Una reina conveniente - Lynne Graham - E-Book
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Una reina conveniente E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Sería su esposa solo por un año… En una ocasión, Ella Gilchrist había tenido el valor de rechazar la proposición de matrimonio del príncipe Zarif al-Rastani. Para asegurar la paz y la estabilidad de su país, Zarif ahora debía casarse, así que, cuando Ella volvió suplicándole ayuda, decidió dársela… con una condición. Tres años antes Zarif podía encender su pasión y dejarla sin aliento sin tener que esforzarse mucho hasta que su confesión de que jamás podría amarla le partió el corazón. Pero, si quería rescatar a su familia de una ruina inminente, Ella debía acceder a casarse con él y pasar un año a su lado ¡y en su cama!

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Seitenzahl: 242

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Lynne Graham

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una reina conveniente, n.º 99 - diciembre 2014

Título original: Zarif’s Convenient Queen

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4872-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

 

Zarif estaba aburrido. Había perdido interés por los opulentos encantos de su amante de piel color crema y sumamente sofisticada. Justo en ese instante estaba en la cama, cautivada por su reflejo en el espejo mientras se colocaba el resplandeciente colgante de rubí que colgaba de su cuello.

–Es precioso –le dijo con los ojos abiertos de par en par y ávida admiración–. Gracias. Has sido muy generoso.

Lena era muy perspicaz. Sabía que el colgante era un regalo de despedida y que tendría que abandonar su espléndido piso de Dubái sin discusión y partir en busca de otro hombre rico. Tal como Zarif había descubierto, el sexo no era para tanto. En el dormitorio prefería a las aficionadas antes que a las profesionales, pero no se hacía muchas ilusiones con la moral de las mujeres que tenía como amantes. Les proporcionaba medios para disfrutar de la buena vida mientras ellas le proporcionaban a él una necesaria válvula de escape para su excesivamente acusado deseo sexual. Esas mujeres comprendían la necesidad de que fuera una relación discreta y entendían que contactar con los medios sería un movimiento muy poco inteligente.

Y es que Zarif tenía más necesidad que la mayoría de los hombres de conservar intacta su imagen pública. A los doce años se había convertido en rey de Vashir con su tío ejerciendo como regente hasta que él alcanzó la mayoría de edad. Era el último de una larga lista de soberanos feudales ocupando el trono esmeralda en el viejo palacio. Vashir era productor de petróleo, pero un país muy conservador, y siempre que Zarif había intentado llevarlo hasta el siglo XXI, la vieja guardia de su consejo, compuesta por doce jeques tribales que superaban los sesenta años, se había horrorizado y le había suplicado que lo reconsiderara.

–¿Vas a casarte? –le preguntó Lena bruscamente antes de lanzarle una mirada de desconcierto–. Lo siento, sé que no es asunto mío.

–Aún no, pero pronto –respondió Zarif escuetamente estirándose la chaqueta sastre de su traje y dándose la vuelta.

–Buena suerte –dijo ella en voz baja–. Será una mujer afortunada.

Zarif seguía con el ceño fruncido al entrar en el ascensor. En lo que concernía al tema del matrimonio o de los hijos, la suerte no había hecho mucho acto de presencia en su árbol genealógico. Históricamente, los matrimonios por amor habían resultado tan fallidos como las nupcias por conveniencia y de ellos habían nacido muy pocos hijos. Zarif había crecido como hijo único y ya no podía soportar la presión que recaía sobre él para que se casara y proporcionara un heredero a la corona. Había llegado a la edad de veintinueve soltero porque en realidad era un viudo cuya esposa, Azel, y su hijo, Firas, habían muerto en un accidente de coche siete años antes.

En ese momento Zarif había pensado que jamás se recuperaría de semejante e indescriptible pérdida. Todo el mundo había respetado su derecho a llorarlos, pero aun así era bien consciente de que no podía ignorar sus obligaciones para siempre. Preservar la continuidad de su línea de sangre para asegurar la estabilidad del país que tanto amaba era su deber más básico. Sin embargo, lo cierto era que no quería ninguna esposa y se sentía culpable por ello. Le gustaba estar solo, le gustaba su vida tal cual era.

