Una proposición increíble - Pasión en el palacio - Teresa Southwick - E-Book

Una proposición increíble - Pasión en el palacio E-Book

TERESA SOUTHWICK

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

UNA PROPOSICIÓN INCREÍBLE - Teresa Southwick A pesar de que Ryleigh Evans ya no sentía nada por su exmarido, estaba segura de que era el hombre perfecto para darle el hijo que ella siempre había querido tener. Sin embargo, seguía existiendo atracción entre ellos, aunque Ryleigh se negaba a creer que el sexy pediatra la dejara llegar a su corazón… Nick Damian se quedó de piedra al ver aparecer a su exmujer para ofrecerle una oportunidad única. No dudó en aceptarla. Ya había dejado escapar a Ryleigh una vez y no quería volver a cometer el mismo error. PASIÓN EN PALACIO - LEANNE BANKS Cuando a Eve le ofrecieron ser la responsable de las caballerizas del reino de Chantaine, le pareció una oportunidad que no podía desperdiciar. Eran unos caballos impresionantes, como el entorno, aunque había un inconveniente: el príncipe Stefan, quien sería su apuesto, pero desquiciante, jefe. Stefan estaba decidido a ser un gobernante de verdad, no como los playboys que lo habían precedido. Sin embargo, la increíble texana que acababa de contratar conseguía que pensara todo el rato en otra cosa. Nunca había conocido a una mujer que le pusiera tanto a prueba… o que fuera tan irresistible.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 397

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 573 - mayo 2024

© 1998 Betty Neels

Historia de amor en invierno

Título original: A Winter Love Story

© 2003 Trish Wylie

Amigos y amantes

Título original: The Bridal Bet

© 2003 Patricia Forsythe

Proteger a la princesa

Título original: Protecting The Princess

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1062-813-7

Capítulo 1

EL suyo había sido el típico caso de divorcio amistoso, pero eso no significaba que no la sacase de quicio tener que ver a su exmarido el primer día de su trabajo nuevo.

Ryleigh Evans iba a poner a prueba los límites de su amistad y sabía que era un examen que podía suspender.

Aparecería en cualquier momento en su despacho y ella ya estaba preparada para resistir el impacto. Al menos, lo intentaría.

El doctor Nick Damian era una leyenda en el Centro Médico Mercy, pero ¿cómo se preparaba uno para pedirle a una leyenda el mayor favor de toda su vida?

Ryleigh pensó que habría estado bien chantajearlo, si hubiese tenido algo con lo que hacerlo.

Tal vez fuese de ayuda desabrocharse el primer botón de la blusa y enseñarle un poco de escote. El problema era que tenía poco que enseñar y que, lo poco que tenía, no lo había impresionado mucho cuando habían estado casados. Y Ryleigh no tenía ningún motivo para pensar que eso pudiese haber cambiado en los dos últimos años. Aunque pareciese mentira, en esos momentos tenían una estupenda amistad que no quería perder.

Ryleigh acababa de volver a Las Vegas desde Baltimore para ocupar el puesto de coordinadora regional de las Organizaciones Benéficas Médicas Infantiles, una institución que recogía dinero y financiaba proyectos en el hospital. Nick era neumólogo pediatra, así que sólo era cuestión de tiempo que sus caminos se cruzasen. Lo que no quería Ryleigh era que dicho cruce fuese otro Titanic. De ahí que hubiesen quedado en su despacho en cuanto ambos habían tenido un hueco.

Llamaron a la puerta con fuerza y Ryleigh se sobresaltó a pesar de haber estado esperándolo.

—Demasiado tarde para lo del escote —se dijo a sí misma en un susurro antes de añadir—: Adelante.

Le latía con tanta fuerza el corazón que no oyó cómo se abría la puerta, pero debió de abrirse, porque, de repente, Nick estaba allí. Iba vestido con unos vaqueros desgastados y una camisa blanca de manga larga. No parecía un médico, aunque el estetoscopio que llevaba colgado del cuello lo delataba. Siempre iba así vestido cuando no tenía que llevar un pijama de médico, ya que, tal y como le había explicado en una ocasión, a los niños les intimidaban los trajes. Y una corbata podía convertirse en un arma letal para un paciente enfadado.

Ryleigh se puso en pie, le dio la vuelta a su escritorio y se detuvo delante de él. Luego levantó los brazos para darle un abrazo.

—Hola, Nick. Me alegro mucho de verte.

El abrazo de él fue cálido, fuerte, familiar. Una sensación agridulce que hizo que a Ryleigh se le encogiese el corazón, pero intentó apartarla. Aquello no tenía nada que ver con el pasado, sino con el futuro.

—Ryleigh —le dijo él—. Bienvenida.

Ella notó que se le aceleraba el corazón y retrocedió.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Bien. ¿Y tú?

—Mejor que nunca.

Llevaban casi dos años sin verse, aunque sí que habían mantenido largas conversaciones telefónicas, se habían mandado mensajes de texto y correos electrónicos. Hablaban de todo: política, libros y cine.

—Tienes muy buen aspecto.

Nick la estudió con sus ojos de un color azul intenso, que por el extremo de fuera estaban un poco inclinados hacia abajo. Le daban un aspecto triste que hacía que tanto las mujeres blandas de corazón como las que no eran tan sensibles deseasen abrazarlo e intentar consolarlo. Ryleigh no era inmune a aquello, pero intentó alejar la sensación.

—Llevas el pelo más corto —añadió Nick por fin.

—Sí.

Automáticamente, Ryleigh se llevó la mano a la melena castaña que le llegaba justo por los hombros. Le sorprendió que Nick se hubiese dado cuenta. Cuando habían estado casados, hasta había pensado en raparse la cabeza, para ver si así podía llamar su atención. Nunca lo hizo porque se temía que Nick no se habría dado cuenta ni siquiera de algo tan drástico, y ella se habría quedado destrozada.

—Me gusta —le dijo Nick.

—Gracias.

A Ryleigh le gustó el cumplido, que encendió una chispa en su interior, pero ella se negó a darle fuerza. Tenía que centrarse en su objetivo.

—Si te estás preguntando por qué te he pedido que vengas…

—Supongo que habrás pensado que sería más íntimo que un encontronazo en la cafetería del hospital.

—Sí.

