Un jefe irresistible - Diana Palmer - E-Book
SONDERANGEBOT

Un jefe irresistible E-Book

Diana Palmer

0,0
5,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Dane tuvo que abandonar forzosamente su trabajo de guardabosques, pero consiguió el éxito con su agencia de detectives privados, la Agencia Lassiter. Sin embargo, su vida privada no era demasiado interesante… hasta que su secretaria, Tess Meriwether, se convirtió en el blanco de unos narcotraficantes y Dane se dedicó exclusivamente a protegerla. El problema era que Dane sería el último hombre al que Tess Meriwether hubiera elegido para que la protegiera… El eterno soltero Nick Reed, exagente del FBI, esperaba que el súbito viaje de vuelta a su hogar familiar fuese un breve descanso de su trabajo como detective en la Agencia Lassiter, hasta que su antigua vecina, Tabitha Harvey, se presentó en su puerta acusada de un robo que no había cometido. La única persona que podía ayudar a Tabitha era Nick…, el único hombre al que había amado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 209

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1992 Diana Palmer.

Todos los derechos reservados.

Un jefe irresistible, Nº 3 - septiembre 2021

Título original: The Case of Mesmerizing Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Este título fue publicado originalmente en español en 1994

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-705-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Prólogo

 

 

 

 

 

Richard Dane Lassiter miraba sin ver la ciudad desde la ventana de su oficina, situada en un elegante edificio de Houston. Pensaba en un problema cuya solución no podía continuar postergando.

Tenía que hablar con su secretaria, una joven a la que consideraba parte de su familia. Tess Meriwether era hija de un hombre con el que la madre de Dane había estado comprometida: ambos, el padre de ella y la madre de él, habían muerto en un accidente poco antes de poder casarse, así que Tess no tenían ningún parentesco con Dane, pero en cualquier caso, él se sentía responsable de ella desde hacía años. Esa era una de las razones por las que le había dado ese trabajo: entre los dos había heridas que nunca podrían sanar, pero eso no cambiaba lo que sentía por aquella chica.

Podría ser amor si él no estuviera tan decidido a alejarla de su lado. Dane había tenido un matrimonio desastroso y lo habían cosido a balazos en un tiroteo cuando era guardabosques en Texas. Aquel tiroteo había cambiado su vida: había tenido que dejar aquel trabajo y había montado una agencia de detectives. Se había ganado la fama de ser el mejor y el más discreto, y tenía mucho éxito. Pero su vida personal era un desastre. No tenía a nadie excepto a Tess, y ella se asustaba cada vez que él se le acercaba. A veces Dane se sentía culpable por ello. Tess lo temía, y además pensaba que no la soportaba por culpa de una tarde en la que él había estado a punto de perder el control.

Se alejó de la ventana. Richard Dane era un hombre de pelo y ojos oscuros y tez morena. Era muy atractivo, aunque no era consciente de ello y, a pesar de su atractivo, su relación con las mujeres había sido un desastre.

Su propia madre lo despreciaba porque le recordaba al hombre que lo había engendrado y que la había abandonado. Dane había querido a su madre, pero ella nunca había tenido tiempo para él; aquella actitud lo había marcado profundamente. Dane se había casado cuando todavía era policía en Houston, antes de ser guardabosques, pero su esposa solo se había sentido atraída por el uniforme. La vida con Jane había sido muy difícil porque ella quería algo que él no podía darle, y Jane no había tardado en darse cuenta de que había cometido un terrible error. Cuando lo habían herido en el tiroteo, lo había abandonado sin esperar siquiera a que saliera del hospital. Si no hubiera sido por Tess, Dane no hubiera tenido a nadie que lo ayudara a salir de aquella pesadilla.

Pensó en lo irónico que resultaba que Tess se hubiera enamorado entonces de él. Era solo una adolescente cuando se conocieron. Su padre, Wyatt Meriwether, siempre la había ignorado, igual que Nita Lassiter a Dane. Wyatt había dejado a su hija con su abuela para que la cuidara y educara mientras él continuaba su vida promiscua. Tess era una joven inocente y dulce, y atraía a Dane como ninguna otra mujer lo había hecho nunca. E, incluso después del tiempo pasado, Dane todavía se avergonzaba de lo que le había hecho a Tess durante su convalecencia.

En ambos había despertado entonces una ternura avasalladora a la que Dane había opuesto resistencia al principio. No confiaba en las mujeres y Tess era además demasiado joven, pero nunca había estado tan enamorado de una mujer como entonces lo había estado de Tess. Pero lo había echado todo a perder en un momento de pasión y había asustado tanto a Tess que su sola presencia todavía la seguía retrayendo.

