Un niño de película - Naida Montes Hernández - E-Book

Un niño de película E-Book

Naida Montes Hernández

0,0
6,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Este libro, lleno de narraciones costumbristas sobre un niño llamado Tavo, le permite a la autora dar a conocer la etapa floreciente por la que transitó, durante la segunda y tercera décadas del siglo XX, el pueblo natal de sus antepasados, Madruga, en la entonces provincia de La Habana. Tavo vive en la frontera de dos mundos: ya existe el automóvil, el cinematógrafo y el teléfono, pero son meros progresos que aún no han hecho mella en las tradiciones y costumbres seculares. Un niño de película es un libro ameno, marcado por el humor, que será, sin dudas, del agrado del lector.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 300

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros libros puede encontrarlos en ruthtienda.com

Edición:

Barbarella D´Acevedo

Diseño de cubierta:

María Elena Gil Mc Beath

Diseño de interior y maquetación:

María Elena Gil Mc Beath

Corrección:

Laura Lays Hernández Febles

Composición para eBook:

Ana Irma Gómez Ferral y Valentín Frómeta de la Rosa

© Sobre la presente edición:

© Naida Montes Hernández, 2022

© Editorial enVivo, 2024

ISBN:

9789597276784

Instituto Cubano de Radio y Televisión

Ediciones enVivo

Calle 23 No. 258, entre L y M,

Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba

CP 10400

Teléfono: +53 7 838 4070

[email protected]

www.envivo.icrt.cu

www.tvcubana.icrt.cu

Índice de contenido
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Agradecimientos
Prólogo
El advenimiento
Tavo
El comienzo
PLC
Camandi vs. Tom Mix
El mejor alumno
El héroe de la película china
Un sinsonte cantor
La retreta
La novena de pelota
Facundo y Leovigildo
El Jefe
Asalto al camión de piñas
El caso de los melones
El primer empleo
Como el reloj de Ugido se fue a bolina
El placer de la leche condensada
La despedida
Epílogo: El tiempo eterno de Tavo Montes
Testimonio gráfico

A mi hija Sandra, inspiradora de este proyecto.

A mi nieto Andy, amante de la literatura;

a las tierras de mis antepasados: Madruga y Cangas de Onís.

Agradecimientos

Mi obra la comparo con una edificación de dieciocho pisos. Estructura que para forjar sus cimientos y lograr la solidez necesaria, requiere del complemento de muchos participantes, ese es mi caso. Sin las historias contadas por mi padre y el testimonio de su hermana María Mercedes y su esposo Arístides Pumariega Espinosa no habría sido posible escribir sus dieciocho narraciones. Y como todo edificio que requiere detalles para su culminación, el mío contó con los de mi madre, Isabel Hernández y su hermana Cira; mis primos: Beba Tarke, Pepe Montes, Carmen Arzola e Ibis Betancourt. Valiosa cooperación me ofrecieron mis amigos: Lídice Ávila, Eduardo Quintana, Próspero Gutiérrez, Dennis González, José Ramón Menéndez y Mercedes Rafael. La asesoría técnica y el permanente apoyo de Dévora Rodríguez Villazuzo fueron determinantes. Un importante andamio resultaron ser las colaboraciones de mis sobrinos, Ernesto y Alejandro Galati, así como la de Anyelín Olmos. El soporte espiritual que acompañó a mi proyecto durante los años de trabajo estuvo a cargo de Leonel y sus cuatro joyas, Ángela y Tati.

A todos ellos, mi eterno agradecimiento.

Prólogo

Siempre resulta interesante sentarse a leer una obra literaria, como la titulada: Un niño de película, que refleja las costum-bres, modos de vida y los diferentes matices que forman parte de la identidad de los cubanos.

La autora, Naida Montes Hernández, ha escogido un personaje, que partiendo de hechos reales pone al lector en alerta todo el tiempo sobre lo que pudiera suceder en torno al niño poseedor de una fina agilidad mental, cuyas respuestas en ocasiones rebasan el nivel de su edad.

El muchacho, eje del protagonismo de esta obra, es hijo de un asturiano emigrante, de los muchos que arribaron a Cuba en las primeras décadas del pasado siglo. Su influencia en el pequeño es sólida pero no definitiva, en una familia de clase media.

Las aparentes debilidades de salud del niño las despeja el médico, a quien acude el padre preocupado por determinadas apariencias físicas que presentó el muchacho en los primeros meses de vida. El reconocimiento del galeno y sus consejos para que se empinara en las andanzas del campo, por ríos y sabanas, va a proporcionarle a Tavo elementales condiciones para competir con los demás chicos, entre ellos, algunos mayores que él.

