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En un mundo de políticos corruptos, anestesia en las redes, verdades a medias en los medios de comunicación, vividores y sinvergüenzas que se salen con la suya, mamporreros del poder y asesinos impunes..., solo un grupo de personas puede mantener la cordura siendo fieles a sí mismas, aunque les cueste algo más que la vida. Una trama negra de pólvora y roja de sangre que no deja indiferente.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Manuel Praena
Saga
Una perversa casualidad
Copyright © 2020, 2022 Manuel Praena and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728396162
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
El tiempo determina la fragilidad de los hombres,
dejándoles vulnerables ante la realidad de los hechos.
Tánger (Marruecos)
Su mirada se perdía en un mar estático y en calma, tan solo el paso de los cargueros dibujaba surcos blanquecinos sobre su superficie. Al tiempo que bebía a pequeños sorbos un té con hierbabuena, dejaba que su instinto adivinara al fondo el puerto de Tarifa. El sol trazaba su elíptico movimiento frente a las destartaladas mesas situadas en terrazas. Parejas de cierta edad, jóvenes descuidados y grupos alborozados reían y consumían sus bebidas, fumaban sus cigarrillos y se dejaban acariciar por la música de ambiente. Julio Iglesias cantaba La vida sigue igual.
El Hafa lucía en todo su decadente esplendor un día más, dibujado frente al primer mundo.
Un día de otoño frío y desapacible
Llovió durante toda la noche y fue incapaz de dormir tranquilo ni un solo instante. Sus últimas semanas habían sido especialmente convulsas.
La lluvia en Madrid siempre es un engorro pero cuando llevas zapatillas de tela esto se convierte en una auténtica pesadilla, empapados los pies parece que el cuerpo entero no responde a tus órdenes.
El hombre se movía apresurado, tratando de buscar los salientes de los pequeños balcones.
Bajó las escaleras del Metro a toda velocidad, lo que estuvo a punto de costarle una caída, y sin dudarlo, saltó por encima de los tornos de la Estación de Atocha. El seguridad le vio, pero prefirió mirar hacia otro lado, se imaginó que iba en dirección a las ruinas más allá de las vías... Y qué más da.
—Querría hablar con Mercedes
—¿De parte de quién?
—Su hermano
—No se retire.
Las esperas al teléfono con esas insufribles músicas de fondo son horrorosas. Y sobre todo cuando se consume el tiempo establecido y el jingle comienza de nuevo.
—¡Oiga! Mercedes no está ahora mismo disponible. ¿Quiere dejarle un mensaje?
—Quiero hablar con ella, ahora mismo. Dígale que soy su hermano y que es cuestión de vida o muerte. Que se ponga, que no me obligue a ir allí y meterme en su despacho.
Se obró el silencio al otro lado del auricular.
—Perdone, pero yo nada puedo hacer, ha sido una compañera quién me ha contestado.
—¡Dígala que se ponga, dígala que se ponga o aquí mismo me mato!
Al otro lado de la comunicación la cara de la operadora se había demudado totalmente, y dudó unos instantes. Él era un manojo de nervios y todo el andén estaba pendiente de sus gritos.
—¡Señorita! Se que está, que se ponga, no pienso colgar.
—Perdón, voy a tratar de nuevo de pasar la llamada.
Él se levantó del banco donde se había recostado y comenzó a caminar, hablando solo y en voz alta.
—“Esta puta me va a oír, esta puta me las va a pagar, esta puta me tiene abandonado, a esta puta al final la voy a tener que dar un par de hostias...”
—¡Dime!
—Me han dicho que no estabas, ¿Por qué me haces esto? ¿Sabes en la que estoy metido por tu culpa y la de tu marido? No me dejes tirado, que estoy peor que nunca.
—No te he dicho que no estaba, sino que estaba ocupada. Yo trabajo, ¿sabes? Y con este trabajo te voy salvando el culo cada día...
—¿Salvando el culo? ¿Pero de qué me hablas? Si he perdido todo por vuestra culpa, por dar la cara por vosotros...
—Bueno, lo que sea, que voy con prisa. Esta semana no te puedo ver, nos vamos fuera y además no tengo nada que darte. Estamos en las últimas. Quizás la semana próxima a la vuelta del viaje, si todo se ha dado bien, te llamo.
