Un poco de ti - Michelle Andreani - E-Book

Un poco de ti E-Book

Michelle Andreani

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Beschreibung

"Es extraño que un libro que me hace llorar me haga también reír a carcajadas. Un poco de ti expresa de manera certera lo que es el duelo por la pérdida: sigue quedando calidez, humor y amor tras el naufragio". Emery Lord Hacía seis meses que Ashlyn Montiel había muerto en un accidente. Su mejor amiga, Cloudy, parecía llevarlo bien, al menos por fuera. Pero por dentro no era así, ni mucho menos. Estaba hecha un lío, confusa, destrozada. Por su parte, era obvio para todos que Kyle se estaba desmoronando. Ashlyn era su novia y al morir, una parte de él murió también. Puede que la única que realmente le importaba. Cloudy y Kyle eran las dos personas que más querían a Ashlyn y por eso deberían ser capaces de apoyarse el uno al otro, pero algo que había ocurrido un año antes abrió entre ellos una brecha enorme y ahora apenas se dirigían la palabra. Así que cuando Cloudy descubrió que Ashlyn había donado sus órganos y que su familia había estado en contacto con los receptores, hizo algo descabellado por una parte y absolutamente impropio de ella por otra: robó las cartas intercambiadas con los receptores de los órganos y convenció a Kyle para que la acompañara en un viaje en coche por toda la Costa Oeste. Era posible que ver a las personas a quienes la muerte de su amiga salvó la vida le sirviera a Kyle para encontrarle de nuevo sentido a su existencia. Y para que Cloudy averiguara qué era lo que buscaba.

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Seitenzahl: 486

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

Un poco de ti

Título original: The Way Back to You

© 2016, Michelle Andreani & Mindi Scott

© 2016, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Traductor: Ana Belén Fletes Valera

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales hechos o situaciones son pura coincidencia.

Diseño de cubierta: CalderónStudio

ISBN: 978-84-9139-021-3

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Oregón

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

Norte de California

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

Sur de California

KYLE

CLOUDY

KYLE

Desvío: Arizona

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

Nevada

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

CLOUDY

KYLE

Para mis abuelos, con todo mi corazón.

M.A.

Oregón

Querido receptor:

Me sugirieron que me tomara tiempo para llorar la pérdida antes de ponerme en contacto con cada uno de vosotros. Sin embargo, si yo estuviera en tu lugar, tendría curiosidad por saber cosas de la chica de dieciséis años que donó sus órganos. Y como fui su madre, estoy deseando contarte cosas.

Si algo se puede decir de Ashlyn es que era una persona que se preocupaba mucho por los demás. Quedaba patente especialmente en su amor por los animales. Cuando era pequeña, se pasaba el tiempo cuidando de los caballos de sus abuelos y trataba de acariciar a todos los perros y gatos que se encontraba por la calle. Decía que cuando creciera quería ser veterinaria, zoóloga o defensora de los derechos de los animales. Lo hermoso de la juventud es que puedes cambiar de idea cien veces y seguir teniendo la vida por delante con todas sus opciones. Ya nunca sabremos qué habría decidido cuando llegara el momento, pero después de haber trabajado como voluntaria en refugios para animales los últimos dos años, parecía muy animada con la idea de dirigir algún día su propio centro de protección animal sin ánimo de lucro.

Ashlyn era una joven atlética y formaba parte del equipo de animadoras del instituto. Estaba siempre ocupada con los ensayos, con las actuaciones en los partidos, compitiendo de una punta a otra del estado y asistiendo a campamentos de verano para animadoras. La promoción comunitaria representa una parte importante de formar parte del equipo, de modo que entre sus obligaciones de animadora y sus propias ambiciones siempre estaba yendo de un lado a otro para ayudar a alguien de una manera u otra.

¿Qué más puedo decirte de ella? Además de mí, Ashlyn tenía a su padre, un hermano más pequeño, a su mejor amiga, a su novio e innumerables amigos y parientes. Era una buena estudiante. Sociable, habladora, con fuertes convicciones. Mandona incluso, según a quien se le pregunte. Prefería que las cosas se hicieran a su manera. (¿No nos pasa a todos?). También era sensible y extremadamente leal. Se reía mucho. Me hacía reír mucho. Era mi primogénita y siempre estuve muy orgullosa de ella. Sigo estándolo.

Cuando Ashlyn se sacó el carné de conducir el año pasado, decidió hacerse donante de órganos. Quería poder salvar a otros si ella moría. Todos en la familia nos sentimos profundamente desconsolados, pero nos consuela que nuestra niña pudiera salvarte.

Si no te incomoda, me gustaría conocerte y saber cómo te sientes después del trasplante. Sea como sea, quiero que sepas que doy gracias por tu existencia y te deseo una rápida recuperación y una vida feliz y plena.

