Un náufrago, una barca y 20 remos - Antonio Solaz Pérez - E-Book

Un náufrago, una barca y 20 remos E-Book

Antonio Solaz Pérez

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Beschreibung

Muchas empresas, a día de hoy, siguen intentando abrirse paso por el competitivo mundo empresarial mientras de puertas para adentro su organización se enfrenta a choques continuos entre la dirección y los empleados. Las luchas internas crean bandos que acaban por perjudicar a la buena proyección de la empresa. ¿Acaso las partes enfrentadas no son conscientes de que reman en el mismo barco? Este libro ofrece una visión personal sobre los problemas que arrastran muchas empresas cuando la comunicación, el respeto o la falta de valoración hacia los empleados se convierte en algo cotidiano. Ahonda en los conflictos que subyacen a una forma de dirección autoritaria y en los beneficios que, por el contrario, aporta una dirección enfocada al liderazgo. Además, resalta la importancia del trabajador/trabajadora como uno de los mayores valores de los que dispone cualquier empresa en la consecución de sus objetivos.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Antonio Solaz Pérez

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1144-064-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

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A mi mujer y mis dos hijas,Alba y Gema

INTRODUCCIÓN

A lo largo de mi recorrido laboral he pasado por varias empresas y he vivido su cultura, sus fortalezas y sus debilidades. Y aunque cada una desarrollaba una actividad diferente, en todas ellas había un denominador común que frenaba su avance y minaba el buen ambiente laboral: la falta de confianza mutua entre empleados y dirección.

En ocasiones, eran como dos bandos enfrentados, cada cual con sus motivos para hacer responsable al otro de los vaivenes de la empresa. Un problema que solo tenía un perdedor, ya que ambos bandos estaban en el mismo barco.

De esas carencias que merman los entornos laborales nace la idea de este libro. Su intención es limar las asperezas entre jefes y empleados y así afrontar el viaje juntos con menos obstáculos.

Se pretende hacer visible una manera de dirigir más enfocada al bienestar del trabajador valorando su esfuerzo, su dedicación, sus ganas o su valía.

En este recorrido, nos adentraremos además en los comportamientos de algunos superiores que, faltos de inteligencia emocional, empobrecen el ambiente laboral de las empresas. Veremos cómo la dirección es una pieza clave para crear una cultura que favorezca las buenas prácticas.

Al final, se busca mejorar en lo posible la confianza mutua entre las partes, favoreciendo así el óptimo ambiente de trabajo.

La primera parte del libro se inicia con tres relatos en forma de parábola que reflejan distintas situaciones a gestionar y cómo las acciones emprendidas condicionan los resultados.

Posteriormente, la segunda continúa con la parte de ensayo donde se desmenuza lo acontecido en las tres historias y su relación con el mundo empresarial.

PRIMERA PARTE

1 UN NÁUFRAGO, UNA BARCA Y 20 REMOSSOLO Se creía rey y solo era criado

Despiertas en una embarcación a unos 50 km de la costa —pero eso no lo sabes—, sin agua ni comida, desorientado y con 20 remos: 10 a cada lado de la barca.

Mientras contemplas el horizonte pensativo y sin entender nada, sin saber por qué estás ahí, te das cuenta que la empresa que debes llevar a cabo se presupone muy compleja. «Mover esta embarcación tan grande yo solo para llegar a tierra no va a ser nada fácil» piensas. La barca está preparada para que 10 personas a cada lado ocupen un lugar para remar. Pero solo estás tú.

Desorientado, miras en todas direcciones buscando alguna pista que te indique qué dirección tomar para llegar a tierra firme, pero solo ves la línea del horizonte que te rodea. «¡No pasa nada! —te dices—. Emplearé mi intuición, siempre me funciona».

Sin pensarlo ni un segundo más, te diriges decidido al centro de la embarcación y te sientas en el lado derecho agarrando con fuerza el remo con una mano mientras con la otra intentas alcanzar el remo de la parte izquierda, pero por más que estiras el brazo, solo llegas a rozarlo con los dedos. O coges uno o coges otro, pero no los dos a la vez. Y ese es un problema muy grande, porque si solo remas de un lado, la embarcación da vueltas sobre sí misma y no avanza. Entonces te levantas y te colocas en medio de la barca, entre los dos remos. Estás de pie y ahora si alcanzas a agarrar ambos para iniciar la marcha, pero parece que la gesta no va a ser nada fácil. Tan solo alzar el remo con un brazo se hace complicado, y ni hablar de introducirlo en el agua y volver a levantarlo. Es una tarea titánica. El coste energético que supone mover siquiera unos metros la embarcación es abrumador. Abandonas la idea instantes después de iniciar la fallida marcha por falta de consistencia en el plan. En este punto, solo queda analizar más detalladamente la situación. Te sientas con cara de preocupación a pensar en otras alternativas.

