Un giro inesperado del destino - Lynne Graham - E-Book

Un giro inesperado del destino E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

La novia... el novio... ¡y un bebé inesperado! Cuando Tansy Browne se preparó para encontrarse con el multimillonario Jude Alexandris frente al altar, ya sabía que iba a ser un matrimonio por conveniencia. Jude tenía que casarse antes de cumplir los treinta para heredar el emporio familiar de su abuelo. Para Tansy, aquel matrimonio era la única esperanza que tenía de hacerse con la custodia de su media hermana, a la que quería alejar de su padrastro, un hombre egoísta y codicioso al que la pequeña no le importaba nada. Jude mentiría si dijera que no había imaginado que podían saltar chispas entre la atractiva Tansy y él, pero lo que desde luego no entraba en sus planes era encontrarse cargando con un bebé en su luna de miel, ni podía suponer que aquella joven haría que cambiara por completo su forma de ver el mundo...

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Seitenzahl: 196

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Lynne Graham

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un giro inesperado del destino, n.º 2877 - septiembre 2021

Título original: The Greek’s Convenient Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-919-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TODOS los que estaban sentados alrededor de la larga mesa de la sala de juntas se quedaron mirando atónitos a la bella Althea Lekkas cuando exclamó:

–Lo siento, pero… ¡quiero cancelar la boda!

–¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso! –la increpó su padre, Linus, levantándose como un resorte con los puños apretados–. ¡Salir con esa pataleta a estas alturas! Si haces eso te… ¡te desheredo!

Jude Alexandris casi se rio al oír esa melodramática amenaza de su futuro suegro, que estaba tan empeñado en esa boda que causaba sonrojo. Claro que estaba acostumbrado a que lo vieran como la gallina de los huevos de oro por la fortuna de su familia, por más que todo ese dinero no hubiese hecho feliz a ninguno de ellos.

Su abuelo era un anciano amargado y manipulador que había sobrevivido a tres esposas. Su padre, Dion Alexandris, hijo único como él, había sido un exitoso hombre de negocios, pero un desastre como padre y como marido. Su madre, Clio, tras haber sido engañada por su marido y apartada de su hijo, se había volcado en restaurar unos jardines de fama mundial, y era lo único que parecía haberle proporcionado alguna felicidad.

En cuanto a él… Jude solo recordaba haber sido verdaderamente feliz una vez, a sus veintiún años, cuando se había sentido el rey del mundo porque se había enamorado de Althea y había creído que ella también lo amaba a él.

Pero Althea le había sido infiel, lo que había matado su amor por ella, y si ahora, siete años después, iban a casarse, era solo por conveniencia. Por culpa de los tejemanejes de su abuelo, y de la presión de estos sobre él, Jude se había visto obligado a buscar una esposa a toda prisa. Althea, por su parte, se acababa de divorciar de un matrimonio breve y desastroso y había creído que casándose con él conseguiría liberarse, como ansiaba, de las expectativas de su familia.

Cuando Althea se echó a llorar, Jude se levantó de su asiento y preguntó si había alguna sala vacía donde pudiera hablar a solas con ella. Uno de los miembros de su equipo legal se levantó y los condujo a Althea y a él hasta un pequeño despacho. Cuando salió, cerrando la puerta y dejándolos a solas, Althea le dijo entre sollozos:

–Perdona, no pretendía soltártelo así, de sopetón… y menos delante de toda esa gente… ¡pero es que no podía seguir adelante con esto! No estaría bien… No sé para ti, pero para mí no estaría bien…

–¿Estás segura de que no son solo nervios por la boda? –le preguntó Jude, apoyándose en la puerta.

Habían ido al bufete a firmar el acuerdo prematrimonial, y la boda iba a celebrarse dentro de una semana. A Jude le habría bastado con una ceremonia rápida, por lo civil, pero Althea se había empeñado en que quería algo a lo grande, y los preparativos habían llevado semanas.

