Un millonario enamorado - Siempre a mi lado - Lecciones de pasión - Marion Lennox - E-Book

Un millonario enamorado - Siempre a mi lado - Lecciones de pasión E-Book

MARION LENNOX

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Beschreibung

Un millonario enamorado Marion Lennox El millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia", y Molly Farr tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él? Molly no lo sabía..., pero Jackson sí. Siempre a mi lado Betty Neels Cuando el doctor Oliver Fforde se presentó en la casa de huéspedes de Amabel, a ella le causó una tremenda impresión, porque no esperaba volver a verlo. Con un hombre tan atento y caballeroso resultaba muy difícil intentar ser una mujer independiente. Pero Amabel tenía una enorme duda: ¿sería aquella sincera amistad una buena base para el matrimonio? Lecciones de pasión Wendy Warren El rompecorazones Cole Sullivan había estado fuera de la ciudad los últimos doce años y se daba cuenta de cómo habían cambiado las cosas. Eleanor Lippert, la muchacha inocente que una vez lo había ayudado a aprobar las matemáticas, era ahora una mujer que necesitaba su ayuda... para cazar a un hombre. Él siempre había admirado a Eleonor, pero aquella transformación habría sido demasiado para cualquiera... Ni un soltero empedernido como él sería capaz de resistirse.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 552- agosto 2022

© 2002 Marion Lennox

Un millonario enamorado

Título original: A Millionaire for Molly

© 2001 Betty Neels

Siempre a mi lado

Título original: Always and Forever

© 2002 Wendy Warren

Lecciones de pasión

Título original: The Oldest Virgin in Oakdale

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003, 2002 y 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1105-992-3

Table of Content

Créditos

Un millonario enamorado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Siempre a mi lado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Lecciones de pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Publicidad

Capítulo 1

LIONEL eligió el peor momento para escapar...

El área de recepción de Bayside Property estaba llena de gente y había mucho ruido. Los empleados de la limpieza se habían quejado de que los perros de una de las propietarias eran peligrosos y no querían acercarse a su terreno. Sophia, una de las propietarias que más apreciaba Molly, estaba furiosa porque hubieran criticado a sus perros. Jackson Baird estaba reunido con el jefe de Molly. Y entonces...

–Lionel se ha escapado –dijo Molly, sin dejar de mirar la caja vacía y con un tono de voz que hizo que todos se callaran–. Angela, ¿has...?

–Solo se la enseñé a Guy. Pasó a tomar café y no se creía que tuvieras una rana en tu escritorio.

–Pero volviste a ponerle la tapa, ¿verdad?

Angela contuvo la respiración. Cada vez estaba más nerviosa.

–Se la estaba enseñando a Guy cuando entró Jackson Baird. ¡Era Jackson Baird!

Estaba todo dicho. Jackson Baird... ¡Bastaba con que aquel hombre entrara en una habitación para que todas las mujeres se olvidaran hasta de cómo se llamaban! ¿Qué tenía aquel hombre?

Era muy atractivo, alto y fuerte. Además, tenía la piel bronceada. Y la expresión de su rostro no era arrogante, sino dulce como la de un cachorro. Era una cara de «llévame a casa y quiéreme», con unos alegres ojos grises y una maravillosa sonrisa.

¿Llévame a casa y quiéreme? Molly leía las páginas de sociedad de los periódicos y sabía que eso era justo lo que hacían las mujeres. Aquel hombre había heredado muchos millones de unas minas de cobre que su familia tenía en Australia, y había tenido éxito en sus negocios. Era famoso.

Y esa mañana había entrado en su oficina y todo el mundo se había quedado de piedra. Molly acababa de regresar de inspeccionar la propiedad de Sophia, e incluso esa mujer locuaz se había callado al ver entrar a Jackson y a su abogado.

–Ese es Jackson Baird –había dicho Sophia al verlo–. Nunca lo había visto en persona. ¿Es cliente vuestro? –la mujer mayor había quedado claramente sorprendida.

«Si fuera cliente ayudaría mucho al negocio», pensó Molly, y se preguntó cuál de sus propiedades podría interesar a Jackson.

–Jackson hizo que me olvidara de la rana –admitió Angela–. Hay que reconocer que es muy atractivo.

–Claro que es muy atractivo –contestó Molly–. Pero, ¿dónde está mi rana?

–Debe de estar por aquí, en algún sitio –Angela se arrodilló junto a Molly bajo el escritorio. Ambas rondaban los treinta años y eran muy atractivas. Pero ahí terminaba su parecido. Angela se enfrentaba al mundo como si fuera a recibir algo positivo, mientras que Molly sabía que no sería así–. ¿Dónde se habrá metido? –la agencia inmobiliaria de Trevor Farr era una empresa pequeña y, su dueño, el primo de Molly, era un hombre atolondrado. El lugar estaba abarrotado de archivadores. Y entre ellos, se había escondido una rana verde.

–Sam me matará –se quejó Molly.

–La encontraremos.

–No debí traerla al trabajo.

–No tenías más remedio –contestó Angela.

No. No tenía más remedio. Aquella mañana, Molly y Sam viajaban en el mismo tren... su sobrino de ocho años, se dirigía a Cove Park Elementary y Molly a Bayside Property. Estaban a punto de terminar el viaje cuando Molly se dio cuenta de que algo se movía en la mochila de Sam, y se quedó horrorizada.

–No puedes llevarte a Lionel al colegio.

–Sí puedo –había dicho Sam en tono desafiante–. Me echaría de menos si la dejo en casa.

–Pero los otros niños... –suspiró Molly. Conocía muy bien la estructura social del colegio, ya que la semana anterior había ido a hablar con el director.

–A Sam lo están intimidando –le había dicho Molly.

–Hacemos lo que podemos –había contestado él–. La mayor parte de los niños, en la situación de Sam, agacharían la cabeza y evitarían meterse en problemas. Pero, aunque Sam es mucho más pequeño que la mayor parte de los niños de tercer grado, es valiente y se enfrenta con los más grandes. Me da miedo que alguno se comporte de forma agresiva. Pero, por supuesto, veremos qué podemos hacer.

Molly comprendió que no era mucho lo que podían hacer en cuanto vio que Sam regresaba del colegio, una vez más, lleno de moraduras. Si llevaba la rana a clase, los otros chicos intentarían quitársela, ¿y quién sabía qué pasaría después?

–Es demasiado tarde como para llevarla a casa –le dijo Sam a Molly, con la expresión de ir a comerse el mundo que ella conocía tan bien.

Y como era demasiado tarde, Molly se llevó la rana al trabajo.

Molly no llevaba mucho tiempo en ese puesto. Al principio, su primo no quería contratarla. Ese día, tenía una cita con Sophia a las diez, y no podía llegar tarde. Así que había ido con la caja donde estaba la rana bajo el brazo y ese había sido el resultado.

–Sam no me perdonará jamás –las dos chicas estaban debajo del escritorio ignorando al resto de personas que había en la habitación.

–¿Perdón? –la voz de Sophia dejaba claro que no le hacía ninguna gracia–. ¿Es cierto que están buscando una rana?

–Es la rana de Sam –dijo Molly medio sollozando, y comenzó a separar un archivador de la pared–. Ayúdenos.

–Me niego a esperar por una rana. Y en cuanto a lo de ayudarlas...

Angela se puso en pie y colocó las manos sobre sus caderas. Molly estaba moviendo los muebles como si su vida dependiera de ello. Durante las semanas que habían trabajado juntas, se habían hecho buenas amigas.

–¿Sabe quién es Sam? –le preguntó.

–Por supuesto que no, jovencita. ¿Por qué iba a saberlo?

–¿Recuerda ese horrible accidente que hubo hace seis meses? –preguntó Angela–. Un camión se saltó la barrera y cayó sobre un coche. Los adultos murieron en el acto, pero hubo un niño que se quedó atrapado durante horas.

–¿Ese era Sam? –preguntó la mujer horrorizada.

–Sí. Y es el sobrino de Molly.

