Una isla para soñar - Jane Porter - E-Book

Una isla para soñar E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

Retenida… Embarazada de su hijo… Cuando a Georgia Nielsen le ofrecieron contratarla de madre de alquiler para un enigmático hombre de negocios, no pudo permitirse decir que no. Pero antes de darse cuenta de que había hecho un pacto con el diablo se vio atrapada en una remota y aislada isla griega, sin posibilidad de escape, acechada por el inquietante amo de sus costas. Marcado por la trágica pérdida de su esposa, la única esperanza de futuro de Nikos Panos residía en tener un heredero. Pero la constante presencia de Georgia amenazaba con desatar el deseo que mantenía encerrado con llave en su interior desde hacía demasiado tiempo. Si quería que Georgia se rindiera a él, no iba a quedarle más remedio que enfrentarse a los demonios que lo perseguían…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Jane Porter

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una isla para soñar, n.º 2571 - septiembre 2017

Título original: Bought to Carry His Heir

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-037-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

HACÍA una tarde fría y ventosa de febrero en Atlanta, pero el ambiente que había en el interior del despacho de abogados Laurent & Abraham era aún más frío.

El prominente abogado James Laurent tomó las gafas que se hallaban sobre la superficie de su impresionante escritorio y suspiró con impaciencia antes de hablar

–Usted firmó los contratos, señorita Nielsen, unos contratos totalmente vinculantes en cualquier país del mundo y…

–No tengo ningún problema con el contrato –interrumpió Georgia, más molesta que intimidada por la dura mirada del abogado, pues estaba completamente decidida a ser la madre de aquel bebé para luego entregarlo. Aquel era su trabajo como madre de alquiler y ella siempre se tomaba su trabajo muy en serio–. El bebé es del señor Panos, pero no hay ninguna cláusula en el contrato que estipule dónde tengo que dar a luz, y en ningún momento se me ha comunicado que se esperaba que lo hiciera en el extranjero. De haber sido así no me habría prestado a hacer de madre de alquiler para el señor Panos.

–Grecia no es un país del tercer mundo, señorita Nielsen. Puede estar segura de que recibirá una excelente atención médica en Atenas antes, durante y después del parto.

Georgia dedicó un larga mirada al abogado mientras se esforzaba por mantener su genio bajo control.

–Estudio Medicina en Emory. No me preocupa ese aspecto del embarazo. Pero sí me incomoda su condescendencia. Si se cometió algún error al redactar el contrato fue de su cliente…o suyo. No se menciona en ningún lugar que tuviera que meterme en un avión y volar seis mil kilómetros para dar a luz.

–Es un problema de ciudadanía, señorita Nielsen. El bebé debe nacer en Grecia.

Si Georgia hubiera estado de mejor humor, tal vez incluso habría sonreído, pero no estaba de buen humor. Estaba furiosa y frustrada. Se había cuidado minuciosamente desde el primer momento. Su responsabilidad como madre de alquiler era dar a luz un bebé saludable, y ella estaba cumpliendo con su parte. Se alimentaba bien, dormía todo lo posible, hacía ejercicio y procuraba mantener el estrés a raya, algo que no era especialmente fácil estando en la Facultad de Medicina. ¡Pero entre sus planes no figuraba marcharse a Grecia!

–Los arreglos para el viaje están siendo finalizados mientras hablamos –añadió el abogado–. El señor Panos va a enviarle su propio jet que, como imaginará, es realmente lujoso y cómodo. Antes de que se dé cuenta estará allí…

–Ni siquiera he llegado al tercer trimestre de embarazo. Me parece increíblemente prematuro estar haciendo planes de viaje.

–El señor Panos no quiere que ni el bebé ni usted se vean sometidos a un estrés innecesario. Y los especialistas recomiendan no realizar viajes internacionales en el tercer trimestre de embarazo.

–En caso de embarazos de alto riesgo, pero este no lo es.

–Pero si ha sido una fecundación in vitro.

–No ha habido ninguna complicación.

–Y mi cliente quiere que las cosas sigan así.

Georgia tuvo que morderse la lengua para no decir algo de lo que podría haberse arrepentido. Sabía que ella no era más que un recipiente, un útero de alquiler, y que su trabajo no habría terminado hasta que el bebé estuviera a salvo en los brazos de su padre.

