Un fin de semana imborrable - Andrea Laurence - E-Book

Un fin de semana imborrable E-Book

Andrea Laurence

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Por culpa de la amnesia que sufría desde el accidente, Violet Niarchos no recordaba al hombre con el que había concebido a su hijo, pero cuando Aidan Murphy, el atractivo propietario de un pequeño pub, se presentó en su despacho, de pronto los recuerdos volvieron en tromba a su mente, y supo de inmediato que no era un extraño para ella. Era el padre de su bebé, el hombre con el que había pasado un apasionado fin de semana. ¿Creería Aidan que de verdad había olvidado todo lo que habían compartido?, ¿o pensaría que la rica heredera estaba fingiendo para salvar su reputación?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 191

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Andrea Laurence

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un fin de semana imborrable, n.º 2122 - febrero 2019

Título original: One Unforgettable Weekend

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-507-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Ya puede pasar. La señorita Niarchos lo espera.

Aidan Murphy se levantó, se abrochó la chaqueta y se alisó la corbata con la mano. Se le hacía raro ir de traje después de tanto tiempo sin llevar uno. Años atrás los trajes habían sido como una segunda piel para él, pero un día todo su mundo se había derrumbado, haciendo que su vida cambiase por completo, y cuando uno trabajaba en un pub irlandés no necesitaba trajes caros ni corbatas de seda.

Pero la razón por la que había ido allí no tenía nada que ver con el pub, ni con su vida cinco años atrás. Había ido allí por su madre, ya fallecida, por la promesa que le había hecho, en su lecho de muerte, de que abriría en su memoria un centro de rehabilitación para alcohólicos.

Había perdido a sus padres con solo unos años de diferencia, y de repente se había encontrado con una herencia que no se había esperado: un pub en Manhattan que estaba luchando por sacar a flote, y una enorme casa en el Bronx este.

Como tenía una licenciatura en Marketing y había sido ejecutivo publicitario, tenía los conocimientos suficientes como para reflotar el pub, pero no tenía ningún interés en una casa tan grande y que estaba en un lugar tan alejado. Sin embargo, no se sentía preparado para separarse del hogar en el que había crecido.

Sus padres, católicos irlandeses, habían comprado esa casa porque al casarse habían querido formar una gran familia, pero solo lo habían tenido a él. La vivienda estaba pagada, pero, aunque quisiera, venderla no sería nada fácil. El barrio estaba cada vez más deteriorado, y hasta sería difícil alquilarla.

Su madre lo había sabido y lo había instado a conservarla y utilizar la casa como un hogar de transición para los alcohólicos que acababan de salir de un programa de rehabilitación en un centro especializado. Habiendo lidiado con el alcoholismo de su padre, su madre decía que pasar por un hogar de transición era lo que habría necesitado para curarse del todo, en vez de haber retomado su adicción cada vez al cabo de pocas semanas.

Y ahí era donde entraba la Fundación Niarchos, por mucho que odiara la idea de pedir ayuda a nadie, y más aún a la gente rica. Necesitaba dinero para hacer realidad el sueño de su madre, un montón de dinero, y por eso les había solicitado una subvención.

Abrió la puerta del despacho y contuvo el aliento. Era ahora o nunca. Sin embargo, apenas hubo cruzado el umbral, se paró en seco cuando su mirada se posó en los exóticos ojos negros de la mujer sentada tras el escritorio, los ojos de la mujer que se había esfumado de su vida hacía más de un año. ¡Violet!

Y al parecer se apellidaba Niarchos, aunque no habían llegado a decirse el apellido en el poco tiempo que habían pasado juntos. Si hubiera sabido su nombre completo podría haber intentado encontrarla después de que hubiera desaparecido sin dejar rastro.

Iba a decir «hola» pero la expresión indiferente de Violet lo desconcertó. No parecía haberlo reconocido. Era como si para ella no fuera más que otra persona que acudía a la fundación en busca de ayuda, en vez de un hombre con el que había hecho el amor.

Era evidente que ella había causado en él una impresión mucho mayor que él en ella.

–¿Violet? –inquirió, para asegurarse de que no se estaba equivocando de persona.

Juraría que era ella, pero a veces el tiempo distorsionaba los recuerdos.

–Sí –contestó ella, levantándose y rodeando la mesa.

