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Una nueva serie televisiva, basada en las novelas de la saga Virgin River de Robyn Carr, se emitirá en Netflix. "Virgin River la saga en la que se basa la serie de televisión emitida por Netflix de drama romántico, que no te puedes perder" Las Navidades anteriores, Marcie Sullivan se había despedido para siempre de su marido. Un año después, había ido a buscar al hombre que salvó la vida de Bobby y le concedió tres años más para amarlo.Hacía cuatro años, el marine Ian Buchanan arrastró el cuerpo malherido de su compañero Bobby hasta el hospital de campaña en Faluya. Luego, desapareció en cuanto su batallón volvió a su país.Marcie siguió el rastro de Ian hasta el pueblo de Virgin River, y se encontró con un hombre tan herido por dentro como Bobby lo estuvo por fuera. Sin embargo, a medida que Marcie iba conociéndolo, también iba descubriendo un alma dulce y atormentada detrás de una superficie huraña. Ian no sabía qué hacer con esa viuda joven y decidida que lo obligaba a mirar hacia un pasado doloroso y, lo que era peor, hacia un futuro incierto. Sin embargo, quizá fuera ya el momento de ahuyentar a los fantasmas y abrir el corazón.
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Seitenzahl: 364
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
Un nuevo día
Título original: A Virgin River Christmas
© 2008, Robyn Carr
© 2021, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.
Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.
© Traductor: Juan Larrea Paguaga
Publicada originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.
Diseño de cubierta: Harlequin Enterprises, Ltd.
Imágenes de cubierta: iStock y Shutterstock
I.S.B.N.: 978-84-18623-30-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
Estamos orgullosos de presentaros, una vez más, una fascinante novela de Robyn Carr. Con su habitual maestría, nos retrata dos personajes heridos y con un pasado contra el que luchar. Los dos tratan de afrontar los duros golpes del destino, pero en sus corazones comienza a nacer una nueva esperanza que puede llevar la serenidad y el amor a sus vidas.
Ésta es una novela que transcurre en Virgin River y forma parte de una serie de historias que Robyn Carr está ambientando en este lugar. Cada uno de los libros es independiente y puede leerse sin necesidad de haber leído los anteriores. Hay personajes ya conocidos, hay personajes recién llegados, pero existe sobre todo la sensación de que estás en casa y de que es un lugar donde curar las heridas.
Para los que no hayan leído los libros anteriores, bienvenidos a este fantástico lugar. Se van a encontrar con unas historias contemporáneas tremendamente actuales y emocionantes. Y para los que ya lo conocéis esperamos que disfrutéis de esta nueva historia.
Es para nosotros un privilegio ofreceros a todos este libro.
Los editores
Era una mañana gélida de noviembre, el sol asomaba por el horizonte y Marcie estaba temblando junto a su Volkswagen color verde lima. Tenía el equipaje, estaba preparada y también estaba tan emocionada como asustada por lo que iba a emprender. En el asiento trasero tenía una pequeña nevera portátil con refrescos y algo de comer. En el asiento del acompañante había un termo con café caliente y en el maletero había metido una caja de agua embotellada. También se había comprado un saco de dormir por si no le gustaba el motel y en la bolsa de lona llevaba vaqueros, jerseys, calcetines gruesos y botas; lo más indicado para recorrer los pequeños pueblos de las montañas. Estaba deseando ponerse en camino, pero Drew, su hermano menor, y Erin, su hermana mayor, estaban alargando la despedida.
—¿Tienes las tarjetas telefónicas que te di por si el móvil no tiene cobertura? —le preguntó Erin.
—Las tengo.
—¿Estás segura de que llevas suficiente dinero?
—Estoy segura.
—Faltan menos de dos semanas para el Día de Acción de Gracias.
—No creo que tarde tanto —afirmó Marcie para evitar otra discusión—. Encontraré a Ian enseguida. Creo que ya he delimitado mucho su posible paradero.
—Vuelve a pensártelo, Marcie —insistió Erin intentándolo por última vez—. Conozco a algunos de los mejores detectives… el despacho de abogados los emplea constantemente. Podemos encontrar a Ian y entregarle las cosas que quieres darle.
—Ya lo hemos discutido —replicó Marcie—. Quiero verlo y hablar con él.
—Podemos encontrarlo primero y luego podrías…
—Díselo tú, Drew —le suplicó Marcie.
Drew tomó aliento.
—Va a encontrarlo, hablar con él, averiguar qué le pasa, pasar algún tiempo con él, darle los cromos de béisbol, enseñarle la carta y luego volverá a casa.
—Pero nosotros podríamos…
Marcie apoyó una mano en el brazo de su hermana mayor y la miró con firmeza.
—Basta. No puedo seguir adelante hasta que haga esto y voy a hacerlo a mi manera, no a la vuestra. No hay nada más que hablar. Ya sé que os parece un disparate, pero voy a hacerlo.
Se inclinó y besó a Erin en la mejilla. Su hermana era esbelta, guapa, elegante y sofisticada, no se parecía en nada a Marcie, y había sido como una madre para ella desde que era pequeña. Le costaba mucho dejar de comportarse como una madre.
—No te preocupes —siguió Marcie—, no tienes por qué preocuparte. Tendré cuidado y no tardaré en volver.
Se volvió hacia Drew y también lo besó en la mejilla.
—¿No puedes darle un ansiolítico o algo así?
Drew estaba en la Facultad de Medicina y no podía hacer recetas. Él se rió y abrazó a su hermana.
—Acaba con todo esto lo antes posible. Erin va a volverme loco.