Después de un rato indefinido mirando a la nada, zarandeado por las olas del mar, notas cómo las ideas no fluyen y tu voz interior, esa que aparece en los peores momentos, te dice: «Nunca podrás mover una embarcación tan grande a solas. Necesitas gente que te ayude a remar. Así no podrás llegar a tierra». Te sientes desorientado, confuso y piensas en bucle que te gustaría no estar solo.

Siguen pasando las horas y tus objetivos iniciales de alcanzar rápidamente la costa se van alejando cada vez más. Solo no puedes remar y aunque pudieras, no tienes una dirección clara. No sabes nada de navegación. Lo más cerca que has estado del mar es en la playa tomando un baño, pero eso poco te puede ayudar. No tienes ninguna experiencia como marinero. Tus años en la universidad, tus másteres, tu experiencia dirigiendo empresas, tu «ordeno y mando», de poco sirven aquí, en un engranaje que necesita de más piezas para funcionar. El sentimiento de soledad se agudiza y el problema cada vez se hace más grande, como un gigante que no para de crecer delante de ti. En tu cabeza se agolpan pensamientos confusos de por qué a ti, por qué te han dejado solo en un barca si tú no has hecho nada, no te mereces esto. Todo te parece una pesadilla.

El agua mece la barca como unos padres la cuna de su bebé. Te tumbas boca arriba inquieto por la situación, mirando el cielo azul y escuchando el golpeteo tranquilo de las olas del mar en la barca. Tus párpados se abren y cierran cada vez más lentamente. Observas el cielo y sus nubes blancas como hipnotizado. Te quedas dormido, mecido por las tranquilas olas del mar que parecen entender tu problema.

Despiertas lentamente. Estas algo más relajado, menos inquieto. No sabes cuánto tiempo has dormido. Por un momento pensaste que todo era un sueño, pero no, el tambaleo de la barca y el intenso olor a mar te devuelven pronto a la realidad.

Alzas la mirada con intención de ver en el horizonte tierra firme, un barco de rescate o algo que te ayude a encontrar una salida a este laberinto. La esperanza es lo último que se pierde dicen, pero de momento solo hay agua y más agua. Petrificado como una estatua con la mirada ausente en el infinito, de pronto te asalta un pensamiento:

—¡Eureka! —gritas al aire mientras te levantas sobresaltado. Acabas de tener una idea.

Coges una cuerda que rodea la barca y un remo. Partes la pala del remo con mucho esfuerzo y te quedas con el palo del remo. Ahora tienes un palo de metro y medio y una cuerda. Unes el palo al extremo de un remo de la parte izquierda y lo atas con la cuerda. Haces la misma operación con un remo de la parte derecha. De esta manera, ambos remos quedan atados en su extremo por el palo del remo que rompiste. ¿Y qué has conseguido con este invento? La teoría dice que podrás mover ambos remos de manera sincronizada para que la barca emprenda la marcha en línea recta y aparentemente, con menos esfuerzo que de la otra manera.

Te sitúas en el centro del palo que une los dos remos y lo agarras fuertemente con ambas manos. Coges aire y con un movimiento complicado elevas los remos y los hundes en el agua con dificultad. Con otro movimiento poco estético sacas los remos del agua y los vuelves a hundir para remar con fuerza. Tu entusiasmo crece al ver que la barca, aunque lenta, se mueve. Te esfuerzas sin control movido por la ilusión de encontrar algún atisbo de tierra firme. Las carcajadas de euforia salen descontroladas de tu interior. «¡Lo he conseguido! ¡No hay nada que se me resista!» gritas con soberbia. La barca se mueve cada vez más rápido, las cosas empiezan a funcionar pero… la realidad se impone a tu ilusión y en poco tiempo las fuerzas te abandonan. Apenas puedes hundir los remos en el agua y mucho menos volver a alzarlos. El esfuerzo que requiere mover la barca unos metros es muy alto. Además, las cuerdas se destensan y el palo que une los remos está cada vez más holgado. La efectividad del invento se pierde y con ella tu motivación, tu ilusión, tus ganas. Un frío helador recorre tu cuerpo al comprender que solo no podrás avanzar. Te derrumbas abrumado por la situación. Tienes hambre. Tienes sed. Estás cansado física y mentalmente. No sabes qué dirección tomar; no sabes cómo mover la embarcación sin morir en el intento; no sabes dónde estás, ni por qué; no sabes nada.

