Una deuda pendiente - Vicki Lewis Thompson - E-Book
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Una deuda pendiente E-Book

Vicki Lewis Thompson

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Beschreibung

Habían pasado diez aÒos desde que Dustin Ramsey y Erica Mann compartieron su primera experiencia sexual en el asiento trasero de aquel Mustang rojo, y había sido un verdadero desastre. Ahora Dustin tenía que enfrentarse al enorme reto de dirigir el negocio familiar, pero antes quería resolver el ˙nico fracaso de su vida. Tenía que encontrar y seducir a Erica, y esta vez lo haría bien. Erica se quedó de piedra cuando se encontró a Dustin a la puerta de su casa. Quizá hubiera ido a hablarle de negocios, pero desde luego sus ojos le decÌan que ese no era el único tema que iban a tratar... Erica había llegado muy lejos en esos diez años, así que si Dustin creía que podía llegar allí y seducirla tan fácilmente, estaba muy equivocado... porque era ella la que lo iba a seducir a él.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una deuda pendiente, n.º 33 - junio 2018

Título original: Truly, Madly, Deeply

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-705-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

La investigadora privada Jennifer Madison miró la pantalla del ordenador y lanzó una sarta de juramentos en español, su lengua materna. El programa de investigación que acababa de instalar volvía a funcionar mal. Tendría que haber sido fácil encontrar a Erica Deutchmann, pero los fallos informáticos lo estaban convirtiendo en una pesadilla de dos días.

De pronto, milagrosamente, el programa escupió la información que tanto había buscado.

—¡Sí! ¡Ahí está, vive en Dallas! —en cuanto soltó el grito, se arrepintió de ello. Y como había temido, la niña que dormía en la cuna al lado de su mesa se despertó y empezó a llorar.

—Ah, vamos, Annie, no quería gritar —dio a la tecla de imprimir con el ratón y sacó a la niña de la cuna.

—¿Qué ha pasado? —Ryan, su marido entró en el estudio con un cepillo de dientes automático en la mano—. ¿Annie está bien?

—Muy bien —Jennifer colocó a la niña sobre su hombro y movió la silla de ruedas adelante y atrás—. Pero tú tienes pasta de dientes por todas partes.

Ryan miró el cepillo de dientes y lo apagó. Secó con la mano unas gotas de la puerta.

—Perdón —dijo—. Pero te he oído gritar a ti y luego llorar a Annie.

—Es culpa mía —Jennifer se puso en pie y se acercó a él—. Me he emocionado al encontrar a Erica Deutchmann y he asustado a Annie. Pero ya está bien, ¿ves? —se volvió para que Ryan viera a la niña, que volvía a dormirse sobre su hombro.

Y la agencia era ya solo suya, ahora que Morales y Budnicki se habían retirado. Le gustaba estar al cargo. Había cerrado la oficina del centro y se había trasladado temporalmente a su casa, pero ahora que Annie tenía ya dos meses, Jennifer estaba buscando una oficina cerca de casa, un lugar donde pudiera recibir a clientes un par de días a la semana. Entre sus recientes problemas con la informática y el tiempo que pasaba buscando oficina, iba bastante retrasada.

—Es preciosa, Jen —musitó Ryan—. Odio tener que ir a trabajar. Preferiría quedarme aquí.

—A mí también me gustaría —aunque, si había de ser sincera, no sabía si habría podido trabajar algo en caso de que Ryan se quedara en casa. Los dos habían esperado con impaciencia el permiso del médico para volver a tener relaciones sexuales y la abstinencia les había abierto el apetito del otro. Daba la impresión de que hacían el amor siempre que Annie se dormía.

Ryan besó la cabeza de la niña.

—Al menos uno de los dos se puede quedar con Annie.

Jennifer soltó una risita.

—Es una pena que sea la más bocazas. Me emociono con lo que hago y olvido que ella está a mi lado. Bien, voy a acostarla y tú puedes limpiarte la pasta de dientes de la camisa y ponerte en marcha —se acercó despacio a la cuna.