—No lo pagues con él —Marcie miró a Erin con los ojos entrecerrados—. Ha sido idea mía y volveré antes de que os hayáis dado cuenta.
Se montó en el coche, se alejó y los dejó en la acera delante de la casa. Consiguió llegar a la autopista antes de notar que los ojos le abrasaban por las lágrimas. Sabía que sus hermanos iban a preocuparse, pero no podía hacer otra cosa.
Bobby, el marido de Marcie, había muerto hacía casi un año, justo antes de Navidad, con veintiséis años. Ocurrió después de pasar tres años en hospitales por una lesión cerebral que sufrió al servir como marine en Irak. Ian Buchanan fue su sargento y mejor amigo; según Bobby, valía por veinte marines. Sin embargo, Ian dejó los marines poco después de que Bobby cayera herido y no volvió a saber nada de él desde entonces.
Desde que supo que Bobby no se repondría, desde que lloró su pérdida mucho antes de que muriera, Marcie había esperado sentir alivio cuando falleciera… al menos, por él. Pensó que estaría preparada para empezar una vida nueva, una vida que había suspendido durante años. A los veintisiete años y ya viuda, tenía mucho tiempo para cosas como viajar, salir o formarse, pero había sido un año improductivo y estaba bloqueada. No podía seguir adelante. No podía dejar de preguntarse por qué el hombre al que Bobby había querido como a un hermano había desaparecido sin llamar ni escribir. Se había distanciado de su padre y sus hermanos, también marines. Se había distanciado de ella, la mujer de su mejor amigo.
Además, estaban esos cromos de béisbol. Si hacía un esfuerzo inmenso de imaginación, no podía imaginarse nada que su hermana abogada considerara más ridículo que su empeño en que Ian tuviera los cromos de béisbol que habían sido de Bobby. Sin embargo, desde que conoció a Bobby, cuando tenía catorce años, supo lo obsesionado que estaba con su colección. Se sabía de memoria todos los jugadores y datos estadísticos. Resultó que Ian también era un loco del béisbol y que tenía una colección y ella sabía, por las cartas de Bobby, que habían hablado de hacer un intercambio. Bobby e Ian habían hablado de cambiarse cromos de béisbol mientras perseguían insurgentes por el desierto o eludían atentados suicidas en las ciudades, era un disparate.
También estaba la carta que Bobby le escribió desde Irak antes de que lo hirieran. Sólo hablaba de Ian y de lo orgulloso que se sentiría si llegaba a ser como él. Era un marine de los pies a la cabeza estuvieran metidos hasta el cuello en una batalla o llorando por una carta de amor; era un hombre que se metía en los jaleos con los suyos, que los encabezaba con fuerza y valor, que nunca los defraudaba y permanecía siempre a su lado. Era divertido y los hacía reír, pero era un sargento exigente que también los obligaba a trabajar mucho, a aprender y a seguir todas las reglas al pie de la letra para que no corrieran riesgos. En esa misma carta, Bobby le dijo que esperaba que ella lo respaldara si decidía seguir esa profesión. Como había hecho Ian Buchanan. Se sentiría muy orgulloso si llegaba a ser la mitad de hombre que era Ian; todos lo consideraban un héroe, alguien camino de convertirse en una leyenda. Marcie no estaba segura de que pudiera desprenderse de la carta, aunque trataba toda sobre Ian, pero él tenía que verla; Ian tenía que saber lo que sentía Bobby por él.
Había pasado un año desde que Bobby murió plácida y silenciosamente y ella había pasado su cumpleaños, su aniversario y todas las vacaciones, pero tenía la sensación de que ese asunto seguía sin estar resuelto; como si faltara una pieza muy grande para terminar con todo.
Ian le había salvado la vida a Bobby. No lo consiguió completamente, pero arriesgó la vida para llevar a Bobby a un sitio seguro… y luego desapareció. Era algo omnipresente, algo que tenía que zanjar.
No tenía mucho dinero, llevaba cinco años con el mismo empleo de secretaria. Era un buen empleo con gente buena, pero con un sueldo que no sería suficiente para mantener a una familia. Tuvo la suerte de que su jefe le dio todo el tiempo que quiso cuando Bobby resultó herido, porque primero tuvo que viajar a Alemania y luego a Washington para estar cerca de él. Además, los gastos fueron enormes, mucho mayores de los que podían costear con la paga de él. Como marine que llevaba tres años alistado, ganaba menos de mil quinientos dólares al mes. Exprimió al máximo las tarjetas de crédito y pidió préstamos pese a que Erin y la familia de Bobby estuvieron dispuestas a ayudarla. Al final, su seguro de vida militar fue insuficiente para pagar las facturas y su indemnización por viudedad tampoco fue muy elevada.
El milagro fue conseguir que lo mandaran a Chico, a su tierra. Algo que seguramente debía al empeño e insistencia de Erin. Muchas familias de soldados impedidos al cien por cien o que necesitaban un tratamiento a largo plazo tenían que irse a vivir cerca del paciente porque la Administración no podía mandar al paciente a sus casas. Sin embargo, Erin consiguió que lo ingresaran en un centro de atención médica privado sufragado por el Programa de Atención Médica y Sanitaria para Civiles de los Servicios Castrenses. La mayoría de los soldados no tenían tanta suerte. Era un servicio complicado y bastante saturado por la cantidad de heridos. Erin se ocupó de todo y empleó su brillante cerebro de abogada para conseguir todas las ventajas y retribuciones posibles. Erin no quiso que Marcie además tuviera que preocuparse por el dinero. Erin lo hizo todo, incluso pagó los gastos domésticos. Además, también conseguía costear los estudios de Medicina de Drew.
