Una aventura en el paraíso - Chantelle Shaw - E-Book

Una aventura en el paraíso E-Book

Chantelle Shaw

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Beschreibung

Aquella aventura tuvo consecuencias… El magnate Loukas Christakis había aprendido por las malas a no confiar en las mujeres. La única que le importaba era su hermana pequeña, que estaba a punto de casarse. Y por eso permitió a regañadientes que Belle Andersen, la diseñadora del vestido de novia, se instalase en su isla privada a confeccionarlo, ¡para poder vigilarla! Pero la inocente y trabajadora Belle resultó ser una inesperada tentación para Loukas. Lo que se suponía que iba a ser una breve aventura, tuvo consecuencias. Y, tal y como Belle estaba a punto de descubrir, Loukas iba a hacer lo que fuese necesario para conservar lo que sentía que era suyo…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Chantelle Shaw. Todos los derechos reservados.

UNA AVENTURA EN EL PARAÍSO, N.º 2152 - abril 2012

Título original: After the Greek Affair

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0038-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

BELLE Andersen sacó el teléfono móvil del bolso y leyó el mensaje de texto que había recibido de Larissa Christakis, que le explicaba cómo llegar a la isla griega propiedad de su hermano Loukas.

Como voy a casarme en Aura, sería estupendo que pudieses venir a la isla a trabajar en el diseño de mi vestido, para que pudieses hacerte a la idea del entorno. Puedes tomar el ferry en el puerto de Lavrion en Atenas hasta la isla de Kea. Dime a qué hora tienes planeado llegar y me aseguraré de que te esté esperando un barco para traerte a Aura.

Hacía diez minutos que había llegado el ferry y ya estaban desembarcando los últimos pasajeros. En el muelle había varias barcas de pesca, que se balanceaban suavemente sobre el mar color cobalto que reflejaba el cielo azul. El pequeño puerto de Korissia era un lugar pintoresco. Ante él se alineaban las casas blancas y cuadradas, con tejados color terracota, y detrás de estas se levantaban las montañas, bañadas con los alegres colores de las flores silvestres.

Belle apreció la belleza de aquel lugar, aunque, después del vuelo de cuatro horas a Atenas y otra hora más en ferry, estaba deseando llegar a su destino. Tal vez alguna de aquellas barcas de pesca estuviese allí para recogerla. Se hizo sombra con la mano y vio a un grupo de pescadores charlando, ajenos a ella. Los demás pasajeros del ferry se fueron hacia la ciudad. Belle suspiró, tomó sus maletas y echó a andar hacia los pescadores.

El cálido sol de mayo era una delicia, en comparación con el frío que había dejado atrás en Londres. Hizo una mueca al recordar la reacción de su hermano Dan cuando le había contado que iba a pasar una semana en Grecia, mientras él se quedaba en la vieja casa flotante que tenían en el Támesis.

–Al menos, piensa en mí mientras estés codeándote con algún multimillonario griego en ese paraíso –había bromeado–. Mientras tú te pones crema solar, yo estaré poniéndole parches al barco, otra vez, antes de irme a Gales a una sesión de fotos.

–Voy a trabajar, no a tomar el sol –le había respondido ella–. Y no creo que tenga la oportunidad de estar con Loukas Christakis. Larissa me dijo que su hermano pasa mucho tiempo en las oficinas centrales de la empresa, en Atenas, o visitando proyectos por todo el mundo. Hasta decidieron la fecha de la boda de acuerdo con la agenda de Loukas. Al parecer, solo tenía libre la última semana de junio.

Belle frunció el ceño mientras seguía andando por el muelle. Larissa le había mencionado en múltiples ocasiones a su hermano, y era evidente que lo adoraba, pero ella tenía la impresión de que Loukas Christakis era un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya, y que Larissa se sentía intimidada por él.

Incluso el hecho de que ella tuviese que diseñar y hacer el vestido de novia de Larissa, así como los de sus dos testigos, en cinco semanas en vez de en los seis meses que solía necesitar era, en parte, culpa de Loukas. Aunque él no tenía la culpa de que el primer diseñador al que había acudido su hermana la hubiese dejado tirada. Larissa no le había dado detalles al respecto, pero la insistencia de Loukas de que la boda siguiese celebrándose a finales de junio debía de haberla presionado mucho. De hecho, había estado a punto de ponerse a llorar cuando había ido a verla al estudio, y se había sentido muy aliviada cuando Belle le había asegurado que podría tener el vestido a tiempo.