Pero eso no significaba que quisiera irse de Atlanta y abandonar el mundo que conocía. Recorrer medio mundo supondría una gran tensión, especialmente acercándose el final del embarazo. Era muy consciente de que se trataba de un trabajo, de una manera de poder seguir ocupándose de su hermana, pero tampoco era ninguna ingenua. Resultaba muy difícil no experimentar sentimientos por la vida que palpitaba en su interior, y era consciente de que aquellos sentimientos se estaban volviendo más y más fuerte con el paso del tiempo. Las hormonas ya estaban haciendo su trabajo, y solo podía imaginar lo que sentiría cuando se acercara el momento del parto.

Pero también sabía que la maternidad no era su futuro. La medicina era su futuro, su meta y su camino en la vida.

El señor Laurent cruzó los dedos de sus manos sobre el escritorio mientras el silencio se prolongaba.

–¿Qué hace falta para que esté dispuesta a tomar ese avión el viernes?

–Tengo que ir a la universidad. Tengo que seguir con mis estudios.

–Acaba de terminar los estudios preclínicos. Ahora está preparando el examen de licenciatura, y en Grecia podrá estudiar tan bien como en Atlanta.

–No pienso dejar sola a mi hermana tres meses y medio.

–Su hermana tiene veintiún años y vive en Carolina del Norte.

–Está haciendo sus estudios superiores en la Universidad Duke, pero depende económica y emocionalmente de mí. Soy su única pariente viva –Georgia alzó la barbilla en un gesto retador mientras sostenía la mirada del imponente abogado–. Soy todo lo que le queda.

–¿Y el bebé que lleva dentro?

–No es mío. Si el señor Panos quiere estar presente en el nacimiento de su hijo tendrá que venir a Atlanta. De lo contrario, una enfermera se ocupará de llevárselo, como estaba acordado.

–El señor Panos no puede volar.

El desconcierto de Georgia al escuchar aquello apenas duró una fracción se segundo.

–Eso no es problema mío. El bebé dejará de ser mi responsabilidad en cuanto dé a luz. Me han pagado para no apegarme a él, y pienso cumplir mi parte del trato.

El abogado cerró un momento los ojos y alzó una mano para empujar las gafas con el dedo índice por el caballete de su poderosa nariz.

–¿Cuánto dinero va a hacer falta para que tome ese avión el viernes? Y antes de que me diga que no estoy escuchando, permítame que le aclare que hace tiempo que sé que todo el mundo tiene un precio. Incluida usted. Por eso aceptó convertirse en una madre de alquiler. La compensación le pareció satisfactoria, de manera que no nos andemos con rodeos y haga el favor de decirme cuánto quiere por subirse a ese avión.

Georgia trató de ocultar su ansiedad y frustración tras una máscara de serenidad. El dinero estaba bien, pero no quería más dinero. Solo quería que aquello acabara. Había sido un error comprometerse a hacerlo. Había creído que sería capaz de mantener sus emociones bajo control, pero últimamente sentía que se le estaban yendo de las manos. Sin embargo, ya era demasiado tarde para echarse atrás. Sabía que el contrato que había firmado era vinculante. El bebé no era suyo, sino de Nikos Panos, y no debía olvidar aquello ni por un momento.

Lo que significaba que seguir adelante era su única opción. Y en cuanto diera a luz y entregara al bebé borraría para siempre aquel año de sus recuerdos. Aquella sería la única manera de sobrevivir a una experiencia tan retadora. Afortunadamente ya tenía experiencia en lo referente a sobrevivir a experiencias duras en la vida. El dolor y la pena profunda eran buenos maestros.

–Diga la cantidad que quiere.

–No se trata del dinero…

–No, pero con el dinero podrá pagar sus facturas y ocuparse de su hermana. Tengo entendido que ella también quiere estudiar Medicina. Aproveche la oferta de manera que no tenga que volver a hacer nunca nada parecido.

Aquella última frase alcanzó la diana. El señor Laurent tenía razón. Georgia sabía que nunca podría volver a hacer nada parecido. Aquello le estaba rompiendo el corazón. Pero había sobrevivido a cosas peores. Y tampoco iba a abandonar al bebé en manos de un monstruo. Nikos Panos quería aquel bebé desesperadamente.

Inspiró rápidamente y mencionó una cantidad de dinero escandalosa, una suma que bastaría para pagar los estudios de medicina de Savannah, su manutención y algo más.

Esperaba haber escandalizado al viejo abogado, pero este ni siquiera parpadeó. Se limitó a empujar hacia ella un papel impreso que tenía sobre la mesa.

–El anexo al contrato. Firme abajo y ponga la fecha, por favor.