–Oh, no.

–Y ahora hemos perdido su rana.

Hubo un tenso silencio. Las tres mujeres de la limpieza y Sophia, se miraron, y todas comenzaron a buscar.

Trevor Farr estaba cada vez más nervioso.

Al principio, estaba encantado. No podía creer la suerte que tenía. Hannah Copeland lo había llamado por la mañana y sus palabras lo habían dejado de piedra.

–He oído que Jackson Baird está pensando en comprar un terreno en la costa. Hay muy pocas personas a las que les vendería Birranginbil, pero Jackson podría ser una de ellas. Mi padre solía tratar con tu abuelo, o eso creo, así que quizá podrías llamar al señor Baird de mi parte y, si está interesado, le venderé la finca. Esto es, si te interesa la comisión.

¿Si le interesaba la comisión? Birranginbil... «una venta como esa me solucionaría la vida», pensó Trevor,y, sin dudarlo, llamó al abogado de Jackson. Aún no podía creer que Jackson Baird estuviera en su despacho. Iba vestido con un elegante traje italiano, y con una mirada fría y calculadora esperaba pacientemente a que le dieran todos los detalles.

El único problema era que Trevor no podía darle ningún detalle.

Así que hizo todo lo que pudo para ganar tiempo.

–El terreno está en la costa, a doscientas millas al sur de Sidney –le dijo a Jackson y a su abogado–. Hoy es viernes. El fin de semana estoy ocupado, pero, si quieren, podemos ir a verlo el lunes.

–Pensé que al menos tendría algunas fotografías –el abogado de Jackson parecía contrariado. Igual que a Trevor, a Roger Francis lo había pillado desprevenido, y el abogado tenía motivos para estar descontento. Él sabía de un terreno en Blue Mountain y quería que Jackson fuera a verlo, por supuesto, porque sería él quien se embolsaría la comisión. Por desgracia, su secretaria había contestado la llamada sobre el terreno de Copeland y había llamado a Jackson sin consultárselo primero. ¡Estúpida mujer! El abogado estaba de muy mal humor y las tácticas que empleaba Trevor no eran de gran ayuda.

–Llámenos cuando tenga los detalles –dijo el abogado–. Si hubiéramos sabido que tenía tan poca información no habríamos venido tan lejos. Está haciendo que el señor Baird pierda su precioso tiempo.

Cuando se calló, miró al suelo y vio una cosa verde que saltaba.

Era una pequeña rana, un símbolo de la naturaleza. Pero el abogado sabía qué era lo que tenía que hacer cuando la naturaleza trataba de introducirse en la civilización.

Levantó el pie.

–¿Crees que podría haberse metido en el despacho de Trevor cuando abrieron la puerta? –preguntó Molly, mirando detrás del archivador–. ¿Dónde puede estar si no?

–Supongo que sí podría haber entrado –dijo Angela–. Quiero decir... todas estábamos mirando a Jackson.

–Iré a mirar –dijo Molly poniéndose en pie.

–Trevor te matará si lo interrumpes ahora, Molly. Jackson Baird está en su despacho.

–Me da igual que la Reina de Saba esté en su despacho. Voy a entrar –Molly acercó la cara al cristal de la puerta del despacho de Trevor. Y lo que vio la hizo moverse más rápido de lo que se había movido nunca.

Jackson estaba sentado entre un abogado furioso y un agente inmobiliario confuso cuando, de pronto, vio una mancha verde sobre la moqueta beige y que su abogado levantaba el pie para aplastarla, justo cuando una mujer entraba por la puerta y se lanzaba al suelo.

El abogado bajó el pie con fuerza, pero no pisó una rana, sino un par de manos de mujer que protegían al animalito.

–¡Ay!

–¡Molly!

–¿Qué diablos...?

–¿La tienes?

–La ha pisado. Ha pisado la rana de Sam. ¡Es un bruto! –Sophia Cincotta fue la primera en entrar después de Molly, y al ver lo que había pasado, levantó su bolso para golpear a Roger Francis–. ¡Asesino!

Angela entró después, mirando horrorizada. Molly estaba tumbada sobre la moqueta, sujetando a Lionel como si su vida dependiera de ello.

–Molly... tu mano. Estás sangrando.

–¡Le ha roto los dedos! –Sophia golpeó de nuevo al abogado y este se apresuró para colocarse al otro lado del escritorio de Trevor.

–¿Y Lionel está bien? –preguntó Angela.

–La ha aplastado –contestó Sophia–. Claro que no está bien. ¿No has visto cómo este bruto la pisoteaba?

–Creía que esos animales estaban protegidos –dijo una de las mujeres de la limpieza.

–No es más que un sapo, estúpida –contestó otra persona–. Se supone que hay que matarlos.

–No en mi moqueta –dijo Trevor enfadado–. ¿Es una rana? ¿Una rana? Molly, ¿la has traído tú?

–Claro que la he traído yo –contestó Molly, mirando entre los dedos sangrantes de su mano–. Y no es un sapo. Oh, cielos, parece que se ha roto un anca... Parece que tiene un anca rota.

–Tus dedos también parecen rotos –contestó Angela y se arrodilló junto a ella. Después miró a Roger Francis–. Él es el sapo.

–Qué falta de profesionalidad... –dijo Roger–. Señor Baird, le sugiero que busquemos un terreno en otro lugar.

Trevor trató de mantener la compostura y se colocó entre Molly y Jackson. Podía imaginarse una comisión de miles de dólares evaporándose.

–Señor Baird, no sabe lo mucho que lo siento. Normalmente, esta es una de las mejores agencias –miró a Molly–. Mi padre me convenció de que contratara a mi prima porque le daba pena. Pero si va a ofender a mis mejores clientes... Molly, levántate. Puedes pasar a recoger tu indemnización y marcharte.

Pero Molly no estaba escuchando. Seguía mirando a la rana que tenía un anca colgando de manera extraña. «Debe de estar rota», pensó, y supuso que no tenía remedio.

¿Qué diablos iba a decirle a Sam?

–Molly, márchate –dijo Trevor con desesperación.

–¿Quieres decir que mi rana está a punto de morir y que además estoy despedida? –preguntó enfadada. ¿Cómo se las arreglaría entonces?

–Si vas a disgustar al señor Baird...

–Se merece que la despidan –dijo el abogado, y Sophia lo amenazó otra vez con el bolso.

–Un momento –dijo Jackson Baird alzando la mano. Su voz era suave, pero tenía la capacidad de hacer que todo el mundo se detuviera. Era la voz de alguien nacido para mandar. Se levantó de la silla y se arrodilló junto a Molly. Su presencia se apoderó de la habitación.

–¿Qué es..., una rana de San Antonio? –le preguntó a Molly. Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano que tenía libre y asintió.

–Sí.

–¿Y el señor Francis, mi abogado, la ha herido?

–No me gustan los insectos –murmuró Roger.

–No es un insecto –protestó Molly, y Jackson intervino.

–Me parece muy duro que la señorita Farr se haga daño en la mano, vea cómo hieren a su mascota y pierda el trabajo, todo en el mismo día.

Con cuidado, abrió la mano de Molly y le quitó la rana. Después, se puso en pie con decisión, y con una pequeña rana de San Antonio entre sus manos.

Un mechón de pelo negro cayó sobre sus ojos y lo retiró con un dedo. Necesitaba un corte de pelo. O quizá no. No había muchas mujeres que se quejaran del aspecto de Jackson Baird.

Y tenía un aspecto fantástico. La ranita lo miraba con incomprensión mientras él la examinaba con delicadeza.

Trevor miró a la rana con aprensión.

–Esto es ridículo... Démela, señor Baird, y encontraré un cubo donde meterla.

Pero Jackson solo estaba centrado en la rana.

–Sabes, parece que solo tiene una rotura limpia. No parece que se haya hecho nada más. Creo que esto podremos curárselo.

Molly respiró hondo. Se puso en cuclillas, se recolocó la falda y miró a Jackson con incredulidad.