Atentamente,

Paige (y Enrique y Tyler)

CLOUDY

No es que no piense en Ashlyn. Lo hago.

Sobre todo en días como hoy.

Así solía ser un día de reunión para dar ánimos al equipo antes del partido: Ashlyn y yo acostumbábamos a quedar en mi taquilla y nos quejábamos por tener que llevar puesto el uniforme de animadoras en clase, decidíamos qué lazo para el pelo con los colores azul y amarillo del instituto Bend High era más alegre, engullíamos unas barritas de cereales y nos íbamos al gimnasio juntas.

Y así es ahora: me siento en el suelo del gimnasio, sola, intentando inflar un globo amarillo. Los vamos a utilizar después en la carrera de relevos, así que cuando termino de inflarlo, lo echo en un cubo de basura vacío con los demás. El resto del equipo universitario está desperdigado por el gimnasio colgando carteles, colocando banderines y pintándose la cara.

Ashlyn y yo solíamos ocuparnos de pintar la cara. Luego empezó el tercer año de instituto –este año– y le dije a la entrenadora Voss que me aburría de verle los poros faciales a la gente mientras les pintaba garras en las mejillas y que podría hacer uso de mis talentos en otro sitio. Entre mis talentos ahora se incluye trasladar dióxido de carbono de mi boca a un globo sin desmayarme.

Desde mi posición en la línea de banda veo entrar en el gimnasio al resto del instituto. La mayoría de los estudiantes van vestidos a juego con la temática de la reunión: ¡mandemos a los Halcones Negros al pasado!, un guiño a nuestros chicos del equipo de baloncesto, que ha llegado a los play-offs. A cada clase se le asignó una década: a los de primer curso la de los veinte; a los de segundo la de los cincuenta; a los de tercero la de los sesenta; y a los de último curso la ansiada década de los ochenta.

Mientras una Madonna más sube a las gradas, Lita e Izzy vienen hacia mí, con Zoë entre las dos. Como asistente y coordinadora del equipo, Zoë no tiene que ir vestida acorde con la temática de la reunión, pero se ha vestido de todos modos. Y solo a mi hermanita pequeña se le ocurre disfrazarse de Dorothy Parker, una escritora de los años veinte a quien prácticamente nadie en aquel gimnasio reconocería.

Cuando llegan hasta donde yo estoy, Lita se aparta el flequillo castaño oscuro de la frente.

—Zoë dice que no puedo decir «capullo» en una reunión para animar al equipo.

Zoë resopla y se coloca bien el sombrero. Cloche dijo esta mañana que se llamaba, aunque no le había preguntado.

—Es una grosería —dice y me mira—. ¡Se come todo el entusiasmo de la habitación!

Probablemente haya una norma para esto. Defenderás a tu hermana aunque sea una intrusa.

A Zoë nunca le gustó lo de ser animadora. Era algo mío. Pero cuando nuestra anterior coordinadora se mudó de ciudad, mi hermana se tiró en picado a por el puesto y sin decirme ni una palabra de ello. De repente está ansiosa por coordinar nuestras funciones para recaudar fondos y excursiones, y está cruzando una línea que yo no sabía que existiera. Se está entrometiendo. Y si ella puede quebrantar una norma, yo también.

—Debimos saltarnos aquella clase en el campamento para animadoras —espeto.

—Y que lo digas —dice Izzy dejándose caer debajo de la pancarta del Condado de los Osos de Lava que está colgada en la pared a su espalda—. ¿Hay una lista de cosas que se supone que no debemos decir?

Le hago un nudo al último globo y lo abrazo contra el pecho.

—Disfunción eréctil.

Lita se da unos golpecitos en la barbilla y añade:

—¿Humedad?

—Mordisquear —añade Izzy—. Secreto.

Echo una mirada rápida a Zoë y una sonrisa le ilumina el rostro.

—¡Clamidia! —grita justo cuando la banda de música cambia de canción y empieza a tocar una de Prince y me avergüenzo de su tono de voz.

Pero poco importa ya porque «1999» es la señal de que nos toca entrar.

Se me encoge el estómago de los nervios cuando me levanto para ir con Lita, Izzy y el resto de las chicas a la pista central. El recinto vibra de energía. Siento cómo me recorre la piel. La última vez que actuamos delante de tanta gente fue una semana antes en los Nacionales y estoy impaciente por repetir.

Me llega a la nariz un delicado aroma a lavanda. Me giro para preguntarle a Ashlyn dónde se ha metido y…

Veo alejarse a una chica con una falda de vuelo con un caniche dibujado y una coleta pelirroja que sube y baja al ritmo de sus pasos.

No es Ashlyn.

—¿Qué pasa? —Zoë estaba arreglándose otra vez el sombrero, por eso no se dio cuenta. Pero debe notárseme mucho lo que siento (como si me hubieran absorbido la vida, como si no pesara, como si no me sostuvieran los huesos) porque me mira con las cejas arqueadas en un gesto interrogativo.