Tumbado de nuevo boca arriba mirando el cielo, esta vez más agotado piensas: «solo nunca podré llevar a cabo una empresa como esta», y desearías tener a tu lado personas que te ayudasen a remar en una situación así. Entonces, mirando el cielo, empiezas a recordar las veces que te has creído invencible, que creías que eras tú el que lo hacía todo, que los logros conseguidos en las empresas que has trabajado eran tuyos, que sin ti nada funcionaba porque estabas rodeado de incompetentes que solo lastraban tus resultados. Te creías el «puto amo». Pero ahora, tumbado y en soledad, empiezas a entender que los logros conseguidos en las empresas que estuviste quizás no fueran solo tuyos, que detrás de ellos había mucha gente remando a la que no dabas importancia. Gente que hacía que la empresa, como una barca, se moviera en la dirección correcta. «No solo eras tú. No solo eras tú. No solo eras tú» repite tu mente.

Te acurrucas mientras la barca es mecida por el agua. Indefenso como un bebé temeroso en la cuna que espera impaciente a su mamá para sentir ese abrazo de seguridad que todo lo puede.

«Ahora lo veo claro. Ya se porqué estoy aquí» te dices.

Cantas una nana en voz baja al viento y mientras las olas golpean con suavidad la barca, te quedas dormido.

2 UN NÁUFRAGO, UNA BARCA Y 20 REMOSEL JEFE La vieja escuela

Despiertas en una embarcación a unos 50 km de la costa —pero eso no lo sabes—, sin agua ni comida, desorientado y con 20 remos: 10 a cada lado de la embarcación dispuestos a ser utilizados. Hay también contigo 20 personas dormidas.

Miras hacia el horizonte e intentas ordenar tus pensamientos. No sabes cómo has llegado ahí, pero por ahora ese no es tu mayor problema, así que lo reservas para más tarde. Tu principal preocupación en este momento es llegar a tierra cuanto antes porque intuyes que no está lejos.

Fijas la mirada en las personas dormidas en busca de pistas que te ayuden a entender algo. Te llama la atención lo variopintas que son: altas, bajas, delgadas, obesas, jóvenes, viejas, fuertes; en fin, una amalgama con edades y aspectos diferentes.

Mientras la tripulación va despertando lentamente, ves en tu camiseta un escrito que pone: «JEFE» con letras en mayúscula. Te sorprende. Miras el resto de ropajes de la gente y observas que nadie más lo lleva escrito. Te encoges de hombros y sin dudarlo, tomas el mando autoproclamándote el capitán de la embarcación. «Sin duda, quien ha decidido poner esto en mi camiseta entiende que soy el más preparado para dirigir la situación» te dices con orgullo.

Te sientas en la popa de la embarcación mirando a tus compañeros de viaje que van tomando conciencia de dónde están. Poco a poco, lo que era un murmullo se va convirtiendo en un griterío de preguntas y expresiones al aire. Nadie sabe qué hace ahí, ni cómo ha llegado, ni adónde se dirige. El miedo, la angustia, la sorpresa y la incertidumbre, recorren cada centímetro de la barca.

Te pones de pie y mientras mantienes el equilibrio debido al oleaje, intentas poner un poco de orden para calmar los ánimos. Todos te miran incrédulos y te hacen preguntas que no puedes responder, así que continuas pidiendo calma. Cuando logras que la tripulación mantenga un relativo silencio, comentas:

—Parece que todos hemos despertado aquí sin saber por qué. No os conozco y no sé si vosotros os conocéis. Como podemos comprobar estamos a la deriva, pero tengo la intuición de que no estamos lejos de tierra. Lo mejor sería ponerse en marcha cuanto antes para alcanzar la costa y no alejarnos más. Tampoco tenemos víveres así que no hay tiempo que perder.

Tu discurso provoca asombro entre la tripulación. Algunos no están convencidos de nada y solo quieren saber qué hacen allí. Quieren saber el por qué de todo esto. Otros, al ver que pone jefe en tu camiseta deciden preguntar:

—¿Tú eres el jefe? ¿El capitán del barco?

Sin dudarlo ni un segundo respondes:

—¡Si, soy yo!

Ven seguridad en tu respuesta pero siguen albergando dudas.

Te pones rápidamente a dar órdenes y a organizar la situación convencido de que todo saldrá bien. Algunos no están de acuerdo con que seas el capitán sin conocer tu trayectoria, y preguntan sin descanso por qué tomas el mando absoluto y cuál es tu experiencia en el mar. Contestas con rotundidad:

—¡Soy el jefe porque así lo dice mi camiseta! Además soy el único que lo lleva escrito y eso significa que quien nos a puesto aquí quiere que yo únicamente sea el jefe. ¡Y no hay más que hablar! Sobre mi experiencia en el mar, os diré que no es necesaria cuando se tienen capacidades para dirigir y controlar las situaciones difíciles. ¡Y yo las tengo!