El problema era que ahora, con todo el tiempo que habían perdido, solo le quedaban un par de meses. Si no se casaba antes de cumplir los treinta, su madre, Clio, se vería forzada a abandonar la villa y sus preciados jardines y él no podría hacer nada para impedir el golpe que supondría para ella.

Su madre vivía en una propiedad de la familia Alexandris que él solo heredaría cuando su abuelo, Isidore, hubiese fallecido, y este estaba utilizándola como amenaza para obligarlo a contraer matrimonio. Su madre podía ser a veces una persona difícil, pero no quería verla sufrir.

–No, no son nervios –la rubia Althea sacó un pañuelo de su bolso y se secó las lágrimas con cuidado de no despegar sus pestañas falsas–. Es que de repente comprendí que iba a casarme contigo por las razones equivocadas, que esperaría de ti más de lo que estabas dispuesto a dar, y que cuando llegara el momento no querría que este matrimonio se acabara. No sería justo ni para ti ni para mí, así que he decidido echarme atrás porque valoro tu amistad y no quiero perder también eso. No, no digas nada –murmuró con voz trémula cuando él frunció el ceño y abrió la boca para replicar–. Estoy haciendo lo correcto, por los dos, y lo sabes. Jamás volverás a sentir por mí lo que sentías; lo estropeé todo cuando me acosté con tu mejor amigo. Y ahora encima voy y te dejo metido en un fangal… –añadió con una sonrisa triste–. Por no mencionar lo furioso que se pondrá mi padre por todo el dinero que le he hecho gastarse para nada…

–Yo cubriré esos gastos –le propuso Jude, dando un paso hacia ella y tomándola de la mano.

–No puedo permitirlo –protestó ella apartando su mano con suavidad–, no cuando soy yo la que me he echado atrás. Siempre acabo metiendo la pata.

–No, la culpa es mía –replicó él–. Para empezar, ni siquiera debí contarte lo que mi abuelo amenazaba con hacer si no me casaba.

–Somos amigos; fui yo quien me ofrecí a ayudarte –le recordó Althea–. No, la culpa es mía porque no he superado del todo nuestra ruptura y porque ansiaba la notoriedad que me daría casarme contigo, pero tú no eres un trofeo y me avergüenza haberme dejado llevar por mi vanidad.

Jude suspiró.

–Bueno, volvamos a la sala de juntas y lidiemos con los efectos colaterales.

–Pero… ¿qué vas a hacer ahora? –le preguntó Althea, escrutando su rostro con un brillo calculador en la mirada.

–Buscarme otra esposa… una que no tenga una conciencia tan noble que la persuada de echarse atrás, como tú –murmuró Jude, mordiéndose la lengua para no decirle que dudaba mucho de esos sentimientos que decía que albergaba aún por él.

–No encontrarás a nadie con tan poco tiempo –repuso Althea–. Sería mejor que te replantearas qué estarías dispuesto a ofrecerme para hacerme cambiar de opinión.

El problema era que Jude no estaba dispuesto a ofrecerle más de lo que ya le había ofrecido, y que ella parecía empeñada en obviar el hecho de que, si de verdad lo amara, no se habría acostado con otro, y de que ya no eran un par de adolescentes. Ella había sido su primer amor, su único amor, pero para él la fidelidad era algo esencial en una pareja, y aunque la había perdonado y seguían siendo amigos, Althea había aniquilado ese amor que había sentido por ella.

Era tan ilusa que pensaba que con un buen gesto o unas palabras bonitas podía conseguir revertir las consecuencias de sus actos, pero él tenía el colmillo retorcido por las vivencias que le habían robado la inocencia siendo aún un chiquillo.

Uno de sus primeros recuerdos era de sus padres peleándose por las infidelidades de su padre. Recordaba vivamente la actitud desafiante y arrogante de su padre y el dolor de su madre y sus recriminaciones.