Frunció el ceño todavía más al recordar cómo le había temblado la voz al pedirle que fuese a Aura a empezar el diseño. Belle todavía no conocía a Loukas Christakis, pero ya le caía mal.

Se dijo que no era justo que su relación con John Townsend, el hombre dominante que había creído que era su padre, influyese en su manera de ver a otros hombres. Seguro que el hermano de Larissa era encantador. Al menos, así se lo parecía a muchas mujeres, a juzgar por lo que decían de él en la prensa del corazón.

Una lancha motora que surcaba el mar captó su atención. La vio aminorar la marcha y acercarse al muelle. Era un barco que llamaba la atención, pero lo que hizo que a Belle se le acelerase el corazón no fue la lancha, sino el hombre que la conducía.

Cuando Larissa le había dicho que alguien iría a recogerla para llevarla a Aura, a Belle ni se le había pasado por la cabeza que pudiese tratarse de Loukas Christakis en persona. Las fotografías que había visto de él en periódicos y revistas no le hacían justicia. Tenía el mismo pelo moreno y grueso, el mismo rostro cincelado, los mismos labios sensuales, pero una fotografía no podía captar su aura de poder, el magnetismo que irradiaba, que hacía imposible apartar la vista de él.

–¿Es Belle Andersen? –le preguntó con voz profunda y grave.

Ella sintió calor.

–Sí –balbució con el corazón latiéndole a toda velocidad mientras él amarraba la motora al muelle.

–Soy Loukas Christakis –se presentó él, acercándose con paso seguro.

Era muy alto, tenía las piernas largas, enfundadas en unos vaqueros desgastados. La camiseta negra marcaba un abdomen fuerte y musculoso y el cuello en V revelaba un torso moreno y cubierto de bello oscuro.

¡Era impresionante! Belle tragó saliva. Era la primera vez en su vida que se sentía así delante de un hombre. Tenía el corazón acelerado y le sudaban las palmas de las manos. Quería hablar, hacer algún comentario banal acerca del tiempo para romper la tensión, pero tenía la boca seca y, al parecer, su cerebro había dejado de funcionar. Deseó que él no llevase gafas de sol. Tal vez, si pudiese verle los ojos, le impondría menos respeto.

La profesionalidad llegó por fin al rescate y Belle le tendió la mano.

–Encantada de conocerlo, señor Christakis –murmuró–. Larissa me habló de usted cuando estuvo en mi estudio de Londres.

Belle tuvo la sensación de que él dudaba un instante antes de darle la mano. Lo hizo con firmeza, y ella volvió a ser consciente de su poder y de su fuerza.

Luego le soltó la mano, pero en vez de apartarse, la agarró del brazo.

–Es un placer, señorita Andersen –respondió él con cierta impaciencia–. Necesito hablar con usted. ¿Le importa si buscamos algún sitio donde podamos sentarnos?

Sin esperar su respuesta, tomó la mayor de sus maletas, se la metió debajo del brazo y echó a andar por la carretera, hacia un bar que tenía terraza. Belle intentó seguir su paso a pesar de los tacones.

Cuando llegaron a la terraza, Loukas le ofreció una silla y luego se sentó enfrente de ella, pero Belle había ido a Grecia a trabajar, no a disfrutar del sol, y estaba deseando empezar.

–Señor Christakis…

–¿Qué desean? –preguntó un camarero.

Loukas le habló en griego y la única palabra que entendió Belle fue «retsina», que sabía que era «vino».

–Yo quiero un zumo, por favor –dijo enseguida.

El camarero miró a Loukas, casi como si le estuviese pidiendo permiso para llevarle el zumo a Belle. Esta se miró el reloj y vio que hacía ocho horas que había salido de casa. Tenía calor, estaba cansada y no estaba de humor para complacer a un hombre con un ego descomunal.

–Señor Christakis, la verdad es que no quiero tomar nada –le dijo en tono seco–. Me gustaría ir directamente a Aura. Su hermana me ha encargado el diseño de su vestido de novia y, dado que solo tengo un mes de plazo, necesito ponerme a trabajar de inmediato.