Georgia tragó con esfuerzo, conmocionada por la prontitud con que el abogado había aceptado la cantidad que había pedido. Probablemente esperaba que pidiera más. Seguro que también habría aceptado si le hubiera pedido millones. Estúpido orgullo. ¿Por qué no podía comportarse nunca como una auténtica materialista?

–Firmando el anexo está aceptando irse el viernes –explicó el señor Laurent–. Pasará el último trimestre de su embarazo en Grecia, en la villa que tiene el señor Nikos Panos en Kamari, que se encuentra a poca distancia de Atenas. Después de dar a luz, cuando se encuentre en condiciones, mi cliente la enviará de vuelta a Atlanta en su jet privado o en un vuelo en primera clase en la línea aérea que usted elija. ¿Alguna pregunta?

–¿Estará el dinero en mi cuenta mañana?

–A primera hora –asintió el abogado a la vez que le alcanzaba una pluma.

Georgia firmó y le devolvió la pluma.

–Me alegra que hayamos llegado a un acuerdo –dijo el señor Laurent con una sonrisa.

Georgia asintió, abatida, pero incapaz de ver otra salida a su situación.

–Como usted mismo ha dicho, todo el mundo tiene un precio, señor Laurent.

–Que disfrute del tiempo que pase en Grecia, señorita Nielsen.

Capítulo 2

 

FUE UN largo viaje desde Atlanta. Duró casi trece horas, lo que significó que Georgia tuvo tiempo de sobra para dormir, estudiar, e incluso ver un par de películas.

Había mantenido su mente ocupada casi todo el tiempo para no recordar la despedida de su hermana Savannah, que había conducido desde Duke para acompañarla al aeropuerto.

O, más bien, para rogarle que no se fuera.

Savannah se había sentido superada por las circunstancia, alternando entre las lágrimas y el enfado mientras interrogaba a Georgia sobre aquel millonario griego.

–¿Qué sabes de él? ¿Y qué más da que sea super rico? Podría ser peligroso, podría estar loco… ¿y quién podrá ayudarte cuando estés a solas con él en su isla, en medio de la nada?

Savannah nunca había sido muy práctica, pero Georgia debía reconocer que en aquella ocasión tenía razón.

Había investigado a Nikos Panos a través de Internet, pero, al margen de averiguar que era un multimillonario griego que había sabido sacar adelante con inmenso éxito la empresa de su familia cuando apenas contaba con veinticinco años, no tenía la más mínima referencia sobre él. No sabía nada sobre su carácter, sobre sus costumbres…

Apoyó una mano sobre su vientre, que había crecido rápidamente en las últimas semanas. Tenía la piel especialmente sensible y cálida y, aunque no quería pensar en el embarazo, no podía evitar ser muy consciente de la vida que palpitaba en su interior.

El bebé era un niño. En su familia no había niños. Solo niñas. Tres hermanas. Ni siquiera podía imaginar lo que sería criar a un chico…

Pero no podía pensar en aquello. Nunca se lo permitía. No podía permitírselo.

Cuando, finalmente, el avión comenzó a descender hacia lo que parecía un interminable más azul, el bebé se movió en su interior como si hubiera reconocido que estaba llegando a casa. Georgia contuvo el aliento mientras se esforzaba por controlar el pánico.

Podía hacer aquello. Lo haría.

El bebé no era suyo.

No se sentía apegada a él.

Le habían pagado para no apegarse.

Pero aquellas severas autoadmoniciones apenas sirvieron para aliviar la oleada de pena y arrepentimiento que envolvió su corazón.

–Solo faltan tres meses y medio –susurró.

En tres meses y medio se liberaría de aquel horrible acto que había aceptado llevar adelante.

 

 

«Tres meses y medio», se dijo Nikos Panos mientras aguardaba al final de la pista de aterrizaje, con la mirada puesta en su jet blanco, cuya puerta acababa de abrirse. La mujer que apareció en el umbral de esta unos instantes después era esbelta y muy rubia, vestía una túnica color crema asalmonado, unas mallas grises y unas botas altas de tacón que le llegaban por encima de las rodillas.

Nikos frunció el ceño ante la altura de los finos tacones, y no pudo evitar preguntarse por qué calzaría una mujer embarazada unas botas con unos tacones como aquellos. Aquellas botas eran un problema, al igual que su vestido.

La túnica le llegaba justo por encima del muslo, revelando un buen trozo de pierna.

Nikos ya sabía por los informes que tenía que Georgia Nielsen era una mujer bonita, pero no esperaba aquello.

