Una humilde propuesta... y otros escritos - Jonathan Swift - E-Book

Una humilde propuesta... y otros escritos E-Book

Jonathan Swift

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Beschreibung

Conocido sobre todo por sus célebres Viajes de Gulliver, ya publicados en esta colección, Jonathan Swift (1667-1745) fue un satírico mordaz y un polemista incansable. Dentro de esta línea se inserta el que sin duda es su otro trabajo más popular, obra maestra del sarcasmo y el humor negro, titulado «Una humilde propuesta que tiene por objeto evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o para el país, y hacer que redunden en beneficio de la comunidad». La sugerencia que en él se hace de la antropofagia como lenitivo del problema social es el máximo exponente de la ironía que impregna asimismo «Instrucciones a los sirvientes» o «Un proyecto serio y útil para construir un hospital de incurables». Completan el volumen otros escritos de carácter misceláneo que dan un atisbo de la personalidad e inquietudes de Swift.

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Jonathan Swift

Una humildepropuesta…

y otros escritos

Introducción, traducción y notasde Begoña Gárate Ayastuy

Índice

Introducción, por Begoña Gárate Ayastuy

Una humilde propuesta

Instrucciones a los sirvientes

Carta de consejo a un joven poeta,

Reflexión en torno a una escoba

Puntos de vista sobre diversas cuestiones

Puntos de vista en torno a la religión

Propósitos para cuando llegue a viejo

Un proyecto serio y útil

Carta a una jovencísima dama

Créditos

Introducción

La siguiente selección de escritos del autor de los Viajes de Gulliver, Jonathan Swift (Dublín, 1667-1745), no pretende ser más que una «humilde propuesta» de lectura para un público amplio. Se trata de textos de carácter circunstancial, e incluso panfletario, pero en los que reconocemos con facilidad el estilo inconfundible y único del gran satírico irlandés. Las palabras con las que el prestigioso crítico Herbert Read se refiere en su English Prose Style al estilo narrativo de Swift –«Es la norma a la que hay que recurrir una y otra vez si queremos conservar nuestra lengua inglesa, porque nunca desde entonces ha vuelto a expresarse con tanta pureza y tanta fuerza»– no pierden aquí su vigencia aunque sean obras que podrían tildarse de menores.

En Una humilde propuesta que tiene por objeto evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o para el país…, vamos a encontrar la preocupación de Swift por defender los intereses de sus conciudadanos de Irlanda, reivindicando sus derechos contra los abusos de sus prepotentes vecinos de Inglaterra. Y es probablemente la obra en prosa de más refinada y cáustica ironía del autor. La argumentación y desarrollo que hace Swift en su propuesta es impecable. ¿No es acaso un buen método para solucionar el problema de la indigencia de tanto niño irlandés desharrapado el destinarlos (antes de ver cómo caen en la delincuencia y arruinan las arcas del Estado) a abastecer como manjar delicioso «tanto estofado o asado como cocido o hervido» las mesas de la gente de alcurnia? Incluso se podrían computar otras ventajas no pequeñas: se reduciría de paso considerablemente el número de católicos, ya que «son los más prolíficos de la nación, así como nuestros más peligrosos enemigos», e incluso se establecería «una sana competencia entre las mujeres casadas para ver quién de ellas puede sacar al mercado el niño más gordo», y los hombres estarían «tan orgullosos de sus mujeres durante el periodo del embarazo como lo están ahora de sus yeguas y vacas preñadas o de las cerdas cuando están a punto de parir».

Titulada genéricamente Instrucciones a los sirvientes, la siguiente obra retoma el problema irlandés, y es que en cierto sentido los irlandeses tenían buenas razones para considerarse los sirvientes de los ingleses. Algunos de sus consejos se refieren a todos los sirvientes en general; otros, en cambio, se dirigen especialmente al mayordomo, a la cocinera, al lacayo, al mozo de caballos, a la doncella, a la camarera, a la criada, a la lechera, a la niñera, a la lavandera, a la institutriz. Hemos de hacer notar que aun cuando los usos sociales hayan cambiado en casi tres siglos, la hilaridad con que leemos estos consejos de Swift, que nos sorprenden por su oportunidad en nuestros días, salta por encima del marco histórico concreto de su época.

