Una promesa audaz - Kaylie Smith - E-Book

Una promesa audaz E-Book

Kaylie Smith

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Beschreibung

La cuenta atrás para la Guerra Final ha comenzado. Tal y como vaticinó la profecía, Calla ha resultado ser la última Guerrera de Sangre. Pero ese no ha sido el único cambio en su vida: ahora su alma está unida a la de uno de los príncipes ónice, en una unión casi imposible de romper que los condena a ambos. Sus destinos están sellados, y saben que deben prepararse para la Guerra Final. Pero antes tienen muchas cosas que resolver. Y la prioridad número uno es rescatar a Delphine del Mar de las Sirenas. Por si esto fuera poco, un pergamino secreto puede cambiar el destino de todas las criaturas mágicas#

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Portadilla

Para Isaac... Dondequiera que vayas, te seguiré. Adonde sea. Adonde quieras.

Glosario de personajes

BRUJOS

Ónice

Lysandra Black (ella): reina ónice, madre de Gideon y Ezra.

Gideon Black (él): príncipe ónice primogénito, hijo de Lysandra. Es uno de los seis guerreros de sangre predestinados y su alma está vinculada a Calla Rosewood.

Ezra Black (él): príncipe ónice más joven, hijo de Lysandra.

Caspian [Cass] Ironside (él): brujo ónice, mejor amigo de Gideon. Beta de Kestrel en la cofradía de la reina ónice junto a Gideon.

Kestrel Whitehollow (él): comandante de la cofradía de la reina ónice.

Escarlata

Myrea (ella): reina escarlata.

Calliope [Calla] Rosewood (ella): siphon de sangre. Es uno de los seis guerreros de sangre predestinados. Su alma está vinculada a Gideon Black.

Hannah Carmine (ella): mejor amiga de Calla y Delphine. Versada en nigromancia y magia oscura.

Sirenas

Delphine DeLune (ella): mejor amiga de Calla y Hannah. Formaba parte del cardumen de Reniel en el mar de las Sirenas.

Reniel (él): líder de un cardumen en el mar de las Sirenas.

Celeste (ella): miembro del cardumen de Reniel. Antigua compañera de piso y exnovia de Delphine.

Eros (él): miembro del cardumen de Reniel.

Zephyr (él): miembro del cardumen de Reniel.

Bellator (él): hermano de Reniel.

Valquirias

Ignia (ella): reina de las valquirias.

Amina (ella): valquiria exiliada, mejor amiga de Lyra y Sabine.

Sabine (ella): camarada de Lyra y Amina.

Lyra (elle): camarada de Sabine y Amina.

Meli (ella): ex de Sabine.

Otros

Dioses del destino: cuatro seres que gobiernan Illustros.

El Caminante: misterioso ser mágico condenado a vagar por el planeta.

Jack el Mañoso (él): antiguo casero de Calla y mandamás del gremio más poderoso del mercado negro de Estrella. Humano.

Devorabrujas (elle): antigua criatura inmortal que reside en una cabaña dentro del Bosque Interminable y vigila los tejemanejes de los dioses del destino.

Em (ella/elle): familiar del Devorabrujas. Cambiaformas sin alma, obligada a cumplir las órdenes del Devorabrujas hasta saldar su deuda.

Prólogo

Las llamas que devoraban la noche crepitaban como huesos rotos alrededor del brujo. Sentía la llamada del dado, que retumbaba más fuerte en sus venas a medida que se acercaba más y más al lugar donde había surgido. Las pisadas que resonaban a lo lejos y el infierno abrasador a su espalda lo instaron a avanzar más rápido, hasta que alcanzó una velocidad vertiginosa. Era una carrera..., y si perdía, el precio era la muerte.

Se le escapó un fuerte improperio mientras sus músculos se tensaban de dolor. No estaba seguro de cuánto aguantaría su cuerpo a ese ritmo. Los calambres de las pantorrillas le dificultaban el avance y, justo cuando estaba a punto de rozar el límite, por fin distinguió el faro de luz carmesí que emitía el dado brujo. Brillaba en la espesura del prado de sanguinarias que tenía delante. Cada vez estaba más cerca de su ansia­do destino. Un bramido de alivio surgió de sus labios al tiempo que alguien gritaba a su espalda, pero era demasiado tarde para ellos. Se lanzó al prado y apartó los tallos de sanguinarias del camino, pisoteando las enredaderas espinosas bajo sus pesadas botas.

Allí estaba.

Se tiró hacia el cubo maldito, lo recogió y lo arrojó al suelo en un abrir y cerrar de ojos. Los soldados lo alcanzaron un instante después, pero cuando lo pusieron en pie, el dado mágico ya mostraba la cifra.

Cinco.

Una ráfaga de luz dorada brotó del brazo izquierdo del brujo, y los soldados se detuvieron, conmocionados. Él sonrió mientras miraba los puntos negros que conformaban sus tiradas del destino. Cuando apareció la sexta y última cifra, tenía los nervios a flor de piel. Un instante después, el fatídico tatuaje de su brazo comenzó a transformarse en una constelación de oro. Cada punto fue encendiéndose, uno a uno, cobrando vida.

Cuando la luz dorada se desvaneció, sintió que la magia de su interior se transformaba en algo diferente: algo más frío.

Se giró para enfrentarse al escuadrón de soldados escarlata. Lo habían rodeado en el campo de sanguinarias y las plantas espinosas se marchitaban por el creciente calor. Uno de los brujos escarlata desenvainó una daga del cinturón y se abalanzó sobre él. Cuando le clavó el arma en el abdomen, la hoja rajó la tela de la camisa sin dificultad, pero el acero se dobló sobre sí mismo en el instante en que la afilada punta se encontró con la piel. En ese momento, supo que la maldición se había completado, que todos los rumores eran ciertos. Su carne ya no podría ser penetrada por ningún arma: su cuerpo ahora era invulnerable a cualquier magia o daño.

Alguien a lo lejos gritó una orden ronca, pero el mundo a su alrededor se había desvanecido. En ese momento solo existían él y su destino, más tangible que nunca. El alivio mezclado con el terror inundó su cuerpo mientras la risa que brotaba de su garganta crecía hasta volverse aún más salvaje que las llamas que lo rodeaban.

El quinto guerrero de sangre había sido elegido.

1

Delphine DeLune se encontraba sumida en la oscuridad.

Estaba sentada contra la pared rocosa de su celda, atada con cadenas, con la cabeza gacha por el agotamiento. No tenía for­­ma de saber con exactitud cuánto tiempo llevaba allí abajo, pero había sido el suficiente como para que volvieran a crecer por completo las membranas interdigitales de sus manos y sus pies.

Un clang metálico vibró en el agua. Alzó la cabeza para ver cómo se abría la puerta de la celda y, con el movimiento, su cabello plateado flotó alrededor de su rostro. En la puerta se dibujaba una alta silueta. Los ojos de Delphine se adaptaron lentamente a la luz que se filtraba, y notó una punzada aguda de dolor en la cabeza mientras se esforzaba por enfocar la vista y reconocer el rostro. Sin embargo, no necesitaba ver para saber quién era.

El hombre que se le acercaba era una pesadilla que cobraba vida y hacía que todo su cuerpo se estremeciera, anticipando el dolor. Él se agachó hasta quedar a la altura de sus ojos, y hubo un destello de luz en un objeto que llevaba al cuello. Una llave.

Una sonrisa malvada se dibujó en su rostro.

–¿Lista, luz de luna?

Delphine lanzó un bramido de rabia cuando el hombre agarró las cadenas y la arrastró fuera de la estancia.

2

Un trueno retumbó en el tormentoso cielo del Bosque Interminable mientras Calla avanzaba, al acecho. La lluvia caía a cántaros, empapándole el pelo y la ropa, que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. El suelo que pisaba se había convertido en barro y el penetrante olor a tierra impregnaba el aire mientras parpadeaba para librarse de las gotas de agua de las pestañas.

