Un Marido Ideal - (Anotado) - Oscar Wilde - E-Book

Un Marido Ideal - (Anotado) E-Book

Oscar Wilde

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Beschreibung

En este ebook incluye adicional una biografía del autor, sus obras, frases y citas celebres.
Un marido ideal es una obra de teatro que cuenta con cuatro actos.
Sir Robert Chiltern es ahora Secretario de Estado de Asuntos Exteriores, es porque ha sabido mantener en secreto el origen de su fortuna: una transacción fraudulenta por la que vendió secretos de estado al Barón Arnehim. Toda la alta sociedad inglesa y sus pares de la Cámara de los Comunes lo tienen por un hombre respetable e íntegro. Símbolo de la honestidad y la competencia futuro político parece brillante, contando siempre con el respaldo de su esposa, Lady Chiltern, que lo considera el marido ideal. Sin embargo, las apariencias son engañosas y el orden social se basa únicamente en la mentira individual y colectiva. ese brillante porvenir se complica con la aparición de la señora Cheveley, "una mujer con un pasado", una mujer cuya reputación no es intachable, que somete a chantaje a Sir Robert Chiltern: o bien la ayuda en otra operación deshonesta o bien revelará su secreto, provocando un escándalo que lo cubrirá de infamia.

Lady Chiltern no es consciente de este grave error en el pasado de su marido; él teme perder, además de su posición, el amor de su esposa, mujer de estrictos principios morales. De hecho, finalmente ella se entera, porque Robert no cede al chantaje y la señora Cheveley se apresura a contar a Lady Chiltern lo que sabe.

Desesperado y angustiado, Lord Chiltern decide recurrir al consejo de Lord Goring, un viejo y querido amigo. La intervención del amigo fiel, pondrá en evidencia los tejemanejes de la señora Chevely y consigue la reconciliación del matrimonio.

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Índice

Personajes De La Obra

Acto Primero

Acto Segundo

Acto Tercero

Acto Cuarto

Biografía del Escritor Oscar Wilde

Sus Obras Más Famosas

Frases Célebres De Oscar Wilde

Personajes De La Obra

Conde de Caversham

Vizconde Goring

Su hijo

Sir Robert Chiltern

Sub-secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores

Vizconde de Nanuac

Agregado a la embajada francesa en Londres

Mason

Mayordomo de Sir Robert Chiltern

Mister Montford

James y Harold

Criados

Philipps

Criado de lord Goring

Lady Chiltern

Lady Markby

Condesa de Basildon

Mistress Marchmont

Miss Mabel Chiltern

Hermana de Sir Robert Chiltern

Mistress Cheveley

Acto Primero

Escena: habitación de forma octogonal en la casa de sir Robert Chiltern, en Grosvenor Square, Londres. Tiempo: el actual (del autor). La habitación está brillantemente iluminada y llena de invitados. En lo alto de la escalera está lady Chiltern, una mujer de una belleza de tipo griego, de unos veintisiete años. Recibe a los invitados según van llegando. Al pie de la escalera cuelga una gran araña que ilumina un enorme tapiz francés del siglo XVIII, situado en la pared de la escalera, el cual representa el triunfo del amor, según un grabado de Boucher. A la derecha hay una puerta que da al salón de baile. Se oye suavemente la música de recepción. Mistress Marchmont y lady Basildon, dos damas muy bellas, están sentadas en un sofa de estilo Luis XVI. Tienen figuras de exquisita fragilidad. Lo afectado de sus ademanes posee un delicado encanto. A Watteau le hubiese gustado pintarlas.

Haciéndose eco del antiguo ideal horaciano implícito en su ut pictura poesis (persona, cabría consignar aquí), Wilde establece plásticas analogías entre los personajes y obras pictóricas para describir a los primeros.

MISTRESS MAIZCHMONT. ––¿Irá a casa de los Hartlocks esta noche, Olivia?

LADY BASILDON. ––Supongo que sí. ¿Y usted?

MISTRESS MARCHMONT. ––Sí. Son horriblemente aburridas las fiestas que dan, ¿verdad?

LADY BASILDON. ––¡Horriblemente aburridas! Nunca sé por qué voy. Nunca sé por qué voy a ningún sitio.

MISTRESS MARCHMONT. ––Yo vengo aquí a educarme.

LADY BASILDON. ––¡Ah! Odio que me eduquen.