—Y aquí estamos. En la intimidad —comentó él cruzándose de brazos y sonriendo como si de un mentor orgulloso se tratase—. Mírate. Eres la nueva coordinadora regional.

—¿Qué te parece? Quería volver… para tener este trabajo.

En realidad, tenía también otros planes, pero necesitaba más tiempo antes de contárselos.

—Lo haces por los niños —adivinó Nick.

—Ése es uno de los motivos.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dos años?

—Eso creo. Desde el divorcio.

—Entonces, más tiempo desde que te marchaste a Baltimore.

—Sí. Pensé que vendrías detrás de mí.

Ryleigh se preguntó cómo podía haber dicho eso en voz alta. No había querido hacerlo.

Había sido muy ingenua. No había hecho bien las cosas y se había responsabilizado de su comportamiento inmaduro. Su única excusa era que había sido joven y había estado locamente enamorada. Había sentido casi dolor físico cuando no había estado con él, algo bastante frecuente. Nick siempre lo había dejado todo para atender a sus pacientes, incluso a ella. Por aquel entonces, Ryleigh no había sabido decirle lo que quería, pero había madurado y ya no volvería cometer el mismo error.

—Ry, si hay…

—Ya forma parte del pasado —lo interrumpió ella. Ya no le dolía porque había conseguido desenamorarse de él.

Nick era el único que la había llamado Ry y que lo hiciese en esos momentos, y con expresión de arrepentimiento, la pilló desprevenida. Le hizo sentir algo que no había sentido desde la última vez que lo había visto, y fue una sensación incómoda.

Volvió a retroceder y luego le dio la vuelta al escritorio para sentarse otra vez en su sillón negro.

—Lo cierto es, Nick, que he vuelto. Y para mí es importante saber que las cosas están bien entre nosotros.

—Si no lo estuviesen, habría hecho caso omiso de tus correos electrónicos, mensajes y llamadas.

—Aun así. No hay manera de ver la expresión facial por esos medios.

—¿Quieres decir que cara a cara te darías cuenta de si te estoy mintiendo? —bromeó Nick.

—Tú nunca me mentirías.

Ryleigh estaba segura.

—Pero así puedo ver si estás bien.

—Lo que quieres es ver si estoy enfadado porque te marchaste. La respuesta es no. Lo entiendo.

Aquello no era lo que Ryleigh quería oír. Si Nick le hubiese dicho que la odiaba, habría podido vivir con ello, ya que significaría que le había importado. No estaba orgullosa de haberse marchado para intentar hacerlo reaccionar, para que le demostrase que le importaba algo. Había tenido la esperanza de que le hiciese un hueco en su agenda.

Así que le había dicho que tenía una oferta de trabajo en la Costa Este y había tenido la esperanza de que él intentase convencerla de que no se marchase, pero lo cierto era que Nick casi ni se había dado cuenta de que se había ido. Pero eso ya era agua pasada. Ryleigh había seguido con su vida y, en esos momentos, tenía otras aspiraciones.

Pero al verlo en persona se acordó de que lo necesitaba para conseguir su objetivo. Estaba tan guapo como la primera vez que lo había visto. Deseó enterrar los dedos en su pelo grueso y moreno. Llevaba barba de tres días, tal y como lo recordaba. De hecho, al principio de la separación, Ryleigh había echado de menos que le ardiese la cara después de besarlo y se había preguntado si necesitaría terapia.

Tenía muy buen aspecto. Mejor de lo que ella recordaba. Estaba más sexy de lo que había esperado.

—Todo está bien entre nosotros, Ry —le dijo él, mirándola a los ojos—. Me alegré al saber que te habían dado el puesto.

—¿De verdad?

—Sí. Lo harás muy bien.

—Me alegro de que lo pienses —le dijo ella sonriendo. Se acababa de quitar un peso—. Y me alegro mucho de verte.

—Lo mismo digo —le respondió Nick, sonriéndole de oreja a oreja.

—Me gusta que seamos amigos —le dijo Ryleigh, aunque tenía otros amigos y ninguno de ellos le ponía la piel de gallina con sólo una mirada. Se le pasaría—. Así que, amigo mío, ¿podemos hablar de negocios?

Nick apoyó la cadera en el pico de la mesa.

—¿Qué clase de negocios?

—Dinero. Mi trabajo consiste en conseguir dinero y decidir cómo gastarlo.

—Entonces, ¿debo ser bueno contigo? —le preguntó él arqueando una ceja.

—No te vendría mal.

Ryleigh estaba bromeando sólo a medias.

—Voy a reunirme con todos los médicos especializados en disciplinas pediátricas para ver cuáles son las necesidades más acuciantes. Me gustaría que me hicieses una lista de las cosas en las que querrías emplear el dinero que recogiésemos.

Él no lo dudó un instante.

—OMEC.

—¿Te importaría traducir, para los que no hablamos lenguaje médico?

—Oxigenación con Membrana Extracorpórea.

—Así me queda mucho más claro —le dijo ella en tono seco—. ¿Es una máquina o un proceso?

—Ambas cosas. Funciona como una máquina cardiopulmonar para los bebés con SDR —le dijo, y al ver su cara añadió—: síndrome de dificultad respiratoria.

—Necesito más información.

Nick se quedó pensativo unos segundos, probablemente buscando la manera de explicárselo sin tantos tecnicismos.

—Cuando los pulmones de un niño se ponen rígidos, un respirador no es suficiente. El OMEC saca la sangre del cuerpo, la conduce a través de una membrana para oxigenarla y luego la devuelve. En este proceso está la diferencia entre la vida y la muerte.

—Entonces, ¿por qué no lo hay todavía en este hospital? —le preguntó Ryleigh, a pesar de sospechar cuál iba a ser la respuesta.

—Porque su coste es prohibitivo. Y los jefes opinan que no es una mina de oro.

Ryleigh sabía que aunque el hospital no tenía ánimo de lucro, había que cubrir los gastos.

—¿Y qué pasa ahora con los bebés que corren algún riesgo?

—Los trasladan al hospital de Phoenix o al de St. George, en Utah. Son los más cercanos en los que hay personal y equipos. Pero los traslados llevan mucho tiempo, que es lo único que no tienen los niños.

—Ya veo.

—El OMEC es caro.

—¿Cómo de caro?

