Un último beso - La extraña propuesta - Enamorada de don perfecto - Marie Ferrarella - E-Book

Un último beso - La extraña propuesta - Enamorada de don perfecto E-Book

Marie Ferrarella

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Beschreibung

Un último beso ¿Hechos el uno para el otro? ¡De ninguna manera! Habían pasado dieciocho años desde la última vez que Kara Calhoun vio a David Scarlatti, el único hombre con el que jamás había conseguido llevarse bien. Ese hecho no impedía que las madres de ambos creyeran que los dos estaban hechos el uno para el otro. Por lo tanto, Kara decidió crear su propio plan para demostrarles que estaban muy equivocadas, aunque para eso tuviera que salir temporalmente con el empollón de Dave, que se había convertido en un médico entregado a su profesión, y que era demasiado guapo como para que su plan pudiera salir bien. La extraña propuesta ¡Quería ser amada por ella misma, no por el hijo que esperaba! Embarazada y escarmentada por las mentiras de su ex, Sydney Forrest llegó a Weaver, Wyoming, con el propósito de empezar de nuevo y olvidarse de los hombres una temporada. Pero allí iba a encontrarse con el más desesperante de todos ellos. Derek Clay era grosero, impertinente y odiosamente mordaz… y tan atractivo que Sydney no sabía si huir o quedarse allí para siempre. Derek no estaba dispuesto a consentir que aquella niña rica lo tratase como si fuera un trapo, pero pronto iba a descubrir que bajo aquella fachada arrogante y altanera se escondía una mujer de nobles principios e irresistible sensualidad. Enamorada de don perfecto ¿Domar al soltero más atractivo del Hospital Mercy? Avery O'Neill había decidido ignorar las chispas que surgían entre ella y el guapo cirujano Spencer Stone, aunque esas chispas provocaran que le temblaran las rodillas a cada instante. Hasta que llegó el viaje de trabajo que lo cambió todo. El doctor Stone tenía las miras puestas en un innovador sistema médico que podría salvar a muchos de sus pacientes. Pero no podía dejar de pensar en la directora financiera, cuya fría actitud escondía un secreto que le había cambiado la vida. Cuando su insaciable pasión tuvo una consecuencia inesperada, ¿lograría el soltero más codiciado del Hospital Mercy convencer a Avery de que sus sentimientos eran auténticos?

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Seitenzahl: 640

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 478 - marzo 2025

© 2012 Marie Rydzynski-Ferrarella Un último beso Título original: The Last First Kiss

© 2012 Allison Lee Johnson La extraña propuesta Título original: A Weaver Proposal

© 2012 Teresa Southwick Enamorada de don Perfecto Título original: Holding Out for Doctor Perfect Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa. ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1074-548-3

Índice

Créditos

Un último beso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

La extraña propuesta

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Enamorada de don Perfecto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

VENGA ya, Lisa! Piénsalo. ¿Qué podemos perder?

La madurez había sido amable con Paulette Calhoun. Tan solo unas pocas de las habituales líneas de expresión recorrían su rostro. Andaba ya cerca de los sesenta, pero la mujer, rubia y de ojos azules, aún conservaba una figura esbelta, que inclinaba hacia la mujer con la que estaba hablando como si la proximidad pudiera ayudarla a ganársela.

Lisa Scarlatti, que era tres meses más joven que Paulette, estaba sentada frente a su amiga de toda la vida. Tenía una taza de té entre las manos.

—Bueno, de antemano diría que a nuestros propios hijos. Si Dave se huele que le estoy preparando una encerrona romántica, me leerá muy bien la cartilla a pesar de lo callado que es. Y, si la memoria no me falla, estoy segura de que tu Kara, tan independiente y descarada, te la leerá a ti dos veces.

Paulette se echó a reír.

—No se olerán nada porque saben que nosotros nos cuidaremos mucho de intentarlo. Y eso es precisamente la belleza de todo esto.

Lisa frunció el ceño. No sabía si inclinarse hacia su corazón o hacia su cerebro. Dado que vivían a casi noventa kilómetros de distancia, Paulette y ella se reunían varias veces al año para almorzar. El esposo de Paulette había muerto hacía casi trece años y el de Lisa había fallecido poco después en un accidente, hacía ya ocho años.

—Jamás pensé que alienar a mi hijo pudiera tener algo que ver con la belleza —le dijo a Paulette—. Por el amor de Dios, Thomas y yo lo enviamos a la facultad de Medicina. Por fin estoy empezando a terminar de pagar esa deuda. Deja que disfrute de Dave un tiempo antes de hacer algo que provocará que él reniegue de mí delante de todo el mundo.

—Y yo que creía que la dramática era yo… —comentó Paulette haciendo un gesto de desaprobación con los ojos—. Dave no va a renegar de ti —insistió.

Paulette llevaba pensando en tratar de juntar a su hija con el hijo de Lisa desde que se había enterado del éxito de una de sus primas a la hora de ejercer como celestina para su hija y las hijas de sus amigas. Demonios, si Maizie podía hacerlo, ella también. Y Lisa.

—Escucha, el plan es perfecto —dijo Paulette con entusiasmo—. Has dicho que el niño de tu sobrina va a cumplir los años pronto, ¿no?

—Sí —respondió Lisa. Conocía demasiado bien a Paulette como para no sospechar que había una trampa en aquellas palabras.

—Y, según tú, ¿qué es lo que quiere Ryan, el adorable hijo de Melissa, más que nada para su cumpleaños?

Lisa suspiró. Ya veía adónde quería ir a parar su amiga.

—El videojuego de Kalico Kid —contestó Lisa.

Paulette asintió y dijo:

—¿Y qué videojuego es imposible conseguir?

—Kalico Kid.

La sonrisa de Paulette se hizo aún más amplia.

—¿Y dónde trabaja mi hija?

Lisa cerró los ojos. Se estaba viendo atrapada, pero desgraciadamente no veía salida alguna.

—En la empresa que distribuye Kalico Kid.

—Exactamente. Por lo tanto, dado que Dave es un cielo y que se le cae la baba haciendo que el hijo de su prima sea feliz y que Kara tiene acceso a las copias de un juego que es imposible de encontrar, todo resulta muy sencillo. Yo le pido a Kara que consiga una copia y que se la dé a Dave cuando esté haciendo su trabajo de voluntario en esa clínica gratuita a la que va y que, casualmente, está cerca del lugar donde trabaja Kara…

—Y así —dijo Lisa chascando los dedos. Tenía un cierto matiz de sarcasmo en la voz— se ven y los ángeles cantarán mientras el sonido de la música celestial resuena por todas partes.

—No. Dave estará agradecido y se ofrecerá a invitar a Kara a cenar para recompensar su amabilidad. Tu hijo está muy bien educado, Lisa. Y, a partir de ahí, dependerá de ellos.

—Tal vez no quieran que ocurra nada.

Lisa sabía lo testarudo que podía ser su hijo. Hacía más de diez años que él no le había contado nada personal. El único modo por el que Lisa había deducido que no tenía pareja era que seguía regresando al hogar de su infancia cuando tenía algún día libre. Por mucho que a ella le encantara verlo, hubiera preferido que pasara sus días de asueto con una mujer que lo mereciera y con la que pudiera tener una relación.

—Entonces, al menos podríamos decir que lo hemos intentado —insistió Paulette. Colocó la mano encima de la de su amiga y la miró a los ojos—. ¿No te acuerdas cómo solíamos ir los seis de vacaciones cuando nuestros esposos estaban aún con vida y cómo tú y yo soñábamos con que David y Kara se casaran mientras veíamos cómo jugaban?