—¿Qué me dices? Que os vais y ¿me dejas aquí en la puta calle? No estás oyendo, estoy en situación límite, me he tenido que ir del piso, no tengo donde dormir, ni que comer. Decidles a vuestros amiguitos que me dejen en paz. Me han destrozado el coche ...solucióname esto o te arrepentirás, ¿me oyes?
—Perdona, pero no puedo hacer nada y por favor, no me llames al trabajo nunca más, ¿Lo entiendes? Nunca más...
—¡Oye tú! Recuerda que estoy así por vosotros, si me hubiera hecho el loco y no le hubiera hecho caso al cabrón de tu marido, hoy seguiría en mi estudio, en mi piso y sería a vosotros a los que estuvieran incordiando... ¿Mercedes? ¿Mercedes?... ¡Será hija de puta, me ha colgado, me ha colgado...!
Y estrelló el móvil contra el suelo para después pisarlo una y otra vez... Al tiempo que gritaba —¡Hija de puta! ¡Me voy a cargar a esa hija de puta!
La gente del andén, le miraba de reojo, incluso alguna mujer se paró a ver de cerca como machacaba el aparato contra el desgastado suelo.
De pronto cesó en su ataque de violencia, recogió los pedazos de teléfono del suelo, se los guardó en el bolsillo de la chaqueta vaquera y comenzó a caminar de nuevo por el mismo pasillo por el que accedió al andén. A lo lejos vio a una señora que caminaba con un guardia de seguridad, lo que le animó a meterse dentro del vagón que acababa de abrir sus puertas en la estación.
Por su aspecto muchos de los usuarios se le quedaron mirando. Claro que nadie se quedó a su lado, nadie le preguntó y nadie se interesó por su estado.
Adolfo se había prestado desde su cómodo status a un juego simple, rápido y rentable, por el que ganaría dinero de forma limpia. Y sin abandonar sus rutinas. Un error que al final le llevó a la calle. Acosado por aquellos que le ahogaban, sin saber él muy bien por qué.
Los encargos de intermediación entre políticos y concesionarios, exportadores, importadores, etc... se han convertido en una profesión tremendamente lucrativa en este país anestesiado por la velocidad del cambio. Y a veces sale bien, y a veces no sale.
La tarea que le encomendaron, se encontraba en punto muerto, por lo que no sabía muy bien a que atenerse. Su agarre eran su hermana y su cuñado. Y en este momento estaban mirando para otro lado. Se temía lo peor, el abandono.
La traición medida es sin duda un método de ascenso y consolidación de carreras al filo del delito.
Al llegar al piso que compartía con Gonzalo, comenzó a colocar todo lo suyo, lo poco que aún conservaba.
Su compañero le contó que habían venido al piso preguntando por él, que parecían polis, que no habían mostrado nada, pero que le olían a maderos... Él llevaba toda la vida poniendo copas en los baretos de Malasaña. Los olía.
Se sintió preocupado, inquieto y empaquetó de forma rauda las cuatros cosas que allí tenía y las metió en su mochila de color negro.
—¡Joder tío! No les digas ni pío, no sabes nada de mí, no sabes dónde puedo estar, en todo caso que me has perdido la pista.
—¡Ya! ¿Y lo de este mes?
—No tengo un pavo, nada... Te iba a pedir algo, 100 euros o lo que puedas.
—Hostia, ¿pero sabes lo que dices? Debemos dos meses de este alquiler y yo llevo una mala racha. Me pagan mal y no coloco nada de nada. No tengo ni un real, nada, voy viviendo de lo que pillo en el bote. ¡No me hagas esto!
—No puedo hacer otra cosa, me han dejado tirado del todo. Me voy a esconder un tiempo y ya veré en unas semanas. ¿Déjame algo?
—Adolfo, de verdad, no tengo más que veinte euros, ni tabaco tengo.
Se hizo un duro silencio entre los dos, lo que les permitió oír los pasos de alguien que de forma rápida ascendía por las gastadas escaleras de madera.
—Toma los veinte pavos y salta por el patio a la cocina de Puri. Ella ahora no está. Yo les entretengo. ¡Vete! ¡Vete!