—Un millón de dólares. Tal vez más —le dijo él, incorporándose y apoyando ambas manos en el escritorio—, pero el coste en términos de vidas salvadas es incalculable.

Nick habló con la intensidad con la que había cautivado a Ryleigh cuando se habían conocido, aquella pasión por salvar vidas tan convincente. Una pasión que ella misma había experimentado personalmente. Una pasión que Nick controlaba. Ryleigh había terminado por aprender la triste lección de que la dedicación profesional era una amante decidida que no se podía compaginar con otras.

—Mira, Nick…

—Sé que es una apuesta arriesgada, Ry, pero ¿acaso se puede poner precio a la esperanza?

A Nick no le había costado nada volver a hablar en confianza con ella. Y eso era bueno y malo al mismo tiempo.

—Hazme los números.

—¿Qué?

—Que necesito conocer el coste real. Luego, ya hablaremos.

Él la miró casi como si tuviese dos cabezas.

—¿De verdad?

—Sí.

Nick volvió a sonreír.

—Tenía que haber sabido que no ibas a poder decirle que no a un bebé.

Bebé.

Aquella palabra retumbó en la cabeza de Ryleigh. Adoraba a los niños, a todos. El dinero que recogía aquella organización ayudaría a los enfermos a curarse, y por eso había solicitado ella el trabajo. Y lo había aceptado porque lo que quería más que nada en el mundo era tener su propio hijo. Nick y ella eran amigos, y sabía cómo tenía que pedirle lo que quería.

Él tomó la placa que había encima de la mesa con su nombre.

—Ryleigh Evans —leyó, antes de mirarla—. No sabía que hubieses recuperado tu apellido de soltera.

—No iba a contártelo en un mensaje de texto. ¿Te sorprende?

—Lo que me sorprende es que no te hayas casado. Que no hayas formado una familia.

—No es tan fácil —le dijo ella. No había conocido a nadie que estuviese a la altura de Nick, y éste acababa de darle la excusa perfecta para contarle lo que tenía en mente—, pero tienes razón. Estoy deseando tener un hijo.

—Eso es algo de lo que tendríamos que haber hablado antes de casarnos.

Cuando Ryleigh había sacado el tema, su matrimonio ya había estado mal. El terapeuta al que habían ido les había dicho que tener un hijo en aquellas circunstancias, sólo serviría para acelerar la separación.

—Sí —admitió ella—, pero todo fue tan rápido.

Ryleigh se habían enamorado del doctor Damian a primera vista. Y nada ni nadie la habrían convencido de que aquel hombre que tanto luchaba por salvar la vida de los niños no querría tener los suyos propios.

Ella había sacado el tema. No podía decir que hubiesen discutido al respecto. Nick nunca discutía. O tenía que marcharse a atender a un paciente, o se marchaba sin más. La última vez, había sido Ryleigh quien se había ido.

—Fue culpa mía. Yo no… —dijo Nick, sacudiendo la cabeza con frustración—. Encontrarás a alguien y te casarás, tendrás hijos.

—No hace falta casarse para tener un hijo. En todo este tiempo, no he conocido a nadie que haya merecido la pena.

—Aparecerá.

—¿Y si pasan años y se me pasa el arroz? —preguntó ella, entrelazando los dedos y apoyando las manos en el escritorio—. Mis padres estuvieron años intentando tener un hijo y no lo consiguieron.

—Eso no es del todo cierto, mírate.

—Sí, pero cuando mamá se quedó por fin embarazada ya tenía cuarenta años. Mi llegada fue como un milagro —dijo ella, poniéndose triste al recordar a sus padres, que habían fallecido los dos.

—Es cierto. Ya sabes cuáles son las probabilidades de que una mujer se quede embarazada a los cuarenta…

—Por favor, no me des estadísticas. Eran mis padres y fallecieron antes de que yo terminase el instituto. Estuvimos juntos tan poco tiempo que antes solía preguntarme si había merecido la pena. Ahora entiendo la pasión que sentía mamá, el deseo de tener un hijo, porque yo también lo siento. Aunque también quiero tenerlo joven. Y lo que es más importante, quiero estar ahí cuando mi hijo crezca.

—No te preocupes. Todavía eres joven…

—No tanto. Tengo veintiocho años y medio. Mi reloj biológico sigue avanzando y las perspectivas de tener otro marido no son buenas.

—Dale tiempo.

—Ya lo he hecho. Y estoy cansada de esperar, Nick.

—¿Acaso tienes elección?

—La verdad es que sí. Puedo ser madre soltera.

—Es una decisión muy importante —le advirtió él.

—Una decisión que no he tomado a la ligera. Soy consciente de las dificultades, pero no puedo imaginar mi vida sin un hijo. Quiero sentirlo crecer y moverse en mi interior. Quiero tenerlo en mis brazos y verlo o verla crecer.

—Pero, Ryleigh, hacerlo sola…

Ella levantó una mano para detenerlo.

—No vas a quitarme la idea de la cabeza.

—Alguien tendrá que hacerte entrar en razón.

—La lógica no es nada al lado de mi deseo de ser madre. Voy a serte sincera. La necesidad que siento de tener este bebé es tan fuerte como la tuya con el sexo. ¿Podría convencerte de que no la tuvieras?

—De acuerdo, me ha quedado claro —respondió él—, pero ¿cómo vas a hacerlo? ¿Con una in vitro? ¿Acudiendo a un banco de esperma?

—Preferiría no hacer eso —le contestó ella, mirándolo a los ojos—. Hay más posibilidades de que no salga bien. Y es muy caro. Además, el método de siempre es el mejor y más eficaz.

—Entonces, ¿qué?

—Ahí está el problema, Nick. Cuando nos casamos, yo era joven e idealista. Sólo te necesitaba a ti para ser feliz, sólo necesitaba pasar tiempo contigo. Ahora he madurado y entiendo que eres médico y que los niños te necesitan. Eres un excelente profesional. También eres un buen hombre, el mejor que conozco. Tienes cualidades maravillosas y no he conocido a nadie tan brillante y trabajador como tú. Además, no eres precisamente feo.

—Pero…

—Entiendo que no pudieras darme lo que yo quería. Al menos, entonces.

—Aquí viene el pero —dijo él.

Ryleigh asintió.