Ataviada como iba, con una blusa de seda color lavanda, una falda de tubo gris, medias y manoletinas, y con un collar y unos pendientes de perlas, tenía un aspecto mucho más formal que la Violet que había entrado en su pub aquella noche, un año atrás.

–¿No me reconoces? –le preguntó–. Soy Aidan. Nos conocimos en el Pub Murphy hará un año y medio.

El delicado rostro de porcelana de Violet se resquebrajó de repente. Lo miró boquiabierta, con los ojos como platos. Parecía que por fin había caído en quién era.

–¡Dios mío…! –murmuró, llevándose las manos a la boca.

Aidan se esforzó por no exteriorizar el pánico que le entró al ver las lágrimas en sus ojos. Después de que desapareciera, se había pasado muchas noches tendido en la cama, preguntándose qué le habría pasado, por qué no había vuelto por el pub, imaginándose cómo sería volverla a ver… pero jamás se habría esperado que ese reencuentro fuese a hacerla llorar. No le había hecho nada como para que saliese llorando…

Al fin y al cabo, era ella la que se había ido, desvaneciéndose de madrugada como un fantasma y haciendo que empezara a preguntarse si no se lo habría imaginado todo. Y, si no fuera porque era abstemio y no había probado ni gota de alcohol, habría pensado que estaba borracho y había sufrido alucinaciones. Porque eso era lo que le había parecido Violet, una alucinación. Ninguna mujer había tenido el efecto que Violet había tenido en él.

–Aidan… –susurró, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

No quería verla llorar, y por un momento sintió el impulso de dar un paso adelante y abrazarla con fuerza, pero el modo en que estaba mirándolo le hizo detenerse. Lo más probable era que se arrepintiera de aquel apasionado fin de semana que había pasado con él, un don nadie. Seguramente lo había olvidado y ahora que lo tenía allí, frente a ella, en su despacho, se moría de vergüenza al recordar lo bajo que había caído.

–¿Estás bien? –le preguntó a pesar de todo.

Ella se apresuró a enjugarse las lágrimas con la mano y le dio un momento la espalda para recobrar la compostura.

–Sí, por supuesto –contestó con una sonrisa amable, girándose de nuevo–. Perdona, es que…

Le tendió la mano y al estrechársela Aidan sintió que un cosquilleo familiar le recorría la piel. La primera vez que la había tocado había sido como si estallara en llamas por dentro, y eso no había cambiado. Violet, sin embargo, parecía tremendamente tensa, y esa tensión no disminuyó siquiera cuando soltó su mano y le señaló con un ademán la silla más próxima.

–Siéntate, por favor. Tenemos mucho de que hablar.

Aidan tomó asiento mientras ella volvía a rodear el escritorio para sentarse de nuevo en su sillón.

–Antes de que pasemos al tema de la subvención que nos has solicitado, creo que debería empezar por pedirte disculpas –le dijo–. Imagino que te llevarías una impresión horrible de mí por desaparecer como lo hice. Yo desde luego me siento fatal.

–Solo quiero saber qué te pasó –contestó Aidan.

–Tuve un accidente –le explicó Violet, bajando la vista a la mesa. Cuando siguió hablando frunció el ceño, como si le costara hilar la historia–. Supongo que debió ser justo después de que abandonara tu apartamento. El taxi en el que iba se empotró contra la parte trasera de un autobús y me golpeé la cabeza contra la mampara que me separaba del conductor. Cuando recobré el conocimiento estaba en el hospital.

A Aidan se le cayó el alma a los pies. Ni se le había pasado por la cabeza que hubiera podido sucederle algo así. Había pensado lo peor de ella sin saber que estaba convaleciente en el hospital…

–Y ahora… ¿te encuentras bien?

–Sí –respondió ella con una sonrisa–. Aparte de una fuerte conmoción, solo sufrí rasguños y moratones. No tuve secuelas aparte de una pérdida parcial de memoria. Básicamente perdí los recuerdos de la semana anterior al accidente. Lo último que recordaba cuando recobré el conocimiento era que había salido de mi despacho para ir a una reunión importante. Durante estos meses he intentado de todo para recuperar los recuerdos, pero nada funcionaba. No volví a ponerme en contacto contigo porque no me acordaba de ti, ni del fin de semana que habíamos pasado juntos hasta hace un momento, cuando me has dicho tu nombre.

Aidan frunció el ceño y parpadeó con incredulidad.

–¿Estás diciendo que tienes amnesia?