Tras haber descubierto la primera infidelidad de su padre, poco antes de que él naciera, el despecho había llevado a su madre a ponerle el nombre de «Judas». Así, se había convertido en el símbolo de todo lo que había sufrido su madre, y sospechaba que aún lo veía de ese modo.

Cuando el divorcio entre sus padres se hizo inevitable, su abuelo, que detestaba a su madre, había movido cielos y tierra para asegurarse de que a su padre le concedieran la custodia única y que a su madre se le permitiera ver a su hijo lo menos posible. También le había cambiado el nombre por «Jude».

«Eres un Alexandris», le había dicho su madre en una de sus breves visitas; «cuando crezcas serás como tu padre, un embustero y un donjuán. Lo llevas en la sangre; no podrás evitarlo».

Pero Jude era rebelde por naturaleza, y desde ese instante se juró que él no sería como su padre. Al fin y al cabo, había vivido en sus carnes las consecuencias de la incapacidad de su padre de mantener una relación estable con cualquier mujer. Se había vuelto a casar varias veces, además de tener incontables amantes, y tras una vida de excesos y emociones fuertes había muerto en un accidente de coche por ir conduciendo a más velocidad de la permitida.

 

 

Jude estaba a punto de marcharse cuando lo abordó uno de los abogados.

–¿Qué piensa hacer ahora? –le preguntó.

Jude lo miró, desconcertado por semejante familiaridad, mientras intentaba recordar cómo se llamaba aquel tipo.

–¿Perdone? –contestó con aspereza–. ¿A qué se refiere, señor…?

–Hetherington, Calvin Hetherington –respondió el hombre, irguiendo los hombros–. Verá, con su permiso, creo que lo que necesita es a una mujer a la que pueda pagar por casarse con usted y que no monte un numerito cuando decida poner fin a ese matrimonio. De hecho, conozco a alguien que no le causaría ningún problema y se casaría con usted por una suma acordada previamente sin pedirle nada más.

–No creo que necesite ayuda para encontrar a una mujer dispuesta a hacerlo por dinero –murmuró Jude, irritado.

–Pero tendría que ser una mujer discreta, que se amolde a las condiciones que usted quiera poner, no una de esas jóvenes consentidas y caprichosas de su estatus –reconvino el señor Hetherington.

Jude tenía que admitir que en eso tenía razón.

–¿Y quién es esa candidata perfecta? –le preguntó.

–Tansy, la hija de mi difunta esposa. Mi novia se ha emperrado en que no se vendrá a vivir conmigo hasta que ella no se vaya de casa –le explicó Hetherington, poniendo los ojos en blanco–. El problema es que Tansy no tiene dinero para independizarse, ni un trabajo.

–Ya. Pues no es mi problema –le espetó Jude.

–Bueno, pero mire, le dejo mi tarjeta –dijo el otro tendiéndosela–. Llámeme si cambia de opinión.

Jude entró en el ascensor y se metió malhumorado la tarjeta en el bolsillo. ¿Por qué había creído ese idiota presuntuoso que podía tomarse la libertad de sugerirle con quién debía o no casarse? Además, no estaba tan desesperado como para casarse con una perfecta extraña… ¿o sí?

No, por supuesto que no. Y, sin embargo, lo atraía la idea de una mujer que jugara según sus reglas y no le chantajeara o se echara atrás en el último momento. Una mujer que no sintiera nada por él, que solo aceptase aquel matrimonio de conveniencia por dinero…

Y, lo más importante, una mujer de la que podría divorciarse tan pronto como le fuera posible… sin problemas, sin remordimientos… y sin consecuencias. Sí, aunque la intromisión de Hetherington lo había molestado, la verdad era que tenía razón.

Cuando llegó a su piso, ya había tomado una decisión. Sacó la tarjeta y marcó el número de Hetherington en su móvil.

–Estoy dispuesto a conocer a su hijastra –le dijo–. Conciérteme una cita con ella.

 

 

Tansy sacó de la bañera a su hermanita Posy, que era solo un bebé, y la envolvió en una toalla. Su padrastro estaba abajo, llamándola, así que tomó a Posy en brazos, la apoyó en la cadera y salió al rellano.