El grito de terror no provenía de muy lejos.

Calla se deslizó entre los árboles, esquivando las ramas retorcidas que se interponían en su camino. Sus pisadas producían un chapoteo desagradable y el barro se le pegaba a los zapatos, pero no bajó el ritmo ni por un instante. No hasta que consiguiera encontrar lo que buscaba. O, más bien, a quien.

Allí, a unos metros –atrapada en una trampa que Caspian había elaborado con lianas y meticulosa pericia–, se hallaba una ninfa de pelo verde de lo más familiar.

Calla apretó el ritmo y sus pisadas se volvieron tan atronadoras como la tormenta que caía del cielo. Cuando se detuvo frente a la ninfa que se debatía en la red improvisada, una triunfante descarga de adrenalina corrió por sus venas. Cada vez que la ninfa tiraba de la maraña, las lianas se apretaban más y más.

–¡Suéltame! –gritó, con un asomo de pánico destellando en su mirada.

–No –contestó Calla. Su voz era casi inaudible con la lluvia–. Me debes algo, y estoy aquí para cobrármelo.

El rugido de la tempestad que se arremolinaba sobre ellas sonaba cada vez más fuerte. La ninfa parecía estar a punto de replicar algo cortante cuando sus pupilas se desviaron hacia el hombro de Calla y el alivio sustituyó al pánico.

Antes de que la bruja pudiera darse la vuelta, sintió la fría presión de un cuchillo contra su garganta. Tragó saliva y la hoja de acero le raspó la piel, pero no se movió un ápice.

–No hagas un solo movimiento –siseó una voz desde atrás.

Era la ninfa de pelo rosa –no recordaba su nombre; estaba enterrado en la bruma–, y Calla sonrió satisfecha por haber conseguido atraerlas a ambas más rápido de lo que esperaba.

–¿Has olvidado lo que soy? –Calla ladeó la cabeza, permitiendo que el cuchillo se deslizara sobre su piel húmeda y dejara un corte poco profundo. Notó un hilillo de sangre caliente corriendo por su cuello.

–Te voy a desangrar... –empezó la ninfa, pero, antes de que pudiera concluir la amenaza, Calla alargó la mano y le agarró la muñeca como una tenaza. El cuchillo se le clavó más profundamente durante un breve instante.

Se concentró en cómo se agitaba de terror el pecho de la ninfa contra su espalda mientras su siphon interior se enganchaba en su objetivo. La ninfa forcejeó para liberarse, pero Calla se volvió en redondo, salpicando barro, y le agarró ahora la garganta.

–No sé qué impresión os habréis llevado vosotras dos, este bosque o los propios dioses, pero os garantizo que ya no vais a poder jugar a vuestros jueguecitos conmigo –declaró en tono desapasionado mientras su magia despertaba por completo y se extendía por sus huesos–. Nos debéis un favor a mi amigo y a mí, y no me marcharé hasta que nos lo cobremos.

Como demostración, desplegó cuidadosamente su poder y absorbió un poco de la energía de la ninfa: lo bastante para que su sangre vibrara de anticipación y para que el pulso de la mujer se acelerara de miedo.

–Por favor –farfulló laninfa mientras el cuchillo que tenía en la mano caía al suelo, a sus pies–. Saldaremos nuestra deuda. ¡Suelta a Gabi!

Gabi, repitió mentalmente Calla, reconociendo el nombre de la ninfa atrapada. Su primer encuentro había sido demasiado confuso, pero esta noche estaba preparada para cualquier truco que intentaran para manipular su mente. Había ingerido un puñado de las bayas de saúco resistentes al glamour que Caspian había recogido durante el viaje, las mismas que Gideon le había atado a la muñeca antes de entrar en el bosque. Había perdido el brazalete en el caos del enfrentamiento con la hidra, justo antes de que todo fuera de mal en peor.

–Quiero una forma de resucitar a alguien de entre los muertos –ordenó Calla mientras el recuerdo más doloroso de todos intentaba emerger del abismo sombrío de su mente.

Gabi desorbitó los ojos color esmeralda ante la petición.

–No podemos hacer ese tipo de magia...

–Entonces, buscadme a alguien que pueda –exigió Calla.

–Darci y yo no podemos hacer ese tipo de magia –continuó Gabi–, pero túsí. Eres una bruja escarlata. Tu reina escogió la sangre y los huesos como fuente de su magia: la vida y la muerte.

Calla entrecerró los párpados.

–La nigromancia solo reanima a los muertos; no reconecta el alma. Y no pienso usar magia oscura.

Pensó en Hannah sin poder evitarlo. Después de tantos años de haberse visto obligada a practicar la nigromancia, su magia había entrado en un estado de letargo. Ahora, su amiga se ponía terriblemente enferma solo con intentar acceder a su poder.

–Si lo que buscas es un alma, hay formas de recuperarla, pero no son fáciles de encontrar –masculló Darci, ahogada por la mano de Calla, que le aferraba el cuello con fuerza y hacía que se le quebrara la voz–. Las valquirias, por ejemplo, pueden cosechar almas y llevarlas adonde quieran, así como invocarlas directamente desde el más allá, pero encontrar una dispuesta a semejante tarea no será fácil.

–Imposible –Calla negó con la cabeza–. Otra opción.

–Ninguna, realmente, si el cadáver al que intentas conectarla no tiene corazón–le espetó Darci.

Calla contuvo el aliento.

–¿Cómo infiernos sabes eso?

–Sabemos muchas cosas. Hasta en el último rincón del bosque se habla de lo que pudo haber ocurrido en la cabaña del Devorabrujas, pero casi todos los chismes carecen de interés. Lo importante es la ausencia de la valquiria. Se ha marchado, y eso solo puede significar una cosa: ha pagado la deuda de su exilio. –Los ojos de Darci brillaron de rencor, regodeándose–. Menudo caos has desatado..., incluso para los estándares del Bosque Interminable.

–Tienes mucha suerte de que no te esté pidiendo tucorazón para traerlo de vuelta –bufó Calla, a punto de ceder al impulso de drenarla y borrar la arrogancia de su cara–. No estoy de humor para oír tus críticas.

El brillo de los ojos de Darci se atenuó ante la amenaza tácita. Bien.

–Al grano –continuó Calla–. Corazón aparte, ¿cómo recupero un alma?

Los corazones eran reemplazables. Las almas no.

–El valle de las Almas –respondió Gabi–. Si la valquiria no ha cosechado su alma, entonces habrá acabado allí. Puedes abrir un portal al valle de las Almas con los ingredientes y el hechizo adecuados..., y luego traer un alma de vuelta.

–¿Qué ingredientes? ¿Qué hechizo? –insistió Calla.

–Invocar portales requiere una cantidad de poder sin precedentes y un talismán del lugar al que intentas llegar –dijo Darci–. En cuanto al hechizo, repito... Nosotras no hacemos ese tipo de magia. Te las tienes que ingeniar sola.

–¿Un talismán específico del valle de las Almas?

Las dos asintieron.

–Eso es lo que quiero de vosotras, entonces –exigió Calla.

Darci sonrió de forma malévola.

–Lo siento, pero ya has agotado tu favor. Querías saber cómo resucitar a alguien de entre los muertos y te hemos dado las instrucciones para hacerlo. Deberías escoger tus palabras con más cuidado la próxima vez.

Eso debería haber provocado la ira de Calla, pero no sintió nada. Era como si, durante las últimas veinticuatro horas, sus emociones hubieran sido sustituidas por una apatía gélida que se extendía lentamente por su mente y por su cuerpo como un veneno. Hasta la lluvia torrencial que le pinchaba la piel le daba igual; era poco más que un inconveniente.

Se preguntó si, en el momento en que Ezra había perdido su corazón, ella también habría perdido el suyo.