La autora ha manejado muy bien al personaje, ubicado en un pequeño pueblo, Madruga, de la antigua provincia de La Habana, con características propias, debido a sus riquezas en aguas medicinales, lo que originó por consiguiente afluencia de turistas nacionales y extranjeros, que le dieron a esa localidad, cierta prosperidad en la primera mitad del siglo pasado.

Tavo es el muchacho inquieto e intrépido que se va formando al compás de realidades que lo hacen rebelde. Siente especial pasión por las películas de cowboys, procedentes de Estados Unidos; pero escoge de ellas el simbolismo de revelarse ante las acciones injustas. Le gusta el béisbol, lo practica; crea y dirige un equipo con infantes de su edad que recorre las comarcas y triunfa. Siente predilección por la caza de pájaros, en especial por los tomeguines.

Tavo no es la excepción, actúa en el medio y responde como tal en ese entorno, solo que destaca como líder; logra acaparar la atención de todos, concentrar en él el respeto de los demás, decidir en los momentos difíciles y emplear con acierto místico el papel de Segundo Jefe, subordinado al “principal” que es quien ordena y dirige, según él, todas las acciones a emprender.

Naida expone con suficiente claridad los elementos humanos del personaje, sus virtudes y errores, sus dificultades y aciertos. El papel de la madre es limitado; poco se habla de ella, pero es que resulta cierto que en la vida pueblerina de los años 30 del siglo XX, la mujer madre estaba reservada para jugar un papel más activo en las hijas hembras que en los varones, tarea destinada a los padres quienes ejercían un predominio fundamental en ellos.

En algunos episodios, destaca su hermana Mercedes, más bien preocupada por las consecuencias de las andanzas de Tavo, pero su secreto mayor es la búsqueda de una posición relevante como mujer en aquella localidad.

Concluyendo, Tavo es el héroe de la película china; el victorioso mánager de pelota; quien se enfrenta al asesinato de tomeguines; el amigo del limpiabotas. Admirador e investigador a la vez del raro pintor, amigo de su padre, que trabajaba por un plato de comida, uno de los grandes plásticos de la vanguardia cubana: Fidelio Ponce de León. En fin, el muchacho que venga la injusticia y premia las virtudes de sus amigos. ¿No puede ser Tavo un niño viviente, retratado por la literatura de la autora en su obra?

Sí, Tavo no fue mito ni fantasía, fue realidad.

Juan Pérez Díaz

El advenimiento

L as historias que se narran tienen por escenario al pueblo de Madruga, territorio de una extensión superficial de cuatrocientos kilómetros cuadrados, situado al este de la provincia de La Habana, fundado el 5 de mayo de 1803 por el Conde de Santa Clara, Juan Procopio Basscourt, luego de la terminación de la iglesia que mandó a construir por haber recobrado la salud, merced a las aguas de los manantiales de esa comarca.

San Luis Cuabal de Madruga, tierra bendecida por la naturaleza, tuvo que esperar un siglo de vida para alcanzar el mayor auge económico de su historia, circunstancia propiciada por un hecho político que en 1914 afectó a gran parte de la humanidad: La Primera Guerra Mundial. Muerte, desolación y penuria fue el saldo para miles de habitantes del orbe, sin embargo, en Cuba, el alza del precio del azúcar permitió un incremento notable en la economía del país, para entrar así en un período próspero, por lo que ese pueblo, con sus dones naturales, tuvo la posibilidad de recibir también el advenimiento de la bienaventuranza, al darle cabida en sus instalaciones de salud a las familias adineradas, que por la confrontación bélica, no podían trasladarse a Europa en viaje de distracción como acostumbraban a hacer cada año. Las escasas posibilidades de esparcimiento en esa época y las ofertas de tan pintoresco lugar, hicieron de Madruga un sitio predilecto de Cuba. El balneario, donado a esa comunidad por su propietario, Ricardo O’Farril, en mil novecientos veinte, resultó para los visitantes, además de un centro de salud, un lugar de recreación y descanso placentero.

A ese fructífero ambiente se conjugó el interés de otras familias que llegaban de distintos sitios del occidente dadas las posibilidades de asentamiento en esas tierras. El simple detalle de cuatro hoteles construidos en su enclave, hablan por sí solos del esplendor de este pueblo habanero: Las Delicias, Inglaterra, San Carlos y el majestuoso San Luis, que nada tenía que envidiar a los más lujosos del mundo. Este hotel, situado en el centro del pueblo, fue motivo de orgullo para los vecinos de Madruga a pesar de que la inmensa mayoría nunca traspasó el umbral de sus grandes salones.

