Una estrella en la noche - Diana Palmer - E-Book

Una estrella en la noche E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Julia 1033 Duro como un roble, taciturno como un nubarrón, el ranchero Callaghan Hart maravillaba a las mujeres e intimidaba a los hombres. Así que… ¿cómo era posible que aquella pelirroja hubiera estado a punto de lograr que se pusiera de rodillas? Tess Brady, la nueva cocinera del rancho, era suave como un gatito, delicada como el rocío… y comprendía secretamente a Callagham. Cosa que volvía loco al endurecido vaquero. La juvenil inocencia de Tess lo atraía como fruta prohibida. Quería tocarla, saborearla… hacerla suya. Pero de ningún modo se acostaría con una mujer de ojos brillantes como estrellas cuyos sueños jamás podría colmar. No estaba dispuesto a caer en la trampa del matrimonio. Por muy tentador que fuera el cebo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Diana Palmer

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una estrella en la noche, JULIA 1033 - octubre 2023

Título original:Callaghan's bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805261

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL GATO giró en torno a las piernas de Tess y estuvo a punto de hacer que tropezara cuando iba camino del horno. Ella lo miró, sonriente, y fue a servirle comida en su cuenco. Al parecer, el gato siempre estaba hambriento. Probablemente seguía temiendo morir de hambre, porque cuando Tess lo encontró estaba perdido y en los huesos.

Tess Brady no podía resistir ver animales perdidos o heridos. Había pasado gran parte de su juventud viendo rodeos en los que intervenía su padre, doble campeón del mundo de lazo de ganado. Ahora que su padre se había ido y ella vivía sola, disfrutaba teniendo pequeñas criaturas de las que ocuparse. Éstas iban desde pajarillos con las alas rotas a terneros enfermos.

Aquel gato era su última adquisición. Había llegado a su puerta trasera justo después del Día de Acción de Gracias, maullando en medio de una noche tormentosa. Tess lo había adoptado, a pesar de los gruñidos de protesta de dos de sus tres jefes. El «gran» jefe, aquel al que no le caía bien, fue su único aliado para que se quedara con el gato.

Eso la sorprendió. Callaghan Hart era un tipo realmente duro. Fue capitán de los Green Berets y había estado en la Operación Tormenta del Desierto. Era el segundo de los cinco hermanos Hart, dueños de Propiedades Hart Ranch, un conglomerado de ranchos y granjas de piensos localizados en varios estados del oeste. El rancho principal estaba en Jacobsville, Texas. Simon, el hermano mayor, era abogado en San Antonio. Corrigan, que era cuatro años más joven que Simon, se había casado hacía un año y medio. Él y su esposa, Dorie, habían tenido un hijo. Quedaban otros tres Hart solteros: Reynarf, el más joven, Leopold, el segundo más joven, y Callaghan, que era dos años más joven que Simon. Todos vivían en Jacobsville.

El padre de Tess llevaba trabajando para los Hart poco más de seis meses cuando cayó muerto en el establo debido a un ataque de corazón. Fue terrible para Tess, cuya madre los había abandonado siendo ella pequeña. Cray Brady, su padre, fue hijo único. Tess carecía de familia conocida. Los Hart también sabían eso. Cuando la mujer que se encargaba de cocinar para ellos expresó su deseo de retirarse, Tess les pareció una sustituta ideal, pues sabía cocinar y ocuparse de las labores domésticas. También sabía cabalgar, disparar y maldecir en un español muy fluido, pero los Hart no conocían esas habilidades porque Tess no había tenido ocasión de mostrarlas. En aquellos días, su talento estaba exclusivamente centrado en preparar unos bizcochos sin los que los hermanos no sabían vivir y en cocinar abundante comida. Todo excepto dulces, porque a ninguno de los hermanos parecían gustarle.

Habría sido el trabajo perfecto, incluso con las continuas bromas de Leopold, de no ser porque temía a Callaghan. Y lo peor de todo era que se le notaba.

La miraba todo el rato, desde su rizado pelo rojizo dorado y sus pálidos ojos azules hasta los pies, como si estuviera esperando a que cometiera el más mínimo error para despedirla.