Se oyen voces discordantes entre la tripulación. No todos están de acuerdo con lo que acabas de decir y piden que alguien con experiencia en navegación tome el mando.

Una persona mayor se levanta con dificultad y, mientras mantiene el equilibrio a duras penas, comenta que en su juventud estuvo trabajando algunos años como marinero y que aprendió de los capitanes con los que navegó. Que nunca estuvo a cargo de una tripulación, pero la observación y la experiencia le enseñaron importantes lecciones.

Se cruzan miradas eufóricas entre la tripulación. Algunos gritan que sería mejor que ese hombre con experiencia tomase el mando, pero cortas en seco la decisión de la mayoría para imponer tu criterio y repetir que eres el jefe, el que decide qué hacer porque así lo pone en tu camiseta.

Hay un desacuerdo general por tu postura autoritaria, pero como la situación ya es tan complicada sin aliños, los más disconformes deciden que no se agrave más y de momento acatan tus órdenes de mala gana.

El hombre mayor, con el semblante ahora más preocupado que cuando se levantó y sin ganas de iniciar una batalla innecesaria, vuelve a sentarse con la ayuda de varias personas.

En este momento, aunque el clima a bordo se ha estabilizado, se respira un aire de desconfianza entre tú y algunos tripulantes. No están conformes con que seas el jefe de manera unilateral solo porque lo ponga en tu camiseta sin demostrar que tienes capacidades para ello.

—¡Es hora de ponernos en marcha! —gritas con fuerza—. ¡Ya hemos perdido demasiado tiempo!

Guiado por tu intuición, pasas a relatar el plan que supones que os llevará a todos a la costa. En voz alta y firme, mirando de frente a toda la tripulación, dices a modo de discurso informativo:

—Como ya sabéis, estamos ante una situación complicada. A la deriva en algún punto de algún mar. No tenemos agua ni comida y tampoco sabemos cuál es la dirección que nos llevaría a tierra firme. Pero podemos decir que estamos de suerte porque tenemos remos. Con ellos y nuestra energía llegaremos a tierra pronto. ¡Poneos cada uno en un asiento de la barca y coged un remo! ¡Vamos a iniciar la marcha!

Miras a tu alrededor buscando pistas que te orienten hacia dónde puede estar la costa, pero nada, tu inexperiencia en cuestiones de navegación te impide saber siquiera qué buscar. Después de unos minutos pensativo, se te ocurre tomar como referencia la dirección del viento confiando que este sople hacia tierra firme. Recuerdas las veces que, estando en la playa observando el mar, notabas cómo el viento golpeaba tu cara. Así que, si no estáis lejos de la costa, es probable que el viento sople en esa dirección. Nadie te ha dicho que así sea, pero confías en tu perspicacia.

Indicas a la tripulación alargando el brazo, cual estatua de Cristóbal Colón señalando tierra, la dirección a tomar. A favor del viento dices. No se hacen esperar los murmullos de desconfianza y, aunque contabas con ello, te molesta que no confíen en tu criterio.

Sentados todos con el remo en las manos dispuestos a emprender la marcha, te percatas que cada uno se ha sentado donde ha querido sin consultarte nada. Algo que no te gusta. Eres tú quien dice dónde se deben sentar. Consideras que las posiciones a la hora de remar son importantes y ordenas a varios que cambien de sitio. Pero ellos no ven una relación directa entre el cambio de sitio y la mejora en la navegación. Se oyen quejas y uno pregunta:

—¿Por qué nos cambias de sitio?

—Porque es mejor —contestas de forma escueta.

—¿Mejor para qué? ¿Cuál es el criterio que sigues? —pregunta otro.

—Es mejor porque lo considero yo —dices molesto por las preguntas—. Y ahora, pongámonos a trabajar si queremos llegar a tierra antes de que anochezca, ya hemos perdido demasiado tiempo.

Se oye un fuerte murmullo de disconformidad por la decisión. La falta de explicaciones no gusta a parte de la tripulación. Obedecen las órdenes pero lo hacen sin entenderlas, y eso provoca que aumente la desconfianza hacia ti.

Varias horas después de iniciar la marcha, sigues sin ver tierra en el horizonte y empiezas a dudar de si tu elección a la hora de elegir la ruta ha sido acertada. Los ánimos a bordo no son buenos, y la tripulación que no ve resultados a su esfuerzo empieza a ponerse nerviosa. De vez en cuando te preguntan si todo va bien y tú contestas con rotundidad que sí, no quieres que piensen que dudas de tus propias decisiones porque eso empeoraría la situación. Quizás se revelarían para arrebatarte el poder y eso es algo que no quieres. El jefe eres tú, y si alguien lo ha escrito en tu camiseta es porque sabe que eres el más preparado para serlo.

