Una novia para el magnate - Lynne Graham - E-Book

Una novia para el magnate E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Para contrarrestar un escándalo mediático, el multimillonario Raffaele di Mancini tenía que casarse con la temperamental Vivi Mardas. Pero, cuando ella rechazó su proposición de matrimonio, lo dejó estupefacto. ¿Cómo podía negar la explosiva química que había entre ellos? Decidido a convencerla para que accediera a aquel matrimonio de conveniencia, Raffaele estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluso a seducirla, pero, cuando Vivi descubrió que estaba embarazada, Raffaele decidió que quería que se dieran una oportunidad, y que aquel fuera un matrimonio de verdad.

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Seitenzahl: 226

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Lynne Graham

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una novia para el magnate, n.º 153 - 13.6.19

Título original: The Italian Demands His Heirs

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-839-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

STAMBOULAS Fotakis miró malhumorado el dosier que tenía sobre su mesa, frente a él. Al lado de este había una carpeta mucho menos gruesa. Contenía un informe de un detective privado sobre su presa, Raffaele di Mancini, la pesadilla de su sobrina Vivi, el hombre que había manchado su reputación sin motivo.

Otro canalla bien parecido, se dijo irritado al abrir la carpeta y encontrarse con una fotografía de perfil de Mancini. Sus rasgos, tan perfectos que parecían los de una estatua, no desmerecían a los de un modelo.

Era evidente que sus tres nietas sentían debilidad por los hombres atractivos. Pero bueno, ya había resuelto los problemas de la mayor, Winnie, aunque las cosas no hubieran salido exactamente como había planeado, pues había escogido seguir casada con el padre de su hijo.

Vivi, en cambio, la inteligente e impetuosa Vivi, sería un hueso mucho más duro de roer que Winnie, que era más dócil. De hecho, había tenido una fuerte discusión con Vivi en la fiesta de su setenta y cinco cumpleaños, y era algo nuevo para él, habituado a que lo trataran con temor y que lo adularan.

Siendo como era un hombre rico e influyente, a lo que estaba acostumbrado era a que todo el mundo lo obedeciera, pero Vivi no. Vivi no le tenía ningún miedo, no vacilaba en decirle lo que pensaba y precisamente por eso la respetaba aún más, por su fortaleza interior y la confianza que tenía en sí misma.

Por suerte para él, sin embargo, Vivi despreciaba a Raffaele di Mancini por el modo en que había arruinado su vida. Dos años atrás había manchado su reputación para asegurarse de que su caprichosa hermana pequeña, Arianna, no se viera salpicada por cierto escándalo.

Vivi había sido acusada no solo de ser una prostituta, sino también de haber convencido a Arianna con engaños para que posara ligera de ropa y trabajara como señorita de compañía para una sórdida empresa disfrazada de agencia de modelos.

No, era poco probable que Vivi pudiera llegar a enamorarse de Mancini, se dijo Stam con una sonrisa divertida. Pero de los tres posibles maridos en los que había pensado para restaurar la buena reputación de sus nietas, Raffaele di Mancini era sin duda el más peligroso además de ser del que menos sabía.

Raffaele, banquero multimillonario y célebre filántropo, pertenecía a una larguísima estirpe aristocrática que se remontaba al siglo décimo. Era un genio de las finanzas, un hombre conservador que llevaba una vida extraordinariamente discreta y jamás buscaba la atención de los medios. Por eso a Stam le costaba tanto entender por qué había roto con esa discreción que lo había caracterizado toda su vida y le había colgado a la pobre Vivi la etiqueta de «señorita de compañía» sin prueba alguna.

Tal vez hubiera pensado que, usándola de parapeto, protegería a su hermana pequeña, Arianna, para que no se la asociara al sórdido negocio en el que las dos jóvenes se habían visto envueltas sin saber en qué se estaban metiendo.