—Mientras veíamos cómo se peleaban —le corrigió Lisa—. De todos modos, de eso hace mucho tiempo. Hace mucho que ya no estamos los seis juntos. Thomas y Neil ya no están aquí…

Aquellas últimas palabras le pesaron profundamente. Después de tantos años, aún seguía echando de menos a Thomas como si hubiera muerto el día anterior. De hecho, dudaba que el dolor pudiera desaparecer.

—Razón de más para hacer que nuestros hijos acaben juntos. Además, ya tienen sus añitos…

—No se puede decir que no lo hayamos intentado antes —le recordó Lisa.

Efectivamente, lo habían intentado en más de una ocasión, pero siempre había surgido algo en el último minuto y lo había evitado. Habían pasado muchos años desde que Kara y Dave habían estado juntos en la misma habitación.

—Bueno, eso siempre ocurría en ocasiones como Navidades o Acción de Gracias —especificó Paulette—. Uno o el otro siempre decía que tenía que trabajar. Creo que Kara debe de hacer más horas extras que ningún otro ser humano, con la posible excepción de Dave. En mi opinión, son perfectos el uno para el otro. Lo único que tenemos que hacer es que ellos se den cuenta. Antes no había presión alguna. Siempre fue algo sin importancia. Sin embargo, en esta ocasión, debemos ir a por todas —anunció—. Esto va a ser mucho más que un encuentro casual. Jamás sabrán lo que se les viene encima.

A Lisa seguía sin gustarle. Le gustaba la relación que tenía con su hijo. No hablaban tanto como a ella le gustaría, pero él la llamaba y se presentaba en su casa en muchos de los días que tenía libres, y que eran bastante escasos. No quería poner en peligro su relación.

—Pero nosotras sí que lo sabremos…

—¿Desde cuándo eres tan negativa? —le preguntó Paulette a su amiga de más de cincuenta años.

Lisa se encogió de hombros y trató de explicar su punto de vista.

—Si no hacemos nada para tratar de unir a Kara y a David, siempre puedo esperar que ocurra algún día. Si lo intentamos y nos sale el tiro por la culata, no habrá ninguna posibilidad más. El sueño se habrá esfumado para siempre. Prefiero tener un sueño cálido y agradable que un trozo de fría y dura realidad.

Paulette pareció desilusionada.

—La Lisa que conocí y con la que fui al colegio no tenía miedo de nada. ¿Dónde está? ¿Qué le ha ocurrido?

—La Lisa que tú conociste era mucho más joven. Hoy en día me gusta más la paz y la tranquilidad. Y un hijo que llama a su madre de vez en cuando.

—Entonces, ¿no le vas a pedir a Kara si le puede conseguir ese juego a Dave para que él se lo pueda dar a Ryan? —le preguntó Paulette. El suspiro que se le escapó de los labios podría haber rivalizado con un huracán.

Lisa frunció el ceño. Sabía cuándo había perdido. Paulette sabía manejar la culpabilidad como un arma bien afilada.

—No me gusta que pongas esa cara tan larga…

La cara larga desapareció inmediatamente y se vio reemplazada por una sonrisa de satisfacción.

—Lo sé.

Le tocó suspirar a Lisa.

—Creo que, si alguien debería pedir algo, deberías hacerlo tú. Si no, Kara va a sospechar. Yo nunca la llamo, por lo que el hecho de recibir una llamada mía podría alertarla y hacerle pensar que estamos tramando algo. Además, así, cuando Kara y Dave decidan echarnos a los leones, creerán que todo ha sido culpa tuya.

—Pues hasta para eso tendrán que estar juntos —comentó Paulette sonriendo—. Bueno, sea como sea, es una situación en la que solo se puede ganar. Decidido —añadió muy contenta—. De repente, tengo mucha hambre.

Paulette tomó el menú. Lisa entornó la mirada y observó a su mejor amiga. Comprendió que, una vez más, había hecho lo que ella quería.

—Pues, de repente, yo no.

Paulette miró a Lisa con sus hermosos ojos azules.

—Come. Vas a necesitar la fuerza.

Eso era precisamente lo que más miedo le daba a Lisa.

Algo iba mal en el universo. Podía sentirlo. Cerró los ojos y se tomó un respiro de cinco segundos.

Kara Calhoun, ingeniera de control de calidad de Dynamic Video Games, trató de convencerse de que su inquietud se debía a que estaba permitiendo que el juego que tenía que probar la derrotara.

Después de trabajar en aquella versión en particular, con magos, guerreros y brujas durante más de veinte días, sin contar las horas extra, estaba empezándose a sentir enganchada con el juego. Aquello no era precisamente lo que le habría recomendado a alguien que deseara mantenerse aferrado a la realidad.

Por suerte, ella era más fuerte que la mayoría en aquel sentido. Le habían encantado los videojuegos desde la primera vez que entró en su primer salón de juegos a la edad de cuatro años. Le habían encantado las luces y los sonidos, pero, principalmente, el desafío de derrotar a cualquier adversario con el que se encontrara.

A pesar de todo, siempre lo mantenía todo en perspectiva. Estaba trabajando con aquellos juegos. Nada más. Sabía que no representaban en modo alguno la vida real.

Ciertamente, no la suya.

No iba a permitir bajo ningún modo que le ocurriera a ella lo que le había pasado a su compañero Jeffrey Allen. Él había empezado a creer que los personajes del juego se comunicaban con él para advertirle de algún desastre inminente. Evidentemente, había perdido el contacto con la realidad.

A pesar de todo, no se podía quitar de encima la sensación de que estaba ocurriendo algo, que, de algún modo, el destino le tenía algo esperando en el horizonte, algo que sin duda llevaba su nombre.

Tal vez necesitaba unas vacaciones.

Se puso a jugar de nuevo y descubrió otro error del programa. El Caballero Negro no podía entrar en el mar con su caballo del mismo color y mucho menos galopar las olas con él. Sacudió la cabeza. Parecía que, cada vez que señalaba un error y que los programadores lo solucionaban, surgían dos más. Lo peor de todo era que la fecha límite de la empresa se estaba acercando y que ella estaba empezando a tener serias dudas de que el juego estuviera listo para llegar a las tiendas en la fecha prometida.

Desgraciadamente, sabía muy bien cómo funcionaba el mercado. En ocasiones, los juegos se comercializaban sin haber resuelto todos los problemas informáticos, con la esperanza de que los compradores no descubrieran los errores. Imposible.

Cuando el teléfono empezó a sonar, Kara dudó si contestar o no. Después de todo, tenía que encontrar la razón exacta por la que el caballo no seguía las indicaciones, preferiblemente antes de las seis de la tarde. La idea de, para variar, llegar a casa a una hora normal le parecía algo milagroso.

El teléfono siguió sonando. Kara suspiró. Con la suerte que tenía, seguramente sería alguno de los jefes, que seguiría llamando hasta que ella contestara. Lanzó una maldición y tomó el auricular.

—Soy Kara. Habla.

—Dios mío, ¿es así cómo respondes el teléfono en el trabajo?

—Hola, mamá —dijo Kara. Inmediatamente pensó en su sensación de que ocurría algo malo. Tal vez su intuición no andaba muy descaminada—. ¿Qué puedo hacer por ti? Habla rápido porque tengo una fecha límite.

—Siempre tienes fechas límites. Es lo único que oigo siempre. Ya nunca te veo, Kara —se quejó su madre.

—Pues saca las fotos que insististe en tomar en Semana Santa y míralas, mamá. No he cambiado desde entonces.

—¿Y tampoco has engordado? —se lamentó Paulette.

—Eso es bueno, madre —replicó Kara. Decidió bajar la voz. No quería que ninguno de sus compañeros escuchara su conversación—. ¿Me has llamado para descubrir si como?