—Ahora sí que puedes dármelo. Y quiero un hijo.

Cuando Nick entendió lo que le estaba pidiendo, puso cara de haberse tragado el estetoscopio.

—¿Es una broma, verdad?

—Nunca había hablado más en serio.

—Es una locura —le dijo él, poniéndose a andar de un lado a otro—. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Un hijo nos uniría para siempre.

—No tiene por qué ser así.

Él se detuvo y la miró.

—¿Esperas que sea el padre de un niño y que desaparezca?

—Eso fue lo que hiciste cuando nos casamos —le recordó ella—. No quiero hacerte sentir mal. Sólo digo… Mira, siento habértelo dicho así, pero no había otra manera. Y, sinceramente, me alegro de haberlo hecho. Piénsatelo…

—Ya lo he hecho —replicó él—. Y la respuesta es no.

—¿Así, sin más?

—Sí. No puedes estar hablando en serio. Y cuando entres en razón, nos reiremos juntos de esto.

Ryleigh se sintió decepcionada.

—¿Sabes? Cuando estábamos casados, pensé en dejar de tomar la píldora. Para quedarme embarazada de manera «accidental».

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Porque no me pareció que estuviese bien. No pude hacerlo. Tal vez te parezca una locura, pero no habría sido honesto.

—Lo siento, Ryleigh, pero no puedo hacerlo.

—Tenía que preguntártelo. Aunque tenía la sensación de que me ibas a decir que no. Así que tendré que poner en marcha el plan B.

Él frunció el ceño.

—¿Y cuál es?

—Ir a por el segundo nombre de la lista.

—Eso no es nada gracioso.

No lo era. Sobre todo, porque no era verdad.

—Estoy hablando en serio.

Nick estaba de pie en el control de enfermería de la tercera planta, donde estaba la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátrica, terminando de tomar unas notas. Podía haberlo hecho sentado, pero habría podido quedarse dormido. Después del bombazo de Ryleigh del día anterior, se había pasado la noche en vela. Por suerte, había tenido que atender una urgencia y casi no le había dado tiempo a pensar. Y el niño, asmático, ya estaba bien. Él, no tanto.

Dejó la historia en su sitio, recorrió el pasillo y fue hacia los ascensores. El familiar sonido de la risa de Ryleigh llegó a sus oídos. Al principio pensó que era una alucinación, pero entonces la vio delante de la sala de recién nacidos. Estaba con un hombre. Carlton Gallagher. El médico al que Nick estaba evaluando en esos momentos. Se preguntó si sería él el siguiente nombre en su lista.

Una violenta rabia invadió a Nick, que se quedó sorprendido con su intensidad.

Ryleigh le había dicho que hablaba en serio acerca de quedarse embarazada. Y no había tardado en poner en práctica su plan B.

Nick se acercó rápidamente y se interpuso entre ellos.

—¿Qué está pasando aquí?

Había pretendido hacer la pregunta con naturalidad, pero su tono no había resultado nada amable, sino más bien hostil.

Ryleigh lo miró sorprendida.

—Hola, Nick. El doctor Gallagher acaba de presentarse. Me alegro que por fin hayas encontrado a alguien que pueda ayudarte con los pacientes.

—Todavía no es seguro —contestó él—. Todavía estamos viendo si podemos trabajar juntos.

Carlton lo desafió con la mirada mientras se metía las manos en los bolsillos de los pantalones.

—Tener un periodo de prueba es lo más sensato —comentó.

Gallagher había ido a una de las mejores facultades de medicina y había sido uno de los mejores de su promoción. Se había formado en Dallas, en uno de los mejores hospitales infantiles del país y tenía muchas recomendaciones. Después de un par de meses allí, el personal del hospital estaba empezando a apreciarlo. Sobre todo, las mujeres.

Gallagher tenía más o menos la misma altura que Nick. Era moreno, con algunas canas en las sienes, que seguro que gustaban a las mujeres. Tenía los ojos marrones. La piel morena. Y era probable que a las mujeres les pareciese guapo. Pero, ¿era brillante? ¿Era un buen hombre? No debía de ser el mejor, porque Ryleigh le había pedido antes a él que fuese el padre de su hijo. Nick se enfadó todavía más al bajar la vista a la mano izquierda del otro hombre y ver que no llevaba alianza. Se le debió de notar el enfado, porque Gallagher se puso tenso.

—Se está haciendo tarde —dijo—. Tengo que irme.

Y Nick sintió una cierta satisfacción al oír aquello.

Ryleigh sonrió al otro hombre.

—Me alegro de haberlo conocido, doctor Gallagher. Con respecto al próximo evento para recaudar fondos, ¿puedo contar con que comprará una mesa para la gala?

—Eso se lo tendrá que preguntar al jefe. Hasta luego, Nick —dijo Gallagher mirándolo. Luego frunció el ceño y se marchó.

Nick ya había hecho lo que tenía que hacer, así que podía marcharse, pero vio a Ryleigh mirando a los bebés de la sala de recién nacidos. Sólo había un par de ellos, ya que casi todas las madres tenían a sus bebés en las habitaciones. Nick se dio cuenta de que había ternura y anhelo en su expresión.

—Entonces, ¿va todo bien? —le preguntó, por decir algo—. ¿Ryleigh?

—Has sido un poco brusco con el doctor Gallagher —le dijo ella—. ¿Has pensado que estaba coqueteando con tu compañero?

—Todavía no es mi compañero, y no he sido brusco. Sabes mejor que nadie que no se me da bien socializar, y que los esfuerzos que hago, los hago con los niños.

—Se me había ocurrido preguntarle si quiere ser él el padre —bromeó Ryleigh—, pero luego he pensado dejar el tema para la siguiente vez que nos veamos.

—Buena idea.

O no.

—La verdad es que también había pensado en Spencer Stone —añadió ella.

—¿Mi mejor amigo?

Aquella idea era todavía peor.

—Es encantador. Guapo. Y médico, por lo que es listo —continuó Ryleigh, mirando a los bebés—. Decidido, está en la lista.

Nick no había creído hasta entonces que hablase en serio, pero estaba empezando a tener dudas.

—También es superficial. Egocéntrico. Y arrogante.

—Puedo soportarlo.

—¿Aunque se pase el día rompiendo corazones?