Como de peculiar poética podríamos catalogar a la siguiente pieza, Carta de consejo a un joven poeta…, que los más interesados pueden completar con la lectura del poema «Sobre la poesía: una rapsodia», que consta de 247 pareados. Swift recomienda a nuestro joven beber de las Sagradas Escrituras en tanto que fuente de genialidad y tema para la misma… ya que podrás ser ingenioso «con ellas o por ellas». En segundo lugar –continúa– su consejo es que preste atención a los autores clásicos, aunque con moderación, pues «no debes usar a esos ancianos como hacen algunos muchachos sin entrañas con sus padres ya entrados en años… Tu misión no consiste en robarles, sino en mejorar a partir de ellos». Por último, un cuaderno de anotaciones es algo sin lo que un poeta previsor no puede subsistir, ya que «los grandes genios tienen poca memoria». Este opúsculo concluye con una serie de recomendaciones para fomentar la poesía en Irlanda: podría haber un profesor de poesía en la universidad, un poeta en el ayuntamiento, en cada barrio, en cada parroquia, e incluso las mejores familias podrían añadir uno de ellos al número habitual de sus sirvientes, «además de tener un bufón y un capellán (que con frecuencia concurren en la misma persona)».

Inocente parece el título del siguiente texto, Reflexión en torno a una escoba, inocencia que se transformaría en irreverencia, de dar crédito a la anécdota que se cuenta acerca de en qué frívolas circunstancias compuso Swift este panfleto. Se dice que, estando como capellán al servicio de Lord Berkeley, se veía obligado a leer las más profundas y teológicas reflexiones del autor preferido de la señora de la casa, Robert Boyle. Un día, sin cambiar lo más mínimo el tono, sustituyó algunas páginas del texto de Boyle y procedió a leer en pleno sermón este alegato titulado Reflexión en torno a una escoba.

Continúa nuestra selección con una serie de breves escritos que tradicionalmente se han recogido bajo las siguientes rúbricas: Puntos de vista sobre diversas cuestiones (donde aborda algunas reflexiones sobre temas como la religión, la humanidad, la genialidad, los impuestos, la censura, el matrimonio, el egoísmo, y un largo etcétera); Puntos de vista en torno a la religión, en donde trata de las creencias, la falta de fe, la providencia o la misericordia; finalmente, sus Propósitos para cuando llegue a viejo constituyen una breve serie de consejos que, a buen seguro, proyectan alguna luz sobre la controvertida personalidad psicológica de nuestro autor.

Imbéciles incurables, bribones incurables, escritorzuelos incurables, incurables vanidosos o envidiosos son los destinatarios preferentes de Un proyecto serio y útil para construir un hospital de incurables… Reaparece de nuevo la sátira social de Swift contra los arquetipos profesionales más denostados por nuestro deán: médicos, abogados, clérigos, fiscales, escribanos o prestamistas, en quienes censura la pedantería, la venalidad, la extravagancia, la arrogancia, la vanidad, la estupidez o la bellaquería. Presumimos que es un alarde de falsa modestia e ironía, ese honor que Swift considera le corresponde como miembro de la sociedad de incurables escritores de pacotilla.

Carta a una jovencísima dama a propósito de su matrimonio es el último texto que aquí ofrecemos. Parece ser un ensayo más sincero. Y aunque trasluce el tono misógino que caracterizó a Swift, de vez en cuando creemos encontrar en él ciertos destellos de ternura. Recomienda a nuestra joven dama que vigile sus amistades, en especial las femeninas, pues «os será difícil encontrar una sola amiga en esta ciudad con quien no estéis en claro peligro de contraer alguna forma de superficialidad, afectación, vanidad, estupidez o vicio». Le encarece igualmente el interés por la lectura, afición que considera muy apropiada para su pupila, y concluye con una serie de recomendaciones de tipo práctico relativas a la economía y los gastos domésticos.

