Un secreto para los dos - Lynne Graham - E-Book

Un secreto para los dos E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

La prometida de conveniencia del español… ¡y el secreto que los unía! El ambicioso multimillonario Ruy Valiente sabía exactamente lo que necesitaba para evitar el escrutinio de sus parientes en una boda de la familia: una falsa prometida. Tras haber rescatado a la inocente Suzy Madderton de la amenaza de un matrimonio desastroso, se dio cuenta de que era perfecta para el papel. Pero a Suzy le supuso un grave problema aceptar la propuesta de Ruy, porque había una química tremenda entre ambos. Ruy, que asimismo era pintor, tenía un frío dominio de sí mismo, a diferencia de ella, que era emotiva e impulsiva. Él era también el primer hombre en quien confiaba. Y cuando descubrió el secreto que Ruy ocultaba, devolverle el anillo de compromiso que llevaba de forma temporal le resultó enormemente difícil.

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Seitenzahl: 187

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Lynne Graham

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un secreto para los dos, n.º 2936 - junio 2022

Título original: The Ring the Spaniard Gave Her

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-697-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Ruy Valiente, el solitario multimillonario dueño de Valiente Capital, uno de los mayores y más rentables fondos de inversión del mundo, no contestó inmediatamente cuando le vibró el móvil en el bolsillo.

Estaba de muy buen humor porque tenía varias semanas libres para dedicarse a su pasión secreta. Esos descansos no eran habituales, ya que lo habían educado para ser disciplinado y cumplir con su deber.

Se hallaba de camino a su casa de campo. Cuando por fin sacó el móvil a regañadientes, al considerar que como era una llamada a su número privado, que muy pocos conocían, podía tratarse de una emergencia, se tranquilizó al ver aparecer en la pantalla el nombre de Cecile, su hermanastra.

En su conservador y restringido círculo de relaciones, solo toleraba a Cecile, a la que debía el descubrimiento de su nueva casa.

–Necesito tu ayuda –dijo Cecile, sin andarse con rodeos–. Sé que, como te mudas a pocos kilómetros de donde vivimos Charles y yo, puede parecerte que no vamos a dejar de darte la lata, pero…

Ruy sonrió.

–No se me ocurriría pensarlo.

–¿Dónde estás?

–A diez minutos de mi nueva casa.

–Ah, muy bien. Charles y yo estamos en un atasco en la autopista. Queríamos volver pronto a casa para ver a las niñas en el festival de primavera, pero no vamos a llegar a tiempo.

–Qué mala suerte –su hermanastra y su esposo eran médicos, y Ruy sabía que debían esforzarse para conciliar la vida laboral y la familiar–. ¿En qué puedo ayudarte?

–Lola y Lucia van a sentir mucho que no vayamos. Llevan semanas ensayando. Sé que es pedirte demasiado, porque no es lo tuyo, pero a las niñas les encantaría que fueras en nuestro lugar. De hecho, se emocionarán más si acudes tú que si lo hacemos nosotros. Aprecian mucho al tío Ruy. La actuación es en el ayuntamiento del pueblo. Por suerte, las niñas actúan las últimas. ¿Puedes ir?

Ruy se tragó las objeciones que pugnaban por salir de sus labios.

–Claro que sí –era la primera vez que su hermanastra le pedía algo.

El resto de sus parientes le pedía constantemente dinero, trabajo y ayuda con toda clase de problemas legales y familiares. Armando, su difunto padre, había fomentado que la familia dependiera de él, porque alimentaba su amor al poder y la sumisión ajena, pero a Ruy le exasperaba esa cadena de exigencias, y hacía lo que podía para que sus parientes perdieran esa costumbre.

–¿Lo harás? No tendrás que llevar a las niñas a casa. La niñera está con ellas. Lo único que debes hacer es presentarte, darles un abrazo cuando acabe la función y mentir piadosamente a Lola cuando te pregunte cómo ha actuado.

–Muy bien.

–Pero es la primera vez que vas a tu nueva casa y estoy invadiendo tu intimidad.

–No soy tan inflexible –mintió él por cortesía. A los treinta años, había aprendido que, si no sacaba tiempo como fuera de su exigente horario, no lo tendría para dedicarse a lo que más le gustaba: pintar–. Será un placer ver a las niñas.

–Si vinieras a visitarnos más a menudo… Perdona, no debo quejarme –se disculpó Cecile porque sabía que estaba traspasando los límites.