Por eso, no aceptó ni un centavo de ella para hacer ese viaje. Erin ya le había dado demasiado. Drew tenía algún dinero para gastos, pero no era gran cosa y él era un estudiante de Medicina pobre. Habría sido más juicioso esperar a la primavera, hasta que hubiera podido reunir algo más de dinero para emprender ese viaje a las montañas del norte de California y buscar a Ian Buchanan, pero la proximidad del aniversario de la muerte de Bobby y de la Navidad hicieron que deseara con toda su alma zanjar definitivamente ese asunto. No podía dejar de pensar en que sería maravilloso tener las respuestas y retomar el contacto antes de las vacaciones. Estaba dispuesta a encontrarlo y a acabar con los fantasmas. Luego, cada uno seguiría con su vida…
Marcie Sullivan entró con su Volkswagen en el pueblo. Era el sexto pueblo que visitaba ese día y se encontró con que estaban adornando un árbol de Navidad. La gente que lo adornaba parecía demasiado pequeña para semejante tarea; el árbol era gigantesco.
Aparcó delante de una cabaña muy grande con un porche y se bajó. Tres mujeres se afanaban con el abeto de Navidad que medía casi diez metros. Una era de su edad, tenía el pelo castaño y sujetaba una caja abierta, quizá, con adornos. Otra era mayor, con el pelo blanco y gafas de montura negra y señalaba hacia arriba, como si estuviera al mando. La tercera era una rubia muy guapa que estaba subida a una escalera de tijera. El árbol se alzaba entre la cabaña y una vieja iglesia, de madera, con dos torres altas y una vidriera todavía intacta; una iglesia que debió de ser muy bonita en algún momento. Mientras las miraba, un hombre salió al porche de la cabaña, se detuvo, soltó una maldición y fue hasta la escalera con unas zancadas enormes.
—No te muevas; ni respires —dijo él en voz baja pero con tono imperativo.
Subió hasta que alcanzó a la rubia y la agarró con un brazo entre lo que le pareció un ligero abultamiento por el embarazo y los pechos.
—Baja despacio —le ordenó.
—¡Jack! —exclamó ella—. ¡Déjame en paz!
—Si es necesario, te bajaré a la fuerza. Baja la escalera despacio, inmediatamente.
—Por amor de…
—Inmediatamente —repitió él sin inmutarse.
Ella empezó a bajar poco a poco mientras él la sujetaba. Cuando llegaron abajo, ella se puso en jarras y lo miró con furia.
—¡Sabía perfectamente lo que estaba haciendo!
—¿No tienes dos dedos de frente? ¿Qué pasaría si te cayeras?
—Es una escalera muy buena. ¡No iba a caerme!
—Puedes discutir lo que quieras, pero no voy a dejar que te subas a una escalera en tu estado —replicó él también en jarras—. Me quedaré vigilándote si hace falta.
Él miró a las otras dos mujeres.
—Le dije que creía que no iba a parecerte bien —se justificó la del pelo castaño mientras se encogía de hombros.
Él miró con furia a la mujer de pelo blanco.
—Yo no me meto en asuntos domésticos. Es asunto vuestro, no mío —se defendió ella mientras se subía las gafas en la nariz.
Marcie sintió añoranza. Sólo llevaba unas semanas por esa zona, pero echaba de menos las disputas familiares, a sus amigas y el trabajo. Añoraba a la mandona de su hermana mayor, al bobo de su hermano pequeño y a la novia de turno que lo tuviera apesadumbrado. Echaba de menos a la enorme, divertida y apasionada familia de su difunto marido.
No había ido a casa a pasar el Día de Acción de Gracias; le había dado miedo ir un par de días y no poder escapar por segunda vez de las garras de Erin. Su casa estaba en Chico, California, a un par de horas de allí, pero ni su hermana ni su hermano ni la familia de Bobby creían que lo que estaba haciendo fuera una buena idea. Por eso, había llamado, había mentido y había contado que tenía algunas pistas sobre Ian y que estaba a punto de encontrarlo. Cada vez que llamaba, un día sí y otro no, decía que estaba acercándose, cuando no era verdad, pero tampoco estaba dispuesta a tirar la toalla.
Sin embargo, una amenaza se cernía sobre su cabeza: le quedaba muy poco dinero. Últimamente había dormido en el coche para ahorrarse el motel y era muy incómodo porque la temperatura bajaba mucho en la montaña. Era principios de diciembre y en cualquier momento empezaría a nevar o podía encontrarse con hielo en la carretera y salir disparada con el coche como un misil ladera abajo.
Sencillamente, no podía soportar la idea de volver a casa sin haber cumplido esa misión. Si no lo conseguía, volvería para reunir algo de dinero y lo intentaría otra vez. No podía rendirse, ni por él ni por ella.
Todo el mundo estaba observándola. Nerviosamente, se echó por encima del hombro el pelo rojo, ondulado y rebelde.
—Si quiere… yo… mmm… podría subir. No me dan miedo las alturas… ni nada…
—No hace falta que suba a la escalera —replicó la rubia con un tono más delicado y una sonrisa.
—Yo subiré —intervino el hombre—. O pediré a alguien que suba a la maldita escalera, pero tú no vas a subir.
—¡Jack! ¡Sé un poco considerado!
—No se preocupe por la escalera —siguió él con más calma—. ¿Podemos ayudarla en algo?
—Yo…
Marcie se acercó al grupo, sacó una foto del bolsillo interior del chaleco y se la enseñó al hombre.