–Está bromeando.

Él la miró... y se fijó bien en ella.

«Es extraordinaria», pensó Jackson. Tenía la piel pálida, casi translúcida, una melena negra y rizada que enmarcaba su rostro y unos grandes ojos marrones...

«¡Concéntrate en la rana, Baird!», se recordó.

–En serio –le dijo a Molly–. Podemos ponerle un vendaje.

–¡Qué bueno! –Angela intervino desde detrás–. Podemos ponerle unas muletas.

–Cállate, Angela –Molly la fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, y apenas notó que Jackson la ayudaba a estabilizarse–. ¿Qué estaba diciendo, señor Baird?

–Estoy seguro de que podemos curarla. Tenemos que entablillarla –dijo Jackson.

–¡Muletas! –exclamó Angela entre risas–. No me contentaré con menos –entonces, dejó de reírse–. Molly, estás manchando la moqueta de sangre.

–No es nada –Molly escondió el puño entre su falda, pero Jackson le agarró la mano para mirársela. Tenía la piel levantada en los nudillos y estaba sangrando bastante.

–Maldito seas, Roger.

–Iba a pisar a la rana. No esperaba que esa estúpida chica...

–Hay que curarte.

–No hace falta –Molly retiró la mano y la escondió detrás de la espalda–. Es solo un rasguño. Si Lionel puede curarse...

–¿Lionel?

–Mi rana –dijo ella, y él asintió.

–Claro, Lionel. Ya veo. Sí, podemos curarla.

Molly miró a Jackson como si él intentara engañarla.

–¿Cómo lo sabes?

–Cuando era niño, teníamos un embalse en nuestro terreno –le dijo, y se fijó en la tensión que había en su mirada–. Pasaba las vacaciones criando renacuajos –y evitando a sus padres–. Cualquier cosa que quieras saber sobre las ranas, pregúntamela a mí.

–¿Se curará?

–Se curará.

Molly respiró hondo y se relajó una pizca.

–Entonces, la llevaré al veterinario.

–Puedo entablillársela yo, si me dejas. Pero lo que no puedo es curarte la mano.

–La llevaré al hospital para que se la curen –dijo Angela, y se acercó para abrazar a su amiga–. Si usted cuida de la rana, yo cuidaré de Molly.

–¡Angela! –exclamó Trevor enfadado, pero ella le dedicó una de sus mejores sonrisas.

–Al señor Baird le gusta la rana de Molly –dijo ella con recato–. Y no queremos disgustar al señor Baird, ¿verdad?

Al ver la cara que puso su primo, Molly estuvo a punto de atragantarse.

–Oh, por el amor de Dios... –respiró hondo y se separó de Angela–. Muchas gracias a todos, pero yo llevaré la rana al veterinario, y me pondré una tirita en la mano, eso es todo. Así que puedo ocuparme yo sola. Y no importa que tenga que marcharme –miró a su primo y suspiró. Ese hombre era un idiota. Quizá fuera mejor si saliera de allí para siempre–. Después de todo, estoy despedida.

–No pueden despedirla –gruñó Jackson, y se volvió hacia Trevor, fulminándolo con la mirada–. He venido a que me informaran sobre una propiedad. La información que me han dado es tentadora, pero poco detallada. Necesito saber más. Y tengo que verla. ¿Dijo que estaba ocupado el fin de semana?

–Sí, pero...

–Tengo una opción de compra de otra propiedad hasta el lunes, así que me gustaría tomar una decisión antes de ese día. El martes me marcho del país. Si el lunes veo el terreno por primera vez, apenas tendremos tiempo para negociar.

Trevor escuchó sus palabras y pensó que podía ser un buen comprador.

–Por supuesto, tendré que cambiar mis planes...

–No quiero molestarlo –le dijo Jackson con frialdad–. No necesito que usted me enseñe el terreno. Puede hacerlo uno de sus empleados.

–Todavía tiene tiempo de visitar otra vez la propiedad de Blue Mountain –le interrumpió su abogado.

–Gracias, pero estoy más interesado en la de Copeland. Además, en vista de que la señorita Farr ha sufrido un shock y ha resultado herida, ¿qué mejor manera hay para ayudar a que se recupere que llevársela a pasar el fin de semana a un bonito lugar? Señor Farr, ¿supongo que no pensaría en serio despedir a una empleada por una nimiedad tal como traer un rana al trabajo?

–No... –empezó a decir Trevor–. Sí. Pero...

Pero Jackson ya no estaba escuchándolo.

–Señorita Farr, apreciaría mucho si me acompañara a ver la propiedad. Señor Farr, si su empleada llevara a cabo una venta como esa, estoy seguro de que podría contratarla de nuevo.

Trevor dudó un instante. No era completamente estúpido. Una vez más, veía como una importante comisión se le iba de las manos.

–Puede que no. Acabo de acordarme de que puedo acompañarlo, después de todo.

–No quiero molestarlo –dijo Jackson con una gélida mirada. Se volvió hacia su abogado–. Ni al señor Francis. Si el terreno de Copeland es la granja que estoy pensando, entonces, las ranas serán lo menos tentador para el despiadado zapato del señor Francis. Así que, creo que la señorita Farr y yo prescindiremos del intermediario. Señorita Farr, ¿podría acompañarme a la propiedad de Copeland el fin de semana?

Molly respiró hondo. Miró a su alrededor... a Trevor... al abogado... y a la pequeña rana que Jackson Baird tenía en la mano.

La mirada de Jackson era amable, y ella no tenía elección. Aunque su primo fuera una persona detestable, ella necesitaba ese trabajo, y Jackson le estaba ofreciendo una manera de mantenerlo.

–Será un placer –dijo Molly. E instantes después no podía creer lo que había hecho.

Estaba claro quién estaba al mando. Trevor estaba fuera de lugar. Jackson había decidido organizarlo todo, y era evidente que no le habían nombrado «Mejor Hombre de Negocios de Australia» por nada. Aquel hombre emanaba poder.

–Nos encontraremos mañana a las nueve en el aeropuerto Mascot –le dijo a Molly.

–Um... ¿iremos en avión?

–Alquilaré un helicóptero. ¿Podrá tener el Artículo Treinta y Dos preparado?

«Sería un milagro que el abogado de la agencia lograra preparar la escritura esa misma noche», pensó Molly, pero Jackson Baird esperaba que actuaran como profesionales.

–Por supuesto –contestó ella.

–¿La casa está preparada para alojarse allí?

–Creo que todavía hay algunos empleados –Trevor luchaba por recuperar el mando de la situación–. La señora Copeland dijo que lo recibirían, pero yo...

Jackson no estaba de humor para oír sus objeciones.

–Entonces, perfecto.

–No me gusta que vaya Molly –dijo Trevor de pronto, y Jackson arqueó las cejas.

–¿No es una mujer competente?

–Es extremadamente competente –dijo Angela mirándolo a los ojos, y el millonario la miró con aprobación.

–Quizá le preocupe lo adecuado de la situación –Jackson sonrió–. Debí haber pensado en ello. Señorita Farr, si le preocupa acompañarme a una granja desconocida durante todo un fin de semana, le sugiero que se traiga un acompañante. Pero no un chaperón. Ni un primo. Una tía, ¿quizás? Sobre todo si también le gustan las ranas.

«Se está riendo de mí», pensó Molly, pero estaba demasiado desconcertada como para reaccionar. Un acompañante. ¿Y dónde diablos iba a encontrar un acompañante?

–Eso es todo, entonces. En el aeropuerto Mascot, mañana a las nueve, con o sin acompañante –dijo Jackson. Los ojos le brillaban con malicia–. ¿Será suficiente para que deje de pensar en su mano herida y en la rana?

Molly pensó que él creía que bastaba que le ofrecieran algo así para que ella dejara de pensar en todo lo demás. Quizá en otro momento, habría sido así, pero estaba Lionel. Sam había confiado en ella para que cuidara a su rana. ¿Cómo iba a explicarle lo que había sucedido?