—No. Te he llamado para pedirte un favor. Tu empresa es la que tiene el juego ese de Kalico Kid, ¿verdad?

Aquello era una trampa de alguna clase. Kara se lo olía. ¿Qué era lo que estaba tramando su madre?

—Ya sabes que sí.

—¿Podrías conseguir una copia?

—Probablemente, teniendo en cuenta lo mucho que trabajé en ese juego durante seis meses. No me irás a decir que, de repente, te han empezado a gustar los videojuegos.

—No. Dave, el hijo de Lisa, necesita una copia para el niño de su prima. Se trata de Ryan, el hijo de Melissa. Va a cumplir pronto años y… bueno, al pequeño Ryan le encanta ese juego. ¿Podrías conseguir uno o vamos a dejar que se le rompa el corazón el día de su cumpleaños?

—Bueno, veré lo que puedo hacer —dijo Kara. Tomó el calendario y un bolígrafo—. ¿Para cuándo lo necesitas?

—Para mañana.

—¿Para mañana? Mamá, es un… —dijo, pero se interrumpió inmediatamente. Sabía muy bien que no le iba servir de nada discutir con su madre—. Veré lo que puedo hacer, mamá.

—Esa es mi chica. Le dije a Lisa que lo conseguirías. Por cierto, ¿te importaría dejárselo a Dave cuando lo tengas? Mañana trabaja en la clínica de la calle Diecisiete. Es voluntario allí, ¿sabes?

Como si su madre no se lo hubiera dicho ya muchas veces.

—¿No me digas?

—Esa clínica no te queda muy lejos —continuó Paulette sin prestar atención alguna al sarcasmo que se había reflejado en la voz de su hija.

Kara contuvo un suspiro. Si suspiraba demasiado a menudo, iba terminar hiperventilando. Peor aún. Su madre iba a empezar a preocuparse por ella y eso era lo último que necesitaba.

—Sé dónde está la calle Diecisiete, mamá.

—Maravilloso. Entonces, ya lo hemos solucionado. Dave estará allí todo el día —afirmó Paulette—. Ese joven es muy generoso. Jamás se toma tiempo para sí…

Aquello era ya demasiado. Kara empezó a sospechar algo.

—Mamá…

—Bueno, tengo que dejarte. Ya hablaremos en otro momento, Kara. ¡Adiós!

Su madre le había impedido hablar. Le había colgado sin dejar que ella dijera una sola palabra. Kara comprendió que había estado en lo cierto. Algo parecía acecharle. Solo tenía que averiguar de qué se trataba.

Había días, como aquel, que el doctor David Scarlatti deseaba haber nacido con otro par de manos. O eso, o haber aprendido a acrecentar su energía y poder trabajar dos veces más rápido de lo que lo hacía normalmente. Parecía que el día nunca tenía las horas suficientes para que él pudiera hacer todo lo que debía.

Eso era especialmente cierto cuando trabajaba como voluntario en la clínica. Llevaba allí desde las siete y no parecía estar haciendo progreso alguno. Por cada paciente que veía, parecían surgir dos más. Después de trabajar durante más de seis horas, la sala de espera seguía estando a rebosar, tanto que algunos de los pacientes estaban sentados en el suelo.

Nadie acudía allí para nada tan mundano como un chequeo rutinario. Todo el mundo tenía algo, normalmente algo que llevaban soportando durante al menos varias semanas antes de tragarse el orgullo y dirigirse a la clínica.

Era la una. Normalmente, las puertas de las consultas estaban cerradas a aquella hora para que los médicos se fueran a almorzar, pero para David, el almuerzo era tan solo un sueño lejano. Aparte de una chocolatina, no había comido nada. No había tenido tiempo.

Aquel día, era el único médico que había allí. Una de las enfermeras no se había presentado y la otra, Clarice, iba a medio gas. Había estado de baja una semana y, evidentemente, necesitaba un par de días más. Era una pena que ni él ni la clínica pudieran permitirse aquella clase de lujo.

Dave se dirigió al mostrador de recepción para tomar el siguiente expediente.

—¿Cuántos más nos quedan, Clarice?

—No creo que lo quiera saber.

Desde que la clínica se abrió al público, Clarice Sánchez había visto cómo los médicos llegaban, se quemaban y se marchaban. Clarice hacía que la clínica funcionara incluso cuando trabajaba muy por debajo de su normalmente elevado nivel de eficiencia.

Dave estaba a punto de llamar a su siguiente paciente cuando oyó que alguien lo llamaba a él.

—¡Dave!

Se olvidó momentáneamente de Ramón Mendoza y miró a la sala de espera para ver quién se había dirigido a él por su nombre de pila, algo que, por respeto, nadie hacía allí. Cuando sus pacientes se dirigían a él, siempre lo hacían con el máximo respeto y voz agradecida.

Sus ojos se centraron en una rubia muy sexy que le resultaba vagamente familiar y que se dirigía hacia él a toda velocidad. Por la expresión de su rostro, parecía estar algo agitada.

Antes de que pudiera reconocerla, Clarice intervino.

—Ya le he dicho —le espetó a la rubia— que va a tener que esperar su turno, señorita.

—Solo necesito ver al doctor durante un minuto —insistió la rubia.

—Eso es lo que dice todo el mundo —replicó Clarice fríamente—. Ahora, o se sienta y espera su turno o voy a tener que llamar a alguien para que la saque de aquí.

Kara decidió que lo iba a intentar una vez más y que luego se iba a marchar. Su hora de almuerzo estaba a punto de terminarse y ella tenía hambre. Además, no necesitaba que la hablaran de aquella manera.

—Dave —le dijo, ignorando deliberadamente a la mujer—. Soy Kara Calhoun. Tu madre me ha enviado.

Capítulo 2

DAVE observó a la rubia completamente atónito. El rostro le resultaba vagamente familiar, pero no había ninguna duda de que conocía el nombre.

Solo conocía una Kara. Que Dios le ayudara.

Era la única hija de Paulette Calhoun, la mejor amiga de su madre. Todos los recuerdos que tenía asociados a Kara Calhoun iban asociados a la vergüenza o la frustración… o a las dos cosas. No podía recordar ni un buen momento que hubiera pasado en su compañía.

Cuando él era un niño, sus padres y los de ella se reunían con frecuencia. Todos los recuerdos de las vacaciones de verano de su infancia contenían a Kara. Kara, el torbellino. Él había sido un niño bastante tímido e introvertido. Kara, que era dos años más pequeña, era justamente lo contrario. Salvaje como un huracán e igual de temible. Dave se había sentido inadecuado.

Por suerte, justo cuando él cumplió los trece años, la empresa de su padre comenzó a trasladarlo de un lugar a otro. Cambiaban tan frecuentemente de dirección que a él le resultaba difícil tener amigos, pero al menos no tenía que pasarse el tiempo de sus vacaciones de verano con una niña salvaje, contando las horas para que llegara septiembre y volviera a empezar el colegio.

Si, después de todos aquellos años, aquella hermosa mujer era Kara Calhoun, decidió que Dios debía de tener un sentido del humor algo macabro y sádico.

Hizo pasar a su paciente a la consulta.

—Estaré enseguida con usted, señor Mendoza —le prometió.

Entonces, se dirigió hacia la hermosa rubia de largas piernas.

No podía ser Kara.

Sin embargo, ¿por qué iba decir que lo era si no era cierto? No iba tener paz alguna hasta que descubriera con toda seguridad si era realmente ella.

—¿Eres Kara?

—Sí. Ya te lo he dicho.