–Sí… –dijo él, quitándose las gafas de sol y mirando a Bella con frialdad–. De eso es de lo que quiero hablarle.

Tenía los ojos de color piedra, la mirada dura e intransigente. Belle se sintió decepcionada al darse cuenta de que no había calor en ella. ¿Cómo había podido pensar que la atracción que sentía por él podía ser recíproca? Y todavía era más ridículo que hubiese deseado que lo fuera. Intentó apartar aquella idea de su mente y se obligó a mirarlo a los ojos, consciente de la rapidez con la que le latía el corazón al estudiar sus cejas oscuras, su nariz prominente y sus generosos labios. La barba de dos días hacía que fuese todavía más atractivo.

Belle se preguntó cómo serían sus besos. Y le sorprendió podérselos imaginar con tanta claridad.

Loukas frunció el ceño y la miró de manera especulativa. ¿Le habría leído el pensamiento? Avergonzada, Belle se ruborizó. Todo en él rebosaba arrogancia. Sin duda, estaba acostumbrado a tener aquel efecto en las mujeres. «Tierra, trágame», pensó ella.

La vida estaba resultando ser sorprendentemente difícil. Loukas frunció el ceño, irritado, al observar a la mujer que tenía delante y ver cómo se ruborizada. Tenía que haberle resultado sencillo informar a Belle Andersen de que había habido un cambio de planes y ya no requerían sus servicios. Después, le habría firmado un cheque para compensarla por los gastos del viaje y la habría mandado de vuelta a Atenas. En su lugar, se quedó hipnotizado con sus ojos azules, bordeados por unas largas pestañas de color castaño y de una vulnerabilidad inquietante.

No había esperado que fuese tan guapa. Y lo que todavía le sorprendía más era cómo había reaccionado al verla. Se pasaba la vida rodeado de mujeres bellas. Salía con modelos y glamurosas mujeres de la alta sociedad, y las prefería altas, esbeltas y sofisticadas. Belle era menuda, como una muñeca, pero desde que la había visto en el muelle, no había logrado apartar los ojos de su exquisito rostro.

Sus rasgos eran perfectos: los ojos azules y brillantes, la nariz pequeña, los pómulos marcados y unos suaves labios rosados muy tentadores. Llevaba el pelo escondido debajo del sombrero de ala ancha, pero teniendo en cuenta que tenía la tez clara, debía de ser rubia. El sombrero color crema con el ribete negro era el complemento perfecto para el traje de chaqueta y falda que llevaba puesto. Unos tacones negros y un bolso del mismo color completaban el conjunto.

Loukas se preguntó si iría vestida con una de sus creaciones. Si era así, tal vez no mereciese la pena preocuparse por el vestido de novia de Larissa. Apartó aquella idea de su mente, Belle Andersen era una desconocida. La noche anterior, después de que su hermana le hubiese anunciado que había escogido a otra diseñadora para su vestido de novia, Loukas había hecho una búsqueda en Internet y se había enterado de que la empresa de esta, Wedding Belle, casi no había obtenido beneficios el año anterior y contaba con escaso capital.

Loukas sabía que, en parte, era responsable de que su hermana no tuviese vestido a cinco semanas de la boda. Tenía que haberse informado y haber sabido que Toula Demakis, la diseñadora griega a la que le había encargado el vestido, estaba al borde de la quiebra, pero había estado de viaje cuando su hermana había ido a ver a Toula y le había pagado el importe completo del vestido por adelantado.

¿Era culpa suya que su hermana fuese tan ingenua, tan idealista? En cualquier caso, Larissa lo era todo para él. Había hecho el papel de padre con ella durante casi toda su vida y tal vez la protegiese en exceso. Con la inminente boda, había decidido hacerse cargo de la situación y le había pedido a su amiga e internacionalmente conocida diseñadora de moda, Jacqueline Jameson, que le hiciese el vestido de novia, sin saber, hasta la noche anterior, que su hermana ya se había puesto en contacto con otra diseñadora.

Tal vez fuese injusto sospechar de la señorita Andersen solo porque Toula Demakis les hubiese salido rana, pero él, al contrario que su hermana, nunca confiaba en nadie. Era una lección que había aprendido por las malas, y que le había sido de gran utilidad tanto en su vida privada como en los negocios. Tal vez se pudiese confiar en aquella diseñadora inglesa, pero quedaba muy poco tiempo para la boda y no podía arriesgarse.