Golpearon a la puerta a la vez que sonaba el timbre.
—¡Abran! ¡Somos otra vez los de esta mañana!
Adolfo saltó a casa de Puri, la cajera del Tiger. Se sentó en la misma cocina. Se tomó una cerveza, a modo de desayuno y esperó pacientemente.
Al lado se oían voces, algún golpe seco y poco más...
—No tengo ni idea de dónde anda. Ya me gustaría a mí saberlo.
—No hemos pagado aún el alquiler después de dos meses.
—Eso a mí me importa una mierda. Somos policías y te lo voy a decir una sola vez, si le vemos cerca de aquí, cerca de tu bar, pasando por la puerta del portal, o diciendo tu nombre en alto en la calle vengo y te llevo por delante, por encubrir a un delincuente. ¿Lo has entendido?
Silencio
—¿Lo has entendido?
—Sí, sí, claro, que lo he entendido. Pero si le encuentran antes, que por favor me pague los alquileres que debemos. Y por cierto, ¿me podías enseñar tu placa? Más que nada por saber con quién estoy hablando.
—¡Este tío es gilipollas! ¡Vamos! Que te den ...
Se giraron los dos y se marcharon. Gonzalo respiró profundamente. ¡Otra vez metido en líos!
Y al otro lado de la pared, en silencio, Adolfo acabó con la cerveza y un paquete de salchichas, de esas que tanto asco le daban.
Gonzalo se fijó en el montón de sus colillas, que arrugadas se amontonaban en el cenicero.
Adolfo, discretamente y una vez que habían pasado dos horas, se asomó pausadamente a la ventana del pequeño salón. No se veía nada excesivamente raro. Se colocó un gorro de lana color rojo, calándolo hasta las cejas y bajó lentamente la escalera. Primero subió un piso más. Miró por el hueco de la escalera y comenzó el descenso.
Al salir a la calle se dejó caer a la acera que en ese momento albergaba a varias chicas que gritaban como locas con libros en la mano.
Se cruzó de acera y subió raudo en dirección a Fuencarral. No había nadie aparentemente.
Bilbao, el Comercial... Recuerdos casi inalcanzables, casi imposibles de volver a recomponer. Al Metro y a tratar de pensar en el interior de la Estación.
Llegó a Sol y, sin saber bien porqué, se decidió a salir al exterior. Se mezcló entre los viandantes variopintos que acuden a Sol de forma casi inconsciente. Se dio un paseo por la zapatería donde en otro tiempo se situó uno de los cafés de más solera de Madrid. El Café de Levante, donde se juntaban un buen puñado de aficionados a los toros... Se lo había contado varias veces su padre, al que llevaba allí su abuelo, bueno para él, su bisabuelo.
Siguió caminando hasta llegar a la Plaza de Santa Ana, se sentó en una de las terrazas climatizadas y pidió una cerveza, aún a sabiendas de que su pequeña fortuna quedaría excesivamente mermada, le apetecía mostrar normalidad. Se despojó de su gorro de lana y lo arrojó a una papelera.
Se escurrió la tarde como un suspiro y aquella copa de cerveza se había convertido en un caldo de temperatura incierta y apariencia lamentable. Llamó al camarero que le trajo el ticket y fin, allí acabaron sus últimos recursos económicos.
Cruzó hasta el Villa Rosa y bajó por Núñez de Arce hasta Cruz y buscó una fachada reconocible, por allí vivía otro compañero de estudios, nada le devolvía información suficiente, se volvió y arañó su bolsillo para contar mentalmente el dinero del que disponía, subió al bar de la esquina y se sentó en una mesa bajo la gran lona. Pidió una caña, hasta ahí llegaría... tenía que pensar en el próximo movimiento. Se subió el exiguo cuello de su cazadora y cruzó los brazos sobre su pecho, cerró los ojos y el sopor de la cerveza le transportó hasta el reino de los sueños. Hacía fresco y humedad, se cerró su chaqueta vaquera hasta el último botón.