—Puedo llamar y decir que iré un poco más tarde.

Jennifer lo miró y descubrió que su ternura por la niña había sido reemplazada por lujuria dirigida a ella. Si lo miraba mucho rato a los ojos, cedería a su tirón sexual.

Y hacer el amor con Ryan Madison era una de las mejores cosas que podía ofrecer la vida.

Movió la cabeza con lentitud.

—Ahora que he encontrado a Erica, tengo que llamar a Dustin Ramsey enseguida.

Ryan pareció decepcionado.

—¿No puede esperar unas horas?

—Pensaba tener esta información hace dos días. Y teniendo en cuenta lo influyentes que son los Ramsey en Midland, quiero causar la mejor impresión posible.

Ryan suspiró con dramatismo.

—Todos me decían que ocurriría antes o después.

—¿Qué?

—Que mi esposa se aburriría de la rutina de siempre. Creo que ha llegado el momento de comprar algunos manuales sobre sexo, ¿sabes? y… —se interrumpió porque Jennifer se echó en sus brazos.

—Tómame, hombre salvaje. Tómame ahora mismo.

Ryan sonrió.

—Eso está hecho, pequeña, pero ¿acaso te has olvidado de la inexcusable llamada a Dustin Ramsey?

Jennifer clavó en él una mirada ardiente e intensa, que no daba lugar a discusión.

—Puede esperar unas horas más —le tocó la camisa—. ¿Te he dicho alguna vez cómo me excita el olor a pasta de dientes?

1

 

 

 

 

 

Querida Erica,

A mi novio le gusta que le haga sexo oral, pero se muestra reacio a devolver el favor. ¿Debería seguir con él o dejarlo?

Atentamente, Labios de Azúcar.

 

Erica tamborileó con los dedos en el borde del teclado mientras pensaba la respuesta. El reloj dio la media, lo que le recordó que Dustin Ramsey llegaría en treinta minutos y sintió mariposas aleteando en el estómago.

Tenía que aprovechar el tiempo antes de su llegada. Su boletín tenía que estar en la imprenta antes de mediodía del día siguiente. De haber tenido valor, le habría dicho a Dustin que ese no era buen momento para que se desplazara desde Midland. Habría sido mucho mejor a principios de la semana siguiente.

Pero la llamada la había pillado por sorpresa, y la verdad era que deseaba verlo después de tanto tiempo. Y ahora estaba tan nerviosa por su encuentro que no podía concentrarse en su trabajo. Su madre, forofa de la New Age, le habría dicho que viviera el momento y dejara de obsesionarse, pero Erica aún no había dominado aquello.

Apartó la silla del escritorio con un suspiro. Se levantó y fue por la sala de estar, colocando los cojines y revisando los muebles.

Tenía que haber propuesto un lugar de encuentro neutral en lugar de aceptar la sugerencia de él de ir a su apartamento.

No podía imaginar que dentro de poco estaría sobre su alfombra. Hacía diez años que ella se marchó de Midland y mucho tiempo que no esperaba volver a verlo.

Y tampoco quería.

En su opinión, si se tenía una relación sexual espantosa con un hombre, solo quedaban dos opciones: aguantar e intentar mejorarla o evitarse para siempre. De haber tenido algo de autoestima sexual, ella habría elegido la primera opción, pero como no era así, permitió que Dustin tomara la decisión y él eligió la otra opción.

Pero no podía culparlo por ello. Virgen y tímida, había sido más una molestia que un placer en el asiento de atrás del Mustang de él, aquella noche cálida del mes de abril.

Años más tarde, se daría cuenta de que una mujer con más experiencia podía haber cambiado aquel encuentro torpe en una noche de éxtasis para los dos. Se habría hecho cargo de la situación y lo habría excitado, acariciado, sugerido varias posturas, trasladado la acción fuera e incluso realizado un striptease.