Perdido en tus divagaciones, alguien desde el fondo de la barca te devuelve a la realidad pidiendo un descanso. Lo han pedido varias veces pero consideraste que no era el momento. En esta ocasión cedes y ordenas detener la marcha para descansar unos minutos. «La gente cansada tampoco sirve de nada» piensas. Esta parada te viene bien para meditar si la dirección que has tomado es buena, ya que cada vez tienes más dudas. A pesar de todo, te mantienes con cara de total confianza. Nadie puede detectar tu inseguridad. Tu escaparate quiere mostrar prendas lujosas mientras en la tienda solo hay ropa de saldo. La tripulación te hace preguntas que no sabes responder. Tu falta de experiencia cada vez es más palpable y eso te atenaza. Ellos lo saben y tú lo sabes. La poca comunicación que había a bordo se va deteriorando por momentos debido a la desconfianza mutua que empieza a enraizarse.

El ambiente entre los que reman también empeora. El hecho de que algunos desconfíen de ti y otros no, acrecienta el malestar entre ellos, llegando a tensas discusiones banales.

Pasados unos minutos, consideras que el descanso ha sido suficiente y ordenas reiniciar la marcha, pero no todos están de acuerdo y exigen más de tiempo de reposo. Te muestras inflexible, la noche está al caer y ya se ha perdido demasiado tiempo. Es conveniente ponerse a remar ya. Además, les recuerdas que las órdenes las das tú. Los que pedían más descanso se colocan en sus sitios con cierta resistencia. El resto ya estaba sentado en su lugar. Con todos preparados en posición gritas con fuerza:

—¡Vamos! ¡Es hora de continuar! ¡En marcha!

Se escuchan voces críticas entre la tripulación de tipo:«Claro, como tú no remas no estás cansado», pero haces oídos sordos. Piensas: «Yo soy el que debe dirigir, no remar, para eso estáis vosotros» y continúas como si no oyeras nada.

Sigues aferrado al viento como único aliado en busca de la dirección correcta. Las corrientes marinas te dicen poco ycuando salgan las estrellas tampoco serán de ayuda. En tu cabeza resuena algo sobre utilizar la estrella polar como guía, «¿pero guía de qué?» te dices incrédulo. Nunca prestaste atención a esas lecciones. Tu intuición pierde fuelle por momentos.

Apenas avanzados unos metros, observas cómo algunas personas han cambiado de sitio sin habértelo consultado previamente. No te gusta y te muestras inflexible. Los cambios los haces tú, bajo tu criterio, no ellos, así que ordenas detener la embarcación y comentas con gesto serio:

—Si alguien quiere o necesita cambiar de sitio, me lo tiene que consultar antes para ver qué se puede hacer. Soy yo el que decide dónde se coloca cada uno, no vosotros.

Nadie habla, pero las caras reflejan el disgusto de una situación que no entienden. Una vez recolocados en sus respectivos asientos, ordenas continuar.

Anochece, y lo que antes era un viento en condiciones, se convierte ahora en una brisa casi imperceptible que hace imposible seguir su dirección. Tu angustia crece por momentos porque ya no tienes a qué aferrarte en busca de tierra firme. Eres el jefe, el capitán de esta barca sin un destino claro. No quieres admitirlo abiertamente por el miedo a perder tu poder, pero estás ante una situación que te supera. No tienes experiencia como marinero y eso te hace dudar de ti mismo. Las 20 personas que te acompañan en la travesía están cumpliendo con su cometido a pesar de las dificultades. Te sientes frustrado, eres el único que no da los resultados esperados y no quieres reconocerlo. Empiezas a sentir rabia y actúas a la defensiva. Piensas que también ellos tienen la culpa porque intentan boicotear tus estrategias. No colaboran como deben. Quieren quitarte el puesto de jefe. Crees que sienten envidia porque te han elegido como el más capacitado para dirigirles. «Yo soy el jefe absoluto, el que manda, ellos solo son mis subordinados. Yo soy el capitán» te repites mentalmente.

Observas desafiante a la tripulación y ves cómo algunos reman de forma desincronizada debido al cansancio, perdiendo ritmo y efectividad en el grupo. Entonces cargas tus frustraciones contra ellos:

—¡Vamos perezosos! ¡Remad con más brío! ¡No tenemos tiempo que perder!