Dave aún no podía creerlo. ¿Por qué, después de tantos años, ella iba a presentarse allí, en un lugar que, evidentemente, no era su elemento? Solo los zapatos que llevaba puestos costaban lo mismo que el sueldo de una semana de uno de sus pacientes, y eso los que tenían trabajo.

—Kara Calhoun —dijo tratando de reconciliar la imagen de una muchacha delgada con coletas y un desagradable sentido del humor con la de la hermosa mujer que estaba en la sala de espera. Evidentemente, la naturaleza podía obrar milagros.

—¿Quieres ver mi permiso de conducir? —le preguntó ella con cierto sarcasmo.

Aquello fue lo que Dave necesitó para convencerse de su identidad.

—Sí, ya veo que eres tú. Sigues teniendo la misma disposición alegre de un armadillo.

Ella forzó una sonrisa.

—Y tú has ensanchado un poco desde la última vez que te vi —dijo. Efectivamente así era. Por el modo en el que la bata blanca se le ceñía al cuerpo, aquel hombre tenía músculos en unos brazos que antes habían sido como palillos—. Es una pena que tu personalidad no haya seguido el mismo camino.

A Dave nada le habría gustado más que darse la vuelta y marcharse, pero la curiosidad por saber lo que Kara estaba haciendo allí se lo impidió.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Yo misma me estaba preguntando lo mismo —replicó. Cuando vio que él, tras perder la paciencia, comenzaba a darse la vuelta para marcharse, adoptó otra actitud—. Te he traído una copia de la última versión del videojuego Kalico Kid. Tu madre le dijo a la mía que el niño de tu prima va a cumplir años pronto y que se moría de ganas por tenerlo.

Si hubiera sido otra persona, Dave habría expresado su gratitud, le habría pagado el juego y lo habría aceptado, pero las reglas normales no se aplicaban en el caso de Kara. Aún recordaba los desagradables trucos a los que le había sometido cuando él solo tenía doce años y ella diez.

—¿Dónde está el truco? —le dijo tras indicarle que se acercara un poco para que nadie más pudiera escuchar.

—¿Truco? Bueno, que tienes que convertir toda la paja de una habitación en oro para mañana por la mañana.

—¿Puedes hacer eso? —le preguntó el único niño que había en la sala de espera.

Kara se dio la vuelta y vio que se trataba de un niño de ocho o diez años. Parecía bastante pequeño y frágil, por lo que también podría haber sido mayor. Sin embargo, el niño tenía la sonrisa más amplia que había visto en su vida.

Estaba muy pálido y, a pesar del calor poco propio de la estación en la que se encontraban, llevaba un gorro de lana azul. Sospechaba que su madre se lo había puesto para que la gente no se fijara en él. El estigma de una cabeza sin pelo en alguien tan joven era difícil de soportar.

—Estaba bromeando, Gary —le dijo Dave al niño—. Eso sí que lo sabe hacer —añadió. Entonces, miró de nuevo a Kara—. ¿Cuánto te debo por el juego?

Kara ya no le estaba prestando atención a él, sino al niño.

—¿De verdad tienes ese juego? —le preguntó Gary a Kara.

—Sí…

Kara se metió la mano en el enorme bolso que llevaba y rebuscó hasta que localizó lo que estaba buscando. En vez del juego que había llevado para Dave, sacó una consola. Por el modo en el que se iluminaron los ojos del niño, no solo no tenía una copia del juego, sino tampoco consola.

—¿Quieres jugar? —le preguntó mientras le ofrecía la consola.

—¿Puedo? —replicó el niño asombrado.

—Claro.

Kara tuvo que contenerse para no abrazar al niño.

—Gary, es mejor que no lo hagas —le dijo su madre—. No quiero que correr el riesgo de que se lo rompa. No me puedo permitir pagárselo —le explicó la mujer a Kara.

—Supongo que no tiene consola.

La mujer se cuadró de hombros.

—Nos las arreglamos bien —respondió con orgullo.

—Estoy segura de ello. No quería decir nada de eso —dijo Kara. Entonces miró al niño—. ¿Te gustaría quedarte la consola, Gary?

—¿Puedo? —exclamó el niño con incredulidad.

—No, no puedes —dijo su madre con firmeza, aunque resultaba evidente que le dolía negárselo.

—No se preocupe. Yo trabajo para la empresa que produce ese juego. Estamos regalando algunas consolas para promocionar la última versión del juego.

La mujer la miró con gesto dudoso. Gary la miró con alegría.

—¿De verdad? —gritó el pequeño con excitación. Tenía los ojos tan grandes como platos.

Kara sonrió.

—De verdad.

Gary agarró la consola y la abrazó con fuerza.

—¡Gracias, señora!

Kara extendió solemnemente la mano como si fuera un adulto.

—Me llamo Kara. De nada, Gary.

Gary le estrechó la mano y trató de mantener un gesto serio mientras lo hacía. Kara entonces miró a la madre del pequeño esperando que ella se negara. En vez de eso, vio cómo los ojos de la mujer se habían llenando de lágrimas.

—Gracias —susurró la mujer.

Kara inclinó la cabeza a modo de respuesta.

Dave se dirigió en aquel momento a ella y le dijo:

—Me gustaría hablar contigo en mi despacho.

Kara sonrió y lo siguió.

—Me apuesto algo a que llevas años esperando para poder decirme eso.

Dave se mordió los labios para no responder. Después de todo, ella acababa de ser muy amable con uno de sus pacientes. Esperó a que los dos estuvieran en el interior del despacho y cerró la puerta.

—No es cierto que estés regalando consolas por promocionar un juego, ¿verdad?

—No.

—Eso me había parecido. Sin embargo, ha sido un gesto muy amable por tu parte.

No se molestó en entrar en detalles del poco dinero que tenía la madre de Gary o de lo valiente que era el niño. Le daba la sensación que a Kara no le importaba, al menos a la Kara que él recordaba.

—Bueno, tengo como regla no comerme a los niños los miércoles —comentó con sorna. Entonces, su rostro se entristeció y levantó los ojos para mirar a los verdes de Dave—. ¿Tiene…?

Dave la interrumpió. Presentía que le resultaba difícil hablar de la enfermedad que se había llevado a su padre.

—Está en remisión, pero yo aún no las tengo todas conmigo —confesó.

—Ese siempre ha sido tu problema —comentó ella—. Siempre te faltó esperanza y te sobró sentido práctico.

—Y tú eras justamente lo contrario —replicó él.

—Menos mal —dijo Kara con una irritante sonrisa.

David sabía que tenía que volver al trabajo antes de que los pacientes se desbordaran y sabía por experiencia que Kara podía seguir fastidiándole con sus respuestas toda la tarde.

—No me has dicho cuánto te debo —dijo sacando la cartera con la esperanza de poner fin a la conversación.

El juego. Kara recordó que aún no se lo había dado. Volvió a meter la mano en el bolsillo. Aquella vez, sacó la copia del videojuego que llevaba para él.

—Tu alma inmortal —replicó.

—¿Y cuánto es eso exactamente en dinero?

—Ya te lo haré saber —dijo Kara. No tenía intención de venderle el juego. Dárselo era mucho mejor. Además, le gustaba la idea de que él estuviera en deuda con ella—. Tal vez me lo cobraré en especie en alguna ocasión. Podría necesitar que me dieras unos puntos alguna vez.

De repente, Dave se la imaginó sentada en una roca junto al lago, con la pierna cubierta de sangre. La herida había parecido mucho peor de lo que era. Aquello ocurrió precisamente el verano en el que él decidió convertirse en médico.

—¿Como aquella vez en el lago?

Kara supo inmediatamente a qué se refería Dave.

—No fueron puntos, sino una tirita lo que me pusiste.

—¿Me habrías dejado que me acercara a ti con una aguja?