Finalmente, Calla soltó a Darci y observó, impasible, cómo empezaba a toser. En lugar de discutir, dijo:

–Aún le debes un favor al príncipe ónice. Me aseguraré de que escojamos cuidadosamente nuestras palabras.

Darci arrugó la nariz con desdén.

–Más vale que os andéis con ojo el príncipe y tú. Necesitaréis mucho más que pedir un par de favores para salir del lío en el que os habéis metido. ¿Cómo lleváis lo del vínculo de almas?

Calla entrecerró los ojos.

–¿Qué sabes de eso?

El brillo regresó a los ojos de Darci.

–Ah, así que ese rumor síes cierto.

Mierda. No debería haberle revelado a una criatura feérica algo personal y le dio rabia haber caído en una trampa tan obvia, pero ya que había metido la pata...

–¿Sabes cómo...? –comenzó Calla, pero la interrumpió la risilla burlona de Darci.

–¿Cómo romper el vínculo? No. No poseemos una magia lo bastante fuerte como para quebrar un enlace tan poderoso. Yo en tu lugar no me molestaría en pedir ese favor –hizo una pausa–. ¿Por qué?¿Ya te cansaste del primogénito de los príncipes ónice? Creía que lo habías elegido a él; seguramente eso es lo que pensaba su hermano después de veros besaros, vaya.

Esas palabras deberían haberle roto el corazón a Calla –sin duda esa era la intención de Darci–, pero... apenas les prestó atención.

–Gideon y yo no elegimosel vínculo del alma –replicó Calla–. Nada me impedirá...

A su izquierda, oyó unos pasos pesados chapoteando en un charco, y sus palabras murieron en sus labios. Darci y Gabi palidecieron varios tonos al ver la figura de uno noventa de estatura que surgía de la arboleda.

–Calliope.

Hablando del diablo, pensó Calla mientras su magia zumbaba, reconociéndolo.

Gideon avanzó a grandes zancadas, con el pelo azul cobalto empapado en la frente y los ojos tan oscuros como la tormenta. Sus iris no se habían tornado de color plateado ni una sola vez desde hacía un día.

El cuerpo de Calla se movió instintivamente hacia Gideon mientras se acercaba. Su ropa negra lo convertía en una sombra más en la noche. Entrecerró los ojos mientras recorría su rostro y su cuello, y observaba los cortes superficiales que mimetizaban los suyos. La lluvia todavía no había lavado toda la sangre. No habían tenido tiempo de comprobar hasta qué punto llegaba su vínculo, pero de momento sabían que provocaba dos efectos evidentes: cada herida que sufría uno se replicaba en el otro, y podían percibir sus emociones intensificadas, si estaban lo bastante cerca. O, al menos, Calla sentía las emociones de Gideon.

Ahora mismo, por ejemplo, notaba que lo invadía la rabia, pero lo único que ella experimentaba era indiferencia.

–No deberías haber venido sola –le espetó con una mirada dura.

Calla se encogió de hombros.

–Oí el grito y no quise arriesgarme a que se escaparan.

Gideon paseó las pupilas por el cuerpo de Calla, como si quisiera asegurarse de que se encontraba bien, le dijera lo que le dijera el vínculo con su alma, y ella se balanceó nerviosa, consciente de pronto de su aspecto. Tenía el pelo revuelto, la túnica empapada se le pegaba a las curvas de forma, probablemente, muy poco favorecedora..., igual que los pantalones negros que le había prestado Cass, demasiado ajustados como para abrocharlos y demasiado largos para poder andar con ellos. Había tenido que plegar tres veces los dobladillos para que le quedaran por los tobillos y poder moverse sin tropezar. Cuando se marcharon precipitadamente de Estrella, jamás hubiera esperado pasar más de unos días en el bosque, y aún daba gracias de que le hubieran entrado los pantalones de Caspian.

La voz de Gideon sonó tensa cuando interrumpió su hilo de pensamientos para preguntar:

–¿Hiciste la petición...?

Calla asintió mientras las ninfas fruncían el ceño.

Gideon tardó en apartar los ojos de Calla, como si le costara esfuerzo, y se volvió hacia Darci y Gabi.

–De momento, conservaré mi favor sin gastarlo, si no os importa. Y si lo hace, francamente, me la sopla.

Darci le enseñó los dientes.

–Maldito seas, príncipe. Ojalá acabes en los infiernos.

–Ya estoy allí –replicó Gideon, echando a caminar para alejarse. Le hizo un gesto con la cabeza a Calla para que lo siguiera, pero ella lo ignoró. Sacó un cuchillo del bolsillo oculto de los pantalones de Caspian y se dispuso a cortar las intrincadas lianas que atrapaban a Gabi. Darci corrió hacia su amiga y la ayudó a liberarse de la red antes de quitarse algo de un dedo y arrojarlo a los pies de Calla.

–Cuando quiera cobrarse su favor, que rompa la piedra para llamarnos. Preferiríamos que no nos tendierais más trampas para darnos caza como animales salvajes.

Un instante después, ambas desaparecieron.

Antes de que Calla se agachara a recoger el anillo, oyó la voz de Gideon justo detrás de ella.

–¿Qué les estabas diciendo cuando llegué?

Se volvió hacia él y retrocedió un paso para dejar distancia mientras se devanaba los sesos para recordarlo.

Gideon y yo no elegimosel vínculo del alma. Nada me impedirá encontrar la forma de romperlo. Eso eslo que estaba a punto de decir cuando llegó.

Sacudió la cabeza.

–Nada importante.

La mentira le habría dejado un sabor mucho más amargo en la boca si no fuera porque ambos se encontraban haciendo equilibrios en la cuerda floja; un instinto atávico la obligaba a impedir que ninguno de los dos se precipitara al vacío. La situación era demasiado inestable como para ahondar en su vínculo mágico ahora. A su alrededor seguía flotando la espesa niebla de la muerte y, hasta que no estuviera segura de que podían hacer algo respecto al vínculo de las almas, lo mejor era centrarse en asuntos más urgentes. Como encontrar a Del­phine y averiguar cómo invocar una puerta al más allá hasta el valle de las Almas.

Gideon la observó durante un largo instante. Un relámpago cruzó el cielo e iluminó su rostro solemne. Apretó la mandíbula y finalmente apartó la mirada. Si sospechaba que le estaba ocultando algo, no insistió.

–¿Conseguiste lo que necesitábamos?

Calla puso una mueca.

–No exactamente. No formulé correctamente mi petición... Todo lo que pude sacarles fue información.

–¿Al menos es útil?

Suspiró.

–Si te refieres a que ahora sabemos que la tarea no es imposible..., sí. Solo necesitamos encontrar una manera de llegar al valle de las Almas.

Gideon se pellizcó el puente de la nariz.

–Supongo que no debería haberme hecho ilusiones: hablábamos de tratar con criaturas feéricas. Al menos Cass sabe dónde conseguir las algas que necesitaremos para ir tras Delphine. ¿Algo más antes de que nos larguemos con viento fresco de este puñetero bosque?

–Espero que no –murmuró Calla–. La lista de lo que tenemos que hacer empieza a ser inmanejable.

Gideon le dirigió una mirada cautelosa antes de seguir hablando.

–Vamos a informar a los demás.

Se alejó sin esperar más mientras Calla se agachaba para sacar el anillo de la ninfa del barro. Lo alzó para que la lluvia lavara la suciedad de la gema rosa y verde que coronaba la banda dorada y, cuando inclinó la cabeza para inspeccionarlo, percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Tensó el cuerpo y se volvió hacia la derecha, pero no vio nada. Entrecerró los ojos para distinguir el bosque a través del aguacero y tardó en bajar la guardia un largo minuto, cuando comprobó que no pasaba nada. Volvió a mirar el anillo...

Y un conejo negro se lo arrebató de la mano.