Pero lo mejor es dejar ya paso a la lectura de estos breves ensayos, que sin duda nos arrancarán más de una sonrisa de las que tan necesitados estamos: comprobar que en este tercer milenio, con todos sus avances tecnológicos, el hombre sigue esencialmente pensando, y en la medida en que puede, haciendo lo mismo, resulta, como poco, motivo de reflexión. Swift nos habló de su intención de enmendar a la humanidad fustigándola con sus escritos, aprovechemos, pues, la ocasión que se nos brinda en las siguientes páginas.

Begoña Gárate Ayastuy

Una humilde propuesta

que tiene por objeto evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o para el país, y hacer que redunden en beneficio de la comunidad1

Resulta un penoso espectáculo para quienes recorren esta gran ciudad o viajan por el país, ver las calles, los caminos y las chabolas abarrotados de mendigas que, seguidas de tres, cuatro o seis hijos, todos desharrapados, importunan a los viajeros pidiendo una limosna. Estas madres, en vez de poder trabajar para procurarles su probo sustento, se ven obligadas a deambular todo el día mendigando el alimento de sus desamparados hijos, quienes, al crecer, bien se tornan ladrones por falta de trabajo, bien abandonan su querida patria para luchar por el Pretendiente en España2, o para trabajar en las Barbados como si fueran esclavos.

Creo que todas las partes estarán de acuerdo en que con este ingente número de niños en brazos, a cuestas o a los talones de sus madres, y con frecuencia también a los de sus padres, se añade un muy serio perjuicio al ya deplorable estado en que vive el reino. Así pues, quienquiera que dé con una solución sencilla, económica y justa, que permita hacer de estos niños miembros saludables y de provecho para la comunidad, se hará acreedor de tamaño agradecimiento, que ésta habrá de erigirle una estatua como protector de la nación.

Pero nada más lejos de mi intención que buscar sólo una solución para los hijos de los mendigos declarados: mi propuesta es de más hondo calado y comprenderá el total de niños de cierta edad que hayan nacido de padres que a duras penas puedan mantenerlos, como sucede con los que nos piden limosna en las calles.

Por mi parte, he dedicado muchos años a reflexionar sobre este asunto y, tras estudiar al detalle las diversas iniciativas que otros han presentado, me atrevería a sostener que han incurrido en errores de cálculo garrafales. Es cierto que un niño recién parido por su madre puede ser alimentado con su leche durante un año natural con no mucho mayor sustento, sin que todo ello ascienda a más de dos chelines, cantidad que la madre ciertamente puede conseguir –o bien su equivalente en desperdicios– mediante su legítima ocupación de mendiga. Pues bien, es precisamente a la edad de un año cuando propongo disponer de ellos de manera que dejen de ser una carga para sus padres o para la parroquia, no necesiten comida ni ropa durante el resto de sus vidas y, muy al contrario, puedan contribuir a la alimentación y en parte a la vestimenta de muchos miles.

Del mismo modo, mi propuesta encierra otra gran ventaja, pues evitaría los abortos voluntarios y esa horrible práctica –¡válgame Dios!, demasiado habitual ya entre nosotros– de que las mujeres asesinen a sus hijos bastardos, sacrificando a esas pobres criaturas inocentes; más por ahorrarse el gasto que la vergüenza, creo yo, y es que sin duda esta propuesta provocaría lágrimas y despertaría la compasión del más bárbaro e inhumano de los corazones.

