Un nuevo comienzo - Mónica Elena Couceiro - E-Book

Un nuevo comienzo E-Book

Mónica Elena Couceiro

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Beschreibung

La doctora Clara Frers se especializa en historia de la cultura celta. Vivió una infancia feliz, abruptamente interrumpida por el abandono de su padre. Científica de pura cepa acostumbrada a manejarse con la evidencia, viaja por trabajo a Irlanda, donde deberá enfrentarse a un contexto desconocido, condicionado por la amenaza de entes oscuros que buscan su muerte, y seres de luz que intentan protegerla. En el camino, aprenderá a reconocer y valorar la amistad, la confianza, el compromiso y también el amor. Si bien al principio se resiste a aceptar esta realidad que se opone a todos los principios científicos que conoce, la verdad abruptamente revelada, la enfrenta a tomar una decisión trascendental que cambiará su vida para siempre.

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Seitenzahl: 815

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Couceiro, Mónica Elena

Un nuevo comienzo / Mónica Elena Couceiro. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-761-748-1

1. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi esposo

A mis hijos

A la llegada de Clara

1

Clara había pasado una noche intranquila, no sabía bien por qué; tal vez se había acostado muy cansada, recordando que le costaba conciliar el sueño toda vez que se iba a la cama sintiéndose agotada. Se tranquilizó un poco al encontrar una explicación racional a lo ocurrido, aunque no podía evitar reconocer, que le estaba ocurriendo con más frecuencia de lo habitual.

Miró su reloj, notando que se había despertado antes de la hora en que debía sonar su despertador; por lo que intentó darse vuelta y tratar de conciliar el sueño, aunque fuese liviano, para tratar de recuperarse un poco de tanto cansancio.

Luego de dar varias vueltas y sentir que comenzaba un leve pero persistente dolor de cabeza, abandonó la idea y se levantó, sentándose en el borde de la cama haciendo unos ejercicios que acomodaran su cuello, para ver si ese incipiente, pero constante dolor comenzaba a ceder.

–No debo ir tan tarde al gimnasio–, pensó, aunque sabía que era imposible adelantar los horarios. Su trabajo en la Universidad era terrible a esa altura del año: informes, vencimiento de fechas para envío de papers para su publicación, revisión del trabajo de tesistas y becarios, sin olvidar las reuniones del consejo Académico.

Cuando por fin lograba un hueco para proseguir con sus cuestiones personales, muchas veces la llamaba el Director para alguna de esas interminables reuniones que, habitualmente, solo servían para interrumpir algo importante que tenía programado hacer.

Debía pensar un poco en sí misma, prometiéndose salir de la Universidad a un horario fijo que le diese tiempo para hacer “sus” cosas; aquellas que le daban satisfacción.

–Voy a hacer un listado de todo aquello que quiero hacer en mi vida –. Se dijo a sí misma totalmente decidida. Puso la cafetera y sacó una hoja de papel de su escritorio con una lapicera.

Tuvo el papel inmaculado ante sus ojos por algunos instantes, no pudiendo creer que le costase tanto encontrar “cosas” que quisiese hacer más allá de su trabajo. –Es que estoy cansada y me duele la cabeza–pensó–mejor hago la lista más tarde–se dijo, y dando un sorbo a su frugal taza de café abrió la ducha.

Al caer el agua sobre su cuerpo, comenzó a sentir una leve mejoría; era como si tanto este, como su mente, comenzasen a acomodarse; a pensar mejor.

Salió de la ducha, tomó su toallón y envolviéndose en él, mientras sujetaba su cabellera enrulada en el turbante de toalla, se paró frente al espejo limpiando el vapor que lo empañaba con un extremo del mismo. El espejo le devolvió una imagen pálida, con leves ojeras, que no aminoraban su extraña belleza. Clara era una mujer de treinta y cinco años de edad, de mediana estatura con cabellos claros rizados de un extraño color miel, que, enmarcando un rostro ovalado, contrastaban notoriamente con sus ojos de un negro profundo.

Un rostro distinguido poco común, y un cuerpo que, si bien podría ser descripto como delgado, era muy bien proporcionado. Se sintió mejor, satisfecha con la imagen que el espejo le devolvía. –Las ojeras son manejables–se dijo, y decidió que estaba lista para enfrentar un nuevo día de trabajo.

Secó su cabello con el difusor del secador (era la mejor forma de no alborotarlo más, ya que de por sí era rebelde). Antes de comenzar un suave maquillaje, pasó raudamente por la cocina para servirse otra taza de café, ya que había abandonado la primera en el piso del baño al entrar a la ducha. Buscó infructuosamente una galleta para acompañar el desayuno, incompleto desde cualquier punto de vista nutricional, pero, ir de compras al supermercado, estaba en la lista de cosas que habitualmente postergaba por su trabajo.

Renegando, por no encontrar con qué acompañar su segunda taza de café, comenzó a aplicar un corrector de ojeras y un leve maquillaje, convencida que se veía mejor. Pasó raudamente por su guardarropa, y quitándose el pijama de pantalón corto que utilizaba esa mañana buscó algo sencillo, ya que debía enfrentar largas horas de trabajo.

Luego de mirar un poco, se inclinó por un jean y una camisola suelta, para así poder utilizar un calzado bajo que no contrastase con su atuendo, para sentirse cómoda a lo largo de la jornada.

De pronto sintió cierta languidez, y recordando, volvió al baño dándose cuenta que nuevamente había olvidado allí la segunda taza de café, que ahora encontró sobre un pequeño mueble de mimbre donde guardaba las toallas y toallones. Ya no tenía tiempo de prepararse otra, asique desayunaría en el Instituto, cosa que hacía la mayor parte de los días.

Criticó ser tan despreocupada con su alimentación, encontrando así lo primero para anotar en su lista de cosas por hacer. Buscó el papel, hasta ese momento inmaculado y lo inauguró anotando “desayunar correcta y sanamente”. Mantuvo la lapicera en posición unos instantes más, esperando seguir escribiendo, no encontrando nada nuevo que agregar.

–No puedo creer que lo único que me salga escribir entre las cosas que deseo hacer sea desayunar sanamente. Estoy re loca–se dijo frunciendo el ceño, tratando de minimizar lo que eso significaba. Tomó su portafolios que había dejado al lado del escritorio en el living de su apartamento, así como las llaves del auto y su cartera. Cerró la puerta tras de sí, caminando hasta el ascensor para bajar al estacionamiento.

No se cruzó con nadie en el camino, agradecida de que así hubiese sido. No tenía ganas esa mañana de saludar a ningún vecino, teniendo que hablar de alguna tontería como el tiempo, la economía o cualquier cosa que la gente normal hace, pero que para ella era una total pérdida de tiempo.

El estacionamiento estaba oscuro ya que se encontraba en el subsuelo del edificio. Hacían varios días que las luces no se encendían automáticamente cuando entraba; lo que la llevó a autocriticarse por no quejarse con el portero de tal situación, preguntándose:

–¿A ningún otro habitante del edificio le importa esta situación? ¿Alguien se habrá quejado ya, y el consorcio no se ocupa? –

Encendió la linterna de su celular iluminando el camino hacia su automóvil. Caminaba tranquilamente, aunque tenía la sensación de que no era la única persona que estaba allí. Se detuvo dos veces mirando a su alrededor, pero todo estaba en calma y en silencio; solo ella y su móvil se veían en el lugar rodeados de los autos.

–Clara, estás paranoica, es la falta de una buena noche de sueño–.

