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¿Podría la paternidad y el amor convertir en padre de familia a un hombre con tanto miedo al matrimonio? Aquella noche de pasión arrebatadora hizo que Milla Johnson deseara mucho más del doctor Kyle Bingham. Pero el guapísimo médico no tenía la menor intención de sentar la cabeza y la comadrona debía pensar en su futuro... ahora que había un bebé en camino. El hijo de Kyle. Kyle había crecido en el lado oscuro de la ciudad, en el seno de una familia que le había hecho no creer en el amor... Hasta que Milla apareció en su vida.
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Seitenzahl: 216
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
Un pequeño secreto, Nº 1520 - noviembre 2012
Título original: Bluegrass Baby
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1178-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Milla Johnson estaba sentada en la cafetería del hospital. Se acercó el teléfono al oído y miró a su alrededor, no quería que nadie oyese la conversación con su madre.
—Los Bingham se volverán contra ti —dijo su madre—, ahora que te han demandado por negligencia.
Milla puso lo ojos en blanco. Ya tenía suficiente estrés en su vida sin que su madre convirtiera a la familia más prominente de la ciudad en una fuerza enemiga.
—Me preocupo por ti —añadió su madre.
—Yo también estoy preocupada —Milla, con un año de experiencia como comadrona, había sido demandada injustamente tras atender un parto en casa—. Ese juicio podría arruinar mi carrera profesional. Y podría acabar con el programa de partos en casa de la Clínica Foster.
—A eso me refiero cuando digo que los Bingham podrían volverse contra ti —como Milla no contestó, su madre insistió—. ¿Has oído lo que he dicho?
—Lo siento mamá. Aquí hay mucho ruido —se excuso Milla, que había oído perfectamente. La familia Bingham no era culpable de la demanda.
Milla clavó la mirada en el pastel de carne que tenía en el plato y lo apartó. Había tenido el estómago revuelto desde que le pusieron la demanda por negligencia.
—Vigila tu espalda, cariño.
—Tendré cuidado —Milla ya se sentía bastante mal por la injusta demanda y por los problemas que causaría a la Fundación Bingham. No necesitaba una dosis de paranoia maternal que complicara aún más las cosas.
Su madre nunca había ocultado su desconfianza hacia los Bingham, pero Milla les estaba agradecida. La familia había hecho mucho por Merlyn County, y la Fundación Bingham le había proporcionado la beca para sus estudios como comadrona. A cambio, se había comprometido a trabajar en la clínica durante cinco años, pero adoraba su trabajo y a los profesionales con quienes lo compartía. No se imaginaba trabajando en otra clínica. Y menos aún abandonando su profesión, tal y como podían llegar a exigir los demandantes.
—Esa gente sólo ha causado dolor a nuestra familia.
—Al decir «esa gente» te refieres a Billy Bingham, en concreto. Y lleva muerto ocho años, mamá.
—Tu tía Connie murió dando a luz a uno de los hijos ilegítimos de Billy.
Era una queja recurrente, que Milla se había cansado de escuchar. Su madre nunca había perdonado al hombre a quien culpaba de la muerte de su hermana; un hombre que había muerto en un accidente aéreo meses antes del nacimiento de su hijo.
Milla y su madre habían criado al niño en su pequeña casa de dos dormitorios. Las dos querían a Dylan, a pesar de sus travesuras. Pero el dinero escaseaba; Milla tenía que admitir que su vida habría sido mucho más fácil si Billy Bingham hubiera proporcionado fondos para mantener a Dylan, igual que había hecho con el resto de sus hijos ilegítimos.
—Pasaré por el mercado de camino a casa. ¿Necesitamos algo? —preguntó, deseando cambiar de tema.
—No queda leche.
—¿Falta algo más? —mientras su madre recitaba una lista, Milla alzó la mirada y vio al doctor Kyle Bingham entrar en la cafetería. El corazón le dio un vuelco.
El atractivo médico la vio y le dedicó una sonrisa. A Milla se le aceleró el pulso. Kyle le gustaba, y la atracción parecía ser mutua. Él fue hacia su mesa.
—Escucha, mamá, tengo que dejarte. Haré la compra después de recoger a Dylan de la escuela de verano. Hablaremos después.
—Recuerda lo que te he dicho de los Bingham. Ten cuidado.
—Lo tendré —dijo Milla, aunque sólo la interesaba observar al rubio Adonis que se dirigía hacia su mesa. Su sonrisa tenía el poder de desbocarle el pulso.