En lugar de todo eso, ella se limitó a abrir las piernas, y sin duda un hombre tan experimentado como Dustin se había aburrido hasta tal punto que habría olvidado ya el incidente. Ella lo creyó cuando le dijo que la había buscado para hacerle una proposición de negocios, algo relacionado con su boletín para solteros.

Podía haberle dicho que había empezado Dateline: Dallas por una apuesta y que pensaba abandonarlo en cuanto recibiera una propuesta interesante de algún periódico importante.

Pero entonces él quizá hubiera cambiado de idea sobre la proposición de negocios y ella no podía resistir la posibilidad de verlo. Nunca había podido resistirse a eso.

Diez años y no había progresado gran cosa en lo referente a aquel hombre. ¡Maldición! Se obligó a volver al ordenador. Labios de Azúcar era la única que podía salvarla.

Cuando renunciara al boletín, echaría de menos escribir las respuestas a la columna de cartas. Echaría de menos la comida gratis en los restaurantes sobre los que informaba, las entradas al cine gratis y las copas a las que la invitaban en los clubes del West End para que hablara de ellos. Se había divertido ese año, pero tenía que aceptar que, como decían sus padres, Dateline: Dallas era algo superficial y no un trabajo serio.

Empezó a escribir.

 

Querida Labios de Azúcar,

Tu chico es bastante vago, amiguita. Puedes probar a tentarlo con esencias aromáticas, pero mi intuición me dice que tratas con un hombre sexualmente egoísta.

Yo le daría otra oportunidad, pero solo una. Si falla la prueba, déjalo, preciosa. Mucha suerte.

Erica.

 

Guardó la carta y la respuesta y pasó a otra carta.

 

Querida Erica,

Mi novio no puede durar mucho y yo me quedo insatisfecha. Él dice que yo debería llegar antes y yo le digo que él debería durar más. ¿Quién tiene razón?

Atentamente, Franny Frustrada.

 

Erica empezó a teclear con más entusiasmo. Era una experta en ese tema concreto.

 

 

Dustin Ramsey estaba delante de un edificio de apartamentos de tres pisos en McKinney Avenue, con los resultados de la investigación de Jennifer Madison guardados en su maletín. El sudor que le bajaba por la espalda tenía poco que ver con el calor de agosto y mucho con la ansiedad. Debido a los más de treinta grados, había prescindido de la corbata, pero un trato de negocios requería chaqueta como mínimo imprescindible, y llevaba también sus mejores botas de piel de serpiente.

Tal vez se sintiera un farsante por dentro, pero por fuera parecería el hombre de negocios profesional que era de esperar, dada su herencia. En Dallas la gente se fijaba en la ropa. Había salido de Midland al amanecer y el nudo de tensión de su estómago no había hecho más que aumentar con cada kilómetro.

No había duda de que estaba en aprietos. Si hubiera entrado en el negocio familiar en lugar de hacer el tonto en el circuito de las carreras de coches, se habría dado cuenta de que su padre estaba tirando a la basura la fortuna familiar. Era una historia corriente en Texas… la de barones del petróleo que no podían competir con el crudo barato que llegaba de Oriente Medio. Y por si no bastara con eso, Clayton Ramsey había gastado un dinero precioso en comprar dos semanarios, uno en San Antonio y otro en Houston. Al parecer, el padre de Dustin siempre había soñado con ser periodista y Dustin no se había enterado de nada hasta ocho meses atrás, cuando un ataque dejó a su padre incapaz de hablar.

Se le ocurrió como solución vender la tierra a constructores, vender también los dos semanarios, instalar a sus padres en una casa en la ciudad y olvidarse del tema. Pero después de ver las lágrimas de su madre y el modo en que se hundían los hombros de su padre, cambió de idea. Usaría el terreno como aval para resucitar Empresas Ramsey y conservaría de algún modo los periódicos de su padre.