–¡Estoy arriba! –respondió–. ¡Acuesto a Posy y bajo!

Posy rodó encima del cambiador cuando estaba intentando ponerle un pijamita limpio, pero Tansy ya tenía práctica en vestir a aquella pequeña traviesa. Posy, de diez meses, con sus ricitos rubios y sus grandes ojos azules, era una niña preciosa y alegre, pero la madre de ambas había muerto al poco de traerla al mundo.

Después del funeral su tía Violet le había dado un consejo muy duro: «Márchate de esa casa y vuelve a la universidad; retoma los estudios que tu madre hizo que abandonaras. Esa niña es tu hermana, no tu hija; no tienes por qué hacerte cargo de ella. Puedes venir a verla de cuando en cuando y seguir formando parte de su vida, pero no le debes nada a ese hombre y tu madre ya no está».

Tansy no sentía simpatía alguna por su padrastro, Calvin, pero había sido incapaz de marcharse y abandonar a su hermana recién nacida. Calvin le había pedido que cuidara de Posy hasta que encontrara una niñera, pero después de todos esos meses ni siquiera había empezado a buscarla y sentía que estaba aprovechándose de ella.

Y no solo eso; también había empezado a tener citas. Aunque tuviera poco más de treinta años –era bastante más joven que su madre–, no por eso dejaba de parecerle de bastante mal gusto que hubiera retomado tan pronto su vida amorosa. Había tragado incluso con que algunas de sus «amigas» se quedaran a pasar la noche, pero había puesto pie en pared cuando Calvin había presionado a su novia actual, Susie, para que se hiciera cargo de Posy.

No se habría interpuesto si Susie lo hubiese hecho de buen grado, si hubiese demostrado que la pequeña le importaba, pero pronto había quedado de manifiesto que era demasiado irresponsable como para hacerse cargo de un bebé. Una tarde, por ejemplo, Susie había llegado a irse por ahí de parranda y había dejado sola y desatendida a Posy. Y no había sido el único incidente de ese estilo.

Y aunque Susie no entrara en la ecuación, tampoco podía fiarse de su padrastro. Era evidente que Calvin no sentía afecto alguno por el bebé. Cuando se había casado con su madre, Rosie, una mujer con un pequeño negocio que ya pasaba de los cuarenta, en los planes de Calvin no entraba convertirse en padre.

Aquel embarazo inesperado había hecho muy feliz a su madre, pero a Calvin no, y la muerte de su esposa no había hecho que asumiese sus responsabilidades como padre. Aunque viviesen bajo el mismo techo, se comportaba como si su hija no existiese para él.

Su padrastro le había dejado caer a Tansy más de una vez que ya iba siendo hora de que se independizase –su madre le había legado a él la casa y su negocio, un salón de belleza–, y si no hubiese sido por su hermana pequeña y porque no tenía un trabajo, lo habría hecho.

–Ven, siéntate –le dijo Calvin cuando bajó las escaleras y entró en el salón–; tenemos que hablar.

–¿De qué? –inquirió Tansy a la defensiva, quedándose de pie y mirando recelosa al hombre vanidoso, superficial y egoísta con que su madre se había casado.

–Mira, voy a ser completamente sincero contigo –dijo su padrastro levantándose del sofá y metiéndose las manos en los bolsillos–. Las cosas no van bien y si siguen así acabaré enfrentándome a la bancarrota.

Tansy palideció.

–Pero eso es imposible… ¡Si hace solo un par de meses vendiste el salón de belleza de mamá!

Su padrastro suspiró.

–El negocio de tu madre estaba asfixiado por las deudas.

–¡Pero si iba muy bien! –replicó Tansy anonadada.