Otros alojamientos, como las casas de huéspedes, también llegaron a instalar a los visitantes. Tanto excursionistas como pobladores recibían los beneficios de todos aquellos servicios que se iban creando. Los ciudadanos chinos y españoles fueron los primeros en desarrollar centros comerciales como tintorerías, fondas, bodegones y establecimientos de productos varios. Se incrementaron también las barberías, talabarterías, tiendas de ropa y calzado, así como panaderías, dulcerías y varios cafés con ofertas de desayuno, refrigerios y licores, convirtiéndose esos lugares en centros de esparcimientos para viajeros y nativos en sus ratos de ocio.

Un toque pintoresco de ese auge comercial lo ofrecían los vendedores ambulantes, sus sutiles pregones colmaban las calles con los más diversos productos. La tan necesaria farmacia tampoco estaba excluida, así como, los servicios urgentes de la Casa de Socorro, y para aquel que ya no tenía salvación se disponía de la funeraria de Cambolo.

El desarrollo de la industria resultó notable en esa época, donde vieron la luz, por primera vez, los talleres de calzado, la tabaquería La Mabulla, la fábrica de refresco El Tigre, la de hielo y el central azucarero San Antonio. Todos ellos, que en un inicio fueron pequeños centros de producción, llegaron a aglutinar la mayor fuerza laboral de Madruga y sus alrededores.

La vida social de ese entonces se desenvolvía con aires capitalinos. El Casino Español y el Liceo agrupaban a lo más selecto de la sociedad blanca, y como disponían las costumbres de la época, los llamados “de color” también contaban con un lugar de recreación, porque la discriminación racial que devino con el surgir de la colonia no excluyó tampoco a Madruga. En el pueblo de las purificadas aguas, la diversión no solo se limitaba exclusivamente a esos centros culturales, en ocasiones, las noches se adornaban de veladas que no eran más que reuniones de amigos y fiestas en las casas, con el único propósito de hacer primar la alegría. Eran momentos donde podía escucharse algún que otro instrumento musical ejecutado por manos maestras, de las que se valían aficionados al canto para amenizar aquellos pasatiempos. Desde entonces, músicos, poetas, cantantes y hasta pintores marcaron pautas en esa tierra.

El cine estaba próximo a instaurarse y era de pensar que en un pueblo donde el entusiasmo caracterizaba a hombres y mujeres el arribo del séptimo arte no se haría esperar. Mientras eso ocurría, muchos empleaban el tiempo y el dinero en la valla de gallos o en la mesa de billar. Otros, en sus ratos de distracción, se dedicaban a largas cabalgatas, paseos a caballo por los verdes campos que rodeaban al poblado. A veces, esos recorridos se realizaban con fines festivos. Corrían tiempos de romerías, privilegio otorgado a la generación de esa época; pero el punto de mayor concentración popular le estaba conferido al parque, tal vez el lugar más querido de Madruga por ofrecerle a sus vecinos, entre otras dádivas, la mejor vía para forjar relaciones y encuentros amorosos. El decursar de los años no ha privado a esa instalación de su encanto; su bella plaza de original diseño arquitectónico continúa enalteciendo al centro del pueblo y sirviendo a sus habitantes.

De ese florecimiento cultural es loable mencionar los rituales procedentes de las religiones africanas, los que para algunos constituían su principal misión. La mayor presencia de estas actividades radicaba en la zona de la sabana, sus toques de tambores llegaban al centro del pueblo, que, a muchos, en un principio, molestaron; pero con el transcurso del tiempo la gente se fue acostumbrando, y las ceremonias yorubas pasaron a formar parte de las muchas tradiciones de Madruga. Sin embargo, el mayor júbilo se manifestaba en las fiestas patronales que se celebraban cada año, del veintitrés al veinticinco de agosto, ocasión en que el pueblo se vestía de gala para festejar a San Luis Rey de Francia, su santo patrón. Eran los días de verbenas, juegos, bailes, y de dejar a un lado los sinsabores para entregarse plenamente a la diversión.

La instrucción primaria contaba con dos escuelas públicas que ofrecían enseñanza a niñas y niños por separado. Así como una a cargo de religiosas, conocida como “escuela de monjas”, destinada solamente a la superación de las féminas. También, el sistema educacional se abría paso en aulas particulares atendidas por profesionales del oficio. Por esos tiempos, Madruga contaba con una escuela superior y los que continuaban estudios se dirigían a Güines, municipio vecino; otros viajaban a la capital.