Por entonces le llegó la invitación para la reunión de diez años del instituto y eso lo llevó a pensar en Erica. Él se había dedicado a hacer el tonto y aprobar por los pelos hasta el curso en que dio Química y acabó siendo compañero de laboratorio de ella. Erica le supuso un reto y fue así como acabó con un sobresaliente en medio de un mar de aprobados.

Tal vez por eso pensó que podía obtener el mismo resultado seduciéndola en la parte de atrás del Mustang. Ella era rubia, de piernas largas, muy sensual y estaba algo bebida. Y él era… virgen. Un chico sin experiencia, ansioso, que no duró mucho. Aunque todos sus amigos habían conseguido acostarse antes con chicas, en su caso no había sido así.

Naturalmente, había dado a entrever otra cosa, ya que no quería confesar la vena romántica que lo había hecho esperar hasta que sintiera que había llegado el momento oportuno. Y ese momento se produjo una noche de abril del último curso durante una fiesta en casa de Jeremy, que daba una fiesta siempre que sus padres se iban de viaje, aunque normalmente solo invitaba a jugadores de rugby y animadoras.

Pero como era el último curso, Jeremy invitó a todo el instituto, incluidas las empollonas como Erica. Y un par de horas después de que empezara la fiesta, a Dustin se le ocurrió la brillante idea de invitarla a dar un paseo por el campo, y así fue como acabaron juntos en el asiento de atrás.

Y todavía se ruborizaba cuando pensaba en su terrible actuación de aquella noche. ¡Qué decepción debió de ser para una chica experimentada como Erica! ¡Y qué decepción fue también para él! ¡Pensar que el rey del instituto, el mejor delantero del equipo de rugby y soltero más cotizado del lugar era un mal amante! Después de aquello no fue capaz de volver a hablar con ella.

Diez años después podía perdonarse un poco. Había sido un ingenuo al pensar que podía ser instantáneamente bueno en el sexo como había sido bueno en todos los deportes que había probado. Una buena coordinación mano-ojo no estaba mal, pero el sexo incluía una parte más complicada de su anatomía. Además de lo cual, se sentía intimidado por Erica y se esforzó demasiado.

Vale, después había mejorado en ese campo. Sin presumir, podía decir que era muy bueno. Varias mujeres así se lo habían dicho. Tenía que poder olvidar que no le había dado un orgasmo a Erica Deutchmann, su primera amante. Pero no podía y quería una revancha; y en parte por eso estaba allí.

No obstante, no era la razón principal. Su fama como amante de la juerga había atraído a otros amantes de la juerga y ahora que tenía que ponerse serio, no tenía amigos en los que apoyarse. Pero en el instituto había aprendido que podía apoyarse en Erica. Era inteligente y ambiciosa, la clase de persona que necesitaba a su lado en aquella crisis profesional.

No lo sorprendió descubrir que llevaba ella sola un boletín para solteros. Cuando Jennifer le dio la información, Dustin llamó a algunos amigos que vivían en Dallas y ellos le dijeron que todo el mundo entre dieciocho y cuarenta años conocía el boletín. Era ingenioso, sexy y muy divertido.

Erica había encontrado una mina de oro y ese era el tipo de impulso e iniciativa que necesitaba él para reorganizar Empresas Ramsey. Tenía ya imprentas en San Antonio y Houston, y un boletín sexual podía ayudar a los periódicos semanales que tanto valoraba su padre.

Además, si todo salía bien, Dustin tendría muchas oportunidades de borrar viejos recuerdos y crear otros nuevos con Erica. Era un buen plan y tenía que funcionar. Sí, la estrategia podía parecer un pase afortunado en los últimos momentos del partido, pero no se le ocurría otra cosa.

Respiró hondo y avanzó hacia las puertas dobles de cristal que llevaban al edificio. Antes de abandonar Dallas, le probaría a Erica que era capaz de sobresalir tanto en los negocios como en el placer.