Kyle Bingham era alto, ancho de espaldas y demasiado guapo para ser hombre. Poseía un vestuario llamativo, una prometedora carrera médica y, a pesar de haberse costeado una carrera en Harvard, no tenía problemas financieros. Ese hombre podía tener a cuantas mujeres desease; que encontrase a Milla atractiva era muy halagador. Excitante.
Mientras se acercaba, ella intentó pensar en alguna razón para no relacionarse con él, aparte de la advertencia de su madre.
—¿Está ocupada esta silla?
—No —Milla guardó el teléfono en el bolso. Si hubiera deseado hacerse eco del bienintencionado consejo materno de evitar a la familia Bingham, y no era el caso, eso no incluía a Kyle.
Kyle era uno de los hijos ilegítimos de Billy. Por lo que Milla había oído decir, no tenía mucho que ver con los Bingham nacidos en la legitimidad.
Sin embargo, otras razones le aconsejaban tener cuidado con él. El joven pediatra era algo osado y arrogante. Kyle Bingham era un médico brillante y lo sabía; no le faltaba confianza en sí mismo.
—Quiero prestar declaración a tu favor en el juicio —afirmó Kyle, sentándose frente a ella.
—¿En serio? —sintió tal alivio que tuvo que esforzarse por no caer a sus pies y llorar de agradecimiento.
Kyle había sido el médico que estaba de guardia cuando Joe y Darlene Canfield llegaron a urgencias con la bebé enferma, y sería un excelente testigo.
—Tú y yo sabemos que las infecciones umbilicales no se producen al nacer. Nada que tú hicieras o dejaras de hacer provocó la enfermedad de ese bebé.
Milla sabía que no había sido culpa suya. A pesar de lo que los Canfield habían dicho, había tomado todas las precauciones. Había cortado el cordón a la perfección y antes de salir de la casa había explicado a los padres cómo limpiarlo. También les había aconsejado que llevaran al bebé a un reconocimiento postnatal, cosa que no habían hecho.
—No sabes cuánto agradezco que me digas eso.
—Los Canfield habían vendado el cordón umbilical, eso me alertó sobre la posible causa de la infección.
Milla les había dicho que mantuvieran el cordón limpio y seco. No sólo les había enseñado cómo hacerlo, también había dejado instrucciones escritas. A pesar de eso, la acusaban de haber cortado el cordón sin cuidado y de no haber dado explicaciones a los padres.
—Cuando conseguimos estabilizar al bebé, hice algunas preguntas a la señora Canfield. No habían limpiado bien el cordón y, además, estaba utilizando pañales que eran demasiado grandes; eso provocó la irritación. Entonces decidieron poner el vendaje.
—Eso impidió que el cordón se secara.
—Además, la señora Canfield estaba teniendo problemas para amamantar a su hija —añadió Kyle.
—¿También me echa la culpa de eso? —preguntó Milla—. Estuve con ella un buen rato antes de marcharme. La nena aceptó el pecho sin problemas.
—No, no te culpó de eso. Pero creo que no se sentía cómoda dándole el pecho y no sé si lo hacía con la frecuencia suficiente; eso puede haber perjudicado el sistema inmunológico del bebé.
Milla soltó un suspiró de alivio, contenta de que alguien más entendiese que no era culpable.
—Los Canfield alegan que el cordón estaba infectado antes de que lo vendaran —comentó Kyle—, probablemente es el argumento que utilizará la acusación.
—Entonces, a pesar de tu testimonio, es posible que el juicio sea problemático.
—Es imposible adivinar cómo actuará el fiscal. Pero la infección del bebé no fue culpa tuya.
—¿Ese será tu testimonio?
—Sin duda.
Ella sabía que no había cometido ningún error en el parto, pero era importante que Kyle quisiera testificar a su favor voluntariamente.
—¿Y si creyeras que la infección «sí»había sido culpa mía? —preguntó Milla.
—No dudaría en declarar en tu contra, o en contra de la Clínica Foster, si pensase que la infección se produjo por una negligencia médica —aseveró él, mirándola como si lo hubiera insultado moralmente.
Por primera vez desde que recibió la demanda, Milla se sintió tranquila. Alguien la apoyaba. Y ese alguien no era cualquiera, era el doctor Kyle Bingham.
—Tengo que regresar a Urgencias —dijo él—, pero quería saber si te gustaría cenar conmigo esta noche.