Del millón y medio aproximado de almas que puede albergar este reino, calculo que habrá unas doscientas mil parejas con mujeres en edad de concebir, a las que resto a su vez treinta mil parejas que pueden en verdad mantener a sus propios hijos, aunque me cueste creer que haya tantas con las actuales penurias que vive el reino. Mas, dado esto por supuesto, quedarían todavía ciento setenta mil mujeres fértiles. A su vez, descuento otras cincuenta mil por aquellas mujeres que abortan o cuyos hijos mueren accidentalmente o perecen por alguna enfermedad en el transcurso del primer año. Así, cada año quedan solamente ciento veinte mil niños de padres pobres. Llegado a este punto, la cuestión es saber cómo se va a criar y mantener a todos estos niños, que, como ya he dicho, en las actuales circunstancias se me antoja inviable, vistas las soluciones hasta ahora propuestas, pues ni podemos emplearlos en la manufactura ni en la agricultura. Tampoco se construyen casas (en este país, quiero decir) ni se cultiva la tierra. Rara vez alcanzan a ganarse el sustento mediante el hurto antes de los seis años, salvo que apunten maneras y talento, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes; así durante ese tiempo podrían ser considerados en verdad como aprendices, ya que, según me aseguró un distinguido caballero del condado de Cavan, él no tiene constancia de más de uno o dos casos por debajo de la edad de seis años, y eso que esta región del reino es muy afamada por la celeridad con que se adquiere gran pericia en este arte.

Nuestros mercaderes me aseguran que un niño o una niña no son mercancía vendible antes de haber cumplido doce años, e incluso cuando alcanzan esta edad no reportan un beneficio por encima de las tres libras o a lo sumo tres libras y media corona en el mercado, lo que no resulta rentable ni para los padres ni para el reino, al ser el coste de alimentación y vestimenta al menos cuatro veces superior a ese valor.

Así pues, paso a exponer mis humildes ideas, que espero no se hagan merecedoras de la menor objeción.

Un americano, conocido mío de Londres y hombre muy instruido, me ha asegurado que un niño sano y bien amamantado constituye, a la edad de un año, un manjar de lo más delicioso, nutritivo y saludable, tanto estofado o asado como cocido o hervido, y no albergo ninguna duda de que estaría igualmente bueno en una fricassée o un ragoût.

De manera que someto humildemente a la consideración pública que de los ciento veinte mil niños ya contabilizados, veinte mil se reserven para la crianza, de los que sólo una cuarta parte habrán de ser varones, que es más de lo que concedemos a ovejas, vacas o puercos, y mi argumento es que estos niños son rara vez fruto del matrimonio, circunstancia esta no muy tenida en cuenta por nuestros salvajes. Así pues, un macho sería suficiente para atender a cuatro hembras y los restantes cien mil pueden, al año de vida, ser vendidos a la gente de alcurnia y fortuna de todo el reino, siempre aconsejando a la madre que les deje mamar copiosamente durante el último mes, para que se pongan rellenos y regordetes, aptos para la buena mesa. Un niño serviría para dos platos en un convite, y cuando la familia almuerce sola, los cuartos delanteros o traseros harían un buen plato, y sazonados con un poco de pimienta y sal estarían muy buenos hervidos a los cuatro días, especialmente en invierno.

He calculado que un niño recién nacido pesa como promedio unas 12 libras y que en un año natural, si se le amamanta medianamente, puede llegar hasta las 28 libras.

Reconozco que esta comida será algo cara, y por lo tanto muy apropiada para los terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parece que tienen todo el derecho sobre los hijos.

La carne de niño será asequible todo el año, pero más abundante en marzo y también un poco antes y un poco después, y es que un importante autor y eminente médico francés nos dice que, como el pescado es un alimento de propiedades prolíficas, en los países católico-romanos nacen más niños transcurridos nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra época. En consecuencia, cuando se cumpla un año a partir de Cuaresma, los mercados estarán más saturados que de costumbre, porque la proporción de niños papistas en este reino es al menos de tres a uno, y por tanto mi propuesta encierra otra ventaja adicional, pues hará disminuir el número de los mismos entre nosotros.