En lo alto de las escaleras, con la brisa agitando su pelo rubio y el sol a contraluz se parecía tanto a Elsa que sintió que se le encogía el corazón.

Había querido una madre de alquiler que se pareciera a Elsa.

Pero no a la propia Elsa.

Se preguntó si habría cometido un terrible error. Tenía que estar bastante loco para haber buscado por el mundo a una mujer que se pareciera a su difunta esposa, y más aún para haberla llevado a Kamari.

La mujer debía haberlo visto porque de pronto irguió los hombros y, sujetándose el pelo con una mano, bajó las escaleras rápidamente. No las bajó exactamente corriendo, pero si con velocidad y determinación.

Mientras caminaba hacia ella, Nikos pensó que en realidad no se parecía a Elsa. Su Elsa había sido una mujer tranquila, delicada, incluso tímida, mientras que aquella rubia de largas piernas avanzaba por el asfalto de la pista como si fuera la dueña del aeropuerto.

Se encontró con ella a medio camino, decidido a hacerle frenar la marcha.

–Cuidado –murmuró.

Georgia alzó el rostro y lo miró con el ceño fruncido.

–¿Cuidado con qué? –preguntó con un matiz de irritación.

De lejos era llamativa, pero de cerca era asombrosamente bonita. Incluso más bonita que Elsa, si es que aquello era posible.

Nikos volvió a pensar que había sido un error haberla hecho acudir allí cuando aún faltaba tanto para que diera a luz. No porque él corriera el peligro de enamorarse del fantasma de su difunta esposa, sino porque su relación con Elsa nunca fue fácil, y su muerte, absurda, sin sentido, le había causado una intensa culpabilidad. Había esperado que tener un hijo le serviría de impulso para seguir adelante, para vivir. Para volver a sentir.

Elsa no era el único fantasma de su vida. Él mismo se había convertido en uno.

–Podría tropezar y caer –dijo con aspereza.

Georgia arqueó una ceja y le dedicó una larga mirada que hizo sentirse a Nikos inspeccionado, catalogado, evaluado.

–Dudo que pudiera suceder algo así –replicó Georgia finalmente–. Tengo un equilibrio excelente. Me habría encantado ser gimnasta, pero crecí demasiado –añadió a la vez que le ofrecía su mano–. Pero aprecio su preocupación, señor Panos.

Nikos contempló su mano más tiempo del que probablemente habría sido considerado adecuado. En el pasado nunca le habían preocupado demasiado los formalismos y los buenos modales, y en la actualidad le daban completamente igual. Todo le daba completamente igual. Y ese era el problema. Pero los Panos no podían desaparecer con él. No solo porque la empresa familiar necesitara un heredero. Él era el último Panos que quedaba, y no podía permitir que sus errores acabaran con una familia de un linaje centenario. Su familia no tenía por qué pagar por sus pecados.

Y esperaba que aquel bebé cambiara aquello. Aquel bebé sería el futuro.

Tomó la mano de Georgia y la estrechó en la suya con firmeza.

–Nikos –corrigió y a continuación volvió la cabeza para permitir que Georgia viera con toda claridad el lado derecho de su rostro, para permitir que viera quién era. En qué se había convertido.

En un monstruo.

En la Bestia de Kamari.

Volvió de nuevo la cabeza y buscó su mirada.

Georgia siguió contemplándolo sin parpadear, sin dar el más mínimo indicio de horror o miedo. Tampoco parecía sorprendida. Sus ojos azules con destellos de gris y plata lo miraban abiertamente, sin barreras. Nikos encontró intrigante que no pareciera incómoda ante la visión de su mejilla y su sien quemadas.

–Georgia –replicó ella a la vez que devolvía con la misma firmeza el apretón de manos.

A pesar de las largas horas de viaje, de su embarazo, o tal vez precisamente por este, parecía fresca, a punto, radiante de salud y vitalidad.

Nikos, que no había deseado nada ni a nadie durante cinco años, sintió que en su interior despertaba una inesperada punzada de curiosidad, y de sordo deseo. Hacía tanto tiempo que no sentía nada que la reacción de su cuerpo lo sorprendió tanto como las preguntas que se estaban formulando en su cabeza.

¿Se sentía atraído por aquella mujer porque se parecía a Elsa, o porque le intrigaba que pareciera no sentirse en lo más mínimo afectada por sus cicatrices?

Se preguntó cómo era, qué aspecto tendría desnuda, cómo sabría su piel…

Y de pronto, tras todos aquellos años de no sentir nada, de no ser nada, de haber vivido entumecido como un muerto, su cuerpo reaccionó, se endureció con una intensidad casi dolorosa.