Un elegante jet privado lo devolvió a Vashir. Antes de desembarcar se enfundó la larga túnica blanca, la capa beis y el tocado requerido para asistir a la ceremonia de inauguración de un nuevo museo en el centro de la ciudad. Solo después de esa aparición quedaría libre para volver al viejo palacio, una laberíntica propiedad levantada entre exuberantes jardines perfumados. Hacía tiempo que había quedado eclipsado por el gigantesco y resplandeciente nuevo palacio construido al otro lado de la ciudad, y que ahora funcionaba como centro oficial del gobierno. Pero Zarif había crecido en el viejo palacio y se sentía fuertemente vinculado a él.

Además, era el lugar donde su querido tío Halim estaba pasando los últimos meses de su enfermedad terminal y Zarif quería aprovechar al máximo el tiempo que le quedaba. En muchos aspectos, Halim había sido el padre al que nunca había conocido, un hombre tranquilo y amable que le había enseñado todo lo que había necesitado saber sobre negociaciones, autodisciplina y habilidades políticas.

Yaman, su director comercial, lo esperaba en la habitación que Zarif empleaba como despacho.

–¿Qué te trae por aquí? –preguntó Zarif sorprendido dado que el hombre no solía hacerle semejantes visitas.

A diferencia de sus hermanos, Nik y Cristo, que se habían forjado un nombre en el mundo de las finanzas, a Zarif le interesaban muy poco sus asuntos de negocios. Vashir se había convertido en un país rico gracias al petróleo mucho antes de que él hubiera nacido y, de ahí, que hubiera crecido rodeado de riqueza. Yaman y su altamente cualificado equipo estaban al mando de esa fortuna y la conservaban.

–Hay una cuestión sobre la que creo que debo ponerle al corriente –le informó Yaman con tono grave.

–Por supuesto. ¿Qué problema hay? –preguntó Zarif apoyando la espalda contra el borde de su escritorio y con su oscura mirada cargada de preguntas y destacando sobre sus esbeltos rasgos bronceados.

El aire de turbación del contable aumentó.

–Tiene que ver con un préstamo personal que le hizo a un amigo hace tres años… Jason Gilchrist.

Desconcertado ante la mención de ese nombre, Zarif se puso tenso. Pero, al oírlo, no fue el rostro del que una vez había sido su amigo el que vio, sino el de la hermana de Jason, Eleonora. La imagen de una joven con una sedosa melena rizada color miel, unos intensos ojos azules y las piernas de una gacela. Se quedó paralizado y a la defensiva ante la velocidad de su nada esperada respuesta y el desagradable recuerdo de unas ofensas que jamás había olvidado:

«Somos demasiado jóvenes para casarnos».

«Soy inglesa. No podría vivir en una cultura en la que las mujeres son ciudadanas de segunda».

«No estoy hecha para ser reina».

–¿Qué ha pasado? –le preguntó a Yaman con su habitual calma; solo el repentino brillo que hizo que su oscura mirada adoptara un tono ámbar contradijo su fachada de frialdad.

 

 

Ella entró en la silenciosa casa. Estaba tan cansada que solo la fuerza de su voluntad la mantenía en pie.

Había luz bajo de la puerta del salón: Jason estaba levantado. Pasó por delante sin hacer ruido, incapaz de tener otro enfrentamiento con su hermano, y fue a la cocina. Estaba hecha un desastre y con platos con comida aún sobre la mesa. Las sillas seguían retiradas de la mesa desde el día antes, cuando habían pegado un salto de sus asientos en cuanto Jason había soltado la devastadora noticia de su ruina económica durante una comida familiar. Poniéndose recta, y negándose a recordar ese espantoso almuerzo, Ella comenzó a recoger sabiendo que se sentiría peor si tenía que ocuparse de todo ese desastre a la mañana siguiente.

La casa ya no parecía un hogar sin sus padres. Unas angustiosas imágenes de su madre yaciendo inmóvil y frágil en la cama del hospital y de su padre sollozando sin control le invadieron la mente. Los ojos se le llenaron de unas ardientes lágrimas y parpadeó para contenerlas porque darles rienda suelta a la autocompasión y a la tristeza no cambiaría nada de lo que había pasado.