Ya he calculado el coste de criar al hijo de un mendigo (y aquí incluyo a todos los labradores, jornaleros y a cuatro quintas partes de los granjeros) en unos dos chelines al año, harapos incluidos, y creo que ningún caballero tendría reparo alguno en pagar diez chelines por el cuerpo de un niño bien relleno, que como ya he dicho servirá para cuatro platos de deliciosa y nutritiva carne y que podrá disfrutar en compañía de algún amigo concreto o con su propia familia a la hora de la cena. De esta forma, el terrateniente aprenderá a ser un buen señor y se hará popular entre sus arrendatarios, la madre obtendrá ocho chelines de beneficio neto y estará lista para trabajar hasta que tenga otro niño.

Aquellos que sean más ahorradores (como confieso exigen los tiempos que corren) pueden desollar a los niños, con cuya piel, debidamente tratada, se podrán hacer formidables guantes para señoras y botas de verano para caballeros elegantes.

Por lo que a nuestra ciudad de Dublín se refiere, se establecerán mataderos en los lugares más convenientes y se designarán carniceros de acreditada pericia, aunque yo recomendaría comprar los niños vivos, sajarlos a cuchillo y sazonarlos en caliente, como hacemos cuando asamos los cochinillos.

Recientemente, una persona muy respetable, un verdadero amante de esta tierra, cuyas virtudes tengo en alta estima, al hilo de la conversación que manteníamos sobre el tema, me indicó muy satisfecho la forma de mejorar mi propuesta. Me comentó que últimamente muchos caballeros del reino habían acabado con sus ciervos y que la falta de carne de venado bien podría ser sustituida por la de mozos y mozas que no superaran los catorce años de edad ni tuvieran menos de doce, dado el gran número de ambos sexos que están ya abocados a perecer de hambre en cada condado, por falta de trabajo y oficio; y que fueran sus padres, si están vivos, o si no sus parientes más próximos, los que se deshicieran de ellos. Pero, con el debido respeto a tan distinguido amigo y digno patriota, no puedo compartir sus sentimientos, y es que mi amigo americano había podido constatar, fruto de su dilatada experiencia3, que en lo que respecta a los varones su carne era por lo general dura y magra, como la de nuestros escolares –dado su intenso ejercicio físico– y su sabor desagradable, y no saldría rentable cebarlos. Por otra parte, por lo que a las hembras se refiere, sostengo, en mi humilde opinión, que acarrearía una pérdida a la comunidad, pues pronto ellas mismas pasarían a procrear. Además, no es improbable que a algunos aprensivos les diera por censurar semejante práctica (aunque sin duda muy injustamente) por rayar en la crueldad, algo que confieso he considerado siempre como la mayor objeción a cualquier proyecto por muy bien intencionado que fuere.

Pero, en defensa de este amigo mío, diré que él mismo me confesó que esta idea se le ocurrió gracias al famoso Sallmanaazor, un nativo de la isla de Formosa que desde allí se vino a Londres hará unos veinte años, y que en el transcurso de una conversación le dijo que en su país, cuando cualquier joven era ajusticiado, el verdugo vendía el cuerpo a la gente distinguida como bocado exquisito, y que en sus tiempos, el cuerpo de una niña rellenita de quince años que fue crucificada por intentar envenenar al Emperador fue vendido, a trozos y desde la misma picota, al Primer Ministro del estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, por cuatrocientas coronas. Tampoco puedo desde luego negar que si se diera el mismo trato a algunas jóvenes rellenitas de esta ciudad –que sin tener donde caerse muertas, no dan un paso si no es en silla de mano, y acuden al teatro y a las fiestas luciendo vestidos extranjeros que nunca pagarán–, el reino no estaría peor.