Enfadado, se pasó una mano por el pelo. Debía dejar de pensar en el pasado.

En ese momento, Tess pretendía que le permitiera trabajar como detective, pero Dane se oponía; le parecía demasiado peligroso. A veces, ni siquiera le gustaba enviar a Nick o a Helen a solucionar determinados casos. No podía permitir que Tess arriesgara su vida, aunque ella se pasaba la vida suplicándole a Helen que le enseñara el oficio, quería aprender artes marciales y a disparar. A veces. Dane conseguía interrumpir aquellas clases. La persistencia de Tess le ponía nervioso, no soportaba la idea de que pudiera correr algún peligro. En la oficina estaba relativamente segura. Pero fuera de allí…

Recordó la primera vez que había visto a Tess. Sus respectivos padres los habían invitado a comer para que se conocieran. Dane había acudido a aquella cita con la intención de demostrarle a aquella jovencita cuánto le molestaba tener que convertirse en su hermanastro, pero en cuanto la había visto se había quedado encandilado. Algo bastante turbador, si se tenía en cuenta que había ido al restaurante con su esposa. Jane había sido tan sarcástica y desagradable que Dane había terminado pidiéndole que se fuera a casa. Tess, por otro lado, se había mostrado callada y tímida… y parecía interesarle mucho todo lo relacionado con él.

Dane empezó a excitarse al recordar aquel encuentro. Entonces había deseado a Tess, y ese deseo no había disminuido con el paso de los años. En aquella época estaba decidido a separarse; y en la actualidad tenía una buena razón para no desear ningún compromiso, para no querer volver a casarse.

Hizo una mueca y se acercó a la puerta que separaba su oficina del recibidor. Era cobarde posponer la confrontación, y él nunca había sido un cobarde. Lo que ocurría era que Tess se ponía muy triste cuando él la regañaba, y no quería lastimarla más. Ya le había hecho demasiado daño.

Pero Tess debía aprender que las normas estaban hechas para cumplirlas. Si pasaba por alto su desobediencia, en el futuro Tess se vería expuesta al peligro. Y no podía permitirlo.

Suspiró con resignación y abrió la puerta.

1

 

 

 

 

 

Tess Meriwether suspiró profundamente. Estaba muy tensa, se había pasado el día esperando que llegara Dane. Miró de mala gana la puerta cerrada de su despacho: había estado pendiente de la puerta durante todo el día y esperaba poder irse de allí sin tener que ver a Dane.

Dane Lassiter era su jefe, el dueño de la Agencia Lassiter, pero también algo más. Hacía años que lo conocía, desde que sus respectivos padres habían estado a punto de casarse pero habían muerto en un trágico accidente y Dane se había convertido en la única persona que le quedaba en el mundo.

Después de consultar el reloj, tapó con cuidado la máquina de escribir y tomó su impermeable, que era su orgullo y felicidad, pues parecía de detective. Trabajar en aquella agencia era muy emocionante, aunque Dane no le permitiera trabajar en ningún caso de los que le encargaban. Algún día, se prometió, iba a convertirse en detective a pesar de su sobreprotector jefe.

–¿Vas a alguna parte?

Acababa de aparecer Dane, cigarrillo en mano. Parecía un auténtico detective privado.

Tess se obligó a mirar hacia otro lado. Incluso después de lo que le había hecho hacía tres años, le encantaba verlo.

–A casa. ¿Te importa?

–Mucho –le pidió que entrara en su despacho y Tess lo obedeció. Dane vio que la joven se tensaba al acercarse a él. La reacción de Tess era predecible, y probablemente Dane se la merecía, pero no dejaba de incomodarlo. Le habló con más ira de la que realmente sentía–. Ya te he dicho mil veces que no te inmiscuyas ni de broma en ningún caso.

–No lo hice a propósito –contestó, nerviosa–. Vi a Helen y la acompañé. Creía que el caso al que te referías era uno de esos sin importancia. ¿Cómo me iba a imaginar que dos detectives profesionales estaban trabajando en una juguetería a media tarde? Pensaba que Helen iba a comprar un regalo para su sobrinito –lo miró furiosa–. Al fin y al cabo, no sabía qué caso te traías entre manos. Solo me habías dicho que no interviniera. No tienes derecho a regañarme.

Dane ni siquiera parpadeó; continuó mirando impasible.