Kara sonrió.

—Tienes razón, Davy.

—Hace años que nadie me llamaba así —dijo él. De hecho, ella había sido la única que lo había llamado de aquella manera—. Odio que me llamen Davy.

Kara sonrió de nuevo.

—Lo sé. Bueno, no me debes nada por el juego. Es un regalo. Por los viejos tiempos —añadió.

Si estaba tratando de resarcirle por todas las cosas que le había hecho en aquellos años, aquello distaba mucho de ser suficiente. Sin embargo, Dave prefirió guardar silencio. Después de todo, Ryan quería desesperadamente aquel juego y ella se había portado muy bien con Gary. Además, no quería decirle nada controvertido a Kara porque sabía que ella se enzarzaría en otro combate verbal en el que él no tenía posibilidad alguna de ganar.

—Gracias —dijo. Justo en el momento de hablar, el estómago comenzó a hacerle ruidos.

Kara lo miró fijamente.

—No sabía que fueras ventrílocuo.

El estómago de Dave volvió a protestar. Estaba empezando a darle vergüenza.

—Hoy es uno de esos días que no desayuno… ni almuerzo.

—¿Todavía no has comido?

—No.

—Pero comerás.

¿Qué clase de frase era aquella? Todo el mundo tenía que comer. Si no, se moría.

—Supongo. Algún día. Sí, claro —dijo él mientras se disponía a abrir de nuevo la puerta del despacho—. En estos momentos, no tengo tiempo para ir a por algo.

Kara entendía que no pudiera salir, pero eso no significaba que Dave tuviera que pasar hambre.

—¿Por qué no envías al perro de presa a que te compre algo? —le preguntó.

Cuando Dave la miró sin comprender, ella indicó con la cabeza a Clarice.

—Me refiero a esa vieja gruñona.

—Andamos algo justos de personal. Clarice es mi única enfermera y tiene que ocuparse también de la recepción. Tampoco puedo prescindir de ella.

—En ese caso, toma esto.

Dave observó asombrado cómo ella sacaba un enorme bocadillo cortado en dos trozos de su bolso. ¿Qué más tenía allí?

—¿Es tu equivalente a un sombrero de mago? —preguntó él—. ¿Acaso solo con meter la mano puedes sacar una interminable lista de cosas?

A ella no le gustaba estar en el lugar que normalmente ocupaba Dave cuando estaban juntos.

—¿Quieres este bocadillo de carne asada o no?

—¿No es ese tu almuerzo? —preguntó él.

—Bueno, si lo aceptas será el tuyo —replicó ella con una cierta impaciencia. Entonces, suspiró—. Mira, yo me puedo comprar otro de camino a mi trabajo. Tú, por el contrario, parece que no tienes posibilidad alguna de salir por la puerta sin que esa agente de la GESTAPO te eche una red encima y te detenga antes de que puedas dar tres pasos.

—Clarice es una buena mujer.

—Estoy segura de ello —dijo con sorna—. Bueno, ¿quieres esto o no?

Por mucho que ella le enojara, no había razón alguna para que él se privara de aquella deliciosa comida solo por demostrarle que no la necesitaba.

—Sí —respondió. Ella le colocó el bocadillo en la mano—. Muy amable de tu parte —añadió. Entonces, ella se dio la vuelta y se dispuso a marcharse—. Kara…

—¿Sí? —preguntó ella tras girarse para mirarlo por encima del hombro.

Dave no le había dado las gracias, algo que le resultaba difícil hacer cuando se trataba de ella. Por eso se decidió por:

—Dile a tu madre que te he dado las gracias.

Kara sonrió e inclinó la cabeza.

—Claro.

Dave decidió que él no era esa clase de hombre. Solo porque se tratara de Kara no debería significar que él había vuelto a comportarse como un adolescente.

—Y gracias por traérmelo.

Ella le saludó rápidamente al estilo militar.

—Mi trabajo es servir.

La misma Kara de siempre. Los mismos comentarios sarcásticos.

—Tienes buen aspecto.

Las palabras se le escaparon sin permiso. Las pronunció sin pensar. Si hubiera pensado, su cerebro le habría impedido decir algo así.

Kara se dio la vuelta muy sorprendida, lo que provocó que los dos estuvieran a punto de chocarse. Dave dio inmediatamente un paso atrás.

—¿Has dirigido esa afirmación a mí en general o solo a mi parte posterior? —le preguntó ella con una sonrisa en los labios.

Kara aún era capaz de hacer que Dave se sintiera avergonzado. Jamás hubiera pensado algo así después de tantos años. Después de todo, se había graduado el primero de la clase, había sido votado para todos los puestos de honor y, en general, se había convertido en un ser seguro de sí mismo y de sus habilidades.

Cinco minutos con Kara y había vuelto a convertirse en un adolescente.

—Deja que lo piense —dijo, evasivamente.

Kara asintió.

—Eso me había parecido.

Cuando ella salió del despacho, Gary se puso de pie.

—Gracias —le dijo.

Ella le dedicó al niño una amplia sonrisa. Aquello hacía que todo hubiera merecido la pena.

—De nada, Gary. De nada.

Con eso, sin más, se marchó.

Sin embargo, mientras Dave entraba en su consulta, pensó que no sería igual de fácil olvidarla.

Capítulo 3

KARA apenas había tenido tiempo de ir a comprarse un bocadillo y volver a su puesto de trabajo antes de que terminara la hora que tenía para almorzar. Acababa de recuperar el aliento cuando su teléfono comenzó a sonar.

Contestó y se lo acomodó contra el cuello. Necesitaba las manos libres para el teclado. Aún no había logrado evitar que el caballo del Caballero Negro se metiera en el agua.

—¿Sí? —preguntó con gesto ausente.

La voz del otro lado de la línea respondió con un monosílabo.

—¿Y?

Kara se quedó muy sorprendida al reconocer la voz de su madre.

—¿Y? —repitió.

No tenía ni idea de lo que su madre le estaba preguntando.

Oyó que Paulette suspiraba al otro lado de la línea telefónica antes de enunciar su pregunta:

—¿Le llevaste el juego a Dave?

Aquella pregunta la irritó. ¿Por qué no iba a haber llevado el juego cuando le había prometido a su madre que lo haría?

—Ya te dije que se lo llevaría.

—¿Y?

Kara frunció el ceño. ¿Qué se suponía que significaba aquello?

—¿Y qué?

—¿Qué aspecto tenía? —le preguntó su madre con frustración.

—El de un asesino en serie… ¿Qué quieres decir con eso de qué aspecto tenía? Pues tenía el aspecto de Dave. Más alto. Y más guapo —añadió, tras una pausa.

—Ajá.

—¿Ajá? —repitió Kara, confusa.

—Bueno —dijo su madre como si ya no le interesara hablar con ella—. Lo siento, tengo que dejarte.

Lo que le ocurría a su madre era que tenía demasiado tiempo libre.

—Lo que tú necesitas, mamá, es un pasatiempo —dijo Kara. «Aparte de mí, claro», pensó.

—Estoy de acuerdo. Tal vez algún día tú me darás uno.

Le pareció que su madre le había dicho aquella última frase. No lo pudo corroborar, porque la línea se cortó.

Miró pensativamente el auricular que tenía en la mano. «Tal vez algún día tú me darás uno». En circunstancias corrientes, el pasatiempo más lógico sería una consola, pero le daba la sensación de que su madre no se refería a nada tan corriente como un videojuego.

De repente, aquella extraña sensación que llevaba experimentando unos días, comenzó a tener sentido para ella. El pasatiempo al que su madre se estaba refiriendo era un nieto. Su madre quería un nieto. Y, según ella, el único modo de conseguirlo era haciendo que Kara se casara y se quedara embarazada.