–De acuerdo –dijo ella sin emoción.

–¿Todavía está preocupada por la rana?

–Por supuesto.

–Sabe, las ranas se mueren.

–Me dijo que podría curarla.

–Eso dije. Y así es –se volvió hacia Angela–. ¿Puedes llevar a tu amiga para que le curen la mano?

–Después de que cure a Lionel.

–Sabe... no me gusta ser pesado, pero solo es una rana.

–Cúrela –dijo ella. Empezaba a dolerle la mano, y la tensión de la última media hora comenzaba a pasarle factura. Claro que Lionel era solo una rana, pero significaba mucho para Sam. Lionel había conseguido que el chiquillo se interesara en algo, por primera vez desde la muerte de sus padres, y eso era muy importante–. Cúrela –dijo de nuevo. Y Jackson la miró confuso. Lo que vio en su rostro, no lo ayudó.

–De acuerdo, señorita Farr, entiendo que su rana sea muy importante –acercó la mano y le acarició la mejilla–. Pero usted también lo es. Si no va a que le vean la mano ahora mismo, la curaré yo. Y después curaré a la rana.

–La rana primero.

–Su mano primero –dijo él, con un tono que no admitía discusión–. Lionel no está manchando la moqueta de sangre. Así que siéntese y deje que la cuiden. ¡Ahora!

Era una sensación muy extraña.

Dejar que la cuidaran... ¿Cuándo había sido la última vez que la habían cuidado? Desde que murió su hermana, ella había sido la que había tenido que cuidar a Sam, y la sensación de que alguien cuidara de ella, le resultaba muy extraña.

–No es una herida profunda –ignorando sus protestas, Jackson miró la herida que ella tenía en los nudillos–. Estoy seguro de que no necesita puntos.

Mandó a Angela a la farmacia más cercana para que comprara un antiséptico, gasas, esparadrapo y una pequeña tablilla. Cuando regresó, se quedó a observar.

Las mujeres de la limpieza y Sophia Cincotta se habían marchado, pero Trevor y el abogado de Jackson seguían allí. Ambos, mirando con desaprobación.

Molly hizo caso omiso. Permaneció sentada mientras el hombre de mirada amable se arrodillaba junto a ella, le examinaba la herida y se la cubría con una gasa. Era emocionante. Era...

Molly no sabía qué era lo que sentía. El hombre que tenía delante causaba sensación entre las mujeres, y ella comprendía por qué. Bastaba con que él la tocara para que...

–Ya está –Jackson la miró y sonrió. Molly sintió que le daba un vuelco el corazón.

–Sí. Gracias. Ahora...

–Ahora la rana –dijo él sin dejar de sonreír.

Angela le tendió la caja donde habían guardado a Lionel y miró a su amiga. Le parecía extraño que estuviera tan acelerada.

Pero Molly no se fijaba en nadie más que en Jackson. Él la había cautivado. Jackson colocó a Lionel en la mano que Molly tenía sana y comenzó a hacer lo que le había prometido. Cortó una pequeña tablilla y la vendó contra el anca de la rana para que no pudiera moverla.

–Es como si supiera que la está ayudando –dijo Molly, y Jackson la miró con curiosidad.

–Sí.

–¿Cuánto tiempo tendrá que llevarla?

–Puede que un par de semanas. Se dará cuenta de cuándo la tiene curada.

–No sé cómo agradecérselo.

–Mi abogado le hizo daño –levantó la caja de Lionel y puso cara de aprobación. Sam había forrado la caja y había preparado una cama de hojas para Lionel–. Es un buen centro de recuperación –metió a Lionel y cerró la tapa–. Ya está.

–Estupendo.

–Ahora usted. Se ha llevado un buen susto. ¿Quiere que el señor Francis y yo la llevemos a casa?

Lo que le faltaba. Aquel hombre comenzaba a afectarla seriamente, y ella tenía que mantener una relación estrictamente laboral con él.

–Gracias, pero estaré bien.

–Le gustaría que la llevaran –intervino Angela, pero Molly la miró frunciendo el ceño y respiró hondo para mantener el control de la situación.

–Lo veré mañana, a las nueve –le dijo a Jackson.

Él la miró con cierta confusión.

–¿Con acompañante?

–Sin duda, con acompañante.

Él sonrió y le acarició la mejilla.

–Muy inteligente. De acuerdo, señorita Farr. La veré mañana, a las nueve. Cuídese la mano. Y a la rana.

Tras esas palabras, salió de allí, y todos lo siguieron con la mirada.

–Molly, ¿puedo ir? Por favor, ¿puedo ir contigo? Necesitarás ayuda, y yo puedo ayudarte. No te molestaré para nada –Jackson acababa de salir cuando Angela se agarró al brazo de Molly para suplicarle–. Seré una buena acompañante.

–Gracias, pero ya me buscaré a mi acompañante –Molly trató de sonreír.

–Tengo que ir contigo –le dijo Trevor–. La agencia inmobiliaria es mía.

Quizá fuera así, pero no lo parecía. La empresa familiar había acabado en manos del tercer Trevor Farr, y bajo su inexperta forma de dirección tenía todo el aspecto de llegar a la quiebra. El padre de Trevor había hablado con Molly en el funeral de su hermana y la había convencido para que le diera una oportunidad a la agencia.

–Si necesitas un trabajo en la ciudad, te estaría agradecido si te incorporaras a la empresa familiar. Trabaja con Trevor durante una temporada, hasta que te acostumbres a la ciudad. Él puede enseñarte cómo está el mercado, y sin duda, aprenderá muchas cosas de ti. Eres la mejor.

Hasta entonces, ella se había dedicado a vender granjas desde la agencia que tenía en la costa. Vender propiedades en la ciudad, era algo muy distinto, y su primo no le facilitaba las cosas. Era una persona débil e ineficiente y, desde un principio, estaba molesto porque ella fuera tan competente.

–Puedo arreglármelas sola –le dijo Molly a Trevor–. Tengo la sensación de que el señor Baird no quiere que el señor Francis ni tú participéis en esto, y si lo que queremos es vender... ¿Cuánto has dicho que pide la señora Copeland por el lugar?

Trevor tragó saliva.

–Tres millones –Molly se quedó boquiabierta. «Tres millones. Guau», pensó–. No lo estropees.

–No lo haré.

–¿Tienes a alguien respetable que pueda acompañarte? –puede que Trevor fuera un tarugo, pero no era completamente estúpido y sabía que tendría que dar la cara ante su padre–. Ese hombre tiene fama de ser un donjuán. Angela no es la persona adecuada.

–Desde luego que Angela no es la adecuada –dijo Molly, y le guiñó un ojo a su amiga.

–¿Tienes a alguien en mente?

–Así es.

Trevor la miró, sorprendido por su falta de comunicación.

–Entonces, supongo que estarás bien.

–Supongo que sí.

–¿No te duele mucho la mano como para seguir trabajando? Será mejor que empieces si es que quieres tener preparado el Artículo Treinta y dos.

–Lo haré ahora mismo –dobló los dedos y puso una mueca de dolor, pero Trevor era la única persona allí que podría ayudarla con esos papeles, y la ayuda de Trevor era lo último que deseaba–. De acuerdo –dijo ella–. Vamos a venderle una granja al señor Baird.

Capítulo 2

MENOS mal que Lionel no había muerto.

Sam se comportó de manera estoica, tal y como Molly esperaba. Llevaba seis meses comportándose de esa manera. Había escuchado las malas noticias con entereza, y cuando Molly intentó abrazarlo, él se retiró. Como siempre.

–No debí quedármela, en primer lugar –dijo el niño.

No. Pero en el apartamento en el que vivían no permitían tener mascotas, así que Sam no tenía nada. Habían encontrado la rana mientras cruzaban una bulliciosa calle de Sidney. Estaba lloviendo y había mucho tráfico, y Lionel estaba quieta en mitad de la calzada. Era una rana suicida, y cuando Sam la recogió y se la guardó en el bolsillo, Molly no protestó. De otra manera, la rana habría muerto.