MISTRESS MARCHMONT. ––Y yo. Le pone a una casi al nivel de las clases comerciales, ¿verdad? Pero la querida Gertrude Chiltern siempre me está diciendo que debo tener algún propósito serio en la vida. Así pues, vengo aquí a intentar encontrar uno.

LADY BASILDON. ––(Mirando a su alrededor a través de sus lentes.) No veo esta noche aquí a nadie al que se puede llamar propósito serio. El caballero que me ofreció el brazo para entrar a cenar no hizo más que hablarme de su esposa todo el tiempo.

MISTRESS MARCHMONT. ––¡Qué trivial!

LADY BASILDON. ––¡Terriblemente trivial! ¿De qué hablaba el que fue con usted?

MISTRESS MARCHMONT. ––De mí.

LADY BASILDON. ––(Lánguidamente.) ¿Y le interesaba?

MISTRESS MARCHMONT. ––(Moviendo la cabeza.) Ni por lo más remoto.

LADY BASILDON. ––¡Qué mártires somos, querida Margaret!

MISTRESS MARCHMONT. ––(Levantándose.) ¡Y qué bien nos sienta eso, Olivia! (Se levantan y van hacia el salón de música. El vizconde de NANJAC, un joven agregado conocido por sus corbatas y su anglomanía, se aproxima a ellas, se inclina para saludarlas y entra en la conversación.)

MASON. ––(Anunciando a los invitados desde lo alto de la escalera.) Míster y lady Jane Barford. Lord Caversham. (Entra lord Caversham, un viejo caballero de setenta años que lleva la banda y la estrella de la Jarretera. Tiene aspecto de liberal. Recuerda mucho un retrato de Lawrence.)

La orden de la jarretera, de reminiscencias artúricas y cuyo emblema era una especie de media, fue fundada hacia 1350. Su lema era Hony Soyt Qui Mal Pense, es decir, «Vergüenza para aquel que guarda el mal en su mente».

LORD CAVERSHAM. ––¡Buenas noches, lady Chiltern! ¿Está aquí el inútil de mi hijo?

LADY CHILTERN. ––(Sonriendo.) Creo que lord Goring no ha llegado todavía.

MABEL CHILTERN. ––(Acercándose a lord Caversham.) ¿Por qué llama usted inútil a lord Goring? (Mabel Chíltern es un ejemplo perfecto del tipo de belleza inglesa, el tipo flor de manzano. Tiene toda la fragancia y libertad de una flor. Sus cabellos son como rayos de sol, y su pequeña boca, con los labios entreabiertos, tiene una expresión expectante como la boca de un niño. Posee toda la fascinante tiranía de la juventud y el asombroso valor de la inocencia. A la gente de sano espíritu no le recuerda en modo alguno una obra de arte. Pero ella es realmente como una estatuilla de Tanagra y le molestaría mucho que se lo diesen.)

LORD CAVERSHAM. ––Porque lleva una vida de holgazán.

MABEL CHILTERN. ––¿Cómo puede decir tal cosa? Da un paseo en coche por el Row a las diez de la mañana, va a la ópera tres veces por semana, se cambia de traje por lo menos cinco veces al día y cena fuera todas las noches durante la temporada. ¿Le llama usted a esto vida de holgazán?

LORD CAVERSHAM. ––(Mirándola con una amable expresión.) ¡Es usted una joven encantadora!

MABEL CHILTERN. ––¡Qué amable es usted al decir eso, lord Caversham! Venga a vernos con más frecuencia. Ya sabe usted que estamos en casa siempre los miércoles. ¡Y está usted tan bien con su estrella!

LORD CAVERSHAM. ––Ahora no suelo ir a ningún sitio. Estoy harto de la sociedad de Londres. No me importaría que me presentasen a mi sastre; siempre vota a favor de las derechas. Pero me opondría por completo a cenar con la sombrerera de mi esposa. No he podido acostumbrarme a los sombreros de lady Caversham.

MABEL CHILTERN. ––¡Oh! ¡Yo amo la sociedad de Londres! Opino que ha mejorado inmensamente. Ahora está compuesta enteramente de bellos idiotas y ocurrentes lunáticos. Exactamente como debe ser una sociedad.

LORD CAVERSHAM. ––¡Hum! ¿Qué es Goring? ¿Bello idiota o lo otro?

