Un torbellino de amor - Fiona Harper - E-Book
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Un torbellino de amor E-Book

FIONA HARPER

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Beschreibung

Jennie Hunter y Alex Dangerfield se habían visto en una fiesta y de inmediato supieron que estaban hechos el uno para el otro. Tras un romance vertiginoso y una idílica boda, Jennie pensaba que todos sus sueños se habían hecho realidad… hasta que las circunstancias conspiraron contra ellos. Alex apareció con una adorable niña pequeña y en sus ojos, brillantes y llenos de alegría, Jennie podía ver un mundo de desesperación. Mollie necesitaba una mamá y Alex la necesitaba a ella, su esposa en la fortuna y en la adversidad

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Seitenzahl: 159

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Fiona Harper.

Todos los derechos reservados.

UN TORBELLINO DE AMOR, N.º 2415 - agosto 2011

Título original: Three Weddings and a Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-707-5

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

EPÍLOGO

Promoción

CAPÍTULO 1

SI HABÍA algo para lo que Jennie Hunter tenía un don era para salirse con la suya. Desgraciadamente, ese don la abandonó un día de Año Nuevo, al mismo tiempo que un ramo de novia compuesto de lirios y azucenas caía inesperadamente en sus manos.

¿Cómo había podido pasar?

Se había apartado cuando la flamante esposa de su hermanastro lanzó el ramo por encima de su cabeza. ¿Qué había hecho Alice? ¿Le había puesto un dispositivo de seguimiento? Siendo como era, no lo descartaría. Desde que se comprometió con su hermanastro, Alice había intentado emparejar a todas sus amigas y Jennie se había convertido en su proyecto favorito.

Una mano gruesa y sudorosa tocó su hombro.

–No te preocupes, pronto te tocará a ti.

Jennie se volvió para sonreír a su primo Bernie; una sonrisa que seguramente podría ser descrita más bien como una mueca. Si había dejado una mancha de sudor en su vestido de satén vintage le metería el ramo por la garganta, pétalo por pétalo.

«Pronto te tocará a ti».

¿Cuántas veces había escuchado eso aquel día?

Jennie miró el ramo de novia que tenía en la mano. ¿Por qué lo había agarrado cuando chocó contra su pecho? Debía haber sido un reflejo, pensó.

Una horda de mujeres entusiasmadas esperaba conseguir el gran premio y debería haber dejado que alguna de ellas la apartase de un empujón. Sin embargo, podía sentir varios pares de ojos rencorosos clavados en su espalda.

Alguien la empujó entonces para despedirse de los novios, que partían de luna de miel, y Jennie se quedó un poco atrás, viendo a Cameron y Alice subir al coche entre risas y besos. Y ni siquiera su sana dosis de cinismo sobre el «amor verdadero» pudo impedir que suspirase.

Alice estaba guapísima con un vestido de novia vintage de los años treinta. ¿Y Cameron? Bueno, el pobre no podía apartar los ojos de su flamante esposa. Y así era como debía ser, ¿no? La novia debía ser el centro del universo, su razón para vivir.

Un gemido escapó de su garganta, que disimuló con una tosecilla, y decidió que aquél era tan buen momento como cualquiera para despedirse de su hermanastro y su cuñada.

Después de abrazar a Cameron, que tenía una cara de satisfacción insoportable, Jennie se volvió hacia Alice, que miraba el ramo con una sonrisa.

–Mereces encontrar a alguien especial –le dijo su cuñada al oído–. Cuando lo encuentres, pondrá tu mundo patas arriba y serás más feliz que nunca en toda tu vida.

Jennie había decidido que le gustaba su mundo tal y como era, pero al recordar las cosas que se habían torcido últimamente tuvo que contenerse para no dejar escapar un suspiro gigantesco. Aunque, por supuesto, cuando Alice la soltó, parecía tan alegre como siempre.

El coche de los novios desapareció por el camino del elegante hotel donde se había celebrado el banquete, seguido de una lluvia de confeti, gritos de buenos deseos y el sonido de las latas que alguien había atado al guardabarros. Y Jennie suspiró.