La intención de tus gritos es que noten tu autoridad y no se relajen. Además, así consigues desahogar tu frustración. Deben tener presente en todo momento que eres el que manda. Algunos a bordo reaccionan ante tus gritos intercambiando miradas que reflejan, cual olla a presión, que están a punto de estallar por tu manera desconsiderada de tratarles.

De repente a lo lejos te parece divisar algo. Aunque ya es casi de noche, la luna ayuda con su tenue luz a poder ver más allá de tus narices. No aciertas a adivinar lo que es, así que ordenas remar en esa dirección. Parece algo flotando no muy lejos de vosotros. La incertidumbre se apodera de todos. Os vais acercando lentamente y lo que hace unos minutos era un borrón de tinta sobre un papel, empieza a tomar forma. «¿Es una lancha?» te preguntas extrañado.

La tripulación exaltada levanta la cabeza para observar el hallazgo mientras siguen remando. Algunos gritan a los cuatro vientos que parece una barca. Ordenas mantener la calma y el silencio.

A escasos metros del objetivo, se desvela lo que parece ser una lancha neumática sin motor. «¿Qué hace “esto” aquí?» Es la pregunta que sobrevuela la cabeza de toda la tripulación. Hay mucho desconcierto y algunos se mueven de sus sitios con intención de averiguar algo más, pero les obligas a volver a sentarse. Quieres mantener todo bajo control.

Cuando estáis a tan solo un par de metros, observas que no hay nadie en la lancha. Sacas medio cuerpo de tu embarcacióny alargas el brazo para cogerla. Una vez agarrada, te preparas para el abordaje. De pie, justo antes de saltar, ves lo que parecen ser unas mochilas. Sin pensarlo, saltas sobre la neumática que se tambalea tras el asalto. Vas directo hacia las mochilas en busca de pistas, teléfonos, mapas o comida. Son tres y parecen estar en buen estado.

Algunos gritan que van a saltar. Que quieren esas mochilas. Pero ordenas firmemente que nadie se mueva de su sitio. La neumática es pequeña y podría volcar con facilidad si varias personas se lanzaran sobre ella. Comentas que te encargarás de gestionar lo que encuentres en caso de ser útil. Abres una de las mochilas y después de hurgar unos segundos gritas:

—¡Comida y agua!

Entonces sin previo aviso y desatendiendo tus órdenes, los más avaros saltan sin pensarlo a la lancha para coger parte del botín. Se producen empujones, gritos y golpes. La desesperación lleva al desorden y el desorden al caos. La neumática se tambalea bruscamente por el ajetreo. Alguno, en consecuencia, cae al agua ansioso por llegar a las mochilas. Los más débiles y pacientes observan la estampa con inquietud y tristeza viendo la patética demostración de avaricia de algunos. No esperabas tal respuesta e intentas poner orden al caos como puedes:

—¡Quietos maldita sea! ¡Quietos! ¡No toquéis nada! —gritas mientras intentas mantener las mochilas fuera del alcance de sus manos.

Pero ninguno parece querer escucharte poseídos por su egoísmo. Entonces, obligado por la situación, empiezas a dar empujones y golpes apartando a todo el que intenta coger algo de las mochilas. Quieres poner orden ante todo. Tú eres el que manda y el que tiene que organizar y repartir. No puedes permitir tal rebelión.

Después de unos minutos eternos donde el ser humano despliega su violento encanto, el ambiente empieza a calmarse, no sin algunos gritos y empujones extra. Los más avaros e insolidarios te miran con rabia, pero consigues que se detengan. Algunos cayeron al mar en el alboroto facilitando así el fin de la trifulca. Otros se calmaron tras alcanzar algo de comida que se escondieron bajo la ropa. No te diste cuenta. Cuando todo vuelve al orden, comentas con la respiración entrecortada por el sobreesfuerzo:

—¡Tenemos que mantener la calma! ¡Todos debemos comer y beber algo si queremos seguir buscando tierra sin descanso!

Muchos agradecen tu coherencia, aunque detrás esconda otro interés a la aparente bondad. En el fondo, no quieres quedarte a la deriva y morir entre estos desconocidos. Los necesitas para que te lleven a tierra. Solo son una herramienta, por eso necesitas que coman y tengan energía para remar. Tu bondad solo es tu conveniencia.

Agarrando con fuerza las mochilas, ordenas que todos vuelvan a su sitio y esperen con paciencia a recibir su ración de comida. Haces el pertinente inventario y solo encuentras comida y agua. Nada más. Ni mapas, ni teléfonos, ni radios, ni nada. Pero la comida y el agua se agradecen de manera infinita. Lleváis horas sin comer ni beber nada.

Parte de la tripulación está nerviosa y siguen inquietos ansiando lo que tienes. Se oyen comentarios de todo tipo. La calma pende de un hilo. La lucha por lo encontrado puede reavivarse de un momento a otro.