Al hallar su auto, lo abrió con el comando a distancia, lo que contribuyó a iluminar más el lugar; entró, tiró hacia atrás su portafolios, y ubicando su cartera entre su pierna izquierda y la puerta del conductor, para evitar cualquier robo en la calle, encendió el vehículo y arrancó. Por suerte, el sensor del portón anduvo correctamente, comenzando a abrirse justo a tiempo para frenar su sensación de desasosiego. Traspasó el portón dándose cuenta recién que llovía a cántaros; un día de perros, aunque tal vez fuese peor en la Universidad.

Estaba feliz de dejar ese garaje, ya que paranoica o no, le angustió lo que había sentido. Avanzó bajo la lluvia, accionando el portón tras de sí, el que empezó a cerrarse.

Nunca notó unas luces tenues que la rodeaban mientras avanzaba caminando por el garaje, las que permanecieron allí mientras el portón se cerraba, desapareciendo con el encendido automático de las luces del garaje cuando un vecino del edificio buscó su automóvil, hecho que la presencia de Clara, no había logrado.

2

Llegó a la Universidad a eso de las ocho cuarenta y cinco de la mañana, luego de atravesar la ciudad a una velocidad reducida por la intensidad de la lluvia, la que, además de dificultar la visión, convertía al pavimento en un lugar peligroso.

Era obvio también en días lluviosos, encontrar mayor cantidad de tránsito, ya que, en días perros como esos, la gente que disponía de automóvil solía utilizarlo para llegar a sus lugares de trabajo, evitando así mojarse tanto en las paradas de los colectivos, como en esperas infructuosas de taxis libres.

Al llegar a la barrera de entrada saludó al guardia, entregándole su pase de profesora; éste, mirando la tarjeta expresó –Buenos días Doctora Frers–y levantándola manualmente, le permitió pasar.

Clara siguió dentro del campus a una velocidad mucho más reducida, no solo por la lluvia, sino por la cantidad de estudiantes que circulaban apresuradamente para ingresar a sus aulas, con el tiempo justo para alcanzar un lugar adecuado para las clases que daban comienzo a las nueve.

Saber que, dentro del campus, la velocidad no debía exceder los 20 kilómetros por hora, hacía que la mayoría de los estudiantes no prestasen demasiada atención al tránsito, caminando muchas veces rayando en la imprudencia, lo que hacía necesario agudizar la atención en el manejo.

Durante varios minutos estuvo detenida esperando que terminase de cruzar un grupo muy nutrido que acababa de abandonar uno de los anfiteatros más grandes, por lo que dedujo que se trataba de alumnos de primer año de alguna de las carreras con mayor matrícula de la Universidad.

Clara, empezó a impacientarse ya que la fila era demasiado larga. Cuando por fin, el último alumno cruzó la calle, puso primera, avanzando lentamente. Atravesó unos quinientos metros más que la separaban del edificio donde tenía su oficina, viendo por suerte, que quedaban algunos espacios techados para estacionar, lo que le iba a permitir no mojarse demasiado hasta llegar a su oficina.

Apagó el motor, levantó su portafolios del asiento trasero y recogiendo su cartera del piso del auto procedió a bajar. –Por suerte no tengo que abrir mi paraguas –pensó, convencida que, entre su cartera y el abultado portafolios, le hubiese sido bastante complicado abrirlo.

Caminó bajo un techo que protegía el pasillo hasta la entrada del edificio donde trabajaba, el cual tenía una placa de acrílico que señalaba Instituto de Historia Antigua y Medieval.

Clara se había graduado como licenciada en Historia a los 23 años, y dada su excelente historia curricular, había obtenido una beca para llevar adelante sus estudios de doctorado en la Universidad de Edimburgo, especializándose en Historia de la cultura celta.

Desde pequeña había sentido pasión por ella, su padre la había iniciado en la lectura de cuentos y poesías pertenecientes a esa cultura, y aún desde antes de saber leer, siempre se dormía con el relato paterno de algún cuento lleno de magia, hadas, duendes y caballeros en armadura que protegían a bellas princesas.

Amaba esos momentos; al punto que comía rápidamente lo que su madre le servía, haciéndole caso, para irse a acostar temprano. Como aquella noche especial…

3

–Clara–, dijo en voz alta su madre Eloísa, –ya está la comida en la mesa–.

En esos momentos la niña estaba en su dormitorio, recostada en su cama, viendo como la lámpara giratoria que tenía en su mesa de luz, la que su padre le había regalado, disparaba con cada giro un sinfín de estrellas, cometas, lunas y planetas, que volaban mágicamente alrededor de paredes y techo.

Estaba ensimismada con las imágenes; eran una invitación a viajar por la inmensidad de los cielos. Jugaba con sus manos de siete años tratando de alcanzarlas, soñando que podía subir a alguno de esos cometas y desde allí sentada, viajar por el tiempo observando su alrededor de una forma más cercana. Soñaba con cruzarse con algún hada de las que escuchaba en los cuentos y que la invitase a visitar sus aldeas, y por qué no, a vivir con ellas.

Tan compenetrada con la escena estaba, que no escuchó el segundo llamado de su madre. En ese momento su padre Iván entró en su cuarto.

–Clarita, la comida está servida, no hagamos enojar a tu madre. Sabes que no le gusta que la comida se enfríe –.

Iván se sintió orgulloso de haberle dado un regalo a su hija que le provocaba tanta felicidad. No pudo evitar tampoco la satisfacción de que su hija fuese tan parecida a él.

Se recostó a su lado, y juntos, en silencio, admiraron las maravillosas imágenes que bailaban por el dormitorio.

–¿Cuál te gustaría visitar Clara? –

–No sé papi, todas son hermosas–respondió.

Tienes que elegir una para comenzar tu viaje, ya sabes, ese viaje con el que soñamos todas las noches–.

–¿Tengo que decidirme por una papi?; ¿no puedo visitarlas a todas?

–Claro que puedes visitarlas a todas querida Clara, pero como todo en la vida, hay que saber elegir muy bien el comienzo del camino. Pero ahora, el que más nos conviene a ambos es bajar por las escaleras al comedor. No queremos enojar a mami. Ya sabes cómo se pone cuando la comida se enfría–.

–Tienes razón papi, ¿puedo dejar la lámpara encendida? –

–Claro que sí cariño. Ahora lávate las manos y bajemos rápido con mami–

Clara cerró tras de sí la puerta de su cuarto sin darse cuenta que en ese momento un hada con alas de un color azul profundo, acomodaba su cama.

Junto a su padre se lavó las manos en el baño del piso superior, comenzando de pronto a jugar salpicándose con el agua. Tan entretenidos estaban, que no notaron la presencia de Eloísa en la puerta, quien enojada por la falta de respuesta a su llamado había optado por subir a buscarlos.

–Aquí están–dijo simulando enojo. –Yo preocupada y ustedes aquí arriba jugando–

Entonces Iván secó sus manos y las de su hija y dando un profundo y cálido abrazo a su esposa, la tomó de un hombro, con la otra mano tomó a Clara de la suya y los tres empezaron a bajar la escalera.

A mitad de camino Eloísa notó que Clara estaba bajando en pantuflas.

–Clara, ¿cuántas veces te he dicho que no bajes las escaleras en pantuflas? ¡Puedes caerte y lastimarte mucho! –.

–¡¡¡¡Mamaaaá por favor!!!! Solo esta vez –

Entonces Iván, viendo la cara de su esposa tomó en brazos a su hija diciéndole suavemente:

–Vamos princesa, vamos a obedecer a mamá; yo te acompaño–

Y así subieron a las risas la escalera, prometiendo a mamá bajar más rápido que lo que canta un gallo. Entraron al cuarto, Iván colocó a su hijita con toda suavidad sentada en la cama, y arrodillado a sus pies, le retiró cada pantufla, y con toda dulzura, le puso sus zapatos.