Durante el desayuno, aquellos negros ojos podían penetrar en su rostro como si fueran diamantes. Estaban situados en un rostro delgado y oscuro, con una ancha frente y oscuras cejas. Tenía la nariz grande, las orejas grandes y los pies grandes, pero su larga y bien modelada boca era perfecta y su pelo, liso y fuerte, era negro como un cuervo. No era guapo, pero sí dominante, arrogante y atemorizador incluso para otros hombres. Leopold le dijo a Tess en una ocasión que los hermanos trataban de intervenir si Cag perdía el control lo suficiente como para ponerse violento. Sabía pelear, pero incluso tan sólo su tamaño habría bastado para hacerlo peligroso. Era una suerte que casi nunca perdiera el control.

Tess nunca había logrado entender por qué le desagradaba tanto a Cag. No dijo una palabra de protesta cuando los demás decidieron ofrecerle el trabajo de cocinera tras la repentina muerte de su padre. Y fue él quien hizo disculparse a Leopold tras una broma especialmente desagradable en una fiesta. Pero nunca dejaba de encontrar formas de meterse con ella.

Como aquella mañana. Tess siempre ponía mermelada de fresa en la mesa para el desayuno, porque a los hermanos les gustaba. Pero esa mañana, Cag quería mantequilla de manzana y ella no había podido encontrarla. Murmurando protestas sobre su falta de organización, Cag se fue de la cocina hecho un basilisco, sin tomar otra galleta ni otra taza de café.

—Falta una semana para su cumpleaños —explicó Leopold—. Odia hacerse viejo.

Reynard asintió.

—El año pasado por estas fechas se fue una semana. Nadie sabía dónde estaba —movió la cabeza con pesar—. Pobre viejo Cag.

—¿Por qué lo llamas así? —preguntó Tess con curiosidad.

—No sé —dijo Rey, sonriendo pensativamente—. Supongo que porque es el más solitario de todos nosotros.

Tess pensó que tenía razón. Cag estaba solo. No tenía citas con chicas y no salía con «los muchachos», como hacían los demás. Era muy reservado. Cuando no estaba trabajando, cosa poco habitual, estaba leyendo libros de historia. Cuando comenzó a trabajar en la casa, Tess se sorprendió al comprobar que leía sobre la historia colonial española, en español. No sabía que era bilingüe, aunque lo averiguó cuando dos de los vaqueros hispanos se pelearon con uno tejano que se había estado metiendo con ellos. El tejano fue despedido, y los dos latinos fueron severamente reprendidos por Cag en un perfecto y duro español. Ella también era bilingüe, pues había pasado gran parte de su juventud en el suroeste.

Cag no sabía que ella hablaba español. Era una de las muchas cosas que no le gustaba mostrar cuando él estaba cerca. Tess también era muy reservada, excepto cuando Dorie iba de visita al rancho con Corrigan. Vivían en una casa a varias millas de distancia, aunque aún dentro del rancho Hart. Dorie era dulce y amable, y Tess la adoraba. Ahora que tenía un bebé, Tess esperaba sus visitas con verdadero anhelo. Le encantaban los niños.

Pero no le gustaba Herman. Aunque adoraba a los animales, su adoración no se extendía a las serpientes. La gran pitón albina con su blanca piel con manchas amarillas la aterrorizaba. Vivía en un enorme acuario que se hallaba contra una pared de la habitación de Cag, y tenía la mala costumbre de escaparse de vez en cuando. Tess la había encontrado en varios sitios inverosímiles, incluyendo la lavadora. No era peligrosa, porque Cag la mantenía bien alimentada. Con el tiempo, Tess aprendió a no gritar. Como el sarampión y los catarros, Herman era una fuerza de la naturaleza que simplemente debía ser aceptada. Cag adoraba al reptil. Parecía ser lo único por lo que realmente se preocupaba.

Aunque era posible que también le gustara el gato. Tess lo había visto jugando con él en una ocasión, con un trocito de cuerda. Él no lo sabía. Cuando no era consciente de que alguien lo estaba mirando parecía una persona diferente. Y nadie había olvidado lo que sucedió después de que Cag viera la famosa película del cerdito. Rey juró que su hermano lloró como una magdalena durante una de las escenas más conmovedoras de la película. Cag la vio tres veces y luego compró una copia en video.