En cualquier caso, las razones daban igual, porque el daño ya estaba hecho. El problema, para él, era que Mancini era demasiado listo como para hacerlo caer en las trampas habituales, y demasiado rico y virtuoso como para sobornarlo. Por eso, para intentar persuadirlo, no le quedaba otro remedio que recurrir a una táctica que detestaba. Sobre todo cuando el informe del detective revelaba que Mancini había pasado su vida adulta luchando por proteger a su caprichosa hermana de sus errores y de las consecuencias de esos errores.

Y era encomiable que se hubiera tomado tantas molestias teniendo en cuenta que en realidad no era su hermana, sino solo su hermanastra, y que su madrastra había sido una drogadicta a la que despreciaba. Mancini, sin embargo, se merecía lo que le tenía preparado por haber destruido la autoestima de la pobre Vivi, se dijo con firmeza.

 

 

Raffaele di Mancini estaba intranquilo y no sabía por qué, cosa que le irritaba porque siempre se fiaba de su instinto. No tenía ningún problema en ese momento. En su vida todo iba bien; su día a día era como un engranaje perfectamente engrasado, desde que se levantaba a las seis de la mañana y se tomaba el delicioso desayuno que le tenían preparado, hasta que se metía en la cama al final de la jornada.

En su círculo familiar también estaba todo tranquilo. Su hermana pequeña, Arianna, que durante mucho tiempo lo había tenido preocupado, por fin había sentado la cabeza e iba a casarse con su prometido, con el que estaba viviendo en Florencia. Por tanto, no podía decirse que tuviera preocupación alguna, ni ningún problema espinoso con el que lidiar.

En esos momentos él se encontraba en Londres para intervenir en un congreso sobre banca, y le había sorprendido recibir una llamada de Stamboulas Fotakis, conocido por su carácter huraño, para pedirle que se reuniera con él en su palaciega residencia londinense, un edificio de varias plantas. Fotakis era uno de los hombres más ricos del mundo, pero Raffaele nunca había coincidido con él, y tenía curiosidad por averiguar qué había motivado su invitación. Y también sentía curiosidad por el propio Fotakis. Se habían escrito ríos de tinta sobre Stam Fotakis, y aunque la mitad de lo que se había publicado sobre él probablemente no eran más que tonterías, sus éxitos habían alcanzado la categoría de leyenda.

Impaciente, Raffaele se pasó una mano por el corto cabello negro y miró su reloj. No estaba acostumbrado a que lo hicieran esperar. De hecho, lo habían educado en la creencia de que los buenos modales eran esenciales para los negocios. Frunció el ceño y sus ojos, negros como el carbón, refulgieron de irritación. Fotakis llegaba tarde, y él estaba ansioso por volver a casa y relajarse. El día se le había hecho muy largo en el congreso de banca, donde se había visto obligado a contestar preguntas estúpidas y a mostrarse sociable todo el tiempo.

Le resultaba muy difícil tolerar a los necios. Había sido considerado un superdotado desde niño por sus dotes intelectuales, era extremadamente organizado, impaciente, y solo estaba contento cuando seguía un horario preciso.

La secretaria de Fotakis, una atractiva rubia, entró en la sala de espera y lo condujo al ascensor, donde intentó iniciar una conversación y se puso flirtear con él, echándose el pelo hacia atrás, pestañeando con coquetería y mirándole largamente. Exasperado, Raffaele se puso tenso y se comportó como quien aparta con la mano a una mosca.

Las mujeres siempre andaban insinuándosele, cosa que por lo general le irritaba. Impedía tener una conversación normal y, cuando la situación se daba en un entorno laboral, desvirtuaba la atmósfera profesional que debería haber. De hecho, si aquella mujer trabajase para él, la despediría en el acto por ese comportamiento.

Y no era que las mujeres no tuvieran cabida en su vida, por supuesto que no. Tenía sangre en las venas, como cualquier otro hombre de treinta años, pero era infinitamente más discreto que la mayoría. Escogía a sus parejas cuidadosamente, y sus idilios nunca duraban más de unas pocas semanas.

