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¿Quién era Lily Wrightington, una cínica fotógrafa de moda o una especialista en historia del arte? El príncipe Marco di Lucchesi no podía ocultar el desdén que sentía por aquella inglesa, pero tampoco la violenta atracción que despertaba en él. Mientras visitaban los palacios del norte de Italia para el proyecto que realizaba Lily, el ambiente entre ellos estaba cargado de electricidad, en ocasiones por la animadversión y en otras por la tensión erótica que había entre ellos… Hasta que los fantasmas del pasado de Lily empezaron a asediarla. Pero si Marcos bajaba la guardia y le ofrecía la protección que necesitaba, corría el riesgo de perder el control…
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Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2011 Penny Jordan..
Todos los derechos reservados.
UN PRÍNCIPE APASIONADO, N.º 2102 - septiembre 2011
Título original:Passion and the Prince
Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-743-3
Editor responsable: Luis Pugni
Epub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Promoción
LILY dejó de mirar por el visor de la cámara por la que había encuadrado la imagen de una modelo posando provocativamente en ropa interior.
Ante ella, tenía modelos femeninos y masculinos prácticamente desnudos. Tanto ellas, delgadas y haciendo mohines, como ellos, con sus musculosos torsos desnudos, se sometían a la sesión de maquillaje y peluquería. De fondo, sonaba una música machacona, aunque muchos de los modelos escuchaban sus propios iPods.
–¿Ha llegado ya el modelo que esperábamos? –preguntó a una de las peluqueras, que sacudió la cabeza–. No podemos esperar más. Sólo hemos alquilado el estudio para una sesión, así que tendremos que usar dos veces a uno de los otros.
–¿Quieres que oscurezca el cabello a alguno de los rubios? –ofreció la mujer mientras alargaba la mano hacia un bote de spray.
Lily miró a su alrededor con el corazón encogido. Había pertenecido a aquel mundo hasta que lo había abandonado asqueada, y odiaba todo lo que representaba. El último lugar del mundo en el que quería estar era aquel asfixiante estudio en el que flotaba el familiar aroma de feromonas masculinas, sudor, ansiedad femenina, tabaco y sustancias ilegales suspendidas en el aire.
Pasó junto a un grupo que charlaba, dejó la cámara sobre una mesa y se acercó para hablar con la modelo a la que fotografiaría a continuación, preguntándose si, como tantas otras, habría entrado en aquel mundo confiando en conseguir un gran contrato para acabar descubriendo, como tantas otras, un lado mucho más sórdido del mundo de la moda.
Aquella sesión no tenía nada que ver con las de las grandes revistas con presupuestos exorbitantes, y si Lily estaba allí, a pesar de que los motivos de su visita a Milán fueran bien distintos, era porque no había podido negarse a hacerle un favor a su hermanastro. La madre de Rick, la segunda esposa de su padre, había sido siempre muy cariñosa con ella, y Lily se sentía en la obligación de corresponderla ocupándose de su hermano menor.
Todos sus esfuerzos por disuadirlo de que siguiera los pasos de su famoso e inmoral padre habían sido en vano, y Rick había insistido en hacerse fotógrafo de moda.
Tras preparar la pose de la modelo, Lily tomó de nuevo la cámara. Iba a disparar cuando la puerta se abrió bruscamente y el torso de un hombre en traje le bloqueó la toma.
Irritada con el que debía ser el modelo que se había retrasado, se echó el rubio cabello hacia atrás y, sin apartar la mirada del visor, dijo:
–Llegas tarde y me has estropeado la foto.
El súbito silencio que se hizo en el estudio la puso alerta. Alzó la mirada y se encontró con la de un hombre que la observaba con hostilidad. Un hombre alto, moreno, de anchos hombros, vestido con un caro traje, y cuyo lenguaje corporal irradiaba orgullo y desdén. A su pesar, Lily pensó que era demasiado atractivo para ser modelo, y un desconcertante hormigueo la recorrió por dentro.
Ella se consideraba inmune a la belleza masculina, y en su opinión la atracción sexual era una cruel estafa de la madre naturaleza, necesaria para asegurar la conservación de la especie. Había crecido en un mundo en el que la belleza era un bien de consumo, y por eso mismo hacía lo posible por disimular la que ella misma poseía.
