrada mirando primero a la detective y luego a Harper—. Esta misma noche he estado con ella en el trabajo. Y estaba bien. Solo tiene veinticuatro años. ¿Qué ha ocurrido?

Daltrey centró entonces su atención en Harper.

—Todo esto es extraoficial, ¿me sigues?

Harper asintió con la cabeza, aunque mentalmente anotaba todo lo que se decía.

Daltrey volvió a dirigirse a Bonnie.

—Le han disparado. —Su tono era casi amable—. ¿Me puede contar algo acerca de ella que nos ayude a averiguar quién ha hecho esto? ¿Tenía miedo de alguien? ¿Algún problema del que pudiera usted estar al tanto? ¿Consumía drogas?

Pero Bonnie estaba bloqueada, como en una especie de estado de shock.

Negó con la cabeza:

—No lo sé. No creo.

Las lágrimas empezaron a rebosar y a correr por sus mejillas.

—Tengo que decírselo a su padre.

—Ya nos ocuparemos nosotros de eso —añadió Daltrey con rapidez.

Ahora le habló a Harper.

—¿Tú también conocías a la víctima?

—Apenas. La he visto en el bar esta noche. Su turno terminó hará una hora, y dijo que se iba a casa.

—¿Vive en River Street? —preguntó Daltrey.

Harper negó con la cabeza:

—Me parece que no.

La detective cerró la libreta de golpe y echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—De acuerdo. Necesito que las dos os acerquéis a la comisaría y prestéis declaración.

A Harper le dio un vuelco el corazón.

—¿Podemos ir más tarde? —preguntó—. Primero tendría que entregar mi artículo. Y tampoco es que yo vaya a servirte de mucha ayuda…

—Tu artículo me importa un bledo —la interrumpió Daltrey—. Estamos ante un homicidio, McClain. O vais a la comisaría de inmediato por vuestra propia voluntad, o tendré que llevaros por la mía. ¿Está claro?

No tenía sentido seguir discutiendo.

—Iremos directas a la comisaría —accedió Harper, taciturna.

—Allí nos veremos —se despidió Daltrey.

Volvió a agacharse y a pasar por debajo de la cinta policial en dirección al cuerpo.

Una vez se hubo marchado, Harper se dirigió a Miles.

—¿Lo has oído todo?

Él asintió, con preocupación en sus ojos.

—¿Quieres que llame a Baxter?

Harper dio un profundo suspiro. Lo último que quería es que Miles tuviera que llamar a la editora y despertarla para decirle que ella no se encontraba en la escena de un asesinato que había tenido lugar en el epicentro de la zona turística, porque daba la casualidad de que había estado charlando con la víctima hacía apenas una hora. Pero eso era exactamente lo que tenía que hacer.

—Sí. —Se masajeó la frente. El tequila que había bebido se estaba transformando en un maravilloso dolor de cabeza.

—No le va a hacer ni pizca de gracia —la advirtió—. En cuanto se entere de que has abandonado la escena del crimen, se va a cabrear mucho.

Pero Harper ya se marchaba con Bonnie, y se limitó a responder al fotógrafo haciendo un comentario por encima del hombro:

—Vaya novedad.

 

 

Cuando entraron en la comisaría de Savannah diez minutos más tarde, el aire acondicionado le propinó a Harper una bofetada helada, provocándole un escalofrío que le recorrió la espalda. En la recepción, el policía de guardia del turno de noche estaba sentado al mostrador, Dwayne Josephs, miró alternativamente a Bonnie y a Harper.

—¿Ha pasado algo, Harper? —En cuanto se percató de la cara enrojecida de Bonnie y de sus ojos hinchados, se levantó de la silla de un respingo—: ¿Bonnie está bien?

Harper conocía a Dwayne desde que ella tenía doce años. Él fue uno de los policías que la acogió bajo su protección después de que asesinaran a su madre. A día de hoy era uno de los pocos polis con los que todavía conservaba cierta amistad. El resto de ellos la había apartado de sus vidas porque consideraban que había traicionado al cuerpo cuando sacó a la luz el crimen cometido por Smith.

Harper se había pasado el año haciendo frente a gestos de desprecio, a llamadas que empezaban con ella presentándose y terminaban un segundo después con el característico sonido de cuando se cuelga el teléfono. A ser retenida en la carretera a causa de infracciones de tráfico sin importancia que en realidad no había cometido. Así que sí, agradecía todas y cada una de las veces que Dwayne la saludaba con amabilidad.

—No está herida —se apresuró a informarle Harper—. ¿Te has enterado de lo que ha pasado en River Street?

—¿El tiroteo?

Ella asintió.

—Bonnie conoce a la víctima. Daltrey nos ha pedido que vengamos a prestar declaración.

La expresión de Dwayne se ensombreció.

—Cuánto lamento oír eso.

Mientras Harper indicaba a Bonnie que se sentara en una silla de plástico rígido, Dwayne desapareció tras su mostrador y reapareció un segundo más tarde con un vaso de plástico.