Ruy era una persona solitaria que valoraba enormemente su intimidad, un privilegio del que apenas disfrutaba en su trabajo, ya que siempre estaba rodeado de empleados, que lo servían y estaban pendientes de sus deseos. Reconocía que su vida distaba mucho de ser normal. También sabía que a Rodrigo, su hermano gemelo, nacido unos minutos después que él, lo consumía la envidia, el resentimiento y la amargura por no ser el primogénito en quien Armando Valiente había depositado sus esperanzas. Lo sorprendía que Rodrigo lo hubiera invitado a su boda, que se celebraría dos semanas después. Temía acudir, pero pensaba que, al invitarlo, su hermano pretendía ofrecer un gesto de paz.

El ayuntamiento, situado al lado de la iglesia, era un viejo edificio que necesitaba un lavado de cara. Ruy pensó que haría una donación anónima. Las acciones filantrópicas le salían espontáneamente, ya que nunca había tenido que preocuparse de lo que costaban las cosas.

Era la primera vez que visitaba el pueblo que se hallaba cerca de su nueva propiedad. No había mucho: un taller mecánico, un pequeño supermercado y, frente a la iglesia, un bar. En su visita anterior había pasado de largo en el coche, porque el lugar no le interesaba. No pensaba hacer amistades allí, lo cual protegería el anonimato que buscaba.

El salón de actos estaba atestado. No había asientos libres. Ruy se quedó de pie, apoyado en la pared del fondo. Medir más de un metro noventa le garantizaba una excelente visibilidad del pequeño escenario. Sonaba una música new age. Una mujer se hallaba de rodillas, con la cabeza gacha. Ruy la miró con inesperado interés, cuando se elevó el volumen de la música y comenzó a enderezarse.

Elevó los brazos y se echó hacia atrás, como si fuera de goma, con la melena flotando en el espacio y los pequeños seños sobresaliéndole. Ruy se quedó clavado en el sitio, sin prestar atención a los niños que, agachados como pequeñas setas a ambos lados de ella, esperaban su momento. Se trataba de un baile moderno, algo que no le interesaba, pero la inocente sensualidad de ella lo cautivó como hombre y artista. Y supo que debía averiguar quién era, que debía pintarla.

–Es una bomba –dijo un hombre a su lado–. Una belleza.

–¿Quién es? –preguntó.

–Suzy Madderton, la hija del dueño del bar. No está disponible, por si le interesa saberlo.

–No me interesa –aseguró Ruy al tiempo que los pómulos se le coloreaban de forma inusual, avergonzado por la excitación que notaba en la entrepierna, en un lugar con niños, a pesar de que en la oscuridad nadie podía notarlo.

–Se dice que pronto se va a casar con un viejo que está forrado. Es un hombre de negocios que posee medio pueblo. Es una pena que alguien como ella vaya a acabar con él.

Ruy no dijo nada. No le parecía extraño que una guapa joven se casara por dinero con alguien mucho mayor. Lo único que le preocupaba era si podría posar para él. Si el dinero era un imán para ella, no habría problema.

No tocaría a una cazafortunas ni con un palo. No tenía interés personal en la bailarina. Se dijo que una reacción masculina natural a una actuación sensual no era prueba de atracción. El sexo no le importaba excesivamente. Conseguía con facilidad tener relaciones sexuales ocasionales y llevaba años sin salir con nadie en serio.

La idea del amor era una abominación para él porque había sido testigo de aquello en lo que se podía convertir. Un sentimiento de culpa no olvidado se apoderó de él al contemplar a sus sobrinas en el escenario, convertidas en pequeñas setas. Lucia se movía como una sílfide, comparada con Lola, que lo hacía como un búfalo.

Ruy sonrió lenta y dolorosamente mientras pensaba que, de no haber sido porque había que casarse, le habría gustado tener un hijo.

 

 

–¡Les subes la temperatura un par de grados a algunos padres! –bromeó Flora, la organizadora de la función, dirigiéndose a Suzy, que se vestía entre bastidores.

–No digas tonterías. Les gusta ver a sus hijos –contestó Suzy, a quien le producía náuseas pensar en ser objeto de lujuria en público. ¿No era bastante haber tenido que enfrentarse a eso recientemente en privado?

Pero ¿acaso no había elegido su propio camino? ¿No había decidido que su padre era más importante que todo lo demás? Su padre, que la había querido por dos, después de la muerte de su madre en un accidente, cuando ella era un bebé.

Roger Madderton era un gran padre, pero no lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de la trampa que le habían tendido. Y Percy Brenton había atrapado económicamente tanto al padre como a la hija, y no había forma de evitar las consecuencias de aquel error: o dejaba que su padre se declarara en quiebra, sin culpa alguna, y que perdiera la casa y el bar, o se casaba con Percy. Y como iba a hacerlo en menos de cuarenta y ocho horas, más le valía aceptar lo inevitable, se dijo con enfado.