Cenar. Con el médico más atractivo de todo Merlyn County. Milla se preguntó si era una reunión profesional o una cita. Cuando sus ojos se encontraron, sintió una corriente eléctrica.
Su madre tendría un ataque de nervios si lo descubría. Pero lo que Sharon Johnson no supiera no le haría daño. Milla vivía bajo el techo de su madre, pero no bajo su dominio. Compartían la casa fundamentalmente por motivos financieros y por el bienestar de Dylan.
—Claro —contestó—. Me gustaría cenar contigo.
—Te recogeré a las seis, si me das tu dirección.
A Milla no le pareció buena idea. No quería tener que enfrentarse con su madre esa tarde, sobre todo cuando la cena podía acabar en nada.
—¿Por qué no nos encontramos en el restaurante?
—De acuerdo, si es lo que prefieres —Kyle le dedicó una sonrisa deslumbrante—. Nos veremos en Melinda’s, a las seis.
Milla se limitó a asentir, temiendo que su voz traicionara su nerviosismo y su emoción.
A las seis menos cinco, Milla llegó al aparcamiento de Melinda’s, un restaurante especializado en mariscos y carnes. El edificio de ladrillo rojo había sido el antiguo parque de bomberos. Aunque no era excesivamente lujoso, contaba con una gran carta de vinos y era el mejor restaurante de Merlyn County.
Aparcó su utilitario blanco, cuyo contador de kilómetros ya había dado un par de vueltas, y se quedó sentada tras el volante. Nerviosa, aprensiva y mucho más excitada de lo que habría deseado admitir.
Vio el BMW negro de Kyle aparcado cerca de la puerta del restaurante. Esperándola a ella: Milla Johnson. No podía sentirse más halagada. Nunca antes se había interesado por ella un hombre como Kyle.
Se preguntó si habría malinterpretado su intención. Quizá sólo la había invitado para comentar el juicio.
Hubiera querido arreglarse muy bien, probarse varios conjuntos, peinados y maquillajes. Pero había temido que su madre se diera cuenta y le hiciese preguntas que no tenía tiempo de contestar.
Echó un vistazo al espejo y comprobó que tenía buen aspecto, aunque habría deseado estar deslumbrante. Bajó del coche y, mientras cerraba la puerta, oyó una voz masculina.
—Eh, mira, Darlene. Esa es la mujer que casi mató a nuestro bebé.
Milla pareció echar raíces en el asfalto. No necesitaba ver el rostro del hombre para saber quién era. Joe Canfield, el padre de la niña que había llegado a Urgencias ardiendo de fiebre, con el cuerpo asolado por la infección. La niña por la que se enfrentaba a una demanda por negligencia médica.
La niña que Kyle Bingham había salvado.
—Disfruta de tu noche en la ciudad —dijo Canfield, mientras él y su mujer avanzaban por la acera—. Cuando acabemos contigo, tendrás que disfrutar en la cárcel.
Milla, haciendo un esfuerzo desesperado por seguir el consejo de su abogado y evitar cualquier tipo de conversación o enfrentamiento con los demandantes, fue hacia la entrada de Melinda’s. La opresión que sentía en el pecho le dificultaba la respiración.
Apretó los puños y las lágrimas de frustración nublaron sus ojos. No entendía por qué le estaban haciendo eso. La infección del bebé no había sido culpa suya.
Deseó volver a casa y encerrarse. Se planteó la posibilidad de regresar al coche, llamar a Kyle con el móvil y posponer la cena.
Pero decidió que sería mejor encontrarse con él. Oírle decir de nuevo que no había sido ella quien había puesto la vida del bebé en peligro. Necesitaba el apoyo y la distracción. Una velada con un médico cuya sonrisa la deslumbraba la ayudaría a olvidar sus problemas. Alzó la barbilla y siguió hacia el restaurante.
—¿Señorita Johnson? —le preguntaron a la entrada.
—Sí —Milla tocó la fina correa del bolso negro.
—El doctor Bingham la espera en el bar. Si me sigue, la llevaré a su mesa.
Milla fue hacia el salón, donde una enorme barra de bar de roble y una exposición de fotografías en blanco y negro decoraban las paredes de ladrillo.
Kyle se puso en pie cuando llegó a su mesa. Su amplia sonrisa casi le hizo olvidar el desagradable encuentro con los Canfield. Pero no del todo.
—¿Te gustaría beber algo? —ofreció él.