La mayoría de los varones convirtieron la pelota en su deporte favorito. En patios, placeres y hasta en las calles organizaban piquetes de juegos, con la ilusión, muchos de ellos, de integrar algún día el equipo que representaba a Madruga en la justa amateur, que auspiciaba la firma cigarrera Trinidad y Hnos.

A pesar de que el automóvil ya había hecho su aparición, el transporte principal continuaba siendo el de tracción animal. Caballos, mulos y coches tirados por estos remediaban los traslados cercanos de los pobladores, mientras que para viajar hacia el exterior de Madruga, se contaba con un tren que llegaba hasta Güines y desde allí, para trasladarse a La Habana, existían carros que terminaban su recorrido en la esquina de Toyo. Estos eran vehículos que se caracterizaban por llevar techos de lona y ventanillas con toldos que protegían al viajero de la lluvia y los rayos solares; estaban predestinados a convertirse en los antecesores de los llamados ómnibus interprovinciales.

En lo concerniente a la política del país se encontraba gobernando el Partido Conservador, que tenía como figura cimera a Mario García Menocal. En Madruga, como en todos los pueblos de la nación, regían el alcalde con sus concejales; el jefe de la policía y un juez municipal, respaldados por la guardia rural.

La capa más alta de la sociedad la integraban los comerciantes y profesionales. Pocas villas cubanas contaban con tantos maestros y galenos como este pueblo. En esa etapa de gloria momentánea surge su primer periódico: Brisas de Madruga. Un entusiasta funcionario de la localidad fue el impulsor de la publicación que recogía la vida política y social de los madruguenses. Su nombre: Pablo Oliva Reyes, Pabito, hombre notable que pasó a integrar la leyenda de ese poblado por sus muchas contribuciones, entre la que se encuentra El Escudo de Armas concedido a Madruga por la Academia de Historia.

Y fue así que, en medio de este contexto social, en la alborada del 24 de febrero de 1917, como una clarinada, hizo su entrada al mundo un varón al que llamaron Gustavo Matías Montes Álvarez. En el alumbramiento no intervino médico alguno, solo las manos de la comadrona doña María, para darle la bienvenida.

Tavo

O cho meses antes de finalizar el siglo XIX atraca un barco al puerto de La Habana, la historia no recoge su nombre ni el fondeadero de donde zarpó, se limita solo a ofrecer los antecedentes de uno de sus viajeros, el asturiano José María Casiano Montes de Con, que, en unión de su hermano Ramón, desembarca en la mañana del 11 de abril. Este mozo de treinta y tres años de edad ha llegado a la capital de Cuba con el propósito de cambiar el rumbo a su vida.

Natural de Cangas de Onís, José María vio la luz el 13 de agosto de 1866, en San Pedro, Mestas de Con. Creció en sus sabanas, y a medida que se iba entrenando en la cría de caballos se afianzaba en él la leyenda de una hermosa isla situada en América con posibilidades de bonanzas para todo aquel que anclara en ese dominio antillano. Como la mayor parte de los inmigrantes, el arribo a La Habana, en un principio, estuvo colmado de muchas peripecias; pero en su caso, el ansia de prosperidad y la buena suerte que siempre estuvo a su lado lo situaron en las puertas de los ferrocarriles nacionales, permitiéndole consolidarse definitivamente, A su paso por la localidad de Casiguas, conoce a una joven quinceañera, Águeda Álvarez Castro, quien visitaba la estación ferroviaria, como costumbre de la época en sus ratos de paseos. La llegada y salida del tren era parte de la distracción de los vecinos cercanos a estos lugares. Y fue en uno de esos recorridos que surge el hechizo entre ellos. Aquel conductor español, de aspecto agradable, uniformado de ferroviario, atrajo considerablemente a la muchacha, mientras que la juvenil belleza de ella complementó la unión de la pareja. No tardó el día en que ella subiera al tren y juntos partieran hacia los predios de Madruga, pueblo cercano a Casiguas donde fomentaron una familia que echó andar a una prole, que ya cuenta, al cabo de los dieciocho años, con siete descendientes.