Dejó caer su cabeza hacia atrás, estaba cansado... y presa del frío que hacía mella en su resistencia apretó los parpados...Y se abandonó a su memoria y la dejó recorrer otros momentos ... Recordando cuando cuando se acomodaba en la butaca del Monumental y escuchaba a Debussy, mientras recorría los rostros de las mujeres de la Orquesta, una de sus debilidades. —“Observaba sus rostros, sus enérgicos movimientos, sus expresiones y sobre manera aquellas mujeres que acariciaban con su arco el chelo, ¡uhm! Con sus piernas abiertas y ese mimo con el que mantenían cerca de ellas aquel precioso instrumento. He de reconocer que esos momentos amaba a un montón de mujeres y me ayudaban a ilustrar la propia música. Mahler, Shostakóvich, Albeniz, Gershwin, Mozart, Mendelson... buff, yo qué sé, todos y todas ellas bailando en mi recuerdo, conseguían abstraerme de mi desgraciado presente. Hasta me hacían llorar de emoción. Aquellas mujeres...” —Se repetía para sí.
Y de repente, la nada. El reino de los sueños...
—¡Oye! Tío... ¿Te pasa algo?, ¿estás bien?
Le puso una mano cerca del hombro y le empujó suavemente...
—¡Eh! ¿Qué haces? Quita, quita ¿qué quieres?
Intentando levantarse, cosa que no pudo ya que el frío le había dejado semiparalizado.
—¡Joder! Pensaba que estabas frito. ¿Estás bien? No tienes buen aspecto, ¿te pasa algo? ¿eres de aquí?
El hombre que le había despertado mostraba sincera preocupación y trató de ayudarle a incorporarse.
—¿Quieres un café? Tienes cara de tener frío, ¿quieres o no? Vente dentro, anda, que yo te invito.
Se terminó de incorporar y aceptó la invitación.
—¿Quieres un café, u otra cosa?
—Pues prefiero una cerveza y algo sólido, tengo mucha hambre ... ¿Puede ser?
—Claro hombre, pide un bocadillo y la cerveza. ¡Jorge! Ponle a mi amigo lo que quiera, que me acaba de entrar un cliente para el aeropuerto. Que se tome lo que quiera, que yo vuelvo en un rato. Soy taxista...
—Gracias, de verdad, muchas gracias.
—Nada hombre, que te vaya bien.
El hombre, de aspecto jovial, salió del establecimiento y el camarero acercó la carta al aterido y confundido Adolfo.
—Gracias, me pone unas croquetas, un bocadillo de tortilla francesa con jamón y una cerveza. Por favor.
El camarero asintió con la cabeza y él desabrochó lentamente su cazadora. Respiró profundamente y tomó asiento en una mesa situada al lado del ventanal que daba precisamente a la calle por donde había vuelto a la plaza. Observó el deambular de los viandantes, cada vez era más rápido, había comenzado a llover de nuevo.
Se deleitó en su pedido, al tiempo que iba recuperando sus constantes, estaba entrando en una temperatura más razonable.
Pidió otra cerveza y después un café con leche, que sugirió estuviera muy caliente. Unas magdalenas y siguió con su observación de la calle. Y aunque le parecía una descortesía no esperar a su nuevo amigo, se levantó y agradeció efusivamente el trato al camarero que le había atendido.
—¿No va a esperar a Nico?
—No, voy a ver si encuentro a un amigo que vivía por aquí hace tiempo. Dele las gracias en mi nombre, por favor.
—Como quiera, buenas tardes.
Al intentar salir de nuevo a la plaza alguien le agarró del antebrazo, el susto fue tremendo...
—¿Ya has metido algo para dentro?
—¡Oh! Sí, sí, me he asustado, no esperaba volver a verte... Muchas gracias, me encuentro mucho mejor.
—Anda ya, si estás otra vez tiritando. ¿Dónde piensas ir con la que está cayendo? Tómate algo conmigo, que yo ya tengo el día echao...
Adolfo dudó unos instantes, no sabía qué pensar del comportamiento de su generoso amigo, pero no encontró argumentos para volver a la calle. Llevaba la chaqueta empapada, los pies helados y al menos dentro se estaba bien.
—Claro, claro, y muchas gracias por invitarme al bocata, bueno y a todo lo demás, de verdad, muchas gracias...
—Anda pasa, que tienes que entrar en calor y secarte un poco más. ¿Eres de por aquí? ¿De Madrid?