—Un vino blanco —replicó ella, con los nervios en tensión. Kyle hizo una seña a la camarera.
—Hice la reserva para las seis y media. Espero que no te importe esperar.
—En absoluto —sonrió ella.
Intentando ocultar su nerviosismo, miró la foto más cercana. Una pequeña placa de latón anunciaba que ese era el primer jefe de bomberos de Merlyn County, vestido de Santa Claus. Tocó el marco de madera y descubrió que estaba clavado a la pared.
—Creo que el propietario quiere asegurarse de que los borrachines no le roben las fotos —comentó Kyle.
Antes de que pudiera responder, la camarera llegó con una copa de Merlot para él y una de Chardonnay para ella.
—Por el principio de una amistad —Kyle alzó su copa, ofreciendo un brindis.
Al oír la palabra amistad, Milla sintió un pinchazo de desilusión. Una parte de ella, una parte joven y romántica que casi había olvidado, había esperado más.
Pero cuando miró los ojos azules de Kyle y vio su brillo chispeante, comprendió que él también tenía algo más que amistad en mente. Ella no tenía experiencia, al menos con hombres como Kyle, y no sabía hasta dónde quería llegar. Aun así, la idea de pasar una noche romántica la intrigaba y caldeaba su sangre.
Tomó un sorbo de vino y lo miró por encima del borde de la copa. Era guapísimo. Muy seductor. Sin duda tenía algo de playboy, como su padre.
Se preguntó si Kyle Bingham era el tipo de hombre que debía evitar o el que toda mujer necesitaba experimentar al menos una vez en la vida. Lo estudió cuidadosamente. Sus hormonas se removieron inquietas y la atenazó una extraña curiosidad sexual.
Deseó saber cómo sería tocarlo, besarlo, perderse en la pasión que brillaba en sus ojos. Lo miró interrogativa, como si él pudiera explicar la atracción que se formaba entre ellos como una tormenta eléctrica. Pero él siguió allí sentado, esperando.
Observándola.
Kyle se descubrió mirando boquiabierto a la joven comadrona que le había llamado la atención más de una vez desde su llegada a Merlyn County, unos meses antes. Maldijo para sí.
Milla Johnson era una mujer bellísima, aunque no daba impresión de ser consciente de ello. Llevaba un sencillo y clásico vestido negro. No se había arreglado demasiado el pelo castaño, aparte de cepillarlo hasta conseguir que brillara. Las puntas de la melena se curvaban naturalmente hacia dentro de forma sofisticada.
Era una de esas mujeres que llamaban la atención en cualquier grupo. De la clase que desataba su libido. Solía piropear a las mujeres con las que salía para romper el hielo, pero esa noche fue un impulso natural.
—Estás muy guapa, Milla.
—Gracias —ella se sonrojó. Sonrió y dos preciosos hoyuelos se formaron en sus mejillas.
Kyle solía salir con mujeres plenamente conscientes de su belleza y su sexualidad. Milla, aunque era igual de atractiva, no estaba tan segura de sí misma. Sin saber por qué, eso lo agradaba.
Ella tomó un sorbo de vino y se pasó la lengua por el labio inferior. Una oleada de calor surcó las venas de Kyle, excitándolo, tentándolo. Milla volvió a mirar las fotos de la pared, sin darse cuenta, por lo visto, del efecto que estaba provocando en él.
Kyle se recostó en la silla, desequilibrado por su excitación y por el efecto que tenía en él. La linda comadrona le había provocado una hambre intensa, que cenar en Melinda’s no podría saciar.
No tenía razones para pensar que la velada pudiera acabar en algo más que un apretón de manos; pero eso sería una lástima. No recordaba haberse sentido tan atraído por una mujer en mucho tiempo.
Ella dejó la copa sobre la mesa y lo miró. Sus enormes ojos marrones parecían cansados.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Kyle.
—He estado a punto de no entrar —contestó ella, jugueteando con una servilleta de papel.
—¿Lamentas estar aquí? —Kyle deseó que no fuera así. Milla había removido algo en su interior. No se trataba sólo de atracción sexual, también sentía admiración y respeto. Milla Johnson era una profesional dedicada, que se preocupaba por sus pacientes.
—Me encontré con Joe Canfield afuera —su voz se suavizó y lo miró con ojos de cervatillo. Él deseó romper en pedazos al hombre que la había molestado—. No fue muy amable.
—No dejes que ese tipo te afecte —Kyle estiró el brazo y tomó su mano, un gesto que los sorprendió a los dos—. No hiciste nada mal y el juez se dará cuenta.