Dentro del edificio vio que había escaleras pero no ascensor. Mala suerte. Habría preferido entrar en un ascensor y verse en el tercer piso antes de tener tiempo de perder el valor, pero se quitó resueltamente la chaqueta, respiró hondo y empezó a subir.

Antes de llegar al segundo piso, se había convencido ya de que aquella era la idea más insensata que había tenido en su vida. A ella no le interesaría compartir ni negocios ni placer con él. Por teléfono se había mostrado algo distante; él llevaba años obsesionado con ella y era muy posible que ella ni siquiera lo recordara.

Aun así, tenía que seguir adelante. Puede que hubiera hecho el tonto gran parte de su vida, pero no era de los que se rendían. En el tercer piso se detuvo a ponerse la chaqueta. Tomó de nuevo el maletín y echó a andar por el pasillo alfombrado en dirección al número 310. El corazón le latía con fuerza; no había estado tan nerviosos desde que… desde que saliera a dar un paseo en coche por el campo con Erica.

Estuvo unos treinta segundos parado ante la puerta sin tocar el timbre. Al fin enderezó los hombros y se decidió a llamar. Enseguida oyó pasos al otro lado de la puerta.

Cuando esta se abrió, consiguió mostrar una sonrisa automática. Era un Ramsey, y los Ramsey siempre lucían una gran sonrisa al estilo de Texas. Pero tenía miedo de que los ojos se le salieran de las órbitas.

En la reunión del instituto del mes anterior había tenido ocasión de ver cómo habían cambiado sus compañeros de curso en diez años, pero ninguno había florecido de ese modo. Erica era bonita en el instituto, pero solía llevar largos tanto el pelo rubio como las faldas vaqueras. Ahora ambos eran cortos. Cortísimos.

Se había cortado el pelo según un estilo moderno y la falda y el top negro resultaban muy seductores, debido sobre todo a su figura de piernas largas y pechos llenos. Llevaba pendientes largos de madera y sandalias que dejaban los dedos al descubierto.

Dustin miró con rapidez su mano izquierda y lo alivió ver uñas pintadas de rojo pero ningún anillo de compromiso.

—Hola. Hacía mucho tiempo, ¿eh? —musitó ella.

—Claro que sí. Estás muy bien —sabía que era una frase tonta, pero con el cerebro confuso y la garganta seca, no se le ocurría otra cosa.

—Tú también —el tono de ella era cauteloso—. Adelante —se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Gracias —aunque lo embrujaba la curva de sus senos y lo intoxicaba la fragancia de su perfume, logró pasar a su lado con cierta confianza—. ¿Por qué no viniste a la reunión? —preguntó con tono causal.

Su ausencia le había costado bastante dinero. Había confiado en verla allí y, cuando no apareció ni nadie sabía su paradero, probó a encontrarla en las guías telefónicas de varias ciudades de Texas sin sospechar que había acortado su apellido a Mann. Al fin tuvo que contratar a Jennifer para buscarla.

—¿Reunión? Oh, sí, los diez años, ¿verdad? No me llegó la invitación, seguramente por mi cambio de apellido.

—¿Cuándo decidiste cambiarlo? —Dustin inhaló su perfume con gusto. Era mucho más sexy y obvio que el que usaba en el instituto. Su maquillaje también… con labios rojos y pestañas negras, aunque él sabía que era rubia natural.

—Cuando estudiaba periodismo, decidí que quería una firma más expresiva.

El hombre asintió con la cabeza.

—Sí, eso suena propio de ti —deslumbrado como estaba por ella, le costó trabajo centrarse en lo que lo rodeaba. Notó vagamente una sala de estar brillante y soleada con muchas estanterías de libros, muebles de caña que daban un aire tropical al apartamento, la encimera de una cocina pequeña a la izquierda y un pasillo que llevaba al dormitorio y al baño. Encima del sofá colgaba un cuadro enorme con algún tipo de flor. Los colores rosados del interior le hacían pensar en sexo, pero cualquier cosa le hubiera hecho pensar en sexo en ese momento.