Se inclinó hacia delante y estudió los delicados rasgos de Belle. Era muy atractiva, pero él solo debía pensar en su hermana. Aquella inesperada atracción era intrascendente y estaba seguro de que se olvidaría de ella un par de minutos después de que hubiese vuelto a subirse al ferry. No obstante, era una pena. En otras circunstancias no habría perdido ni un momento en intentar seducirla…

Belle deseó que Loukas Christakis dejase de mirarla así. Cada vez se sentía más acalorada y, en cuanto les hubieron llevado las bebidas, se tomó su zumo de un trago.

–Veo que al final sí que tenía sed –comentó él en tono seco.

Ella se ruborizó.

–Llevo todo el día viajando –comentó.

–Se lo agradezco… Y sé que lo último que quiere oír ahora es que el viaje era innecesario, pero me temo que debo informarle de que mi hermana ha escogido a otra diseñadora para que le haga el vestido de novia y ya no requiere sus servicios.

Durante unos segundos, Belle lo miró fijamente, en silencio.

–Pero…

–Espero que esto sea suficiente para compensar el dinero y el tiempo gastados –continuó Loukas, abriendo la cartera y tendiéndole un trozo de papel.

Aturdida, Belle tomó el cheque. La cifra escrita en tinta negra cubría los gastos del viaje cien veces, pero no pudo aliviar su decepción.

–No lo entiendo –admitió despacio–. Ayer mismo recibí un mensaje de texto de Larissa en el que me decía lo emocionada que estaba porque yo fuese a diseñarle el vestido, y que estaba deseando que llegase. ¿Me está diciendo que ha cambiado de opinión?

Vio dudar a Loukas, pero su respuesta fue:

–Me temo que sí.

Belle no supo qué decir. Sintió que le faltaba el aire, como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el estómago. Miró fijamente el cheque y notó que se le nublaban los ojos.

No podía llorar, pero iba a hacerlo. La boda de Larissa era el mayor acontecimiento social del año.

Loukas Christakis era uno de los hombres más ricos de Grecia y mucha gente importante iba a asistir a la boda de su única hermana.

–En realidad, no conozco ni a la mitad de los invitados –le había confesado Larissa a Belle–. Si te soy sincera, habría preferido algo más íntimo, pero sé que Loukas está decidido a convertir mi boda en el día más memorable de mi vida, así que no puedo quejarme.

Aquel encargo habría dado mucha publicidad a Wedding Belle, le habría granjeado otros pedidos y la habría ayudado a devolver el préstamo al banco.

Pero Belle se dio cuenta de que no solo estaba decepcionada porque había perdido una oportunidad de negocio, sino porque Larissa le había caído bien desde el principio y pensaba que la sensación había sido mutua. Por eso no entendía que hubiese cambiado de opinión. No tenía sentido.

Frunció el ceño al recordar algo que Larissa le había dicho cuando había estado en su estudio:

–Loukas quiere que sea Jacqueline Jameson quien me haga el vestido.

Belle conocía a Jacqueline Jameson y sabía que era una de las diseñadoras favoritas de las actrices de Hollywood.

Miró con desconfianza al arrogante hombre que tenía sentado delante y se preguntó si Loukas se habría salido con la suya. ¿Habría presionado a su hermana para que se decidiese por la diseñadora que le gustaba a él?

Solo había una manera de averiguarlo, y era preguntándoselo a Larissa. Así que Belle sacó el bolso y tomó su teléfono.

Se dio cuenta de que, al otro lado de la mesa, Loukas ya no parecía tan relajado y que la observaba atentamente.

–¿Tiene que hacer una llamada ahora? –inquirió, frunciendo el ceño.

–Tenía un acuerdo con su hermana –le informó ella–. Solo me gustaría comprobar que Larissa está decidida a encargar su vestido de novia a otro diseñador. Eso, si es que ha sido ella la que ha tomado la decisión.

Capítulo 2

NO ES necesario implicar a mi hermana en esto.

Belle dio un grito ahogado cuando Loukas se inclinó por encima de la mesa y le quitó el teléfono de la mano. Intentó sujetarlo, pero no pudo.