Volvió a alzar en brazos a la pequeña, y cuando estaban por salir del cuarto, miró al hada de alas azules que había estado sentada todo el tiempo junto a la niña, y guiñándole un ojo, apagó la luz.

4

Clara ingresó al edificio, sin haberse mojado ni un ápice.

–He tenido suerte–, se dijo caminando hasta el ascensor que llevaba al tercer piso donde se encontraba su oficina y la de todos los miembros del equipo de investigación de historia medieval del cual formaba parte.

–Buenos días doctora Frers–dijo Ana, la secretaria del grupo. –¿Qué día no? –

–Si, horrible dijo Clara –, sin darle muchas opciones de continuar una conversación tan trivial, de la cual había logrado escaparse en su edificio al no cruzarse con ningún vecino.

–¡No por favor! –, se dijo, –¡no aquí! –

De pronto se dio cuenta que su reacción rayaba con la mala educación, por lo que, desandando sus pazos, volvió hasta el escritorio de Ana devolviéndole con una sonrisa un –buenos días Ana–disculpa mi despiste, es que tengo mucho trabajo en la cabeza. ¿Tienes algún mensaje para mí? –

–No doctora, nada en especial para usted. Solo recordarle, al igual que a todos los investigadores, que a las dieciséis horas hay reunión de Departamento con el doctor–.

No había necesidad de aclarar qué doctor; ya que, para cualquier integrante del equipo, cuando no se aclaraba el apellido se sabía que el “doctor” era el director; el doctor Dumas.

–Gracias Ana; te pido me lo recuerdes unos quince minutos antes. Tengo tanto trabajo que a lo mejor se me olvida –dijo, utilizando un tono amable de manera de mitigar lo desagradable que había sido al llegar.

Cuando estaba por doblar por el pasillo para llegar a su oficina, escuchó a Ana ofreciéndole una taza de café, recordandole en ese momento que no había desayunado.

–No puedo ir a la cafetería sin empaparme –pensó, ya que la misma se encontraba a dos cuadras de distancia.

–Gracias Ana, si además consigues algún bocadillo te lo voy a agradecer mucho–

Abrió la puerta de su oficina, encendió la luz y se dirigió a la ventana para levantar la cortina de enrollar, que, a pesar de permitir solo el ingreso de una tenue luz por lo oscuro del día, fue suficiente para poder apagar la que había encendido al entrar.

Quedó mirando como caía la lluvia, empecinada en continuar, alternando periodos de furia con algunos cortos momentos de calma. Vio como muy pocas personas transitaban el campus, miró su reloj; eran las nueve y diez.

–Ya empezaron las clases –, pensó.

Permaneció con la mente en otro lugar, recordando la sensación que había percibido en el garaje de su apartamento, pensó que debía avisar a Juan, el portero del edificio, acerca de los problemas de la falta de luz.

Ensimismada estaba en esos pensamientos cuando escuchó:

–Hola Clara, buenos días–Al darse vuelta se encontró con Mercedes Lars, la antropóloga del equipo, quien tenía dos tazas de café en sus manos.

–Encontré a Ana trayéndote esta taza, asique decidí tomar la mía y compartir este frugal desayuno juntas. Pero, por Dios Clara, ¿has pasado una mala noche? Tienes unas ojeras como si no hubieras dormido–

Clara, se sintió incómoda; si bien Mercedes era una buena compañera, no sentía tener una amistad como para soportar tanta “sinceridad”. Pero Mercedes no tenía la culpa, la verdad sentía aún el cansancio de una mala noche y pensó que el tenue maquillaje al que estaba acostumbrada, no había sido suficiente para borrar sus huellas. Rápidamente suavizó la mirada, y con una sonrisa le agradeció el café y la invitó a sentarse en la silla del otro lado del escritorio.

–Es que no estoy durmiendo muy bien últimamente por el gran volumen de trabajo, que no necesito explicarte pues eres parte de esta locura. Estoy yendo al gimnasio más tarde de lo habitual, y creo que, en lugar de beneficiarme, me está dejando demasiado excitada como para conciliar el sueño posteriormente –

–Me extraña cómo haces tú Mercedes; tienes marido y dos hijos pequeños que deben demandarte todo el escaso tiempo que dispones en tu casa últimamente–

–Así es Clara, pero debo agradecer a la vida el marido que tengo, ya que, si bien trabaja y mucho, su actividad es mucho más ordenada y previsible, lo que le permite llegar a casa siempre en el mismo horario. Mantiene a los pequeños ocupados, de manera que cuando yo llego, ya están bañados y comidos, por lo que solo me resta acostarlos. La verdad, es un tesoro –

Clara no pudo evitar sentir una sensación que no le gustó pues percibió algo muy parecido a la envidia, y esa era una sensación que odiaba, pues siempre consideró que los envidiosos eran seres miserables, que no sabían disfrutar de las cosas buenas que les pasaban a los otros. Sobre todo, sabiendo que Mercedes lo contaba sinceramente, sin buscar generar en ella ese tipo de sensaciones tan bajas, sino solo explicarle que cada uno debía encontrar la forma de minimizar los aspectos negativos en su vida.

Y al pensar eso, se sintió peor. Era evidente que la culpa de que ella se sintiese así era exclusivamente suya. Asique decidió que debía disfrutar de esos escasos minutos de descanso con Mercedes, la que amablemente le había llevado el tercer café de la mañana, con la sola idea de compartir, cosa que no le había pasado con los dos anteriores, ya que Clara, al vivir sola, no tenía a nadie que se preocupase por ella.

Agradecida de que Mercedes formase parte de su vida esa mañana, habló con esfuerzo (por no tener argumentos que aportar), del aumento de los servicios, los cortes y colores de cabello para la próxima temporada, los juegos de los niños; por lo que llevó rápidamente a Mercedes a los temas de trabajo, donde sí sentía que nadaba en aguas conocidas.

–¿Tienes idea sobre qué versará la reunión de esta tarde? –preguntó Mercedes, –no recuerdo haber leído algún mail al respecto –

–No me extraña Mercedes, ¿cuál es la última vez que recuerdas que Dumas nos haya comunicado con anterioridad los temas, días y horarios de las reuniones? –

Esta se mantuvo pensativa, como tratando de encontrar una respuesta a lo que enfáticamente Clara le había preguntado.

–La verdad no lo recuerdo–le dijo. –Hace mucho tiempo que nos enteramos a través de Ana. Podemos aprovechar el día de hoy para pedirle que nos avise al menos cuarenta y ocho horas antes como para acomodar nuestras tareas programadas, ¿te parece? –

Clara la miró con escepticismo. Sabía que pedirle a Dumas que compartiese alguna decisión, era como que un árbol creciese en el desierto. –Tal vez –le dijo, no creyendo para nada en su propia respuesta.

En ese momento Clara vio a uno de sus becarios pasar por la puerta caminando por el pasillo. Se trataba de Carlos, un sociólogo que estaba haciendo su doctorado en un aspecto especial de la cultura celta, bajo su dirección.

–Permíteme un segundo –le dijo a Mercedes, –ya vengo –

Salió rápidamente de su oficina para alcanzarlo, ya que caminaba muy rápido.

–¡Carlos! –, llamó; –¡Lic. Puertas! –

Al escuchar ese tono que conocía muy bien, Carlos se detuvo, comenzando a darse vuelta tratando, durante esos pocos instantes que iba a demandar enfrentarse con la doctora Frers, que su cerebro pudiese encontrar una respuesta a la pregunta con la que sabía iba a encontrarse.