«Espero que no se muera ahora», pensó Molly al ver el entramado de pequeños estanques que Sam había construido en el suelo del baño.

–Tendré que limpiar todo esto cuando se muera –el niño metió las manos en el bolsillo y pegó la barbilla contra su pecho. Molly sabía que tenía ganas de llorar. Esperarían un rato y, al final, sería Molly la única que lloraría.

–No se morirá. Lo dijo el señor Baird.

–Supongo que, de todos modos, las ranas no viven mucho tiempo.

–Supongo que no –admitió, y colocó la mano sobre el brazo de Sam. Como siempre, él lo retiró. Era un niño muy arisco. Como si el hecho de perder a sus padres le hubiera hecho perder la confianza en todo lo demás. «¿Y por qué va a confiar en mí?», pensó Molly con amargura. «Ni siquiera soy capaz de mantener una rana a salvo»–. Nos han invitado a pasar el fin de semana en una granja –le dijo Molly–. Nos llevaremos a Lionel. Será una granja de recuperación.

–¿Una granja?

–Sí.

–No me gustan las granjas.

–¿Has estado alguna vez en una?

–No.

–Entonces...

–No me gustan. Quiero quedarme aquí.

–Sam, el señor Baird nos ha invitado a los dos.

–Él no quiere que yo vaya.

–Estoy segura de que sí.

–No quiero ir.

–Vas a ir –dijo Molly con decisión–. Iremos los dos y lo pasaremos muy bien.

¿Podría disfrutar de un fin de semana con Jackson Baird?

Una parte peligrosa de su mente le decía que podía disfrutarlo muchísimo.

–¿Cara?

–Jackson, qué alegría –Cara estaba al otro lado del Atlántico, pero su alegría era evidente–. ¿A que se debe este placer?

–Creo que he encontrado una propiedad que podría encajar con lo que buscamos.

–¿De veras?

–De veras. En el pasado la utilizaron como criadero de caballos. Está en un lugar magnífico y suena estupendamente. ¿Quieres tomar un avión y venir a verla?

Se hizo un silencio.

–Cariño, estoy muy ocupada –«¿y cuándo no lo estás?», pensó Jackson sonriendo.

–¿Quieres decir que lo dejas en mis manos?

–Eso es.

–¿Y si la compro y no te gusta?

–Entonces, tendrás que comprarme otra.

–Ya, claro. ¿Cara...?

–Cariño, de verdad no puedo ir. Hay algo... Bueno, sucede algo que está absorbiendo toda mi atención, y no me atrevo a contarlo por si se evapora de repente. Pero confío en ti.

Él sonrió otra vez. Un nuevo plan. Su hermanastra siempre tramaba algo, pero él confiaba en ella, y sabía que ella confiaba en él.

–Hay muchos que no lo harían.

–Pero tú eres uno entre un millón. ¿No lo sabes?

–Sí, y yo también te quiero.

Se oyó una risita y que colgaban el teléfono. Jackson se quedó mirando el auricular.

¿Sería una buena idea?

–De acuerdo, abandono. No vas a pedírmelo, ¿verdad?

–¿Perdón? –aquella noche su amiga apareció en la puerta de su casa y Molly se sorprendió. Angela llevaba un vestido ceñido y brillante y el pelo recogido de manera elegante y adornado con plumas de pavo real.

–Me voy a una fiesta de los años veinte. Guy cumple treinta años, pobrecillo, así que vamos a celebrarlo con una fiesta. ¿Te gusta mi modelito?

–Me encanta.

–Sabes que podrías venir.

–Y tú sabes que no puedo.

«Es imposible», pensó Molly, «es imposible tener vida social».

Hasta que Sarah murió, Molly dirigía su agencia inmobiliaria en la costa. Se había convertido en uno de los mejores agentes inmobiliarios, y su vida amorosa, también había sido muy satisfactoria. Michael era un buen abogado y todo el mundo decía que hacían muy buena pareja.

Pero su plan de vida no incluía a Sam.

–Mételo en un colegio interno –había dicho Michael cuando Sarah murió, pero Molly no le hizo caso. Y tampoco alejó a Sam de su casa de Sidney, aunque comenzaba a preguntarse si había tomado la decisión correcta.

Era difícil abrirse paso en el mercado inmobiliario de la ciudad. Su primo era un tipo detestable. El colegio de Sam no era nada satisfactorio, y ella no podía permitirse cambiarlo a otro mejor. Sam estaba muy triste, ¡y ella se sentía tan sola!

Pero dejar a Sam al cuidado de alguna niñera no solucionaría las cosas. El niño se despertaba por las noches con pesadillas, y Molly tenía que estar con él. Después de todo, ella era todo lo que él tenía.

–Eh, anímate –le dijo Angela al ver la expresión de su rostro–. Estás a punto de pasar un fin de semana con el soltero más cotizado de Australia.

Era verdad, pero lo más triste era que no deseaba ir.

Igual que Sam, Molly había cerrado todas las puertas. Desde la muerte de Sarah, veía el mundo como un lugar peligroso. Los periódicos solo publicaban malas noticias, los programas de la televisión eran amenazantes... y si para ella era así, ¿cómo sería para un niño que lo había perdido todo?

–¿La rana está bien? –preguntó Angela.

–Parece que sí.

–Gracias a Jackson.

–Si no hubiera sido por Jackson, Lionel no estaría herida.

Pero Angela estaba dispuesta a defenderlo.

–Fue el abogado de Jackson quien la hirió. Jackson fue muy amable.

–Ese hombre es peligroso. Tiene una reputación que deja a Casanova por los suelos.

–Qué suerte tienes –suspiró Angela con dramatismo–. Mi Guy es muy aburrido.

–Lo aburrido es más seguro.

–Ahora, por eso... –Angela entró en el salón de Molly con sus zapatos de tacón y se dejó caer en una silla–... por eso estoy aquí. Para evitar que estés aburrida. Volviendo a mi pregunta original: ¿no vas a pedírmelo, verdad?

–¿El qué?

–Que vaya de acompañante.

–No.

–Vas a llevarte a Sam, ¿verdad?

–Verdad.

Angela respiró hondo.

–Bueno, he decidido perdonarte por no llevarme contigo. Aunque no sé por qué lo he hecho. Porque conmigo allí no tendrías tiempo ni de abrir la boca. Tardaría dos segundos en deslumbrar a ese hombre.

–Pero tú tienes a Guy. Tu novio, ¿recuerdas?

Angela sonrió.

–Así es. Tengo a Guy, y nobleza es mi segundo nombre...

–¡Oh, por favor!

–No me interrumpas cuando trato de actuar con nobleza. He decidido ofrecerte mis servicios como niñera. Por Sam. Y por Lionel –sonrió–. ¿Qué te parece?

–Muy noble por tu parte –Molly hizo una mueca. Le dolía la mano, estaba muy cansada y tenía un montón de trabajo que terminar antes de irse a la cama. Y lo que le sugería su amiga era imposible–. Angela, gracias por tu oferta, pero sabes que no puedo dejar a Sam.

–Conmigo estará bien.

–Se comportará de manera estoica. Siempre se comporta así, y me rompe el corazón.

–Comparte su cuidado. Yo también quiero al chico, ¿sabes?

–Ya lo sé –Angela tenía un gran corazón–. Pero, Angie, solo le queda un pequeño hueco en su corazón para querer a alguien, y es para mí. Y es solo porque me parezco a su madre.

–¿Y eso dónde te coloca?

–Aquí. Junto a él. Donde yo quiero estar.

–¿Y qué vas a hacer ahora?

–Irme a la cama –era mentira. Molly tenía que llamar a Hannah Copeland para obtener los detalles de la finca, leer todo lo posible sobre el lugar y preparar el Artículo Treinta y dos. Pero si se lo contaba a Angela, ella lo dejaría todo para ayudarla.

–Solo son las nueve.

–Estoy herida.

–No tan herida. Ven a la fiesta.