Los horrores de las últimas cuarenta y ocho horas se habían acumulado como coches en una colisión múltiple. La pesadilla había comenzado cuando Jason había admitido que la empresa de contabilidad propiedad de la familia estaba al borde de la bancarrota y que el hogar de sus padres, donde todos vivían juntos, estaba rehipotecado. Recién llegados del crucero por el Mediterráneo, después de que Jason hubiera convencido a sus padres para hacerlo mientras él se ocupaba del negocio, su padre se había mostrado furioso y sin poder creer que las cosas se hubieran puesto tan mal en tan poco tiempo. Gerald Gilchrist había salido corriendo a la oficina para comprobar los libros de cuentas de la empresa y le había pedido consejo a su director de banca mientras Jason se había quedado en casa explicándole la situación a su madre con más detalle.

En un principio, Jennifer Gilchrist se había mostrado calmada, aparentemente convencida de que su hijo, un joven inteligente y de éxito, sería capaz de solucionar cualquier problema que surgiera y aseguraría la prosperidad de la familia. A diferencia de su marido, no había condenado a su hijo por su falta de honradez al falsificar sus firmas en el documento empleado para volver a hipotecar la casa. Es más, había dado por hecho que Jason simplemente había estado intentando proteger a sus padres de unas preocupaciones económicas innecesarias.

Pero, claro, desde su nacimiento Jason había sido el centro del mundo de sus padres, admitió Ella con ironía. Siempre lo habían excusado cuando había mentido o engañado y le habían ofrecido un perdón y una comprensión inmediatos en muchas ocasiones. Inteligente y atlético de manera innata, Jason había resplandecido en todos los ámbitos y el orgullo de sus padres hacia él había sido ilimitado. Pero su hermano siempre había tenido un lado oscuro combinado con una desconcertante falta de preocupación por el bienestar de los demás. Sus padres habían ahorrado para enviarlo a una escuela privada de élite y, cuando había conseguido una plaza en la Universidad de Oxford, se habían mostrado exultantes por su logro.

En la universidad, Jason había hecho amistad con alumnos mucho más ricos que él. ¿Fue entonces cuando su hermano había empezado a sucumbir a esa clase de ambición y avaricia que no haría más que meterlo en problemas? ¿O ese cambio había tenido lugar solo después de que se hubiera convertido en un banquero de altos vuelos con un Porsche y un fuerte sentido de la propiedad y de los beneficios que creía que merecía? Fuera lo que fuese, Jason siempre había querido más y casi de forma inevitable ese anhelo por las riquezas fácilmente accesibles lo había tentado por el mal camino de la vida. Pero lo que jamás podría perdonarle a su hermano era que hubiera arrastrado a sus padres tras él sumiéndolos en el lodo de las deudas y la desesperación.

Sin embargo, lo peor ya había pasado, se dijo Ella en un intento de consolarse. Nada podía igualarse al horror del desplome de su madre que, tras el impacto de conocer su desastrosa situación económica, había sufrido un ataque al corazón. Después de que la hubieran llevado a urgencias el día antes, Jennifer Gilchrist se había visto sometida a una cirugía de urgencia y ahora, gracias a Dios, se estaba recuperando en la unidad de cuidados intensivos. Su padre se había esforzado al máximo por acoplarse a ese repentino cambio, pero al final lo había superado saber que no podría pagarles a sus empleados los salarios que les correspondían. Conmocionado y avergonzado, finalmente se había visto abrumado y se había derrumbado en la sala de espera del hospital, donde había llorado en los brazos de su hija mientras se culpaba por no haber vigilado más de cerca las actividades de su hijo dentro de la compañía.

Un leve sonido hizo que Ella girara la cabeza. Su hermano, que tenía la constitución de un jugador de rugby y el corpulento perfil de un hombre que no malgastaba mucho tiempo en mantenerse en forma, estaba en la puerta de la cocina con un vaso de whisky en la mano.

–¿Cómo está mamá? –preguntó con brusquedad.

–El pronóstico es bueno –le respondió en voz baja y se giró hacia el fregadero, prefiriendo mantenerse ocupada para no pensar en el inquietante hecho de que su hermano ni la hubiera acompañado al hospital ni hubiera hecho el esfuerzo de ir a visitar a su madre.

–No es culpa mía que haya sufrido un ataque –le dijo Jason con tono beligerante.

–Yo no he dicho que lo fuera –respondió Ella, decidida a no entrar en discusiones con su hermano, que incluso de niño se hubiera tirado veinticuatro horas discutiendo antes que dar su brazo a torcer–. No pretendo culpar a nadie.

