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Andrea Laurence

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Beschreibung

Hijas del poder.5º de la saga. Saga completa 6 títulos. Lo que ocurre en el ascensor se queda en el ascensor. Atrapado en un ascensor con su empleada más apasionada, Liam Crowe, magnate de los medios de comunicación, no pudo controlar la química. Francesca Orr había empezado insultándolo en la sala de juntas y, después, lo había besado. Liam empezaba a pensar cómo iba a llamarla: prometida, tal vez incluso esposa. Porque la única manera de mantener el control de la cadena de televisión, sacudida por los escándalos, era sentando la cabeza. Y Francesca le parecía la mujer perfecta para fingir que lo hacía. Esta aceptó ayudarlo, pero su relación pronto se convirtió en algo muy real.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un compromiso exclusivo, n.º 105 - mayo 2014

Título original: A Very Exclusive Engagement

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4286-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Figlio di un allevatore di maiali.

Liam Crowe no hablaba italiano. El nuevo dueño de la cadena de televisión American News Service casi no era capaz de pedir en un restaurante italiano, y estaba seguro de que su nueva vicepresidenta ejecutiva de promoción comunitaria lo sabía.

Francesca Orr había murmurado aquellas palabras durante la junta extraordinaria de esa mañana. Él las había escrito, o algo parecido, en su cuaderno para poder después buscar su significado. Francesca las había dicho de manera muy seductora. El italiano era un idioma poderoso, sobre todo, cuando la que lo hablaba era una mujer morena, de labios pintados de rojo y belleza exótica.

Y, no obstante, tenía la impresión de que no iba a gustarle lo que le había dicho.

No había esperado que la adquisición de la empresa de Graham Boyle fuese a ser tan sencilla. Tanto el anterior dueño como varios de sus empleados estaban en la cárcel por un delito de escuchas telefónicas que había tenido como objetivo al presidente los Estados Unidos. El primer punto del orden del día de la junta había sido suspender a Angelica Pierce, periodista de la cadena, porque se sospechaba que había cometido una falta grave. Hayden Black seguía investigando el caso para el Congreso y, más concretamente, el papel de Angelica en todo el asunto. En esos momentos, tenían motivos suficientes para suspenderla. Cuando Black terminase con su investigación, y, con un poco de suerte, encontrase pruebas concluyentes, Liam y su junta directiva determinarían las siguientes medidas.

Aquello era una vorágine corporativa y política, pero ese era el único motivo por el que Liam había podido hacerse con la mayor parte de las acciones de la cadena. ANS era la joya de la corona de los medios de noticias. Siempre había querido conseguirla. El escándalo de las escuchas telefónicas y el pirateo informático había hecho caer a Graham Boyle, el anterior dueño, y a la cadena. Incluso con este entre rejas y el desplome de las audiencias, Liam había sabido que era una oportunidad que no podía desperdiciar.

Así que tenía que superar aquel escándalo y volver a conseguir una buena reputación. Nada en la vida era fácil y a Liam le gustaban los retos, pero esperaba que los empleados de ANS y, más concretamente, su junta directiva, lo apoyasen. Desde el portero de noche al director ejecutivo, todos los puestos corrían peligro. Casi todas las personas con las que hablaba se alegraban de que hubiese comprado la cadena, deseaban olvidarse del escándalo y esperaban poder volver a levantar la cadena.

Pero Francesca, no. Aquello no tenía sentido. Aunque, claro, tenía un padre que era productor cinematográfico, rico y famoso, que la apoyaría si perdía su trabajo en ANS. No obstante, su trabajo consistía en conseguir fondos para organizaciones benéficas. Seguro que la empresa le preocupaba tanto como los huérfanos que se morían de hambre o los pacientes de cáncer.

Pero, en cualquier caso, no lo parecía. Francesca había llegado a la sala de juntas ataviada con un traje rojo, ceñido, y había arremetido contra él como el mismísimo demonio. A Liam ya le habían advertido que era una mujer apasionada y testaruda, que no se lo tomase de manera personal si chocaban. Pero no había estado preparado para aquello. Había bastado con mencionar la posibilidad de reestructurar el presupuesto para ayudar a absorber las pérdidas para que se pusiese furiosa. No obstante, no podían gastarse millones de dólares en organizaciones benéficas estando en una situación económica tan complicada.