Su madre estaba haciendo de celestina. Maldita sea. Normalmente, se daba mejor cuenta de las cosas. ¿Cómo se le había pasado por alto?

Observó la foto enmarcada que tenía sobre la mesa. En ella, aparecían su madre, su difunto padre y ella cuando tenía diecisiete años. Era la última foto familiar que tenía. Miró la imagen de su madre y sacudió la cabeza.

—Vaya, vaya… Ya sé lo que has estado planeando. Estoy muy desilusionada, mamá —murmuró.

Jake Storm, el hombre que ocupaba el cubículo que había junto al de ella, echó la silla un poco hacia atrás para verla.

—¿Estás hablando sola, Kara?

—No —respondió ella—. Estoy hablando con mi madre.

Jake echó la silla un poco más hacia atrás, lo que le permitió ver la mesa de Kara. El espacio que ella ocupaba, dada su posición en la jerarquía empresarial, era dos veces del tamaño del de él.

—¿Es invisible tu madre?

—No. Me refiero a la madre que estaba al otro lado de la línea telefónica y que no dejaba de entrometerse —dijo ella mientras colgaba de nuevo el teléfono.

—Ay, las madres celestinas. Cuéntamelo. La mía no va a estar contenta hasta que deje este trabajo, me saque un título de algo sobre lo que ella pueda presumir, me case con la chica perfecta y le dé tres nietos, nada de lo cual es muy factible… —añadió con un suspiro—, a menos que tú estés libre esta noche para venirte conmigo a Las Vegas y convertirte en la señora de Jake Storm.

Kara sabía que él estaba bromeando. Los dos eran amigos.

—¿Y los tres niños? —preguntó con una sonrisa.

—Podríamos alquilarlos —replicó él—. Creo que un mes entero haciendo de canguro para tres niños podría enseñarle a mi madre una valiosa lección. Algo así como Ten cuidado con lo que deseas. Tal vez merecería la pena.

Aunque lo había hecho sin intención, Jake acababa de darle a Kara una idea. Una buena idea.

—Jake, es brillante.

—Bueno, no está mal, pero yo no diría que mi idea es brillante. Por cierto —añadió él, acercándose un poco más—, ¿qué te ha parecido brillante de lo que he dicho?

—Algo que me podría ayudar a quitarme de encima a mi adorada madre —explicó Kara, mientras se inclinaba hacia el otro monitor que tenía sobre el escritorio y que estaba conectado directamente a Internet.

—Me gusta la idea —dijo Jake. Su madre no hacía más que intentar que él ligara con las hijas de sus amigas—. Ya me dirás cómo te va —añadió. Entonces, miró su propio ordenador—. Tengo que ponerme de nuevo como ese alocado caballo. No hace más que meterse en el agua.

—A mí me lo vas a decir —murmuró Kara mientras Jake regresaba a su mesa.

No tenía ni idea de cuál era el número de teléfono de Dave, pero suponía que, como médico, tendría que aparecer en un listado en alguna parte. Empezó por lo más evidente y buscó en las Páginas Blancas. Después de buscar durante un rato, encontró lo que buscaba.

Marcó el teléfono rápidamente, pero, desgraciadamente, le saltó el contestador. Él no estaba en su consulta, lo que tenía sentido, dado que acababa de verlo en la clínica. Además, el mensaje de su contestador decía que su consulta estaba cerrada aquel día.

—Mejor que nada —murmuró mientras esperaba que el mensaje concluyera.

Si Dave no la llamaba a lo largo del día, estaba bastante segura de que podría encontrar su número privado utilizando el ordenador que tenía en su casa.

Cuando escuchó la señal, comenzó a grabar su mensaje.

—Hola, Dave. Soy Kara. ¿Recuerdas que te dije que ya me cobraría el favor en especie en alguna ocasión? Bueno, pues ya ha llegado el momento. Tenemos que hablar. Llámame —dijo. A continuación, añadió el número fijo de su apartamento y el de su teléfono móvil.

Colgó el teléfono y sonrió. Le gustaba su plan. Cuando todo entrara en funcionamiento, sería justo lo que necesitaba. Se sentía muy segura y confiada en el resultado. Su madre, y posiblemente la de Dave, iban a pensárselo dos veces antes de volver a intentar emparejarlos.

Dave se sorprendió bastante cuando escuchó sus mensajes aquella noche y encontró el de Kara entre ellos. No solo era el único en el que no se describía el síntoma de ninguna enfermedad, sino que Kara y él llevaban seguramente unos dieciocho años sin tener contacto alguno y aquel día ella había intentado comunicarse con él en dos ocasiones.

No entendía ni lo que ella estaba tramando ni el porqué aquello le inquietaba tanto.

Dejó el correo sobre la mesa de café y se dirigió al teléfono que tenía en la pared de la cocina.

—Solo hay una manera de descubrirlo —dijo en voz alta.

Sin embargo, a pesar de todo, no comenzó a marcar inmediatamente.

No se trataba de que no quisiera corresponderle por el favor que ella acababa de hacerle cuando Kara le pedía algo. Después de todo, gracias a ella tenía el juego que tanto deseaba el hijo de su prima. Además, se lo había llevado personalmente, que era lo que más le extrañaba porque, tiempo atrás, no se habría molestado en darle ni la hora y mucho menos tomarse las molestias de llevarle personalmente algo que él necesitara.

No habría pensado que hubiera un gramo de bondad en aquel cuerpo excesivamente delgado, pero el modo en el que se había comportado con Gary en la sala de espera le había demostrado que se había equivocado mucho en lo que pensaba de ella.

No. Nada de lo que acababa de pensar le impedía mantener su palabra. Lo que sí se lo impedía era la hora. Acababa de entrar y eran más de las once. Además, estaba muy cansado.

Sabía que él solo era el culpable de aquello. Él y la interminable fila de pacientes que habían llegado a la consulta. Clarice había cerrado las puertas dos horas después de la hora oficial de cierre, pero él había seguido tratando pacientes hasta que no quedó nadie en la sala de espera.

Tan cansado estaba que no se veía ni con fuerza de sacar algo del frigorífico. El bocadillo de Kara era lo único de sustancia que había comido en todo el día hasta que Clarice llamó a su nieto y le pidió que llevara algo de comida de un restaurante tailandés que había en su barrio. Dave casi no había reconocido lo que se había comido, pero, fuera lo que fuera, tenía sustancia y, al menos, le había ayudado a seguir, que era lo importante.

En resumidas cuentas, Kara le había dado un juego y un bocadillo. Aunque solo fuera por eso, tenía que devolver su llamada. Si, con suerte, ella no contestaba, al menos constaría que él lo había intentado. Marcó los números y cruzó los dedos para que ella no contestara. Desgraciadamente para él, Kara no tardó en levantar el auricular.

—¿Sí?

Su voz sonaba algo somnolienta. Sin saber por qué, de repente se imaginó a Kara en la cama, vestida tan solo por la luz de la luna que entraba por la ventana.

Decidió que necesitaba desesperadamente esa vida social que tanta falta le hacía.

—¿Sí? —repitió ella.

—Kara, soy Dave. He visto que me habías llamado.

Al escuchar la voz de Dave, Kara se incorporó en el sofá. Se había quedado dormida jugando con una versión portátil del juego que tantos quebraderos de cabeza le estaba dando a ella y al personal que ella supervisaba. Ni siquiera se acordaba de haber cerrado los ojos.

Entornó los ojos y trató de distinguir los números que había en el reloj del descodificador de la televisión por cable, pero no hacían más que bailar. Al final, se rindió.