Por fin.

Ahora que Alice y Cameron se habían ido, los invitados se dedicarían a charlar, a bailar y a beber de una forma que lamentarían amargamente por la mañana.

Pero su plan era encontrar una esquina tranquila, quitarse los zapatos y brindar por la muerte de sus esperanzas y sus sueños con todo el champán que pudiese encontrar.

Él la miró mientras se alejaba caminando hacia el hotel…

No, Jennie Hunter no caminaba. Caminar era un verbo demasiado vulgar, pero no se le ocurría otro que pudiese explicar la elegancia de su paso.

El ramo de novia colgaba de su mano mientras se acercaba a la puerta del hotel. Otras chicas iban mirando al suelo para no clavar los tacones en la gravilla, pero Jennie no. Ella ni siquiera miraba hacia abajo, dando la impresión de que se deslizaba sobre una superficie lisa. Su melena de color rubio ceniza se movía con la brisa, dejando ver su largo cuello…

Un cuello que, había descubierto recientemente, le gustaría retorcer.

Desgraciadamente, esa noche no podría hacerlo.

Jennie se unió a un grupo de gente y escuchó su risa, clara y cristalina, por encima de las demás. Despertaba a la vida en las fiestas, lo cual no era sorprendente ya que ése era su trabajo. Ser una de las jóvenes de la alta sociedad londinense que más daba que hablar la había ayudado mucho cuando abrió su empresa de organización de fiestas. Todo el mundo quería estar en una fiesta que Jennie Hunter organizaba.

Alex suspiró. Verla allí confirmaba sus peores miedos. Había querido estar equivocado, pero sospechaba que aquella mujer no podría comprometerse con nada durante un mes y mucho menos una vida entera. De modo que lo había engañado.

Tal vez no lo había hecho a propósito, pero lo había engañado de todas formas. Y eso no le gustaba nada. Él era un hombre acostumbrado a no dejarse engañar por una cara bonita y rara vez se equivocaba. ¿Por qué aquella mujer precisamente…?

Últimamente parecía haber estado recluida en su casa, pero sabía que la encontraría en la boda de su hermanastro. Cameron Hunter había decidido organizar una boda íntima y exclusiva a las afueras de Londres. Sus amigos y familiares habían tenido que prometer no contar nada a nadie, de modo que no había sido fácil localizar el sitio sin levantar sospechas, pero al final lo había conseguido.

Alex se apartó del arbusto tras el que estaba escondido y se apretó el nudo de la corbata. No se había colado en la boda para nada y era hora de conseguir lo que había ido a buscar. No quería venganza, aunque ver a Jennie había despertado ese deseo, sino la verdad.

¿Quién era Jennie Hunter? ¿Quién era en realidad?

Cuando las últimas latas atadas al guardabarros del coche de Cameron desaparecieron por el camino, Jennie se dio la vuelta para dirigirse de nuevo al hotel, con el ramo de novia sujeto por una cintita de satén blanco colgando de un dedo.

De repente, se sentía agotada. Exhausta. La sonrisa que había esbozado para Cameron y Alice empezaba a convertirse en una mueca. Y cuando vio quién se acercaba a ella, la sonrisa desapareció del todo.

–Mi sobrina favorita –dijo su tía Barbara, abriendo los brazos.

Jennie le devolvió el abrazo, pero se apartó enseguida para que el espeso maquillaje de su tía no le manchara el vestido. En su opinión, la manía de su tía Barb de usar maquillaje anaranjado debía mantener un negocio entero de tintorerías.

–¿Por qué no vamos a buscar a Marion?

Su madrastra, siempre paciente y amable, era una experta en situaciones como aquélla. Marion había sido la única figura materna en su vida durante los últimos doce años y le gustaba pensar que entre ellas existía el mismo lazo que habría tenido con su madre si hubiera vivido lo suficiente para verla convertida en una adulta. Bueno, para intentar convertirse en una adulta. Algunos miembros de su familia tenían dudas al respecto.