—Estoy buscando a alguien. Se esfumó hace algo más de tres años, pero sé que anda por aquí. Al parecer, recoge el correo en la oficina de correos de Fortuna.
—¡Caray! —exclamó él.
—¿Lo conoce? —preguntó ella con esperanza.
—No —contestó él sacudiendo la cabeza—. No lo conozco y es muy raro. Es un marine —lo comprendió al ver la foto oficial de Ian—. No puedo creerme que haya un marine en ochenta kilómetros a la redonda y yo no lo sepa.
—Es posible que no lo haya dicho; los marines y él tuvieron una relación algo tormentosa al final. Al menos, eso he oído…
Él volvió a mirarla con un gesto mucho más afable.
—Me llamo Jack Sheridan. Mi esposa, Mel y Paige —dijo señalando con la cabeza a la más joven—. Ella es Hope McCrea, la entrometida del pueblo.
Extendió una mano y Marcie se la estrechó.
—Marcie Sullivan —dijo ella.
—¿Por qué busca a este marine? —le preguntó él.
—Es una historia muy larga —contestó ella—. Era amigo de mi difunto marido. Estoy segura de que ya no tiene este aspecto; recibió algunas heridas. Tiene una cicatriz en la mejilla izquierda y no tiene ceja en ese mismo lado de la cara. Además, es muy probable que tenga barba. La tenía la última vez que lo vieron, hace unos tres o cuatro años.
—Por aquí abundan las barbas —comentó Jack—. Es una tierra de leñadores y a veces son un poco desaliñados.
—También habrá cambiado en otros sentidos. Es mayor. Tiene treinta y cinco años y la foto se la hicieron cuando tenía veintiocho.
—¿Era amigo de su marido? ¿De los marines? —quiso corroborar Jack.
—Sí. Me gustaría encontrarlo. Lleva mucho tiempo… sin dar señales de vida.
Jack miró la cara de la foto pensativamente durante un rato.
—Venga al bar. Coma algo y beba una cerveza o lo que quiera. Hábleme de él y por qué quiere encontrarlo.
—¿El bar? —preguntó ella mirando alrededor.
—Es un bar y tiene una parrilla —contestó él con una sonrisa—. Podemos comer, beber y hablar.
—Ah…
A Marcie le rugió el estómago. Eran cerca de las cuatro y no había comido todavía, pero estaba ahorrando para gasolina y pensó que podía olvidarse de la comida durante un tiempo. Quizá encontrara algo barato de verdad para aguantar un poco más, algo como una barra de pan del día anterior que podía untar con la mantequilla de cacahuete que tenía en el coche… Luego, encontraría un sitio seguro para aparcar y pasar la noche.
—Agradeceré un vaso de agua; llevo horas conduciendo y enseñando la foto a cualquiera dispuesto a mirarla, pero no tengo hambre.
—Tengo mucha agua —dijo Jack con una sonrisa mientras la llevaba hacia al porche con una mano en el hombro, pero se paró bruscamente y frunció el ceño—. Siga —le dijo a ella—, voy ahora mismo.
Marcie se dio la vuelta para ver qué estaba haciendo y vio que estaba confiscando la escalera para que su mujer no pudiera subirse otra vez. Era una escalera telescópica y la plegó hasta que pudo llevarla con una mano al bar.
—¡Eres un majadero mandón! —gritó su esposa—. ¿Desde cuándo acepto tus órdenes?
Jack no dijo nada, pero sonrió como si ella le hubiera mandado un beso.
—Póngase por ahí —le dijo Jack a Marcie señalando hacia la barra—. Ahora mismo vuelvo.
Él desapareció con la escalera por una puerta que había detrás de la barra. Ella respiró hondo y pensó, con desesperación, que no podría resistirse a esos aromas. Desde la cocina llegaban oleadas de un olor delicioso, de algo especiado que se cocía a fuego lento, como una sopa de carne, de pan recién hecho; de algo dulce de chocolate.
Cuando Jack volvió, llevaba una bandeja con un cuenco humeante. Lo dejó todo delante de ella: fríjoles, pan de maíz con miel y un cuenco con un poco de ensalada.
—Mmm… Lo siento —se excusó ella—, pero, de verdad, no tengo hambre.
Él sirvió un vaso de cerveza fría del grifo y la boca se le hizo agua. Afortunadamente, no se le cayó la baba en la barra. Tragó saliva. Tenía unos treinta dólares y no podía permitirse una comida como ésa cuando necesitaba hasta el último centavo para gasolina y poder recorrer todos los pueblos de las montañas.
—Muy bien, coma lo que quiera —replicó él—. Pruébelo. Le he enseñado la foto a Predicador, mi cocinero. Él tampoco ha visto a ese hombre. Lo confirmaremos con Mike. Es el policía del pueblo y recorre todos los caminos. Ahora anda por ahí; a lo mejor sabe algo. También hay algunos marines.
—¿Dónde estoy exactamente? —preguntó ella.
—En Virgin River —contestó él—. Seiscientos veintisiete habitantes según el último censo.
—Ah, sale en el mapa.
—Me lo imagino. Somos una auténtica metrópoli en comparación con las aldeas que hay por ahí. Pruébelo —insistió él señalando el cuenco.
A ella le tembló la mano cuando tomó la cuchara y probó unos de los mejores fríjoles que había comido en su vida. Se le deshicieron en la boca y dejó escapar un suspiro.