—Ten, toma un poco de agua —le dijo a Bonnie—. Seguro que te viene bien.

Bonnie aceptó, aturdida.

—Gracias, Dwayne.

—La detective Daltrey no tardará mucho —le dijo, dándole un apretoncito cariñoso en el brazo.

En realidad, no podía estar más equivocado.

Harper y Bonnie esperaron durante más de media hora en la gélida recepción. A cada poco, la vibración del teléfono de Harper rompía el silencio con la llegada de un nuevo y críptico mensaje de Miles acerca de la escena del crimen.

Fuentes policiales dicen que no han tocado el bolso, pero falta el móvil.

Después de leer esto, Harper frunció el ceño. ¿Asesinar a Naomi por un teléfono? Ella le escribió una respuesta rápida:

¿Y la cartera/dinero?

Se quedó mirando el móvil, impaciente por recibir una respuesta. La mataba no poder estar allí fuera con él. Había tantas cosas que ella podría estar haciendo en ese preciso instante en lugar de permanecer allí sentada… Sin embargo, cuando el móvil vibró de nuevo no contenía el mensaje que ella esperaba.

Le he dicho a Baxter que conocías a la víctima; está entusiasmada. Te quiere en la oficina a las nueve.

Harper volvió a guardarse el móvil en el bolsillo con una fuerza mayor de la necesaria. Cuando un coche de policía se detuvo en la parte delantera, estiró el cuello para ver si se trataba de Daltrey. En lugar de ella, un par de agentes uniformados salieron del vehículo; dirigían a un sospechoso esposado a la parte de atrás del edificio para procesarlo.

Para cuando Daltrey por fin atravesó la puerta de cristal antibalas de la comisaría, ellas dos se habían quedado medio dormidas. Bonnie se había hecho un ovillo en la silla de plástico y descansaba la cabeza sobre el hombro de Harper. Eran casi las cuatro de la mañana; la noche empezaba a hacerse interminable.

—Siento que hayáis tenido que esperar —les dijo la detective secamente—. Venid conmigo.

Se pusieron en pie despacio, con los músculos doloridos por culpa de la rigidez de los asientos. Los ojos de Bonnie estaban hinchados y las mejillas cubiertas de manchurrones a causa del llanto. En aquel mundo tan oficial estaba tan fuera de lugar, con su pelo color turquesa y sus botas tejanas, que a Harper se le encogió el corazón. En el mostrador, Dwayne pulsó un botón y desbloqueó la puerta de seguridad, que chirrió estridentemente.

El largo pasillo que llevaba a la parte de atrás estaba flanqueado por despachos a ambos lados. Allí se llevaba a cabo todo el trabajo importante del departamento de Policía. Durante el día estaba abarrotado de detectives, operadores del teléfono de emergencias y policías uniformados. A esa hora, sin embargo, reinaban las sombras y la quietud.

—Por aquí.

El eco de la voz de Daltrey resonaba mientras las guiaba hacia la derecha. Pasaron por delante de varias puertas hasta que por fin llegaron a la sala a la que se dirigían. Después de encender la luz, la detective colocó su bolso en el suelo, junto a una silla metálica plegable.

—Tomad asiento, por favor —les dijo con una breve sonrisa.

La habitación, pequeña y sin ventanas, no contaba más que con una mesa de madera llena de rasguños y cuatro sillas. Un leve y frío destello procedente de una de las paredes desveló la existencia de un espejo. Daltrey esperó paciente a que Harper y Bonnie se acomodaran frente a ella. A la dura luz del fluorescente, Harper se dio cuenta de que aquella larga noche le estaba pasando factura. Las ojeras comenzaban a aflorar bajo sus ojos, y la humedad del ambiente le proporcionaba un ligero brillo en la piel.

—No nos entretendremos mucho —dijo a la vez que sacaba de su bolso una libreta y un bolígrafo—. Me gustaría que cada una me contara su versión de lo que ha ocurrido esta noche y sus impresiones acerca de la víctima.

Harper era consciente de que no tenía mucha información que proporcionarle. Todo lo que sabía era que hacía tres horas Naomi estaba viva, absorta en su trabajo, con una expresión seria dibujada en el rostro con forma de corazón, mientras hacía movimientos rápidos y enérgicos con su cuerpo menudo al frotar con un trapo la barra de La Biblioteca. Apenas le dirigió una mirada a Harper cuando llegó y se sentó, y Harper tampoco le prestó ninguna atención a ella. Estaba concentrada en sus propios problemas, y en el margarita con hielo que Bonnie le servía.

Daltrey se dirigió a Bonnie.

—Usted primero, señorita Larson. Entiendo que la conocía mejor.

Bonnie le dedicó una mirada desconcertada.

—No sé qué decir…

—Cualquier cosa que le llamara la atención podría resultarnos útil —continuó Daltrey—. Comenzaremos por lo más sencillo. ¿Cómo parecía sentirse esta noche? ¿Contenta? ¿Triste? ¿Asustada? ¿Ocurrió algo extraño durante su turno?

