Un Reino para los Niños - Jabsa Graciela - E-Book

Un Reino para los Niños E-Book

Jabsa Graciela

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Beschreibung

En un rincón mágico de Colombia, un grupo de niños de diferentes orígenes se embarca en una aventura inolvidable. Al descubrir un libro antiguo en unas ruinas, se encuentran en medio de un misterio que les enseñará sobre amistad, valentía y la importancia de superar las diferencias. Unidos por el destino, estos jóvenes héroes deberán enfrentarse a desafíos que pondrán a prueba su valor y su capacidad de trabajar juntos.

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Seitenzahl: 68

Veröffentlichungsjahr: 2024

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JABSA GRACIELA

Un Reino para los Niños

Graciela, Jabsa Un reino para los niños / Jabsa Graciela. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5391-1

1. Cuentos. I. Título. CDD A863.9282

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Los niños: mis pequeños héroes

Las ruinas: aquí se conocieron

Un paseo por la ciudad

Y aquí comienza la aventura

El libro: “El Rey-niño”

El secreto mágico

Aprendiendo a divertirse

Los sabios y sus historias

El Rey-niño y sus sabios

María y Camila

El duende y los niños

La unión entre los niños

Aprendiendo a respetarse

¡Salvemos a las niñas!

El refugio de los héroes

Alex es castigado

El susto de Alex

Domingo: todos a la iglesia

Los niños y los malvados

La trágica aventura

El reencuentro

Reinicia la aventura

La conexión entre ellos

El propósito final

Los niños: mis pequeños héroes

Juan David, María, Mateo, y Ana viven en una pequeña casita entre bosques, ruinas arqueológicas y pequeñas montañas en los suburbios de San Agustín, en la lejana y exótica Colombia.

—¡A levantarse niños! —se oyó la voz de Teresa, su mamá. —¡Y vengan pronto a desayunar!

Anoche, estuvieron viendo en su viejo televisor una película norteamericana y Juan David imaginó esos deliciosos desayunos americanos, y su boca se llenó de abundante y rica saliva al imaginarse frente a uno de esos breakfast. Con gran alegría corrió a la cocina pero al llegar y observar la mesa preparada por su madre… su corazoncito casi se detuvo pero…

Suspiró con tristeza y abrazó a su madre.

“Comeremos lo de siempre. Bananas con miel, leche con cacao y panes fritos”, pensó… “somos una familia humilde ¡pero feliz!”.

—¡Cuánto te quiero madrecita mía! —le dijo abrazándola.

Juan David tiene 12 años, María y Mateo 11 años, son mellizos, y Ana 8 años.

—Yo debo ir a trabajar —les recordó su madre— Ya lo saben, se portan bien, se cuidan entre ustedes y no se alejen de la casa.

En el otro extremo de la ciudad, viven en una casa grande, en un barrio muy elegante, Alex de 11 años y su hermana Camila de 10 años.

Sus padres son empresarios y hoy, como todos los días van a su oficina en el centro de la ciudad. Allí pasan más tiempo que en su casa con sus hijos.

A estos niños los cuida Daniela, una muchacha alegre y honesta que vive con ellos en la dependencia de servicio.

Luego de un nutritivo desayuno, Daniela intenta hablar con ellos pero… Alex ya se instaló en un cómodo sillón con sus auriculares y sus videojuegos y Camila hizo lo mismo frente a su computadora viendo videos musicales.

Aunque Daniela les gritara ellos no la escucharían ni les importaba escucharla.

Cerca de allí vive Andrés. Un niño muy inteligente, educado y de clase alta. Sus padres han trabajado en diferentes países del mundo. Son asesores políticos. Andrés creció rodeado de culturas y costumbres diferentes adquiriendo una gran capacidad para hablar en varios idiomas.

Tiene 12 años, le gusta mucho leer libros de aventuras y ciencia ficción.

Don José ha estado a su lado cuidándolo y acompañándolo desde pequeño.

Además de la lectura, a Andrés le gusta mirar con su telescopio las estrellas y muchas veces a los niños de la ciudad.

No tiene amigos, solo conoce a Alex de la escuela donde va ahora.

Esta es la historia que voy a contarles, sobre la vida de estos niños llamados NI-NI.

Porque Ni son grandes Ni son chicos y sus padres a veces no saben cómo tratarlos.

Ellos son valientes y felices y a veces también sufren un poquito.

Las ruinas: aquí se conocieron

Luego de desayunar, Juan David les dijo a sus hermanitos:

—¡Vamos apúrense! Iremos a jugar cerca de las “Ruinas al Valle de las Papas”. Preparen sus bicicletas. Sí, ya sé que son viejas, pero aguantadoras, ¿no?