—Están hechos con venado —le explicó él—. Hace un par de meses conseguimos uno magnífico y cuando pasa eso, tenemos los mejores fríjoles, estofados, hamburguesas y salchichas del mundo durante unos meses. Predicador también hace una cecina de venado increíble.
A ella se le salían los ojos de las órbitas; la comida era maravillosa. Pese a lo que había prometido a Erin y Drew, había comido poco y mal y había dormido en el coche. Cuando Erin viera que los pantalones vaqueros se le caían, la bronca iba a ser monumental.
—¿Te gustaría contarme algo sobre nuestro amigo entre bocado y bocado? —le preguntó Jack.
Qué más daba, se dijo Marcie para sus adentros. Hacía muchos días que no comía decentemente y cuando se quedara sin dinero, no le quedaría más remedio que volver a casa. Sólo le costaría un poco de dinero, quizá tuviera que abandonar las montañas un día antes de lo previsto. ¡Tenía que comer! ¡No podía perseguir a un hombre si se moría de hambre! Dio una par de bocados para matar el gusanillo y un sorbo de cerveza helada para bajarlos. Fue celestial, una sensación sencillamente celestial.
—Se llama Ian Buchanan. Somos de la misma ciudad, pero no nos conocimos de pequeños, aunque Chico es pequeña; unos cincuenta mil habitantes. Ian es ocho años mayor que nosotros. Mi marido y yo nos criamos juntos, fuimos al mismo instituto y nos casamos siendo muy jóvenes, a los diecinueve años. Bobby se alistó en los marines nada más terminar el instituto.
—Yo también —comentó Jack—. Hace veinte años. ¿Cómo se llamaba tu marido?
—Bobby Sullivan. Robert Wilson Sullivan.
—No recuerdo a ningún Bobby Sullivan ni Ian Buchanan. ¿Tienes una foto de tu marido?
Ella sacó una cartera del bolsillo del chaleco, la abrió y se la enseñó a Jack. Había unas fotos metidas en compartimentos de plástico transparente. Ella comió un poco mientras él las echaba una ojeada. Eran la foto de la boda; el retrato oficial de los marines; un par de instantáneas que mostraban su perfil granítico y sus poderosos hombros y brazos y la última foto, una que mostraba a Bobby irreconocible, delgado, pálido, ausente, con los ojos abiertos pero con la mirada perdida y en la cama de un hospital. Marcie estaba a su lado con la cabeza de él apoyada en el hombro y sonriendo.
Jack levantó los ojos de las fotos y la miró con seriedad. Ella dejó la cuchara en el cuenco de fríjoles y se limpió los labios con una servilleta.
—Fue a Irak en la primera remesa —le explicó ella—. Tenía veintidós años. Lo hirieron con veintitrés. Sufrió daños en la espina dorsal y el cerebro. Pasó tres años así.
—Pobre chico —la firme voz de Jack se debilitó—. Tuvo que ser espantoso…
Ella parpadeó varias veces, pero no pudo contener las lágrimas.
Efectivamente, hubo momentos espantosos, desoladores, incluso hubo momentos en los que detestó a los marines por haberle obligado a tener que batallar con aquella situación cuando era tan joven. También hubo momentos en los que se tumbó junto a él en la cama, lo abrazó y lo besó en la mejilla mientras recordaba.
—Sí, lo fue algunas veces —contestó ella—. Lo sobrellevamos. Tuvimos mucho apoyo de mi familia y la suya. No estuve sola —tragó saliva—. Creo que él no sufrió.
—¿Cuándo falleció? —preguntó él.
—Hace casi un año, justo antes de Navidad. En calma, con mucha serenidad.
—Mis condolencias.
—Gracias. Ian fue su sargento. Bobby lo adoraba. Me escribía sobre él todo el rato, decía que era el mejor sargento de los marines. Se hicieron buenos amigos casi al instante. Ian era el tipo de oficial que siempre estaba al lado de sus hombres. Bobby se alegró mucho de que fuera de nuestra ciudad. Iban a ser amigos para siempre, incluso cuando dejaran los marines.
—Yo también fui a Irak con el primer envío de soldados. Seguramente estuve allí al mismo tiempo. En Faluya.
—Mmm… Allí es donde pasó todo.
—Lo lamento mucho —Jack le devolvió la cartera—. ¿Por eso estás buscando a Buchanan? ¿Para contárselo?
—A lo mejor ya lo sabe… le escribí varias veces a la oficina de correos de Fortuna. No me devolvieron las cartas y supongo que las recogió.
Jack frunció el ceño con un gesto de curiosidad.
—No sé qué pasó con Ian —siguió Marcie—. Justo después de que hirieran a Bobby, cuando estuvo hospitalizado en Alemania y Washington, escribí a Ian y él me contestó. Quiso saber qué tal estaba Bobby y cómo lo sobrellevaba yo. Me encantaba recibir sus cartas porque podía ver lo que había visto Bobby. Ya me sentía cerca de él por las cartas que me había escrito Bobby, pero cuando empezamos nuestra correspondencia, empecé a conocerlo por mí misma y a sentirlo como a un amigo. No puedo explicarlo… sólo eran cartas y casi todas sobre Bobby, pero creo que… intimamos…
—Muchos soldados crean lazos muy fuertes con sus compañeros. Sobre todo, cuando están en sitios tan aislados como aquél.