—Es cardiólogo —replicó ella.

—¿Y?

—Yo no busco sentimientos profundos. Sólo sexo sin ataduras. Si Spencer es tan superficial como dices, será perfecto.

Nick le dio la espalda a la cristalera que tenían delante. Le había encantado mantener una relación de amistad con ella. Le gustaba hablar con ella, mantenerse en contacto sin tener que verla y no poder tocarla. Pero cuando Ryleigh le había pedido que fuese el padre de su hijo, no había podido evitar recordar su cuerpo desnudo. ¿Quería acostarse con ella? Por supuesto que sí. Pero de ahí a tener un bebé…

Su matrimonio había fracasado por su culpa, pero después de haber visto cómo su padre se venía abajo después de que su madre lo abandonase, había decidido que él jamás perdería el control de esa manera.

—No espero que me comprendas, Nick —le dijo ella con voz temblorosa—. Tal vez no consiga tener nunca un bebé, pero tengo que dejar de sufrir cuando los veo. Y la única manera de hacerlo es intentándolo. No quiero cometer el mismo error que cometí con nuestro matrimonio.

—Tú no hiciste nada mal —le aseguró él.

—Te equivocas. No lo intenté lo suficiente —le dijo ella, mirándolo, con los ojos llenos de lágrimas—. No te asustes, pero creo que voy a llorar. Así que prefiero marcharme.

Algo se resquebrajó y se desmoronó dentro de Nick mientras alargaba los brazos para abrazarla. Estaba seguro de que Ryleigh iba a llevar adelante su plan, con o sin su ayuda.

Él no había sido capaz de darle lo que necesitaba cuando habían estado casados, pero en esos momentos podía darle lo que quería y, tal vez, borrar una de esas horribles marcas que tenía en el alma.

—O sea, que estás decidida a tener un bebé —comentó.

—Completamente.

Nick se dio cuenta de que, si era así, no podía quedarse mirando. No podía imaginarse a Ryleigh con otro. La idea lo enfadó más de lo que hubiese debido.

—De acuerdo —le dijo—. Cuenta conmigo.

Capítulo 2

RYLEIGH avanzó por el aparcamiento del restaurante italiano Peretti con la mano de Nick apoyada en su espalda. La sensación de déjà-vu no se debía solamente al gesto, sino también al hecho de haber decidido ir a cenar al restaurante favorito de ambos. Era su lugar. En otra vida.

Nick la había llevado allí en su primera cita y a ella le había encantado, aunque casi no hubiese comido nada. Había estado demasiado nerviosa. Demasiado enamorada. Con demasiadas ganas de acostarse con él, cosa que había hecho media hora después de salir de allí. No habían podido seguir controlándose.

Unos meses después, Nick le había pedido que se casase con él, en la mesa que había en el rincón, en la parte de atrás de aquel restaurante.

—Señor Nick, señora —los saludó Vito Peretti con su fuerte acento italiano.

—Hola, Vito.

—Hacía mucho tiempo que no los veía juntos. El doctor Nick no está bien solo. Así que me alegro mucho de que vuelvan a estar juntos.

—No. No estamos juntos. Aunque hayamos venido juntos —comentó Ryleigh, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón negro—. Sólo hemos venido a comer. Y a hablar.

—Excelente. Hay que hablar —dijo Vito, mirando a Nick—. Aclarar las cosas. Resolver el problema.

—Sólo vamos a cenar —le respondió Nick.

—Como quieran —dijo el dueño del restaurante, guiñándole un ojo—. Lo primero es comer, luego ya viene lo romántico.

«Esta vez, no», pensó Ryleigh. Ya no estaba enamorada de Nick Damian. Y eso era lo que hacía viable su plan.

Avanzaron por el restaurante hacia la parte de atrás, y ella supo adónde iban.

—Su mesa —les dijo Vito.

Y los recuerdos se apiñaron en su mente. No dijo nada. Nick tampoco, aunque Ryleigh vio que se le movía un músculo de la mandíbula.

—Les traeré su vino favorito.

«Cabernet», recordó Ryleigh, pero no le dio tiempo a decirle a Vito que no se lo llevase porque necesitaba tener la cabeza despejada.

Nick se frotó el cuello. Tenía los ojos más inclinados hacia debajo de lo habitual, lo que significaba que estaba cansado. Después de haber accedido a colaborar con su plan, se había quitado el pijama de médico.

En esos momentos iba vestido con unos vaqueros desgastados, una camisa blanca de manga larga y una cazadora de cuero marrón. Era octubre y ya no hacía tanto calor como en verano. Los días eran agradables y las noches, frías. Una de las cosas que Ryleigh más echaba de menos era el calor de Nick en la cama. Aunque la mitad de las noches no hubiese dormido allí. ¿Por qué le había costado tanto trabajo acostumbrarse a vivir sin algo que casi no había tenido?

—Siento lo de Vito —comentó él.

—No. Lo siento yo. Si no tuviese la casa hecha un desastre con la mudanza, te habría invitado a cenar allí.

—Aun así, se me tenía que haber ocurrido otra cosa, pero, al tenerte a mi lado en el coche, he venido aquí casi por inercia.

Y una parte de ella deseó que eso significase que no había llevado a aquel restaurante a ninguna otra mujer.

La otra parte reconoció que aquello era una tontería.

—No pasa nada. Quiero darte las gracias por haber accedido a ayudarme. Tenemos cosas de las que hablar, así que lo mínimo que podía hacer era invitarte a cenar.

—Pienso sujetarte el brazo cuando traigan la cuenta —dijo él con una ceja arqueada—. Aunque tal vez seas tú misma quien quiera reconsiderar la invitación. El dinero es importante cuando se tiene un bebé.

—¿Van a tener un bebé? —preguntó Vito, que acababa de acercarse a la mesa—. Las mujeres embarazadas no deben tomar alcohol, así que tal vez sea mejor que sirva sólo un vaso de vino para el señor Nick y a usted le ponga un zumo.

—No estoy embarazada —dijo ella.

—No pasa nada. Han venido aquí a crear el ambiente necesario para intentarlo.

Ella quiso decirle que no, pero se dio cuenta de que, en cierto modo, era verdad. No estaban allí para crear un ambiente, pero sí para hablar de su futuro embarazo.