Llevar a su tía Barb entre los invitados fue más difícil de lo que había anticipado y cuando miró alrededor, buscando a su madrastra, no tuvo suerte. Pero vio a su padre, apoyado en el mostrador de recepción, esperando hablar con alguien.

–Tú eres una buena chica, Jennie –estaba diciendo su tía–. Y no te preocupes, pronto será tu turno.

Bueno, ya estaba bien. Un padre era tan bueno como una madrastra.

–¡Dennis! –exclamó su tía Barb.

Jennie sonrió. Había algo muy satisfactorio en ver a Dennis Hunter, presidente de las industrias Hunter, siendo abrazado por su exuberante hermana.

Él la miró por encima del hombro de su tía. «¿Por qué me haces esto?», parecía preguntarle con los ojos. Pero al menos últimamente el ya familiar gesto de irritación era atemperado por una sonrisa indulgente.

–Mira a quién me he encontrado.

–Niña malcriada –murmuró su padre cuando Barb perdió interés por su único hermano y le preguntó al conserje dónde estaba el bar.

Dennis Hunter sacó un pañuelo del bolsillo para limpiar una mancha de maquillaje naranja de la solapa de su esmoquin.

–No sé cómo tú puedes evitarlo. A mí me mancha siempre.

–Es una maniobra que he perfeccionado con los años. Sé bueno conmigo y tal vez te la enseñe algún día.

–¿Y cuánto me costará eso?

–Nada –respondió Jennie, inclinándose para darle un beso en la mejilla–. El día que te pedí dinero para abrir mi empresa te dije que sería la última vez.

Su padre dejó escapar un bufido, como diciendo: «lo creeré cuando lo vea».

–Debo decir que, a pesar de mis reservas sobre la ropa de segunda mano, ese vestido es muy bonito.

–Es vintage, papá, no de segunda mano. Como las botellas que tú tienes en tu bodega, los vestidos vintage son mejores con el paso del tiempo –Jennie pestañeó varias veces–. ¿Lo ves? Soy como tú, papá.

–Una niña imposible.

–Tú no me querrías de otra manera –Jennie se cruzó de brazos, mirándolo a los ojos–. Pero tenía la impresión de que estabas a punto de hacerme un cumplido, así que suéltalo de una vez.

Su padre se aclaró la garganta.

–Sólo iba a decir que me alegro de que mi flamante nuera insistiera tanto en que te pusieras ese vestido.

Alice había insistido mucho, desde luego. Y como ella y la otra dama de honor, Coreen, tenían una tienda de ropa vintage, Jennie no había podido disuadirla.

Aquel vestido en particular era uno del que se había enamorado a primera vista. ¿Y quién no se enamoraría al ver la elegante túnica de seda en color ostra, cortada a la perfección? Era preciosa y le quedaba como si se la hubieran hecho a medida.

Pero no debería haberla alabado tanto porque se le había quedado grabado a Alice y cuando a Alice se le quedaba algo grabado no había manera de quitárselo de la cabeza.

Según ella, era una pena dejarla en el armario y, además, tenía un par de zapatos que iban a juego. Y cuando algo era tan perfecto no podía quedarse en casa…

Jennie no le había dicho que ya se había puesto el vestido. Una sola vez. Y que preferiría ponerse un chándal de poliéster para ir a la boda. No podía decirlo porque eso habría despertado demasiadas preguntas, de modo que se había puesto el vestido, que durante todo el día había estado riéndose de ella.

–Sólo quería decir que estás…

Su padre no era muy expresivo. A veces, incluso le resultaba difícil decir un simple cumplido.

–Lo que tu padre quiere decir es que estás espectacular –intervino Marion, pasándole un brazo por la cintura.

Su madrastra estaba sonriendo, relajada por fin. La pobre había organizado la boda a toda prisa porque Cameron decidió de repente casarse con Alice el día de Año Nuevo para empezar con buen pie.

–Van a ser muy felices –dijo Jennie, mirando hacia la puerta del hotel.

–Ojalá sea así –Marion suspiró.

–¿No estás segura?