—Bueno, Ian no dio muestras de cercanía conmigo, pero yo sí me sentí cerca de él. Entonces, él volvió de Irak, nos visitó una vez y poco después dejó los marines. Se marchó y no volvió a aparecer por Chico. Tuvo algunos problemas con los marines después de Irak. No sé los detalles, pero su padre creía que era un soldado vocacional, aun así, dejó el ejército a la primera oportunidad, justo después de haberlo pasado muy mal —ella dejó escapar una risa cargada de tristeza—. No volvió a llamar ni a escribir. Rompió con su novia, se peleó con su padre y desapareció. Un año después, me enteré de que vivía en los bosques como un ermitaño.
—¿Por qué sabes que está en los bosques?
—Hay un dispensario en Chico y me acogieron bastante bien por Bobby. Algunos de los que iban por allí sabían que quería encontrar a Ian. Estoy segura de que no deberían haberme dicho nada, pero los veteranos… se ayudan los unos a los otros todo lo que pueden. Resultó que Ian se presentó una vez en el dispensario… debía de ser el que tenía más cerca. Dijo que no tenía una dirección porque estaba en el bosque y el pueblo más cercano era Fortuna y allí no había dispensario. Se había hecho un corte cortando leña y necesitaba que le dieran puntos, le pusieran una inyección antitetánica y le dieran antibióticos. Estuvo allí, donde estábamos su padre y nosotros, y ni siquiera llamó para decir que estaba bien o preguntar por Bobby. Eso no encaja con el hombre que mi marido me describió; con el hombre que llegué a conocer.
Jack se quedó en silencio y Marcie comió un poco más. Extendió miel en una rebanada de pan de maíz y se zampó la mitad, desmintiendo que no tuviera hambre.
—Entonces, empecé a mandar cartas a Fortuna, pero él no las contestó. Creo que las escribí más por mí misma que por él y me lo imaginaba leyéndolas. Sin embargo, le propuse que me llamara a cobro revertido, pero nunca supe nada de él.
—¿Y estás buscándolo? —preguntó Jack por fin.
—Voy a encontrarlo —aseguró ella—. Tengo que saber si está bien. Lo he pensado mucho… por lo que sé, ha podido volver de Irak con algún problema muy grave, quizá no con un problema tan evidente a simple vista como el de Bobby. Si fuera así, les reprocharía a los marines que no lo hubieran ayudado.
—Bueno, tienes razón… si necesitaba ayuda, deberían haberlo ayudado, pero intenta no ser demasiado estricta con los marines. Es complicado… ¿formas a un marine para que no tenga miedo y sepa defenderse y luego esperas que pida ayuda…? No cuadra. A lo mejor ha elegido la forma de vida que quería. Cuando yo dejé los marines, busqué un sitio tranquilo donde poder cazar y pescar y encontré Virgin River. También me recluí un tiempo.
—¿Perdiste el contacto con tu familia? —preguntó ella arqueando una ceja—. ¿No contestabas el correo?
Jack no sólo había mantenido un contacto constante con su familia, sino que también lo había mantenido con su escuadrón, y lo agradecía.
—No. Captado.
—Voy a encontrarlo. Hay que resolver algunas cosas, dejarlas zanjadas. ¿Lo entiendes?
—¿Qué pasaría si no está bien? —Jack apoyó las manos en la barra y la miró con intensidad—. Podría estar mal de la cabeza o algo parecido. Podría ser peligroso…
—Él sigue teniendo un padre que está envejeciendo y que está mal. Las cosas se han complicado entre ellos. El señor Buchanan es testarudo, tiene malas pulgas y está anciano, pero estoy segura de que quiere que vuelva independientemente de lo que su hijo sea. Yo querría —replicó ella antes de atacar la ensalada.
—Eso lo entiendo, pero podría ser peligroso para ti —insistió Jack.
—Es posible, pero lo dudo —ella dejó escapar otra risa—. He pasado por la comisaría de policía y por la oficina del sheriff, he visitado todas las gasolineras, tiendas de material de construcción y bares; no tiene antecedentes ni nadie sabe nada de él. Si fuera peligroso, habría llamado la atención, ¿no te parece? Seguramente sea un marine atormentado y deprimido que piensa que es preferible desaparecer a enfrentarse a lo que lleva encima… y estaría equivocado.
—¿Quieres reflexionarlo? —le preguntó él—. Los marines, todos ellos atormentados por la guerra, tienen muchos motivos muy diversos para tomar ese camino, para desaparecer así. Él podría querer olvidar y verte sólo empeoraría las cosas.
—Tú has estado en la guerra y deberías saber algo al respecto…
—¡Tú lo has dicho! Yo también lo he pasado mal, tuve un trastorno de estrés postraumático. Afortunadamente, también tuve mucho apoyo.
—Él sólo tiene treinta y cinco años, puede volver a empezar perfectamente, retomar cualquier relación que haya abandonado y superar el trauma por lo que le ha pasado a Bobby. Su padre pudo ponerse insoportable cuando se pelearon, pero el anciano sigue queriéndolo. Estoy segura —dio un sorbo de cerveza—. A lo mejor perdería el poco dinero que tengo, pero me lo apostaría.
—Entonces, ¿por qué no intenta encontrarlo su padre? —preguntó Jack.
—¿Por qué no lo ha hecho nadie? Su ex novia lo odia por haberla abandonado y su padre tiene setenta y un años y está enfermo, viudo y amargado. Puedo afirmar que es un hombre mezquino y desalmado, pero eso no tiene solución y yo sí puedo volver a conocer al mejor amigo de Bobby. Nos escribimos sólo durante unos meses, pero creí que había llegado a conocerlo… y era afectivo. Lo que voy a decir parecerá una sandez, pero su letra era firme y delicada, lo que escribía era afable y sensible. Me da la sensación de haber perdido a un amigo y… —sonrió a Jack—. Además, nadie es tan obstinado como yo.