—Nada —contesto con tono estudiado y prudente. Me aliso la falda blanca de tablas para que no se dé cuenta de que me tiemblan los dedos. Me recuerdo que tengo que respirar, lo importante es respirar.

Mierda.

¿Qué ha sido eso?

Hace casi seis meses que murió mi mejor amiga y nunca me he puesto así. Al menos en público. Lo he llevado bien y te aseguro que no voy a perder los nervios ahora, no delante de todo el instituto y como cuatro James Dean diferentes.

El aire viciado del gimnasio no me está ayudando precisamente a que se me baje el rubor de las mejillas.

—Tengo que beber un poco de agua. Ahora vuelvo.

Antes de que Zoë pueda decir nada, me abro paso entre un grupo de hippies. Las zapatillas rechinan en el suelo encerado de la pista mientras corro hacia el vestuario de las chicas. Me concentro en eso. Cuanto más chirrían, mejor, más rápido voy, hasta que todo se convierte en una mancha borrosa de neón y lentejuelas y pelo sintético.

—¡Cloudy!

Me paro en seco al oír mi nombre; estoy muy cerca del vestuario. Cuando me doy la vuelta, me encuentro con Matty Ocie, con ese tic en el labio tan suyo. Me pone una pequeña sonrisa, pequeña para ser Matty. Yo apenas esbozo un gesto de sonrisa en comparación.

Las cosas entre nosotros son complicadas. Complicadas en el sentido de que puede que sea mi ex y puede que me haya visto desnuda, pero aún somos capaces de mirarnos a los ojos. Y es una suerte, porque los suyos son de un bonito tono marrón M&M y mirarlo a los ojos en este momento es lo que me mantiene en pie.

Se me calma el pulso lo suficiente como para fijarme en el resto de él. El traje ceñido azul oscuro que lleva tiene un brillo irisado bajo las luces, algo en lo que no me había fijado antes en clase de español.

—Vaya.

—Lo sé —responde él, agrandando la sonrisa.

—¿Quién se supone que eres?

Matty suspira como si le hubieran hecho la misma pregunta un montón de veces y se señala el pelo.

—¡Soy JFK! Fíjate en esta majestuosa raya.

Se gira alardeando del conjunto y entonces me fijo en que hay alguien detrás de él. Después de llevar practicando un año entero, ignorar a Kyle se ha convertido en algo natural, pero puede que esta haya sido la primera vez que de verdad no me haya fijado.

Me recorre por dentro una especie de cosquilleo carbonatado conocido y de repente desaparece. Nunca dejo que dure lo bastante como para disfrutar.

—Hola —le digo a Kyle.

—Hola —responde él.

—Muy bien, chicos —Matty aplaude un par de veces—. Palabras de verdad, y casi casi os habéis mirado a la cara.

Comparado con Matty, Kyle no va vestido para la ocasión con sus vaqueros y su sudadera; ni siquiera va de azul o amarillo.

—¿Te has dejado los ánimos en la taquilla? —le pregunto. El chiste es tan malo que se me atasca en la garganta. En otro tiempo no me habría pasado, pero eso fue antes de que Kyle empezara a salir con Ashlyn. Antes de que yo saliera, y rompiera, con Matty. Kyle y yo somos uno de esos estudios de Antes y Después. Y si las cosas entre Matty y yo son complicadas, mi relación con Kyle raya la desintegración del átomo.

—Tengo que ver al entrenador —murmura Kyle y se va arrastrando los pies.

Matty lo mira alejarse con una expresión llena de cosas que solo yo entiendo. Meses de preocupación y angustia e inquietud, por su primo.

—¿Cómo está? —le pregunto.

Puede que Kyle y yo no seamos amigos, pero Ashlyn no querría que su novio se convirtiera en un epílogo trágico. Se quedó deshecho cuando ella murió, pero ya está mejor. Eso es lo que dice Matty y él no me mentiría en eso.

—Estará nervioso —dice Matty encogiéndose de hombros—. Slawson quiere que anuncie las pruebas de béisbol hoy. Pero la pregunta es –me sujeta el hombro con una mano– ¿qué mosca te ha picado? Ibas a toda leche.

Si había alguien a quien le podía hablar de mi metedura de pata era Matty. Casi me caigo al recordarlo, y si me pasara puede que no volviera a levantarme. Fue solo un pequeño lapsus. No volverá a ocurrir. Y, además, Matty ya tiene bastantes preocupaciones.

—Estoy bien —le digo. Y en modo autoreplay—: Iba a coger papel y lápiz para que no se me olvide que no puedo decir «clamidia».