Tess tosió ruidosamente cuando el humo le llegó a la cara.

Dane sonrió desafiante, pero ninguno de los dos se movió.

En ese momento, llamaron a la puerta y Helen Reed asomó la cabeza.

–¿Puedo irme a casa? –le preguntó a Dane–. Ya son las cinco –le sonrió esperanzada.

–Llévate tu oreja –contestó él refiriéndose a su equipo especial para escuchar conversaciones–, y vete con tu hermano. Nick necesita tiempo para vigilar a nuestro esposo infiel.

–¡No! –gimió Helen–. No, Dane, no estoy dispuesta a soportar cuatro horas de ruidos libidinosos y conversaciones embarazosas con Nick. ¡En cualquier caso, he quedado con Harold!

–Se supone que no deberías hablar así delante de Tess –señaló a la joven–. Después de lo que acabas de decir, lo más lógico es que ella se ofrezca a sustituirte. ¡Y no quiero que trabaje de detective!

–Lo siento –contestó Helen avergonzada.

–No es suficiente. Vete con Nick y reconsideraré tu indiscreción.

–Si me despides –le dijo Helen–, volveré a trabajar en el Departamento de Justicia y no podrás obtener una orden de registro para tus casos en tu vida.

–¿Alguna vez te he comentado que antes de ser guardabosques estuve trabajando dos años en el Departamento de Salud Pública de Texas?

Helen suspiró, abrió la puerta de par en par: se arrodilló y se inclinó ante Dane.

–¡Oh, por Dios, vete a casa ya! –contestó Dane–. ¡Y espero que Harold te compre una pizza de anchoas!

–¡Gracias, jefe! ¡Me encantan las anchoas! –sonrió Helen. Ondeó la mano a manera de despedida y desapareció antes de que Dane cambiara de idea.

Dane se pasó impaciente una mano por el pelo.

–Lo próximo que me van a pedir van a ser vacaciones pagadas en las Bahamas.

–En Jamaica –le corrigió Tess–. Ya te las pedí yo.

Dane se acercó al escritorio para tirar las cenizas del cigarrillo en el cenicero especial que le habían comprado sus compañeros de trabajo. Hasta se habían atrevido a pagarle una inscripción para un seminario para dejar de fumar, a lo que él había contestado enviándolos a todos a resolver un caso en un cine pornográfico. A partir de entonces, nadie se había atrevido a hablarle de otro seminario, y Dane había mandado instalar grandes filtros de aire en la agencia.

A Dane no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Tess podía no estar de acuerdo con él, pero lo respetaba porque era un hombre que actuaba siempre conforme a sus ideas.

Lo observó moverse y pensó que parecía un auténtico vaquero. Hombros anchos, caderas estrechas y piernas largas. Cuando estaba cansado, Dane cojeaba un poco a consecuencia de las heridas que le habían hecho tres años atrás. En ese momento, parecía cansado.

Lo miró y recordó cómo había comenzado todo. Cuando Dane había abierto la agencia de detectives, había contratado sin remordimientos de ninguna clase a los mejores detectives del departamento local de policía, ofreciéndoles porcentajes y acciones en el negocio en vez de salarios. Afortunadamente, la agencia había empezado a generar beneficios en un tiempo récord. Antes de ser guardabosques, Dane había sido un excelente policía y tenía muchos contactos que le aseguraban el éxito. Gracias a su agudeza, cuando trabajaba de guardabosques en Houston había continuado asesorando a otros policías. En Texas, como a veces tenía que transitar por caminos a los que no tenía acceso ningún vehículo, había tenido que montar a menudo a caballo. Y Dane era uno de los mejores jinetes que Tess conocía.

A pesar del tiempo que había pasado desde que se habían conocido, a Tess continuaba entusiasmándole todo lo relacionado con Dane, aunque tenía cuidado de no demostrárselo. Una muestra de su violenta pasión había sido suficiente para contener el deseo que ella había empezado a sentir por él.

–Nunca me encargas ningún caso –Tess suspiró. Dane la miró con recelo. Parecía decidido a no asignarle nada.

–Eres secretaria, no detective.

–Pero podría serlo si me lo permitieras –contestó Tess con calma–. Puedo hacer lo mismo que hace Helen.

–¿Incluyendo vestirte de prostituta y ofrecerte en la avenida principal? –se burló Dane.

–Bueno –se irguió incómoda y desvió la mirada–, quizá eso no.