El fin de semana estaría con Percy en Barbados en viaje de novios. Se estremeció ante la perspectiva.

La función había acabado. La gente se estaba marchando, cuando Suzy bajó los escalones del escenario. El cabello pelirrojo y rizado le caía sobre la espalda. Lola y Lucia corrieron hacia ella, emocionadas tras la actuación. Eran unas niñas preciosas, una de siete años y la otra de cuatro, y estaban en la clase de baile que daba Suzy semanalmente.

Aunque quería marcharse antes de que Percy hiciera acto de presencia, no pudo resistirse a las manitas que agarraban las suyas y tiraban de ella. Con los verdes ojos risueños ante su entusiasmo, Suzy no vio a sus padres ni a su niñera, sino a un completo desconocido.

Un desconocido alto, moreno e increíblemente guapo: de piel oscura, pómulos altos, mandíbula esculpida, nariz clásica y labios sensuales, a lo que se añadía su gran altura y su constitución fuerte y delgada. En conjunto, era lo más parecido a un hombre de los que poblaban las fantasías femeninas.

Decir que Suzy Madderton era una belleza no bastaba para describirla, pensó Ruy, desconcertado ante el impacto visual que le había producido. Brillaba como una espectacular puesta de sol, con sus rizos pelirrojos, la piel de porcelana, pecas en la nariz y unos ojos verdes más brillantes que las esmeraldas. Desprendía energía.

Ruy levantó sus barreras defensivas, porque le disgustaba la intensidad de su reacción ante ella.

–Es el tío Ruy –lo presentó Lola–. Nuestro tío Ruy.

–El hermano de su madre –tradujo él.

A Suzy lo atraparon sus ojos negros, llenos de sardónica superioridad. No supo por qué había leído ese mensaje en su mirada, pero alzó la barbilla y lo miró con desagrado.

–Gracias por la traducción, pero no la necesitaba. Mi madre era española. Sé algunas palabras –murmuró mientras pensaba que eran pocas, incluso después de las clases nocturnas a las que había acudido varios años, porque la falta de práctica había destruido su esperanza de hablar con fluidez la lengua de su madre.

La masculinidad y el orgullo de Ruy se entusiasmaron ante su actitud desafiante. Aquella mujer era una bomba, en efecto. Lo veía en su forma agresiva de alzar la barbilla, en su forma de mover la despeinada melena. Pero reconoció sin dudarlo que no satisfaría en absoluto sus necesidades sexuales.

Prefería que las mujeres fueran arregladas, se comportaran con docilidad y no le crearan problemas, aunque eso no implicaba que no deseara seguir pintando a Suzy. Al fin y al cabo, apenas había intercambiado palabra con su última modelo, que ahora era famosa en el mundo entero gracias a la exposición que él había realizado hacía un año, porque sus retratos de mujeres hermosas se vendían muy caros.

Él no se comprometía en modo alguno con nada, de forma que evitaba el caos emocional que en otro tiempo lo había llevado al desastre familiar.

Habló con Suzy en español muy deprisa, por lo que ella no pudo seguirlo y solo entendió la esencia de lo que le decía. Le proponía que posara para él. ¿Ella? No daba crédito y le sorprendía que Cecile, la simpática madre de las niñas, no le hubiera dicho que su hermano era artista ni que iba a vivir con ella.

–Dígame lo que quiere cobrar –concluyó él en inglés para asegurarse de que lo entendía–. Solo tardaríamos dos semanas.

Un pesado brazo rodeó los hombros de Suzy y a ella se le cayó el alma a los pies. Percy había llegado.

–¿Lo que quiere cobrar por qué? –preguntó.

–Le he pedido a la señorita Madderton que pose como modelo para mí –Ruy tendió la mano a Percy–. Ruy Rivera –murmuró, tomando prestado el apellido de soltera de su hermanastra para asegurarse el anonimato.

–Imposible, señor Rivera –afirmó Percy con desdén, sin estrecharle la mano–. Nos casamos pasado mañana, por lo que estará muy ocupada.

–Podías haber sido más amable. No pretendía ofenderte –le susurró Suzy, avergonzada, mientras él la conducía a la salida.

Él le apretó el antebrazo con fuerza.

–¡No me digas cómo debo comportarme! –le murmuró él al oído al tiempo que la empujaba hacia el coche–. Y lo de bailar se ha acabado. No voy a consentir que mi esposa se suba a un escenario a lucirse ante todo el mundo como si hiciera estriptis.