—Sí. Te he llamado —murmuró mientras se mesaba el cabello con una mano para tratar de concentrarse.

—¿Sobre algo en particular? Si lo que sea puede esperar… o solo me has llamado para tomarme el pelo. He tenido un día muy largo y mañana tengo que estar temprano en el hospital…

Kara decidió hablar rápido para no darle oportunidad alguna de colgar.

—Nuestras madres están intentando liarnos.

—¿Cómo? ¿Con quién?

—¿Cómo que con quién? A ti y a mí. Al menos, sé que la mía lo está intentado y, sea lo que sea lo que hace la amiga, la tuya suele hacerlo también.

Dave no entendía nada. Kara debía de estar cometiendo un error.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó.

—Después de que yo regresara de tu clínica, mi madre me llamó al trabajo para ver si yo te había dado el juego.

—Evidentemente, sabe lo mucho que se puede fiar de ti —observó él secamente.

—Deberías saber que yo soy una… No importa.

Aquel no era el momento de permitirse entrar en una discusión con él. Se podrían decir ciertas cosas de las que ya no podría retractarse. El mejor modo de impedirlo era no decir nada en absoluto. Además, tenía un punto mucho más importante al que referirse. No se podía permitir que él la desviara del tema.

—Bueno, lo que quería saber era qué aspecto tenías. Más exactamente, quería saber mi opinión sobre tu aspecto.

—Preguntas más que normales —comentó él—. Hace casi dos décadas desde la última vez que nos vimos.

Kara trató de controlarse para no explotar.

—¿Has sido siempre así de ingenuo o has decidido de repente regresar a la infancia?

—Si vas a insultarme…

—Es una idea tentadora, pero me la guardaré para otra ocasión. En estos momentos, por muy difícil que me resulte, necesito pedirte tu ayuda.

Dave interpretó la cuestión del único modo que él sabía hacerlo.

—¿Tienes algún problema médico?

—No, tengo un problema con mi madre. O, más bien, la solución a una madre que se mete demasiado en mi vida. Mira, Dave, nuestras madres quieren que estemos juntos. Nunca te lo dije, pero, en una ocasión, oí cómo hablaban sobre lo maravilloso que sería si, cuando tú y yo nos hiciéramos mayores, nos casáramos.

—No, nunca me lo dijiste —dijo él sin emoción alguna.

—En el momento en el que yo lo escuché, pensaba que era demasiado estúpido como para repetirlo, pero, evidentemente, nunca han dejado de pensar en ello.

—¿Y tú crees que el hecho de que tu madre te llame para ver si me has llevado el juego es una especie de confesión por su parte de que está intentando llevarnos al altar?

Kara sabía que se estaba burlando de ella y se obligó a tragarse algunas palabras.

—El hecho de que me pregunte lo que yo pienso de tu aspecto físico es bastante significativo.

—Entonces, ¿has llamado para advertirme?

—No. Te he llamado para conseguir tu cooperación con una idea que tengo.

A Dave no le gustaba en absoluto cómo sonaba aquello.

—Esto nunca le salió bien a ninguno de los personajes de los culebrones que tanto te gustaban —señaló él.

El hecho de que se acordara sorprendió a Kara. Se dijo que no significaba nada y siguió hablando.

—¿Y si tú y yo fingimos salir juntos? Ya sabes, fingir que nos gustamos.

Las palabras sonaron como si se estuviera obligando a soportar un destino peor que la muerte.

—Asumiendo que ya me hayan puesto las vacunas de la rabia —dijo él con sarcasmo—, ¿cómo crees que esto va a enseñarles una lección a nuestras madres? Es precisamente lo que quieren, según tú.

Kara suspiró.

—No tienes imaginación alguna, ¿verdad?

—Claro que la tengo, pero no permito que se me desboque.

Ella apretó los dientes.

—Está bien, Davy, deja que te lo diga más clarito. Salimos juntos. Fingimos enamorarnos. Entonces, tenemos una discusión de las que hacen época y nos aseguramos de que la tenemos cuando nuestras madres puedan escucharnos. Después de la discusión, tratamos de superar una terrible ruptura. Una ruptura devastadora —especificó metiéndose más en el papel—. Los dos nos comportamos como si no hubiera mañana…

—Te estás poniendo un poquito melodramática, ¿no te parece?

—Tal vez. Tendremos que ver cómo van las cosas, pero ellas se sentirán tan tristes porque nosotros estemos tristes que te garantizo que eso les quitará las ganas de una vez por todas de ponerse a jugar a celestinas con nosotros nunca más, juntas o por separado… ¿Qué te parece? —añadió, tras una pausa.

Dave tenía la sensación de que, si decía que no, ella le seguiría llamando y molestándole hasta que accediera. Sin embargo, meterse en aquella situación con Kara le resultaba preocupante.

—¿Por qué me da la sensación de que estoy a punto de firmar mi propia sentencia de muerte?

—Porque casi no has dormido, no tienes imaginación y no sabes distinguir cuándo un plan es bueno ni siquiera cuando te lo explican bien. ¿Quieres que siga?

Dave soltó una seca carcajada.

—No tengo duda alguna de que podrías seguir, pero te ruego que no lo hagas.

—¿Significa eso que no?

Había llegado el momento de la verdad. Aún podía decir que no, pero le daba la sensación de que ella tenía razón. Aunque quería mucho a su madre, no se le ocurría nada que deseara menos que ella se pusiera a hacer de celestina en su nombre.

—Creo que voy a arrepentirme de esto, pero creo que tienes razón.

—Me alegro de que lo reconozcas.

Dave quería darse prisa para poderse ir a dormir un poco.

—Está bien, estratega. ¿Qué es lo que tenemos que hacer ahora? —le preguntó.

—Debemos fingir que estamos saliendo juntos.

—¿Y qué hacemos? ¿Se lo notificamos a la prensa? ¿Cómo van a saber nuestras madres que estamos saliendo? Creo que sospecharían si uno de nosotros tomara el teléfono y las llamara para decírselo.

Kara sonrió. Casi resultaba mono cuando se ponía hablar de aquel modo. La palabra clave era «casi», por supuesto.

—Ay, menos mal que hay algo más que distancia entre esas orejitas tuyas. Tienes razón. ¿Qué te parece ese cumpleaños del hijo de tu prima? —sugirió ella—. La del niño que quería el videojuego.

—Ryan.

—Ryan —repitió ella—. Ryan va a tener una fiesta de cumpleaños, ¿no?

—Sí, pero…

—¿Va a estar allí tu madre?

Ya le había quedado todo claro. No estaba mal, pero no quería decírselo para que no alimentara más su ego.

—Sí.

—Entonces, nosotros iremos también. Lo único que necesitamos es que una madre nos vea para que le cuente la noticia a la otra. Así, creerán que su plan está funcionando… hasta que nosotros les demostremos que no. Bueno, ¿estamos de acuerdo?

—Sí —respondió él, a pesar de que, por un lado, tenía la desagradable sensación de que, al acceder a lo que Kara le proponía, la vida que él conocía jamás volvería a ser la misma. Todo aquello podría muy bien resultar ser un tremendo error.

Unir fuerzas con Kara resultaba muy peligroso. Sabía muy bien que ella era capaz de convencer a cualquiera de lo que quería. También era un hecho conocido que podría dejarle en la estacada si eso era lo que más le convenía.

No tenía razón alguna para creer que dieciocho años habían cambiado algo, aparte de su excelente figura.

Capítulo 4

EL teléfono comenzó a sonar justo en el momento en el que Paulette pasaba por delante de él. Como estaba a punto de marcharse, pensó si debía dejar que saltara el contestador. Sin embargo, un teléfono que sonaba tenía para ella algo que siempre lograba capturar su atención. Le resultaba irresistible.