Y había una buena razón para que fueran tan breves: había llegado a la conclusión de que, cuanto más tiempo pasaba con una mujer, más dependiente, ambiciosa e indiscreta se volvía esta. Y como no tenía intención de casarse hasta que cumpliera los cuarenta y fuera lo bastante maduro como para elegir sabiamente, por el momento prefería disfrutar del sexo sin ataduras.

Cuando salieron del ascensor, la secretaria lo hizo pasar a un despacho de una magnificencia casi victoriana, con las paredes revestidas de madera. Al fondo se abrió otra puerta y entró un hombre bajo, con barba y pelo blanco al que reconoció de inmediato: era Stam Fotakis. Tomó una gruesa carpeta que había sobre el escritorio y se la tendió.

–Señor Mancini –lo saludó en un tono inexpresivo.

Aunque no tenía interés en perder tiempo en formalidades, le desconcertó un poco que su anfitrión prescindiera de las cortesías habituales.

–Señor Fotakis –respondió él, antes de tomar la carpeta y sentarse donde Fotakis le indicó.

–Dígame qué le parece –le pidió este.

Mientras Raffaele hojeaba el contenido –increíblemente detallado– de la carpeta con creciente espanto, inspiró lenta y profundamente para calmarse. Era como si todos y cada uno de los errores de Arianna estuviesen incluidos en aquella carpeta, y había hasta uno o dos que hasta ese momento había ignorado. Aquel turbio dosier sobre las actividades de su hermana en el pasado lo dejó tan descolocado que tuvo que tragar saliva antes de hablar.

–¿Qué pretende hacer con esta información?

Raffaele se había esforzado por emplear un tono civilizado al preguntar porque estaba enfadado, muy enfadado, y sabía que tenía que controlarse.

Su anfitrión lo miró sin parpadear.

–Eso depende mucho de usted. La filtraré a la prensa sensacionalista… pero solo si me decepciona –le contestó quedamente.

–No puedo creer que me esté amenazando –masculló Raffaele–. ¿Acaso le ha ocasionado algún daño mi hermana?

–Deje que le explique –le pidió Stam, imperturbable–. Es la historia de dos jóvenes. Una es de alta cuna, criada en un mundo de riquezas y privilegios, su hermana.

–¿Y la otra? –inquirió Raffaele con impaciencia.

–La otra nació en la pobreza y se crio sin esa clase de privilegios, pero se convirtió en una joven trabajadora, culta y respetable. Y es mi nieta.

–¿Su nieta? –repitió Raffaele sin comprender. Aún estaba intentando dilucidar qué pretendía conseguir Stam Fotakis de él con sus amenazas.

–Sí, mi nieta, Vivien Mardas, más conocida como «Vivi» –respondió Stam–. Durante un tiempo fue amiga de su hermana.

Raffaele se puso rígido al establecer el nexo de unión entre las dos y comprender a qué se refería.

–La recuerdo –dijo con aspereza–. ¿Y dice que es su nieta?

–Así es –asintió Stam, con idéntica aspereza–. Tengo una actitud tan protectora hacia ella como usted hacia su hermana, y estoy decidido a reparar las injusticias que ha sufrido.

Raffaele optó por un silencio diplomático, porque la ira se estaba apoderando de él ahora que había atado cabos. Cuando conoció a Vivi, no tenía ni idea de que estuviera emparentada con un hombre tan rico y poderoso. Y seguramente ella había mentido sobre los detalles menos «presentables» de su pasado en un esfuerzo por taparlos.

–¿Injusticias? –repitió.

–Arruinó su reputación al referirse a ella como una prostituta. Como los artículos en los que la calumnió de esa manera siguen circulando por Internet, a Vivi le ha resultado imposible encontrar un trabajo acorde a su preparación –le dijo Stam–. Ha sufrido mucho, siendo como era inocente, y no había hecho nada. Sus amistades le dieron de lado, todo el mundo chismorreaba sobre ella. Fue objeto de burlas, de desprecios, y se vio obligada a dejar un trabajo tras otro hasta que al final tuvo que cambiarse el apellido para ocultar ese ignominioso episodio. Ahora emplea el nombre de Vivien Fox.