Pero aquello no podía estar pasando. Por eso vivía en Kamari, alejado de la gente. No era para protegerse a sí mismo, sino para proteger a los demás.

Reprimió con dureza aquel arrebato de deseo recordándose lo que le había hecho a Elsa, y lo que la muerte de Elsa le había hecho a él.

Aquella mujer no era Elsa, no era su esposa. Pero aunque no fuera una esposa no podía correr riesgos. Llevaba dentro a su hijo. Su salud y bienestar eran esenciales para la salud y el bienestar de su hijo. Aquella mujer no era más que una madre de alquiler. Nada más. Tan solo un útero alquilado.

Con un escueto gesto indicó a los miembros de la tripulación del avión que colocaran el equipaje de Georgia en el viejo Land Rover restaurado que le gustaba utilizar para conducir por los escarpados caminos de Kamari. Mientras se encaminaba hacia el vehículo recordó las botas de tacón alto de la estadounidense.

–Ese calzado no es adecuado para Kamari –dijo secamente.

Georgia se encogió de hombros.

–Lo tendré en cuenta –replicó mientras rodeaba el Land Rover hacia el lateral del pasajero.

Al ver que habían puesto un pequeño escalón ante la portezuela para que alcanzara la elevada base del todoterreno, sonrió y accedió al asiento sin necesidad de ayuda.

Nikos no comprendió su sonrisa. Tampoco entendía la confiada desenvoltura que manifestaba aquella mujer con su lenguaje corporal. Casi parecía estar retándolo.

Y no estaba seguro de que aquello le gustara.

Afortunadamente, sentía que tenía su genio bajo control. En otra época su mal genio había sido legendario, pero con el paso del tiempo se había ido suavizando. Aunque nunca lo había volcado en Elsa, esta siempre se había mostrado cautelosa a su alrededor. Asustadiza.

Movió la cabeza para alejar los recuerdos. No quería pensar en Elsa en aquellos momentos. No quería seguir sintiéndose perseguido por el pasado. Estaba tratando de avanzar, de crear un futuro.

Ocupó su asiento tras el volante miró de reojo a Georgia, que se estaba poniendo el cinturón. Su melena rubia caía por su espalda como una cascada de oro. Tenía un pelo precioso, más largo que el de Elsa.

Nikos tuvo que reprimir de nuevo la acalorada sensación que recorrió su cuerpo. No quería encontrar atractiva a Georgia Nielsen. Sabía que no era buena idea. Pero, al parecer, su cuerpo tenía voluntad propia en aquel terreno, y podía convertirlo en un tigre al acecho. En una bestia fuera de su jaula.

Hasta que no estuvo casado con Elsa no supo que tenía una personalidad tan aterradora. No se dio cuenta hasta que notó que Elsa empezaba a esconderse de él como si lo temiera.

Thirio.

Teras.

Si se hubiera conocido a sí mismo en aquel aspecto antes de casarse no se habría casado. Si hubiera sabido que iba a destruir a su preciosa esposa con su mal carácter, habría permanecido soltero.

Sin embargo, había querido tener hijos. Había deseado intensamente tener una familia propia.

–Estamos a unos quince minutos de la casa –dijo con voz ronca mientras arrancaba el motor del Land Rover.

–¿Y la población más cercana? –preguntó Georgia mientras ajustaba el cinturón sobre su regazo.

Nikos siguió el movimiento de sus manos con la mirada y la centró instintivamente en su vientre, fijándose por primera vez en su protuberancia. Hacerse consciente de que Georgia llevaba en su interior a su hijo le produjo un sobresalto. Su hijo.

Por un instante se quedó sin aliento. De pronto aquello era real. Su semilla había florecido en…

–¿Quieres tocarlo? –preguntó Georgia con delicadeza.

Nikos alzó la mirada hacia su rostro. Estaba pálida, pero lo miraba atentamente.

–Se está moviendo –añadió Georgia, y sus labios se curvaron en una tierna sonrisa–. Creo que está saludando.

Nikos volvió a bajar la mirada.

–¿No es demasiado pronto como para que pueda sentirlo moviéndose?

–Hace dos semanas lo habría sido, pero ya no.

Nikos siguió contemplando el vientre de Georgia como si estuviera hipnotizado. Quería notar cómo se movía su hijo allí dentro, pero temía cómo le pudiera afectar sentir la calidez que sin duda emanaría de la tersa piel de Georgia.