Aunque, cómo no, ella no estaba de acuerdo.

Liam suspiró, cerró su maletín y salió de la sala de juntas para irse a comer. Había planeado invitar a varios miembros de la junta, pero cada cual se había ido por su cuenta al terminarse la reunión. Y a él no le extrañaba. Había conseguido mantener el control y se había asegurado de tratar todos los puntos del orden del día, pero era un proceso doloroso.

Por extraño que pareciese, lo único que había hecho que para él fuese remotamente tolerable había sido la imagen de Francesca. En una sala llena de mujeres de negocios mayores y hombres vestidos de gris, negro y azul marino, Francesca había sido un toque de color. Y Liam no había podido evitar mirarla, incluso cuando esta había estado en silencio.

Tenía el pelo negro como el ébano, rizado, que le caía sobre los hombros; los ojos almendrados, marrones oscuros, con largas pestañas. Eran unos ojos enigmáticos, incluso cuando lo miraba mal. Cuando discutía con él, se le sonrojaba el rostro, dando a su piel perfecta y bronceada un tono rosado que resultaba realzado por el rojo de sus labios y de su vestido.

Liam siempre había tenido debilidad por las mujeres apasionadas y exóticas. En el instituto había tenido su ración de chicas rubias y de ojos azules y, al llegar a la universidad, se había dado cuenta de que le gustaban más las mujeres un poco picantes. Francesca, si no hubiese intentado estropearle el día y, probablemente, el año entero, habría sido el tipo de mujer a la que le habría pedido salir.

No obstante, lo último que necesitaba era complicar su situación con una aventura.

En esos momentos, lo que le hacía falta era una copa y un buen filete de su restaurante favorito. Se alegraba de que la sede corporativa de ANS estuviese en Nueva York. A pesar de que le gustaba vivir en Washington, siempre era un placer volver a su ciudad natal. Allí estaban los mejores restaurantes del mundo, podía ver a su equipo de béisbol desde un palco de lujo y el ambiente de Manhattan era incomparable.

Tendría que ir a Nueva York con cierta frecuencia. En realidad, le habría gustado quedarse a vivir allí, pero si quería meterse de lleno en política tenía que estar en Washington. Así que había establecido su despacho en la redacción de ANS en Washington, tal y como había hecho Boyle, y había conservado su apartamento de Nueva York y la casa que tenía en Georgetown. Así tenía lo mejor de ambos mundos.

Pasó por su despacho antes de ir a comer. Dejó el maletín en la mesa y copió las palabras de Francesca en un post-it que después entregó a su secretaria.

–Jessica, ya se ha terminado. La señora Banks te traerá los documentos necesarios para procesar la suspensión de la señorita Pierce. Quiero que Recursos Humanos se encargue del tema inmediatamente. Y ahora, me voy a comer.

Le tendió la nota con la frase italiana.

–¿Puedes conseguirme una traducción? Es italiano.

Jessica sonrió y asintió, como si no fuese la primera vez que le pedían aquello. Al parecer, también lo había hecho para Graham Boyle en alguna ocasión.

–Por supuesto, señor –respondió, mirando el papel–. Veo que la señorita Orr le ha dado la bienvenida a la empresa. Esto no lo había visto antes.

–¿Debo sentirme halagado?

–Todavía no lo sé, señor. Se lo diré en cuanto lo averigüe.

Liam se echó a reír y se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo antes de salir.

–Solo por curiosidad –dijo–. ¿Cómo llamaba a Graham?

–Su favorito era stronzo.

–¿Y qué significa?

–Tiene varias traducciones, pero no creo que deba decir ninguna en voz alta.

En su lugar, escribió una palabra en el reverso de la nota que él le había dado.

–Vaya –comentó Liam–. Veo que no es precisamente un piropo. Tendré que hablar con la señorita Orr antes de que se nos vayan las cosas de las manos.