3

Amina se detuvo en seco al llegar a la linde del Bosque Interminable. Había intentado cruzar muchísimas veces. Todos los intentos habían acabado con ella retorciéndose en el suelo del bosque con un dolor tan agudo que le destrozaba los huesos.

Tuc-tump. Tuc-tump. Tuc-tump.

Bajó la mirada y contempló el corazón ensangrentado del príncipe ónice que tenía en las manos. Un desgraciado final para el pobre brujo..., pero un nuevo comienzo para ella.

Echó los hombros hacia atrás, invocó sus alas y desplegó los plumosos apéndices en toda su envergadura. Agarró con una sola mano y con fuerza el corazón que continuaba latiendo y levantó la otra para palpar el velo invisible que tenía delante. Sentía el cosquilleo del glamour del bosque en la delicada piel de la palma de la mano. Respiró hondo y metió los dedos, esperando que la maldición que la mantenía exiliada en aquel bosque monstruoso se activara y le impidiera escapar, como había hecho antes.

Pero no sucedió. Entonces, atravesó la linde con el brazo.

Amina emitió un grito de júbilo y se lanzó hacia delante. Atravesó la gruesa barrera gelatinosa como un rayo para salir al mundo exterior cuanto antes, preocupada por si la magia que la mantenía atrapada cambiaba de opinión de repente. Cuando cruzó al otro lado, estuvo a punto de romper a llorar. Estrellas, estrellas de verdad, centelleaban sobre su cabeza. No falsas, creadas por el glamour del bosque. Un segundo después le vino el perfume a nieve y avellano de bruja e inhaló profundamente, disfrutando de la gélida brisa que le acariciaba la piel.

Por fin había terminado su exilio.

Hacía más de dos años que Amina no volaba tan alto. Había echado mucho de menos sentir el viento contra sus rizos o deslizándose entre sus plumas. Si no hubiera estado tan ansiosa por llegar a su destino, podría haber seguido volando hasta el amanecer.

Voló kilómetros y kilómetros sobre el reino brujo ónice. El gélido aire, escaso a la altitud en la que estaba, le quemaba los pulmones. Entre las ciudades iluminadas en plata que se extendían por la tierra había extensos campos que sabía que estaban sembrados de avellanos de bruja rojos y morados. Aproximadamente una hora después de sobrevolar el espectacular palacio de la reina ónice, finalmente llegó a la mitad del camino de su destino: el lago de Plata. La superficie de mercurio era especialmente etérea a la luz de la luna, y a Amina le entraron ganas de llorar al verlo. Ya casi estaba en casa.

Cuando cruzó la frontera de la Tierra de las Valquirias y atravesó las nubes para divisar a lo lejos el mármol y el oro de la ciudad de Valor, sintió que las alas le iban a fallar en cualquier momento. Los tendones apenas soportaban su peso y le suplicaban que se detuviera, que descansara, pero en cuanto localizó la colina del enorme terreno, se impulsó con más fuerza. Cuando estaba a un kilómetro de distancia, recogió las alas, apretándolas contra la espalda, y se abatió como una flecha a través del cielo nocturno hacia a una gran mansión familiar, con el objetivo de aterrizar en el mármol ajedrezado del porche. En cuanto estuvo a poca distancia del suelo, desplegó las alas y permitió que el aire la frenara como un paracaídas para descender suavemente. Cuando sus pies descalzos tocaron la fría piedra de la escalinata de la mansión, se dejó caer de rodillas y contempló su entorno, maravillada.

Por fin, gracias a todos los dioses, estaba en casa.

Se incorporó y subió los escalones de mármol que conducían a la gran entrada. Levantó la aldaba y golpeó con ella tres veces, con fuerza. Tenía la adrenalina disparada cuando la puerta se abrió.

–Prepárate para conocer la punta de mi daga por despertarnos tan jodidamente temprano –gruñó la valquiria que abrió la puerta.

A Amina se le cortó la respiración al ver a la chica que tenía delante. Había cambiado radicalmente desde la última vez que la vio.

–¿Amina? –balbuceó, avanzando a trompicones.

Amina abrió la boca para llamar a la valquiria por su nombre, pero no consiguió pronunciarlo de entrada. Su amiga había hecho la transición: había emprendido el peligroso viaje al Árbol Veritas –sin ella– y su antiguo nombre ya estaba muerto y desaparecido. Había sido reemplazado por su nombre verdadero.

Sabine, susurró una voz en su cabeza en cuanto la magia del Árbol Veritas se asentó en su mente. Un nombre tan afilado y duro como una espada. Le encajaba perfectamente.

–Sabine –dijo Amina, paladeando el nombre en la boca. Estaba deseando estrecharla entre sus brazos, pero hacía tanto tiempo que no se veían que le preocupaba espantarla con un gesto tan repentino.

–Amina–repitióSabine con los ojos de color jade claro iluminados por la emoción–. ¿Cómo es que estás aquí?

–Es una larga historia –respondió–. Me encantaría contártela..., si es que puedo entrar.

Sabine se hizo a un lado sin vacilar, permitiéndole el paso, y Amina cruzó el umbral y contempló el familiar gran vestíbulo de la mansión. No había cambiado ni un solo detalle desde la última vez que lo vio. Era exactamente igual que en sus sueños.

–¿Lyra está...? –comenzó Amina, pero se interrumpió. Pareció que había bastado con pronunciar su nombre para que apareciera. Lyra dobló la esquina al final del gran vestíbulo, avanzando con determinación.

–Sabine, ¿quién...? Oh, dioses... –susurró, quedándose inmóvil.

–Lyra –jadeó Amina.

Al oír su nombre en los labios de Amina, los pies de Lyra se movieron solos. Corrió por el pasillo y se fundieron en un fuerte abrazo, al que se unió Sabine, sonriendo suavemente. Se quedaron así durante lo que les pareció una hora, tal vez dos. Cuando al fin se separaron, Amina se sintió mucho más completa de lo que se había sentido en los últimos dos años.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Lyra, tragando saliva con dificultad–. ¿Cómo lograste escapar?

–Ha sido muy curioso... Nuestra reina no debió de darse cuenta de lo comunes... o estúpidos... que son los príncipes cuando fijó el precio de mi exilio –respondió Amina. El corazón que tenía oculto bajo su vestido seguía palpitando.

Lyra y Sabine cruzaron una mirada, yAmina cambió el peso del cuerpo, inquieta.

–Vale –dijo Lyra–, está claro que tenemos mucho de lo que hablar. Nos pondremos al día después de que hayas descansado un poco. Seguro que el viaje de regreso ha sido muy largo.

–Sería maravilloso –asintió Amina–. ¿Sigue disponible mi antigua habitación?

Lyra se mordió el labio.

–La verdad es que... Lark vino a vivir aquí. Hace unos tres años. Necesitaba un sitio...

–¿Hace tres años? –interrumpió Amina, perpleja–. ¿Cuánto tiempo he estado fuera?

La expresión de Lyra se volvió melancólica.

–¿Cuánto tiempo he estado fuera?–insistió.

–Seis años, dos meses y dieciocho días –respondió Sabine.

Amina dio un paso atrás. Seis años. Para ella solo habían sido dos, pero claro, el tiempo se movía de forma distinta en el Bosque Interminable..., incluso las aguas del propio bosque tenían otros tiempos. Lo sabía perfectamente, pero no se imaginaba que le hubieran robado cuatro años más. Era cruel, era terrible, era... precisamente lo que buscaba la reina al desterrarla. No era ninguna equivocación. La reina Valquiria sabía perfectamente cuál era el castigo al que la había condenado.

–Necesitas descansar –declaró Lyra–. Necesitas procesar todo esto. Siento lo de tu habitación. No era mi intención... incomodarte.

–No –dijo Amina, controlando sus nervios y acallando las emociones que se agitaban en su interior, la rabia, la tristeza, la agonía... Se negaba a derrumbarse delante de sus camaradas–. No pasa nada. Puedo quedarme en un cuarto de invitados.