Bonnie entrelazó las manos sobre la mesa y reflexionó un instante.

—Bueno —dijo con cautela—, me pareció que se encontraba bien, al menos gran parte de la noche. Normal, no sé.

Daltrey ladeó la cabeza.

—Ha dicho «gran parte de la noche». ¿Qué quiere decir con eso?

—Recibió una llamada al móvil justo antes de la una —explicó Bonnie—. Después…, no sé, parecía inquieta. Disgustada, quizá. Me preguntó si podía marcharse pronto. No teníamos mucho lío, así que le dije que sí. Limpió su puesto y salió justo después de que llegara Harper.

Daltrey tomaba notas con rapidez.

—¿No le dijo por qué?

Bonnie negó con la cabeza.

—Supuse que tendría algo que ver con su novio o su padre. —Hizo una pausa antes de continuar—: Tiene una relación muy estrecha con su padre. A veces, él la viene a recoger al trabajo.

Daltrey entornó los ojos.

—¿Sabe cómo se llama su padre?

—Jerrod Scott.

—¿La recogió esta noche?

—No lo sé —admitió Bonnie—. Para entonces solo quedaba yo trabajando en el bar. Si la recogió, no entró.

—Pero acaba de decir que parecía inquieta —dijo Daltrey—. ¿Qué le hizo pensar eso?

Bonnie hizo una pausa.

—Al principio de la noche había estado bromeando sobre tonterías, en plan relajado. Sin embargo, después de la llamada… Es difícil de explicar. Parecía más tensa, distraída, como si le hubieran dado una mala noticia. —De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas—. Si hubiera sabido que tenía problemas, habría hecho algo, habría intentado ayudarla.

Daltrey tomaba notas mientras Bonnie se recomponía. Tenía una buena técnica, pensó Harper con aprobación: enérgica pero sin llegar a mostrarse insensible.

Cuando Bonnie se hubo recuperado, la detective continuó con las preguntas.

—Lamento tener que hacerle tantas preguntas. Sé que ha sido una noche larga, pero le agradezco enormemente su ayuda, señorita Larson.

Bonnie asintió, temblorosa.

—Bien… —La detective buscó en sus notas—. Ha mencionado un novio. ¿Lo ha visto esta noche?

Bonnie negó con la cabeza.

—No creo que estuviera en el bar. Cuando viene a recogerla, normalmente entra y se toma algo mientras espera a que termine su turno. —Hizo una pausa—. En cualquier caso, creo que ahora mismo se estaban tomando un tiempo.

Harper percibió el interés que aquello suscitaba en la mirada de Daltrey.

—¿Cómo se llama el novio?

—Wilson —dijo Bonnie—, Wilson Shepherd.

Lo soltó así sin más, con la convicción de estar siendo de ayuda. Harper pensó que su amiga no se lo habría dicho con tanto entusiasmo y ligereza de haber sabido por qué lo quería saber la detective.

Daltrey le pidió que deletreara el apellido. Cuando terminaron, continuó con las preguntas:

—¿Puede recordarme la hora a la que Naomi se marchó anoche?

—Pasada la una —dijo Bonnie—. No sé la hora exacta.

—Puedo responder a eso —intervino Harper.

Daltrey le dirigió a Harper una mirada asesina.

—¿Ah, sí? —dijo—. ¿Y eso por qué?

—Porque resulta que miré el reloj que hay sobre la barra justo cuando Naomi salía —dijo Harper—. Me di cuenta de que solo era la una y media y pensé que se marchaba pronto. No es normal que Bonnie se quede sola para cerrar.

—Se supone que siempre tenemos que quedarnos al cierre dos empleados —explicó Bonnie, antes de que Daltrey se lo preguntara—. Por seguridad. Pero como Harper estaba conmigo, pensé que no habría problema.

Después de tomar nota de esto último, Daltrey dijo:

—Si están en lo cierto, Naomi salió del bar situado en College Row a la una y media, y la asesinaron de un disparo treinta minutos más tarde en River Street. ¿Alguna tiene idea de qué asuntos habrían llevado a Naomi hasta allí?

Conteniendo las lágrimas, Bonnie negó con la cabeza, en silencio.

—Ni idea —dijo Harper.

—¿Habría quedado con su novio? —sugirió Daltrey.

—Su novio vive en Garden City. —Bonnie se limpió una lágrima con el dorso de la mano—. Naomi vive en la calle treinta y dos. Ambas direcciones están a kilómetros del centro.

El teléfono de Daltrey vibró; la detective lo cogió y miró la pantalla.

—Bueno, esto es todo por ahora. —Se levantó abruptamente a la vez que echaba la silla hacia atrás—. Déjenle a Dwayne sus números de teléfono, él les dará el mío. Avísenme si se les ocurre algo que no hayan mencionado esta noche. Me pondré en contacto con ustedes en caso de que tenga más preguntas.

La detective se dispuso a acompañarlas de vuelta a la recepción. Aturdida, Bonnie se adelantó, pero Harper se quedó atrás con Daltrey, que estaba apagando las luces de la sala.