–Lo que quiero decir es que… mamá podría haber tenido un infarto en cualquier momento y que, al menos, por el modo en que pasó, todos estábamos aquí para ocuparnos y asegurarnos de que llegara pronto al hospital –añadió con elocuencia.

–Sí –respondió Ella en un intento por no perder la calma, y se detuvo antes de continuar–: Quería preguntarte una cosa… Ese impresionante préstamo que dices que pediste hace tres años…

–¿Qué pasa? –preguntó con una dureza que indicó que no estaba de humor para responder a sus preguntas.

–¿En qué banco lo pediste?

–Ningún banco me habría dado esa cantidad de dinero sin garantía colateral –respondió con una mirada de desprecio por su ignorancia sobre el tema–. Zarif me dio el dinero.

Cuando pronunció ese nombre en voz alta, a Ella se le cayó el estropajo de las manos.

–¿Zarif? –repitió con incredulidad y con la voz entrecortada.

–Después de que me despidieran del banco, me ofreció el dinero para levantar mi propio negocio. Fue un préstamo libre de intereses y no tenía que devolverle nada durante los tres primeros años –explicó a regañadientes–. Solo un idiota se habría negado a aprovecharse de un trato tan bueno.

–Fue muy… amable por su parte –comentó Ella con tirantez y su hermoso y pálido rostro tenso mientras batallaba con los poderosos sentimientos que la invadían por dentro. Todos ellos reacciones que había aprendido a contener durante tres largos años de fiera autodisciplina, sin permitirse jamás mirar atrás hacia la que había sido la experiencia más angustiosa de toda su vida–. Pero no levantaste ningún negocio… te hiciste socio de papá.

–Bueno, qué mejor lugar para trabajar que tu hogar, al lado de tu familia, o eso dicen… –dijo su hermano sin la más mínima vergüenza–. La empresa familiar no iba a ninguna parte hasta que entré yo.

Ella contuvo una furiosa réplica y apretó los labios con decisión. Ojalá Jason hubiera optado por abrir su propio negocio, pero en lugar de eso había arruinado una compañía estable que había generado unos buenos ingresos.

–No me puedo creer que aceptaras dinero de Zarif.

–Cuando un multimillonario te ofrece dinero, sería de tontos no aceptarlo –la informó Jason con tono condescendiente–. Aunque, claro, Zarif solo me ofreció el préstamo porque creía que ibas a casarte con él y tener un cuñado en paro le habría supuesto una gran vergüenza.

A Ella se le tensaron los músculos de la espalda ante el perturbador comentario de su hermano.

–Si eso es verdad, deberías haberle devuelto el dinero cuando rompimos.

–No rompisteis, Ella –la interrumpió Jason con desdén–. Tú te negaste a casarte con él inexplicablemente rechazando así el chollo del siglo. Zarif jamás volvería a saludarnos después de haberse llevado un palo tan fuerte. Así que, si estás buscando a alguien a quien culpar por todo esto, ¡fíjate en el papel que desempeñaste para habernos hecho acabar cayendo así!

Con sus enormes ojos azules abiertos de par en par con consternación y sus delicadas mejillas sonrojadas, Ella se dio la vuelta.

–¿Intentas decirme que, en cierto modo, soy responsable de lo que ha pasado?

Un amargo resentimiento encendió la mirada inyectada en sangre de su hermano.

–Tomaste una decisión absolutamente egoísta al negarte a casarte con Zarif, que no solo lo ofendió, sino que también destruyó mi amistad con él. ¡Después de aquello, no volvió a ponerse en contacto conmigo!

Ella agachó la cabeza y unas ondas de cabello color miel ocultaron su rostro desconcertado y su atribulada mirada azul. La amistad de su hermano con Zarif había muerto a todos los efectos el mismo día en que ella había rechazado la proposición de matrimonio de Zarif y ese era un hecho que no podía negar.

–Sí, lo rechacé, pero no fue una decisión egoísta; no estábamos hechos el uno para el otro –dijo con titubeo y la mirada clavada en un agujero de las baldosas del suelo.