–Tú lo has dicho: «iba». Tu madre estuvo varios meses de baja por el embarazo y el negocio empezó a ir cuesta abajo. El dinero que ganaba con el negocio se lo gastaba en reformas, en contratar a más personal o en aparatos y equipamiento nuevos –enumeró Calvin con impaciencia–. No ahorró nada, no guardó nada por si venían malos tiempos. Tuve que vender el negocio y las deudas se llevaron casi todo el dinero que conseguí con la venta. He hipotecado la casa, pero…

Tansy frunció el ceño, consternada.

–¿Que la has hipotecado?

–No había otro remedio. Necesitábamos el dinero. Todo este tiempo hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, haciendo malabarismos con las deudas –le confesó Calvin de mala gana–. Me imagino que eres consciente de que tu madre era una mujer de gustos caros.

Tansy apretó los labios. Aunque a menudo había pensado eso de su madre, nunca había oído a Calvin reprochárselo ni intentar convencerla de que no se gastaran tanto dinero en un coche nuevo o en los viajes que hacían.

–Ya, pero… de eso a acabar en bancarrota… –murmuró aturdida.

–Y por desgracia esta casa también tendrá que venderse. Detesto la idea –dijo Calvin, con un pesado suspiro–, aunque hay otra posibilidad, una posibilidad que ha surgido de forma inesperada, y que puede que se te antoje un poco extraña, pero que puede ser la respuesta a todos nuestros problemas.

Los ojos verdes de Tansy lo miraron con curiosidad.

–¿Qué posibilidad?

–El cliente más rico del bufete para el que trabajo necesita una esposa por cuestiones de negocios, y está dispuesto a pagar un montón de dinero.

–¿Cuestiones de negocios? ¿Qué cuestiones? –inquirió ella con suspicacia.

–No lo sé; Jude Alexandris es un hombre muy reservado –le dijo su padrastro.

–¿No será que necesita un pasaporte británico, o algo así?

–Lo dudo mucho. Lo único que sé es que sería solo algo temporal. No solo te pagaría una gran suma de dinero por adelantado, sino que también te aseguraría una generosa compensación tras el divorcio; podrías vivir sin tener que trabajar –le dijo Calvin con un repentino entusiasmo.

–Un plan perfecto para una sacacuartos –apuntó Tansy enarcando una ceja–, algo que yo no soy. Aunque entiendo que a ti la oferta te resulte tentadora. Porque imagino que, si accediera a ese disparate, tú te harías con una parte de esa «gran suma de dinero por adelantado» para pagar las deudas y no tener que renunciar a tu estilo de vida.

–Piensa en los beneficios que tendría para Posy –la urgió su padrastro.

–Calvin, a ti Posy, o las necesidades que pueda tener, no te importan en lo más mínimo. Solo estás pensando en cómo salvar tu pellejo –le contestó Tansy con tristeza.

Su padrastro frunció el ceño.

–Vamos, tú sabes que eso no es verdad; adoro a esa pequeña.

–No, no pasas ni un momento con ella –murmuró Tansy–. Mira, yo no te juzgo; comprendo que no todo el mundo está hecho para ser padre, pero me entristece que ni siquiera te preocupes por su bienestar.

–¿Se puede saber de dónde te sacas eso? –la increpó Calvin, rojo de enfado.

–No sé, tal vez del hecho de que no haces más que intentar endosarle a Posy a tu novia, a pesar de que está claro que Susie no tiene el más mínimo interés en hacer de madre.

–Posy es mi hija –le recordó su padrastro entre dientes–. Deja que sea yo quien decida lo que es mejor para ella. ¿Qué me dices de la propuesta que te he hecho? Ese matrimonio también te reportaría a ti importantes beneficios.

–Ninguno que tenga valor para mí. Sí, el dinero me haría las cosas más fáciles y podría volver a la universidad –concedió Tansy a regañadientes–, pero a mí lo que me importa es Posy. Nadie la cuidaría mejor que yo; ¿por qué no me cedes su custodia?

Calvin la escrutó con incredulidad, como indignado.