Desde entonces no comía nada que tuviera que ver con el cerdo. Era una de las muchas paradojas de aquel complicado hombre. No temía a nada sobre la tierra, pero al parecer ocultaba un corazón muy sensible en su interior. Tess nunca había tenido el privilegio de verlo, porque no le caía bien a Cag. Le hubiera gustado no sentirse tan incómoda estando cerca de él. Pero eso era algo que le sucedía a la mayoría de las personas.

 

 

La Nochebuena llegó a finales de semana y Tess preparó una suculenta comida tradicional con toda la típica guarnición. Los Hart casados estaban iniciando su propia tradición familiar para el día de Navidad, de manera que la celebración del conjunto familiar tuvo lugar en Nochebuena.

Tess comió con ellos, porque los cuatro hermanos se empeñaron en que así lo hiciera.

Se puso el mejor vestido que tenía, de cuadros escoceses rojos, pero era barato y se notó especialmente en contraste con el que llevaba Dorie Hart. Todos se esforzaron en hacer que se sintiera cómoda, y para la hora del postre, Tess ya había dejado de preocuparse por su vestido. Todo el mundo la incluía en la conversación. Excepto por el silencio de Cag, la cena habría sido perfecta. Pero éste ni siquiera la miró. Ella trató de no preocuparse.

También recibió regalos, y ella entregó a los hermanos las elegantes fundas de ganchillo que había hecho para los cojines del salón. Los regalos que ella recibió no estaban hechos a mano, pero le encantaron de todos modos. Los hermanos le habían comprado un chaquetón de invierno. Era de piel negra con grandes puños y cinturón. No había visto en su vida nada tan bonito, y lloró al recibirlo. Dorie le regaló un delicioso perfume floral y la señora Lewis, que se ocupaba de la limpieza general de la casa, un elegante pañuelo en tonos azules. Se sintió en la cima del mundo mientras recogía la vajilla y la llevaba a la cocina para meterla en el friegaplatos.

Leo se detuvo junto a la encimera y, sonriendo traviesamente, tiró del lazo con que Tess se había sujetado el delantal.

—Ni se te ocurra —advirtió ella, aunque sonrió antes de volver a centrar su atención en el friegaplatos.

—Cag no ha dicho una palabra —comentó Leo—. Se ha ido a revisar la valla del río con Mack antes de que oscurezca.

Mack, un hombre aún más silencioso que Cag, era el capataz encargado del ganado. El rancho era tan grande que había capataces para cada cosa: el ganado, los caballos, la maquinaria, las ventas… incluso había un veterinario de guardia. El padre de Tess había sido el encargado de los animales de cría durante el breve tiempo que pasó en el rancho Hart antes de su inesperada muerte. La madre de Tess los abandonó cuando ésta era una niña, harta de la vida nómada que tanto gustaba a su marido. En los últimos años, Tess no había tenido noticias de ella. Se alegraba de ello. Esperaba no volver a verla nunca más.

—Oh —dijo mientras colocaba un plato—. ¿Por mí? —añadió con suavidad.

Leo dudó.

—No lo sé. Últimamente no ha sido él mismo. Bueno —corrigió, sonriendo irónicamente—, sí lo ha sido, sólo que peor de lo habitual.

—Yo no he hecho nada para enfadarlo, ¿verdad? —preguntó Tess, mirando a Leo con gesto preocupado.

Era tan joven, pensó él, viendo la inseguridad que reflejó su rostro, ligeramente pecoso. No era bonita, pero tampoco era vulgar. Tenía una luz interior que parecía irradiar de ella cuando estaba contenta. Le gustaba oírle cantar mientras estaba en la cocina o cuando salía a alimentar a las pocas gallinas que tenían para surtirse de huevos. A pesar de la reciente tragedia que había tenido lugar en su vida, era una persona feliz.