Transcurrido ese tiempo, y en su quinta década de vida, vemos a José María trasladarse hacia La Habana en el Cadillac del gallego Méndez, único automóvil de alquiler de Madruga. El vehículo transita por los tortuosos senderos que conducen a la capital; aún no se ha construido la Carretera Central que pondría fin a la incomunicación en el país. Las pésimas condiciones del camino obligan al vehículo a desplazarse lentamente, situación esta que hace más tedioso el traslado que tomará un tiempo de ocho horas para llegar a su destino. A José María lo acompaña la mayor de sus hijas, ella es Margarita o Cuca, como la llaman todos, y la que por su condición de primogénita le está dada la tarea de cuidar a Gustavo, el más pequeño de sus hermanos, un raquítico niño que ha venido a complicar a esta mocita de solo quince años.

El estado endeble de Gustavo preocupa mucho a sus padres, razón para trasladarlo a la capital donde radica el doctor Ángel Arturo Aballí, famoso pediatra en el que han depositado sus esperanzas, porque los tratamientos médicos aplicados en Madruga a este enfermo de diecisiete meses de nacido, no han dado resultados, y después de haber sufrido la pérdida de dos criaturas por causas muy parecidas, los Montes no están dispuestos a arriesgar la vida de su último retoño surgido en la madurez de su matrimonio.

En el trayecto hacia La Habana, Gustavo dormita sobre el regazo de su hermana mayor. La tranquilidad del escuálido niño no ofrece confianza al padre que no deja de observarlo por ratos, como si temiera un desenlace fatal. Mientras la preocupación invade a José María, por la cabecita de la socarrona Cuca se aglutinan pensamientos muy diferentes a los de su progenitor, como es el de invocar fervorosamente a San Luis Rey de Francia, patrón de Madruga, a quien le pide el viaje definitivo de ese renacuajo que está a punto de troncharle las fiestas de agosto. Piensa la muchacha, que, si su hermano va a morir, que no se extienda esa agonía más de lo debido, por qué esperar tanto para su partida.

Pero el ruego de Cuca a su venerado santo lo está contrarrestando su mamá en esos mismos instantes, porque Aguedita, desde el hogar que quedó atrás, implora ante la Santísima Virgen de La Caridad del Cobre. Velas encendidas a la Patrona de Cuba y rezos fervorosos por el restablecimiento del menor de sus hijos, despliega esta madre angustiada, quien también acude a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Bajo el manto místico de las dos fuerzas, el bien y el mal, se desarrolla el viaje por el tramo Madruga-Habana, que, para los pasajeros, no parece tener fin. Alrededor de las dos de la tarde de ese jueves 26 de marzo de 1918, el auto de Méndez se detiene frente a la consulta del doctor Aballí. Aún existen esperanzas, Gustavo continúa con vida.

Después de un minucioso examen, el médico, dirigiéndose a José María, afirma:

—El niño no está enfermo, solo desnutrido, su hijo necesita comer; pero comer bien —ante el sorpresivo dictamen José María se muestra confundido.

—¿Qué dice usted, doctor? ¡En mi familia nadie pasa hambre!

—No he querido decir eso —responde el facultativo—. A su muchacho le ha faltado el alimento indispensable, lo que ha traído como consecuencia ese raquitismo que padece.

El pequeño Gustavo observa la escena como si supiera lo que conversan su padre y aquel sabio vestido de blanco y de hablar pausado. Su fijación resultó ser tan insistente que le sirvió al médico para enfatizar sus criterios.

—¡Observe sus ojos, claman por vivir! —asevera el especialista.

Las indicaciones médicas fueron la de alimentar al niño con leche de yegua. Al percatarse el galeno de que el señor Montes no sale de su confusión, amablemente, le dice:

—Montes, confíe en mí y en el tratamiento, usted comprobará que en poco tiempo, esa miniatura que tiene por hijo estará recuperada y pasado unos años, lo verá correr por los campos de Madruga tras las mariposas y los tomeguines.

Así es que Gustavo asegura su vida en el planeta Tierra. Una yegua parida, comprada por el padre, pone fin a su distrofia y también soluciona la angustia de Cuca, quien puede asistir a las fiestas de agosto. Recuperado el pequeño, la buena salud lo acompañará por el resto de su vida. Solo un detalle no se aviene a su menuda figura: el nombre.

No se recoge el momento ni la persona que llegó a tener la feliz idea de llamarlo Tavo. Cuatro letras bastaron para dar a conocer a ese niño que, a temprana edad, se lanza a la sabana en busca de las aves manigüeras como predijo Aballí. A partir de entonces y sin proponérselo, comenzará a escribir su historia.