–¿Sí? –dijo con la mayor frialdad posible.
Pero en lugar de la petición de disculpas que esperaba recibir, el hombre le dirigió una mirada que la sacudió de arriba abajo.
Ni siquiera había dirigido una mirada a las chicas semidesnudas, mientras que ellas no podían apartar los ojos de él. La masculinidad que exudaba hacía que los jóvenes modelos, a pesar de sus músculos de gimnasio, no parecieran más que niñatos.
Era extraordinariamente guapo, y Lily sospechó que también inflexible y autoritario. Por su expresión, era evidente que alguien iba a recibir una reprimenda, pero afortunadamente, no podía ser ella puesto que estaba allí de pura casualidad. ¿Por qué, entonces, saltaron en su interior todas las alarmas?
Recordó que, después de todo, era hija de sus padres, lo cual significaba que, a cierto nivel, debía ser vulnerable a la poderosa atracción masculina como lo había sido su madre, aunque esperaba no salir a ella en la falta de pudor para explotar su propia belleza comercialmente. Un escalofrío la sacudió mientras se recordaba que nunca repetiría sus errores.
Estaba allí para hacer un trabajo, no para dejarse dominar por la inseguridad. –¿Sí? –volvió a decir, preguntándose hasta cuándo pensaba prolongar el desconocido su silencio.
El hombre siguió mirándola con heladora frialdad. Debía de ser inhumano si no sentía la tensión que se respiraba en el aire.
–¿Es usted la persona responsable de todo esto?
Aunque habló más bajo de lo que Lily había esperado, su voz grave sonó tan dominante como su presencia.
Lily lanzó una mirada de soslayo a su alrededor. Estaba claro que su presencia allí estaba motivada por algún tipo de queja, y puesto que ella ocupaba el puesto de su hermanastro, le correspondía dar la cara.
–Sí.
–Quiero decirle algo en privado.
Lily tuvo la tentación de decirle que se equivocaba de persona, pero algo le decía que la ira de aquel hombre tenía su origen en alguna actuación de su hermanastro.
–De acuerdo –dijo–. Pero tendrá que ser breve. Como ve, estoy en medio de una sesión fotográfica.
La mirada de desprecio que le dedicó el hombre le hizo retroceder un paso antes de pasar de largo a su lado y cruzar la puerta que él sostenía abierta.
El estudio estaba en un viejo edificio, así que la puerta era lo bastante gruesa como para que no pudieran oírlos desde dentro. Permanecieron en el reducido rellano, y ella mantuvo la espalda contra la puerta. Estaban tan cerca el uno del otro que notenía escapatoria. Él le bloqueaba las escaleras.
–Puede que le parezca anticuado y machista –empezó–, pero descubrir que es una mujer quien se ocupa de proporcionar carne fresca a otros por un beneficio económico me resulta particularmente repugnante. Está claro que usted es una mujer que vive de la vanidad y la ingenuidad de jovencitos en los que instila falsas esperanzas y sueños vacíos.
Lily lo observó desconcertada con una mezcla de repulsión ante la imagen que había invocado e ira por verse acusada de un comportamiento tan rastrero. Por un momento se planteó la posibilidad de que se tratara de un hombre desequilibrado, pero descartó la idea al instante.
Se retiró el cabello de la cara en su gesto habitual de inseguridad.
–No sé a qué se refiere, pero creo que se equivoca.
–Usted es fotógrafa y se aprovecha de la vulnerabilidad de los jóvenes, prometiéndoles una vida que sabe que acabará destrozándolos.
–Eso no es verdad –se defendió Lily aunque con poca convicción.
Después de todo, la descripción de aquel hombre era muy similar a lo que ella misma sentía por el mundo de la moda.
Tomó aire para confesarlo, pero él se le adelantó en tono despectivo. –¿No le da vergüenza? ¿No siente la menor culpa?
¡Culpa! Aquella palabra fue como un dardo envenenado que dio en la diana de sus más oscuros recuerdos. Tenía que alejarse de aquel hombre. El pánico que sintió le hizo desear encogerse en una bola y desaparecer. Pero no tenía escape.