Lyra asintió de inmediato.

–Por supuesto. Elige el que quieras.

Amina inclinó la barbilla en señal de agradecimiento y dio unos pasos, ignorando las miradas que cruzaban Lyra y Sabine. Era como si hubieran creado un código secreto que ella desconocía en el tiempo que llevaba fuera.

Seis años.

–¿Amina? –la llamó Lyra.

Amina volvió la cabeza, pero siguió caminando.

–Bienvenida a casa, amiga mía.

No contestó. Solo continuó avanzando entre las sombras de la casa. Sus piernas la condujeron por los pasillos de forma automática. Sus músculos tenían grabada todavía la distribución de la casa. Cuando encontró la primera habitación de invitados vacía, se encerró dentro. Apoyada contra la puerta, se deslizó hasta el suelo y el sollozo de rabia que brotó de su pecho fue el único sonido en medio de la oscuridad.

4

–¿Por qué llevas un puñetero corazón encima? –le preguntó Sabine a la mañana siguiente mientras pelaba una naranja con un machete absurdamente grande.

Amina tamborileó contra la encimera con las uñas negras mientras la cáscara de naranja caía en una larga espiral al suelo, a los pies de la otra valquiria. Sabine iba vestida tan espectacular como siempre, y le resultaba reconfortante que al menos eso no hubiera cambiado. Hasta donde le alcanzaba la memoria, Sabine siempre había adoptado un estilo ardiente y letal. Hoy llevaba un mono ajustado de seda y cuero, confeccionado a medida, de un color esmeralda tan intenso que a Amina le recordó al Bosque Interminable, haciendo que se le revolviera el estómago.

A pesar de los desagradables recuerdos que evocaba el color, tenía que admitir que conjuntaba de maravilla con los ojos y la piel clara de Sabine. El traje llevaba ceñidas pieles negras y todo tipo de armas, aunque Sabine prefería utilizar sus propias garras y dientes. La prenda acentuaba su complexión ágil y musculosa, que la valquiria empleaba en su beneficio para atraer a su presa. Fuera lo que fuera. Ahora mismo, parecía ser la naranja.

–¿Te vale con ese cuchillo o necesitas uno más grande? –comentó Amina mientras cambiaba el peso hacia la pierna izquierda.

Sabine dejó el machete sobre la encimera de mármol, partió por la mitad la fruta recién pelada y, sin miramientos, se llenó la boca con uno de los pedazos. El jugo chorreó por su barbilla.

–No hace falta, gracias –farfulló, con la boca llena de fruta. Sonó más bien como: «Nnnazfafta, acias».

–Sinceramente, Sabine, ¿siempre tienes que comer como si estuvieras en un establo? –gruñó Lyra con exasperación. Era la elegancia personificada en comparación con sus amigas, pero empleaba esa distinción de forma mortífera más que para guardar el decoro social. Mientras la ropa de Sabine delataba que era una guerrera como todas las valquirias, las prendas de Lyra no gritaban automáticamente «peligro». Sin embargo, Amina sabía la verdad: bajo el vestido zafiro de manga larga de Lyra había ocultas innumerables armas.

A Lyra siempre se le había dado bien dejar ver exclusivamente lo que pretendía. Sabía qué colores favorecían su cabello castaño rojizo y su piel levemente morena si deseaba ser el centro de atención... y distraer a su presa. También sabía desaparecer, fundirse con el ambiente y convertirse en un espectro en la noche. Por el día, la gente siempre estaba pendiente de Amina y Sabine..., pero Lyra era su perdición si no prestaban atención a las sombras.

Siempre habían desempeñado diferentes papeles que les quedaban como un guante.

Se las han apañado sin ti durante seis años.

A Amina se le heló la sangre al pensarlo. Habían pasado seis años en que Sabine y Lyra tuvieron que aprender a arreglárselas sin ella y ahora era difícil recordar cuál era su espacio, su papel. Se preguntó si alguna vez volvería a tener un hueco en el grupo.

Sabine tragó la naranja al fin y se apartó un mechón de pelo rubio oscuro de la cara antes de limpiarse el zumo de la barbilla.

–Qué valor tienes. Tú te quejas de mis modales, Lyra, pero la última vez que intentaste cocinar me pringaste el traje de sangre.

–Túfuiste quien pidió tu filete poco hecho...

Amina dejó de prestar atención a la discusión, que pasó a un segundo plano. Su mente era un torbellino. Sentía cómo la rabia que se había estado gestando en su interior durante los dos últimos años afloraba a la superficie y la devoraba lentamente al pensar en cada aspecto de la vida que se había perdido. Los chistes privados que no conocía. Los recuerdos de los que no formaba parte. Lo único que agradecía era haberse mantenido apartada de la cosecha de almas, a diferencia de todo lo demás.

Las valquirias eran heraldos de la muerte, asignadas por los dioses. En siglos pasados, habían servido de pastoras de los espíritus incorpóreos que se perdían entre este mundo y el más allá: eran una especie de guías turísticas del valle de las Almas. Ahora sus funciones eran un poco más turbias, lo que les daba cierta reputaciónentre otros inmortales.

Amina sabía que era por culpa del diezmo que imponía la reina valquiria, la cuota de almas que tenían que recolectar al mes para no sufrir cualesquiera castigos que decidiera imponerles. Amina llevaba años diciendo que su soberana estaba convirtiendo las habilidades de las valquirias en algo oscuro y macabro. A nadie le gustaba que lo llamaran «ladrón de almas». Sin embargo, también sabía que su reputación podía suponer una ventaja. Al ser tan temidas, los furtivos habían dejado de darles caza por sus codiciadas plumas.

Lo peor de todo, quizá, era cómo se había disparado la rivalidad con los brujos y brujas por culpa del diezmo. Una rivalidad que –a juzgar por lo que sabía a esas alturas– iba a ponerse mucho peor. Puede que no fuera su batalla, pero las guerras nunca son buenas para nadie.

–¿Amina? –la voz de Lyra interrumpió su flujo de pensamientos–. ¿Por qué no empiezas por el principio? Antes de que Sabine se aburra y decida entretenerse en otra parte.

–¡Eso me recuerda algo! –exclamó Sabine, apartándose de un brinco de la encimera y agitando la mitad de fruta que le quedaba. Sus ojos color verde pastel se iluminaron de alegría, y Amina se temió lo peor al instante.

–¡Van a venir hoy al centro de la ciudad unos polluelos de valquiria, a los que les crecieron las alas la semana pasada, para empezar las clases de vuelo! ¿No os parece que sería divertido que fuéramos a empujarlos desde el tejado de entrenamiento y...?

–Sabine, no–la cortó Lyra, con tono serio.

Sabine hizo un puchero y emitió un suave gruñido gutural de indignación.

Amina se habría reído si no le doliera tanto la situación. Antes era ella la que controlaba los arrebatos de Sabine. Se aclaró la garganta.

–Oídme, cuchillas –el mote con el que se autodenominaba el trío desde que comenzó su instrucción le salió solo–. Sé que tenemos que ponernos al día, pero primero necesito atender algunos asuntos urgentes, y dispongo de poco tiempo antes de que su majestad se entere de que he vuelto del exilio. Vi el calendario de la gran sala..., y creo que he vuelto justo cuando se va a celebrar el Delirio de la reina, ¿me equivoco?

Lyra levantó una ceja elegantemente perfilada. Parecía intrigarle el rumbo que tomaba la conversación.

–No, es la semana que viene.

Amina se volvió hacia Sabine.

–¿Crees que serías capaz de conseguirnos una invitación? Sin mutilar a nadie en el proceso, vaya.

–¡Oye! –protestó Sabine, pero Lyra la cortó.

–Dedícate a matar gente en tu tiempo libre, Sabine. En este momento no debemos hacernos notar –exigió, apuntándola con una uña afilada.