 

 

Violet contrajo el rostro. Los médicos le habían dicho que, con el tiempo, los recuerdos volverían. Le habían dicho que podía tener recuerdos breves y repentinos, sensaciones de déjà vu, o que tal vez todos esos recuerdos acudirían de pronto en tromba a su mente.

Había sido lo último. Cuando Aidan la había mirado con esos grandes ojos azules y le había dicho su nombre, había sentido como si la tierra se tambalease bajo sus pies y de repente su mente se había visto inundada por vívidas imágenes de ellos dos juntos. Desnudos y sudorosos. Riéndose. Tomando comida china en la cama y charlando durante horas.

Aquellos recuerdos tan íntimos con alguien que era prácticamente un extraño la hicieron sonrojarse, pero ese sentimiento de vergüenza se disipó de inmediato al darse cuenta de lo que suponía aquello. Era lo que había provocado sus lágrimas.

Había pasado quince meses preguntándose qué habría ocurrido en esa semana de su vida que se había borrado de su mente. Después del accidente quiso recuperar esos recuerdos, pero había acabado relegando esas preocupaciones al descubrir que estaba embarazada. A partir de ese momento toda su atención se había centrado en la relación con su prometido, Beau Rosso, y en planificar la llegada de su primer hijo. Y entonces, al nacer el bebé, recordar lo que había pasado en aquella semana se había vuelto más importante que nunca.

–Eso fue lo que me dijeron los médicos –respondió–. He pasado casi un año y medio intentando recuperar esos recuerdos, pero hasta hace un momento mi mente seguía completamente en blanco.

Aidan se pasó una mano por el desaliñado cabello pelirrojo y arqueó las cejas.

–¿Y qué es lo que has recordado? –inquirió.

Violet volvió a sonrojarse.

–Pues… bueno… recuerdo que entré en un pub y… creo que tú trabajabas allí, ¿no?

Aidan sonrió.

–Sí, aunque soy el dueño.

Violet asintió y trató de no dejarle entrever su alivio. No sería muy apropiado que alguien de su clase se acostase con un simple camarero. Era la heredera de una de las mayores fortunas europeas, y la habían educado para conducirse como tal.

Recordaba haber ido a ese pub, pero no por qué. No era un sitio al que hubiese ido antes, aunque sí recordaba el momento exacto en que había posado sus ojos en Aidan. Y también recordaba haber charlado y reído con él mientras cerraba el local.

–También me acuerdo de que fuimos a tu casa –murmuró.

Le ardían las mejillas. Era imposible que él no se hubiese dado cuenta de que estaba roja como una amapola, y por si no fuera suficiente con los eróticos recuerdos que la habían asaltado, el modo en que Aidan estaba mirándola la hizo sentirse aún más incómoda.

–Creo que los dos sabemos qué pasó después –dijo.

Aidan asintió.

–No sé cuántas vueltas le habré dado, intentando averiguar qué hice mal.

Violet apartó de su mente las tórridas imágenes, en un intento por sofocar el calor que había aflorado en su vientre.

–¿A qué te refieres? Puede que aún no lo recuerde todo, pero no recuerdo que hicieras nada mal.

–Bueno, te fuiste sin decirme nada, ¿no? El domingo por la mañana cuando me desperté estaba solo.

Violet hizo un esfuerzo por recordar. Sí, había salido temprano de su apartamento, pero… ¿por qué? ¿Se había ido porque tenía algo que hacer? Tenía la impresión de que esa era la respuesta.

–Tenía que ir a algún sitio y no quería despertarte. Pensaba llamarte más tarde.

–Pero tuviste un accidente y sufriste amnesia –apuntó Aidan en un tono monocorde e incrédulo.

–Sí. Además, mi móvil quedó destrozado por el choque, así que tampoco tenía tu número. El accidente no solo borró mis recuerdos de esa semana, sino también cualquier rastro de esos días que pasamos juntos.

Bueno, no exactamente. Había quedado una huella imborrable que lo era todo en su día a día… solo que no se había dado cuenta hasta ese momento.

–¡Vaya, qué oportuno…!

A Violet no le gustaba el tono de su voz.

–¿Sugieres que te estoy mintiendo?

Aidan se encogió de hombros.

–Es algo que cuesta creer.

–Te aseguro que si no hubiera querido volver a verte, te lo habría dicho y punto. No tenía por qué inventarme lo del accidente, la amnesia y el móvil destrozado.