—No —dijo con firmeza—. No has hecho nada. Ya te acostumbrarás a los cambios de humor de Cag. No suele ponerse así a menudo. Sólo en Navidad, en su cumpleaños y, a veces, durante el verano.

—¿Por qué? —preguntó Tess.

Leo se encogió de hombros.

—Participó en la operación Tormenta del Desierto, en la guerra con Irak. Nunca habla de ello. Fuera lo que fuese lo que hizo, era secreto. Pero estuvo en zonas peligrosas y volvió a casa herido. Mientras se recuperaba en Alemania, su prometida se casó con otro hombre. Las Navidades y el mes de julio se lo recuerdan y se pone de mal humor.

Tess hizo una mueca.

—No parece la clase de hombre que le pediría a una mujer que se casara con él a menos que fuera en serio.

—No lo es. Le dolió mucho. Desde entonces no ha tenido mucho tiempo para las mujeres —Leo sonrió suavemente—. Resulta un tanto extraño cuando vamos a alguna convención. Ahí está Cag con su corbata negra, estirado como un faro, con varias mujeres siguiéndolo como terneras. Él nunca parece fijarse.

—Supongo que aún se está recuperando —dijo Tess, relajándose un poco. Al menos no era sólo ella la que hacía que Cag pareciera tan disgustado.

—No sé si alguna vez se recuperará del todo —tras observar unos momentos a Tess mientras ésta seguía llenando el friegaplatos, Leo añadió—: Eres muy hacendosa, ¿no?

Sonriendo, Tess echó detergente en el friegaplatos.

—Siempre he tenido que serlo. Mi madre nos dejó cuando yo era muy pequeña. Sólo vino a vernos en una ocasión, cuando yo ya tenía dieciséis años. Después no volvimos a verla —se estremeció interiormente al recordar—. No me quedó más remedio que aprender a limpiar y a cocinar para papá siendo muy joven.

—¿No tienes hermanos ni hermanas?

Tess negó con la cabeza.

—Sólo estábamos mi padre y yo. A mí me habría gustado estudiar o ponerme a trabajar, pero él me necesitaba —su mirada se oscureció un poco—. Lo quería mucho, y no dejo de preguntarme si… si hubiéramos sabido antes que sufría del corazón, tal vez su muerte se podría haber evitado.

—No te atormentes pensando eso —dijo Leo con firmeza—. Las cosas simplemente suceden. Tienes que darte cuenta de que no puedes controlar la vida.

—Esa es una lección difícil de aprender.

Leo asintió.

—Pero no hay más remedio que hacerlo —frunciendo el ceño ligeramente, añadió—: ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte?

Tess pareció sorprendida.

—Tengo veintiún años. Cumpliré veintidós en marzo.

Ahora fue Leo el que pareció sorprendido.

—No pareces tan mayor.

Tess rió.

—¿Es eso un cumplido o un insulto?

—Supongo que a ti te parecerá un insulto, pero no lo es.

Tess frotó una imaginaria mancha de la encimera.

—Callaghan es el mayor, ¿no?

—Simón —corrigió Leo—. Cag cumplirá treinta y ocho el sábado.

Tess apartó la mirada, como si no quisiera que Leo viera lo que había en ella.

—Tardó mucho en comprometerse.

Leo sonrió irónicamente.

—Herman no ayuda precisamente a hacer que una relación resulte duradera.

Tess comprendía aquello perfectamente. Desde el principio le pidió a Cag que cubriera el terrario en que guardaba a su pitón albina cuando tenía que limpiar su cuarto. Desde pequeña tenía un terror mortal a las serpientes. En más de una ocasión estuvo a punto de ser mordida por una antes de que su padre se diera cuenta de que apenas podía ver a más de dos metros de distancia. Desde entonces tuvo que usar gafas, pero en cuanto fue lo suficientemente mayor como para protestar, insistió en ponerse lentillas.

—Al menos encontró a una mujer dispuesta a compartirlo con su serpiente, ¿no?

—A ella tampoco le gustaba Herman —replicó Leo—. Le dijo a Cag que no estaba dispuesta convivir con ella. Él prometió que cuando se casaran se la daría a un hombre que cría serpientes.