Vio una mancha roja pasar fugazmente ante él y se dio cuenta de que era Francesca, que iba hacia los ascensores.

–Ahí está mi oportunidad.

–Buena suerte, señor –le dijo Jessica.

Cuando Liam llegó a los ascensores una de las puertas se había abierto y Francesca había entrado y se había girado hacia él. Lo vio llegar. Sus miradas se cruzaron un instante y entonces Francesca tocó un botón. Para cerrar las puertas más rápidamente.

Muy agradable.

Él metió el brazo entre las hojas de metal para hacer que volviesen a abrirse. A Francesca no pareció gustarle aquella invasión. Lo fulminó con la mirada y luego arrugó su pequeña nariz como si oliese mal. Cuando las puertas empezaron a cerrarse otra vez, retrocedió hasta un rincón del ascensor a pesar de que estaban los dos solos.

–Tenemos que hablar –le dijo Liam en cuanto empezaron a bajar.

Francesca abrió mucho los ojos y apretó los labios.

–¿De qué? –preguntó en tono inocente.

–De tu actitud. Sé que te apasiona tu trabajo, pero, te guste o no, soy yo quien manda en esta empresa y voy a hacer lo que sea necesario para salvarla. No voy a permitir que me ridiculices delante de…

Liam se interrumpió al ver que el ascensor se paraba de repente y las luces se apagaban en su interior.

No era posible. No podía estar atrapada en un ascensor estropeado con Liam Crowe. Era un hombre testarudo y demasiado guapo. Pero tenía que haber imaginado que algo malo iba a ocurrir. Había habido trece personas sentadas alrededor de la mesa de la sala de juntas. El número trece era el de la mala suerte.

Nerviosa, se tocó el cuerno de oro italiano que llevaba en el cuello y suplicó en silencio que aquello terminase bien.

–¿Qué ha pasado? –preguntó en un hilo de voz.

–No lo sé –respondió Liam.

Estuvieron a oscuras unos segundos más y luego se encendió la luz roja de emergencia. Liam se acercó al panel de botones y descolgó el teléfono. Sin decir palabra, volvió a colgarlo. Después le dio al botón de emergencia, pero no ocurrió nada. Todo el panel estaba apagado, no parecía funcionar.

–¿Y bien? –preguntó Francesca.

–Creo que no hay electricidad. El teléfono no funciona –dijo, sacando su teléfono móvil y mirando la pantalla–. No tengo cobertura, ¿y tú?

Francesca buscó en su bolso y sacó el teléfono, miró la pantalla y negó con la cabeza. Tampoco tenía cobertura. De todos modos, casi nunca la tenía en un ascensor.

–Nada.

–Maldita sea –dijo Liam, guardándose el aparato–. No puedo creerlo.

–¿Qué vamos a hacer?

Liam se apoyó en la pared.

–Esperar. Si el corte de electricidad es en todo el edificio, no podemos hacer nada.

–Entonces, ¿nos sentamos a esperar?

–¿Se te ocurre algo mejor? Esta mañana tenías un montón de ideas.

Francesca hizo caso omiso de su indirecta, se cruzó de brazos y le dio la espalda. Luego miró la trampilla que había en el techo. Podía intentar llegar a ella, pero no sabía en qué piso estaban.

Habían tomado el ascensor en el cincuenta y dos, y no les había dado tiempo a bajar mucho. Debían de estar entre dos pisos. Además, podía volver la luz cuando estuviesen ahí arriba y podían sufrir un accidente. Tal vez fuese mejor idea esperar allí.

Con un poco de suerte, la luz volvería en cualquier momento.

–Es mejor esperar –admitió a regañadientes.

–Jamás pensé que estaríamos de acuerdo en algo, después del cabreo que tenías en la junta.

Francesca se giró a mirarlo.

–Yo no tenía ningún cabreo. Lo que ocurre es que no soy tan dócil como los demás y no iba a quedarme sentada mirando cómo tomabas decisiones equivocadas para la empresa. Los demás están demasiado asustados para crear problemas.