—Sí, soy de Madrid, antes vivía en la Ciudad de los Periodistas. Ya no. Se me han torcido las cosas.
—¿Y ahora? Porque tienes un aspecto horrible, aunque no se te ve mala gente, eres educado y vas bien vestido, bueno, aunque tu pinta es un poco desastrosa.
—Estoy buscando a un amigo que vivía por aquí, en Cruz. Pero cuando he pasado por allí todo estaba cerrado. Y no recuerdo bien el número del portal. No sé, lo mismo ya no está por aquí.
—Vale, ¿Tienes dónde dormir y eso...?
—No, la verdad es que no. Y además no tengo ni un euro.
—Yo vivo en Almendrales, en Usera, si quieres te puedes quedar allí. Yo estoy todo el día metido en el puto taxi y además estos días tengo servicios concertados.
—No sé, no creo que sea buena idea.
—¡Oye tú! No vayas a pensar que soy un bujarra o un secuestrador... si te hace, te vienes y si te entra canguelo, pues lo dejamos, te quedas por aquí y que tengas suerte. Yo te lo ofrezco de corazón. Venga, lo piensas, tómate algo calentito... ¡Niño! ¿Qué quieres tomar?
A mi ponme una cerveza y un bocadillo de anchoas con tomate... ¿Y tú?
—Pues lo mismo...
—Joder, arrastras hambre, ¿eh?
—Sí, la verdad es que estoy jodido.
—Venga, pues a comer que las penas con pan son menos penas...
Los dos hombres se rieron y el taxista dio varias palmadas en la espalda de Adolfo, comprobó que seguía empapado y le invitó a quitarse la vaquera.
Ambos sonrieron y comenzaron a devorar sus bocadillos entre sonrisas y bromas. Una conversación intemporal e intrascendente se situó entre ambos.
Por la cabeza de Adolfo le volvieron a desfilar los últimos meses y se tragó sus recuerdos envueltos en un trozo de pan. Bebió cerveza y comenzó a notar que estaba a salvo.
—¿De quién te escondes?
—¿Yo? No, no, de nadie...
—Venga, no has dejado de mirar al espejo para ver la puerta del lateral y continuamente miras cuando alguien entra desde la plaza.
—¿No serás un poli?
—Ja, ja, ja, ¿tengo pinta de ser poli? Anda, anda, soy un desgraciao del taxi y con menos horizonte que el Rayo Vallecano... ¿Te gusta el fútbol?
—No mucho. ¿A ti sí?
—Bueno, de algo hay que hablar. Tampoco me hace mucho, pero vaya, a los compañeros sí y hacemos quinielas y esas cosas. Prefiero las tías, el porno y esas cosas. Soy un poco cafre, hablando de sexo. Eso sí me gusta, follar, me vuelve loco.
Adolfo arqueó las cejas y no articuló palabra. Todo se le mezclaba en su ajetreada mente. No sabía cómo entrar en esa conversación.
—Joder, pues sí que es buena afición...
—Pero no pongas esa cara, no soy ningún pervertido. Ja, ja, ja, que has puesto cara de susto. Sabes, yo vivo en el piso en el que vivió el tipo aquél que mató a las dos tías con las que llevaba toda la vida viviendo...
—Pues no, ni idea. Y ¿te parece interesante?
—No, me toca los huevos, pero lo alquilé por una mierda, nadie quería vivir ahí. Aún los vecinos me miran mal. Pero a mí me la bufa, estoy más tiempo en el taxi que en el puto piso.
En ese momento por la puerta del bar se deslizó un coche de policía, sus destellos azules se reflejaron en el espejo de detrás de la barra. Adolfo agachó la cabeza y giró su cuello.
—Oye, ¿no estarás huyendo de esos?
—¿De quién? No, no, de verdad
—De la pasma.
—No, no, de verdad, ¿Por qué?
—Te has puesto un poco nervioso cuando has vistos las luces.
—Bueno, estoy jodido, pero no he hecho nada, es por culpa de mi hermana y mi cuñado, que me han metido en un lío de pasta.
—Y ¿Qué tiene que ver la poli en esto?
—Tienen muchos amigos, son poderosos. Ella está en una empresa farmacéutica y él está metido en política. Son dos impresentables.