A Juan David le interesa mucho la historia de los antepasados que poblaron este lugar, los reyes, los héroes antiguos, los jefes indígenas y sus monumentos. Y no se olvidó de llevar su vieja y desgastada pelota.

—¡Aún mete goles! —decía.

Cerca de las ruinas se sentaron a descansar y a saborear unas bananas que Juan David había cargado en su mochila.

Unos gritos llamaron su atención. Unos niños bien vestidos y ruidosos jugaban cerca de ellos. Juan David los miraba encantado, pero más aún a esa pelota con la que jugaban.

Parecía brillar como un pequeño sol que volaba por los aires cuando la pateaban.

Tanto la miraba y la admiraba que… cayó a sus pies.

—Oye, tú, niño mestizo. ¡Alcánzame mi pelota! —gritó Alex.

Juan David la tomó entre sus manos, embelesado y feliz caminó hacia ellos.

—No, no la toques. ¡Solo patéala hacia mí! —le gritó Alex.

Juan David siguió caminando, abrazándola:

—Ufff... ¡¡Y ahora quién va a limpiarla!! —rezongó Alex— ¡Suéltala ya!

Andrés tocó el hombro de Alex y le dijo:

—Tranquilo Alex, déjalo que la traiga. Es un niño como nosotros, tal vez quiera jugar…

—Pues yo no jugaré con él. ¡¡Mira cómo está vestido!! Y el color de su piel. ¡Parece un indio…!, ¿y si nos contagia alguna enfermedad? —siguió gritando Alex.

Juan David llegó hasta ellos y les extendió la pelota con sus manos.

Al nadie querer recibirla la dejó en el suelo y se alejó unos pasos hacia atrás.

Alex sacó un pañuelo de su bolsillo y empezó a frotarla con fuerza y repulsión.

Andrés se acercó y le dijo:

—Gracias por alcanzarnos la pelota. Me llamo Andrés y ¿tú?

—Juan David.

—¿Quieres jugar con nosotros? —le preguntó amablemente Andrés.

—No, no —gritó Alex— nosotros ya nos vamos.

Dio la vuelta y empezó a marcharse con la pelota envuelta en su pañuelo.

—Hasta pronto, Juan David, un gusto conocerte — dijo Andrés.

—Sí, igualmente —le respondió Juan David con tristeza.

También sus hermanitos que habían contemplado la escena sin comprenderla.

Querían volver a su hogar.

Seguramente Teresa los estaría esperando con alegría y preocupación. Regresaron en silencio y un poco tristes porque a ellos les parecieron unos chicos lindos y divertidos.

—Qué pena que no pudimos ser amigos de Alex y Andrés —dijo Ana.

Y pedaleando, pedaleando llegaron a su casita.

Un paseo por la ciudad

En la hora del almuerzo, Teresa les dijo a sus hijos que los llevaría más tarde al centro de la ciudad a pasear. Esa noticia los alegró mucho y rápidamente se pusieron sus mejores ropitas para ir de paseo.

Luego de una larga caminata llegaron al centro de la ciudad.

El lugar estaba colmado de gente de todas las edades. Se escuchaba música y las personas caminaban con sus compras divertidas y tranquilas.

Las vidrieras, escaparates y todos los comercios en general, ofrecían sus productos como obligándonos a comprarlos.

Algunos empleados en las veredas nos empujaban hacia dentro de los locales comerciales para mostrarnos lo que vendían.

Juan David y sus hermanitos no dejaban de asombrarse ante la vista de tanto despliegue de ropa, juguetes, calzados. Un barullo ensordecedor y fascinante.

Ana se detuvo frente una casa de muñecas y ¡no podían despegarla de allí!

Maravillada exclamaba: —¡Mira mamá esa muñeca es tan grande como yo! ¡Qué bonita es! Y su traje de princesa, ¡qué belleza!

Teresa preocupada por la ansiedad de los niños frente a los juguetes, pensó que la única manera de sacarlos allí era llevándolos a comer por allí cerca donde se calmaran un poco y disfrutaran la comida.

Luego de caminar unos metros encontraron un pequeño comedor que parecía económico, limpio y tranquilo.

Mientras esperaban un rico pollo frito que habían pedido, un pobre mendigo se paseaba delante de la puerta esperando recibir alguna limosna.

Ana desde su posición en la mesa lo observaba atentamente.

Cuando llegó la comida a su mesa mamá repartió a cada uno su porción.

Ana decidida, tomó una servilleta de papel, envolvió su porción de pollo y fue a entregárselo al mendigo.

Sonriente volvió a su silla mientras su familia la miraba sorprendida.