MABEL CHILTERN. ––(Gravemente.) Por ahora me he visto obligada a poner a lord Goring en una clase para él solo. ¡Pero progresa encantadoramente!

LORD CAVERSHAM. ––¿En qué?

MABEL CHILTERN. ––(Con una pequeña reverencia.) ¡Espero hacérselo saber muy pronto, lord Caversham!

MASON. ––(Anunciando.) Lady Markby. Mistress Cheveley. (Entran lady Markby y Mistress Cheveley. Lady Markby es una mujer agradable y sencilla, con cabellos grises y buenos encajes. Mistress Cheveley, que la acompaña, es delgada y alta. Los labios muy finos y rojos como una línea escarlata en su pálido rostro. Cabello rojo, a estilo veneciano, nariz aguileña y cuello largo. El rojo acentúa su natural palidez. Ojos de un gris verdoso, de mirada inquieta. Vestido color heliotropo, con diamantes. Parece algo así como una orquídea y atrae la curiosidad de cualquiera. Todos sus movimientos son extremadamente graciosos. Es una obra de arte, pero con influencias de demasiadas escuelas.)

LADY MARKBY. ––¡Buenas noches, querida Gertrude! Ha sido muy amable al permitirme traer a mi amiga Mistress Cheveley. ¡Dos mujeres tan encantadoras deben conocerse!

LADY CHILTERN. ––(Avanza hacia Mistress Cheveley con una dulce sonrisa. De repente se detiene y la saluda muy fríamente.). Creo que Mistress Cheveley y yo nos hemos visto ya antes. No sabía que se había casado por segunda vez.

LADY MARKBY. ––¡Ah! Hoy día la gente se casa tan a menudo como puede, ¿no? Está muy de moda. (A la duquesa de Maryborough.) Querida duquesa, ¿cómo está el duque? ¿Con el cerebro aún débil, supongo? Bueno, eso era de esperar, ¿verdad? Su buen padre era igual. No hay nada como la raza, ¿verdad?

MISTRESS CHEVELEY. ––(Jugueteando con su abanico.) Pero ¿nos hemos visto antes realmente, lady Chiltern? No puedo recordar dónde. He estado fuera de Inglaterra mucho tiempo.

LADY CHILTERN. ––Fuimos a la escuela junta, Mistress Cheveley.

MISTRESS CHEVELEY. ––¿Sí? Lo he olvidado todo de mis días de colegiala. Tengo la vaga impresión de que fueron detestables.

LADY CHILTERN. ––(Fríamente.) ¡No me sorprende!

MISTRESS CHEVELEY. ––(Con tono dulce.) ¿Sabe usted que me gustaría muchísimo conocer a su inteligente esposo, lady Chiltern? Desde que entró en el Ministerio de Asuntos Exteriores se habla mucho de él en Viena. Han llegado a escribir correctamente su nombre en los periódicos. Eso en el continente es un gran éxito.

LADY CHILTERN. ––¡No creo que haya nada de común entre usted y mi marido, Mistress Cheveley! (Se aleja de ella.)

VIZCONDE DE NANJAC. ––«Ah, chère madame, quelle surprise!» No la había vuelto a ver desde Berlín.

MISTRESS CHEVELEY. ––Desde Berlín no, vizconde. ¡Desde hace cinco años!

VIZCONDE DE NANJAC. ––Y está usted más joven y más bella que nunca. ¿Cómo lo consigue?

MISTRESS CHEVELEY. ––Teniendo por costumbre hablar con gente encantadora como usted.

VIZCONDE DE NANJAC. ––¡Ah! Me adula. Me unta usted con manteca, como dicen aquí.

MISTRESS CHEVELEY. ––¿Eso dicen? ¡Qué horrible!

VIZCONDE DE NANJAC. ––Sí; tienen un maravilloso lenguaje. Debía ser más conocido. (Entra sir Robert Chiltern. Es un hombre de cuarenta años, pero parece más joven. Va completamente afeitado y tiene el pelo y las cejas de color negro. Posee una marcada personalidad. No es popular -pocas personalidades lo son-, pero es intensamente admirado por unos pocos y muy respetado por la mayoría. Su nota característica es una perfecta distinción con un ligero toque de orgullo. Uno se da cuenta de que él sabe perfectamente la posición que se ha creado en la vida. Un temperamento nervioso con apariencia tranquila. Su boca y su barbilla son firmes y contrastan con la expresión romántica de sus ojos profundos. Este contraste sugiere una separación casi completa de la pasión y el intelecto, como si el pensamiento y la emoción estuvieran cada cual en su propia esfera por medio de una violenta voluntad. Se observa gran nerviosismo en las aletas de su nariz y en sus manos pálidas y delgadas. Sería inadecuado llamarlo pintoresco. El pintoresquismo no podría sobrevivir en la Cámara de los Comunes. Pero a Van Dyck le hubiera gustado pintar su cabeza.)