–O sea, que sí querías volver a verme.

Era una afirmación, no una pregunta. La sonrisilla en los labios de Aidan la hizo tensarse, y el estómago le dio un vuelco. Parecía que disfrutaba haciéndola sentirse incómoda.

No había conocido a ningún otro hombre como él, que la hiciese temblar por dentro con solo una mirada. No hacía falta ni que la tocara; el solo recuerdo de sus caricias bastaba para que se tambaleara su determinación. No iba a decírselo, pero nunca había disfrutado tanto del sexo como en esas dos noches que habían pasado juntos. La había hecho alcanzar cotas de placer que jamás habría imaginado, como un virtuoso, arrancando con maestría notas de su violín, hasta casi quedarse ronca de tanto gritar su nombre.

–Sí, quería volver a verte –admitió, tragando saliva.

Siguió la mirada de Aidan, que se posó brevemente en su mano izquierda, ahora desnuda, en la que durante meses había lucido el anillo de compromiso de Beau.

–¿Y ahora? –inquirió Aidan.

Una pregunta peligrosa. Haber pasado un fin de semana con él era una cosa, pero ahora… Todo había cambiado. Las cosas ya no eran tan simples como entonces.

–Lo que pueda querer o no ahora no es relevante –murmuró, evadiendo darle una respuesta.

–¡Y un cuerno que no! –exclamó Aidan, levantándose y rodeando la mesa.

Cuando ella se giró, sobresaltada, Aidan plantó las manos en los brazos de su sillón y se inclinó hacia ella.

–Me he pasado año y medio preguntándome qué te había pasado –le dijo–. Y aun cuando no quería pensar en ti, cuando solo quería pasar página, no lo conseguía. Y ahora de repente volvemos a encontrarnos, me sueltas esa historia absurda, me miras como si no hubieras roto un plato en tu vida y me dices que la atracción que sientes por mí es irrelevante.

Sus labios estaban a solo unos centímetros de los de ella. A Violet el corazón le martilleaba en el pecho, y respiraba agitada.

–Dilo –le exigió él.

Aunque quería hacerlo, Violet no podía rehuir su intensa mirada.

–Aidan…

–Dilo.

Violet tragó saliva.

–Está bien, sí, aún me siento atraída por ti. ¿Estás contento?

Aidan entornó los ojos.

–Pues no. Jamás había conocido a ninguna mujer que se esforzara de ese modo por reprimir sus deseos. ¿Es porque trabajo en un pub y no soy banquero, como tu novio?

Violet dio un respingo. Esa no era la razón. Su familia era rica; no necesitaba el dinero de ningún hombre. Y sí, había tomado por costumbre salir con hombres adinerados, pero solo porque la hacía sentirse un poco menos como un premio, un boleto de lotería que podía cambiar para siempre la suerte de un hombre.

–No –replicó–. No es eso. Y en cualquier caso Beau ya no es mi novio. Escucha, hay algo de lo que tenemos que hablar –le puso una mano en el pecho para que le dejase un poco de espacio, pero Aidan no se apartó, y solo consiguió sentirse acalorada al notar los duros músculos bajo su camisa–. Haz el favor de sentarte para que hablemos.

Aidan no contestó. Ni siquiera se movió. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus ojos estaban fijos en algo detrás de ella.

–¿Aidan? –lo llamó.

¿Estaba escuchándola siquiera? Se volvió para averiguar qué estaba mirando y vio que era la fotografía de Knox que tenía sobre la mesa. Era la única foto de su hijo que tenía en el despacho, pero más de una vez se arrepentía de haberla puesto. Todos los que la veían le preguntaban por aquel bebé con aspecto de querubín, de rizos pelirrojos y grandes ojos azules. Parecía que también había atraído la atención de Aidan, pero no solo porque Knox era adorable, sino porque el parecido entre ambos era innegable, algo que casi la había hecho caerse de espaldas cuando habían vuelto a ella de golpe los recuerdos de ese fin de semana, cuando por fin aquella última pieza del puzle había encajado en su sitio.

El pánico de Aidan, que miraba la foto boquiabierto, con unos ojos como platos, era evidente. Sabía lo que significaba. No le hacía falta echar cuentas ni hacerse una prueba de paternidad para saber la verdad. Volvió a posar sus ojos en ella y tragó saliva antes de preguntarle:

–¿El bebé de la foto es tuyo?