—¿Y tu casa? ¿Tus cosas? Sigo diciendo que no tienes mala pinta. Pero me tendrás que contar más cosas, así no sé a quién voy a meter en mi casa.
El silencio se abrió paso a través del bullicio del establecimiento. Adolfo tragó saliva, alzó la cabeza miró al taxista y respiró hondo.
—Es largo y muy complicado. Te puedo hacer un resumen. Estos dos me liaron para hacer de testaferro de un negocio seguro, una compra de material clínico que pasaría todos los trámites sin problema alguno. Poco riesgo y gran beneficio. Un pelotazo asegurado. Y cuando estaba todo en proceso presentan una moción de censura y cae el gobierno. Todo se paraliza, se levanta el lío y el que hacía de intermediario era yo. Simplemente.
Ellos siguen con su actividad y simplemente dejan que todo me señale a mí.
Me han estado acosando, lograron que saliera de mi piso, me han cancelado tarjetas del banco y una mañana me encontré con que me habían quemado el coche.
Aunque con reparos, yo tengo una vinculación directa con ambos y eso es muy peligroso, por lo que deciden que mejor que me ocurra algo, antes de que se levante más la tostada.
—Qué hijoputas. ¿Y tu hermana qué te ha dicho? ¿Has hablado con ella?
—Pues lo he intentado varias veces y esta mañana al fin hablé con ella por teléfono. Me pidió que desaparezca y que no la vuelva a llamar más.
—No me jodas... y ¿tu cuñado?
—Ese ha desaparecido, le han sacado de su puesto anterior y está intentando que le saquen de aquí a un puesto en la Embajada de Brasil o Uruguay. Los favores siempre se pagan. Y ha sido muy rápido. Aunque sigue por Madrid. Con él tenía poco roce, lo hice por mi hermana. Y por mí, claro, ganaría una pasta sin apenas esfuerzo.
—Vaya marrón tío, no me extraña que estés tan jodido. ¿Y dónde vivías? ¿Tienes familia?
—Que va, yo tenía un pequeño estudio de publicidad en mi propio piso en la ciudad de los periodistas, me iba bien. Pero ya te he dicho que lo tuve que dejar, me rescindieron el contrato y me presionaron para salir. Y cuando pasó lo del coche me esfumé. Ahora estaba con un antiguo compañero de instituto. Piso compartido momentáneo y poco más. Soy de pocos vicios y caprichos.
—Vuelve a llamar a tu hermana y presiónala o algo, ¿no? Joder con la familia.
—Rompí esta mañana el teléfono en un ataque de cabreo y no recuerdo su teléfono, no sé, estoy tan confundido.
—Y ¿Dejaste el teléfono roto por ahí?
—Bueno tengo en el bolsillo los restos, me dio vergüenza dejarlos tirados en el suelo.
—¿Dónde lo tienes?
Metió la mano en su cazadora y comenzó a sacar una interminable sucesión de pequeños trozos de plástico negro y algún objeto de mayor tamaño, la carcasa delantera, la batería...
—Déjame que vea.
—Todo tuyo. ¿Por qué llevas guantes de nitrilo?
—Tienes aquí la tarjeta de memoria, con esto puedes recuperar todos tus números y llamadas y eso... los llevo por higiene, en el taxi entra mucha gente, me acostumbré hace tiempo ¿Quieres que hagamos una copia y sacamos un teléfono?
—No tengo un pavo, me han bloqueado la cuenta de mierda que tenía y no llevo nada encima.
—Bueno, me encargo yo de ayudarte, esos hijoputas no se van a salir con la suya. Mala sangre...
—Bueno, pero lo mismo me tienen localizado el teléfono, ¿no?
—Pues podría ser, si son tan poderosos, seguramente que sí. Podemos hacer otra cosa, con la tarjeta activa sacamos los datos y los volcamos en otro teléfono, con otro número... de momento te servirá para volver a llamar a tu hermana o contactar con alguien de confianza.
—Lo de mi hermana solo sería para volver a insultarla y gente de confianza, poca, mi compañero de piso y alguna chica de la universidad donde estaba dando clases de informática aplicada al diseño artístico. Poca cosa.
—Vamos a hacerlo tío, esto mola, joder...
—¿Qué vamos a hacer?