–Pretende arrastrar a mi sobrino, Pietro, a un mundo de crueldad y corrupción donde unos pocos se benefician económicamente explotando la carne y la belleza de la juventud.
¿Su sobrino? El corazón de Lily se aceleró. Cada palabra que el hombre pronunciaba abría una herida en sus convulsas emociones, mellando el fino escudo protector tras el que se parapetaba.
–No sé cuántos jóvenes han sido víctimas de sus promesas de fama y riqueza, pero le aseguro que mi sobrino no va a ser uno de ellos. Afortunadamente, le ha contado a su familia que lo habían embaucado prometiéndole trabajo y dinero como modelo.
Lily sintió la boca seca. Aquel era un aspecto del trabajo de su padre que siempre le había desagradado: la falta de escrúpulos con las que algunos se aprovechaban de los sueños de los modelos jóvenes. Y ser acusada de actuar de esa manera, la dejó tan paralizada, que no pudo defenderse.
–Aquí tiene su dinero –el hombre le dio con brusquedad un puñado de billetes–. Es dinero manchado de sangre. ¿A cuántos depredadores pensaba presentarlo en la fiesta a la que iban a ir después de la sesión? No se moleste en contestar. Supongo que al mayor número posible. ¿No es eso a lo que usted se dedica?
¿Rick había invitado a un chico a una fiesta? Lily sintió que se le encogía el corazón. Rick era muy sociable y era normal que fuera a tomar una copa después del trabajo. Además, se celebraba la semana de la moda y Milán estaba plagado de profesionales del más alto nivel. Aunque también de los del más bajo. El tipo que…
Un escalofrío de asco la recorrió a la vez que el pánico hizo que rompiera a sudar; el corazón le golpeó el pecho con fuerza. Necesitaba respirar aire fresco. Necesitaba huir del pasado al que aquel lugar y aquel hombre la habían devuelto.
–La gente como usted me repugna. Puede que exteriormente posea el tipo de belleza que logra que los hombres se vuelvan a mirarla, pero no es más que un disfraz con el que oculta su podrido interior.
Si no respiraba aire fresco iba a desmayarse. «Piensa en otra cosa», se dijo. «Concéntrate en el presente». El esfuerzo mental la hizo oscilar levemente. El hombre se acercó precipitadamente para sujetarla. Su mente sabía que ésa era su intención, pero su subconsciente le envió un mensaje diferente que la llevó a gritar:
–¡No me toque!
La reacción fue automática; brotó de lo más íntimo de su ser al tiempo que intentó que le soltara la muñeca. Pero él tiró de ella y la aprisionó contra su cuerpo.
Lily esperó sentir las habituales náuseas y el paralizante terror, pero para su sorpresa, sus sentidos le transmitieron una inusual y aguda percepción de su captor que la sacudió de arriba abajo.
¿Era posible que en lugar de repugnarle, el frescor de su colonia mezclado con el cálido aroma de la piel del hombre despertara en ella el impulso de acercarse aún más a él? ¿Por qué la sólida fuerza de su cuerpo le transmitía bienestar como si su cuerpo lo deseara en lugar de temerlo? Se sentía como si, igual que Alicia en el país de las maravillas, hubiera cruzado una puerta tras la que había un mundo inesperado. Tan impredecible como descubrir su propia mano apoyada sobre el pecho del desconocido.
Al instante, la urgencia de separarse de él se multiplicó. Ya no por miedo a él, sino por miedo al impacto que le había causado.
En los ojos del desconocido vio una expresión de airada incredulidad, como si le costara comprender algo.
–Suélteme.
La orden, para ella un eco del pasado, tuvo un efecto fulminante sobre él y su peculiar expresión fue sustituida por una de ira.
A Lily la ira le daba menos miedo porque los convertía en enemigos, aunque intuyó que él no estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazaran. Sus ojos eran un peligroso volcán de oro líquido que se clavaban en ella. Desde el punto en el que sus manos se tocaban, irradiaba una corriente de sensaciones que se propagaba por todo su cuerpo. Era inconcebible que se tratara de deseo sexual. ¿Cómo iba a desear a un desconocido que mostraba tal desprecio hacia ella? ¿Cómo podía haberle causado tal impacto, que había logrado enmudecerla, impidiendo que le explicara lo equivocado que estaba respecto a ella?