—Comprendo —era revelador que Cag estuviera dispuesto a ceder.

—En el fondo, mi hermano es muy generoso y desprendido —dijo Leo con suavidad—. Si no diera tanto miedo de primeras, no le quedaría ni una camisa. Nadie ve el gran corazón que hay tras su dura fachada.

—No se me había ocurrido pensar en él así —murmuró Tess.

—No lo conoces.

—No, desde luego que no —replicó Tess, avergonzada.

—Cag pertenece a otra generación —dijo Leo, sonriendo—. Sin embargo, yo soy joven, atractivo, rico… y sé cómo hacer pasar un buen rato a una chica sin hacer de ello un compromiso.

Tess alzó las cejas.

—¡Y también eres modesto!

Leo sonrió traviesamente.

—Desde luego. Ese es mi segundo nombre —se apoyó contra la encimera. Rubio, de ojos negros, no había duda de que era el más guapo de los Hart. No salía mucho, pero siempre había alguna mujer esperanzada a su alrededor. Tess sospechaba que era un vividor, pero se consideraba fuera de sus posibles opciones. De manera que se sorprendió cuando Leo añadió—: ¿Qué te parece si salimos a cenar y al cine el viernes por la noche?

Tess no aceptó de inmediato.

—Trabajo para la familia —dijo—. Creo que no me sentiría cómoda.

Leo alzó las cejas.

—¿Acaso somos unos déspotas?

Tess sonrió.

—Por supuesto que no. Pero creo que no sería buena idea.

—Tienes tus propias habitaciones sobre el garaje. No vives en pecado bajo nuestro mismo techo, y nadie murmuraría porque salieras conmigo.

—Lo sé.

—Pero sigues sin querer salir conmigo.

Tess sonrió, preocupada.

—Eres muy agradable.

—¿Lo soy?

—Sí.

Leo respiró profundamente y sonrió con añoranza.

—Me alegra que lo pienses —aceptando la derrota, se apartó de la encimera—. La cena estaba muy buena, por cierto. Eres una cocinera excelente.

—Gracias.

—¿Te importaría preparar otra cafetera? Tengo que ayudar a Cag con la contabilidad, y lo odio. Necesitaré una dosis de cafeína para no quedarme dormido.

—¿Cag piensa trabajar incluso en Nochebuena?

—Cag siempre trabaja. En cierto modo, el trabajo es un sustituto de todas sus carencias. Pero él no lo considera trabajo, sino negocio.

—A cada uno lo suyo —murmuró Tess.

—Amen —Leo tiró amistosamente de uno de los rojizos rizos de Tess—. No te pases la noche en la cocina. Si te apetece, puedes ver alguna película en el vídeo del salón.

 

 

La celebración de la Navidad fue especialmente tranquila. Cag también trabajó ese día, al igual que el resto de la semana.

El cumpleaños de Callaghan no se celebró. Sus hermanos explicaron a Tess que odiaba las celebraciones, las tartas y los regalos, por ese orden. Pero Tess no pudo creer que aquel hombretón quisiera que los demás olvidaran por completo aquella fecha. De manera que el sábado por la mañana, tras el desayuno, preparó una tarta de cumpleaños de chocolate, porque, hacía unas semanas, lo vio probar un trozo de una que preparó Dorie. A ninguno de los hermanos les gustaban los dulces, y casi nunca los probaban. Según la anterior cocinera, la señora Culbertson, aquello se debía a que la madre de los Hart nunca preparó tartas ni pasteles. Abandonó a los chicos con su padre. Aquello hacía que Tess tuviera algo en común con ellos, pues a ella también la abandonó su madre.

Tras enfriar el pastel, escribió Feliz Cumpleaños encima. Colocó una sola vela en lugar de treinta y ocho. Lo dejó sobre la mesa y fue al buzón de correos para echar unas cartas que el secretario de los hermanos había dejado en la mesa del vestíbulo.

No esperaba que ninguno de los hermanos apareciera antes de la comida de la tarde, porque había llegado una repentina ola de frío y todo el mundo estaba comprobando si el ganado estaba bien y acondicionando los establos. Rey había comentado que lo más probable era que no fueran a comer.