Algunas personas de naturaleza pusilánime están muy preocupadas por el abultado número de gente pobre que es anciana, está enferma o lisiada, lo que ha avivado mi deseo de encontrar el camino a seguir para aliviar a la nación de una carga tan pesada. Sin embargo, no sufro en modo alguno por este asunto, pues bien sabemos todos que a diario se mueren y se pudren a causa del frío, del hambre, de la porquería o de los bichos, y esto ocurre tan rápido como cabe razonablemente esperar. Y en cuanto a los jóvenes trabajadores, están ahora en una situación casi igual de esperanzadora. No pueden conseguir trabajo y por consiguiente se consumen por falta de alimento, hasta el extremo de que si en cualquier momento son accidentalmente contratados para algún trabajo corriente, no tienen fuerza para llevarlo a cabo, y por lo tanto el país y ellos mismos son felizmente liberados de males venideros.

Esta digresión se ha prolongado demasiado; retomaré pues el asunto que nos ocupa. Creo que las ventajas de la propuesta que he hecho son evidentes, numerosas y de la mayor importancia.

Para empezar, como ya he señalado, se reduciría considerablemente el número de papistas que nos invade cada año, ya que son los más prolíficos de la nación, así como nuestros más peligrosos enemigos, pues permanecen en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente al trono, con la esperanza de obtener provecho de la ausencia de tantos buenos protestantes que han elegido dejar su país, en vez de quedarse en casa y pagar, contra sus conciencias, diezmos a un pastor del Episcopado4.

En segundo lugar, los arrendatarios más pobres tendrán algo propio de valor que por ley pueda ser embargado y les ayude a pagar la renta a sus señores, al estar ya su grano y su ganado confiscados y ser el dinero para ellos algo desconocido.

En tercer lugar, considerando que el mantenimiento de cien mil niños desde los dos años de edad en adelante no puede bajar de los diez chelines por cabeza y año, las reservas del Estado verán incrementado su caudal en cincuenta mil libras al año, además de los beneficios que reportará el nuevo manjar que se servirá por todo el reino en las mesas de todos los caballeros de fortuna que tengan gustos refinados. Así el dinero circulará entre nosotros y la producción y la manufactura de estas mercancías será propia.

En cuarto lugar, las criadoras fijas, además de la ganancia de ocho chelines al año por la venta de sus hijos, se librarán de la carga de su sustento pasado el primer año.

En quinto lugar, esta comida atraerá igualmente mucha clientela a las tabernas, cuyos dueños, ciertamente previsores, sabrán procurarse las mejores recetas para conseguir un perfecto aliño y, por consiguiente, verán sus establecimientos frecuentados por todos los caballeros distinguidos, que con razón se muestran tan ufanos de apreciar la buena mesa. Además, todo buen cocinero que sepa como complacer a sus clientes se las ingeniará para elaborar platos tan caros como ellos deseen.

En sexto lugar, esto actuaría como un gran aliciente para el matrimonio, que toda nación sabia bien ha incentivado mediante recompensas o bien ha impuesto a través de la ley y el castigo. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus pobres criaturas, al asegurarse un sustento de por vida, que el poder público entendería como beneficio anual en vez de como gasto. Pronto veríamos una sana competencia entre las mujeres casadas para ver quién de ellas puede sacar al mercado el niño más gordo. Los hombres estarían tan orgullosos de sus mujeres durante el periodo de embarazo como lo están ahora de sus yeguas y vacas preñadas o de las cerdas cuando están a punto de parir, y no se atreverían a pegarles o darles patadas (práctica tan habitual) por miedo a causarles un aborto.

Puedo enumerar muchas otras ventajas, por ejemplo la de añadir algunos miles de cuerpos a nuestra exportación de carne de vaca en barril; aumentar el consumo de carne de cerdo y mejorar el arte de hacer buen beicon, del que tanta escasez tenemos debido al gran número de cerdos que sacrificamos, al ser éste un plato demasiado frecuente en nuestra mesa y que no es de ninguna manera comparable ni en sabor ni en excelencia al sabor de un niño añojo, gordo y bien criado, que asado entero hará un formidable papel en la fiesta de un señor alcalde o en cualquier otra recepción pública. Pero ésta y muchas otras ventajas prefiero omitirlas en aras de una mayor brevedad.