Encima de un escritorio antiguo de madera había un ordenador, todavía encendido. La mesa estaba llena de papeles y folletos publicitarios.

—Veo que estás trabajando en tu boletín.

—Sí, falta poco para que entre en imprenta.

Dustin dejó su maletín en el suelo y se acercó a la mesa. Había visto ya un par de ejemplares y sabía que la columna de consejos era la parte más jugosa, ya que las cartas solían referirse al sexo. Miró la pantalla.

 

Querida Franny Frustrada,

Tú mereces episodios sexuales largos y deliciosos con muchos orgasmos. Enseña a tu chico a llegar lejos. Aquí hay una técnica:

 

—¿Quieres té helado?

Dustin miró sus ojos grises y tragó saliva. Habría dado su preciada chaqueta Harley por saber lo que pensaba ella ahora que volvían a estar frente a frente. Él había adquirido más experiencia, pero, evidentemente, ella también. Por ejemplo, conocía técnicas para prolongar la erección sexual. Después de todo, tal vez él no le llevara ninguna ventaja.

En aquel momento habría preferido dos vasos de whisky, pero repuso:

—Sí, gracias.

Ella rompió el contacto visual, como si deseara preservar sus secretos.

—Por favor, puedes sentarte donde quieras.

—De acuerdo —se acercó al sofá y se sentó en los cojines blandos.

—¿Tienes hambre? —preguntó ella de nuevo—. Hay galletas integrales.

—Oh, muy bien —sofisticada o no, era evidente que ella seguía siendo una forofa del medio ambiente. Miró las revistas sobre la mesita de café y vio varios números de La madre Tierra.

—Aquí tienes —ella volvió a la sala con una bandeja de madera en la que había una jarra de té, dos vasos y un plato de galletas—. Si no te importa apartar esas revistas, dejaré esto ahí.

Dustin se inclinó y levantó las revistas. Desde aquel ángulo, si se lo proponía, podía ver el interior de la falda de ella. No lo hizo. Solo mirar cómo se rozaban levemente los muslos de ella al caminar le había hecho ya bastante daño. A su lado no parecía capaz de pensar en otra cosa que no fuera sexo.

Y los negocios eran lo primero. Tenía que venderle la idea de expandir su boletín. Cuando estuvieran de acuerdo en eso, podría volver su atención a otras cosas, pero no antes.

Erica sirvió el té y se sentó en un sillón enfrente de él.

—Bueno. ¿Dijiste que tenías una proposición para mí?

Dustin tomó el vaso de té helado y dio un trago. La miró a los ojos.

—Me encantaría llevar tu boletín a otro nivel.

—¿Mi boletín? —preguntó ella sorprendida.

Por lo menos no se había echado a reír.

—Creo que debes considerar ampliarlo. Empresas Ramsey puede ofrecerte una estructura de apoyo que te permitiría ponerte a prueba y conseguir aún más satisfacción por todos tus esfuerzos.

Aquello no sonaba nada mal. Tal vez eso de las negociaciones se le daba mejor de lo que creía. Había decidido no mencionar sus periódicos semanales hasta más adelante, cuando ella estuviera ya enganchada en la idea. Según la información de Jennifer, Erica había trabajado para el Dallas Morning News. Y después de haber participado en un diario importante, tal vez un semanario no la impresionara mucho.

Erica frunció el ceño, confusa.

—No sé de qué me hablas.

Dustin suspiró. A lo mejor no era tan buen negociante después de todo.

—Tú tienes un gran producto y creo que puedes sacarle más provecho.

—¡Oh! —ella negó con la cabeza—. El boletín no me interesa mucho. Solo es algo que hago mientras llega una oportunidad en un diario importante.

Dustin la miró sorprendido, incapaz de creer que aquel boletín fuera solo una distracción.

—Pero todo el mundo habla de tu boletín. Tienes algo con mucho potencial.

Erica se encogió de hombros y tomó una galleta.