–¿O escuchar conversaciones íntimas –la miró con los ojos entrecerrados–, en cuartos de moteles de mala muerte? ¿O hacer fotografías en situaciones embarazosas? ¿O seguir a un asesino por todo el país y atraparlo en cualquier circunstancia?

–Está bien –contestó con aire de resignación–. Tienes razón, supongo que no sería capaz de hacer algo así. Pero podría rastrear pistas si me lo permitieras. Eso es casi tan divertido como salir a perseguir a alguien.

Dane apagó el cigarro con un movimiento lento que la puso nerviosa. Tess sabía que, a pesar del control que ejercía sobre sí mismo, era un hombre apasionado. Y recordaba cómo se comportaba con una mujer. Recordar su forma de acariciarla la encendía y debilitaba, pero no de deseo. Recordaba con miedo las caricias de Dane Lassiter. De pronto, él la miró con intensidad, como si hubiera leído sus pensamientos y reaccionara en consecuencia. Tess se ruborizó.

–¿Hay algo que te avergüence? –preguntó Dane en un tono que hubiera intimidado a cualquiera.

–Estaba pensando que no me gustaría tener que seguir a ningún esposo infiel –agarró con fuerza su bolso–. Será mejor que me vaya.

–¿Llegas tarde a alguna cita? –preguntó sin interés.

Tess había renunciado a los hombres tiempo atrás. Pero Dane no lo sabía, así que se encogió de hombros, le dirigió una sonrisa y se marchó.

Ya en la calle, descubrió que hacía una noche fría y oscura. Se cerró el impermeable y se dirigió con desgana hacia su coche. Aquella noche sería igual a otras muchas; llegaría a su diminuto y funcional apartamento, que constaba de una cocina, un cuarto de baño y una habitación en la que el sofá se convertía por las noches en su cama. Vería alguna película y se acostaría, y el día siguiente sería igual. La única diferencia la marcaría la película.

Por lo general, veía la película con su amiga Kit Morris, que trabajaba cerca de allí, pero el jefe Kit estaba de viaje y ella había tenido que acompañarlo… de mala gana, por cierto. Tess la echaba de menos. El jefe de Kit había contratado varias veces a la Agencia Lassiter para que siguiera a su madre, una mujer experta en meterse en todo tipo de problemas.

No estando Kit en la ciudad, Tess se encontraba completamente sola, no tenía a nadie con quien hablar. Le gustaba Helen y hasta eran amigas en cierto modo, pero con ella no podía hablar del único problema sentimental que tenía: Dane Lassiter.

Se colocó la correa del bolso y metió las manos en los bolsillos del impermeable. Pensó que su vida era como aquella noche: fría y solitaria.

De pronto, se fijó en dos hombres que estaban enfrente del edificio en el que se encontraba la agencia. Los miró con curiosidad y vio que uno entregaba al otro un portafolios abierto lleno de paquetes con una sustancia blanca; el otro le dio a cambio un fajo de billetes. Tess los saludó con aire ausente y hasta les sonrió. No advirtió la expresión de alarma con la que la miraban mientras ella se dirigía con calma hasta su coche.

–¿Lo ha visto? –le preguntó uno al otro.

–¡Cielos, claro que lo ha visto! ¡Atrápala!

Tess no oyó aquella conversación, pero se volvió al oír que alguien corría; observó extrañada que los hombres a los que acababa de saludar corrían hacia ella. Oyó unos gritos y se quedó paralizada al ver un objeto metálico. Supo que era una pistola cuando sintió un impacto en el brazo. Instantes después gritó y se desmayó.

–¡La has matado! –gritó uno de los hombres–. ¡Tonto, ahora van a acusamos de asesinato, no solo por traficar con cocaína!

–¡Cállate! ¡Déjame pensar! A lo mejor no está muerta…

–¡Vámonos de aquí! ¡Pueden haber oído el disparo!

–Salía del edificio de las oficinas de la agencia de detectives –gruñó el otro hombre.

–Desde luego, has escogido un buen lugar para la entrega… ¡Corre! ¡Ya viene la policía!

Un coche patrulla se acercaba a ellos iluminándolos con sus potentes faros.

–¡Dios! –exclamó uno de los traficantes–. ¡Corre!

Tess los oyó como en sueños. No los veía porque no podía levantar la cabeza. No sentía nada, excepto el frío y la humedad del asfalto en su mejilla.

–¡Le han disparado a alguien! –gritó otra persona–. ¡Que no escapen!

Tess vio unos zapatos negros pasar corriendo ante sus ojos.

–¡Tess!