–¿Cómo se atreve? Devuélvamelo. ¿Qué quiere decir con eso de que no es necesario implicar a su hermana? Al fin y al cabo, se trata de su boda, ¿o es que se le ha olvidado?

Loukas entrecerró los ojos ante aquel tono de voz. Muchos años atrás había sido un inmigrante pobre, que había vivido en una de las peores zonas de Nueva York, pero en esos momentos era un multimillonario y estaba acostumbrado a que todo el mundo lo tratase con cierta deferencia.

–Sé lo que es mejor para mi hermana. Y, con el debido respeto, señorita Andersen, estoy casi seguro de que no es usted.

Belle parpadeó, sorprendida por aquella arrogante afirmación. No obstante, había pasado muchos años con un hombre parecido, al que tenía la suerte de no tener que seguir llamando «padre», y se negaba a dejarse intimidar por ningún otro.

–Larissa no ha cambiado de opinión, ¿verdad? –lo retó–. Usted ha decidido que Jacqueline Jameson le haga el vestido. ¿Por qué? ¿Acaso ha visto alguno de mis vestidos? ¿Por qué está tan seguro de que no puedo hacerle a Larissa el vestido de novia perfecto?

Loukas apretó la mandíbula, pero tuvo que reconocer que, en cierto modo, aquella mujer tenía razón.

–No, no he visto nada de su trabajo –admitió.

A pesar de su enfado, Bella no pudo evitar posar la mirada en sus anchos hombros. Debía de hacer mucho deporte. Tenía la piel bronceada y los antebrazos cubiertos por un fino bello oscuro. ¿Cómo serían sus abrazos?

De repente, se dio cuenta de que Loukas le estaba hablando otra vez y tuvo que obligarse a dejar de pensar en su sensual cuerpo.

–Pero tiene razón, preferiría que fuese Jacqueline quien le diseñase el vestido a Larissa. Es mi amiga, además de ser una diseñadora aclamada internacionalmente. De usted no he oído hablar –le dijo sin más–. Solo sé que Wedding Belle existe desde hace tres años. Si le soy sincero, no sé si tiene la experiencia necesaria para diseñar el vestido de novia de mi hermana en el plazo de tiempo del que disponemos. Jacqueline lleva en el negocio veinte años, y sé que puedo confiar en ella.

–Puedo hacerlo, si me da la oportunidad –replicó ella, inclinándose hacia delante, con los ojos clavados en Loukas–. Estoy preparada para trabajar noche y día en el vestido con el que Larissa sueña. Ella me escogió a mí. Supongo que eso tendrá que contar algo, ¿no? Es una mujer adulta que debe tener libertad para tomar sus propias decisiones. ¿Qué derecho tiene usted a organizar toda su vida?

–A mi hermana ya la ha defraudado la primera diseñadora que escogió. He sido yo quien ha pasado días consolándola, así que creo que tengo derecho a asegurarme de que no se repita –replicó Loukas–. Imagino que usted tendría la esperanza de que este encargo aumentase su negocio, pero le he pagado una cantidad importante para recompensarla por el tiempo perdido hoy.

Belle bajó la vista al papel que tenía entre las manos.

–¿Así que este cheque es, en realidad, un soborno? –preguntó consternada, entendiendo por fin el motivo de aquella generosa cantidad–. Espera que acepte el dinero y me vuelva a Inglaterra. Así, Larissa no tendrá elección y tendrá que acceder a que Jacqueline Jameson le haga el vestido y usted se habrá salido con la suya. ¡Dios mío! ¿Qué es? ¿Un fanático del control?

Loukas golpeó la mesa con tanta fuerza que Belle se sobresaltó.

–Me niego a disculparme por querer proteger a mi hermana –rugió–. Confió en Toula Demakis, pero esta se marchó con su dinero. Solo faltan cinco semanas para la boda y no pienso arriesgarme a que vuelvan a engañar a Larissa.

–Es cierto que Wedding Belle no está funcionando tan bien como esperaba cuando empecé –admitió ella con toda sinceridad–, pero ahora mismo hay muchos negocios con dificultades debido a la recesión económica.

Era evidente que Loukas quería proteger a su hermana, pero a Belle le parecía que, como John Townsend, también tenía la necesidad de que las cosas se hiciesen siempre a su manera. No merecía la pena intentar convencerlo de que la escuchase, pero tenía que hacerlo.