—Bueno, es divertido, pero…

—Si te expandes a otras ciudades, el cielo será el límite. Compara eso con un sueldo de reportera.

Vio que Erica echaba chispas por los ojos. Estaba claramente ofendida.

—El dinero no me importa. Quiero hacer lo que me gusta y dejé mi empleo en el Morning News porque no me daban los artículos que quería. El boletín me sirve hasta que aparezca un trabajo interesante, pero no voy a engañarme y pensar que tenga un valor social serio. Aunque por lo menos se imprime en un setenta por cien en papel reciclado y eso salva mi conciencia…

Dustin estaba atónito. No se le había ocurrido imaginar que ella no quisiera seguir adelante con aquel proyecto fantástico.

—Tiene mucho valor social —dijo sin pensar.

—¿Por ejemplo? —ella mordió la galleta.

—Por ejemplo… ser soltero es duro en estos tiempos de maratones sexuales y travestis. La vida es una jungla y la gente necesita una guía.

Ella masticó y tragó el trozo de galleta.

—Quiero lidiar con temas más importantes.

Dustin tenía la impresión de que salvar Empresas Ramsey no sería un gran tema para ella.

—O sea que no te interesa lo que sugiero.

—Debo admitir que siento curiosidad, pero no creo que tenga sentido hablar de ello cuando sé que lo abandonaré todo en cuanto tenga una oferta de trabajo interesante.

—¿Y hay alguna perspectiva de que eso ocurra pronto? —preguntó él.

—No. Con la incertidumbre económica que hay ahora, la gente se aferra a su trabajo y es difícil que queden puestos vacantes.

—¿Y entonces por qué no piensas en mi propuesta?

—Porque si me expando, no podré dejarlo luego todo y salir corriendo dejando todo atrás tan fácilmente.

—Podríamos anticipar que tú acabarás yéndote pero habrá otras personas que puedan continuarlo —sabía que eso era más fácil decirlo que hacerlo. Por lo que había visto, la personalidad de ella dominaba el boletín entero.

—¿Por qué te interesa tanto esto?

Aquello era entrar en terreno resbaladizo.

—Lo que tú haces es único porque es específicamente urbano —no sabía de dónde había salido aquella idea, pero sonaba profesional. Tomó una galleta y la mordió con cautela. No estaba mal.

—¿De qué clase de expansión estamos hablando? —preguntó ella.

—De lo que tú creas que puedes hacer.

Erica mordisqueó su galleta.

—Fort Worth sería el paso más lógico. Y luego tal vez Houston.

—Houston está bien. San Antonio también —la miró comer la galleta y lamerse una miga del labio inferior.

—No digo que vaya a hacerlo, pero no me importaría disponer de tiempo para pensarlo.

—Tómate todo el que quieras.

—¿Vas a volver hoy a Midland?

—No necesariamente —no pensaba darle a entender lo importante que era su boletín para el destino de Empresas Ramsey. Aquello podía espantarla por completo.

—¿Tienes otros negocios en Dallas?

—No, pero puedo tomarme un par de días libres —abrió el maletín y sacó un sobre—. Te he escrito los detalles de la propuesta para que los revises con atención y sin presiones. Hace un par de años que no vengo por Dallas. Puedo darte un día o dos para decidir mientras veo la ciudad.

—¿Solo?

—Si quieres saber si tengo una novia esperando en la habitación del hotel, la respuesta es «no» —terminó su galleta—. Y ya que estamos en el tema, ¿hay alguien a quién desees consultar esto? ¿Algún socio silencioso del que yo no sé nada?

Erica abrió los brazos.

—No. Estoy sola en esto.

—Si cambias de idea y aceptas, habrá que trabajar duro hasta que establezcamos todos los factores en los distintos mercados en los que queremos entrar. Si tienes un novio que requiera mucha atención, es mejor que esté advertido.

La mirada de ella se volvió fría.

—Yo no toleraría un novio que requiriera mucha atención.