–Les da miedo que la empresa no supere el escándalo de las escuchas. Y no han dicho nada porque saben que tengo razón. Tenemos que ser fiscalmente responsables si vamos a…

–¿Fiscalmente responsables? ¿Y qué hay de la responsabilidad social? ANS lleva siete años apoyando a la ONG Youth in Crisis. No podemos retirar nuestro apoyo este año, a solo dos semanas de la gala. Cuentan con el dinero para sus programas con jóvenes. Esas actividades consiguen sacar a muchos niños de la calle y darles oportunidades que no tendrían sin nuestro dinero.

Liam frunció el ceño y apretó la mandíbula.

–¿Piensas que no me importan los niños desfavorecidos?

Francesca se encogió de hombros.

–No sabría qué decir.

–Pues sí que me importan –le aseguró él–. He asistido a la gala los dos últimos años y en ambas ocasiones les he dado un buen cheque, pero no se trata de eso. Tenemos que recortar gastos para mantener la empresa a flote hasta que consigamos limpiar nuestra imagen.

–No, te equivocas –insistió ella–. Necesitas las galas benéficas para limpiar la imagen de la empresa y que esta se mantenga a flote. ¿Qué mejor manera de conseguir una buena imagen que a través de buenas obras? Así la gente sabrá que hubo quien hizo las cosas mal en la cadena, pero que el resto estamos comprometidos a hacerlas bien. Ya verás como recuperamos anunciantes.

Liam se quedó mirándola fijamente y luego dijo:

–Tu argumento habría resultado mucho más convincente si no te hubieses dedicado a gritar y a insultarme en italiano.

Francesca frunció el ceño. No había pretendido perder el control, pero no había podido evitarlo.

–Tengo mucho carácter –admitió–. Lo he heredado de mi padre.

Cualquiera que hubiese trabajado en la industria conocía el carácter de Victor Orr, que era capaz de explotar en un momento, sin previo aviso, y muy difícil de calmar. Y ella era igual.

–¿También jura en italiano?

–No, es irlandés y no habla ni una palabra de italiano, y mi madre lo prefiere así. No obstante, mi madre está muy orgullosa de sus orígenes y yo siempre he pasado los veranos en Italia, con mi nonna.

–¿Nonna?

–Mi abuela materna. Allí aprendí bastante el idioma, incluidas algunas frases que no debería saber. De adolescente, me di cuenta de que, si juraba en italiano, mi padre no me entendía. De ahí me viene la mala costumbre. Siento haber gritado –añadió–. Es que la empresa me importa demasiado.

Francesca podía parecerse a su madre en muchas cosas, pero también se parecía a su padre. Victor Orr procedía de una familia pobre y había educado a sus hijas para que valorasen lo que tenían, y para que lo compartiesen con otras personas menos afortunadas. Francesca había sido voluntaria en organizaciones benéficas desde el instituto. Luego, su padre, que era socio minoritario de ANS, la había ayudado a entrar en la empresa, y ella enseguida había sabido qué puesto quería ocupar. Además, su trabajo se le daba muy bien. Graham nunca había tenido quejas sobre ella.

Pero todo giraba alrededor del dinero. Cuando las cosas se ponían feas, el primer presupuesto que se recortaba era el suyo. ¿Por qué no eliminaban beneficios corporativos? ¿Por qué no recortaban en viajes y obligaban a la gente a tener más videoconferencias? ¿O en la gomina del presentador de las noches?

–No quiero despedazar tu departamento –le dijo Liam–. Lo que haces es importante para ANS y para la comunidad, pero todo el mundo tiene que apretarse el cinturón. No solo tú. Es difícil ponerse al frente de una empresa que funciona bien, así que imagínate cómo es tomar las riendas de ANS. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que la cadena vuelva a lo más alto, pero necesito la ayuda de todo el mundo.

Francesca se dio cuenta de que era sincero. Le importaban la empresa y sus empleados. Antes o después lo convencería para que viese las cosas como ella. Solo tenía que utilizar las tácticas de su madre.

Le llevaría más tiempo y paciencia que con Graham, pero Liam parecía razonable. Acababa de ganarse unos puntos.