–Buenos días Clara, perdón doctora Frers, iba rápido y no escuché que me llamaba ¿Qué necesita?–

–Sabes muy bien lo que necesito Carlos, necesito tu informe de avance, el cual debió haber estado sobre mi escritorio a fines del mes pasado –

Puertas se sintió como desnudo bajo la lluvia. Un escalofrío recorrió su espina dorsal desde principio a fin. No sabía que contestar a la doctora Frers, pues entendía que se encontraban en falta, y en esos momentos, le daba vueltas por la cabeza, si convenía hacerse el tonto, e inventar una mentira, o bien, enfrentar la realidad y asumir que no había cumplido con los objetivos pautados en su beca.

Su conciencia le dictaba lo segundo, pero de pronto se escuchó a sí mismo decir:

–En eso estoy doctora, me he retrasado un poco pues estoy esperando unos manuscritos que me llegarán desde Escocia en unos pocos días. Creo serán cruciales para algunos resultados que quiero volcar en el informe. Estoy seguro que usted se sentirá muy satisfecha; por eso es que me tomé el atrevimiento de esperar unos días –, inventó.

–¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿A quién se los has pedido? A lo mejor yo los hubiese podido conseguir con mayor rapidez –argumentó Clara. –Dime quién es la persona que te tiene retrasado y veré lo qué puedo hacer –

Carlos sintió que con cada frase que agregaba, más se hundía en una historia difícil de desandar, entonces agregó:

–No quiero molestarla con pequeñeces, si no los consigo hasta fines de esta semana, le prometo que le avisaré para que agilice el tema. No se preocupe. Y disculpe, pero llego tarde a una sesión de skype con una investigadora en Londres que está trabajando un tema similar. Hasta pronto doctora –

Y así, sin darle tiempo a pensar ni a agregar media frase, Carlos Puertas, siguió su camino y desapareció doblando el pasillo.

Clara, se quedó de una sola pieza, no sabía si el muchacho estaba tratando de hacer las cosas muy completas, o si estaba intentando embaucarla.

–¡De todos modos, no queda mucho tiempo más hasta que lo descubra! –pensó. Con este dolor de cabeza que aún no ha desaparecido del todo, prefiero quedarme con lo primero y darle el beneficio de la duda de que está diciéndome la verdad; total que tarde o temprano, lo averiguaré –.

Volvió a su oficina, encontrando una nota que Mercedes había dejado sobre su escritorio que decía:

–“Tuve que irme, me llamaron de casa porque Juan tiene fiebre. Veré qué es lo que ocurre y trataré de volver en horario para la reunión con Dumas” –

Sintió un poco de alivio, no por lo que le pasaba al niño por supuesto, sino por no tener que seguir una conversación que postergaba su propio trabajo.

Decidió, entonces encender la computadora para ver sus correos de la mañana, y al buscar sus anteojos notó que la tercera taza de café que le había acercado Mercedes seguía intacta. –¿Será posible? se dijo mirando hacia el techo. –¡¡¡¡¡¡No aprenderé nunca!!!!!–

Internet estaba más lento que de costumbre esa mañana; tal vez sería por la tormenta.

Tomó el teléfono y preguntó a Ana si había algún problema con el sistema esa mañana.

–No doctora, en mi puesto funciona perfectamente –.

–Será mi terminal entonces, hazme un favor Ana, ¿puedes traerme otra taza de café? –

–¿Otra doctora? Disculpe…no quiero parecer entrometida, pero……no es bueno tomar tanto café. ¿No prefiere que le lleve una taza de té? –

Cómo explicarle a Ana que ese era su cuarto intento fallido tratando de desayunar algo esa mañana. Se dijo a sí misma que era innecesario, y agradeciendo el consejo, aceptó gustosa la taza de té.

5

Clara terminó su comida rápidamente como hacía todas las noches, y en especial esa, ya que su madre se había enojado con su papá y con ella por bajar tan tarde.

–Muy bien princesa–dijo su padre, –ayudemos a mamá a levantar la mesa, dale un beso y un abrazo gigantes y ve con ella a prepararte para ir a la cama. Cuando estés lista, llámame y subiré a contarte un cuento –le dijo guiñándole un ojo.

Eso hicieron los tres; dejaron los platos en la mesada de la cocina, y tomando la mano de su madre subió las escaleras rumbo a su cuarto. Ese era el ritual de todas las noches, Eloísa controlaba que se higienizara correctamente los dientes, se pusiese el pijama, rezase sus oraciones y le daba el beso de las buenas noches en la frente. Así quedaba Clara lista para esperar a su papá y escuchar las maravillosas historias que le contaba.

Mientras esperaba que Iván subiese las escaleras, comenzó a jugar nuevamente con sus manos y con la lámpara giratoria, intentando alcanzar como todos los días, las maravillosas imágenes que se proyectaban en su dormitorio.

De pronto, tuvo la sensación de que la ventana se hubiese abierto al sentir en su rostro una suave brisa que no había percibido antes. Clara miró la ventana, viéndola cerrada con las cortinas corridas. En ese momento su padre ingresó al cuarto y la brisa cesó inmediatamente, interrumpiendo sus sensaciones y olvidándolas de inmediato.

–Muy bien princesa, aquí vamos esta noche–dijo Iván sentándose en el borde de la cama –¿Hacia dónde quieres viajar hoy? –

–Donde tú quieras papi, contigo me encanta viajar a cualquier lugar –

Entonces Iván tomó un libro de tapas color celeste cielo que se encontraba en la pequeña biblioteca del cuarto de Clara, y abriendo en una de sus páginas le dijo:

–Hoy vamos a viajar a las tierras altas de Irlanda –

6

Clara despertó en un verde prado, recostada sobre la tierna hierba rodeada de flores multicolores. Sentía una fresca brisa muy similar a la que había percibido a la noche en su cuarto, antes de que entrara su padre. Si bien aún tenía puesto solo su pijama y las pantuflas, no sentía frio.

El sol estaba subiendo cálida y sostenidamente por el horizonte, iluminando a cada instante más y más. Sintió cómo sus mejillas comenzaban a sonrojarse por el calor, el cual lejos de ser agobiante, se sentía muy confortable.

Escuchó el ruido de agua fluyendo en algún lugar cercano, decidiendo levantarse y caminar descalza hacia dónde creía provenía ese sonido, apreciando la suavidad del campo.

Avanzó lentamente, sin ningún temor; por el contrario, por alguna extraña razón percibía que estaba en un lugar absolutamente conocido. Su estatura permitía a sus manos, acariciar las plantas y flores que acompañaban su andar.

A la distancia vio lo que parecía un bosque cerrado de gran altura; tanta, que algunas de las copas de los árboles tapaban el sol que se levantaba. Lejos de atemorizarla, Clara sintió que la invitaba a adentrarse en sus misterios de luces y sombras; además, el ruido del agua se hacía cada vez más intenso, razón por lo cual estaba segura que iba por el camino correcto.

Llegó a la espesura, sintiéndose desconcertada al no hallar por dónde ingresar. Caminó por el perímetro de la misma, encontrando, de pronto, un pequeño hueco por donde entrar.

Estaba casi segura que ese agujero no estaba allí la primera vez que pasó por delante; pero pensó que la vegetación era tan frondosa que tal vez no lo había notado. Entonces, sin ningún temor, poniéndose de rodillas comenzó a avanzar por un pequeño túnel armado naturalmente por plantas abovedadas.