–Cuando acepté aquel dinero de Zarif di por hecho que ibas a casarte con él y que no tenía que preocuparme por devolvérselo –le contestó con vehemencia y dándole otro trago al mejor whisky de su padre, aunque sin apreciarlo lo más mínimo–. Está claro que es culpa tuya que ahora estemos metidos en líos. Después de todo, tú también te has llevado tu parte del dinero de Zarif.

Ella frunció el ceño, desconcertada por esa repentina acusación que salió así, como de la nada.

–¿Qué dinero? Yo jamás he tocado el dinero de Zarif.

–¡Oh, sí, claro que sí! –le respondió Jason con mortificante satisfacción–. Cuando necesitaste dinero para hacerte socia de Cathy en la tienda, ¿de dónde crees que te lo conseguí?

Ella miró a su hermano mayor horrorizada.

–Me dijiste que era tu dinero, ¡tus ahorros! –protestó afligida–. ¿Me estás diciendo que el dinero salió del préstamo de Zarif?

–¿Y cómo iba a tener yo ahorros? –preguntó Jason con burla–. Cuando me echaron, estaba hasta el cuello de deudas. Tenía préstamos de coches, préstamos bancarios, una hipoteca enorme de mi apartamento…

Ella se quedó atónita ante esas palabras. Después de terminar la universidad, su amiga Cathy y ella habían abierto una librería con zona de cafetería en el pueblo donde vivían. Ella le había pedido dinero a Jason para aportar su parte de la inversión y le pagaba unas cuotas mensuales a cambio de aquella financiación inicial. Es más, dos años y medio después de aquello seguía siendo pobre y no podía permitirse salir de casa de sus padres ni comprarse un coche con sus ingresos de la tienda. Sin embargo, la tienda marchaba bien, aunque no lo suficiente como para permitirle ningún tipo de lujo. Cathy, hija única de unos padres adinerados dueños de una cadena de residencias de ancianos, se encontraba en una posición mucho más acomodada porque la tienda no era su única fuente de ingresos.

–Me engañaste a propósito –lo acusó Ella con voz temblorosa–. Jamás habría aceptado ese dinero de haber sabido que era de Zarif, y tú lo sabías.

–Los que suplican no pueden elegir. Tuviste suerte de conseguir el dinero en su momento.

–Si es cierto que mi parte de la inversión de la tienda vino del préstamo de Zarif, entonces está claro que estoy más implicada de lo que creía –admitió antes de dejarse caer en una silla junto a la mesa de la cocina–. Pero no puedes culparme por el hecho de que te hayas gastado una enorme cantidad de dinero en cosas superficiales como despachos nuevos y que ahora no puedas reponer ese dinero.

Jason le lanzó una mirada fulminante de auténtico desagrado que la hizo palidecer.

–¿No puedo? ¡Cuando recibí ese dinero jamás me esperé tener que devolverlo! –le dijo con brusquedad–. Di por hecho que te casarías con Zarif y que entonces él jamás esperaría que se lo devolviera! Para que lo sepas, te culpo por toda esta maldita pesadilla. ¡Si no hubieras rechazado a Zarif ni le hubieras tirado a su cara esa proposición de matrimonio, ahora no estaríamos metidos en este lío!

Apretando los dientes, Ella se levantó del asiento furiosa y de un brinco.

–¡Eso no es justo! Desde el momento en que recibiste aquel préstamo has sido totalmente deshonesto y un maldito derrochador. Quebrantaste las leyes al falsificar la firma de mamá y papá para rehipotecar esta casa, nos engañaste a todos sobre lo que estaba pasando de verdad con la empresa… ¡No te atrevas a hacer parecer que todo esto es culpa mía! –le gritó furiosa y a la defensiva.

–¡Qué egoísta y corta de miras eres! –la acusó Jason con el rostro enrojecido de furia y los puños apretados–. Fuiste tú la que echaste a perder la amistad de Zarif con esta familia y nos puso en una situación humillante, así que deberías ser tú la que fuera a verlo ahora y pedirle que nos dé tiempo para arreglar esto.

–¿Verlo? –repitió Ella con tono estridente y sin ocultar su consternación ante esa propuesta–. ¿De verdad quieres que vaya a ver a Zarif?

–¿Quién mejor? –le preguntó Jason arrugando el labio–. Los hombres suelen ser más comprensivos cuando una mujer hermosa les pide un favor y Zarif no sería humano si ver a una mujer suplicándole no lo ablanda.