Al principio, Tess no reconoció su voz. Dane siempre estaba tan tranquilo que aquel grito desgarrado no le resultó familiar.

Dane le dio lentamente la vuelta y Tess lo miró conmocionada. No podía mover el brazo. Trató de explicárselo, pero tenía la lengua paralizada.

Dane le tocó el brazo y comprobó que sangraba profusamente.

–¡Dios! –gruñó.

Su rostro era una máscara inexpresiva, solo sus ojos brillantes por la ira parecían tener vida.

Uno de los policías volvió a su lado y se arrodilló al lado de Tess, pistola en mano.

–¿Está herida? –preguntó, cortante–. He visto que uno de ellos ha disparado…

–Está herida. Llame a una ambulancia –dijo Dane mirando al policía–. Rápido. Está sangrando mucho.

El policía se alejó corriendo. Dane no perdió el tiempo: cortó la manga del impermeable de Tess e hizo una mueca al ver la blusa llena de sangre. Maldijo por lo bajo y sacó un pañuelo para hacer un torniquete.

–Quédate quieta –le dijo con calma–. No te muevas, pequeña, yo te cuidaré. Vas a ponerte bien.

Tess se estremeció y empezó a llorar. La herida había empezado a dolerle. Gritó cuando Dane apretó el torniquete. Después, él se quitó el impermeable y la tapó. Tess miró la herida que seguía sangrando mucho. Pero al ver tan tranquilo a Dane se calmó.

–¿Voy a morir desangrada? –le preguntó.

–No –Dane miró por encima del hombro y al ver que un coche se acercaba, se levantó bruscamente–. ¡Ayúdeme a subirla al coche! –le gritó a un policía–. Está sangrando mucho, no puede esperar hasta que llegue la ambulancia.

–Acabo de hablar por radio con mi compañero. Ha atrapado a uno de los delincuentes. Llegará de un momento a otro.

–Está bien –contestó Dane apoyando la cabeza de Tess en sus piernas–. Vámonos.

En ese momento llegó el otro policía con un hombre esposado. Dane se tensó.

–Ya viene la patrulla M-20 –le dijo el policía a su compañero–. Aquí tenemos una mujer herida. ¿Puedes tú solo con el detenido?

–¡Claro que sí! ¡Id rápidamente al hospital! –gritó el otro policía.

Minutos después llegaban al área de urgencias del hospital. Tess estaba inconsciente.

 

 

La luz entraba a raudales por la ventana de la habitación del hospital cuando Tess volvió a abrir los ojos. Parpadeó, sintiéndose agradablemente adormecida aunque notaba el brazo hinchado. Miró con curiosidad el vendaje que lo cubría. Se estiró y se dio cuenta de que le habían puesto suero.

–No te muevas, se te va a salir la aguja –Dane se levantó de la silla en la que estaba sentado–. Y te puedo asegurar que no es nada agradable que te la tengan que volver a poner.

Tess se volvió al oírlo. Estaba mareada, desorientada.

–Estaba oscuro –murmuró–. Me persiguieron unos hombres y creo que uno de ellos me disparó.

–Sí, te disparó –contestó ceñudo–. Eran narcotraficantes. ¿Qué ocurrió? ¿Te pilló el tiroteo?

–No –gimió Tess–. Los vi cerrando el trato; uno entregaba la mercancía y el otro el dinero. Supongo que se asustaron, aunque yo no me di cuenta de que estaban traficando con droga hasta que los vi persiguiéndome.

–¿Los viste? ¿Presenciaste la venta de droga?

–Me temo que sí –asintió débilmente.

Dane silbó y dijo:

–Si te vieron y reconocieron el edificio…

–Uno se escapó, ¿verdad?

–Sí, el que te disparó –contestó Dane–. Y la policía no tiene pruebas suficientes para detener durante mucho tiempo al que atraparon. Es posible que salga bajo fianza. Tú eres la única que puede enviarlo a prisión.

–Su compañero me disparó –señaló ella–. Pero al que han detenido estaba allí con él. ¿No pueden acusarlo de complicidad?

–Quizá sí, quizá no. Con esta gente, nunca se sabe –contestó. Parecía sinceramente preocupado.

–Estoy segura de que lo sabes –murmuró ella adormecida–. Llevas años persiguiendo tipos así…

–Sí, sé cómo funciona la mente de los delincuentes –concedió Dane–. Pero cuando hay un familiar por medio, las cosas cambian –observó el pálido rostro de Tess con los ojos entrecerrados–. Cambia mucho.