El comienzo

U n desesperado galope por la pradera, el malhechor fustiga a su caballo con intenciones de escapar de la persecución del vaquero, que raudo se acerca envuelto en una nube de polvo. La distancia disminuye y cuando ya está próximo el uno al otro, el perseguidor salta sobre el fugitivo, los dos hombres ruedan por tierra precipitadamente. A partir de ese momento, la destreza jugará un papel fundamental.

El bribón, después de voltejear en el suelo, se incorpora con rapidez, desenfunda el revólver al mismo tiempo que busca a su enemigo. De pronto, sus piernas se neutralizan, el vaquero, desde atrás, se ha lanzado de nuevo sobre él haciéndole caer de bruces, el arma escapa de su mano, lo que le permite al justiciero situarse en mejor posición para encañonarlo con su pistola. El sujeto, acorralado, se resiste y lanza a la cara del vaquero un puñado de tierra, cegándolo por unos instantes, los necesarios para golpear el arma que lo apunta y de esa forma colocar a su rival en igualdad de condiciones. Sin otra alternativa, esta vez, los puños determinarán la victoria.

Se inicia una lucha feroz en la que el bandido se esfuerza por asestar un golpe definitivo; pero la razón no está de su parte y la fortaleza de su adversario resulta superior, es él quien propina al mentón del rufián el último puñetazo, dejándolo exhausto y vencido. Al hombre que minutos antes pretendía escapar de la justicia del oeste, lo vemos de vuelta a Tonstone, Arizona, maniatado en su caballo y escoltado por el héroe del momento, Tom Mix. La imagen se oscurece y a la vista de todos aparece el letrero que anuncia el fin de la película.

La valla de gallos, propiedad de Simón Ugido y convertida en sala cinematográfica los miércoles y domingos, se ilumina, los espectadores comienzan a abandonar el lugar satisfechos de haber disfrutado de una noche de acción. Ya en la calle, se dispersa la muchachada que también forma parte de ese público amante de las películas de cowboys. Entre el grupo se encuentra nuestro protagonista, Tavo Montes, niño de complexión menuda y de nueve años de edad al que le atraen considerablemente los personajes del celuloide.

—Si yo fuera el bandido de esa película te aseguro que no me agarran tan fácil —así se manifiesta Tavo al dirigirse a su inseparable amigo Rubén Calderón.

Estos dos niños, aliados en juegos y peripecias, tienen por hábito comentar, después de cada función de cine, los detalles más descollantes del drama fílmico que casi siempre pertenece al género del oeste americano.

—¡Pero resulta que tú no eres ese bandido!, además, Tavo, tú sabes muy bien que al malo siempre lo atrapan —objetivo resulta Rubén en su respuesta.

—Eso será en las películas, Rubén, en la realidad puede ser distinto.

Rubén observa al amigo con desconcierto y le dice:

—Oye, si por ti fuera, el ladrón en cada película escaparía con el botín y en ninguna hemos visto eso.

Tavo escucha en silencio.

—Bueno, eso es verdad —su reflexión no se hace esperar— pero eso puede suceder y te digo Rubén que conmigo sería distinto... ¿Por qué tú crees que yo vengo al cine? Vengo pa’ aprender y a observar cómo actúan el malo y el bueno... ¡Y ver cuáles son sus fallos!

La fantasía de ese niño no parece tener límite cuando decide contarle a Rubén su propio guion fílmico, muy diferente al proyectado, momentos atrás en la improvisada sala cinematográfica. Su historia trata de un bandolero que asalta con éxito un banco y al tener una coartada perfecta, queda exonerado de culpas, lo que le permite al malhechor triunfar sobre el bien. Su amigo lo escucha sin hacer comentarios. Al término de su narración, lo mira escéptico y le expresa sus dudas.

—Tavo, entonces, ¿qué pasará con Tom Mix?

Para Rubén la imaginación de su compañero va más allá de la razón, y moviendo su cabeza de un lado a otro, le expresa:

—¡Yo no te entiendo! ¿Con quién tú estás, con el bueno o con el malo?

—Según... —con una rápida salida, Tavo resuelve la interrogante—, en ocasiones estoy con el malo; pero la mayoría de las veces quisiera ser como el vaquero de Texas… ¡Tom Mix!. Por los puñetazos que da.

El niño lanza su puño al aire, después, mira al rostro de Rubén.

—¡Y también porque es un cowboy valiente y muy inteligente, sobre todo eso, Rubén, inteligente!