Pero cuando volvió a la cocina, con su nuevo abrigo de cuero bien ceñido en torno a la cintura, encontró a Callaghan en ésta y los restos del pastel, su precioso pastel, en el suelo bajo una gran mancha de chocolate en la pared.

Callaghan se volvió al oírla, desmedidamente indignado, pareciendo aún más grande de lo que ya era con su chaquetón de piel vuelta. Sus negros ojos brillaban como el azabache bajo el ala de su sombrero.

—No necesito que me recuerden que he cumplido treinta y ocho —dijo, en un tono tan suave como peligroso—. Y no quiero pasteles, ni fiestas, ni regalos. ¡No quiero nada de ti! ¿Comprendido?

La suavidad de su tono resultaba casi aterradora. Tess había notado que, de todos los hermanos, Callaghan era el único que nunca gritaba. Y sus ojos resultaban aún más intimidantes que su tono.

—Lo siento —dijo, en un apagado susurro.

—No eres capaz de encontrar la mantequilla de manzana cuando se te pide, pero tienes tiempo para hacer cosas como… ¡esa! —espetó Callaghan, señalando el pastel esparcido sobre el suelo.

Tess se mordió el labio inferior y se quedó mirándolo, con sus ojos azules muy abiertos en su pálido y pecoso rostro.

—¿Cómo diablos se te ha ocurrido hacerlo? ¿No te ha dicho nadie que odio los cumpleaños?

La voz de Callaghan cortaba como un látigo. Su miraba bastaba para hacer que las rodillas de Tess temblaran. Tragó con esfuerzo.

—Lo siento —repitió.

Su falta de reacción enfadó aún más a Callaghan. La miró como si la odiara.

Dio un violento paso hacia ella y Tess se apartó de inmediato, colocándose tras la tabla de cortar.

Su postura expresaba el temor que sentía. Callaghan se detuvo y la miró fijamente, frunciendo el ceño.

Tess sujetaba el borde de la tabla y parecía muy joven y acorralada. Se mordió el labio inferior, esperando el resto de la explosión que sabía se avecinaba. Sólo había querido ser agradable con él. Tal vez para ganarse su amistad. Había sido un terrible error. Era evidente que aquel hombre no quería tenerla por amiga.

—Hey, Cag, ¿puedes…? —Rey se detuvo en seco en la entrada de la cocina y contempló la escena que tenía ante sí. Tess, pálida y temblorosa, y no precisamente de frío. Cag con los puños firmemente apretados junto a los costados y los ojos echando chispas. El pastel aplastado contra la pared.

Cag pareció sobresaltarse, como si la presencia de su hermano lo hubiera sacado de la helada rabia que lo mantenía cautivo.

—Vamos, vamos —dijo Rey, hablando con mucha calma, pues conocía el temperamento de su hermano—. Contrólate, Cag. Mírala. Vamos, mírala, Cag.

Cag pareció recuperar el sentido al ver el brillo de las lágrimas en los ojos de Tess. Estaba temblando, visiblemente asustada.

Soltó el aire y aflojó los puños.

—Tenemos que preparar los terneros para que se los lleven —dijo Rey, hablando aún con gran suavidad—. ¿Vienes, Cag? Los camiones ya están aquí y no encuentro los papeles.

—Los papeles —Cag respiró profundamente—. Están en el segundo cajón del escritorio, en la carpeta roja. Olvidé ponerlos en el archivo. Ve a por ellos. Enseguida estoy contigo.

Rey no se movió. ¿No se daba cuenta de que tenía aterrorizada a la chica?

Rodeó a su hermano y se colocó frente a Tess.

—Tienes que quitarte el abrigo. Aquí hace calor —dijo, riendo forzadamente—. Vamos, quítatelo.

Soltó el cinturón del abrigo de Tess y dejó que ella se lo quitara.

Cag dudó, pero sólo un instante. Soltó un taco en español, giró sobre sus talones y salió de la cocina dando un portazo.

Tess tragó con esfuerzo, intentando liberar el nudo que le atenazaba la garganta.

—Gracias por salvarme —murmuró con voz ronca.