No supo cuánto tiempo estuvo avanzando, pero mientras lo hacía sentía el cosquilleo de pequeñas flores que, cayendo desde el techo de la bóveda de foresta, resbalaban por sus mejillas y hombros produciéndole una sensación como de suaves algodones deslizándose por su cuerpo.

No sentía ninguna molestia en sus rodillas, ya que parecía que avanzaba por una alfombra de fino terciopelo, compuesta de flores y plantas de extrema suavidad.

De pronto vislumbró mayor luminosidad, lo que le hizo pensar que el túnel estaba llegando a su fin. Avanzó hasta lo que para ella era una cortina de flores color ámbar que caían desde el techo de la bóveda y entonces, se detuvo.

–Clara… Clarita…, ¡princesa!!!! !–

De pronto se despertó en su habitación, con Iván a su lado acariciándole la frente y con Eloísa atrás con la ropa del colegio preparada.

–Levántate cariño –dijeron al unísono, –o llegaremos tarde al colegio –.

Clara se sentía extraña, maravillosamente cansada, como si durante su sueño hubiese estado haciendo mucho ejercicio; aunque trató infructuosamente de recordarlo.

Solo sabía, por alguna razón que no podía comprender, que este había sido hermoso; así lo sentía desde el fondo de su corazón. Casi siempre se despertaba con esa sensación toda vez que su padre le relataba alguno de esos cuentos, aunque nunca pudiese recordarlos.

–¿Por qué no puedo recordar? –expresó con rabia. Su padre la escuchó y la tranquilizó diciendo, que eso solía pasar toda vez que uno soñaba cosas maravillosas, pero que se quedara tranquila, porque permanecían escondidos en la memoria más profunda, para surgir nuevamente en momentos difíciles de la vida.

–No te preocupes princesa. Ya llegará el momento en que todo aparezca delante de ti. Simplemente, aún no es el momento adecuado–le dijo, dándole un beso en la frente.

–Vamos cariño –dijo su madre, –ponte las pantuflas para ir al baño, así te aseas antes de vestirte, y bajas a desayunar –

Clara se sentó en la cama y al bajar sus pies, buscó las pantuflas para ponérselas para ir al baño. Pero…no pudo encontrarlas. Se arrodilló para mirar debajo de la cama, pensando que tal vez alguno de sus padres al acercarse a despertarla sin querer las habían pateado debajo.

Pero no las encontró. Revisó la habitación por todos lados, no hallando ninguna de las dos. Entró su padre y le dijo:

–princesa, ¿aún sin moverte de tu cuarto?, mamá se va a enojar con nosotros –

–Es que papi, no encuentro mis pantuflas –

–Las habrás dejado en el baño –

–No papi, estoy segura que esta noche las dejé al costado de la cama cuando me acosté y tu entraste a contarme el cuento –

Entonces, al oír esto, y tratando de disimular su preocupación por lo descripto por su hija, Iván le dijo:

–Toma las mías para ir al baño, yo te esperaré aquí –

Eso hizo Clara, y en cuanto dejó la habitación Iván se sentó en la cama y mirando al hada de alas azules que se encontraba sentada sobre la cómoda de Clara, le imploró:

–No por favor. ¡¡¡Aún no!!! –

7

La lluvia había amainado un poco. Ello le daba tiempo a Clara para dejar su oficina, abandonar el edificio y dirigirse a la cafetería, que se encontraba a dos calles de distancia.

Decidió llevar su paraguas, ya que debía cruzar una calle, y si bien había disminuido la caída de agua, aún persistía una tupida llovizna.

–Esto alborotará más de lo acostumbrado mi cabello –pensó mirando por la ventana –y no tengo tiempo de arreglarlo antes de la reunión con Dumas –

Tomó su celular, antes de dejar su oficina, así como la billetera para pagar en la cafetería y su paraguas. Cuando circulaba por el pasillo, se miró a sí misma y otra vez pensó, al igual que cuando llegó con su automóvil, que con las manos tan ocupadas le iba a ser dificultoso abrir el paraguas.

Por ello, volvió sobre sus pasos, entró a su oficina y tomando su cartera la abrió para colocar dentro de ella la billetera, el paraguas y las llaves.

Al pasar por el escritorio de Ana, le dijo –Voy a almorzar a la cafetería Ana, llevo mi móvil por si necesitas avisarme algo, aunque…me encantaría poder comer tranquila –.

–Si alguien me busca y puedes resolverlo tu sola, hazlo por favor. Y si no puedes, toma el mensaje, apunta todos los datos necesarios, y me lo entregas cuando regrese. No voy a tardar demasiado ya que voy a comer algo muy sencillo que no demande tiempo de espera –

–Faltan tan solo dos horas y media para la reunión con el doctor, y quiero trabajar otro poco antes de la misma –, dicho lo cual, comenzó a encaminarse hacia la salida, escuchando a Ana decir:

–No se preocupe doctora, me encargaré de que no la molesten. Tome el tiempo que necesite, yo no me alejaré del escritorio, ya que comeré en el office que tenemos aquí nomás. Traigo comida de mi casa pues estoy tratando de hacer un poco de dieta. No me vendría mal bajar unos tres kilos de peso –

Clara, quien se había detenido para escuchar a Ana, pensó que no entendía los motivos por los que quería bajar de peso, ya que era una muchacha joven, espigada, que no le sobraba nada a su juicio.

–Cada cual con su locura –pensó, y saludándola con la mano, se volteó y siguió caminando.

Salió del edificio y se dio cuenta que la persistente llovizna había comenzado a incrementar su frecuencia.

–Debo comer algo como la gente –pensó, asique apresuró sus pasos para llegar lo más pronto posible a la cafetería.

Al llegar a la esquina, abrió su paraguas y procedió a cruzar la calle. Iba ensimismada en sus pensamientos, de la misma forma en que circulaban los alumnos; actitud que ella criticaba profundamente cuando iba en su propio vehículo.

No notó que un auto doblaba la esquina a mayor velocidad de lo permitido dentro del campus. Solo escuchó el ruido del motor cuando lo tuvo encima, viendo como el conductor prestaba atención a su móvil, en lugar de mirar la calle. Esa imagen la hizo quedar petrificada en el medio de la calzada pensando que la iba a atropellar, cuando de pronto se vio a sí misma dando un salto hasta la vereda, el cual estaba segura que ella no había dado conscientemente.

Quedó parada en la vereda de enfrente, temblando como una hoja. El conductor nunca se enteró de lo que pudo haber ocurrido, ya que cuando su auto alcanzó el lugar por donde Clara estaba cruzando, ella simplemente no estaba allí; razón por la cual siguió hablando irresponsablemente por su móvil.

Clara lo vio alejarse, con el corazón saliéndole por su boca. No podía dar ni un paso, por lo que comenzó a mojarse sin intentar hacer ningún movimiento para evitarlo. No podía entender cómo había logrado dar un salto tan largo, que le permitió cruzar media calzada, más o menos dos metros y medio, sin hacer ningún esfuerzo para ello.

Sin embargo, ni el conductor ni ella notaron dos luces brillantes de un maravilloso color madreperla, las que, tomando una forma casi humana, la rodearon sin tocarla, en un abrazo firme depositándola suavemente en la vereda.

La llovizna comenzó a aumentar de intensidad, haciendo que Clara fuese tomando conciencia de donde se encontraba y de lo cerca que estuvo de sufrir un terrible accidente. Empapada, comenzó a mirar a su alrededor y logró ver su cartera y paraguas a unos metros de distancia. No vio a nadie alrededor; nadie que pudiese haber visto lo que acababa de ocurrir.