–¿Qué pensaría la gente de mí si hiciera algo así? Dejar a mi propia hija, de solo unos meses, al cuidado de una chica de veintidós años?

–¿Eso es lo que te preocupa?, ¿qué pensarán los demás? –lo increpó Tansy, mirándolo con desprecio–. Lo que debería importarte es que Posy esté bien cuidada y que sea feliz.

–No puedes ser la tutora legal de una niña cuando ni siquiera tienes trabajo y estás viviendo a mi costa, bajo mi techo –le recordó su padrastro.

Tansy apretó los puños.

–Haré lo que sea por Posy. Si me dieras un poco de tiempo, podría encontrar un empleo y un apartamento de alquiler donde…

–Si te casaras con Jude Alexandris, tendrías un hogar y un no tendrías que preocuparte por el dinero –apuntó Calvin en un tono persuasivo–. Acabas de decir que harías lo que fuera por Posy, ¿no? Si te casas con Alexandris, me replantearé lo de cederte su custodia. En esas circunstancias nadie cuestionaría mi proceder porque tú estarías en posición de ofrecerle a Posy más de lo que yo podría ofrecerle jamás. La familia Alexandris es una de las más ricas del mundo…

–¿Lo dices en serio? –musitó Tansy anonadada.

–Pues claro. Si accedes a casarte con Alexandris y me entregas a mí ese dinero que te dará por adelantado, renunciaré a mis derechos como padre en tu favor. Aunque debes saber que no va a ser fácil –le dijo Calvin en un tono abrupto y mercenario–. Tendrás que impresionar a Alexandris, y no creo que le agrades si lo tratas con la misma falta de respeto con que te diriges a mí. No tolerará tu insolencia. Y también te sugiero que no le menciones nada sobre Posy; solo vería como un problema que tengas a una niña a tu cargo. Lo que busca es una mujer que haga lo que le digan.

Tansy inspiró lenta y profundamente. La verdad era que ella siempre había sido una hija muy obediente, siempre ansiosa por complacer e impresionar a su madre, aunque nunca lo hubiera conseguido. Para Rosie Browne su hija siempre había sido una decepción.

Había llorado cuando la había inscrito a concursos de belleza infantiles, se había mostrado tímida cuando la había llevado a una agencia infantil de modelos, y en las clases de interpretación y de ballet a las que le había apuntado le habían dicho que «no estaba hecha para eso».

Era esa sensación de haberle fallado lo que la había empujado a dejar sus estudios de radiología, que su madre siempre había denostado, y acudir en su ayuda cuando le había pedido que la ayudara con el negocio mientras estaba de baja por el embarazo.

No recordaba a su padre, que había muerto siendo ella solo un bebé, y cuando su madre volvió a casarse ella tenía ya quince años. Calvin no había mostrado ningún interés por ejercer el rol de padre, y se habían evitado el uno al otro todo lo que habían podido hasta que ella se había ido a la universidad.

–Te he concertado una cita con Alexandris para mañana a las diez –le anunció Calvin–. Susie cuidará del bebé hasta que vuelvas.

–¿Mañana? –exclamó ella, aturdida.

–No tenemos tiempo que perder, y a Alexandris también le urge. Además, tengo que prepararte para esa entrevista con él, para que sepas lo que espera de ti y consigas que te vea como una opción viable –decretó Calvin, desconcertándola aún más.

Tansy dudaba mucho que su padrastro pudiera prepararla para nada. ¿Estaba siquiera dispuesta a casarse con un extraño por dinero? Solo una mujer codiciosa y sin escrúpulos se plantearía algo así, y ella no era ni lo uno ni lo otro. Claro que, por otra parte, si de verdad Calvin le cediera la custodia de Posy, ya no tendría que angustiarse preguntándose qué iba a ser de ella.

–¿Me das tu palabra de que si ese tipo se casa conmigo renunciarás a la custodia de Posy? –le insistió.

–Si consigues que Alexandris te escoja, sería capaz de vender mi alma al diablo –le dijo Calvin.