Pasas a la popa de tu embarcación y pones las tres mochilas bajo tus pies. Ya sabes cómo repartir lo que llevas y empiezas a dar pequeñas raciones a cada uno. El agua la racionas mediante un vaso que hay en una de las tres mochilas. Algunos no están conforme con lo recibido y piden más. Se oyen unas voces más altas que otras exigiendo más comida y agua, pero te niegas a dar más; nadie sabe cuánto va a durar la travesía. Pones orden gritando que eres el jefe, el capitán, y otra vez se vuelven a oír murmullos de un lado a otro de la embarcación. La desconfianza sigue en aumento, pero se consigue calmar un poco el ambiente después de comer algo.

Es de noche, así que decides tomar un descanso y dormir un poco después del «festín». Navegar de noche tampoco ayuda. Además, necesitas tiempo para pensar en cómo afrontar la falta de resultados antes de que el desánimo se generalice entre la tripulación. Los que se escondieron comida bajo su ropa, aprovechan la oscuridad para llenar más el estómago sin ser vistos. Nadie puede explicar qué hacia esa lancha neumática a la deriva. Por qué había comida y agua en buen estado. Piensas: «¿Acaso las personas a bordo se tiraron al mar desesperadas? ¿Acaso alguien dejó esa comida ahí para nosotros?». Muchas preguntas y ninguna respuesta sobrevuela entre la tripulación.

Con un mar de dudas, te acomodas como puedes y fijas la mirada en las estrellas. Parece que piensas, pero estás en blanco. Con desasosiego y desconfianza hacia los que te acompañan, te quedas dormido.

Despiertas intranquilo con los primeros rayos de sol. Creías que todo era una pesadilla, pero en segundos la realidad te golpea con fuerza; sigues en la barca. Algunos ya están despiertos con la mirada perdida, casi inmóviles. Miras con nerviosismo a tu alrededor con la esperanza de ver tierra pero nada, solo hay agua. Aunque ya sois varios los que habéis despertado, el ambiente es tenso y nadie quiere romper el silencio. Mientras pones en orden tus pensamientos, ojeas las mochilas que tienes en los pies. Te fijas en una que parece estar abierta cuando se supone que debería estar cerrada y te asaltan los malos augurios. Estás seguro de haber cerrado todas las cremalleras antes de dormir. Sospechas entonces que alguno haya robado comida. Coges la mochila abierta y en efecto, está vacía. Observas con rabia a toda la tripulación buscando alguna pista que te oriente de quién o quiénes han podido ser los ladrones, pero es evidente que no vas a saber quién ha sido. Te inunda una rabia que va creciendo en tu interior como la crecida de un río por fuertes lluvias, no solo por el hecho del robo, sino por el poco compañerismo de algunos. De nada te va a servir investigar o preguntar. A consecuencia del robo, tu desconfianza en la tripulación crece sin control. No te fías de nadie. Cualquiera a podido ser el ladrón o incluso varios organizados, porque no te respetan como jefe y no respetan tu autoridad. «A partir de ahora seré más duro con ellos. Se lo merecen» piensas con una rabia interna que te quema.

Entonces, abres una de las dos mochilas donde aún queda algo de comida y coges una buena ración, más de lo que te toca. No estás dispuesto a que te vuelvan a robar y quedarte sin nada. Lo poco que queda lo lanzas al medio de la barca enfurecido mientras gritas:

—¡Ahí tenéis vuestra comida! ¡Repartírosla como podáis!

Algunos se tiran con fuerza a por las dos mochilas; otros a un medio dormidos ni reaccionan. Los que primero llegan a ellas las abren con energía y cogen lo que pueden sin pensar en el resto. Los más fuertes empujan a los más débiles. No hay compañerismo. Cada cual mira por sí mismo. No hay objetivo común en un mismo barco, en un mismo viaje, en una misma empresa.

Parece que definitivamente algo irreparable se ha roto entre la tripulación y tú. Ordenas volver a los remos y seguir la marcha. Esto tiene que acabar de alguna forma y solo lo hará si todos se ponen a remar con fuerza y tú consigues averiguar la dirección correcta.

Después de unas horas navegando sin rumbo, algunos dejan de remar aquejados de dolores, otros están agotados y otros no quieren cargar con la pesada tarea de remar para los que no reman. Hay fuertes reproches entre la tripulación. Discuten por cualquier cosa, echándose todo en cara. El objetivo común se diluye. Cada uno hace la guerra por su cuenta. Te sientes indefenso. Tu autoridad como jefe, como capitán de la embarcación, solo sirve para dar órdenes pero no para crear buen ambiente, motivación, ilusión o compañerismo, eso es algo que parece brotar de otra manera. No se impone. No se ordena. Florece.