—Le agradeceríamos que abriese la botella —dijo Nick.

—Será un placer. Su ensalada César llegará enseguida.

—Pero…

El hombre levantó la mano mientras les servía el vino.

—Nos acordamos de sus platos favoritos. Una ensalada para compartir. Colines con salsa. Y luego, la famosa lasaña de Vito, también para compartir. Y tiramisú de postre —añadió, guiñando un ojo—. Lo comparten todo.

Ryleigh recordó todavía más. Vito tenía razón.

—Por Vito —dijo Nick sonriendo y levantando su copa de vino—. Entonces, ¿todavía no estás completamente instalada?

—Por el momento he alquilado un piso de dos habitaciones que subvenciona el hospital, hasta que encuentre algo más permanente. Tengo todavía muchas cosas guardadas.

—¿Puedo ayudarte en algo?

«Sólo con el bebé», pensó ella. Esperaba que no hubiese cambiado de opinión al respecto. Aunque también recordaba de Nick que siempre cumplía con su palabra.

—Para eso estamos aquí.

—Para hablar del bebé.

—Sí —admitió ella—. O, más bien, para establecer las normas.

—De acuerdo. Adelante.

Ella se quedó pensativa un instante.

—En primer lugar, tengo que decirte que no quiero perder tu amistad, así que si crees que puede haber algún problema, habla ahora o…

—Estoy de acuerdo.

—Tenemos que hacerlo de manera sencilla, aunque decepcionemos a Vito.

—Me parece bien. ¿Qué más?

—No se me ocurre nada más.

Él sonrió.

—¿Tan fácil te parece?

—Dame un minuto. Seguro que se me ocurre algo que pueda causar problemas —comentó ella, que ya estaba empezando a relajarse—. Bueno, tendré que hacer una búsqueda en Internet acerca de cómo concebir un bebé.

A Nick le brillaron los ojos mientras bebía vino.

—A no ser que haya cambiado algo desde que fui a la universidad, supongo que el método es el tradicional.

—Muy gracioso.

Sus hombros se rozaron y Ryleigh sintió deseo. Desde que había decidido que quería que fuese el padre de su hijo, se lo había imaginado muchas veces desnudo.

—Antes te gustaba mi sentido del humor —le recordó él.

—Y me sigue gustando —admitió ella—. Quería decir que tengo que averiguar cuándo es el mejor día del mes. Para concebir. ¿Te parece bien que me informe y volvamos a hablar? —le preguntó.

—Cuando tú quieras —le contestó él.

—Dame un par de días. La próxima vez nos veremos en mi casa. Está cerca del hospital, así que nos viene bien a ambos.

—Allí estaré.

Ryleigh se puso nerviosa sólo de pensarlo. Se dijo que harían lo que era necesario hacer para tener un bebé. Y eso sería todo. No habría compromiso. El amor complicaba las cosas y ella había aprendido una lección que no volvería a olvidar. Aunque no pudiese negar que seguía sintiéndose atraída por Nick y eso no era bueno.

Aunque le vendría bien a la hora de tener que quedarse embarazada.

Varios días después Nick llamaba a la puerta de su casa. Ryleigh vivía en el segundo piso de un edificio situado justo detrás del hospital.

Nick llevaba todo el día deseando ver a su exmujer. No la había echado de menos en los dos últimos años, no exactamente. Se había controlado para no hacerlo. Pero tenía que admitir que, desde que había vuelto, estaba de mejor humor.

Se abrió la puerta y apareció la mujer que ocupaba casi todos sus pensamientos, la mujer con la que estaba cómodo.

—Ryleigh.

—Hola, Nick, entra —le dijo ella, retrocediendo—. Esto sigue estando hecho un desastre. Lo siento.

—No te preocupes.

Había cajas por todas partes. Un sofá color beis en el salón y un sillón a juego. Una mesita de café de imitación de madera, mesitas auxiliares a los lados y unas horribles lámparas de cerámica naranja encima.

—No me lo digas. Ya estaba amueblado.

—Es muy feo, ¿verdad?

—Yo no he dicho eso.

—No ha hecho falta.

Pero Nick miró a Ryleigh y se olvidó de los feos muebles. Iba vestida con unos vaqueros desgastados y un jersey amarillo claro. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Nick se puso todavía de mejor humor.

Ella suspiró.

—Quería cocinar, pero no me ha dado tiempo. He pedido comida china, ¿te parece bien?

—Ya sabes que soy muy fácil.

—Bien. Las cajas de cartón están en la cocina, igual que los platos y los cubiertos. Ve por ellos. Yo traeré la bebida. Cenaremos aquí.

Nick fue a la cocina y vio que Ryleigh había pedido sus platos favoritos: rollitos de primavera, pollo agridulce, chow mein. Había un tenedor y palillos. Había intentado enseñar a Ryleigh a utilizarlos, y sonrió al recordarlo. Pero de aquello hacía mucho tiempo. Estaban en la segunda parte de su relación. Sólo iban a tener sexo. Cualquier hombre hubiese matado por estar en su lugar.

Nick dejó su plato encima de la mesa, sobre una servilleta de papel. Muy típico de Ryleigh. Ésta le llevó un refresco.

—He imaginado que estarías de guardia.

—Sí.

Siempre lo estaba, por eso no habían tenido tiempo para ellos cuando habían estado casados.

—Yo no lo estoy —añadió Ryleigh, dejando una copa de vino encima de la mesa y sentándose a su lado en el sofá.

Cenaron en silencio y no se sintieron incómodos. Fue como en los viejos tiempos.

—¿Qué tal tu día? —le preguntó ella.

—Bien. ¿Y el tuyo?

—Me estoy adaptando. Tengo muchas reuniones. Recaudar fondos tal y como está la economía es todo un reto.

—Si alguien puede convencer a la gente para que comparta su dinero, ésa eres tú.

A él lo había convencido de que le hiciese un bebé.

Cuando terminaron de cenar, Ryleigh recogió los platos, llevó más bebidas y luego fue al otro lado, donde estaba la habitación que utilizaba de despacho para regresar con un montón de papeles.

—Aquí está la documentación —dijo, dejándolos encima de la mesa.

—Ahora entiendo por qué me has alimentado tan bien, para que tomase fuerzas.

—Tener un bebé no es tan fácil como piensas —comentó ella en tono divertido.