–Eso es lo que tiene ser madre: por mayores y listos que sean tus hijos, no dejan nunca de ser el centro de tu universo. No se puede apagar ese radar interno que se enciende el día que nacen.

Eso era lo que Jennie había querido de su padre tras la muerte de su madre, saber que era un pitido en su radar. Pero había tardado un par de años en averiguar cómo conseguir su atención.

Marion suspiró de nuevo.

–Es una tontería, pero lo único que puedo pensar es que Cameron ya no irá a casa a comer todos los domingos. Sé que es muy egoísta por mi parte…

–No, no lo es –la interrumpió Jennie, tocando su brazo–. Pero Alice cocina fatal, así que no te preocupes, seguirán yendo a tu casa los domingos.

Los tres soltaron una carcajada.

–Bueno, ¿y tú qué? ¿Tú también eres feliz, cariño?

Jennie la miró, sorprendida. No había esperado esa pregunta. Nadie le hacía nunca esas preguntas. Podían preguntarle dónde había comprado un vestido o esos zapatos tan maravillosos o quién la peinaba, pero nada más. La mayoría de la gente creía que era una persona superficial, sin problemas.

Jennie llevaba años esperando que alguien le preguntase algo más, que esperase algo más de ella.

Y entonces, un día, alguien la había mirado por dentro. Alguien había decidido averiguar si había algo bajo ese hermoso exterior…

Jennie sacudió la cabeza. No iba a pensar en él. Y ya no esperaba ese tipo de preguntas, no las quería.

–Pareces cansada –Marion frunció el ceño–. ¿Qué te ocurre? Estás muy seria desde que volviste de México.

Jennie se encogió de hombros, apartando la mirada. No le dijo que, a pesar de haber planeado pasar las vacaciones en Acapulco, en realidad había estado en París. Una sorpresa de última hora y contárselo a sus padres despertaría muchas preguntas incómodas.

–Es el virus estomacal que pillé allí. Me ha dejado hecha polvo.

–Desde luego –intervino su padre–. Apenas te hemos visto durante las navidades.

–Pero ahora estoy mejor, así que podéis dejar de preocuparos. En serio.

–No hagas pucheros, cariño –bromeó Dennis Hunter–. Funcionaba cuando tenías ocho años, pero ya no.

Jennie no se había dado cuenta de que estaba haciendo pucheros, de modo que se mordió los labios.

–¿Mejor así? –murmuró, con la boca cerrada.

–Mucho mejor –su padre intentaba mantenerse serio, pero no podía hacerlo y Marion soltó una carcajada.

–No tienes precio, Jennie. Eres única.

–Espero que eso sea un piropo. Y no veo por qué es tan gracioso, sólo quiero que todo el mundo sepa que estoy mejor –Jennie señaló a su tía Barb–. Y eso es más de lo que puedo decir de otras personas.

–Barb no puede volver sola a casa, Dennis –dijo Marion entonces–. Vamos a tener que buscar habitación para ella.

–Muy bien.

Mientras él iba a recepción, Marion se acercó a Barb para ayudarla a sentarse en un sofá. Pero un minuto después, su padre volvió haciendo una mueca.

–No tienen habitaciones libres.

Jennie miró hacia la escalera. Tal vez debería echar mano del plan B y escapar a su habitación. Siempre podía llamar al servicio de habitaciones si decidía que necesitaba burbujas para ahogar sus penas.

–¿Podríamos usar tu habitación, cariño? –le preguntó Marion–. Sólo hasta que encontremos una solución...

La conversación fue interrumpida por un ronquido de su tía Barb. Genial, su plan B se había ido por la ventana.

–Sí, claro –tuvo que decir.

–Menos mal que no la vas a necesitar durante un tiempo –Marion señaló el salón, del que salían las notas de una famosa canción de ABBA–. La fiesta durará horas.

La fiesta. A Jennie no le apetecía nada.

Su única opción era esconderse detrás de alguna planta, pensó.

–No te preocupes por nosotros –siguió su madrastra–. Ve y pásalo bien. Nosotros nos encargaremos de Barbara.