Las olas mueven con suavidad la barca mientras en ella hay un caos, una tormenta difícil de manejar. Miras fijamente a la tripulación y ordenas navegar en otra dirección. Obedecen tus ordenes a regañadientes los que todavía albergan la ilusión de acabar con esta pesadilla. No reman por ti, ni por tus órdenes, ni por el compañero, ni por la empresa; cada uno rema para sí mismo. Ya nadie habla ni comenta nada. Solo reman como autómatas, sin saber si esa será la dirección correcta. Hay miradas inquisidoras hacia ti y entre compañeros. Cada cual echa la culpa a otro de su mala situación y justifica así su mal carácter. Os vais perdiendo entre el cielo y la línea del horizonte y piensas:

—¿Será esta la dirección correcta?

Perdido en algún lugar acompañado de 20 desconocidos, te das cuenta de que manejar a un grupo es más que dar órdenes de manera autoritaria y sin opción a que puedan opinar. Es más que tratar a las personas como máquinas sin emociones, como meras herramientas. Mientras navegas a hacia cualquier sitio, piensas en si todo hubiera sido distinto escuchando a la mayoría y tenido en cuenta sus opiniones. Si les hubieses respetado y hubieras trabajado mano a mano con ellos como un compañero más. Si hubieses dejado de lado el ego que siempre te acompaña. Quizás haber sido un jefe abierto a otras opciones nos hubiera acercado más a nuestro objetivo. «Quizás me equivoqué» golpea tu mente.

Miras a tu alrededor en busca de respuestas pero nadie contesta a tus pensamientos. Nadie te oye. Estás solo en una barca con 20 remos.

3 UN NÁUFRAGO, UNA BARCA Y 20 REMOSEL LÍDER Los nuevos tiempos

Despiertas en una embarcación a unos 50 km de la costa —pero eso no lo sabes—, sin agua ni comida, desorientado y con 20 remos: 10 a cada lado de la embarcación dispuestos a ser utilizados. Hay también contigo 20 personas dormidas.

Miras hacia el horizonte e intentas ordenar tus pensamientos. No sabes cómo has llegado ahí, pero por ahora ese no es tu mayor problema, así que lo reservas para más tarde. Tu principal preocupación en este momento es llegar a tierra cuanto antes porque intuyes que no está lejos.

Fijas la mirada en las personas dormidas en busca de pistas que te ayuden a entender algo. Te llama la atención lo variopintas que son: altas, bajas, delgadas, obesas, jóvenes, viejas, fuertes, en fin, una amalgama con edades y aspectos diferentes.

Mientras la tripulación va despertando lentamente, ves en tu camiseta un escrito que pone, «JEFE» con letras en mayúscula. Te sorprende. Miras el resto de ropajes de la gente y observas que nadie más lo lleva escrito. Te encoges de hombrosy, sin dudarlo, tomas el mando de la situación. «Por algo debe poner eso en mi camiseta» piensas.

Te sientas en la popa de la embarcación mirando a tus compañeros de viaje que van tomando conciencia de donde están. Poco a poco lo que era un murmullo se va convirtiendo en un griterío de preguntas y expresiones al aire. Nadie sabe qué hace ahí, ni cómo ha llegado, ni adónde se dirige. El miedo, la angustia, la sorpresa y la incertidumbre recorren cada centímetro de la barca.

Te pones de pie y, mientras mantienes el equilibrio debido al oleaje, intentas poner un poco de orden para calmar los ánimos. Todos te miran incrédulos y te hacen preguntas que no puedes responder, así que continúas pidiendo calma. Cuando logras que la tripulación mantenga un relativo silencio, comentas:

—Hola a todos. Mi nombre es Mario y me gustaría que a continuación os presentaseis vosotros.

Cada una de las personas dice su nombre en voz alta. Una vez hechas las presentaciones, continúas:

—No os conozco y no sé si entre vosotros os conocéis. Tampoco sé qué hacemos aquí ni por qué. Pero por ahora ese parece ser el menor de nuestros problemas. Si no me equivoco, estamos perdidos. No sé en qué punto, pero me da la sensación de que no estamos lejos de la costa. Me gustaría saber, en primer lugar, si alguien tiene algo de experiencia en situaciones similares. Yo desconozco técnicas de navegación y no tengo experiencia en cuestiones marítimas. Sería conveniente… que si alguien…

Tu mirada va recorriendo cada una de las caras en busca de una salvación.

—Pero en tu camiseta pone que eres el jefe —añade una persona—. Eso significa que eres capitán supongo, y por ende, deberías saber algo, ¿no?