Comenzó a sentir, a pesar del frio en su cuerpo, que su cerebro estaba en condiciones de establecer conexiones entre sus neuronas. Ello hizo que tomara conciencia de donde estaba, y que sus piernas y brazos comenzaran a responderle.

Se agachó a recoger su cartera y paraguas, y volver a su oficina. Caminando, recordó que alguna vez había dejado ropa por si necesitaba cambiarse y no tenía tiempo de volver a su casa.

–Es lo mejor –pensó.

Entró al edificio y al pasar por el escritorio de Ana, esta salió a su encuentro

–¡¡¡¡¡¡Doctora!!!!!!! ¿Qué le ha pasado? –preguntó. –Estaba cerrada la cafetería? ¿No funciona su paraguas? –

–Por favor Ana, no estoy en condiciones de responder ninguna pregunta. No te preocupes. No puedo explicar lo que me ha pasado. Solo quiero cambiarme de ropa y tomar un café caliente –

–Otro? –preguntó Ana. Pero al ver la cara con que la miraba Clara, decidió callarse y simplemente decirle –enseguida se lo llevo doctora. Usted solo haga lo que necesite–.

Clara buscó las llaves de su oficina en la cartera, notando que tenía bastante agua dentro, pues había quedado abierta sobre la vereda.

–¡¡¡¡¡diablos, lo que me faltaba!!!!–

Volteó su cartera en el piso, para que cayera el agua, cayendo obviamente también la mayoría de las cosas que tenía dentro. Tomó las llaves y cerrando la puerta tras de sí, comenzó a llorar intensamente.

8

Mientras Clara estaba en el baño, Iván se dirigió a Heras, el hada que estaba en la habitación de su hija.

–Por favor, te pido Heras que intercedas ante Dellos pidiéndole un poco más de tiempo. Te lo imploro –le dijo con su voz cargada de angustia.

–Sabes que yo no puedo hacer nada; solamente estoy aquí para cuidar que no le pase nada a Clara, mientras……….

–Es que aún no estoy listo, tú has visto lo pequeña que es y lo difícil que sería ahora separarla de su madre; además Eloísa no lo soportaría y yo no tengo cómo explicarle lo que está sucediendo. La amo, y no quiero lastimarla –

–Sabías que esto podría ocurrir Iván, cuando dejaste de lado tu mandato y decidiste olvidar quien eres y para qué estás aquí. Cuando olvidaste que la mentira no está permitida en nuestro reino. Sabes que en milenios jamás practicamos esa actitud y por eso hemos sido bendecidos con la nominación de reino de paz, siendo considerados el semillero del futuro del universo. No puedes olvidar ese mandato. No DEBES olvidarlo –

–Y no lo he olvidado Heras, sé muy bien para qué estoy aquí en estos momentos. Sabemos que de nosotros depende poder salvar la civilización de la maldad de la oscuridad, que patrocina el horror de la guerra, y grandes miserias. No he olvidado de dónde vengo y a dónde pertenezco –

–Pero tampoco he olvidado que para ello debí convertirme en uno de ellos, compartir su vida, conocerlos, ser uno más, y al hacerlo, descubrí una dimensión del amor que nunca había sentido antes. Amo profundamente a Eloísa, y siento que la amo por lo que es, y por lo que me da todos los días.

–Hablaré con Dellos, dijo Heras. Eres muy importante para él, pero no puede mostrar debilidad por ti ante el consejo de elfos de nuestro reino. Tú eres un elfo, no debes olvidarlo; y como tal, eres un soldado de paz, que debe velar por la continuidad de nuestro reino. Pero, para ello, necesitamos que Clara se nos una prontamente para poder hacer de ella, todo lo que está predestinada a ser –

–Sabes que lo estoy intentando. Tú, Dellos y todo el consejo saben que todas las noches hago que Clara viaje por nuestro reino, que disfrute de estar allí, que lo conozca, que pierda el miedo a……dejar atrás lo que ha conocido hasta ahora –

–Pero, sabes que cuanto más tiempo pase Clara en este mundo, más difícil le será venir a donde pertenece, a Bellitania, nuestro mundo, su mundo, para desde allí poder revertir el presente y sobre todo el futuro –

–Si bien Clara es mi hija, también lo es de Eloísa, y en consecuencia creo tiene el derecho a elegir; pero aún es muy pequeña para hacerlo, por lo que necesito más tiempo. Tiempo para que conozca nuestro reino, nuestra forma de vivir, nuestras enseñanzas, para que, en un futuro, nos elija convencida de su decisión–

–¿Papi? ¿Te pasa algo? –dijo Clara, quien había regresado del baño con las pantuflas de su padre, lo que la hacía caminar graciosamente por que debía levantar mucho más sus pies de lo que hubiese sido necesario si hubiese tenido las suyas.

–Nada princesa –dijo, haciendo un esfuerzo por que la mentira que salía de sus labios no fuese obvia para su hija. –Te estaba esperando–.

–Me pareció que estabas triste papi –

–Para nada Clarita, estaba pensando cosas del trabajo, pero no pasa nada mi bella princesa. Apúrate que debes ir a desayunar para ir a la escuela –

Clara fue a su armario para buscar la ropa para vestirse, mientras Iván miraba a su hija con una mezcla de ternura y desasosiego, por la incertidumbre del futuro de Clara, de Eloísa, y de todo lo que él había construido todos estos años. Sentía una puja interna entre su deber y sus deseos más profundos.

Ensimismado en sus sentimientos se encontraba cuando escuchó:

–¡Papi, papi mira, mis pantuflas! ¿Cómo habrán llegado allí? –

Entonces Iván, mirando agradecidamente a Heras, e interpretando que ese hecho había sido un sí a su pedido de tiempo, le esbozó una sonrisa discreta para que Clara no lo notara.

–Debe haber sido mami, princesa. Sabes que ella es muy ordenada –

Ayudó a Clara a vestirse y de la mano, bajaron las escaleras como cada mañana.

9

En su oficina Clara comenzó a tranquilizarse luego de llorar intensamente. No podía dar crédito a lo que había vivido, ya que era ilógico desde cualquier punto de vista que se intentase analizar. Mucho más para una científica que estaba acostumbrada al manejo de la evidencia.

–Necesito tranquilizarme –pensó; –y lo primero que debo hacer es sacarme esta ropa mojada, no vaya a pescarme un resfriado –

Antes de entrar a su baño decidió buscar qué clase de ropa había dejado en el guardarropa de la oficina, a los efectos de poder cambiarse. Por suerte encontró un sweater liviano y un traje de pollera y saco que alguna vez había decidido traer de su casa, por si algún acto protocolar la sorprendía.

–Esto servirá, aunque no tengo zapatos y estos están empapados maldición –Entonces recordó que podía intentar secarlos con el secador de manos del baño de su oficina.

Ingresó al baño y se sacó su ropa mojada, incluida su ropa interior. Cuando estaba en el baño sintió que Ana ingresaba a la oficina con el café que le había pedido. Le dijo que lo dejase tapado en el escritorio pues iba a tardar un tiempo hasta poder salir del baño.

Ana le ofreció mantenerlo en la secretaría hasta que estuviese lista, para entonces calentarlo en el microondas y traérselo. –Usted no se preocupe doctora, siga con lo que está haciendo; falta poco menos de una hora para la reunión con el doctor. Lo importante es que se cambie y esté lista a tiempo; yo me ocuparé de que nadie la moleste–, dijo, tras lo cual cerró la puerta abandonando la oficina.

Clara tardó más o menos media hora en poder secar su ropa interior, vestirse con lo que tenía en su oficina, agradeciendo haber encontrado un par de medias sin abrir en un cajón de su escritorio, ya que no se había puesto esta mañana por llevar un jean.