—¿Por qué? ¿Por qué eres tan obstinada con esto?
Ella bajó la mirada.
—No puedo pasar página, seguir adelante, hasta que sepa por qué el hombre que mi marido admiraba y adoraba más ha desaparecido de esta manera; nos ha olvidado como lo ha hecho. Por qué ha permitido que el bosque lo engullera y ha perdido el contacto con su familia y amigos. Eso es… lo disparatado. Tengo que saber el motivo. Quiero saber que está bien. Luego, dejaré que todo siga su curso —levantó la mirada—. Luego, es posible que todos podamos seguir nuestro camino.
Jack no pudo evitar esbozar una sonrisa: estaba claro que ella sabía lo que quería. La observó acabar con la ensalada.
—¿Un poco de tarta de chocolate? —le preguntó él.
—No, gracias. Ha sido suficiente —tenía la cartera en la barra y después de beberse la cerveza empezó a repasar los billetes—. ¿Cuánto te debo?
—Estás de broma, ¿verdad? ¿Crees que voy a cobrarte cuando te metes en los bosques a buscar a uno de mis colegas? ¡Por Dios! Te ayudaría, pero ya has visto que no puedo dejar a Melinda ni un segundo. Ni hablar, me encanta darte algo de comer. Cuando quieras. Pásate por aquí habitualmente, llena el estómago y cuéntanos si has sabido algo. Te lo agradeceríamos. Hay un grupo de supervivientes de Faluya por aquí.
—¿Por qué hay marines por aquí?
—Hay marines por todos lados —él sonrió—. Cuando abrí el bar, muchos de mis compañeros de escuadrón empezaron a venir para cazar o pescar. Un par de ellos no tenían otra cosa que hacer y se mudaron aquí. Intentamos ayudarnos… todos para uno —añadió.
Ella cerró la cartera y sonrió con cariño y agradecimiento. Estaba acostumbrada a aceptar cualquier ayuda que pudieran ofrecerle.
—Entonces, me tomaré la tarta.
—¿Y café? —preguntó él.
—Sí, claro —contestó ella con un suspiro de placer.
El café y la cerveza fría eran dos de sus debilidades.
—Es el mejor café que has tomado en tu vida —afirmó él mientras le servía una taza y le dejaba un plato con un trozo de tarta—. Cuando lo encuentres, ¿qué piensas hacer?
—Él fue alguien excepcional para Bobby; sólo me gustaría agradecérselo. Volver a conocerlo como empecé a hacerlo en un momento dado. Tengo algo de Bobby que quiero darle. Pienso preguntarle qué pasó y saber si puedo hacer algo en este momento. A lo mejor, los dos podemos ser más felices una vez que lo asimilemos. Evidentemente, él no ha pasado página y yo necesito atar cabos. ¿No sería maravilloso que los dos pudiéramos conseguirlo? No lo sé… Jack. ¿Es la libertad? ¿La libertad de que el pasado quede en el pasado?
—¿Y si él no quiere hablar? —preguntó Jack con las cejas arqueadas.
Ella se metió un buen trozo de tarta de chocolate en la boca y rebañó la nata del tenedor con los dientes y los labios. Cerró los ojos con una expresión de éxtasis. Luego, sonrió a Jack Sheridan y contestó.
—Entonces, seré su peor pesadilla hasta que entre en razón. No voy a tirar la toalla.
Antes de que Marcie hubiera acabado el café, un hombre hispano y apuesto entró por la puerta lateral. Tenía una expresión de disgusto y un catálogo en la mano.
—Tu mujer quiere que busque el remate perfecto para el árbol —le dijo a Jack—. ¿De quién ha sido la idea?
—Creo que fue tuya —contestó Jack—. Además, no me vengas con quejas… es imposible decorar ese árbol sin una plataforma hidráulica. Voy a alquilar una con tal de no ver a Mel con cuerdas y poleas para llegar a lo más alto. Mike, te presento a Marcie. Marcie, éste es Mike Valenzuela.
—¿Qué tal…? —le saludó ella extendiendo una mano.
Él se la estrechó con una sonrisa.
—Un placer. Esto, el árbol enorme, fue idea de él. Quiso impresionar a su esposa. Ella pidió un árbol grande y él nos mandó al monte hasta que encontramos el árbol más grande que pudimos cortar entero.
Jack, un poco azorado, interrumpió a Mike.
—Marcie está buscando a un marine que se esfumó después de Irak. Enséñale la foto, Marcie.
Ella volvió a sacarla y a explicarle los posibles cambios en su aspecto desde que la tomaron.
—No lo conozco —dijo Mike.
—Ha podido cambiar mucho… —insistió Marcie.
—No conozco esos ojos —replicó Mike.
—¿Tienes alguna idea de dónde puede estar? —preguntó ella con un suspiro.
—Bueno… —Mike se rascó la barbilla—. Yo no lo he visto, pero eso no quiere decir que nadie lo haya visto. Hay mucha gente en las montañas que lleva años allí y no son nada sociables… quizá alguno de ellos lo haya visto.
—¿Puedes decirme adónde ir? —preguntó ella.
—Puedo darte un par de sitios —contestó él—. Lo que es más importante, me gustaría decirte algunos sitios a los que no debes acercarte… hay algunas plantaciones ilegales y los dueños son muy huraños. Algunas veces sus tierras son peligrosas —sacó una servilleta de debajo de la barra y dibujó una línea con el bolígrafo que tenía en el bolsillo de la camisa—. Ésta es la carretera treinta y seis…
En diez minutos dibujó un plano con media docena de cabañas donde vivía gente que podría haber visto a Ian Buchanan. También anotó tres sitios que debería eludir.