—¿Le han robado algo a Naomi? Si no ha sido así, ¿qué le ha pasado a su teléfono? Sabemos que lo llevaba consigo cuando abandonó el bar.

Daltrey la observó con una mirada gélida.

—No sé por qué sigues hablando, McClain. No me dedico a compartir detalles con chaqueteros.

Harper se estremeció. No importaba cuántas veces ocurriera, no acababa de acostumbrarse. Aquellos detectives que la habían invitado a sus fiestas, que habían bebido cerveza con ella y le habían enseñado fotos de sus hijos, ahora la trataban como si fuera una criminal.

—Solo intento ayudar —dijo con frialdad, y abandonó la habitación.

No esperó a escuchar la respuesta de Daltrey. Siempre era la misma últimamente: «Traidora».

Capítulo tres

 

 

 

 

 

Cinco horas más tarde, Harper entró en la oficina del periódico con un café solo gigante en la mano, deslumbrada por la luz del sol que atravesaba como una riada los altos ventanales. Después de salir de la comisaría, pudo aprovechar unas pocas horas de descanso en la habitación de invitados de color rosa chillón de Bonnie. Sin embargo, sentía como si no hubiera dormido nada en absoluto, porque se escabulló pronto por la mañana y se fue a casa para darse una ducha y cambiarse de ropa antes de ir a trabajar.

La sala de redacción era un hervidero; había doce periodistas y varios editores tecleando, todos hablando al mismo tiempo.

Con su aspecto de madriguera laberíntica, llena de pasillos y escaleras estrechas, el desproporcionado edificio centenario fue diseñado para ser más bien una pensión y no la oficina de un periódico, pero, a pesar de su estado deteriorado, tenía algo de grandioso. Esto se evidenciaba sobre todo en la sala de redacción, con sus imponentes columnas blancas y sus enormes ventanales con vistas al río.

Las mesas de los periodistas estaban dispuestas en hileras, encabezadas por las tres mesas de los editores, situadas en el extremo más alejado de la sala. Detrás de ellas, se encontraba el despacho de paredes acristaladas del director del periódico, Paul Dells. La mesa de Harper se hallaba hacia la mitad de la hilera más próxima a las ventanas. Había logrado establecerse en esa ubicación privilegiada después de que la última ronda de despidos se deshiciera de muchos de los reporteros senior del periódico hacía dos años y de que la sala de redacción se quedara medio vacía.

Tan pronto como puso su café sobre la mesa, D. J. Gonzales giró en su silla de escritorio y la encaró. El cabello negro y ondulado de su compañero se veía más rebelde de lo normal.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —le preguntó de manera acusadora—. Pensaba que te abrasabas si te daba la luz del sol.

—No soy un vampiro, D. J. —respondió, dejándose caer sobre su silla—. Trabajo de noche. Ya hemos hablado de esto.

Encendió el ordenador con un movimiento tan automático que le resultó imposible recordar haberlo hecho dos segundos más tarde, y le dio un sorbo a su café.

—Dios, estoy agotada —dijo, frotándose los ojos.

D. J. se acercó a ella con un rápido impulso de la silla giratoria.

—¿Estuviste toda la noche con ese asesinato del que habla todo el mundo?

Harper movió la taza de café en señal de afirmación.

D. J. ni siquiera trató de ocultar sus celos. Él cubría temas de educación y le parecía que el trabajo de Harper era de lo más glamuroso.

—Tiene toda la pinta de tratarse de un artículo jugoso. Desde esta mañana en la tele no hablan de otra cosa. La portada de mañana va a ser tuya. —Su tono era melancólico—. No me puedo creer que hayan liquidado a una tía de un tiro en el mismo centro de River Street.

—Y yo no me puedo creer que todavía se utilice «liquidar» —respondió ella.

—¿No está de moda? —D. J. sonó sorprendido—. Y yo que pensaba que estaba a la última.

—¡Harper!

Al escuchar el agudo grito de Emma Baxter procedente del otro lado de la sala, D. J. giró de nuevo la silla, esta vez en dirección a su mesa, con precisión milimétrica, y se agazapó tras la pantalla de su ordenador como si fuera un escudo. La editora atravesó la sala a zancadas, haciendo que su media melena negra de corte recto y afilado oscilara contra los hombros de la chaqueta cruzada de color azul marino que llevaba puesta. Dells caminaba justo detrás de ella.

—Mierda —dijo Harper en un susurro.

Por lo general, el director no se inmiscuía en la sección de sucesos, pero esta historia debía de ser lo suficientemente grande como para atraer su atención.

—¿Qué tienes de lo ocurrido en River Street? —preguntó Baxter mientras se acercaba a la mesa de Harper—. ¿Por qué me ha contado Miles que conoces a la víctima?

Por el rabillo del ojo, Harper vio cómo la cabeza de D. J. emergía por encima de la pantalla-escudo.

—En realidad no la conozco. Solo dio la casualidad de que anoche yo estaba en el bar en el que trabaja —explicó Harper dirigiendo una mirada a Dells.