Se detuvo y levantó el auricular.

—¿Sí?

—Pensé que querrías ser la primera en saber… bueno, no la primera, pero casi —dijo una voz.

Lisa. Paulette dejó caer el bolso al suelo, se quitó de una patada los zapatos que se acababa de poner y se sentó en el sofá de su salón. Las conversaciones entre Lisa y ella jamás eran un rápido intercambio de palabras.

—¿Casi la primera en saber qué? —le preguntó Paulette. Cruzó los dedos esperando que su plan hubiera dado sus frutos.

—Que Dave ha llamado a Melissa y le ha preguntado si le importaría que él llevara a alguien a la fiesta de cumpleaños de Ryan.

—¿Y esa amiga no será Kara, por casualidad?

Sabía que era una pregunta retórica. Lisa jamás la llamaría para decirle que su hijo iba a llevar a otra mujer que no fuera Kara a la fiesta del niño.

Lisa no tardó en confirmar sus esperanzas.

—Así es.

Paulette habría comenzado a aplaudir si no hubiera tenido una de las manos ocupadas con el teléfono.

—¿Ves? Te lo dije. Solo hizo falta que los dos estuvieran en el mismo lugar al mismo tiempo. El resto será muy pronto historia.

—No empieces a mandar las invitaciones de boda todavía —le advirtió Lisa—. Es decir, Dave ha salido antes con otras chicas y tú me has dicho que Kara ha salido con algunos chicos. De hecho, ¿no había un tal Alex al que vería con bastante regularidad no hace mucho?

—¿Te refieres al bígamo?

—¿Estaba casado? —preguntó Lisa, horrorizada.

—Bueno, no exactamente, pero sí veía a varias mujeres al mismo tiempo, que incluían a una novia con la que vivía y que era, además, la madre de su hijo. Kara se quedó destrozada cuando lo descubrió por casualidad. Destrozada y furiosa. Ese hombre fue el que le quitó las ganas de volver a tener algo que ver con un hombre. No creo que te des cuenta de lo que esto significa en realidad —añadió Paulette tras una pequeña pausa.

—¿Qué?

—Si Kara ha accedido a salir con Dave, significa que está dispuesta a volver a vivir. Es algo grande. ¿Por qué no nos reunimos a finales de semana para celebrarlo?

Como siempre, Paulette se estaba adelantando.

—Yo creo que una reunión familiar para la fiesta de cumpleaños de un niño no se pude calificar de cita —observó Lisa.

—Cualquier cosa que implique a dos adultos que están de acuerdo es una cita. Venga, Lis, no me agües la fiesta.

—No te la estoy aguando, Paulette. Solo quiero que estés preparada para lo que pueda ocurrir… por si acaso —le explicó Lisa, que, como siempre, tenía los pies más en la tierra que su amiga—. Por cierto, la fiesta de Ryan… Bueno, siempre hay sitio para uno más. ¿Te gustaría venir?

—Sabes que me encantaría, pero, si estoy presente, Kara se podría sentir presionada y no se comportaría como es —dijo. Kara también podría pensar que la estaba espiando.

Lisa suspiró y consideró la respuesta de su amiga.

—Supongo que tienes razón.

—Por otra parte —comentó Paulette mientras se mordía el labio—, también tengo un insaciable deseo por verlos por fin juntos —añadió. Sopesó los dos lados de la balanza durante un instante y, por fin, el deseo ganó a la sensatez—. ¡Qué diablos! Cuenta conmigo.

Lisa se echó a reír. Como si lo hubiera dudado alguna vez.

—Considéralo hecho. Llamaré a Melissa ahora mismo —dijo. Con eso dio por terminada la llamada de teléfono.

Estaba tardando demasiado. Mientras sacaba otro conjunto y lo examinaba cuidadosamente, Kara se dijo que todo debería haber sido más fácil.

Normalmente, metía la mano en el armario y se ponía cualquier cosa. O, al menos, no contemplaba todo lo que sacaba con un ojo tan crítico.

¿Por qué le importaba tanto su aspecto?

El problema era que trabajaba para una empresa que no exigía ninguna clase de etiqueta en la vestimenta. Tan solo que sus empleados aparecieran vestidos. Durante el verano, iba la mitad de las veces en camiseta y pantalones cortos. Dado que no había tenido ninguna cita desde el fiasco de Alex, todo lo que se habría puesto en una situación así había pasado al fondo de su guardarropa. En aquellos momentos, mientras sacaba la ropa que podría considerarse más adecuada para una cita, les encontraba defectos a todas las prendas.

¿Qué demonios le pasaba? Era Davy con el que iba a salir. El Davy de siempre. Además, solo estaban fingiendo. No había necesidad alguna de tomarse tantas molestias.

—Maldita sea —dijo mientras se miraba en el espejo—. Es una fiesta infantil. Una camiseta y unos vaqueros sería lo mejor.

A pesar de todo, sacó otro conjunto. En aquella ocasión, se trataba de un vestido azul claro, ribeteado en blanco, con finísimos tirantes y un corpiño.

Se lo colocó por encima y se dijo que era lo mejor que había sacado hasta entonces. El color destacaba sus ojos y el corpiño resaltaba su esbelta cintura.

Por fin.

Tal vez…

Kara miró el reloj. ¿Cómo era posible que fuera tan tarde? Aquello debería haberle llevado diez minutos y no una hora. La fiesta empezaba en menos de media hora.

—Este vestido será —dijo.

Acababa de quitarse la ropa que llevaba puesta y de ponerse el vestido cuando empezó a sonar el timbre.

¿Quién sería? No estaba esperando a nadie.

Tal vez era la nueva consola que había encargado, aunque pensaba que no se la iban a llevar hasta la semana siguiente. Tal vez el correo había hecho llegar, por una vez, las cosas antes de lo que se esperaban.

Se dejó el vestido desabrochado por la espalda y fue corriendo hacia la puerta.

—¡Ya voy! —gritó para que el mensajero no se marchara antes de que ella llegara.

Abrió la puerta de par en par. Sintió una profunda desilusión.

—Tú no eres el mensajero.

—Muy observadora —dijo Dave—. ¿Acaso lo estabas esperando?

—Bueno, a quien no esperaba era a ti —le espetó ella secamente.

Como Kara no lo invitaba a pasar, Dave le agarró por los hombros, la apartó ligeramente a un lado y entró en el apartamento.

—Corrígeme si me equivoco, pero ¿no fuiste tú la que dijo que deberíamos fingir que teníamos una cita mientras asistíamos a la fiesta de cumpleaños de Ryan?

¡Dios, qué irritante era! No había razón alguna para hablarle a ella así.

—Sí, pero pensaba que nos íbamos a reunir allí. En la casa de Melissa.

—Mientras me dirigía a la fiesta, se me ocurrió que llegar en coches separados no parecería muy propio de una cita —observó él—. ¿Así son todas las citas que tienes tú? Porque, si es así, yo podría tener la respuesta de por qué sigues sin pareja.

—Podrías haberme llamado para advertirme. Y a ti no te importa cómo son mis citas —replicó mientras cerraba la puerta que él había dejado abierta. Entonces, se encogió de hombros—. Bueno, dado que estás aquí, supongo que podríamos ir juntos a la fiesta de cumpleaños, pero aún no estoy lista. No tengo zapatos —añadió para responder al modo en el que Dave la miró.

—Ya decía yo que parecías más bajita —dijo él con una media sonrisa mientras ella se dirigía de nuevo a su dormitorio—. Aunque tampoco se puede decir que estés vestida.

Kara se dio la vuelta y lo atravesó con la mirada.

—¿De qué estás hablando?