Por suerte pudo secar sus chatitas fácilmente en el secador de manos del baño, las cuales no quedaban muy bien con el traje, pero le permitieron salir del paso.

Lo que no podía dominar eran sus rizos, que comenzaban a alborotarse más y más. –Necesito una hebilla para el cabello, no tengo otra opción que sujetarlo –No encontró nada para ello. Llamó entonces a Ana pidiéndole que le calentase el café y se lo trajese.

Ana ingresó con el café –por suerte encontró esa ropa doctora, y a tiempo para la reunión. Todavía faltan diez minutos –

–¿Sería mucho pedir que tuvieses alguna hebilla para el cabello que puedas prestarme Ana? –

Esta se quedó pensando, y como si recordase algo salió rápidamente de la oficina de Clara, volviendo en un santiamén con una cinta de seda color azul oscuro.

–¿Será suficiente para salir del paso doctora? –

–Eres mi ángel de la guarda Ana! Me has salvado de esta maraña incontrolable. ¡Gracias! –Tomó los papeles de su escritorio que creía podía necesitar para la reunión y dejó la oficina.

–Doctora Frers! No olvide su café –, dijo Ana saliendo al pasillo, y entregándoselo volvió a su escritorio.

Clara caminaba por los pasillos rumbo a la reunión cuando se cruzó con Mercedes que llegaba del exterior del edificio.

–¿Cómo está tu hijo Mercedes? ¿Cedió la fiebre? –

–Por suerte sí, ya mi esposo había llamado al médico. A veces me siento muy mal de que sea él a quien siempre llaman de la escuela. Deben pensar que su madre es una especie de monstruo que nunca tiene tiempo para ocuparse de sus hijos –

–No pienses así Mercedes, lo hacen porque saben que a él le es mucho más fácil poder retirarlo por el tipo de trabajo que tiene. Obviamente ustedes lo han dejado así de claro en la escuela, y eso obedece a un acuerdo que tuvieron como pareja. No tienes que sentirte mal, no tienes por qué dar ninguna explicación a nadie –

–Es que a veces pienso si este trabajo vale la pena todo el sacrificio que tiene que hacer mi familia. Me pregunto ¿qué recordarán mis hijos cuando sean grandes? ¿Recordarán que tuvieron una madre a su lado o que tenían un padre con el que siempre podían contar ya que yo no estaba? –, dijo Mercedes entre triste y preocupada.

–Juan está mejor, y sabes qué me dijo? No te preocupes mami, vuelve al trabajo, yo me quedo con papi. Si cariño –me dijo mi esposo, –vuelve tranquila, todo está bajo control. Aquí te esperaremos los tres–

De golpe oyó a su esposo llamar a Fernando, su hijo mayor, que también había dejado la escuela para acompañar a su hermano con el permiso de su esposo y de la dirección de la escuela.

–Ven Fernando, vengan ambos a mi cama, miraremos televisión juntos. Les propongo que Juan se acueste en mi cama y elija el programa de televisión mientras tú y yo hacemos unas palomitas de maíz y volvemos cuando estén listas para mirar juntos. ¿Les parece? –

Mercedes sintió que estaba absolutamente de más; su esposo Walter había acomodado la situación, como siempre, y tenía todo bajo control. Asique, miró su reloj y viendo que estaba a tiempo de regresar al Instituto para la reunión, abandonó su casa completamente segura de que nadie se había dado cuenta de que había salido.

–¿Te das cuenta Clara?; no soy necesaria para ellos –

–No digas eso Mercedes, eres completamente necesaria, tus hijos se quedaron tranquilos porque saben que a la noche te volverán a ver. No te culpes de nada –, le dijo tratando de tranquilizarla, entendiendo que esas palabras eran las que Mercedes estaba necesitando escuchar en ese momento.

Mirándola con los ojos humedecidos, le dijo –ojalá sea cierto–, y dándole un abrazo entró en la sala de reuniones.

Clara dudó si lo que le había dicho era cierto. Ella rememoró su propia historia, esa que no quería recordar, ya que no entendía por qué, una infancia tan feliz, había cambiado un día de golpe; un día que no quería recordar.

Sintió la necesidad de volver a su oficina y estar sola unos minutos antes de la reunión. No estaba en condiciones de comenzar, con toda la angustia de lo que había vivido al intentar almorzar, sumado a lo relatado por Mercedes que había disparado su memoria evocada.

Volvió rápidamente a su oficina y antes de entrar se cruzó con Ana a la que le pidió que informase al director que debía hacer una llamada urgente y que iría a la reunión tan pronto como pudiese.

–No se preocupe doctora, lo informaré –dijo Ana, sintiendo que Clara no se encontraba bien.

Entró en su oficina, sentándose en su sillón del escritorio mirando hacia la ventana. Pudo ver como la lluvia había amainado en su furia hasta convertirse en una tenue llovizna.

Observó cómo pequeñas gotas se deslizaban por el vidrio, cuando, de pronto, mimetizándose con el tiempo, comenzaron a caer lágrimas por sus mejillas; y así, sin darse cuenta y agotada por todo lo vivido, se quedó dormida.

10

–Clara apúrate con el desayuno, el transporte escolar está por llegar –

–Si mami, ya casi termino –

Clara bebió rápidamente su taza de chocolate con leche que tanto le gustaba y al escuchar la bocina del transporte tomó un bocadillo y colgándose del cuello de su madre dándole un profundo beso, se dirigió a la puerta donde se encontraba Iván con su tapado, su boina y su portafolios.

Se los puso rápidamente, y tomándola de la mano abrió la puerta acompañándola hasta la calle. Cuando el transporte abrió la puerta, se arrodilló y dándole un gran abrazo le entregó su portafolios y la ayudó a subir.

–Hasta la tarde princesa. Que tengas un maravilloso día –

–Adiós papi, nos vemos –, sentándose feliz en uno de los asientos que aún se encontraban libres.

A las seis de la tarde Clara volvió a su casa. El transporte detuvo su marcha en el frente y bajó casi corriendo. Don Juan, el chofer, que era bastante cascarrabias le gritó:

–¡Niña! ¡No bajes así del transporte Si te caes la culpa será mía! Además, debes esperar que alguien te reciba. ¡Esas son las reglas! –

–Perdón don Juan, no volverá a suceder –dijo Eloísa a mitad de camino en la vereda. –Cariño, ¡te he dicho que debes esperarme antes de bajar! Don Juan tiene razón y las reglas son que alguien debe estar allí antes de que los niños desciendan –le dijo poniendo cara de enojada para que don Juan la viese.

Pero cuando el transporte arrancó abrazó a su hija con todo amor y arrodillándose para darle un beso en su naricita y tomándola de la mano le dijo:

–Que sea la última vez Clara que bajas sin que tu padre o yo estemos en la vereda. Es por tu bien, ¿de acuerdo? –

–Si mami, perdón, no lo volveré a hacer, lo prometo –dijo abrazada a las piernas de su madre. Luego de lo cual saltando entró a su casa.

Subió a su cuarto rápidamente y al entrar volvió a sentir esa fresca ráfaga de aire que sacudió sus rizos, se acercó a la ventana que se encontraba entreabierta dándose cuenta que se había armado una corriente de aire al abrir la puerta que provocó esa suave ráfaga de viento. Asique no dándole importancia dejó su portafolios al costado de su pequeño escritorio que estaba debajo de la ventana, y parándose en la silla intentó cerrar la ventana.

Sabía que no debía hacerlo; sus padres le tenían prohibido subirse y acercarse a la ventana porque quedaba demasiado expuesta a una probable caída.