Ella asintió con la cabeza, pero su aire de vulnerabilidad hizo que a Kyle se le encogiera el corazón. Deseó protegerla de todo mal. Su lado blando no solía aflorar con frecuencia, pero esa noche estaba desbocado.
Poco después, una encargada los condujo a una tranquila mesa del comedor y les entregó la carta. Una camarera llegó con una cesta de pan caliente. Tanto Kyle como Milla llevaron la mano al pan al mismo tiempo. Sus dedos se rozaron y el calor duró bastante más que el leve contacto. Ninguno de ellos lo comentó, pero Kyle sabía que ambos habían sentido lo mismo.
Estuvieron un rato en silencio, estudiando la carta, aunque Kyle estaba bastante más interesado en acabar con la cena y descubrir qué placeres ofrecería el resto de la velada.
—¿Por qué decidiste ser médico? —preguntó Milla, dejando la carta en la mesa e inclinándose hacia él.
La pregunta lo sorprendió, la gente solía preguntarle por qué había elegido pediatría, una elección que extrañaba a quienes lo habían conocido en su infancia.
Kyle había sido muy travieso, algo que él achacaba a su condición de hijo de Billy Bingham. De niño había adquirido la reputación de saber escurrir el bulto después de causar el problema, pero no venía al caso entrar en ese tipo de detalles con Milla.
—Cuando tenía quince años, un par de amigos y yo fuimos de acampada a un lago que había cerca de mi casa. Hicimos hamburguesas para cenar —Kyle estudió la llama de la vela que había en medio de la mesa. No le gustaba hablar de aquel día, el recuerdo aún le provocaba un nudo en la garganta—. A mi mejor amigo, Jimmy Hoben, le gustaba la carne poco hecha.
Milla se inclinó hacia delante, atenta. No dijo nada, pero sus ojos denotaban compasión, empatía.
—Unos días después, Jimmy enfermó gravemente. Los médicos no sabían qué le ocurría. Cuando finalmente descubrieron que la infección se debía a una bacteria de la carne, el daño estaba hecho. Probaron todo tipo de medicinas y tratamientos, pero Jimmy no sobrevivió.
—Lo siento —musitó ella.
—Fue muy duro para todos. Sobre todo para un chico como yo —su voz sonaba ronca por la emoción—. No entendía por qué la Medicina moderna no había curado a mi amigo. Me empeñé tanto en buscar respuestas que fui a la biblioteca y leí toda la información que encontré sobre la bacteria y su efecto en el cuerpo humano. Eso disparó mi interés por la Medicina y la investigación.
Ella asintió con expresión comprensiva, pero probablemente se debiera a que no lo había conocido cuando crecía. No sabía nada de sus diabluras y rebeldías.
Cuando le dijo a su tutor del instituto que había decidido estudiar Medicina, el tipo se quedó atónito. Pero a pesar de la incredulidad de su tutor, Kyle dio un vuelco académico que sorprendió al profesorado y sus compañeros. En menos de un semestre, el chico malo empezó a sobresalir en todas las asignaturas.
—Empezaron a apasionarme la Biología y la Anatomía.
—Y decidiste hacer médico.
—Más o menos —encogió los hombros e hizo una mueca—. En realidad, cuando acabe el internado médico aquí, me dedicaré a la investigación.
—¿Por aquí? —inquirió ella.
—No. En Boston. No voy a quedarme en Merlyn County ni un minuto más de lo estrictamente necesario —podría haber explicado que su decisión de regresar era una especie de compromiso con su madre, una forma de hacerla feliz antes de marcharse para siempre.
Su padre había dotado de fondos a todos sus hijos ilegítimos, especialmente a Kyle. Por eso había podido estudiar Medicina en Harvard. Su madre tenía la esperanza de que se estableciera en Merlyn County y ocupara el lugar que le correspondía en la familia Bingham, pero Kyle no tenía ninguna intención de integrarse en la familia de su padre.
—Es una lástima —dijo Milla—. Eres un gran pediatra y tienes mucho que ofrecerle a esta comunidad.
—Es posible. Pero puedo ser más útil en un hospital de investigación.
—¿Te dedicarás a estudiar patología pediátrica?
—Los niños no deberían morir antes de tener una oportunidad de vivir —Kyle no solía ser tan abierto, pero se sentía cómodo compartiendo sus recuerdos y sueños con Milla. La cena se le hizo muy corta.