–De acuerdo.

Liam la miró como si no creyese lo que acababa de oír. Luego, asintió. Ambos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Liam se quitó la cara chaqueta del traje y la tiró al suelo, y después hizo lo mismo con la corbata. Se desabrochó el cuello de la camisa y respiró hondo, como si no hubiese sido capaz de hacerlo hasta entonces.

–Me alegro de que podamos declarar una tregua, porque hace demasiado calor aquí para seguir peleando. Cómo no, hemos tenido que quedarnos encerrados en uno de los días más calurosos del año.

Tenía razón. El aire acondicionado no estaba funcionando y hacía mucho calor para ser principios de mayo. Y cuanto más tiempo estuviesen allí, más subiría la temperatura.

Francesca siguió su ejemplo y se quitó la chaqueta, quedándose con una camisa negra de seda y encaje y una falda de tubo. Menos mal que no se había puesto medias.

Dejó la chaqueta en el suelo y se sentó encima. No podía seguir de pie con aquellos tacones, y ya no tenía esperanzas de que los sacasen de allí pronto. Si iban a tener que esperar un rato más, prefería estar cómoda.

–Ojalá hubiese sucedido después de la comida. Ya ni me acuerdo de lo que hemos desayunado en la sala de conferencias.

Francesca estaba de acuerdo. No había comido nada desde esa mañana, que se había tomado un cappuccino y un cruasán antes de salir del hotel, pero, como solía comer tarde, siempre llevaba algo de picar en el bolso.

Utilizó la luz del teléfono para buscar en él y encontró una barrita de cereales, un paquete de galletas italianas y una botella de agua.

–Yo tengo un par de cosas de comer. La cuestión es si nos las tomamos ahora, con la esperanza de que nos saquen de aquí pronto, o esperamos por si tardan varias horas.

Liam se sentó a su lado en el suelo.

–Ahora, sin duda.

–No durarías ni diez minutos en uno de esos realities de supervivencia.

–Por eso los produzco en vez de participar en ellos. Para mí, sobrevivir es tener que comer en Times Square con los turistas. ¿Qué tienes?

–Una barrita de cereales y unas galletas italianas. Y podemos compartir el agua.

–¿Qué prefieres tú?

–Me gustan las galletas. Son parecidas a las que me daba mi abuela para desayunar cuando estaba con ella. En Italia no se desayuna huevos y beicon, como aquí. Y una de las cosas que más me gustaba de estar allí era desayunar bizcochos y galletas.

Liam sonrió y ella se dio cuenta de que era la primera vez que lo veía sonreír. Era una pena. Tenía una sonrisa bonita, que le iluminaba todo el rostro. Y parecía más natural que esa expresión seria que tenía todo el día era como si, en realidad, fuese un hombre despreocupado y relajado. La tensión de la compra de ANS debía de estar afectándolo mucho. Esa mañana había sido muy profesional y ella, con su comportamiento, no lo había ayudado.

En esos momentos estaba estresado, hambriento y molesto por haberse quedado encerrado en el ascensor. Francesca se alegró de haber conseguido que sonriese, aunque hubiese sido solo un momento.

Eso compensaba un poco su actuación de esa mañana. Se dijo que tenía que ser más cordial en un futuro. Liam estaba siendo sensato y no tenía sentido ponerle las cosas todavía más difíciles de lo que eran.

–Lo de desayunar bizcochos suena genial. Lo mismo que pasar los veranos en Italia. Cuando terminé el instituto, estuve una semana en Roma, pero eso es todo. Solo me dio tiempo a visitar los monumentos más importantes, como el Coliseo y el Partenón.

Miró los dos paquetes que Francesca tenía en las manos.

–Me tomaré la barrita de cereales, dado que tú prefieres las galletas. Gracias por compartirlo conmigo.

Francesca se encogió de hombros.

–Es mejor que oír cómo te ruge el estómago –comentó, le dio la barrita y abrió la botella de agua para darle un sorbo.

Liam abrió el envoltorio y se comió la barrita antes de que a Francesca le hubiese dado tiempo a meterse la primera galleta en la boca. Se echó a reír mientras empezaba a comer, y se dio cuenta de que Liam la miraba como un tigre hambriento.