—Y yo que pensaba que era sólo una cuestión biológica.

—Eso. Y escoger el momento. Es fundamental —comentó, abriendo un documento—, pero hay cosas que aumentan las probabilidades.

Nick se acercó a ella para mirar los papeles, pero, sobre todo, para sentir su calor. Para aspirar el aroma a flores de su piel. Era algo que había echado de menos.

—La clave está en la ovulación —continuó Ryleigh—. En la farmacia hay productos para predecirla.

—¿De verdad?

—Vienen unos palitos, que se ponen morados el día antes de la ovulación, lo que indica que aumenta la hormona luteinizante, que ayuda a liberar el óvulo. Hay que programar el sexo para el día en que esta hormona esté alta.

Nick estaba concentrado en su boca y no se enteró de nada hasta que oyó la palabra «sexo». Él no necesitaba ningún aparato para saber que estaba preparado. Dijo lo único que se le pasó por la mente, teniendo en cuenta que se le había bajado toda la sangre de la cabeza a la entrepierna.

—La ciencia es sorprendente.

—Y fascinante.

—¿Necesito saber algo más?

Como cuándo y dónde. A él le parecía bien en ese instante. Dio un trago de agua, y no porque tuviese sed.

—También hay información acerca de las posturas.

—¿Sí?

—Sí. La más prometedora es la del misionero, pero no hay ningún estudio que lo demuestre.

Él pensó que, con Ryleigh, estaría dispuesto a hacer él el estudio.

—De acuerdo.

—También he leído que puede ayudar quedarse tumbado después. Quince minutos en posición horizontal —comentó ella, buscando entre los papeles, como si estuviese nerviosa—. Aunque tampoco hay estudios que lo demuestren.

—Entendido.

—He encontrado una página web con preguntas frecuentes y respuestas —comentó, ruborizándose—. He leído que hay más posibilidades de concebir si la mujer llega al clímax.

—¿Y? —le preguntó él, al verla dudar—. No me lo digas, que tampoco hay estudios que lo demuestren.

Ella se echó a reír.

—No, pero se cree que las contracciones ayudan a los chicos a llegar a su objetivo.

—Tiene sentido.

Aunque él nunca le hubiese hecho el amor con esa intención, sino sólo para hacerla feliz. Y estaba casi seguro de que, en la cama, lo había conseguido. En el resto de aspectos la había defraudado, por eso quería compensarla con aquello.

Ryleigh levantó la vista en ese momento.

—Y luego está el debate acerca de si es mejor por la mañana o por la noche.

—¿El qué?

—El sexo —respondió ella, que estaba sentada con las piernas cruzadas, inclinada hacia delante—. Algunos estudios indican que hay más espermatozoides por las mañanas, pero sólo un millón más o menos, así que tampoco es tan importante.

—En realidad sólo hace falta uno —comentó él que, de repente, tenía calor.

—Eso es.

Nick observó las cajas y los feos muebles. Ryleigh era una mujer hogareña y estaba fuera de lugar allí. Así que abrió la boca y, sin pensarlo, le dijo:

—Vente a vivir conmigo.

Ella parpadeó y se sentó más recta.

—¿Qué?

—El momento oportuno es esencial para conseguir tu objetivo. Si ese palito se pone morado, la temperatura de tu cuerpo sube y es el mejor momento. ¿Y qué pasaría si tú estuvieses aquí y yo allí? Estaríamos perdiendo una oportunidad.

—Eso tiene cierta lógica, pero, no sé, Nick —respondió ella, mordiéndose el labio inferior, indecisa—. ¿Cómo voy a invadir tu espacio?

Su falta de entusiasmo hizo que Nick desease todavía más convencerla.

—También fue tu espacio. Y ya sabes que hay mucho sitio. No querrás que prolonguemos el proceso, ¿no?

—No, pero…

—Al igual que la ciencia, la naturaleza y la biología son prácticas.

Habló en el mismo tono en que lo había hecho ella: distante. Como si estuviesen hablando de las intimidades de otra pareja.

Nick recordó todas las emociones que había sentido después de que ella se marchase, pero aquello era diferente. Tenían normas. Guardarían las distancias. Sería sencillo. Estaría dirigido a un objetivo. Ryleigh conseguiría lo que quería. Él calmaría su culpabilidad. Los dos ganarían. Ambos podrían continuar con sus vidas. Sin sentimientos, sin problemas.

—¿No quieres maximizar las oportunidades de concebir? —le preguntó.

—Sí —respondió ella, mirándolo a los ojos—. Quiero tener un hijo más que nada en este mundo.

—¿Y entonces?

—Que he hecho los cálculos menstruales. A la antigua usanza. Se supone que voy a ovular dentro de una semana. El próximo lunes.

—Pues te ayudaré a trasladarte el sábado. Y así podrás relajarte el resto del fin de semana, para que tus ovarios no se estresen.

—¿Estás seguro? —le preguntó ella con escepticismo.

—Sí.

La puerta de sus sentimientos se abrió un instante y se le escapó la emoción.

—Está bien, me iré a tu casa.

Nick asintió y volvió a mirar las cajas que había por la habitación. Ella le había dicho que estaba todo hecho un desastre, y sólo entonces se dio cuenta de que era una metáfora de su vida. No había esperado que aceptase su ofrecimiento de irse a su casa, pero no podía negar que se alegraba de que lo hubiese hecho.

En una semana estarían haciendo lo que hacían un hombre y una mujer para tener un bebé. Y eso también le alegraba.

Capítulo 3

RYLEIGH detuvo el coche detrás del todoterreno plateado de Nick, a la entrada de su urbanización. Lo vio asomarse por la ventanilla y hablar con el guardia de seguridad, y luego señalarla. Debía de estar explicándole al guardia que iba a ir a vivir con él.

Cuando el todoterreno avanzó, ella lo siguió. Se detuvo al lado del guardia.

—Hola —le dijo, bajando la ventanilla.

—Señorita Evans —le contestó el hombre, que no era el mismo que cuando ella había vivido allí—. El doctor Damian me ha explicado que va a quedarse en su casa.

—Eso es.

El guardia le dio una tarjeta de visitante.

—Ponga esto en el salpicadero y podrá entrar y salir cuando quiera.

—Gracias.