SIR ROBERT CHILTERN. ––Buenas noches, lady Markby. ¿Espero que habrá traído con usted a sir John?

LADY MARKBY. ––¡Oh! He traído a una persona mucho más encantadora que sir John. El carácter de sir John desde que ha tomado en serio la política se ha hecho intolerable. Realmente ahora que la Cámara de los Comunes está intentando ser útil está haciendo mucho mal.

SIR ROBERT CHILTERN. ––Espero que no, lady Markby. Al menos hacemos lo posible por malgastar el tiempo del público. Pero ¿quién es esa persona tan encantadora que usted ha sido tan amable de traernos?

LADY MARYBY-¡Su nombre es Mistress Cheveley! Una de las Cheveleys de Dorsetshire, supongo. Pero realmente no lo sé. ¡Las familias están tan mezcladas hoy día! Realmente cualquier persona es ahora alguien.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¿Mistress Cheveley? Me parece que conozco su nombre.

LADY MARKBY. ––Acaba de llegar de Viena.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¡Ah, sí! Ahora creo que sé quién es.

LADY MARKBY. ––¡Oh! Va a todas partes y cuenta unos escándalos encantadores sobre todos sus amigos. Realmente debo ir a Viena el invierno próximo. Espero que habrá un buen cocinero en la embajada.

SIR ROBERT CHILTERN. ––Y si no lo hay, habrá que destituir al embajador. Le ruego que me presente a Mistress Cheveley. Me gustaría conocerla.

LADY MARKBY. ––(A Místress Cheveley.) ¡Querida, sir Robert Chiltern se muere por conocerla!

SIR ROBERT CHILTERN. ––(Inclinándose.) Todo el mundo se muere por conocer a la brillante Mistress Cheveley. Nuestros agregados en Viena nos escriben mucho hablándonos de usted.

MISTRESS CHEVELEY. ––Gracias, sir Robert. Un encuentro que empieza con un cumplido seguro que terminará en una gran amistad. Yo ya conocía a lady Chiltern.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¿De veras?

MISTRESS CHEVELEY-Sí. Ella me ha recordado que estuvimos juntas en la escuela. Ahora lo recuerdo perfectamente. Ella siempre obtenía el premio de buena conducta. ¡Recuerdo que siempre se lo llevaba ella!

SIR ROBERT CHILTERN. ––(Sonriendo.) ¿Y qué premios se llevaba usted, Mistress Cheveley?

MISTRESS CHEVELEY. ––Mis premios vinieron más tarde en mi vida. No creo que obtuviera ninguno de buena conducta. ¡Lo he olvidado!

SIR ROBERT CHILTERN. ¡Estoy seguro de que serían por algo encantador!

MISTRESS CHEVELEY. ––No sé qué nunca hayan recompensado a las mujeres por ser encantadoras. ¡Creo que usualmente se las castiga por ello! Ciertamente hoy día las mujeres envejecen más gracias a la fidelidad de sus maridos que a otra cosa. Al menos ésa es la única forma de explicar lo terriblemente hurañas que parecen la mayoría de las mujeres bonitas de Londres.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¡Qué filosofía tan espantosa! Intentar clasificar a usted, Mistress Cheveley, sería una impertinencia. Pero ¿puedo preguntarle si es usted optimista o pesimista? Éstas parecen las dos únicas religiones que se nos permiten hoy día.

MISTRESS CHEVELEY. ––¡Oh! Ninguna de las dos cosas. El optimismo empieza con una amplia risa y el pesimismo termina con unas gafas azules. Además, ambos son simplemente poses.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¿Prefiere ser natural?

MISTRESS CHEVELEY. ––A veces. Pero ésa es una pose muy difícil de mantener.

SIR ROBERT CHILTERN. ––¿Qué dirían los modernos novelistas psicólogos, de los que tanto se habla, si nos oyeran expresar semejante teoría?