Él la soltó bruscamente y la alejó de sí; dio media vuelta y bajó las escaleras de dos en dos, mientras ella se llenaba los pulmones de aire y asía el picaporte de la puerta con dedos temblorosos.
Estaba a salvo en el estudio. Sólo ella sabía que ya no volvería a sentirse segura. En unos segundos, un hombre había conseguido hacer estallar la protectora burbuja dentro de la que se sentía a salvo de los de su sexo. Asida por él, había sentido despertar un deseo que había hecho trizas todo lo que creía de sí misma, dejando aflorar una vulnerabilidad que se había jurado no llegar a experimentar nunca. Había sido atravesada por un rayo cuyo origen prefería desconocer y en cuyas consecuencias prefería no pensar.
Aturdida, se obligó a volver al trabajo.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó la estilista.
–Nada. Ha habido una confusión.
La confusión en la que ella se había quedado sumida. Ajustó la cámara con manos temblorosas. Entre sus primeros recuerdos estaba el de sentirse segura tras la cámara de su padre cuando jugaba en su estudio, donde tantas veces la dejaban sola de pequeña porque tanto él como su madre estaban demasiado ocupados como para prestarle atención. La cámara siempre había sido un símbolo de seguridad para ella, como un manto que le permitiera hacerse invisible. Pero en aquella ocasión no le sirvió de nada y a través del visor, en lugar de a la modelo, veía al hombre que acababa de hacer caer sus barreras defensivas.
Cerró los ojos y volvió a abrirlos. En realidad lo sucedido era pasajero. Una tormenta había estallado, pero ya se había disipado y ella volvía a estar a salvo.
¿O no?
Un pitido le informó de que le había llegado un mensaje. Apretó el botón mecánicamente y vio que era de Rick, anunciándole que le había surgido una magnífica oportunidad y que volaba hacia Nueva York para seguir negociando. Por cierto, añadía al final, el estudio está reservado a tu nombre. ¿Te importa pagarlo por mí?
Lily se irguió y se retiró el cabello de la cara. Esa era su vida real y no lo que acababa de suceder. Una anécdota que no significaba nada y que debía olvidar como si nunca hubiera sucedido.
Que hubiese sufrido un traspié no significaba que hubiera caído al abismo por el mero roce de un atractivo desconocido.
Tenía mucho trabajo que hacer, y no el relacionado con ayudar a Rick, si no el que verdaderamente le importaba. Su viaje a Milán no tenía nada que ver con modelos ni con la moda, ella tenía un mundo y un lugar propios en el mundo, en el que nunca admitiría a ningún hombre que le hiciera sentir lo que no quería.
Marco hizo un gesto con la cabeza a su secretaria al tiempo que le pasaba unos documentos que acababa de firmar, mientras su mente seguía ocupada con la conversación que había mantenido con su hermana. Ella quería que contratara a Pietro en cuanto terminara la universidad, confiando en que con los años su hijo entrara a formar parte de la junta directiva del negocio familiar, que incluía un vasto y diversificado imperio erigido por sucesivas generaciones de hombres de negocios y nobles Lombardi.
La contribución de Marco a la fortuna familiar había sido la adquisición de un banco mercantil que lo había convertido en millonario a la edad de treinta años. Ya cumplidos los treinta y tres, había volcado sus intereses y su aguda capacidad intelectual más en el pasado que en el futuro, en particular en el legado artístico acumulado a lo largo de los años por su familia y por otras que, como la suya, se habían dedicado al mecenazgo.
Marco nunca había logrado averiguar de qué rama de la familia había heredado su hermana mayor su intensidad emocional. Sus padres, ya fallecidos, siempre se habían mostrado formales y distantes, y habían dejado a sus hijos al cuidado de las niñeras. Su madre nunca había sido particularmente cariñosa, y Marco podía contar con los dedos las veces que lo había besado o abrazado. Eso no significaba que recordara su infancia con resentimiento. De hecho, para él el espacio personal y la privacidad eran esenciales.