—Buenas noches.

—Igualmente.

Era la primera vez que Ryleigh volvía a la casa desde que habían roto. Y la sensación fue muy rara. No había cambiado nada, pero todo le parecía diferente. Las casas eran todas grandes, caras y estaban bien cuidadas, pero ella no se sintió como en casa. Sino lejos. Y triste. Le había encantado la casa y la zona.

Aparcó detrás del coche de Nick, que ya estaba fuera. Miró la casa de dos pisos y volvió a sentirse rara. Aunque había estado así desde que le había contado a Nick todo lo que había averiguado acerca del tema de la concepción.

Pero quería terminar con aquello lo antes posible. No quería arriesgarse a más, teniendo en cuenta la atracción que sentía por Nick.

Respiró hondo, abrió la puerta del coche y salió a la acera. Nada había cambiado, salvo ella.

—¿Por qué no llevo tus cosas dentro? —le sugirió Nick.

Y su voz la sobresaltó. Ryleigh se giró y se obligó a sonreírle.

—Me parece bien.

Abrió el maletero e intentó sacar la maleta, pero él la detuvo.

—Yo lo haré. Estoy seguro de que pesa tanto como cuando la he metido.

—Gracias.

La mano de Nick era grande y fuerte, y tenía los dedos calientes. Ryleigh notó calor cuando la tocó y se le sonrojaron las mejillas. Estaba empezando a anochecer, así que Nick no debió de darse cuenta de cuánto le había afectado que la tocase.

Eso tampoco había cambiado. Pero la atracción sin emoción era como una flecha sin arco: no podía hacer daño.

Nick tuvo que hacer varios viajes para llevar todas sus cosas al interior de la casa.

Ryleigh miró a su alrededor y los recuerdos la atacaron desde todas las direcciones. Se acordó de Nick, cruzando el umbral de la puerta con ella en brazos cuando habían comprado la casa. La enorme cocina le hizo pensar en la ocasión en la que habían hecho el amor al lado de la nevera de acero inoxidable. De hecho, al mudarse allí Nick le había prometido que iba a hacerle el amor en todas las habitaciones de la casa. Y casi lo habían conseguido.

Ryleigh recorrió con la mirada el salón, con la enorme televisión de pantalla plana y los sillones verdes oscuros. Y no pudo evitar suspirar.

Nick se detuvo a su lado.

—¿Estás bien?

—Sí —mintió ella—. ¿Por qué?

—Porque estás demasiado callada.

—Sólo estoy inspeccionando el territorio.

Él puso los brazos en jarras. Iba vestido con vaqueros y una camisa azul marino, como casi siempre. Le había dicho a Ryleigh que esa noche estaba de guardia el doctor Gallagher, y ella se había preguntado si debía sentirse honrada.

—¿Y? ¿Qué te parece?

—Que está igual. Y me sorprende un poco.

—Ya sabes que la decoración no es lo mío —comentó él.

Ryleigh se preguntó si también estaría sintiendo nostalgia. No, el Nick que ella recordaba no sentía nostalgia.

—No quiero decir eso —le contestó, mirándolo—. Lo que me sorprende es que no vendieras la casa después del divorcio.

—Tengo mis motivos.

—¿Cuáles?

—Que no me puse a ello y, luego, el mercado inmobiliario se derrumbó. Además, mudarse de casa lleva mucho tiempo y, en realidad, me da igual adónde me llegue el correo.

«Todo motivos prácticos», pensó ella. Si la situación hubiese sido la inversa, Ryleigh la habría vendido sólo porque le habría resultado demasiado doloroso compartir espacio con los fantasmas de lo que nunca sería.

—Además, no estoy casi nunca aquí —añadió Nick.

Eso ya lo sabía ella.

—¿Dónde me instalo?

—Donde quieras. Aunque no hay mucho donde elegir.

Ryleigh subió al piso de arriba. Se asomó a la habitación principal, que seguía igual que siempre. Había unas zapatillas de deporte en un rincón, lo que significaba que Nick seguía durmiendo allí.

Ryleigh siguió andando y se asomó a la habitación de al lado.

—Ésta sería estupenda para el bebé.

—Es lo mismo que dijiste la primera vez que viste la casa —comentó él con voz ronca.

No era normal que Nick se acordase de algo así, y a Ryleigh se le encogió el corazón al oírlo.

—Tiene buen tamaño, y está al lado de la principal. Si el bebé llorase, lo oiríamos.

Pero estaba vacía, reflejo de su matrimonio.

Ryleigh fue a ver las otras tres habitaciones y se dio cuenta de que no tenía elección. La única que estaba amueblada era la que estaba más lejos de la de Nick.

—Me quedaré aquí —dijo.

—Ya lo suponía.

Nick bajó a por sus cosas y ella se alegró de quedarse sola. Nunca se había sentido así cuando aquélla había sido su casa. En esos momentos, había superado el primer obstáculo, el que más miedo le había dado. Enfrentarse al pasado.

Y en esos momentos se sentía más fuerte. No era la chica inmadura que había vivido allí, era una mujer con un objetivo. Y no se acercaría a Nick hasta que no llegase el momento de conseguirlo. Con un poco de suerte, estaría lo suficientemente lejos para que los recuerdos no la asaltasen.

Por otro lado… nunca habían tenido sexo en la habitación de invitados.

La noche después de haberse mudado a casa de Nick, Ryleigh fue a casa de su mejor amiga con una pizza en las manos. Llamó a la puerta y Avery O’Neill le abrió casi inmediatamente.

—Hola.

—Hola.

—Entra.

Avery abrió más la puerta y tomó la pizza. Entraron hasta la cocina y, una vez allí, dejó la pizza y se giró hacia ella.

—Ahora, dame un abrazo como es debido. Ryleigh la abrazó con fuerza y luego la miró más detenidamente.

—Me gusta tu nuevo corte de pelo.

—Gracias.

—Pareces un hada recién salida de Harry Potter o El Señor de los Anillos.

—Spencer Stone me llama Campanilla.

Spencer era el mejor cardiólogo del Centro Médico Mercy y el mejor amigo de Nick.

Su amiga era interventora del hospital y se ocupaba de los asuntos económicos del mismo. Se habían conocido cuando Ryleigh había sido secretaria de dirección del gerente.