—Perfecto —la interrumpió Baxter—. Escribe algo emotivo en primera persona: «Escarceo con la muerte». Lo publicaremos junto a tu artículo principal acerca del tiroteo.

Dells se adelantó. Como siempre, iba impecablemente vestido con un traje azul y una camisa blanca bien almidonada, que bien podía valer más que el coche de Harper, y una corbata de seda en un azul más claro. Llevaba el pelo oscuro cuidadosamente peinado.

—¿Qué sabemos por el momento? —preguntó el director—. Los canales de televisión no tienen mucho.

—La mujer fallecida es Naomi Scott, estudiante de Derecho de segundo año. —Harper abrió su libreta con un solo movimiento—. Parece que se trata de la típica buena chica. Salió del trabajo a la una y media, y murió a causa de dos disparos. La encontraron con su bolso, pero falta el teléfono móvil. La poli no suelta prenda respecto a si se trata de un robo. Nadie sabe qué demonios estaba haciendo en la zona del río.

—¿Sabemos algo de su familia? —preguntó Dells—. ¿Son de por aquí?

—Eso creo —dijo Harper—. Su padre se llama Jerrod Scott, y ahora mismo estaba intentando dar con él.

Baxter echó un vistazo a la libreta medio vacía.

—¿Eso es todo lo que tienes?

—Venga, ya. —Harper se puso un poco a la defensiva—. Me he pasado la mitad de la noche en comisaría.

—Estamos reservando gran parte de la portada para esta historia —dijo Dells—. Los canales de televisión van a darle extraordinaria visibilidad e importancia.

—Me pondré con las llamadas —dijo Harper.

—Bien. —Ahora el tono de Baxter era enérgico—. Quiero saberlo todo de esa chica. Si era tan perfecta, ¿cómo pudo terminar asesinada en la calle a las dos de la madrugada? Llama al despacho de la alcaldesa y pregúntale qué va a hacer con esto de que ahora maten a la gente a tiros en el mismo centro del puñetero distrito turístico.

Dells regresó a su despacho. Baxter le siguió girándose a tal velocidad que la chaqueta se le escurrió de uno de sus huesudos hombros.

Sus últimas palabras flotaron tras ella como una bomba de racimo:

—Hazlo rápido. Necesitamos tener algo para la web ya.

Cuando ambos se hubieron marchado, D. J. volvió a girar la silla hacia Harper y la miró con unos ojos marrones abiertos de par en par tras el cristal lleno de huellas de sus gafas de montura metálica.

—Joder. ¿Te tomaste algo en su bar y luego la palmó?

Harper asintió con la cabeza. D. J. parecía impresionado.

—Dime una cosa, ¿alguna vez te has planteado la posibilidad de que seas gafe?

Harper lo fulminó con la mirada, y luego inició sesión en el ordenador.

—Estoy ocupada, D. J.

—Solo digo que vale la pena darle una vuelta —dijo mientras hacía girar de nuevo la silla en dirección a su mesa.

Era un mal chiste, pero, mientras Harper repasaba con rapidez los artículos acerca del tiroteo en las webs de los canales de televisión locales, terminó pensando en ello. Después de todo, Naomi no era la primera víctima de asesinato de su vida. La primera había sido su madre. Harper había descubierto el cuerpo en el suelo de la cocina cuando tenía doce años. Ese asesinato todavía sin resolver desencadenó una serie de acontecimientos que le llevaron a establecer una estrecha relación con el cuerpo de policía y, más tarde, cuando apenas contaba veinte años, a convertirse en periodista. También fue el origen de todo lo ocurrido el año anterior, cuando el teniente Smith fue encarcelado por un homicidio que había reproducido punto por punto el asesinato de su madre.

Al publicar esa historia y formar parte de ella como víctima del disparo que había asestado Smith, la notoriedad de Harper había aumentado y su posición en el periódico se había afianzado, incluso en aquellos tiempos de inestabilidad financiera. Aun así, para Baxter todo aquello era agua pasada. Necesitaba que siempre hubiera jugosas remesas de artículos de sucesos para publicar en primera plana. Incluso sin la cooperación de la policía, Harper podía encargarse de proporcionarle lo que quería. Tenía sus métodos y conocía el sistema mejor que nadie. Siempre y cuando pudiera tener un titular bajo la manga, su trabajo estaba a salvo. O eso esperaba.

Harper cogió el teléfono y marcó el número de la oficina de la alcaldesa. Después de cinco tonos, su asistente respondió.

—Gracias por llamar a la oficina de la alcaldesa Cantrelle, ¿en qué puedo ayudarle?

—Soy Harper McClain, del Daily News. Me gustaría hacerle un par de preguntas a la alcaldesa acerca del tiroteo que tuvo lugar anoche en River Street.

—Ahora mismo está reunida. —El tono de su asistente denotaba que no era la primera en llamar—. Le dejaré recado de que se ponga en contacto con usted.