Violet asintió y Aidan se irguió por fin, dejándole espacio.

–Sí, es mi hijo: Lennox. Tiene casi seis meses.

–Lennox… –repitió él, como si estuviera intentando acostumbrarse a cómo sonaba.

–Yo lo llamo por su diminutivo, Knox. Es un niño increíble: tan listo y tan cariñoso… Es una auténtica bendición ser su madre.

Aidan volvió a posar los ojos en la fotografía, sin formular aún la pregunta que Violet sabía que quería hacer.

–Sí, una auténtica bendición –repitió y, antes de continuar, la invadió una mezcla de alivio y aprensión. ¿Cuántas veces había temido no poder encontrar al hombre al que decirle lo que estaba a punto de decirle?–. Y estoy bastante segura de que es… tu hijo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¿Mi hijo?

Desde el momento en que había visto la foto del bebé, Aidan había sabido que era suyo, pero oírlo de labios de Violet tuvo un impacto en él que no se había esperado.

–Sí. Perdona que hayas tenido que enterarte así. Por favor, siéntate para que podamos hablarlo.

Aidan rodeó de nuevo la mesa y volvió a sentarse antes de que le fallaran las piernas. La cabeza le daba vueltas. Había ido allí para pedir una subvención y de golpe y porrazo se había encontrado con que tenía un hijo. Un hijo llamado Knox.

Siempre había querido formar una familia llegado el momento, y tener la oportunidad de ser mejor padre de lo que lo había sido el suyo con él. Y siempre había pensado que, cuando decidiera casarse y formar esa familia, se dedicaría a ellos en cuerpo y alma. Pero en vez de eso acababa de descubrir que tenía un hijo, y que se había perdido sus primeros seis meses de vida.

Pondría remedio a eso cuanto antes. No sabía qué tendría Violet en mente, pero él pensaba ejercer de padre de Knox. Lo llevaría a los partidos de los Yankees y cuando fuera al colegio no faltaría a uno solo de sus entrenamientos ni a una reunión de padres.

–¿Por qué no lo dijiste antes? –la increpó.

Ella contrajo el rostro, como irritada.

–No sé cómo puedes preguntarme eso después de lo que te he dicho.

–¿Vas a seguir con ese cuento de la amnesia?

Violet frunció el ceño.

–He pasado los últimos seis meses angustiada porque no tenía ni idea de quién era el padre de mi hijo.

–¿Y de quién creías que era durante todo el embarazo?

Violet bajó la vista a la mesa para evitar su mirada.

–Creía que era de Beau, mi exnovio. Como había perdido los recuerdos de nuestro fin de semana juntos, no tenía motivos para pensar que pudiera ser de nadie más. Estábamos prometidos. Íbamos a casarnos. Fue en la sala de partos, cuando el médico le puso a Beau en los brazos a un bebé pelirrojo, cuando los dos nos quedamos en estado de shock.

Aidan podía imaginarse el cuadro y hasta sería gracioso si no fuera porque se había perdido el nacimiento de su hijo.

–¿Y cómo se lo tomó? Mal, me imagino.

Violet suspiró y alzó la vista hacia él.

–Eso da igual.

–¿Y qué dijeron tus padres?

Violet entornó los ojos.

–¿Hablamos de mis padres aquel fin de semana? –le preguntó.

Parecía que no recordaba la conversación que habían mantenido en el pub la noche que se conocieron. Aunque probablemente se debiera más al alcohol que a la contusión en la cabeza. Había entrado en el local hecha un mar de lágrimas, se había sentado en la barra y se había tomado unos cuantos tequilas.

–A fondo no –contestó él–. Solo me contaste que te presionaban para que te casases con ese tipo aunque era un capullo en grado superlativo. Supongo que debieron llevarse un disgusto al descubrir que era otro quien te había dejado embarazada.

–Bueno, sí, pero no tanto por eso como por el hecho de que no sabía siquiera quién había sido. No pueden soportar la idea de que sus amigos lleguen a enterarse de la verdad. Serían más felices si volviera con Beau y fingiéramos que Knox es hijo suyo. De hecho creo que siguen diciéndole a la gente que Beau es el padre y que estamos pasando por un mal momento.

–Entonces supongo que no se pondrán locos de contento al enterarse de que su verdadero padre es un irlandés sin blanca que regenta un pequeño pub.