Las cabañas que había señalado Mike estaban en caminos de aserraderos abandonados, entre árboles, y eran imposibles de ver desde la carretera. Muchos de esos terrenos montañosos habían sido talados y una vez talados el propietario tenía que esperar entre treinta y cincuenta años para volver a talarlos. Estaban llenos de robles, pinos y abetos de unos quince metros de altura; eran preciosos, pero demasiado jóvenes para cortarlos.
—Yo he recorrido esa zona para saber quién anda por allí. Hay un par de ancianos que viven solos y un par de viudas también ancianas. Hay dos parejas e, incluso, una familia de cinco personas, pero ningún soltero de treinta y cinco años.
—A lo mejor ya no está soltero.
—Estoy seguro de que no hay nadie de esa edad ni con esos ojos —Mike sacudió la cabeza—. Aunque tenga barba.
—Puedes creerlo —intervino Jack—. Era un policía de verdad, de la policía de Los Ángeles, antes de venir aquí, donde no tenemos casi delitos.
—Qué bien —dijo Marcie—. Sin delitos y con un árbol enorme. Me parece que nunca habíais puesto un árbol tan grande.
Los dos se rieron.
—Más de ocho metros —concretó Jack—. Nos consideramos muy hombres al encontrar uno tan grande, hasta que lo cortamos y casi tuvimos que alquilar un camión con plataforma para bajarlo al pueblo. Atamos muy bien las ramas y lo arrastramos con una camioneta, pero eso no fue lo peor. Tardamos un día en levantarlo y colocarlo.
—Dos días —le corrigió Mike—. Al día siguiente, cuando nos levantamos, estaba caído en la calle. Fue un milagro que no cayera encima del tejado del bar.
—¿Por qué ahora? —preguntó ella entre risas—. ¿Intentas impresionar a tu esposa?
—No. Era el momento indicado. Hemos perdido a un compañero en Irak y uno de los chicos de aquí, uno muy especial, entró en los marines. Pensamos que estaría bien levantar un símbolo, un monumento en honor de los hombres y mujeres que están en el ejército. El año que viene creo que buscaremos un símbolo más pequeño, más barato y que no nos desquicie tanto, pero iré a Eureka, buscaré una plataforma hidráulica de alquiler y lo terminaremos. Melinda y las demás mujeres han puesto mucha ilusión en tener un árbol perfecto.
—Es un árbol muy impresionante —comentó Marcie con cierta melancolía.
Por algún motivo, le parecía esencial encontrar a Ian antes de Navidad.
Cuando se marchó, el sol estaba poniéndose y el bar estaba empezando a llenarse de lugareños. Ya había oscurecido y era demasiado tarde para aventurarse por los bosques a buscar las cabañas que le había indicado Mike. Era el momento de buscar un sitio para aparcar y pasar la noche, un sitio seguro que estuviera cerca de una gasolinera donde pudiera asearse por la mañana. Se pondría en marcha al día siguiente, aunque no era muy optimista sobre encontrar a ese hombre. Se había llevado muchos chascos. A esas alturas de la búsqueda, tachar los sitios de su lista era todo un logro.
Sin embargo, antes de ir al coche, se acercó al árbol, que estaba medio adornado hasta una altura de unos cuatro metros. Miró los adornos. Entre las bolas rojas, blancas y azules y las estrellas doradas había divisas como las que se bordan en los uniformes militares: primer batallón del octavo de marines; batallón de operaciones especiales de los marines; división aerotransportada; tercer escuadrón de infantería…
Sintió un nudo en la garganta y se le nubló la vista. Por eso estaba decidida a encontrar a Ian Buchanan; porque esos hombres nunca olvidaban, nunca desaparecían. Tenía que tener algún motivo muy poderoso para que hubiera abandonado a sus compañeros de los marines, a su familia y a su pueblo. No era normal salvar la vida de un camarada y luego no volver a saber nada de él. Habían condecorado a Ian por llevar a Bobby entre fuego enemigo hasta el vehículo de atención médica. Recibió dos disparos y no se detuvo. Era un hombre que no se entregaba, que no rehuía. Entonces, ¿por qué se había escabullido en ese momento?
Los casi treinta dólares le duraron otras treinta y seis horas. Veinticinco acabaron en el depósito de gasolina del coche y con el resto compró dos manzanas y una barra de pan de molde, que se comió con la mantequilla de cacahuete que le quedaba. Luego, volvió al pequeño bar de Virgin River para llamar por teléfono a su hermana; casi había agotado las tarjetas telefónicas porque se había quedado más tiempo del previsto, pero le quedaba algo de saldo. Erin, siete años mayor que ella, se había ocupado de la familia desde hacía mucho tiempo y estaba poniéndose muy nerviosa por su ausencia.
El cocinero, el tipo llamado Predicador, la hizo pasar a la cocina. Marcie llamó a su hermana y le pidió dinero aunque se le encogió el estómago.
—Considéralo un préstamo —le dijo—. Estoy muy cerca y han visto a Ian —le mintió.
—Marcie, hicimos un trato —replicó Erin—. Prometiste que te marcharías un par de semanas y llevas un mes. Ni siquiera viniste el Día de Acción de Gracias.
—No pude. Ya te lo he explicado. Tuve una pista…
—Ha llegado el momento de que vuelvas y pienses en otra forma de encontrarlo.
—No. No voy a parar, no voy a renunciar —Marcie fue tajante.
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