Pálida y temblando a causa del frío, Suzy se apartó de él frotándose el brazo.

–Me has hecho daño. No he hecho nada para que estés tan enfadado.

–Deja de protestar y sube al coche. Te vienes a casa a cenar conmigo.

–Lo siento, pero estoy muy cansada –mintió ella al tiempo que se tapaba la boca fingiendo un bostezo y miraba el rostro aún enfurecido de Percy.

Lo de cenar era un eufemismo para manosearla. Hacía meses que él había accedido a su exigencia de que su matrimonio lo fuera solo de nombre. No sabía si él creía que podía hacerla cambiar de opinión, pero no estaba dispuesta a pelearse con él en el sofá de su casa, tras la brusquedad con la que la había tratado.

–Como has dicho, tengo que preparar muchas cosas para la boda, así que me voy a casa. Gracias –concluyó mientras se preguntaba qué le agradecía.

–¡Suzy! –la voz de su padre la detuvo. Aliviada, se volvió a saludarlo.

Percy retrocedió sonriendo forzadamente.

–Roger –dijo en voz baja. En su rostro no se apreciaba ni un rastro de furia.

–¿De dónde sales?

–He venido corriendo a verte bailar y te he visto desde la entrada. No me lo habría perdido por nada del mundo.

–¿Y quién se ha quedado a cargo del bar?

–El viejo Morgan –contestó su padre sonriendo al nombrar a un anciano que era casi una parte integrante del local. Cruzó con ella la calle hacia el bar.

–¿Todo bien con Percy?

Suzy se puso tensa.

–Sí. ¿Por qué lo preguntas?

–Desde lejos me ha parecido que estabais discutiendo. Supongo que es absurdo, pero durante unos segundos he creído que te iba a pegar.

Suzy estaba blanca como la cera al entrar en el bar, donde solo estaba Morgan.

–Sí, es absurdo. Percy no haría una cosa así.

–También parecía que había bebido. Debe de hacerlo en casa o en el hotel, ya que aquí no viene a beber –comentó su padre con preocupación–. ¿Estás segura de que te quieres casar con él?

–Sí. ¡Me muero de ganas de ver las Barbados! –bromeó ella.

Roger gimió y le apartó un mechón de la frente.

–No me parece bien que, debiéndole dinero, me haya dicho que, como vais a casaros, no hace falta que se lo devuelva, como si no importara, cuando sabemos que no suelta un céntimo aunque lo maten.

–Tiene razón al afirmar que entre parientes no debe haber deudas. Te parecerá más normal después de la boda.

–Sigo pensando que es muy mayor para ti. ¡Si tiene casi mis años! Yo no iría detrás de una mujer a la que le doblo la edad.

–No todos somos iguales. Percy me dará una buena vida.

Roger hizo una mueca.

–Si lo que te he enseñado es que una buena vida supone tener una gran casa y pasar las vacaciones en el extranjero, es que en algo he fallado como padre.

–Papá… –Suzy lo abrazó. No quería seguir mintiéndole–. No seas tonto. Eres el mejor padre del mundo.

–Lo siento. Lo único que quiero es verte feliz, y no estoy convencido de que vayas a serlo con Percy.

–Te convencerás –dijo ella mientras se dirigía a la puerta de atrás que conducía al piso en que vivían. No estaba convencida de que el viejo Morgan estuviera tan sordo como parecía. Lo único que le importaba era que su padre estuviera a salvo, y casarse con Percy se lo garantizaba.

Subió las escaleras para ir a su habitación pensando en lo que se había sacrificado su padre para criarla él solo. No había habido ninguna otra mujer en su vida por miedo a que se convirtiera en una de esas malvadas madrastras de los cuentos. Había trabajado mucho para que el bar fuera un buen negocio. No era culpa suya haberse endeudado.

Sus problemas empezaron al pedir un préstamo para remodelar el bar, con la esperanza de atraer a más clientes. Al retrasarse en las devoluciones mensuales, el banco amenazó con quitarle el local. En ese momento apareció Percy.

Ella tenía entonces dieciocho años, y fue incapaz de darse cuenta de que era indudable que su intención era quedarse con el bar y de la posibilidad de que solo después hubiera pensado en casarse con ella. Percy se convirtió en un héroe para Roger, ya que se hizo cargo de la deuda y le bajó el importe de la letras.