Aun así, entendía la preocupación que su hermana sentía por Pietro, por más que racionalmente le costara comprender y perdonar que su sobrino estuviera dispuesto a aceptar dinero por un supuesto trabajo como modelo. En su defensa, su hermana aducía que su pobre hijo se veía abocado a hacer esas cosas porque la asignación mensual que recibía de Marco era insuficiente. Eso no había impedido que su hermana le agradeciera que hubiera ido a darle un escarmiento a la persona que había seducido a su hijito. Después de todo, ambos sabían lo que podía sucederle a un joven inocente si era atrapado en las sórdidas redes del mundo de la moda.
Marco dirigió la mirada hacia la fotografía que tenía sobre el escritorio. Olivia, la mujer que aparecía retratada parecía muy joven. La fotografía había sido tomada cuando acababa de cumplir dieciséis años. Su preciosa cara se iluminaba con una tímida sonrisa y su cabello oscuro y rizado le caía por los hombros. Era la imagen misma de la inocencia y de la honestidad. Su hermosura era la de una flor antes de abrirse, a punto de hacer eclosión. Pero ese momento nunca había llegado porque Olivia no había tenido la oportunidad de alcanzar la madurez. Marco sintió la rabia hervir en su interior, y más aún cuando su enfado se mezcló con una inesperada sacudida de deseo sexual al pasársele por la mente la imagen de una mujer que representaba todo aquello que despreciaba.
Tenía que haber sido una debilidad pasajera, se tranquilizó. Una consecuencia, con toda seguridad, de que su cama llevara vacía desde hacía casi un año.
Se puso en pie y caminó hasta la ventana. Aunque no le gustaba vivir en la ciudad, conservaba un apartamento en Milán, que usaba también como oficina. Pero si hubiera tenido que elegir entre todas las propiedades que poseía, se quedaría con el castillo erigido por uno de sus antepasados, famoso por ser además un gran coleccionista de arte.
Marco había dudado inicialmente cuando la Fundación para la Conservación del Patrimonio Británico se había puesto en contacto con él para que colaborara en la preparación de una exposición dedicada a la influencia italiana en la arquitectura y el arte británicos, pero cuando le explicaron el proyecto en detalle, decidió participar, y de hecho había acabado implicándose tanto, que se había ofrecido a acompañar a la especialista que enviaban desde la Fundación para visitar las villas en las que se seleccionarían las piezas más interesantes para la exposición.
La doctora Wrightington visitaría con él las villas y la gira comenzaría con una recepción de bienvenida en Milán tras la que acudirían al Lago Como.
Marco no sabía nada de la doctora Wrightington, excepto que había dedicado su tesis doctoral a la relación histórica entre Italia y Gran Bretaña resultante del mecenazgo de artistas de Roma y Florencia por parte de acaudaladas familias inglesas que, además de comprar obra, volvían a Inglaterra con el deseo de reproducir el estilo arquitectónico y el diseño italiano en sus mansiones.
La gira acabaría en una de sus mansiones, el Castello di Lucchesi en Lombardía.
Marco miró la hora en su sencillo reloj cuya elegancia hablaba por sí sola de estatus de su dueño, reconocible por cualquiera de su mismo círculo. Faltaba una hora para la recepción en honor a la doctora Wrightington que se celebraría en la mansión originalmente de los Sforza, duques de Milán, abierta al público y convertida en galería de arte desde hacía tiempo.
Su familia y los Sforza habían sido aliados a lo largo de los siglos, una alianza que había sido beneficiosa para ambas familias.
LILY recorrió con la mirada por última vez su impersonal habitación de hotel. Había hecho la maleta y estaba lista para marcharse aunque el taxi todavía tardaría media hora en llegar.
Su mirada se fijó en la inscripción grabada en su maletín: Dra. Wrightington. Se había cambiado de apellido nada más cumplir dieciocho años para evitar ser asociada con sus famosos padres y había adoptado el apellido de soltera de su abuela materna. Aunque ya había pasado más de un año desde que había conseguido el título, cada vez que lo veía escrito le producía un especial placer.
Rick no comprendía el tipo de vida que había elegido porque los recuerdos que conservaba de su padre no se parecían nada a los de ella.