A Raffaele no lo conmovió en absoluto ese trágico relato sobre los infortunios de Vivi. Claro que él no era un anciano, como Fotakis, inclinado a pensar bien de su nieta. Él era un hombre templado, que se guiaba por la lógica, crítico y suspicaz por naturaleza, y más en lo referente a etiquetar de «inocente» a una mujer. Todavía estaba por cruzarse en su camino con una mujer inocente de verdad.

Recordaba muy bien a Vivi. Su cabello brillaba como el cobre a la luz del sol y era suave como la seda. Era una pelirroja alta y muy hermosa que estaba elegante llevase lo que llevase, aunque fueran unos vaqueros. Su piel parecía de porcelana, y sus ojos eran de un azul intenso, como el cielo de Italia en un día de verano.

También recordaba lo cerca que había estado de sucumbir a sus encantos, aunque no era su tipo. Había escapado por los pelos de caer en sus redes, cosa por la que aún se sentía aliviado, y no lamentaba nada de lo que había dicho, aunque hubiera ofendido a Stam Fotakis.

Solo que sí lo lamentaría si Fotakis cumpliera sus amenazas e hiciera daño a su hermana, reconoció a regañadientes. Y no había duda de que podría hacerle mucho daño si entregase aquel dosier a la prensa porque la familia de su prometido, Tomasso, era muy convencional, y lo presionarían para que rompiera con ella. Y eso la destrozaría y haría que volviera al errático comportamiento que había dejado atrás al enamorarse de Tomasso.

–No sé qué es lo que quiere de mí –le dijo Raffaele–, pero no puedo creerle capaz de hacer daño a una joven ingenua como mi hermana. Arianna nació con problemas.

Stam levantó una mano para imponerle silencio.

–Sé que nació con problemas porque su madre era toxicómana y que le cuesta controlar sus impulsos. Sé que no es muy inteligente y que se muestra demasiado confiada con los desconocidos, pero usted es responsable de ella –le señaló con calma–. En compensación por los daños que le causó, quiero que se case con Vivi y le dé su ilustre apellido.

–¿Que me case con ella? –exclamó Raffaele entre incrédulo y enfadado.

De hecho, tuvo que morderse la lengua para no hacer algún comentario desafortunado acerca de la tan cacareada inocencia de Vivi.

–Será un matrimonio únicamente sobre el papel, que deberá recibir la publicidad suficiente como para devolverle el estatus social que merece –añadió Stam, como si estuvieran hablando del tiempo–. Es lo único que pido. Después de la boda se apartará de ella y a continuación firmará el divorcio. Ni siquiera tendrá que pagarle una compensación económica. Como ve es una petición modesta.

–¿Modesta? –repitió Raffaele, incrédulo.

–Sí. No tengo la menor duda de que se cree muy por encima de mi nieta por su linaje y su educación –le dijo Stam con aspereza–. Y no se lo reprocho, pero debería darme las gracias: solo le estoy pidiendo un pequeño favor a cambio de ese dosier, un dosier que podría dar al traste con los planes de boda de su hermana.

Parecía que Fotakis estaba al tanto de todo lo referente a su familia y él. Y, por más que le indignara la exigencia del magnate griego de que se casase con Vivi, sabía que no le quedaba otro remedio que considerarlo. Tenía que proteger a Arianna, pensar en su estabilidad y seguridad.

Cuando muchos otros hombres habrían huido de ella como alma que lleva el diablo, a Tomasso lo habían cautivado el carácter impulsivo y algo inmaduro de su hermana. Y tampoco estaba con ella porque tuviera dinero. Tomasso, sensato y equilibrado, al contrario que Arianna, era el hombre perfecto para su hermana. Y lo más importante: Arianna lo quería.