–¿Y dejar a Sam? No tengo elección, Angie, así que déjalo.

Angela miró a su amiga.

–Es tan injusto.

–La vida no es justa.

–Debería serlo. ¿Estás segura de que no cambiarás de opinión acerca de ir sola? ¿Deja a Sam conmigo solo por esta vez?

–Estoy segura.

–Entonces, el domingo por la noche vendré a que me lo cuentes todo. Sin olvidarte de nada.

–Tú y Trevor, los dos. Él ya me ha pedido que le haga un informe el domingo por la noche.

–Lo harás –Angela dudó un instante–. Sabes...–le cambió la cara y Molly supo lo que iba a decir. No conseguiría nada con ello.

–Angela, no.

–¿No qué?

–No trates de solucionar los problemas del mundo –Molly empujó a su amiga hacia la puerta–. Vamos, vuelve con Guy.

–Al menos cuéntame lo que vas a ponerte mañana –dijo Angela mientras la empujaban hacia el recibidor.

–Ropa aburrida. De negocios. Un traje negro con blusa blanca.

Angela se detuvo al oír sus palabras.

–¿No irás a vestir de manera aburrida para Jackson Baird?

–No. Voy a vestir así por mí.

–Es la oportunidad de tu vida.

–¿Para que me seduzcan? No creo.

–Molly, hay tipos y tipos de seducción. Cielos, si Jackson Baird quisiera poner sus botas bajo mi cama... –Angela se rio–. Y en serio, Molly –se volvió para mirar a su amiga–, cuando os he visto mirando a la rana...

Molly sonrió al recordar la escena.

–Muy romántico, ¿verdad?

–Lo era –dijo Angela–. Parecías la futura señora de Jackson Baird.

–Oh, sí. En tus sueños.

–Bueno, ¿y por qué no? Es soltero. Y tú eres soltera. Él es rico. Es todo lo que se necesita para el matrimonio.

–Angie, ¡vete!

–Solo si me prometes que no te pondrás el traje de negocios.

–Quizá debería ponerme vaqueros.

–¡No!

–¿Y tú qué sugieres?

–Algo corto. Y ceñido –se rio de nuevo y miró el vestido que llevaba puesto–. Algo como esto.

–Claro. Y adornado con plumas de avestruz. Para mostrarle la granja a un hombre y cuidar de un niño de ocho años.

–Y para casarte con un millonario –añadió Angela–. O multimillonario. Piénsatelo bien.

–Buenas noches, Angela –dijo Molly, y la empujó a la calle antes de que pudiera decir otra palabra más.

Jackson no sabía quién esperaba que fuera el acompañante de Molly pero, desde luego, se sorprendió al verla con aquel niño de gafas que tenía a su lado.

«Está preciosa», pensó al verla acercarse. No encontraba otra palabra para describirla. Era alta y atractiva. Las curvas de su cuerpo eran sensuales y la melena de rizos oscuros le llegaba hasta los hombros.

El día anterior llevaba puesto un traje de chaqueta negro. Ese día, iba en vaqueros y con una blusa blanca abrochada hasta el cuello. Tenía un aspecto fresco, y cuando se aproximó a Jackson y le sonrió, este tardó más de cinco segundos en poder contestarle.

–Buenos días –dijo ella sin dejar de sonreír. Él intentó ignorar su sonrisa y hablar con normalidad, en tono de negocios.

–Buenos días –contestó.

Molly también se había fijado en él. El día anterior Jackson vestía un traje de chaqueta que hacía que pareciera un hombre de mundo, atractivo, pero inalcanzable para Molly. Ese día, iba con unos pantalones de lino y con una camisa de manga corta que dejaba al descubierto su cuello y sus brazos desnudos. Parecía...

Bueno, puede que él tuviera problemas para concentrarse en el negocio, ¡pero a ella tampoco le resultaba nada fácil!

Al menos, Molly podía concentrarse en Sam.

–Señor Baird, este es mi sobrino, Sam. Sam, te presento al señor Baird.

«Así que no es madre soltera», pensó Jackson. «Pero, ¿por qué se ha traído al niño?» Ninguna mujer con la que había quedado antes había hecho algo parecido. «Pero esto es un asunto de negocios, ¡no una cita!», se recordó.

–Sam ha traído a Lionel con nosotros –Molly señaló la caja que Sam llevaba bajo el brazo–. Espero que no le importe, pensamos que una granja de recuperación era justo lo que Lionel necesitaba.

–Claro –dijo Jackson, y le tendió la mano a Sam. Estaban situados en la pista de aterrizaje para helicópteros y en cualquier momento el aparato se pondría en marcha y ahogaría la conversación–. Encantado de conocerte, Sam.

Sam lo miró fijamente mientras se estrechaban las manos.

–¿Eres el hombre que aplastó a mi rana?

–Ya te he dicho que no fue él –dijo Molly–. El señor Baird fue quien curó a Lionel.

–Molly dice que es posible que muera de todos modos.

–Yo no he dicho eso –suspiró Molly–. Solo he dicho que las ranas no viven mucho tiempo –miró a Jackson con desesperación.

–Supongo que se morirá –dijo Sam con tristeza, y agarró la caja como si fueran los últimos minutos de vida para Lionel–. Todo se muere.

Jackson miró a Molly y esta se encogió de hombros.

–Los padres de Sam murieron en un accidente de coche hace seis meses –le dijo. Le habría gustado advertírselo a Jackson, pero ya no era posible–. Desde entonces, su visión de la vida es muy pesimista.

Jackson asintió y dijo:

–Lo comprendo. Siento lo de tu familia, Sam.

–Le he dicho a Sam que puede que Lionel viva muchos años.

–Yo tuve una rana cuando tenía ocho años –dijo Jackson pensativo y enfrentándose a la situación con aplomo–. Vivió dos años conmigo y después se escapó en busca de un rana hembra. Quizá Lionel haga lo mismo.

Sam lo miró con incredulidad. Se hizo un silencio. «Que arranque el helicóptero», pensó Molly. El silencio era desesperante. Pero Jackson y Sam se miraban como si fueran dos contrincantes en un ring de boxeo.

–Sam, te diré algo más que quizá te guste saber –miró al niño a los ojos. Molly quedaba completamente excluida. Jackson solo se centraba en Sam–. Cuando yo tenía diez años, mi madre murió –le dijo–. Yo pensé que había llegado el fin del mundo, y, como tú, esperaba que todo lo que me rodeaba muriera también. Esperé y esperé, aterrorizado. Pero ¿sabes qué? No murió nadie más hasta que cumplí veintiocho años. Un vejestorio.

Sam se quedó callado un momento. Al final, dijo:

–Veintiocho es la edad que tiene Molly.

Jackson miró a Molly y ella percibió una sonrisa tras su seria mirada.

–Ya te lo he dicho. Un vejestorio. Mi abuelo murió cuando yo tenía veintiocho años, pero entre los diez y los veintiocho no murió nadie. Ni siquiera una rana.

–¿De veras?

–De veras –sonrió él–. Así que a lo mejor también tienes esa suerte.

–A lo mejor no.

–Pero a lo mejor sí.

Sam se quedó pensativo.

–Solo me queda Molly. Y Lionel.

–A mí me parece que los dos están muy sanos.

–Sí...

–¿Los alimentas bien? Lionel parece rellenito, y Molly también.

–¡Hey! –exclamó Molly, pero no le importaba lo que había oído. Era la primera vez que sentía que Sam se relajaba–. Eso es una tontería –dijo esbozando una sonrisa.

–Comer bien es importante –dijo Jackson–. No puede pasarse por alto. Eso, y hacer mucho ejercicio. Espero que no dejes que Molly vea mucho la televisión.

Sam estaba sonriendo y la tensión había desaparecido como si hubieran hecho magia.

–Le gustan los programas de amor y esas cosas.