Hacía seis meses, justo antes de que ella cumpliera veintiún años, Percy le expuso claramente la situación. La amenazó con quedarse con el bar y echarlos a la calle, a menos que se casara con él. Cuando ella lo acusó de chantajearla, él le contestó que le ofrecía la respetabilidad del matrimonio y una vida mucho más cómoda que la que llevaba, ya que trabajaba a todas horas en el bar limpiando, cocinando y atendiendo a los clientes.

Ella accedió a casarse, pero insistió en que desempeñaría su papel de esposa en todos los aspectos, salvo en lo referente al sexo. Percy accedió, pero ella comenzaba a sospechar que lamentaba haber estado de acuerdo en que no compartiera la cama con él.

Suzy se hizo un ovillo en la cama llorando. ¿No se había dado cuenta, hacía seis meses, lo difícil que sería casarse con un hombre al que no quería y que no la atraía en absoluto? Ahora era tarde. Se sentía atrapada: o le contaba a su padre la verdad y acababan en la calle, sin un céntimo, o se casaba con Percy, que cada vez la trataba peor, lo cual la asustaba.

 

 

Después de despedirse de sus sobrinas, Ruy subió de nuevo al coche, un vehículo muy discreto que no atraía la atención. Seguía sorprendiéndolo que una joven tan llamativa como Suzy Madderton fuera a casarse con un bocazas ignorante como al que acababa de conocer. No era asunto suyo.

Si no fuera porque seguía queriendo pintarla, no habría vuelto a pensar en ella. Sin embargo, no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria, lo que hizo que se empeñara aún más en obtener lo que deseaba.

Una vez instalado en su nueva casa, iría al bar para hablar con Suzy a solas. Eran prácticamente inexistentes las mujeres que se negaban a sus deseos.

 

 

Durante los dos días previos a la boda, Suzy estuvo ocupadísima. Tuvo que probarse por última vez el vestido de novia. No iba a haber damas de honor ni una fiesta de celebración como tal, porque, cuanto menos gente la viera fingiendo ser una novia feliz, más fácil le resultaría. De todos modos, sus amigos de la escuela habían desaparecido hacía tiempo para ir a la universidad o en busca de trabajo.

Además de la prueba del vestido, que suponía ir a la ciudad más próxima y que le llevó toda la mañana, tuvo que ir a la casa rural de Percy, a varios kilómetros del pueblo, para echar un vistazo a los preparativos, además de recoger la tarta y llevarla allí.

Esa tarde se encargaría de los arreglos florales de la iglesia. Una vez hecho todo lo anterior volvió al bar y se quedó desconcertada al ver a Ruy Rivera al lado de la chimenea con un whisky y un periódico.

La primera vez que lo vio vestía un elegante traje, pero ahora llevaba unos vaqueros y un jersey de punto de color claro. El cabello, negro, brillante y espeso como las plumas de un cuervo, echado hacia atrás, le dejaba la frente al descubierto. Lo tenía algo más largo de lo convencional.

Al volver a verlo, su belleza la dejó sin respiración y con la boca seca. Se sintió muy avergonzada al bajar la cabeza y ver su anillo de compromiso. Creía que, aparte de todo lo demás, debía a Percy lealtad y respeto. Y mirar con interés a otro hombre, por muy guapo que fuera, le parecía muy mal.

Se puso detrás de la barra para que su padre descansara un rato.

–Creí que estabas en la iglesia con la florista –dijo este, sorprendido.

–Ha cambiado la hora. Ve a tomarte un té.

–A sus órdenes –su padre rio y se fue al piso.

Ruy dobló el periódico y se acercó a la barra.

–Esperaba que viniera.

–¿Qué le pongo? ¿Otro whisky?

–No, gracias, tengo que conducir –murmuró él. Tenía un leve acento español–. ¿Le molestaría que le preguntara por su madre española?

Desconcertada, Suzy se quedó inmóvil

–No, en absoluto. No la recuerdo porque murió en un accidente de tráfico cuando yo tenía dos años. Era de Madrid y había perdido a sus padres muy joven. Vino al Reino Unido a trabajar de niñera y conoció a mi padre. Al cabo de pocos meses se casaron. Yo fui a clases de español porque quería sentirme cerca de ella, pero no sirve de nada si no practicas el idioma –lanzó un suspiro.

–Podría practicarlo conmigo. ¿Cuánto tiempo lleva dando clases de baile a los niños?

–Dos años, primero como ayudante, hasta que la profesora, que llevaba años enseñándome, se jubiló a causa de la artritis. Bailar ha sido mi único pasatiempo desde la infancia.

–Aún tengo esperanzas de que pose para mí. De verdad que me gustaría hacerle un retrato.