—Perdón. No quería decir eso. Que tengas novio no tiene nada que ver con nuestro negocio y ha sido una torpeza por mi parte decir eso.

—Estoy de acuerdo.

Dustin le tendió el sobre.

—Será mejor que te deje esto y me vaya a hacer turismo. Puedo volver maña…

—O podemos llevarnos el sobre e ir a comer algo. Tengo que escribir sobre un restaurante para este número y tiene que ser hoy.

—Me parece bien —la idea de pasar más tiempo con ella era la mejor noticia que había oído hasta el momento, pero no quería parecer demasiado ansioso.

—Así tendremos más tiempo para hablar —movió el sobre—. Y dudo de que esto responda a todas mis preguntas. Y por si existe la más mínima posibilidad de que pueda cambiar de idea, necesito saber más cosas de tu empresa. Toda mi información es de hace diez años.

—¿Qué información?

La sorpresa de él era genuina. Diez años atrás, él, hijo único de Joan y Clayton Ramsey, no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba la empresa. Qué narices, diez meses atrás, tampoco. Y le costaba creer que Erica hubiera sabido algo tanto tiempo antes.

Ella clavó en él sus misteriosos ojos de color grisáceo.

—Vuestra actuación no era muy buena —dijo con suavidad.

Dustin se ruborizó hasta la raíz del pelo.

—¿Te refieres a la actuación de Empresas Ramsey?

—Por supuesto. ¿A qué creías que me refería?

—A eso —carraspeó él—. Bueno, eso ahora no debería ser un problema.

—Me alegro de oírlo —sonrió ella—. Pero quiero datos específicos. Si pasamos algo de tiempo juntos, podrás darme lo que necesito.

No era posible que estuviera hablando de sexo. Ella no haría eso. Pero aunque así fuera, proponía que salieran juntos, y eso ya era algo.

—De acuerdo —dijo—. Aún no me he instalado en un hotel. ¿Tienes tiempo de acompañarme mientras lo hago?

—De acuerdo —ella se puso en pie y tomó la bandeja—. Solo tengo que recoger esto y buscar mi bolso.

—Estupendo —Dustin cerró su maletín y se puso en pie.

—Vuelvo en un momento —dijo ella desde la puerta del pasillo. Cuando se quedó solo, no pudo evitar acercarse al ordenador y leer el resto de la respuesta a Franny Frustrada.

 

Empieza practicando con una felación, manteniendo el pulgar y el índice en torno a la base del pene. Cuando esté a punto de alcanzar el orgasmo, aprieta ahí hasta que recupere el control de nuevo. Una vez que se dé cuenta de que contenerse aumenta su placer, se mostrará más motivado. Podéis investigar también qué posturas…

 

Dustin oyó los pasos de ella en el pasillo y regresó con rapidez al sofá, donde se puso a examinar el cuadro de la flor gigante. En teoría, mirar una flor habría debido servir para aplacar su erección, pero el interior suave y blando de aquella parecía una…

—Es de Georgia O’Keefe —dijo Erica—. Un préstamo de la biblioteca.

Dustin la miró confuso.

—Puedes sacar cuadros igual que libros —explicó ella—. Así frenas el consumismo.

—¡Oh! —pensó en los cuadros de arte del Oeste, todos originales, que colgaban en casa de sus padres y cuya venta tampoco se había atrevido a sugerir. Estudió el cuadro más de cerca y buscó la firma.

—Yo creía que Georgia O’Keefe pintaba cráneos de vacas.

—Eso también, pero su trabajo con flores es muy sexual, ¿no te parece?

Dustin se volvió hacia ella.

—Vaya, vaya… Así que no era mi imaginación.

—No —Erica estaba algo sonrojada pero lo miró sin vacilar—. ¿Te gusta?

—Sí —repuso él con suavidad; pensó en las horas que tenían por delante, horas que podían quizá florecer de promesas—. Me gusta mucho.