–No debo hacerlo –pensó, y bajándose de la silla se sacó su abrigo para ir al baño a lavarse para merendar.

El baño quedaba justo enfrente de la puerta de su cuarto. Entró, acercó un pequeño banco color rosa que tenía al costado del lavatorio sobre el cual Clara se paraba para poder verse en el espejo. Estaba lavándose cuando de pronto levanta la vista y mirando el espejo sobre el lavatorio observó que la ventana de su cuarto se encontraba cerrada.

–¿Mami? ¿Estás aquí arriba?....... –Eloísa no contestaba.

–¿Mami?...... –seguía el silencio. Terminó de lavar sus manos, bajó del pequeño banco y se secó sus manos con su toalla. Salió del baño y mirando a ambos lados del pasillo buscó a su madre, pero no la encontró.

Abrió la puerta entornada de su cuarto sintiendo nuevamente esa fresca ráfaga de aire, pero esta vez la ventana estaba cerrada.

–Mamá ya debe haber bajado –pensó, entonces se apuró a ir a la cocina. En ningún momento notó como un halo de colores la rodeaba mientras estaba subida a la silla, y del mismo modo tampoco vio como Heras, luego de protegerla con sus suaves alas azules había cerrado la ventana, volviendo a su lugar desde dónde siempre la protegía.

Clara entró a la cocina y arrojándole sus brazos a Eloísa, quien se agachó para abrazarla y levantarla le dijo:

–Gracias mami; gracias por cerrar la ventana –

–¿Qué dices Clarita? –Acaso me agradeces que haya arreglado tu cuarto cariño?; gracias por reconocer las tareas de ama de casa que hace todos los días tu madre hija, pero es mi obligación –

–No mami, yo me refería a….

–No me lo agradezcas hija; ahora toma tu leche, para que crezcas sana y fuerte y ponte con tu tarea, así está todo listo para cuando venga tu padre y podamos cenar los tres –

Y así lo hizo Clara, olvidándose de su cuarto y abriendo sus cuadernos para ocuparse de sus tareas mientras Eloísa en un costado de la cocina se preparaba para planchar la ropa.

11

Clara se despertó súbitamente al escuchar que golpeaban la puerta de su oficina. Era Ana, preguntándole si necesitaba algo. Miró su reloj y se dio cuenta que se había dormido por lo menos veinte minutos.

–¡Debe haber comenzado la reunión, diablos!!, Dumas estará buscándome –

–Ya salgo Ana, estoy buscando unos papeles –mintió.

–No se preocupe doctora, el Doctor tuvo que atender unas personas que habían llegado, asique la reunión está recién por empezar. ¿Está usted bien? ¿Necesita algo? –

Agradecida por quienes hubiesen ido a buscar a Dumas, entró al baño para arreglarse un poco y lavarse la cara. Abrió la puerta de la oficina, agradeciéndole a Ana por su preocupación, y se encaminó hacia la sala de reuniones, sin darle tiempo a que le pudiese mirar de cerca las bolsas debajo de sus ojos por haberse quedado dormida luego de llorar.

Al ingresar a la sala se encontró con Mercedes quien se quejaba por haber vuelto corriendo de su casa dejando a su hijo enfermo al cuidado de su esposo, y estar perdiendo el tiempo porque Dumas se había retirado. Eso estaba comentando mientras Clara, observando al resto del equipo sentado a la mesa, ubicó entre ellos a su becario, quien disimuladamente se levantó de la silla donde estaba para sentarse en otra más alejada de Clara.

–¿Me está evitando, o estoy medio paranoica? –

Lo dijo en voz alta, por lo que Mercedes le preguntó a quien se refería; estaba segura que todos en la oficina la habían escuchado, pero Puertas, haciéndose el desentendido, simulaba no haber escuchado nada. Decidida estaba a levantarse e ir a buscarlo cuando de pronto se abrió la puerta y entró Dumas a la oficina.

–Te has salvado por ahora muchacho –pensó, volviendo a sentarse en el mismo lugar.

–Buenas tardes a todos –dijo Dumas; –disculpen la demora, pero tenía que arreglar asuntos tan importantes como imprevistos para el día de hoy, los que seguramente servirán a los fines de este Instituto. En cuanto pueda, y estén más formalmente encaminados, procederé a informarles al respecto –

Nadie se sintió sorprendido por las palabras de Dumas, ni por su forma escurridiza de decirlas, que rayaba habitualmente con lo misterioso; como tratando de provocar entre sus dirigidos, preguntas para tener el placer de no contestarlas haciéndose el importante.

Pero el tiro le salió por la culata, ya que, acostumbrados a estas triquiñuelas, nadie le hizo ninguna pregunta. Luego de unos instantes esperando el requerimiento de información de alguno, y dado que nadie lo hacía, se dirigió a Ana pidiéndole que le acercase la orden del día.

–Aquí está Doctor, se la dejé en la cabecera de la mesa quince minutos antes de la reunión programada. Probablemente colocó algunos papeles encima y por eso no la ha visto. Enseguida se la busco–, y diciendo esto comenzó desde un costado de Dumas a revisar la pila de papeles.

–Hasta que Ana encuentre los papeles, podríamos comenzar la reunión con un informe de cada uno, contando el estado de avance de sus investigaciones, así aprovechamos el tiempo ya que nunca está de más conocer lo que cada uno está haciendo, como una puesta en común de los avances y del grado de consecución de los objetivos de sus trabajos –

Todos se sintieron sorprendidos, ya que al no saber que esto iba a ocurrir nadie tenía una presentación disponible a la altura de las circunstancias. Comenzaron a mirarse como tratando de encontrar la persona con capacidad de expresarlo, y de pronto Clara sintió que todos los ojos se posaban en ella. Entonces, entre molesta, pero también orgullosa de que todos supiesen que siempre estaba lista para relatar sus avances, estaba por comenzar a hablar cuando escucha a Dumas decir:

–Licenciado Puertas, sería bueno que comenzase usted. Siempre empezamos por los investigadores senior, y pocas veces tenemos tiempo de escuchar a los jóvenes investigadores; somos todo oídos –

Clara percibió un extraño placer al ver la incomodidad de Puertas; razón por la cual lejos de sentirse enojada por la interrupción, apoyándose en el respaldo de su sillón giró hacia el joven, mostrando gran interés por escucharlo. Lo miró desafiante a los ojos, disfrutando ver cómo la frente del becario empezaba a cubrirse con pequeñas gotas de sudor.

–Ahora quiero verte –pensó.

Cuando Carlos Puertas estaba por desmayarse intentando conseguir que alguna palabra coherente saliese de su boca, se escuchó a Dumas diciendo:

–Disculpe Licenciado, aquí Ana ha encontrado el orden del día, y dado que hemos comenzado bastante más tarde de lo previsto, ¿dejemos su informe para la próxima reunión le parece? –

Carlos Puertas no podía creerlo; fue como si la providencia se hubiese apiadado de sí salvándolo de lo que hubiese sido una reprimenda segura tanto del Director como de la Doctora Frers.

–Como usted diga doctor, no se haga ningún problema. Seguramente no faltará oportunidad de mostrarle tanto a usted como a todos los investigadores el estado de avance de mi investigación –, dicho lo cual se sentó en el momento justo, antes de que la fuerza de sus piernas lo abandonase.

Al hacerlo se encontró con los ojos de Clara que lo miraban con una furia inusitada; tan fuerte era la mirada que no pudo mantenerla bajando sus ojos hacia la mesa de inmediato, buscando en su bolsillo un pañuelo para secar su frente.