Ella, encendida de pies a cabeza, miraba la superficie de la mesa. Su rubor fue diminuyendo lentamente mientras contemplaba la idea de volver a ver a Zarif y su lividez pronto se vio acompañada de náuseas ante la idea de tener que suplicarle–. No puedo hacerlo. No podría soportar volver a verlo –dijo entre dientes, avergonzada de verse forzada a admitir semejante debilidad, a sentir tanto por algo que había sucedido tanto tiempo atrás.

–Bueno, pues no creo que a mí quiera verme dadas las circunstancias, pero solo la curiosidad hará que tú sí te ganes una audiencia real –predijo Jason con hiriente seguridad–. Y ni siquiera tienes que ir hasta ese país dejado de la mano de Dios para hacerlo. Va a hacer una donación para un edificio de Ciencias de la Universidad de Oxford y pasado mañana dará un discurso allí.

El hermoso rostro de Ella estaba pálido y tenso.

–Pues no importa porque no quiero ni verlo ni volver a hablar con él.

–¿Ni siquiera para rescatar a papá y mamá de esta pesadilla? –la reprendió con tono desagradable–. Admitámoslo, ahora mismo eres nuestra única esperanza. Y solo me queda esperar que Zarif tenga una vena sentimental escondida por alguna parte que lo haga reaccionar.

–No soy responsable del préstamo o de la hipoteca de esta casa –dijo Ella mientras se preguntaba si estaba siendo egoísta, y sintiéndose torturada ante la insistencia de su hermano de que solo ella podía ayudar a sus padres en esa grave situación.

¿Acaso Jason solo estaba intentando manipularla para salvarse a él mismo? ¿Estaba lanzándole una propuesta desesperada que mortificaría su orgullo, pero que al final no cambiaría nada la situación? ¿De verdad se pensaba que Zarif la escucharía? Sin duda, Zarif había apreciado y respetado a sus padres y probablemente no tenía la más mínima idea de que el mal manejo de Jason del préstamo había destruido su seguridad económica.

–¿Es que no te das cuenta de lo valioso que puede ser tener un amigo rico? ¿No tienes idea de lo que les hiciste a mis esperanzas y sueños cuando lo rechazaste? –preguntó Jason con hiriente amargura–. Podría haber estado volando alto apoyándome en Zarif.

–Pero no apoyándote en tus propios esfuerzos –murmuró Ella disgustada y en voz baja.

–¿Qué has dicho? –le preguntó con tono acusatorio, dando un paso adelante con el rostro encendido de ira.

Ella se levantó de la silla y evitó rozarse con su hermano al ir hacia la puerta.

–Nada… no he dicho nada –mintió vacilante–. Los dos estamos demasiado cansados y estresados para hablar de esto. Me voy a la cama.

–¡Eres una pequeña perra estúpida y egoísta, Ella! –bramó furioso tras ella–. Podrías haberlo tenido todo, pero, en lugar de eso, ¿qué tienes? ¡La mitad de las acciones de una librería del tamaño de un armario!

Ella se tensó y se giró lentamente.

–También tengo mi integridad –declaró levantando la barbilla mientras intentaba no pensar en la fuente del préstamo que la había ayudado a meterse en la librería. Pero fue un pensamiento que no pudo eludir mientras se aseó y se metió en la cama con los lentos y pesados movimientos de una mujer con el piloto automático encendido. Por fin, el agotamiento se estaba apoderando de ella.

Pero mientras su cuerpo yacía sobre el colchón, sus pensamientos seguían adelante. Tanto si le gustaba como si no, estaba mucho más implicada en el derrumbe económico de su familia de lo que había creído. Ya que no podía permitirse devolverle el dinero íntegro, literalmente Zarif era propietario de su mitad de la librería, aunque por otro lado tampoco pensaba que existiera un riesgo inminente de que un multimillonario reclamara esa parte de la empresa.