–Eso es muy poco saludable. Yo lo pararía de golpe –Jackson puso una sonrisa tan amplia que Molly supo enseguida por qué las mujeres se enamoraban de él. ¡Por cómo estaba tratando a Sam ella también estaba a punto de enamorarse! ¡Deseaba abrazar a aquel hombre!–. ¿Quieres entrar en mi helicóptero? –le preguntó Jackson al niño tendiéndole la mano.

Sam se quedó pensativo durante un instante, y después, como si hubiera tomado una importante decisión, le dio la mano a Jackson.

–Sí, por favor –le dijo.

Molly no podía dejar de sonreír. Jackson, se fijó en su sonrisa y pensó: «va a ser un fin de semana estupendo».

Él no esperaba tanta eficiencia. Desde el momento en que entró en la oficina de Trevor Farr, Jackson sospechó que si quería averiguar algo sobre la propiedad de Hannah Copeland, tendría que averiguarlo él mismo. Pero la preparación de Molly lo sorprendió gratamente. Tan pronto como despegó el helicóptero, ella le entregó las escrituras, el plano de obra, la lista de empleados...

–¿Cómo ha conseguido todo esto?

–Hacemos lo mismo para todos nuestros clientes.

–¿Y por qué será que no me lo creo?

Ella lo miró con una media sonrisa. En realidad, aquella era el tipo de propiedad que a ella le gustaba vender... una granja con mucho terreno. Había estado trabajando hasta las tres de la mañana, pero había conseguido hacerle a Jackson una presentación de primera. Como en los viejos tiempos.

–Deje de ponerme en entredicho y lea –le ordenó ella, y él obedeció. Pero cada vez estaba más pendiente de Sam y de Molly. Parecían una mujer y un niño enfrentándose al mundo, y su presencia lo afectaba como hacía mucho que no lo afectaba nada.

«Solo es una relación de negocios», se recordó, «y Sam no tiene nada que ver conmigo».

La granja de Copeland era un lugar maravilloso. El piloto sobrevoló una amplia extensión de tierra. La finca comenzaba en una zona estrecha y se expandía en una vasta lengua de tierra que llegaba hasta el mar.

–Toda la lengua de tierra pertenece a la granja –le dijo Molly, y él sonrió y le mostró el mapa que ella le había dado.

Pero ni los mapas ni las fotos hacían justicia al lugar. El mar rodeaba la tierra con su agua azulada. La playa era de arena dorada, y las colinas y las praderas, con los animales pastando plácidamente, parecían lugares exuberantes y maravillosos.

Desde el helicóptero se veían torrentes de agua que bajaban hasta el mar entre los árboles. También había cascadas y pequeños islotes. Cuando descendieron hacia tierra, vieron cómo un grupo de canguros saltaba para ponerse a cubierto, y Jackson pensó, «esto es el paraíso».

Aunque fuera un lugar paradisiaco, no podía olvidar que era un negocio. Era el futuro para Cara y para él. No podía tomar decisiones con el corazón, debía tomarlas con la cabeza.

–Parece que está bien conservado –dijo él, pero su comentario le pareció ridículo. Miró a Molly y a Sam y se percató de que ambos lo miraban asombrados.

–¿No has visto esa cascada? –preguntó Sam–. ¿Es maravillosa? ¿No crees que es maravillosa?

–Maravillosa –admitió él, y Molly sonrió.

–Con Sam aquí, no tengo que hacer de vendedora –miró cómo la hélice del helicóptero se detenía–. Es más, creo que no tengo que hacer de vendedora en ningún caso. Si tiene el dinero, este lugar se venderá solo –dijo bromeando–. Y si no tiene el dinero, puedo proponerle un plan de financiación muy interesante.

–Estoy seguro de ello –dijo él con frialdad, pero impresionado. Ella había hecho sus deberes.

–No hay ninguna otra propiedad como esta en el mercado australiano –le dijo ella–. No sé para qué quiere este sitio... pero sea para lo que sea, estoy segura de que Birranginbil cubrirá sus necesidades.

–¿Birranginbil?

–¿No sabe que Birranginbil es el nombre de la granja? –sonrió ella–. Ahora, pregúnteme por qué no lo he puesto en letras grandes al principio de la presentación que le he entregado.

Él la miró pensativo. Parecía que tenía mucha seguridad en sí misma y, de pronto, se le ocurrió que Molly estaba haciendo algo que le encantaba. A pesar de que Trevor fuera espantoso, la mujer que trabajaba con él era una auténtica profesional.

Jackson sonrió y se unió al juego.

–Bueno, dígame lo que significa.

–Lugar de sanguijuelas –se rio al ver la expresión de su rostro, y la de Sam–. ¡No me diga que tiene miedo de unas pocas sanguijuelas! –ella rebuscó en su bolso y sacó una pequeña lata–. Hay que ir preparado. Eso es lo que nos enseñaron en la escuela de venta inmobiliaria. Sal. Si hay sanguijuelas, con esto estoy preparada para enfrentarme a ellas.

–¡Guau! –él estaba cada vez más impresionado. ¡Era muy buena vendedora!

–¿De verdad que hay sanguijuelas? –preguntó Sam con voz temblorosa y Molly lo abrazó.

–Sí, pero solo en lo profundo del pantano. Los estuarios de alrededor de la playa están limpios, y los embalses que hay cerca de la casa son perfectos para nadar.

–¿Y para las ranas? –preguntó Jackson, y Molly arqueó las cejas. Ella sonrió, agradecida de que él tratara de que Sam se sintiera incluido.

–Estoy segura de que para las ranas es un buen lugar.

–¿Podemos enseñárselo a Lionel? –Sam se interesó enseguida.

–Sí –ella dejó de mirar a Jackson y él sintió una pizca de... No estaba seguro. ¿Resentimiento? ¿Celos? Seguramente no. Pensaba que había hablado de las ranas para que Sam sonriera, pero, de pronto, se había dado cuenta de que lo había hecho para que Molly sonriera. Era una extraña manera de llamar la atención de una mujer... pero la atención de una mujer no era algo que a Jackson le resultara difícil conseguir.

Y Molly le había dado la espalda. Molly solo le estaba mostrando su lado profesional, mientras que su lado personal lo reservaba exclusivamente para Sam. Parecía bastante justo. Sam la necesitaba y Jackson no.

Entonces, ¿por qué sentía ese resentimiento?

–Le pediremos al encargado de la granja que lleve al señor Baird a dar un paseo para ver el lugar. Mientras tanto, nosotros buscaremos dónde viven las ranas –le dijo Molly a Sam, y el sentimiento irracional que Jackson estaba experimentando, se agudizó. Después de todo, Molly era la agente inmobiliaria, era su trabajo mostrarle el lugar al cliente...

Jackson decidió que intentaría que así fuera. Y de pronto, sintió que lo importante no era ver la granja, sino verla con Molly.

Capítulo 3

QUEDARON con el piloto del helicóptero para que los recogiera al día siguiente, y en cuanto el aparato despegó, apareció una pareja de ancianos. Al ver a Jackson, a Molly y a Sam, sus rostros se iluminaron.

–Una familia –dijo la mujer, y agarró el brazo de su compañero–. Ves, Gregor, ¿qué te dije? ¡Una familia!

–No somos una familia –dijo Molly, y Jackson experimentó un sentimiento irracional de decepción. Aunque fuera un malentendido, lo había hecho sentir bien durante un instante.

Pero, por supuesto, Molly tenía razón. Si él estaba interesado en comprar esa propiedad tenía que hacer bien las cosas desde el principio.

–La señora Farr es el agente inmobiliario de la señora Copeland –les dijo–. Yo soy Jackson Baird, el posible comprador –sonrió a Sam, que estaba semiescondido detrás de Molly–. Y este es Sam, el sobrino de Molly. Él y su rana, Lionel, han venido a acompañarnos.

La mujer mayor respiró hondo y dijo:

–Aunque no sean una familia, estamos encantados de conocerlos. Soy Doreen Gray, el ama de llaves de la señora Copeland, y este es mi marido, Gregor. Vamos. Prepararé una taza de té y así nos conoceremos mejor.