A Sophie Paxton le tiembla tanto la voz mientras canta el himno nacional que necesito una biodramina para el mareo. Pero las dos aguantamos. Después hace su entrada el equipo de baloncesto, rasgando una pancarta de papel que tienen que sujetar entre seis animadoras. Una vez, en un partido de fútbol, pusimos solo dos y fue un desastre. Todo el mundo acabó con manchas de césped.

Mientras los chicos se reúnen en torno a la garra de oso gigante pintada en la pista central, cuatro de las animadoras, yo entre ellas, subimos a las gradas para dirigir desde allí el concurso de consignas, mientras el resto lo hace desde el suelo. Siempre me cabreo con los de segundo año porque son los que menos entusiasmo muestran, y yo soy la persona que menos aguante tiene para las chorradas esas de «soy demasiado guay para estar aquí». No es ninguna sorpresa que ganen los de último año.

Después, me uno al equipo en la línea de tiros libres y comienzan los anuncios generales. La entrenadora Voss está al fondo de la línea y tres personas por delante de ella veo a Matty, pero no veo a Kyle. El pulso me retumba en los oídos al revisar la sección de tercer curso, y todas las demás, las salidas de emergencia y hasta los rincones más oscuros del gimnasio. No está por ninguna parte. Pero eso es imposible; él no se saltaría una responsabilidad como esa. Aparte de que Slawson le diría todo tipo de gilipolleces, Kyle jamás defraudaría a su equipo.

En la mitad de la pista, el presidente de la asociación de estudiantes le pasa el micrófono a Matty. Las primeras palabras que salen de su boca tienen que ver con las pruebas para entrar en el equipo de béisbol.

—No puede ser —me digo en voz baja. Kyle se ha largado.

Zoë se pega a mí y me pregunta en voz baja, completamente ajena a lo que ocurre:

—¿Volverías a salir con Matty? Porque yo creo que si tú quisieras, él volvería a salir contigo.

—No quiero —le digo, aunque no es asunto suyo. Puede que se haya colado en el equipo de animadoras, pero eso no significa que todos los otros aspectos de mi vida sean terreno de caza.

Matty sigue con su charla pero yo no le presto atención. Entonces se gira y le pasa el micro a la chica que tiene detrás y se vuelve tranquilamente a su asiento.

Y Zoë sigue dale que te pego.

—Me lo creería si no hubierais estado juntos dos veces. A la tercera va la vencida, ¿no?

—No será a la tercera la vencida —contesto apretando los dientes.

Además, lo que ocurrió con Matty después de la muerte de Ashlyn no cuenta. Pero hay cosas que no tengo por qué compartir con mi hermana pequeña.

Vuelvo a prestar atención cuando la entrenadora Voss carraspea y el sonido rebota por todo el gimnasio. Su boca forma una línea recta en su cara casi sin arrugas y, con las piernas ligeramente separadas, llama la atención como si estuviéramos en un entrenamiento de animadoras.

—Como posiblemente sabréis —empieza a decir—, el equipo de animadoras acaba de volver de los Nacionales, donde quedaron las terceras del país —se echa hacia atrás y espera los aplausos, que llegan, al final. Malditos sean los de primer curso—. No fue una victoria fácil. Perdimos a un miembro importante del equipo la primera semana del curso.

Al decirlo, toda la sala se queda en absoluto silencio, yo me quedo en silencio y a una parte de mí le alivia que Kyle no esté allí.

—Ashlyn Montiel era un miembro importante de nuestro equipo y echamos en falta su compromiso y positividad todos los días. Pero —su tono pasa aquí del dulce al acero— estas chicas se han esforzado y han trabajado mucho y se han ganado el éxito. Y por eso… es para mí un honor anunciar que el equipo de animadoras del insituto Bend High será protagonista en un especial de la revista nacional Cheer Insider.

Los presentes estallan en gritos de emoción a mi alrededor y por un momento debo haberme quedado sorda porque estoy como aturdida, allí en medio del gimnasio. No puede ser verdad. Cheer Insider no sabrá ni que existimos. Pero Zoë está dando saltos a mi lado, sacudiéndome por los hombros, con una sonrisa tan enorme que me encuentro devolviéndole la sonrisa. Creyéndomelo. Y toda la energía que el equipo hubiera estado guardando para el resto del día emana de nosotras en oleadas. Más allá de nuestro grupito loco de alegría, nadie más en el gimnasio parece comprender qué es lo que sucede, pero su indiferencia no nos influye. Esto es real. Es la leche de alucinante.

Voss no ha terminado. Sigue sonriendo cuando dice:

—Y por su incansable dedicación durante este año, han decidido destacar la figura de nuestra —me mira fijamente y siento que se me cae el alma a los pies cuando extiende la mano hacia mí— Claudia Marlowe.

Y vuelve a ocurrir. Estoy allí de pie, rodeada por mis compañeras de equipo que me dan la enhorabuena y me abrazan, y yo solo puedo pensar en la respiración.

Lo importante es respirar.

CLOUDY

Al final encontramos un sitio para aparcar.