Amina balanceó los pies con impaciencia mientras Sabine tomaba otra pieza de fruta con un mohín y Lyra la observaba con suspicacia.

–¿Por qué quieres ir al Delirio? –preguntó Lyra, entrecerrando los ojos.

–Es la ocasión perfecta para conseguir lo que quiero: todo el mundo estará borracho y distraído, y podremos entrar y salir sin que nadie se dé cuenta de nuestra presencia –mientras hablaba, sin darse cuenta crispó los dedos en dirección al corazón que continuaba latiendo con fuerza en la bolsa de loneta que llevaba en la cadera. Lyra se fijó en el movimiento y clavó los ojos en la bolsa.

–¿Y qué buscaremos exactamente, Amina? –preguntó Lyra, cruzándose de brazos.

–En ese bosque infernal tuve mucho tiempo para pensar. Pensé en lo que hizo que acabara allí y en el futuro que puede que jamás tuviera una vez que lograra salir –su mano vagó distraídamente hasta el amuleto que llevaba al cuello y acarició la suave y fría piedra ambarina con la palma–. Tuve mucho tiempo para pensar en lo que quería. Y quiero venganza. Compensación.

Lyra guardó silencio durante un largo instante, como siempre lo hacía cuando Sabine o ella tramaban un plan.

–La venganza es un juego peligroso –dijo finalmente Lyra.

Amina soltó el collar y sonrió.

–Es el único juego que me divierte.

5

Mientras Calla se abalanzaba sobre el conejo, se le escapó una maldición. La criatura salió despedida con el anillo entre los dientes y Calla cayó de bruces al barro. Se puso de pie sin prestar atención a Gideon, que la llamaba a lo lejos, y persiguió al malvado familiar del Devorabrujas. El conejo corría entre los árboles como una centella y le costaba seguirle el ritmo por el bosque. La ropa se le enganchaba entre las ramas punzantes.

–¡Vuelve aquí! –gritó, y se quedó de piedra cuando la criatura se detuvo.

Se lanzó sobre el animal y lo agarró por el pescuezo antes de que pudiera escapar de nuevo. Lo agitó hasta que el anillo cayó de sus fauces y lo recogió con la mano. Levantó el conejo frente a su cara y lo miró fijamente a los inquietantes ojos color carmesí.

–Bicho horripilante. Como te atrevas a llamar a tu amo, te...

De pronto, se fijó en el paisaje que había tras el conejo y se quedó sin palabras.

El familiar la había conducido a la cabaña del Devorabrujas.

Aflojó el agarre y el conejo cayó al suelo con un «plop»y un chillido de protesta. La cabaña no estaba en el mismo sitio que antes, y Calla se preguntó si el Devorabrujas cambiaba el lugar donde aparecía a su antojo. La última vez que vio la extraña casucha, se había desvanecido en el aire. Después de que todo saliera desastrosamente mal con el hechizo del Devorabrujas para borrar las tiradas del destino de Gideon y Calla, había esperado no volver a ver la cabaña –ni a la anciana criatura que vivía en ella– nunca más.

El conejo se enderezó y se alejó sin hacer ruido hasta que desapareció de su vista, y Calla arrugó la nariz con desagrado.

Menos mal, pensó mientras se ponía el anillo en el dedo anular de la mano derecha para no perderlo. Se acercó cautelosamente al ventanal de la cabaña y entrecerró los ojos para distinguir el interior, pero las gruesas cortinas estaban echadas.

Una fuerte ráfaga de viento azotó los árboles y oyó un chasquido suave a su derecha. La puerta se abrió lentamente y se le cortó la respiración, pero cuando vio que nadie la cerraba desde dentro, se acercó con cautela y se asomó. No había luces, no veía velas encendidas: solo sombras y más sombras. Se quedó ahí un buen rato, mirando fijamente el umbral mientras la lluvia la calaba. Sabía que no debía entrar. Sabía que debía largarse de allí y volver con los demás... Se giró para comprobar si Gideon la había seguido en su pequeña excursión, pero no lo vio por ninguna parte. Respiró hondo y entró en la cabaña. Estaba chorreando agua, lo que empapó el suelo de madera. Mientras miraba a su alrededor, sintió una presión densa e invisible que se cernía sobre sus hombros. Era una sensación tan inquietante que estuvo a punto de darse la vuelta y salir corriendo en ese mismo instante. Solo su curiosidad la mantuvo en el sitio.

Ya estoy dentro...

Lo primero que le llamó la atención fue que la cabaña estaba mucho menos desordenada que antes. Aún había montones de trastos por las esquinas y en las paredes de la habitación, pero el suelo estaba despejado. Ya no había plumas ni papeles esparcidos, ni un caminito improvisado que serpenteara alrededor de los grotescos frascos que contenían diversos órganos y otras cosas desagradables. Era mucho más fácil caminar.

Lo segundo que notó fue que no había nadie en casa.

Dio un par de pasos vacilantes y cerró la puerta para evitar que entrara la lluvia. Cuando sus pupilas se adaptaron a la oscuridad, se fijó en el mapa gigante de Illustros que se extendía por la pared de enfrente, con un caos de hilos idéntico a cuando Gideon y ella estuvieron allí. Levantó la mano y rozó con las yemas las marañas de hilo rojo, preguntándose qué significaría todo aquello. Siguió el recorrido del carrete desde el valle de las Hadas hasta los reinos brujos, después pasó a la Tierra de las Valquirias y continuó hasta la esquina derecha del mapa. Entonces se dio cuenta de que el papel se curvaba... revelando otro mapa debajo.

Alisó la esquina y se percató de que había palabras escritas en el borde inferior:

Illustros: los destinos / sexto reino de los infiernos: el valle de las Almas

Cuando apartó la mano, el grueso pergamino se enrolló sobre sí mismo y se fijó en que debajo también había letras:

Noctum: los caballeros / segundo reino de los infiernos: las puertas de Sombra

Levantó suavemente la esquina y encontró un tercer mapa debajo:

Calor: los infernales / tercer reino de los infiernos: los fuegos de la Salvación

Se preguntó si el Devorabrujas seguiría los acontecimientos de todos los demás continentes al igual que los de Illustros. De ser así...

–Calliope –una voz retumbó detrás de ella.

Calla dio un respingo y le dio un golpe con la cadera a una pila de cachivaches que estaba en precario equilibrio contra la pared, bajo los mapas. Los libros y las baratijas se desparramaron por el suelo con estrépito. Se giró y descubrió a Gideon en el umbral, y de repente sintió que su cuerpo reconocía su magia. Había estado tan centrada en los mapas que no había notado el calor de su energía familiar mientras se acercaba sigilosamente.

–¿Qué infiernos estás haciendo?

–¡Ayúdame a colocar esto! –siseó mientras se tiraba al suelo y empezaba a apilar libros y papeles. Gideon se agachó para recoger los objetos pequeños que habían rodado en su dirección: una extraña moneda de plata, una canica de cristal, una figurita de gato de madera.

Calla volvió a montar rápidamente la torre mientras se explicaba.

–El familiar del Devorabrujas se largó con el anillo que nos dieron las ninfas y...

–¿Y decidiste hacerle una visita tú sola?

–No hay nadie en casa. –Dejó el último libro encima de la pila–. No lo sé, no pude... resistirme.

El príncipe la miró con exasperación y le entregó un puñado de trastos antes de volverse en busca de los que quedaban por el suelo.

–Tienes suerte de que haya sido yo quien te pillara aquí dentro. En serio, no puedes largarte por el bosque sin avisar a nadie. Ya llevamos demasiado tiempo separados de los demás.