—Dese prisa, ¿quiere? Vamos un poco justos.

—Como le he dicho —dijo con indiferencia—, está reunida.

Mientras esperaba a que la alcaldesa le devolviera la llamada, Harper abrió un motor de búsqueda de Internet y tecleó: Naomi Scott. Una riada de resultados falsos inundó la pantalla. Una bloguera con 40.000 seguidores en Twitter predominaba junto a una abogada de Chicago. Sin embargo, cuando añadió «Savannah» a la búsqueda, encontró justo lo que estaba buscando.

Se trataba de una red social para estudiantes de la Universidad Estatal de Savannah. La imagen de la página de Naomi era impresionante. La melena negra le caía sobre los hombros formando ondas deshechas. La piel del rostro tenía un aspecto inmaculado; unos pómulos altos y marcados y unos ojos color canela le hacían tener ese aire de belleza etérea.

Harper se quedó mirando aquella cara familiar durante un segundo.

—¿En qué lío te has metido? —murmuró.

La breve biografía al pie de la imagen decía: Joven, libre y ambiciosa. Lista para cambiar el mundo. También indicaba que su rama de especialización era el Derecho Penal. El resto de información que había era un número de teléfono y una dirección de correo electrónico estudiantil.

Con la intención de dejar libre la línea fija a la espera de la llamada de la alcaldesa, Harper tomó el móvil y marcó el número de Naomi. Saltó el contestador directamente.

—Hola, soy Naomi. Deja un mensaje.

Escuchar la voz familiar de la joven fallecida le ponía los pelos de punta.

Harper colgó el teléfono e inmediatamente marcó otro número. Este se lo sabía de memoria. Mientras daba señal, se quedó mirando la fotografía de aquella joven llena de vida y de mirada ambiciosa. El tono se interrumpió de repente.

—Centro de Información de la Policía de Savannah.

La voz era la de un hombre que parecía estar a punto de quedarse sin aliento, como si hubiera cogido el teléfono mientras corría a apagar un fuego. Podía escuchar otras voces de fondo y gente tecleando: los sonidos típicos de una oficina muy ajetreada.

—Soy Harper McClain —dijo—. Estoy buscando cualquier información que tengáis acerca del asesinato de Naomi Scott.

—Tú y todo el mundo —respondió la voz—. ¿Qué quieres saber?

—Lo típico. ¿Hay algún sospechoso?

—No puedo decir nada al respecto.

—¿Estáis buscando al novio?

Por intentarlo que no fuera. Sabía la respuesta, pero sospechaba que no se lo corroborarían oficialmente. Se escuchó una seca carcajada al otro lado del teléfono.

—¿Estás de broma? Espero que tengas alguna pregunta de verdad.

La reportera cambió de estrategia.

—¿Podríais confirmarme si la cartera seguía en su bolso?

Harper le escuchó teclear algo en el ordenador al otro lado de la línea.

—Afirmativo —respondió.

—¿Había dinero en la cartera? —preguntó Harper a la vez que sujetaba el teléfono entre el hombro y la barbilla para tomar notas.

—Afirmativo.

Entonces, estaba claro que no se trataba de un robo. La fuente de Miles tenía razón.

—Pero su teléfono móvil está desaparecido en combate, ¿no? —presionó.

—Eso es lo que pone en mi pantalla —dijo, y añadió—: Ahora mismo no sabemos si es que lo perdió, se lo dejó en casa o la dispararon para robárselo.

Harper sabía que no se lo había dejado en casa. Bonnie había visto a Naomi responder a una llamada menos de una hora antes de que abandonara el trabajo.

—¿Hay algún testigo?

Se hizo una pausa y, una vez más, Harper le escuchó teclear en el ordenador.

—Negativo —dijo un segundo más tarde—. No se ha presentado ante la policía ningún testigo. El cuerpo fue hallado por dos ciudadanos que volvían a casa de una fiesta en el hotel Hyatt.

—¿Podéis facilitarme sus nombres? —preguntó ella.

—Por supuesto. —Su tono era sarcástico ahora—. ¿Y qué prefieres por tu cumpleaños, un perfume o flores?

—Por favor —rogó Harper—. Solo un nombre.

El hombre profirió un sonido de exasperación.

—Ya sabes que no puedo decirte eso, McClain.

Al otro lado de la línea se escuchaba el sonido de otro teléfono sonando.

—¿Eso es todo? —Ahora la voz parecía impaciente—. Resulta que hoy soy un tipo muy popular.

—Supongo que sí…

Antes de que pudiera terminar la frase ya le habían colgado el teléfono.

En fin, por lo menos, y gracias a Bonnie, tenía el nombre del padre. Además, en Internet había encontrado su teléfono. Marcó el número y esperó mientras daba señal. Después de ocho tonos sin respuesta, Harper colgó. Si no podía ponerse en contacto con la familia, tenía que encontrar a alguien más. Bueno, por ahora tenía suficiente información para la web.

De vuelta a su ordenador, escribió con rapidez un artículo corto y poco detallado acerca del tiroteo.