—Gracias a Dios —gimo, alargando la mano para apagar la radio. El sonido de guitarras que se solapan y el la-la-la de la cantante se detiene en seco, los altavoces se quedan por fin en silencio. Siento un escalofrío, como si el botón estuviera cubierto de carne picada cruda—. Se acabó escuchar música de chicos tristes.

Zoë se cruza de brazos sentada en el asiento del copiloto.

—Dijiste que podía elegir.

—Me equivoqué —meto la marcha y apago el contacto de mi Honda.

—Y no son tristes. Son…

—Unos llorones.

—Apasionados —dice ella con ojos soñadores.

—Oh, por favor —me suelto el cinturón y me giro para coger el plumas del asiento trasero—. Y para que lo sepas —digo mientras me lo pongo—, de camino a casa vamos a escuchar a alguien que lleva purpurina.

Zoë frunce las cejas detrás de las gafas.

—¿Purpurina? ¿En serio?

—Purpurina —digo contando con un dedo y después otro— y además le gustan las cajas de ritmos y aplaudir.

—Prefiero volverme a casa arrastrándome —dice ella sonriendo y sale del coche.

Nada más abrir la puerta del coche, se cuela el gélido aire de febrero. Tiene que ser el día más frío en lo que va de año. Está a punto de ponerse el sol y el cielo es una mezcla de morados y rosas contra los pinos que bordean el aparcamiento del Target, posiblemente el único aparcamiento en todo Bend desde donde no se ven las montañas.

Zoë con su andar bailarín, Converse verdes y gorra naranja, y yo nos dirigimos hacia la entrada del Target. El aparcamiento está casi vacío para ser viernes por la tarde. Seguro que todo el mundo ha aprovechado las vacaciones de invierno para irse.

Zoë y yo no tenemos tanta suerte. No nos queda más remedio que quedarnos en casa mientras papá y mamá están de crucero por México. No han hecho ningún viaje los dos solos desde que nació Zoë y han decidido aprovechar ahora. Y me parece muy bien hasta que llegamos a la parte en que dejan a sus hijas solas diez días. Por mí no habría problema si no fuera porque los padres de Ashlyn nos han dicho a Zoë y a mí que vayamos a dormir a su casa. Me aterra volver a esa casa, pero no podía negarme. Aunque siempre queda la posibilidad de que me rompa un tobillo antes de la hora de la cena y tenga que decir que no puedo ir a cenar.

—Primero las chucherías —digo nada más entrar. No tenemos que estar en casa de los Montiel hasta dentro de una hora, así que pienso ocupar hasta el último minuto con todo tipo de distracciones.

Normalmente la sección de cosméticos es siempre la primera parada en Target, una tradición que empezó cuando Ashlyn y yo nos sacamos el carné de conducir y podíamos venir cuando nos apeteciera. Maquillaje, luego las revistas, después los electrodomésticos; en particular payaseábamos un rato con las cafeteras. Eso era lo que siempre hacíamos en este sitio, excepto esos días más tranquilos en los que Ashlyn me desafiaba a probar todas las combinaciones de muebles de la sección de mobiliario de jardín. Siempre me lo pedía de la misma manera, con los ojos relucientes, como si no supiera que yo aceptaría el desafío.

La sección de maquillaje ya no es lo primero, y a veces ni voy siquiera.

Zoë me espera mientras yo cojo lo esencial: una bolsa de gusanos de gominola ácidos para mí y unos cuantos Dum Dums para la cesta de regalo que estoy preparando con motivo de la fiesta para recaudar fondos que hacemos el equipo de animadoras de mañana. Zoë evita las calorías vacías y los conservantes, y está claro que es alienígena, así que ignora por completo las chucherías.

Después me acompaña al departamento de decoración para el hogar a buscar un tallo de narciso de tela que cortaré en trocitos y echaré en la cesta para darle un toque de estilo. Si hiciera más calor cortaría narcisos de verdad del jardín, pero con esto servirá. Después, Zoë me lleva a la sección de los DVD. Es el último ser humano de menos de treinta años que sigue pasando por allí, y apuesto cinco pavos a que nos vamos con algo en blanco y negro, y aburrido de muerte.

Estoy metida de lleno en las comedias cuando Zoë se me acerca por detrás y me pone un DVD debajo de las narices. Me sorprende que sea de este siglo; por otra parte, se ve sangre y cuchillas suficientes como para que te dé un ataque.

—Venga ya, Zoë —le digo arqueando una ceja—. ¿Una de terror?

—¿Y qué? —salta ella con gesto torcido.

Miro por encima de su hombro a las otras estanterías.

—¿Es que no ha salido ningún docudrama coñazo esta semana?

—Me pueden gustar cosas diferentes, ¿sabes?