Tenía razón. Lo más probable era que Cass y Hannah estuvieran muy preocupados por su paradero. Cuando Calla oyó que las ninfas habían caído en la trampa, se marchó sin decir una sola palabra mientras los demás discutían qué hacer con el cuerpo de Ezra. Caspian quería darle un entierro digno al joven príncipe, pero Gideon no estaba preparado para mantener esa conversación. Respecto a Calla..., bueno, su plan era atrapar a las ninfas.

La idea de enterrar a Ezra en ese bosque le provocó una ligerísima opresión en el pecho. Intentó aferrarse a la sensación, al eco de dolor agudo que le producía, pero fue algo fugaz. Se esfumó a toda velocidad y de nuevo se notó entumecida. El único indicio de que Gideon había notado su destello de agitación repentina fue que apretó levemente los puños.

Calla colocó con cuidado los últimos trastos en la precaria pila, uno por uno. Gideon abrió la boca para hablar, pero de pronto algo atrajo su atención, lo que hizo que la chica dirigiera su mirada hacia la gran mesa. En el suelo brillaba uno de los cachivaches que se habían caído.

Gideon se acercó y lo recogió. Le dio unas cuantas vueltas entre las manos con expresión incrédula. Era un talismán ovalado con un ámbar encastrado en una intrincada montura de bronce, con una cadena a juego.

–¿Qué es eso? –preguntó–. Me resulta familiar.

–Es un Esprit. Y te garantizo que has visto otro... en la valquiria –respondió.

Pestañeó, recordando.

Gideon aferró el collar con fuerza.

–Tenemos que irnos.

Calla resopló.

–Primero me la montas por haber entrado, ¿y ahora le robas tú?

–Podrían pasar décadas antes de que se dé cuenta de que le falta algo..., si es que se percata alguna vez.

–¿Para qué quieres eso?

–¿Sabes para qué vale un Esprit? –le preguntó. Calla negó con la cabeza–. Los Esprit son capaces de contener almas. Las valquirias los usan para recolectar y transportar varios espíritus a la vez. Podríamos...

Calla contuvo un jadeó.

–Ezra.

Sin pensárselo dos veces, Gideon se guardó el collar.

–Ahora, larguémonos de aquí a toda velocidad.

Calla no discutió. Pasó por la puerta que Gideon mantenía abierta y aguardó a que el príncipe empleara su magia para secar la lluvia que empapaba el suelo. Cuando se dispusieron a regresar con los demás, otro relámpago iluminó el cielo y ambos aceleraron el paso. No volvieron la vista atrás.

6

Cuando Gideon y Calla regresaron al campamento, la tormenta había amainado y apenas caía una llovizna ligera. Encontraron a Caspian sentado en la húmeda cueva que habían encontrado esa misma mañana, después de casi seis horas de marcha en las que los dos hombres habían cargado por el bosque con el cuerpo sin corazón de Ezra.

Faltaba una hora para el anochecer y Cass estaba alimentando el fuego, utilizando su magia para mantener el viento alejado de las llamas. Hannah tenía la cabeza apoyada en su regazo. Hacía tan solo un par de horas que la bruja había empezado a recuperar la voz, y aún estaba agotada por la magia que había gastado en curarse las cuerdas vocales destrozadas.

–Por fin aparecéis –los amonestó Cass en voz baja para no molestar a Hannah–. ¿Qué infiernos ha pasado? ¡Habéis desaparecido los dos sin decir nada!

–Lo siento, no hubo tiempo de explicarlo –se disculpó Calliope al mismo tiempo que Gideon decía:

–No quería que Calliope se enfrentara sola a las criaturas feéricas.

Calla luchó contra el impulso de poner los ojos en blanco. Consideraba que había manejado la situación maravillosamente bien ella sola. Bueno, no maravillosamente, pero biensí.

–Avisadme la próxima vez –se quejó Cass–. Kestrel desapareció en cuestión de un minuto. Empezaba a preocuparme.

–Tu trampa funcionó, Cass –comentó Calla, adelantándose para que Caspian no se fijara en la mueca de dolor que se le escapó a Gideon al oírlo mencionar a su comandante.

No tenían la menor idea de dónde buscar a Kestrel.

La noche anterior, Gideon había intentado utilizar su brújula para ver si podía guiarlos hasta Kestrel, pero la aguja dio vueltas sin parar, negándose a pararse en un punto concreto.

Puede que se haya marchado por voluntad propia, razonó Cass al ver que la brújula no funcionaba. No hubo indicios de ningún ataque. No me sorprendería que se hubiera hartado y nos hubiera abandonado. Especialmente después del derechazo que le metió Ezra.

Calla había preguntado cómo era posible que el comandante se hubiera esfumado en medio del bosque. La respuesta de Gideon no le satisfizo.

Hay muchas cosas que Kestrel es capaz de hacer, cosas que yo ignoro, había dicho. Tal vez se alejó lo bastante como para que el glamour del bosque impidiera que Cass lo viera. Si dice que no había señales de lucha, creo que lo más lógico es dejarlo estar hasta que resolvamos todo lo demás.

Calla no protestó. Estaba encantada de que se centraran en rescatar a Delphine y obtener todo lo necesario para salvar a Ezra. El pensamiento la devolvió al presente.

–Dejad que me cambie y luego os cuento lo que ha pasado con las ninfas –les dijo, tomando los pantalones que Cass le tendía antes de esconderse tras una roca, en las sombras de la cueva. Se quitó los zapatos gastados y se liberó de los pantalones empapados. Los tiró al suelo y se puso el par limpio con esfuerzo; le costó mucho que pasaran por las caderas. Después se agachó para remangarse los dobladillos antes de volver con los demás.

Caspian zarandeaba suavemente a Hannah para despertarla.

–Hora de levantarse, brujita.

Hannah parpadeó, aturdida. Se estiró y se frotó los ojos mientras Cass se apoyaba en la pared con los brazos cruzados y miraba a Calla, expectante.

Ella se aclaró la garganta.

–¿Queréis primero las buenas o las malas noticias?

–Las buenas –contestaron a coro Cass y Hannah al tiempo que Gideon decía: «Las malas».

–Dos contra uno –dijo Calla–. La buena noticia es que hayuna forma de recuperar el alma de Ezra. Necesitamos un artefacto del más allá y hacer un conjuro para invocar un portal hasta allí.

–¿Consideras eso una buenanoticia? ¿De dónde infiernos vas a sacar un artefacto del más allá? Vamos, directamente, ¿de dónde vas a sacar el dinero para comprar algo tan raro? –bufó Caspian, frunciendo las cejas con frustración.

–Tú estabas convencido de que era totalmente imposible –le recordó Gideon–. Respecto al dinero, ya lo resolveremos.

–Es que no deberíaser posible –repitió Caspian por millonésima vez desde que Calla y Gideon habían tenido la idea–. Es antinatural. ¿No os parece que ya hemos jugado bastante con el destino? Os seguí el juego cuando me dijisteis que capturáramos a las ninfas porque nunca pensé que os pudieran decir nada de utilidad, pero esto ha ido demasiado lejos. Tenéis que aceptar que se ha ido.

–No–respondieron Callay Gideon.

Gideon desvió ligeramente la mirada hacia ella –no sabía si sorprendido por su solidaridad o por la dureza de su tono–, pero no apartó los ojos de Caspian, que parecía tener ganas de retorcerles el pescuezo. Nunca lo había visto tan cerca de tener un ataque de ira, y no ayudaba que hubieran mantenido varias veces la misma discusión durante las últimas veinticuatro horas.

–¿Sabéis qué? –soltó un resoplido–. Haced lo que os dé la gana. Eso sí: yo no voy a ayudaros. Si queréis cometer la estupidez de meteros en una búsqueda sin futuro, adelante.

–Supongo que entonces las malas noticias no te parecerán tan mal –continuó Calla–. El único lugar que conozco que venda los objetos de contrabando que necesitamos es la posada Luz Estelar. Específicamente, tendríamos que tratar con nuestro antiguo casero, Jack. Lo que significa...