No podía quedarse a un lado y permitir que perdiera lo más importante que tenía por incidentes tan triviales como haberse bañado desnuda en una famosa fuente o que la hubieran arrestado por error, creyendo que había robado en una tienda. Claro que, por desgracia, aquel dosier contenía otros episodios más escandalosos, como la vez que había pasado una noche con dos hombres porque sus «amigas» la habían retado a hacerlo.

–Lo odié –le había dicho Arianna, llena de culpabilidad y horrorizada de que se hubiera enterado–. Pero es que… todas mis amigas habían hecho cosas así, y yo quería sentirme parte del grupo… quería caerles bien.

Después de aquello se había visto obligado a prohibirle que volviera a ver a esas «amistades». Su hermana era demasiado vulnerable e ingenua como para dejarla a merced de gente dispuesta a aprovecharse de ella y divertirse burlándose de ella.

–Imagino que ya habrá hablado de esto con Vivi –le dijo a Fotakis con brusquedad–. Y que ella, por supuesto, está encantada con la idea.

–¿Encantada? –repitió Fotakis con desdén. Y, para su sorpresa, soltó una carcajada–. ¡Vivi lo detesta! ¡No quiere casarse con usted ni a tiros! De hecho, me temo que tendrá que ser usted quien afronte el reto de convencerla para que pase por el altar.

–¿De verdad espera que me crea que ella no está de acuerdo en esto que me está proponiendo? –inquirió Raffaele.

–Por supuesto que no. Vivi no se rige por la lógica; se deja llevar demasiado por sus emociones. Es más, cuando le… sugerí que se casara con usted, se puso hecha una furia, pero estoy seguro de que será perfectamente capaz de transformar la opinión que tiene de usted –le contestó Fotakis. Un brillo divertido relumbró en sus ojos entornados–. Si no quiere que haga público el contenido de ese dosier, tendrá que conseguir llevar a Vivi al altar.

–De modo que ese es mi castigo, ¿no? –masculló Raffaele.

–Si es así como quiere verlo… –le dijo Fotakis–. Para mí es irrelevante. Solo tiene que casarse con ella. Pero mantendrá sus manos lejos de ella –le advirtió sin ambages–. ¿Lo ha entendido?

Raffaele enrojeció de ira y apretó la mandíbula. No podía creer lo que estaba oyendo.

–Jamás he tocado a ninguna mujer en contra de su voluntad –le espetó con gélida altivez.

–Bueno, en el caso de mi nieta, si lo intentara, sería totalmente en contra de su voluntad –le respondió Fotakis con satisfacción–. Seguro que es algo a lo que no está acostumbrado… Aunque no picó el anzuelo cuando mi secretaria flirteó con usted en el ascensor.

–¿Me había tendido una trampa? –murmuró Raffaele atónito.

–Me gusta conocer el carácter de los hombres con los que trato. Ha pasado la prueba: ahora sé que no es un donjuán –le contestó Stam Fotakis–. Soy muy protector en lo que respecta a mi nieta.

Raffaele habría querido espetarle que en la única ocasión en la que había tenido a Vivi entre sus brazos, ella no había mostrado precisamente rechazo hacia él, pero se mordió la lengua. Quizá fuera mejor, después de todo, que hubiese algunas cosas que el abuelo de Vivi no supiera.

Y ahora tenía que decidir qué iba a hacer, se dijo Raffaele minutos después, mientras regresaba a su casa de Londres en su limusina. Resultaba irónico que siempre hubiese creído que el ser muy, muy rico podría protegerle, cuando en ese momento se sentía impotente ante la situación en la que se encontraba.

Claro que su fortuna no había protegido a Arianna del infortunio que le había acarreado ser hija de una toxicómana, ni le había permitido impedir a Fotakis que le exigiera que pagara por un pecado que en realidad él no había cometido.