Me pasa la caja y yo la cojo con reticencia. Leo por encima la sinopsis y me centro en las imágenes de actores atractivos con los ojos y la boca muy abiertos en gesto de desesperación. Una peli de miedo y mucha sangre no es propia de Zoë… ay, espera, aquí está la palabra mágica: subtitulada.

—Es una película extranjera.

—Coreana —aclara ella.

—¿Cómo te has enterado de su existencia?

—Me lo ha dicho ese chico, Owen. Una de sus favoritas.

Las manos se me quedan rígidas. Hace un mes, Zoë llegó del colegio parloteando sin parar. Owen le había recomendado un thriller sobre un tipo al que le habían hecho un trasplante de cerebro y al poco empezó a tener visiones de la vida del donante, todo muy metafísico. Zoë empezó a especular en voz alta, dirigiéndose a mí, si no podría ocurrir de verdad, pero le dije que se callara. No era verdad, no merecía la pena cuestionárselo siquiera.

—A mí me parece que a ese tal Owen le hace falta un fin de semana de comedia romántica —le digo, devolviéndole el DVD.

—Tiene un gusto excepcionalmente ecléctico —dice pestañeando con asombro.

Yo fuerzo una sonrisa de interés, pero cambio de tema.

—¿Qué hay entre ese Owen y tú?

Zoë se pone roja y abre mucho los ojos. Ha picado.

—Tenemos algunas clases comunes. Ya está.

—Si está tratando de seducirte con la matanza de los inocentes, creo que tendría que saber algo más sobre él, como cuántas muñecas decapitadas guarda en su taquilla.

Zoë me pone los ojos en blanco, pero está sonriendo.

—Que te gusten las películas de terror bien hechas no te convierte en un psicópata, Cloudy.

—Defensiva —digo yo subiendo y bajando las cejas.

—No es eso —dice ella con la respiración algo entrecortada, así que está claro que es justamente eso—. Y, además, tiene novia.

Me quedo mirándola un poco más, tiene ese gesto suyo de los hombros caídos. «Además, tiene novia» debe ser el eslogan de las hermanas Marlowe.

—Bueno, hay muchos decapitadores de muñecas solteros esperándote, te lo prometo.

Y si alguien sabe que sentir algo por un chico que está con otra es un agujero negro dispuesto a tragarte y dejarte hecha un pingajo soy yo. Mejor cortar los hilos ahora, antes de que se enreden.

Voy a la sección de juguetería a por más cosas para la cesta de regalo. El equipo hará una rifa mañana en la fiesta para recaudar fondos para la biblioteca pública. Por el camino me vibra el móvil dentro del bolso.

¡En Cheer Insider están locos por ti! Estoy exagerando un poco, pero ¿podemos hablar, por favor?

Es un mensaje de mi amiga Jade junto con una foto de la revista donde se anuncia nuestra entrevista, incluido mi perfil, en su Twitter. Genial.

Jade vivía en la ciudad y también estaba en nuestro equipo de animadoras hasta que se mudó a California hace dos años. Seguimos en contacto y nos vemos todos los veranos en el campamento de animadoras. Lo perfecto era encontrarnos también en los Nacionales cada año, pero el conjunto de Bend no pasó de los Regionales la temporada pasada y Santa Mónica no llegó este año.

Le mando un mensaje rápido. Estás exagerando MUCHO. ¿Hablamos después?

Puede que la eche de menos más que nunca últimamente, pero no tengo tantas ganas de hablar de la entrevista como ella.

Acabo de enviar el mensaje cuando lo veo.

Kyle.

Aunque esté de espaldas sé que es él.

Odio saber que es él.

Y también odio la tormenta eléctrica emocional que se desata de inmediato en mi cuerpo. Excitación. Terror. Un cosquilleo por todo el cuerpo. Un sentimiento de culpa inmenso.

Está delante de un expositor al final de un pasillo, con las manos en los bolsillos, la capucha de su abrigo negro le llega casi a la línea del pelo rubio y corto.

No puedo evitarlo. Lo recuerdo en el hospital y siento un peso enorme en las extremidades. Fue el día después del accidente y Ashlyn seguía en coma. Lo único que quería era estar allí cuando despertara, pero me quedé tirada con el coche cuando iba hacia allí y estaba superestresada por el tiempo que había perdido, tiempo que no había estado con ella. Kyle ya estaba allí, cerca de la sala de espera. Tenía la misma postura que ahora, las manos en los bolsillos, excepto que la otra vez estaba delante de una máquina expendedora. Más tiempo del que merecían los productos: patatas fritas rancias y malas o caramelos aún peores. Me pregunté si tendría hambre siquiera. Todos teníamos la mirada perdida en aquel lugar. Al final pasé a toda prisa junto a él en dirección a la UCI. Dudo que se fijara siquiera.