Mientras el camarero retiraba los últimos platos, Kyle estudió a la mujer que tenía frente a él. La luz de la vela se reflejaba en su cabello, bañándola con un resplandor romántico. No quería que la velada acabara así, ni siquiera después de pagar la cuenta y acompañarla hasta donde había aparcado el coche.
Sus manos ardían por tocarla. Pero esperó hasta que Milla le diera una razón para pensar que aceptaría el contacto. No sabía por qué, pero esa mujer le hacía sentirse como un adolescente tímido, de pelo mal cortado y la camiseta manchada de tomate. No había vuelto a sentirse así desde que practicó el sexo por primera vez. Desde entonces, su confianza en sí mismo se había disparado como un cohete.
Era una silenciosa noche veraniega de luna llena; sólo se oía el crujir de los zapatos sobre la gravilla. El aparcamiento estaba casi vacío; se acercaba la hora de poner fin a la agradable velada que habían compartido.
Milla se detuvo junto a su coche y sus ojos se encontraron. Algo ocurrió entre ellos. Kyle sintió un impulso sexual tan fuerte que sintió miedo. Siempre estaba relajado y cómodo con las mujeres y no entendía lo que le estaba sucediendo. Quizá fuera efecto de la luz de la luna en el cielo estrellado, o de que no había practicado el sexo desde su regreso a Merlyn County, o de un hechizo de Milla Johnson.
Fuera lo que fuera, tenía que besarla. La rodeó con sus brazos y el suave roce de sus labios se convirtió en un beso profundo. Sus lenguas se encontraron y acariciaron. Ella gimió suavemente y él se perdió en un torbellino de ardor y deseo. La abrazó con más fuerza. Un relámpago de pasión lo recorrió de arriba abajo.
Deseaba a esa mujer. Esa noche.
La fuerza de su deseo debería haberlo asustado, haberlo hecho huir. Sin embargo, se perdió en uno de los besos más excitantes de su vida.
No tardó mucho en comprender que esa exhibición de deseo sexual requería un lugar más privado. Hizo un esfuerzo e interrumpió el beso el tiempo suficiente para murmurar unas palabras contra el sedoso cabello.
—Ven a casa conmigo.
Ven a casa conmigo».
Las palabras resonaron en el interior de Milla, haciéndose eco de su propio deseo físico.
Kyle la deseaba, y ella también a él. La fuerza de su excitación la sorprendía. Aún le temblaban las rodillas tras el sensual asalto de la boca de Kyle. Intentó recuperar el aliento y controlar sus instintos, sin conseguirlo.
Kyle estaba apoyado en el coche y se preguntó si a él también le habían fallado las piernas. Aunque sus cuerpos ya no estaban en contacto, la mirada de él la tenía paralizada.
—Algo muy poderoso está ocurriendo entre nosotros.
Milla no podía negarlo. El ardoroso beso que habían compartido había sido distinto de cualquier otro, su capacidad de pensar o razonar había desaparecido. Ni siquiera le parecía que eso fuera malo. Sus sensaciones eran demasiado potentes, estaban a flor de piel.
—Tú también lo sientes —apuntó él.
—Sí, es verdad —asintió ella.
—¿Qué vamos a hacer al respecto?
Ella sólo veía dos opciones. Podía subirse al coche y marcharse, sabiendo que se arrepentiría todo el camino a casa. Esa energía, o lo que fuera, la asolaría cada vez que se cruzaran.
La segunda posibilidad, más agradable, era olvidar la cautela. Hacer una locura para variar. Experimentar algo que quizá no volviera a ocurrirle en su vida.
Podía hacer el amor con Kyle Bingham, el médico internista más deseado del hospital regional Merlyn County. Si un beso la había desmadejado, no imaginaba lo que sentiría si llegaban a más. La corriente sexual que había entre ellos seguía abierta, le parecía oír el latido de su corazón, el clamor de la sangre en sus venas.
—Llevemos esto a otro lugar —sugirió él—. A puerta cerrada.
Milla se sentía capaz de declinar la oferta con gentileza, pero deseaba más besos de Kyle, más caricias. Y las deseaba ya.
Él se acercó y le apartó un mechón de pelo de la mejilla. Sus ojos ardientes la llevaron a una profundidad sexual a la que no pudo resistirse.
—De acuerdo —aceptó, con un tono seductor en la voz que nunca había percibido antes. No se arrepintió ni por un segundo de sus palabras.