Tess decidió que debía de estar soñando; Dane no podía estar tan preocupado porque le hubieran disparado. Pensar lo contrario era ridículo; Tess pensaba que Dane no le tenía ninguna simpatía, aunque se había compadecido de ella lo suficiente para ofrecerle trabajo en su agencia cuando su padre había muerto. Dane era su peor enemigo, así que ¿qué podía importarle lo que le sucediera?

–¿Cómo te encuentras? –le preguntó él.

–No tan mal como anoche. ¿Qué me han hecho los médicos?

–Te han sacado la bala –contestó. Sacó una bala del bolsillo de la camisa y se la mostró–. Calibre 38 –le explicó–. Es un recuerdo. He pensado que te gustaría enmarcarla.

–¿No crees que sería mejor que enmarcáramos al tipo que me disparó? –preguntó haciendo una mueca.

–Eso debe hacerlo la policía –Dane arqueó una ceja.

–¿Cuándo podré irme a casa?

–Cuando recuperes las fuerzas. Has perdido mucha sangre.

–Helen se pondrá furiosa cuando se entere –murmuró sonriendo–. Ella es la detective y me pegan el tiro a mí.

–Oh, estoy seguro de que se pondrá verde de envidia –contestó Dane.

Se acercó a la cama y miró fijamente el rostro de Tess. Permaneció allí durante mucho tiempo.

–Bueno, no te preocupes tanto; estoy bien –dijo adormilada y cerró los ojos–. Aunque no sé por qué iba a importarte. Me odias.

Inmediatamente después de pronunciar aquellas palabras, se durmió. Dane no contestó, pero pensó con dolor en lo mucho que habría sufrido si Tess hubiera muerto en la calle.

Se acercó a la ventana y flexionó de nuevo sus músculos cansados. No había dormido desde que Tess había ingresado en el hospital. Durante el tiempo que había durado la operación había estado paseando nervioso por los pasillos. Había sido la noche más larga de su vida.

Se volvió de nuevo hacia la cama y vio que la joven estaba plácidamente dormida. Aquella bata no le favorecía nada a Tess; la hacía parecer muy delgada. Dane recordó con tristeza la frialdad con que la había tratado durante todos esos años, la hostilidad con la que había conseguido convertir a una jovencita tímida y adorable en una mujer callada e insegura. Tess le había ofrecido su amor y él la había rechazado de la peor manera. No había sido por crueldad, sino por culpa de un deseo violento que había querido satisfacer de la única manera que sabía hacerlo… rápida y salvajemente. Pero Tess era virgen y él no lo sabía. Se había alejado de él a tiempo de salvar su virginidad, pero su estúpido orgullo le había impedido seguirla y explicarle que la ternura era algo que no estaba acostumbrado a compartir con las mujeres. Su huida lo había destrozado, aunque Tess no lo sabía.

Dane había conseguido ocultar el dolor que le había causado aquella experiencia, así que era lógico que Tess pensara que la odiaba. Hasta había intentado convencerse de que no le importaba que Tess lo evitara, y para salvar su orgullo le había hecho creer que había sido tan brusco con ella para que lo dejara en paz.

Recordó los duros momentos que había pasado cuando lo habían cosido a balazos. Todo el mundo lo había abandonado: su madre siempre lo había detestado a pesar de sus intentos por guardar las apariencias. Hasta Jane, su esposa, lo había abandonado en aquella dolorosa circunstancia y le había pedido el divorcio, después de haberle sido descaradamente infiel. Sin embargo, Tess le había hecho querer volver a vivir, le había dado fuerzas para luchar. Tess había sido la luz que lo había sacado de la oscuridad. Y él había pagado su tierno amor con crueldad, aunque le doliera recordarlo. Pero lo que más le dolía era que ella podría haber muerto la noche anterior.

Entró en ese momento una enfermera, y después de examinar a Tess, le comentó a Dane:

–Ha tenido suerte, ¿verdad? Unos centímetros más y la bala la hubiera matado.

Aquel comentario lo desarmó. Observó con atención a Tess. Si hubiera muerto, se habría quedado solo en el mundo. No tenía a nadie más.

La dureza de aquel pensamiento le hizo salir del cuarto murmurando una disculpa a la enfermera. Caminó por el largo pasillo y llegó al lugar en el que estaba aparcado su Mercedes. Se lo había llevado Helen mientras operaban a Tess. Tenía que llamar a la oficina para contarles cómo se encontraba la chica, pero antes consultó su reloj. Sí, ya estarían allí. Pasaría por la agencia antes de ir a su apartamento.