Y eso marcó el ritmo del fin de semana. Doreen y Gregor no tenían concepto de la formalidad. Trataron a Jackson, Molly y Sam como si fueran invitados muy especiales. Incluso podrían haber sido familiares suyos por cómo los recibieron.

–¿No ven a mucha gente, verdad? –preguntó Molly, y se sirvió el tercer pastelito.

–No, cariño, no vemos a mucha gente –le dijo Doreen–. Ha pasado mucho tiempo desde que los Copeland invitaban a las familias importantes de Australia a quedarse aquí. Tenemos diecinueve dormitorios, ¿puede creerlo? Y los teníamos todos llenos. Pero el señor y la señora Copeland fallecieron hace casi treinta años y la señorita Copeland nunca fue muy sociable. Se mudó a Sidney hace diez años y este lugar ha estado casi abandonado.

–¿Se ha venido abajo? –Jackson preguntó frunciendo el ceño, pero Doreen se puso muy seria y le ofreció otro pastel.

–Por supuesto que no. La señorita Copeland no lo permitiría. Tenemos más de tres mil cabezas de ganado. Hay más de una docena de hombres trabajando. Y una vez al mes viene una chica de la ciudad a limpiar la casa de arriba abajo. Si mañana mismo quisiera llenar todas la habitaciones, no encontraría nada a faltar.

–Estoy seguro de que no –contestó Jackson mirando a su alrededor. La cocina era grande y acogedora, con un gran fogón de leña que ocupaba toda la pared. Estaba reluciente. «A Cara le gustaría esta cocina», pensó. «No, no le gustaría», corrigió. ¿En qué estaba pensando? Cara no pondría un pie en la cocina a menos que la obligaran.

Pero le encantaría el resto del lugar. La casa era fabulosa. Las paredes de piedra estaban rodeadas por una amplia galería que ocupaba todo el perímetro de la casa. Todas las habitaciones tenían grandes ventanas. Y todo el lugar, tenía un atractivo especial.

Miró a Molly y vio que ella lo estaba mirando. Enseguida supo que estaba en clave de negocios.

–Es un lugar fantástico ¿verdad? Sabe, es la primera persona a quien se lo enseñamos.

–Lo sé.

–Y no será la última –se volvió hacia la señora Gray y sonrió–. Espero que haga estos pasteles cada vez que traiga a un posible comprador. Están deliciosos.

Era una manera delicada de decir que Jackson era el primero de la lista pero que había otras personas que estarían interesadas si él no compraba. Él sonrió.

–Pero tengo la primera opción de compra, ¿no?

–Creo que tiene la primera opción hasta el lunes.

–Muy generosa.

–Tratamos de complacer a nuestros clientes –ella le sonrió. Él se quedó mirándola. Era encantadora. Inteligente. Organizada. Guapa... Se fijó en el dedo anular de su mano izquierda, por si acaso, y al descubrir que estaba vacío, sintió un enorme placer–. Al señor Jackson le gustaría ver la granja –le dijo a Gregor–. ¿Podría mostrársela?

–Oh, querida... –el granjero se puso serio.

–¿Hay algún problema?

–No puedo acompañarlo –dijo Gregor–. Mis piernas ya no pueden conmigo.

–No me refería a ir caminando. Imagino que habrá algún vehículo.

–El Jeep lo están utilizando. Si hubiéramos sabido que venían... Pero la señorita Copeland nos llamó anoche para decirnos que estaban de camino.

–Hay una bicicleta –dijo Doreen–. Pero solo puede ir uno. También están los caballos, pero la cadera de Gregor no lo soportaría.

Molly se percató de que les dolía admitir que estaban haciéndose mayores y que necesitaban ayuda. Gregor tenía cara de angustia.

–Puedo ir yo solo –dijo Jackson con amabilidad–. La señorita Farr... –miró a Molly de reojo y decidió dejarse de formalidades–. Molly me ha proporcionado unos mapas estupendos, y si tienen un caballo, puedo montarlo.

–Pero podría caerse –dijo Doreen–. Hay madrigueras por todos sitios y quién sabe qué más. Querrá verlo todo, y la única manera de hacerlo es a caballo, pero...

–No puede ir solo –añadió su marido. Se volvió hacia Molly y ella notó lo mucho que le costaba preguntarle–. ¿A menos que usted sepa montar?

–Sí, sé montar –dijo ella, y recibió otra mirada de asombro por parte de Jackson. Una sorpresa detrás de otra. Ella dudó un instante. Sam estaba a su lado y su inseguridad era evidente–. Pero Sam no.

–Nosotros cuidaremos de Sam –sonrió Doreen ofreciendo una sencilla solución–. Será un placer –después le dijo a Sam–. Estoy preparando pavlova para la cena. ¿Has preparado una alguna vez?

–No, yo...

–¿Te gustaría aprender? Necesito ayuda para escoger las fresas que van por encima.

–Y estamos criando un ternero –añadió Gregor–. Hay que darle biberón, y me da la sensación de que tú eres capaz de hacerlo.

–¿Y dijiste que tenías una rana en esa caja? –preguntó Doreen–. Después de terminar todas nuestras tareas, Gregor y yo te llevaremos a un sitio donde hay miles de ranas. Y renacuajos.

Sam asintió con timidez y la tensión que inundaba la habitación se evaporó mágicamente.

–¿De verdad que sabes montar? –preguntó Jackson tuteándola–. ¿O quieres decir que puedes sentarte en un jamelgo de picadero?

–Compruébalo –contestó ella, y se dirigió a Gregor ignorando a Jackson. Se merecía que lo excluyera–. Según mis informes, tienen buenos caballos.

–Estarán juguetones –advirtió Gregor–. Nadie los ha montado desde hace mucho tiempo.

–Cuanto más juguetones, mejor –dijo él–. No puedo esperar.

–Les llevará casi todo el día visitar la granja –añadió Doreen–. Les prepararé un picnic. Hace un día precioso –sonrió–. Todo arreglado. Pasarán un bonito día viendo el terreno y Sam se divertirá con nosotros. ¿No es maravilloso?

Jackson observó cómo Molly ayudaba a ensillar a los caballos, y enseguida supo que no bromeaba cuando dijo que sabía montar a caballo. Su yegua era muy nerviosa, pero Molly la sujetaba con firmeza. Igual que Jackson sujetaba al caballo que le habían prestado. Después, cuando Gregor los dejó marchar y la yegua comenzó a moverse de un lado a otro, Molly se volvió riéndose hacia Jackson.

–No se tranquilizarán hasta que no hayan galopado un rato, y estos prados parecen seguros. Te echo una carrera hasta la valla del fondo –antes de que él pudiera contestar, Molly se alejaba galopando y su risa dejaba claro que estaba disfrutando.

Era una bonita imagen. Jackson tardó un poco en centrarse en su caballo, y para entonces, ella ya le llevaba mucha ventaja y se había parado para esperarlo.

–¿Por qué has tardado tanto?

–Pensé que las mujeres de negocios siempre dejaban ganar a sus clientes –se quejó él, y recibió otra preciosa carcajada.

–Upss. De una cosa estoy segura. Si el resto de la propiedad es tan bueno como esta parte, se venderá sola –Molly tenía razón. Cuanto más veía Jackson, más le gustaba–. No eres mal jinete –le dijo ella.

–Gracias –dijo él–. Si no supiera que los halagos son buenos para los negocios...

–¿No te he dicho que esto no es cuestión de negocio? La propiedad se venderá sola, sin necesidad de hacer cumplidos para conseguir un comprador de buen humor.

–Ya lo has conseguido –dijo él. Su humor mejoraba minuto a minuto. Ella hacía que él se sintiera libre de las restricciones que normalmente sentía que lo rodeaban. «Esas restricciones son mi elección», se dijo él. Su vida. Su trabajo. Cara. Todas las había elegido él. Pero no era malo tomarse un descanso–. ¿Dónde aprendiste a montar? –preguntó él mientras se dirigían hacia las colinas.

–En el lomo de una vaca lechera.

–¿Bromeas?