Estoy a punto de hacer lo mismo ahora, pasar por detrás de él e ir directamente a por lo que he venido a buscar, pero me paro cuando veo qué es lo que mira tan atentamente. Una pared llena de cojines de colores brillantes con forma de animales. ¿Qué demonios hace Kyle comprando un cojín de peluche para mascotas?

En la reunión para dar ánimos al equipo, Matty estaba seguro de que Kyle no había vuelto a empeorar. Que estaba bien. Pero a mí no me parece que esté bien un chico de diecisiete años, que no tiene hermanos menores, comprando peluches en la sección de juguetería. Así que la misma parte de mí que tuvo la necesidad de preguntar a Matty por su primo hace dos días siente ahora la necesidad de acercarse, solo para asegurarme de que pretende arrancarles la cabeza a todos aquellos peluches para ponérselos de gorro.

Coge un koala en una mano y un panda en la otra. Está dudando.

Ay, la leche.

—Kyle —se me escapa sin poder contenerme.

Él se sobresalta y se gira para mirarme ahora erguido. Al instante me fijo en su pelo revuelto y en las botas cubiertas de copos de nieve.

—Cloudy. Hola —me saluda en voz baja, un rumor tormentoso, aferrándose al koala—. ¿Qué tal?

Calor.

—Aquí, con mi hermana. ¿Y tú? —miro los estantes que hay detrás de él—. ¿Cambiando la decoración?

—Pues —empieza él siguiendo mi mirada—, no exactamente. Solo estaba mirando, supongo.

Entonces hace eso tan suyo con las cejas. Las arquea tanto que forman una barra inclinada, como si estuviera meditando sobre algo muy importante, y me dan ganas de alisárselas. Esas cejas suyas llevan provocándome todo tipo de sensaciones desde que entró por primera vez en clase de biología en segundo curso del instituto.

Antes me preguntaba si la atracción por Kyle se parecería a un fenómeno atmosférico también en el caso de Ashlyn. O tal vez fuera una sensación más serena para ella porque sus sentimientos no estaban en guerra constante. La primera vez que me dijo algo sobre él los ojos le brillaban como bengalas.

—Kyle. Ocie.

Me llevó al hueco que hay debajo de las escaleras. Tenía una sonrisa tan grande en la cara y estaba tan risueña y nerviosa, que yo también me reí antes de saber qué pasaba. En aquel tiempo, lo de Kyle era como mi secreto particular, aunque no era ni secreto ni nada.

—¿El chico que me ha cogido los apuntes de biología todo el semestre?

Ashlyn se cubrió las mejillas con las manos, estaba encantadoramente tímida.

—Me gusta —susurró—. Mucho. Creo que me gusta mucho.

Puse una sonrisa enorme y tensa. Debía parecer una figura de cera.

—¿Desde cuándo?

—Desde las siete treinta y tres. De esta mañana.

—¿Qué? Pero si hace meses que llegó…

—¡Ya lo sé! Quiero decir que lo había visto por la casa de Matty y siempre me pareció mono, pero hoy me ha dejado pasar en la entrada, me ha sujetado la puerta para dejarme pasar, y de repente tengo ojos de dibujos animados rodeados de corazones. Por Kyle.

Apoyé la espalda en la pared.

—¿Y tú le gustas también a él?

—Tal vez.

Un tornado se desató dentro de mí. Podría haberle dicho la verdad, y ella habría dejado el tema. ¿Y después? Que una sensación incómoda estaría siempre presente entre las dos. Y en ese momento pensé que dejar de pensar en Kyle sería fácil, mientras que jamás me perdonaría por arruinarle la felicidad a Ashlyn. No sería yo la que le hiciera eso a nuestra amistad. Lo que no imaginé fue que guardar el secreto pudiera ser tan dañino. Y que no me olvidaría de Kyle como yo quería.

—¿Qué vas a hacer?

—Invitarlo al baile de invierno. Lo van a anunciar luego, en la asamblea. Se lo puedo pedir ahí mismo —dijo ella, columpiándose sobre las puntas de los pies con tal expresión de esperanza que se me hizo un nudo en el estómago—. Eres una mujer valiente y autosuficiente. Dime: ¿debería hacerlo y ya?

Fue como si empezar a filtrarse gas tóxico a través del sistema de calefacción. Sabía que Kyle diría que sí, sería un verdadero cretino si no lo hiciera. Ashlyn era una estrella. Era cálida y fiera, y la persona más preciosa que he visto nunca. Cuando más feliz se sentía era haciendo feliz a los demás. Así que le dije que sí. Que se lo pidiera.

—A Ashlyn le encantaban los pandas —digo sin pensar, señalando el peluche que Kyle tiene en la mano. Me preparo para querer morirme de vergüenza. Como si él no supiera que a Ashlyn le encantaban los pandas. Como si él no hubiera adoptado a uno simbólico por ella en uno de sus «mesversarios» y luego Ashlyn se pasó días buscándole un nombre (Pandy Warhol). Como si no fuera ese el motivo de que él lo eligiera.