 

 

Asesinato en River Street

Por Harper McClain

 

A primera hora de esta mañana, la ciudad ha sufrido una conmoción al enterarse de la noticia del asesinato que ha tenido lugar en el corazón del distrito turístico de la ciudad.

La víctima ha sido Naomi Scott, una joven de 24 años estudiante de Derecho, que también trabajaba de camarera en el bar La Biblioteca, en College Row. Según la policía, recibió dos disparos sobre las dos de la madrugada del miércoles.

Por ahora se desconoce el móvil del crimen, aunque parece que se descarta la posibilidad de que se tratara de un robo.

Durante la redacción de este artículo, los detectives siguen investigando los detalles del crimen.

El cuerpo fue descubierto minutos después del asesinato por dos ciudadanos de a pie. La policía asegura que por ahora no hay ningún testigo.

Las llamadas realizadas a la oficina de la alcaldesa Melinda Cantrelle para obtener algún comentario al respecto todavía no han sido respondidas.

 

 

Acababa de enviarle la historia a Baxter cuando sonó el teléfono.

—McClain —respondió Harper mientras tiraba a la papelera la taza vacía de café para llevar.

—Vamos a ver, Harper, tenemos previsto emitir un comunicado a las diez y media. Así que ni se te ocurra escribir eso de que estoy evitando hacer comentarios, o que estoy tratando de escurrir el bulto con este caso.

La alcaldesa Melinda Cantrelle tenía una voz característica: profunda y grave, como hecha para la televisión. De hecho, hacía veinte años, había empezado su carrera como presentadora del noticiero matinal en un canal local. Aquella experiencia la dotó de ese aire de calma profesional, que mantenía la mayor parte del tiempo, y de una de esas sonrisas tan típicas de la tele. Sin embargo, hoy hablaba con rapidez, pronunciando cada palabra abrupta y entrecortadamente.

Harper le envió un mensaje rápido a Baxter, No publiques el artículo. Alcaldesa al teléfono, y después se reclinó en su asiento, con la libreta de notas apoyada en la rodilla.

—Por supuesto que no, alcaldesa —dijo con dulzura—. Pero nuestro primer artículo al respecto se publicará en la web en cualquier momento y no puedo dejar que nuestros lectores piensen que no he tratado de ponerme en contacto con usted.

—Venga ya, Harper… —Por el tono de su voz, la alcaldesa no parecía muy contenta.

—¿Puede facilitarme algún detalle? —Harper intentó persuadirla—. ¿Qué supondrá este asesinato para el turismo? ¿Enviará ahora a más policías a cubrir el centro de la ciudad? Lo que sea con tal de que pueda eliminar de mi artículo ese «sin comentarios».

Tuvo lugar una larga pausa durante la cual Harper sospechó que la alcaldesa tenía dificultades para controlar su genio. Llevaba en el puesto tan solo un año y a Harper casi le caía bien. Tenía un trato cercano que, por lo menos, daba sensación de honestidad. A sus cuarenta y cinco años, ella era más joven que el clásico hombre de pelo gris que normalmente ocupaba el puesto, y, a su vez, lo suficientemente novata como para molestarse en responder el teléfono en momentos así.

—La policía me ha informado de que ya tienen un sospechoso —le dijo la alcaldesa con tacto—. Creemos que puede tratarse de un incidente familiar. No sería en absoluto apropiado que hiciera más comentarios mientras la investigación está en curso, pero tenemos la firme intención de llegar al fondo de esto, cuenta con ello. Mi objetivo principal es que tanto visitantes como residentes gocen de plena seguridad.

Harper escribía todo lo que decía haciendo derrapar el bolígrafo a lo largo del cuaderno de notas.

—¿Un incidente familiar? ¿Puede ser más específica? —preguntó Harper sin levantar la vista de la página—. No estará insinuando que su padre ha tenido algo que ver, ¿no?

—Lo que le voy a decir a continuación es extraoficial. —La alcaldesa bajó el tono de voz—. Según me han dicho los detectives, ahora mismo están buscando al novio, creen que se trata de un asunto personal.

Oyó la voz de alguien de fondo y de pronto los sonidos se escucharon amortiguados. Cuando Cantrelle se volvió a dirigir a ella, parecía tener prisa.

—Mira, me temo que te tengo que dejar. Emitiremos un comunicado completo en una hora. Cathy te lo enviará por correo electrónico. Llámala si necesitas algo más.

En cuanto colgó el teléfono, Harper releyó sus notas. Tal y como había supuesto cuando Daltrey las interrogó anoche, sospechaban del novio. Pasó las páginas de la libreta hasta que encontró su nombre: Wilson Shepherd. No era ninguna sorpresa. La gran mayoría de las mujeres que eran asesinadas siempre morían a manos de alguien cercano a ellas: un marido, un novio, un amigo. No más de una de cada diez era asesinada por un desconocido.