La admiración que siente Tavo por el cowboy más famoso del momento hace que su fantasía lo infunda, por unos segundos, de la personalidad del justiciero. Después de disfrutar ese corto espacio de imaginación, agrega:

—Muchas veces prefiero ser el bandido para burlarme de la autoridad de este pueblo —después de una mirada furtiva al amigo termina diciéndole—. ¡Aquí nunca ocurre nada, Rubén! por eso, me gustaría saber qué pasaría si de pronto me convierto en el malo del pueblo ¡como en las películas!

Al decir esto, Tavo sonríe y observa a Rubén, esta vez, en espera de su opinión.

—Si te vuelves un bandido, nuestro alguacil Candelario te atrapará y de cabeza vas a parar al calabozo, ¡si es que tu papá no te agarra antes y te muele a palos!

—¿Qué sabes tú, Rubén?

Tavo no admite los razonamientos del amigo.

—Eso le pasa a los tontos; pero no a mí, porque antes de actuar miro bien todo lo que tengo que hacer pa’ no equivocarme —Tavo golpea suavemente el hombro de Rubén y le susurra cerca del oído—, con esas películas yo aprendo mucho.

—¡Oh, sí! —incrédulo, responde Rubén.

—¡Yo quisiera verte como asaltas a un banco o una diligencia! —Rubén detiene su paso para mirar al rostro del amigo y advertirle— ¡Aquí, en Madruga, no hay pradera ni desfiladero pa’ escapar o despistar a la justicia!

Los términos utilizados en las historias del oeste son adaptados por estos niños a su lenguaje con gran originalidad…

¡Además, el aliado más cercano de nuestro protagonista trata de hacerle entender con razonamientos:

—¡No tienes caballo pa’ huir! ¿Cómo crees que te vas a burlar de la Ley?

Sobrada razón tiene el muchacho en sus afirmaciones y como no augura éxitos a su aliado, termina sus argumentos dirigiéndose al amigo con una sonrisa picaresca.

—Solo está la sabana pa’ esconderte, y allí te acorralan y te capturan en un dos por tres.

Las conclusiones de Rubén no convencen a Tavo, que se mantiene con sus fantasiosas ideas.

—¡Oye!, ¿tú crees que como yo soy chiquito y flaquito no puedo dar uno de esos golpes?

Tavo lleva su dedo índice a la sien para enfatizar sus palabras:

—¡Con inteligencia, Rubén, con inteligencia todo se puede! —y añade—: Los niños “vivos” como yo, son iguales a los hombres cuando quieren hacer de las suyas. Y si actúan bien, no necesitan escapar del pueblo.

Tavo se toma un tiempo para terminar su idea:

—Por eso me gusta ir al cine, porque con las películas aprendo mucho… ¡y tú, también puedes aprender!

Las conclusiones de Tavo son pronunciadas frente al portal de su casa donde los dos amigos deben separarse. Por un momento, Rubén lo observa detenidamente. Después decide abandonar la absurda conversación, sabe que no lo convencerá y antes de continuar su camino, se le ocurre una jocosa despedida. En su negro rostro se dibuja una sonrisa que deja ver sus nacarados dientes, detalle que propicia un toque gracioso a su semblante. Da unos pasos para colocarse a cierta distancia de Tavo; con intención de imitarlo, lleva su dedito índice a su sien y en susurro, le dice:

—¡Estás loco, Tavo!

Acto seguido pone pies en polvorosa, y mientras se aleja a todo correr, le grita a su compañero de andanzas:

—¡Nos vemos mañana..., bandolero de tres por quilo!

Tavo queda molesto ante la burla de su más íntimo amigo. No intenta darle alcance; pero como en su fuero interno es él quien dice la última palabra, no escatima esfuerzos para llenar sus pulmones de aire y hacer que su voz infantil surque la noche y llegue hasta los oídos de Rubén Calderón como una sentencia.

—¡Oye..., vete preparando… que tú serás el compinche de ese bandolero!

PLC

L as hojas secas de álamo que como manto reposan al pie de los árboles comienzan a moverse. Del sur va llegando una brisa impregnada de ese olor a humedad, que solo se hace presente ante la inminente lluvia. La transformación atmosférica no se dilata; el viento arrecia y con él, negros nubarrones cubren el cielo. En la calle, la gente aligera el paso, y aquellos que se retrasan, sienten el rigor de las primeras gotas precipitadas sobre la tierra todavía caliente. La tarde pierde su esplendor cuando el torrencial se apodera definitivamente de Madruga.