No le había dicho a la prensa que Vivi fuera una prostituta. Para empezar, Vivi había trabajado como señorita de compañía, no como prostituta, y conocía la diferencia entre una cosa y la otra porque se había encontrado con esas dos clases de mujeres hasta en los círculos más exclusivos, y había aprendido a detectarlas y evitarlas. Y que Vivi casi lo hubiese engañado aún lo enfurecía. La etiqueta de «prostituta», sin embargo, se la había sacado la prensa de la manga para conseguir titulares llamativos. Claro que esa verdad no arrancaría aquel peligroso dosier de las manos del vengativo y calculador Stam Fotakis…

 

 

Mientras se maquillaba para salir con su novio, Jude, un recuerdo desagradable acudió a la mente de Vivi. El día de la fiesta de cumpleaños de su abuelo, en casa de su hermana Winnie y su cuñado en Grecia, había tenido una discusión monumental con él, pero no se lo había contado a sus hermanas para no preocuparlas.

–Cuando Mancini se case contigo –le había dicho su abuelo–, se olvidará por completo ese falso escándalo en el que te viste envuelta. Nadie creería que un hombre que se refirió a ti en esos términos se casaría contigo si de verdad fueras una… una mujer de mala reputación –había concluido, pronunciando esas últimas palabras con desagrado–. Quiero decir que un hombre rico, de éxito y de tan alta cuna jamás se casaría con una mujer de esa clase.

–¡Pues yo preferiría casarme con un sapo antes que con él! –le había contestado ella, furiosa, y sin poder dar crédito a lo que estaba proponiéndole–. De hecho, no quiero casarme. ¡Con nadie!

–Pero mira a Winnie; se ha casado y está muy feliz… –había insistido su abuelo.

–¡Lo que pasa es que mi hermana tiene una necesidad patológica de complacer a los demás y yo no! –le había espetado ella–. La adoro, pero lo que a ella le parece bien no tiene por qué parecérmelo a mí. Cuando me case, quiero que sea algo real, no un apaño improvisado para salvar las apariencias y el estatus.

–¿Me estás diciendo que solo te casarías con Mancini si fuera un matrimonio de verdad? –había exclamado su abuelo–. No puedo creerlo.

Ni siquiera la estaba escuchando; era como un bulldog, royendo con tenacidad un hueso muy duro. Vivi había sacudido la cabeza.

–¿Sabes qué no me puedo creer yo de ti? Lo miserable que fuiste al imponer unas condiciones inaceptables a cambio de tu generosidad para evitar que nuestros padres de acogida perdieran su casa. Se supone que somos familia, pero tú no nos tratas como cualquier persona trataría a alguien de su familia. Claro que… ¿qué sabré yo, que apenas sé lo que es tener una familia? –había murmurado, antes de quedarse callada.

–Por supuesto que somos familia, y siempre cuidaré de vosotras –le había asegurado su abuelo.

–¡Si te preocuparas por mí, no me empujarías a casarme con esa rata de Mancini! Aunque sea por poco tiempo. Y además, ¿cómo podrías convencerle de que accediera a ese matrimonio? –le había preguntado ella, suspicaz–. Porque dudo que quisiera casarse con una mujer a la que tiene por una prostituta.

Su abuelo había contraído el rostro y había suspirado.

–Digamos que le haré una propuesta a la que no podrá negarse.

–¡Como si le ofreces la luna! –le había espetado ella irritada–. ¡Para mí casarme con él sería una humillación!

–No –había replicado su abuelo–. Esta vez serías tú quien tendría la sartén por el mango, Vivi. ¿Es que no quieres saber lo que se siente al tener todo el poder? ¿No quieres que el hombre que te insultó se vea obligado a comerse sus palabras?

No, no necesitaba vengarse de él para pasar página, se dijo Vivi, apartando el recuerdo de aquella discusión. Le bastaría con no volver a ver a Raffaele Mancini para ser feliz, precisamente porque le recordaba algo que quería olvidar, algo que prefería que siguiera enterrado en el pasado.

Cuando había empezado a encariñarse con Arianna, esta le había dado de lado, sin duda a instancias del propio Raffaele. Y luego estaba la atracción que había surgido entre Raffaele y ella… Cortó ese pensamiento enfadada. Solo había sido un beso, nada más que un beso. Hasta una adolescente debería haber sabido que era ridículo hacerse ilusiones por algo tan trivial, se reprendió a sí misma.