–Toma –le dijo, tendiéndole la bolsa–. No puedo soportar que me mires así.

–¿Estás segura? –le preguntó él, mirando la bolsa de galletas, que había ido a parar a sus manos.

–Sí, pero cuando salgamos de este ascensor, tendrás que recompensarme.

–Hecho –le dijo él, metiéndose la primera galleta en la boca.

Francesca pensó que tenía que hacer falta mucha comida para mantener a un hombre como aquel. Era tan grande como había sido su nonno. Su abuelo había fallecido cuando ella era solo una niña, pero su nonna le había hablado mucho de él y de cuánto había tenido que cocinarle. Como su nonno, Liam era alto y fuerte. Tenía complexión de corredor. En Washington, muchas personas corrían alrededor del National Mall, o eso le habían dicho.

Se imaginó a Liam corriendo, con pantalones cortos y sin camiseta. Y pensó que tenía que ir alguna vez ella también, aunque fuese solo por las vistas.

A Francesca no le gustaba sudar. Y correr con la humedad que había en verano en Virginia le parecía impensable. Lo mismo que hacerlo durante los fríos inviernos. Así que no corría. Tenía cuidado con lo que comía, se daba algún capricho y caminaba todo lo que sus tacones se lo permitían. Eso hacía que estuviese delgada, pero con curvas.

Y, hablando de sudar… Estaba empezando a hacerlo. Se sentía pegajosa pero no se podía quitar más ropa, a no ser que quisiese acercarse a Liam mucho más de lo previsto.

Pensó que eso no estaría tan mal.

Hacía mucho tiempo que no salía con nadie. Se había dedicado a su trabajo, aunque siempre se había mantenido abierta a cualquier posibilidad. No obstante, no había conocido a nadie interesante. Casi todas sus amigas tenían pareja y a ella le preocupaba ser la última que la encontrase.

Aunque Liam Crowe no era de los que tenían relaciones serias. Era el típico hombre con el que tener una aventura. Y ella no solía tenerlas si pensaba que no iba a haber un futuro, pero vio cómo se le ceñía la camisa a los anchos hombros y se dijo que tal vez fuese eso lo que necesitaba. Algo con lo que liberar tensión y tomar fuerzas para seguir esperando a que llegase su hombre de verdad.

Metió la mano en el bolso y sacó una horquilla. Se recogió la melena oscura y se la sujetó. Eso la alivió un momento nada más.

Si no salían pronto de ese ascensor, iba a pasar algo.

Dio otro sorbo de agua y apoyó la cabeza en la pared. Luego se alegró de haberse puesto la ropa interior a juego esa mañana. Tenía la sensación de que a Liam le iba a gustar.

Capítulo Dos

–Cielo santo, ¡qué calor! –exclamó Liam, poniéndose en pie.

Se desabrochó los botones de la camisa y suspiró aliviado al quitársela.

–Lo siento si te sientes incómoda, pero tenía que hacerlo.

Francesca seguía sentada en silencio y casi ni lo miró, aunque Liam había visto que lo miraba un instante y abría mucho los ojos, como con curiosidad. Interesante.

En las dos últimas horas, había empezado a verla de manera diferente. La entendía mejor y sabía lo que era importante para ella. Con un poco de suerte, cuando saliesen de aquel ascensor podrían empezar a trabajar juntos sin hostilidad.

Tal vez pudiesen llevarse bien. Después de dejar de gritar, le gustaba Francesca. De hecho, le gustaba más de lo que debería, teniendo en cuenta que trabajaba para él.

–Francesca, quítate algo de ropa. Sé que te estás muriendo de calor.

Ella negó con firmeza, aunque tenía gotas de sudor en el escote.

–No, estoy bien, gracias.

–De eso nada. Te encuentras tan mal como yo. Estás muerta de calor. Quítate la ropa, de verdad. Yo me voy a quitar los pantalones de aquí a diez minutos, así que no seas vergonzosa.

Francesca lo miró sorprendida.