Tavo, recostado a la baranda del portal de su casa observa la desolación de su querido parque bajo la bendición de mayo. Escenas como esas han transcurrido en el decursar de su infancia sin que haya quedado vestigio de recuerdos; pero esta vez, las imágenes que recibe se grabarán por siempre en su memoria. Un hombre de rostro triste, guarecido en el portal vecino, es el motivo de su atención. Para él, se trata de un anciano que, situado al otro lado de la baranda, permanece ensimismado; su quietud le permite que le observe con detenimiento. A pesar de que el sombrero le cubre la frente, puede ver sus ojos portadores de una mirada lejana, más allá del aguacero. Tavo intenta buscar su punto de mira; pero no lo encuentra, es como si aquella contemplación se perdiera en lo infinito. Por ratos, una tos interrumpe la serenidad del hombre, lo que le hace pensar que está ante un enfermo. En sus diez años de existencia, nunca antes había visto a ese quijotesco señor, conocedor él, de la gran mayoría de los habitantes del pueblo, está seguro de que a Madruga no pertenece.

Hacerle compañía a su padre forma parte de los entretenimientos preferidos de Tavo Montes. En esta ocasión lo vemos llegar, como de costumbre, a la fonda de José María, comercio al que se dedicó cuando abandonó su actividad ferroviaria y donde la fabada, cocinada al estilo ibérico, se ha convertido en el plato de mayor aceptación entre los clientes que visitan el lugar.

A José María Montes de Con lo caracteriza una recia personalidad, su presencia a todos inspira respeto; pero aquél que a su vera se encuentre, descubre, en este hijo de Cangas de Onís, a una persona amena, capaz de tener siempre a flor de labios, una conversación entretenida para cualquier interlocutor. Entre sus más fieles oyentes se encuentra su hijo Tavo. Sin embargo, la charla que se origina en esos momentos en la fonda no goza de la aceptación del pequeño. Se habla de política, tema poco atractivo para este niño, quien prefiere narraciones emocionantes que lo embelesen; en el caso de José María, son otros los intereses. El padre de Tavo posee sobradas condiciones que le permiten incursionar en el campo de la política. Su posición de comerciante, su histrionismo y ser un honorable padre de familia, hacen de este, un ejemplo de correligionario de la comunidad. De habérselo propuesto, hubiera llegado hasta las altas esferas; pero sus intenciones no van más allá de librarse de los impuestos económicos que le impone el fisco.

Son tiempos en que el poder de la alcaldía se lo discuten liberales y conservadores, los partidos beligerantes de la sociedad republicana de Cuba. Cuando se acercan las elecciones, cada uno trabaja en campañas electorales con vista a ganar más adeptos para sus filas y de esa forma, dominar en los comicios. Los líderes de cada partido convocan a repetidos mítines, en los que ofrecen villas y castillos a la hora de divulgar sus programas políticos. Para vociferar su gestión, los liberales, representados por José Agustín Valera, salen a caballo con carteles y banderolas por trillos y guardarrayas, desfile que termina en las calles de Madruga al ritmo de su glorioso himno La Chambelona.

Por su parte, los conservadores, con Miguelito Capó al frente, mantienen similares manifestaciones; las notas musicales de El Mayoral, marcan los pasos de su politiquería.

Como concejal, José María Montes de Con, engrosa la candidatura de los primeros, y como él, muchos se ven involucrados en ese movimiento nacional de la República, donde los más cercanos al gobierno son los más favorecidos, no así, la inmensa mayoría de los cubanos, que esperan de los políticos, un cambio que les mejore la situación, tanto social como económica; pero los desposeídos no aparecen contemplados en la política cubana. Ese es el caso del hombre que llega a la fonda esa mañana, necesitado de un plato de comida.

Tavo lo reconoce desde el primer momento. Se trata de la misma persona que despertó su curiosidad el día de la fuerte lluvia. Dentro de la fonda, el recién llegado recorre con la vista el salón y descubre a Montes que, en una de las mesas, revisa algunos papeles. El niño, desde la entrada del establecimiento, observa al hombre que lleva por atuendo una vieja guayabera cuya pulcritud parece dignificar su pobreza. Al reconocerlo, el dueño de la fonda lo recibe afectuosamente y le indica un puesto junto a él. A Tavo le sorprende la amabilidad de José María para con el desconocido. Sin demora, también él ocupa un lugar en la mesa, posición que le favorece para examinar aquel rostro de ceño fruncido acentuado por el humo del cigarro que mantiene entre sus labios. Como aspecto sobresaliente se destaca su nariz grande y una expresiva mirada que denota no ser un don nadie a pesar de su imagen humilde. Podría considerarse una consecuencia solar el color trigueño de su piel, desde donde los cañones de la barba amenazan por cubrirle la parte inferior de la cara.