–Maldita sea, siempre hace lo mismo –protestó su padre–. Se niega a reservar habitación, pero al final siempre tiene que quedarse. La próxima vez reservaremos habitación diga lo que diga…

Jennie ya no estaba escuchando porque sólo le quedaba sonreír y unirse a la fiesta. Y después de lanzarles un beso, eso fue exactamente lo que hizo.

***

La había visto mirar hacia la escalera y esperaba que subiera a su habitación. Lo último que deseaba era discutir con ella en público, pero el sitio dependería de Jennie.

Alex estuvo a punto de soltar una carcajada. Él no tenía ningún control sobre lo que hacía aquella mujer.

Al contrario, había tenido que esconderse tras unos arbustos y colarse en una boda sólo para estar un momento con ella. Bueno, pues esta vez la caprichosa princesita no iba a salirse con la suya.

Por supuesto, Jennie elegiría unirse a la fiesta antes que subir a su habitación. Debería haberlo imaginado. Al fin y al cabo, era Jennie Hunter y tenía que ir donde fuese el centro de atención, donde pudiese brillar.

Era increíble aquella chica.

Estaba tranquilo cuando llegó al hotel, pero su compostura había desaparecido al verla. En el fondo, sabía que no debía enfrentarse con ella allí, sintiéndose de ese modo y delante de tantos testigos, pero no podía evitarlo.

De modo que la siguió hasta el salón y la buscó entre los invitados.

–Jennie, estoy aquí…

Jennie vio a la otra dama de honor, Coreen, sentada estratégicamente tras una enorme palmera.

Maldita fuera la generosidad de Cameron. Tener barra libre significaba que en lugar de marcharse a casa, la mayoría de los invitados se habían quedado a beber como esponjas. El salón estaba lleno de gente y su ilusión de encontrar una esquina tranquila se había ido por la ventana.

Coreen apartó las ramas de la palmera y se inclinó hacia delante. El contraste del vestido de pin-up de los años cincuenta entre todo ese verde era realmente cómico, pero Jennie no tenía ganas de reír.

–Tengo otra silla y dos de éstas –Coreen le mostró dos botellas de champán.

Había ángeles en el cielo, pensó Jennie, dejando escapar un suspiro.

–Eso me interesa –contestó, levantando la falda de su vestido para rodear la planta.

Coreen, como siempre, estaba perfecta. Se tomaba su trabajo tan en serio que nunca la había visto con algo diseñado en el siglo XXI. Aquel día llevaba un vestido rosa chicle de los años cincuenta que complementaba perfectamente con su túnica en color ostra.

Coreen le ofreció una botella de champán.

–¿Por qué brindamos? Y por favor, no digas por los finales felices.

Jennie se llevó la botella a los labios y tomó un largo trago. Cuando terminó, su amiga estaba mirándola con una sonrisa en los labios.

–Estamos un poco tristes, ¿no?

–No tienes ni idea –respondió Jennie, levantando la botella de nuevo.

Coreen, mientras tanto y a pesar de la cantidad de gente que había en el salón, consiguió atraer la atención de un camarero. Bueno, tal vez no era tan sorprendente. Al fin y al cabo, se trataba de Coreen. Cuando le pidió un par de copas, el chico asintió con la cabeza, sonriendo como un tonto mientras prácticamente galopaba hacia la barra.

–A mí me pasa lo mismo –dijo su amiga.

Jennie soltó una risita.

–Pues a mí no me pareces muy triste.

–Coquetear está bien, pero no es lo mismo. En un día como hoy, todo el mundo habla de promesas, de amor eterno. La verdad, eso te puede hacer sentir…

–¿Suicida?

–Iba a decir soltera, pero eso es más descriptivo.

El camarero volvió con las dos copas para seguir tonteando con Coreen, pero ella lo despidió con un aristocrático gesto y una sonrisa de estrella de cine.

–Te aseguro que ése no estaba pensando en amor eterno –murmuró, irónica.

Aun así, giró la cabeza para admirar su bonito trasero mientras Jennie llenaba las copas.

–¿Y estás buscando amor eterno?