—Me acuerdo —murmura él, devolviéndolo al estante.

—Estoy segura —le salto yo un poco borde y miro por encima del hombro comprobando las salidas de emergencia.

Estamos el uno frente al otro, removiéndonos incómodos, en silencio. Una mujer pasa dándose aires entre nosotros con un carro lleno de rollos de papel de cocina. Cualquiera diría que no se da cuenta de que estamos hablando. Supongo que en realidad no lo estamos haciendo.

—Oye, te apetece… —lo dejo a medias y hago un gesto detrás de mí—. Tengo que comprar unas cosas para una cesta de regalo. Podrías ayudarme. Si no estás ocupado.

Y puede que si estamos en movimiento y él no me mira, no haga tanto el ridículo.

Kyle abre un poco la boca y vacila antes de responder con un estrangulado «de acuerdo». Recoge la cesta de la compra que hay a sus pies y me sigue hasta el pasillo de las figuras de acción. Nos sentimos muy incómodos juntos, y es una mierda, pero yo tengo toda la culpa.

Hablar con él antes me resultaba fácil, demasiado fácil. Me moría de ganas de que llegara la primera parte de la clase de biología y tener que diseccionar animales virtuales; después de todos los sermones por los derechos de los animales que me había echado Ashlyn me negaba a abrir a los de verdad. Significaba compartir ordenador con él, centrados los dos en una misma cosa durante varios minutos. Pero fuera de clase siempre estaban Matty y sus otros amigos y, al final, Ashlyn. Después de que ella le pidiera que la acompañara al baile, empezaron a estar siempre juntos y olvidé a propósito cómo hablar con Kyle.

Así que ir de compras con él será algo nuevo.

—¿Qué estás buscando? —me pregunta. Estamos solos y parece que está más oscuro aquí, la luz no es tan brillante y el pasillo está menos expuesto que los centrales.

—Básicamente cualquier cosa que le pueda gustar a un niño de seis años.

Él se ríe bajito y es un sonido bonito, algo que ya he oído antes, y puede que si me suena como el Kyle de antes sea porque de verdad está bien.

—¿Es algo relacionado con las animadoras?

—¿Cómo no? —digo yo, alejándome un poco—. Es para la biblioteca. Rifamos unas cestas de regalo para recaudar fondos para el programa de alfabetización de los más pequeños. Y, por experiencias pasadas, les gustas más a los niños cuando les haces regalos. Son como los trolls del puente —cojo un dinosaurio que lanza piedrecitas—. O los reyes malos malísimos de la Biblia.

¿He dicho eso?

Espero que Kyle haya tenido una embolia y no lo haya oído.

No. Me está mirando.

—Me lo creo —dice.

Empujada por la desesperación, me centro en los lápices de cera-barra-robot de juguete de unos dibujos animados. Todo es híbrido ahora. ¿Es que una cera no puede ser simplemente eso, una cera? El robot verde se engancha en el estante de arriba del todo de la estantería y meto la punta de la bota en el primer estante para auparme hacia arriba. Pero Kyle no me da tiempo. Está detrás de mí, su pecho me roza el hombro cuando levanta el brazo para coger el paquete. Es como un roble, el cabrón, ni siquiera le hace falta estirarse mucho para alcanzarlo.

Una vez hecho, se aparta rápidamente. Yo contengo el aliento para no aspirar el olor a menta que siempre lo acompaña. Me pasaba todo el tiempo en clase de biología. Estábamos sentados en nuestra mesa haciendo las tareas de laboratorio y cada vez que se movía se producían pequeñas explosiones de aroma de gaulteria. Ashlyn me dijo una vez que utilizaba un champú de árbol del té y se pasaba el día soñando con que sus besos sabían a los caramelos de menta Junior Mints que comía a todas horas. Guardé la información junto con el resto de lo que no debería recordar sobre Kyle.

—Podía haberlo alcanzado sola —dije en vez de darle las gracias.

Él me mira.

—Lo sé —dice y duda si devolver el robot a su sitio—. No me pareció que mereciera la pena romperse el brazo por él.

Nos damos la espalda al mismo tiempo, cada uno se queda mirando hacia estantes opuestos. No puedo creer que siga ayudándome a buscar el dichoso juguete después de ser tan gilipollas.

Me acerco a un poste cargado de Yodas de peluche.

—¿Tú también estás aquí en las vacaciones?

Kyle está inmerso en un expositor de pelotas de goma. Mete la mano y saca una roja. La levanta y yo digo que no con la cabeza.

—Sí —contesta, devolviendo la pelota al expositor—. ¿Tú también?

—Sí —acaricio la cabeza de un Yoda y le tiro a otro de una oreja—. Nuestros padres nos han abandonado esta mañana para irse a México.

—¿Os han dejado solas toda la semana?



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