Harper había pensado muchas veces en cómo las mujeres se equivocan al elegir a quién temer. Mujeres que sienten miedo del adolescente encapuchado con el que se topan en la gasolinera o del desconocido con el que se cruzan por la calle a altas horas de la noche. En realidad, deberían temer a sus maridos. Cuando te paras a pensarlo, si eres mujer, que te mate alguien a quien quieres es el asesinato más común de todos.

Mal asunto. El periódico apenas cubría noticias de violencia doméstica.

—No es noticia —le había dicho Baxter más de una vez—. Nadie quiere leer acerca de ese tema.

No se equivocaba. Un asesino desconocido suponía una amenaza para cualquiera, suponía criminalidad en las calles. Sin embargo, si el exnovio de una mujer la mataba a tiros… Bueno, debería haber sido más cuidadosa a la hora de elegir pareja. Si Naomi Scott había sido asesinada por Wilson Shepherd, la historia terminaría en la página seis en cuestión de un par de días. Harper trató de recordar si había conocido al novio de Naomi. Su mente evocó la imagen de un tipo serio y con la cara redonda, vestido con elegancia y sentado en silencio a un extremo de la barra. A parte de eso, no sabía nada de él. Antes de irse a dormir la noche anterior, le había preguntado a Bonnie qué sabía acerca de él. Todo lo que le dijo fue que se habían conocido en la universidad. Estaba tan hecha polvo que no había querido presionarla más. A esas horas todavía estaría dormida, pero más tarde intentaría averiguar si recordaba algo más.

Por el momento, se limitó a buscar su nombre en la base de datos del periódico. Ningún resultado. Se quedó mirando la pantalla vacía mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa. Ya no tenía nada más que hacer en la oficina. Era hora de salir de caza.

Después de redactar una rápida actualización con el comunicado de la alcaldesa, y de enviarlo directamente a la editora, cogió su detector y se levantó. D. J. la miró con curiosidad.

—Me marcho —dijo metiendo una libreta nueva en el bolsillo—. Si Baxter pregunta por mí, dile que he salido a atrapar a un asesino.

Capítulo cuatro

 

 

 

 

 

Cuando salió del periódico, el sol era abrasador. La humedad que reinaba en el ambiente era tan densa que en el aire se había formado una neblina blanca que hacía que la cúpula dorada del ayuntamiento centelleara como electrificada en la distancia. Agosto siempre era brutal, pero aquel año parecía mucho peor de lo habitual. La temperatura no había bajado de los treinta y ocho grados ningún día de las dos últimas semanas. El calor estaba resultando implacable.

Harper se retiró la melena de color cobrizo hacia atrás y se la retorció hasta hacer un nudo con ella a la altura de la base del cuello mientras echaba un vistazo al tráfico que ya formaba caravana en Bay Street. Había pensado acercarse en coche hasta La Biblioteca para ver si podía averiguar algo más acerca de Naomi y Wilson Shepherd, pero ahora mismo tardaría una media hora en llegar a cualquier parte en coche.

Cambió de idea y se dirigió a pie a la escena del crimen. Ya había comenzado a sudar cuando se dispuso a atravesar la calle haciendo zigzag entre los coches que continuaban parados debido al atasco. El aire estaba impregnado del olor acre de los gases que expulsaban los tubos de escape y del que brotaba del asfalto recalentado. Al margen de las preocupaciones de la alcaldesa, estaba claro que la noticia del asesinato todavía no se había difundido entre los visitantes de la ciudad. Los turistas paseaban por la zona con sus guías de viaje en la mano formando un alegre y colorido conglomerado de camisetas de manga corta, bermudas plagadas de bolsillos y gorras.

Mientras se dirigía calle abajo por una pendiente empedrada hacia River Street, Harper se dio cuenta de repente de la temeridad del asesino. Había gente por todas partes. Caminando, dando un paseo, conduciendo. Un coche de la policía de Savannah estaba atrapado en el atasco a tan solo seis metros de distancia. Incluso a las dos de la madrugada, era raro ver esa zona desierta. El hotel Hyatt estaba ubicado muy cerca de allí, a orillas del río. Otros hoteles, restaurantes y edificios de apartamentos la rodeaban por todos lados. Había gente por las inmediaciones todo el tiempo. La mayoría de los asesinatos tienen lugar en las sombras. Son actos vergonzosos que se ocultan de las miradas curiosas. Aquel no había sido un asesinato normal y corriente. Aquella ubicación le daba un aire de ejecución pública.

Ya a la altura del río, una suave brisa le refrescó la piel. Los gases de tubo de escape se disiparon y fueron sustituidos por el olor del agua turbia y el aroma empalagoso del azúcar caramelizado de las bombonerías. La zona de la orilla del río ya estaba bastante concurrida a aquella hora. Los niños corrían por la plaza ubicada en la ribera, ajenos a lo que había ocurrido allí hacía apenas unas horas. En la distancia, un barco fluvial de ruedas pintado de rojo y blanco estaba atracado a la espera de pasajeros. Un músico callejero tocaba una versión de Summertime al banyo mientras se protegía la cabeza del sol con un sombrero de copa desgastado.