–En todo caso, vamos a tener que separarnos –concluyó Gideon al percatarse de la dirección que tomaba la conversación.

–Aunque consigáis abrir un portal al más allá y encontrar el alma de Ezra, no se puede reinstaurar en su cuerpo sin corazón –argumentó Caspian–. ¿Qué infiernos pensáis hacer con eso?

Las ninfas le habían dicho lo mismo a Calla, pero lo tenía planeado ya.

–Muy sencillo. Voy a buscar a la valquiria.

Gideon ladeó la cabeza, pensativo, mientras Caspian estallaba en carcajadas.

–¿Sencillo?Los dos habéis perdido la cabeza.

–Mira: si vamos a recuperar el alma de Ezra, no nos va a detener el problema de encontrar un corazón –sentenció Calla–. Si hace falta, le arrancaré el suyo a una de las reinas brujas con mis propias manos. Es algo que llevo tiempo deseando hacer.

Su convicción hizo que todos guardaran silencio por un momento.

Caspian se frotó la mandíbula antes de soltar un suspiro de derrota.

–Está claro que no voy a convencerte de que no lo hagas. Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Volveréis los dos a Estrella a buscar lo que necesitáis mientras Hannah y yo vamos a rescatar a Delphine?

–Básicamente –confirmó Calla–. Salvo que puedo ir yo sola a Estrella.

Gideon parecía dispuesto a discutírselo, pero Hannah se le adelantó.

–¿Y si te siguen buscando en Estrella, Calla?

–Oh, no me cabe duda de que mientras Ramor y Boone sigan rondando por ahí, eso es lo que pasará..., pero conozco la posada como la palma de mi mano. Me colaré ahí y saldré antes de que nadie se entere –descartó Calla–. Me disfrazaré con todo el glamour que pueda y espero no encontrarme con nadie conocido... o demasiado sobrio.

–Calliope, voy contigo –declaró Gideon con firmeza.

Eso no eralo que Calla tenía en mente.

–¡Tú eres todavía más reconocible que yo! Especialmente con la que montaste en la subasta. No deberías pisar esa posada.

–Como has dicho, tendremos que disfrazarnos bien. Tengo mucha más experiencia que tú en el uso del glamour durante largos periodos de tiempo –argumentó.

Calla iba a protestar, pero vio que Caspian asentía, de acuerdo con el príncipe.

–Gideon tiene razón; puede ayudarte con el glamour. Y, aunque creo que toda esta búsqueda es una tontería, no es seguro que vayas sola. Hannah y yo conseguiremos todo lo necesario para ir tras Delphine, y luego Gideon puede usar la brújula para encontrarnos.

Si es que vuelve a funcionar, pensó.

–¿Cómo os las vais a apañar vosotros para guiaros sin la brújula? –preguntó en voz alta.

–Quedaos con el anillo –sugirió Gideon–. Podéis usar el otro favor de las ninfas para llegar a salvo al mar de las Sirenas si no volvemos antes. El tiempo se mueve mucho más despacio aquí dentro que en Estrella.

–Entonces está decidido, supongo –murmuró Calla mientras Gideon le dirigía una mirada inescrutable–. Al menos ahora tenemos el Esprit para...

–¿Elqué?–exhaló Caspian incrédulo, pasándose una mano por el cabello plateado rapado.

Gideon le lanzó a Calla una mirada que parecía decir: «¿Por qué mencionas eso ahora?». Sacó de mala gana el talismán de su bolsillo y se lo enseñó a los demás.

–¿Cuándo infiernos has conseguido eso? –preguntó Cass–. ¿De dóndelohas sacado?

Antes de que respondieran, se levantó una ráfaga de aire helado que les azotó el cabello a las brujas. Calla se apartó los largos mechones de los ojos mientras una silueta aterradora aparecía en la boca de la caverna. Resonó una voz escalofriante que pareció absorber todo el oxígeno del pequeño espacio.

–Creo que yo puedo responder a eso.

El Devorabrujas.

7

Amina estaba tumbada en un sofá en el dormitorio de Lyra y miraba cómo escogía fresas de una bandeja mientras esperaban a que volviera Sabine. El silencio que se cernía en la habitación era extraño; no incómodo, pero sí cargado, desde que Amina habló de venganza durante el desayuno. El almuerzo era una distracción bienvenida..., especialmente uno tan exquisito como ese: fruta fresquísima, queso y carne preparada por el chef personal de Lyra. Estaba muy lejos de lo que había tenido que comer en el bosque.

La familia de Lyra era una de las más ricas de la capital de Valor. Sus padres viajaban a menudo: sus negocios los llevaban a los rincones más recónditos de Illustros e incluso a los otros continentes. Mientras tanto, Lyra y su hermano gemelo Lark se encargaban del hogar familiar y de cosechar suficientes almas para el diezmo de la reina valquiria, de forma que sus padres podían dedicarse tranquilamente a su trabajo.

La mansión de Lyra, de tres plantas, contaba con un equipo completo de personal doméstico, molduras con magistrales tallas de los dioses, exuberantes pinturas al óleo colgadas en las altas paredes y lujosos tapices hechos a mano. No era muy diferente del castillo dorado de la reina valquiria. Salvo por su tamaño. Lyra tenía predilección por el lujo; su habitación estaba forrada de suelo a techo de grueso terciopelo azul, y llevaba décadas atesorando baratijas brillantes y todo tipo artefactos que exponía cuidadosamente en antiguos armarios y tocadores importados y tallados a mano. A Amina, el cuarto de Lyra siempre le había parecido acogedor, aunque los objetos mágicos fueran extraños.

–¿Crees que Sabine se habrá despistado y entretenido por ahí? –musitó Amina, limándose las largas uñas negras con una cuchilla arrojadiza.

–Por supuesto que sí –respondió Lyra mientras escogía una fresa del montón–. Pero ya debería estar de vuelta.

Amina abrió la boca para decir algo más cuando la puerta del dormitorio se abrió de golpe y entró Sabine, con una sonrisa felina en la cara.

–Los dioses nos ayuden –murmuró Amina, incorporándose–. ¿Qué has hecho?

–Justo lo que me pediste –replicó Sabine en un tono no demasiado inocente–. He encontrado información sobre dónde podemos conseguir invitaciones para el Delirio.

–¿Y por qué tienes pinta de haber estado apuñalando a alguien por diversión? –bromeó Lyra.

–Porque es justo lo que ha pasado –cortó Sabine–. Pero esa no es la cuestión; no os vais a creer quién tiene invitaciones de sobra.

–¿Quién? –preguntó Lyra con suspicacia.

Los ojos de Sabine centellearon con un brillo maligno.

–El Caminante. Por fin ha venido a Valor.

–Esto no va a salir bien –murmuró Lyra mientras aterrizaban frente a la pequeña tienda del Caminante, en la zona oeste de la ciudad.

Valor estaba dividido en trece distritos; siete eran completamente residenciales y los otros seis eran comerciales. En ese momento se encontraban en el distrito de los mercaderes, que rebosaba de tiendas de piedra caliza y puestos al aire libre. Muy pocos carruajes circulaban por Valor ni por ninguna otra ciudad de su tierra, ya que solo los usaban los jóvenes polluelos o las valquirias incapaces de volar. Por ese motivo, las calles eran más estrechas que las de otros lugares de Illustros, con mayor espacio para las aceras inclinadas, que facilitaban el acceso a las tiendas.

El trío subió la suave pendiente de hormigón y Sabine, con Amina y Lyra detrás, abrió la puerta como si fuera la dueña del lugar.

El Caminante era, a falta de mejor definición, un cazatesoros. Hasta donde sabía Amina, no estaba interesado en el comercio en sí, sino en encontrar objetos específicos que le sirvieran en cada momento. Por eso su tienda estaba prácticamente vacía: solo tenía un estante de madera con unos cuantos artefactos mágicos en la pared izquierda.