Sin embargo, también era cierto que ella tendía a ser más vulnerable ante los hombres que otras mujeres más experimentadas y más emocionalmente estables que ella. Ella no había conocido la estabilidad hasta los catorce años, cuando John y Liz se habían convertido en sus padres de acogida y sus hermanas y ella habían vuelto a estar juntas bajo un mismo techo.

Antes de eso ella había pasado por otros hogares de acogida donde había padecido acoso, agresiones verbales y, en varias ocasiones, amenazas de agresión sexual.

Winnie, Zoe y ella habían perdido a sus padres en un accidente de coche. Vivi, que ahora tenía veintitrés años, apenas los recordaba. Su padre había dejado de hablarse con su abuelo antes de que ellas nacieran, y este ni siquiera había sabido de su existencia hasta que se habían puesto en contacto con él para pedirle su ayuda y evitar que sus padres de acogida fueran desahuciados.

Su abuelo se había mostrado muy feliz de descubrir que tenía tres nietas, pero había puesto unas condiciones indignantes a cambio de prestarles su ayuda, exigiéndoles que se casaran con tres hombres a los que él elegiría para mejorar su estatus social.

Vivi todavía no tenía claro lo que pensaba de él. ¿No era más que un tremendo esnob? ¿O es que estaba loco? ¿O, por el contrario –cosa que le preocuparía más–, estaba obsesionado con vengarse de aquellos que les habían hecho daño a sus hermanas y a ella?

Bueno, a Winnie y a ella sí les habían hecho daño los hombres con los que quería casarlas, pero a Zoe solo le habían hecho daño las anteriores familias de acogida con las que había estado. Fuera como fuera, sabía que tenía que hacerle frente a su abuelo por el bien de Zoe, que era frágil y muy vulnerable por su extrema timidez y sus ataques de pánico y jamás se atrevería a oponerse a su abuelo.

Y por eso ella tenía que mantenerse firme. Siempre intentaba no guardar rencor por el pasado porque el rencor no llevaba a nada bueno. Y ahora Zoe y ella residían en Londres, en una casa propiedad de su abuelo, pequeña, pero con todas las comodidades. Les permitía vivir allí sin pagarle siquiera un alquiler, aunque ahora la casa parecía vacía sin el pequeñajo de Winnie, Teddy, correteando de un lado a otro.

Vivi desconfiaba de su abuelo, y se temía que cualquier día pudiera cansarse de su actitud desafiante hacia él y las pusiera de patitas en la calle, así que trataba de no tocar en lo posible el dinero que tenía ahorrado.

Y eso significaba que ese mes no podría permitirse ir a la peluquería a que le alisaran el cabello, pensó, levantando con los dedos uno de sus tirabuzones cobrizos para mirarlo con fastidio antes de dejarlo caer. Odiaba su pelo rizado y pelirrojo. Solo lo toleraba cuando se lo alisaban, y ahora mismo era una masa rebelde que le caía sobre los hombros como el pelo de una muñeca de trapo, pensó irritada, mirándose en el espejo. Aunque tampoco parecía que a Jude, su novio, le importase.

Claro que a Jude nada parecía importarle demasiado. Lo había conocido en el gimnasio, donde trabajaba como profesor de artes marciales. Era rubio, campechano, y tenía un buen cuerpo, aunque todavía no había sentido el deseo de verlo desnudo. Probablemente porque más que otra cosa eran amigos, se dijo con pesadumbre. De hecho, si no hubiera sido porque al conocer a Raffaele se había sentido atraída de inmediato por él, habría creído que en realidad no tenía demasiado interés en el sexo.

Y la verdad era que los hombres entraban en su vida y salían de ella sin que ninguno le dejara huella. Raffaele era el único que le había hecho daño, en más de un sentido, así que intentaba no pensar demasiado en su rechazo.