Las otras acusaciones de Jason la habían herido mucho más. Sin duda, era culpa suya que Zarif le hubiera retirado su amistad a la familia Gilchrist. Su rechazo le había impactado y enfurecido y, como era de esperar, jamás había vuelto a visitarlos después de aquello. Por primera vez, se sintió culpable y dispuesta a creer que Jason jamás se había imaginado que tuviera que devolverle el dinero a Zarif porque había dado por hecho que ella aceptaría si él le proponía matrimonio. Sin duda, Jason había adivinado mucho antes que ella que Zarif tenía serias intenciones de pedirle matrimonio y lo había planificado todo acorde a eso. ¿Se habría gastado su hermano ese dinero con tanta imprudencia porque había dado por hecho que podía permitirse todo lo que quisiera y que jamás le pedirían cuentas por su comportamiento?

Con reticencia, tuvo que admitir que tres años antes esa había sido la perspectiva de su hermano: ir ascendiendo en la vida apoyándose en la idea de que Zarif y ella se casarían. Se estremeció en la oscuridad como encogiéndose para apartarse de la desalentadora sensación de culpabilidad que ahora la asaltaba. No era la inocente espectadora que había creído ser en todo ese desastre generado por su hermano, admitió con pesar. Su relación con Zarif, sin duda, había influenciado la actitud de Jason en lo que respectaba al préstamo y lo que había elegido hacer con el dinero.

Recordaba que las nuevas oficinas elegidas para la empresa de su padre y la contratación de más empleados se había producido mientras seguía saliendo con Zarif, lo cual significaba que Jason sí que tenía argumentos para decir que jamás se había imaginado tener que reembolsar el dinero que había pedido prestado.

 

 

El persistente timbre la despertó de un sueño inquieto. Saliendo de la cama asustada al darse cuenta de que eran más de la una de la madrugada, se puso la bata y corrió a abrir la puerta.

Jonathan Scarsdale, el mejor amigo de su padre, estaba allí e inmediatamente se disculpó por haberla despertado.

–Tenías la línea de teléfono ocupada y he pensado que sería mejor venir a hablar contigo en persona.

Ella miró la mesa del teléfono y se fijó en que el auricular estaba descolgado. Así no era de extrañar que no funcionara.

–No… no, no te preocupes –le dijo ya que Jonathan y Marsha, los mejores amigos de sus padres, eran también los padres de Cathy y como su familia desde la infancia–. Me alegro de verte. Pasa.

–Puede que sea mejor –dijo con tono atribulado–, aunque odio traer más malas noticias de las que habéis tenido ya.

–¿Es mamá? –preguntó con miedo y los ojos abiertos de par en par.

–No, Ella. Tu madre está bien –le aseguró Jonathan en voz baja–. Pero tu padre me ha llamado desde el hospital. Estaba tan hundido que he ido a verlo, aunque hay poco que pueda hacer para ayudarlo dadas las circunstancias.

Ella palideció mientras lo llevaba hasta el salón, donde encendió las luces.

–Seguro que papá está muy agradecido de que hayas ido a acompañarlo.

–Ahora estoy aquí para hablarte de tu padre –le dijo con gravedad–. Me temo que está sufriendo una crisis nerviosa, Ella. El modo en que Jason ha traicionado su confianza, el infarto de tu madre, toda esta situación… Por desgracia, no va a poder con todo eso ahora mismo. He llamado a Marsha y ha ido al hospital para hablar con él y hacer un diagnóstico profesional. Ha sugerido que Gerald se quede en nuestra residencia geriátrica unos días hasta que se haya calmado y pueda enfrentarse a todo…

–¿Papá… una crisis nerviosa? –repitió angustiada–. Pero él no es de esa clase de personas.

–No hay clases de personas así, Ella. Cualquiera puede tener una crisis nerviosa de tipo emocional y ahora mismo tu padre no puede enfrentarse al estrés al que se ve sometido. Está en el mejor lugar posible, con gente formada para atenderlo y que puede ofrecerle el apoyo que necesita –señaló con tono reconfortante–. Aunque lamento que esto te deje sola.

–No estoy sola… tengo a Jason –respondió evitando, por vergüenza, la mirada de compasión del hombre mientras intentaba asumir la noticia de la situación de su padre.

Impactada, le dio las gracias al padre de Cathy por su ayuda y volvió a la cama aturdida, con la carne de gallina ante la inquietante realidad de que sus padres se habían venido abajo tras las revelaciones de Jason. Pero no era momento de lamentarse, se dijo. Si podía hacer algo, lo que fuera, por aliviar la crisis por la que ahora pasaban sus padres, tenía que intentarlo: no tenía más elección que solicitarle a Zarif una reunión.