Una reunión familiar - Robyn Carr - E-Book
SONDERANGEBOT

Una reunión familiar E-Book

Robyn Carr

0,0
9,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Una reunión familiar capta la dinámica cargada de emociones que conlleva formar parte de una familia. Los lectores reirán y llorarán un poco cuando vean lo que significa ser querido, apoyado y aceptado por las personas que más significan para ti. Tras dejar el Ejército, Dakota Jones se encuentra en una encrucijada. Con su hermano y una de sus hermanas felizmente asentados en Sullivan's Crossing, se dirige allí con la esperanza de aclararse mentalmente antes de iniciar su próxima aventura. La sensatez de sus habitantes y su modo de vida, aparentemente sencillo, lo atraen de inmediato. Pero la rapidez con la que se complican las cosas lo pilla desprevenido. Como recién llegado, está en el punto de mira de todo el mundo, en especial de las solteras del pueblo. Y aunque le gustan esas atenciones, en realidad solo lo atrae la única mujer que no muestra ningún interés. Cuando los hermanos Jones se reúnen con motivo de una boda en la familia, los cuatro sienten una unión que jamás se dio cuando eran niños. El esfuerzo por aceptarse como son, con sus imperfecciones, pone a prueba la verdadera naturaleza y fuerza de su vínculo. Pero llegan a entender que tu familia son las personas que te ven como eres en realidad y aun así te quieren. Y esa verdad le permite a Dakota encontrar el hogar y la familia que siempre ha deseado.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 448

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Robyn Carr

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una reunión familiar, n.º 270 - marzo 2021

Título original: The Family Gathering

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Traducido por Ángeles Aragón López

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-180-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Para la doctora Kochy Tang, con mi agradecimiento

por sus afectuosos cuidados y su amistad especial

 

 

 

 

 

En nuestra familia no escondemos la locura…

La sentamos en el porche y le damos un cóctel.

ANÓNIMO

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Dakota Jones llevó el coche hasta el granero que su hermano había reconvertido en vivienda y aparcó al lado de la camioneta de este. Dejó su bolsa de viaje en el Jeep SUV y se acercó a la puerta. Permaneció un momento indeciso, pues su hermano tenía una niña de seis meses. Llamó con los nudillos para no tocar el timbre, por si la niña dormía. Un momento después volvió a llamar. A la tercera vez, se abrió la puerta.

—¡Dakota! —Cal sonrió—. ¿Qué haces aquí?

—He venido vía Australia. Es una larga historia.

—Estoy deseando oírla —repuso Cal—. ¿Quieres entrar o prefieres seguir ahí de pie un rato más?

—No quiero despertar a la niña.

—La niña está en Denver con Maggie. Volverán esta noche.

—Parece un arreglo interesante —murmuró Dakota.

—Esto es un tiro y afloja, amigo mío. ¿Quieres beber algo? —le ofreció Cal—. ¿Tienes hambre?

—Una cerveza fría estaría bien —repuso Dakota.

Miró a su alrededor. El lugar era hermoso, pero eso no era ninguna sorpresa. La casa de Cal con su primera esposa había sido un lugar increíble. Teniendo en cuenta cómo se habían criado los hermanos Jones, una buena casa sólida de la que pudieran estar orgullosos cubría una necesidad que no habían visto cubierta de niños.

Cal le puso una botella de cerveza en la mano.

—Tu casa es genial —comentó Dakota.

Cal no respondió a eso.

—¿Qué hacías en Australia? —preguntó.

—No conocía aquello —contestó Dakota—. Quería hacer un ambulado. Es un…

—Sé lo que es un ambulado —lo interrumpió Cal con una carcajada—. Un rito aborigen, una vuelta temporal a su estilo de vida —inclinó su cerveza en dirección a la de su hermano a modo de brindis—. Nunca te había visto con tanto pelo. En la cara y en todas partes.

Dakota se acarició la barba.

—Probablemente debería recortarla.

—¿Por qué no me cuentas lo que ocurre, antes de que Maggie y Elizabeth vuelvan a casa?

—Bueno, en Australia visité a un ranger con el que estuve hace años en los militares y luego fuimos juntos a ver a otro. Después, con la información que me dieron ellos, estuve viajando un mes, viendo parte del país, acampando, pescando, pasando tiempo conmigo mismo y esquivando serpientes y cocodrilos…

—Me refiero al Ejército. ¿Te has salido? Sabía que ya no estabas contento. Dijiste que hablaríamos de eso algún día.

—No estaba seguro de dónde acabaría, pero sabía que vendría aquí de visita. Como Sierra y tú estáis aquí y, además, tengo una sobrina, quería pasar a veros.

Cal suspiró.

—Dakota. El Ejército.

—Bueno, me sorprende haber aguantado tanto tiempo. Jamás pretendí hacer carrera militar. Quería aprovechar su oferta de viajar y estudiar gratis.

Cal enarcó una ceja.

—¿Viajar gratis? ¿A las zonas en guerra?

Dakota sonrió.

—Tuve un pequeño desencuentro con un coronel. No nos entendimos. Al parecer, lo mío fue insubordinación. Y llegó el momento de pensar en hacer algo diferente.

—¿Te han licenciado con honores? —preguntó Cal, presionando por saber.

Dakota negó con la cabeza.

—Pero no me han licenciado con deshonor.

Simplemente lo habían licenciado, pero eso ya decía algo. Había que meter mucho la pata para no ser licenciado con honores.

—¿Qué hiciste? —preguntó Cal.

—Me mostré en desacuerdo con una orden suya y le dije que si la cumplíamos moriría gente. Rangers. Que morirían rangers. Yo tenía diez, no, cien veces más experiencia que él, pero creo que buscaba competir conmigo o algo así porque estaba empeñado en llevar a cinco de nuestros mejores rangers a un conocido lugar de entrenamiento del ISIS y alguien moriría. Creo que a ese imbécil lo sacaron del parque de vehículos y lo pusieron al mando de una unidad. Yo anulé sus órdenes y me amenazó con el calabozo. Pensé que era un buen momento para cambiar de carrera.

—¿Te enviaron a casa? —preguntó Cal—. Tuviste que hacer algo peor que mostrarte en desacuerdo con ellos para que te enviaran a casa.

Dakota bajó la vista.

—Lo que hice lo hice por el bien de mis hombres.

—¿Qué hiciste?

Dakota no contestó.

—¿Lo golpeaste o algo así?

—No. Mis hombres no me lo permitieron —Dakota hundió los hombros—. Desinflé las ruedas hasta que pude ponerme en contacto con otro coronel que conozco y que podía interceder con las órdenes que nos ponían directamente en peligro.

—¿De los Jeeps? —preguntó Cal.

—No. De los MRAP.

—¿MRAP?

—Vehículos resistentes al ataque de minas. Los grandes.

—¿Esas bestias del desierto mastodónticas con neumáticos más altos que yo? ¿Cómo demonios conseguiste desinflar eso?

—Con una 45 —repuso Dakota—. O un M16.

—¿Disparaste a los neumáticos? ¿Y cómo es que no estás en la cárcel?

—Estuve. Salí por buen comportamiento —repuso Dakota—. Y se demostró que el coronel era incompetente y había hecho cosas aún peores antes. Cal, estaba loco. Era un homicida. No sabía lo que hacía. No era un ranger. Tenía muy poca experiencia en combate. No le iba a dejar que matara a más personas.

Los dos hermanos permanecieron un rato sentados en silencio, bebiendo de sus cervezas. Dakota fue el primero en hablar.

—Oye, a veces en el Ejército pasa eso. Pillan a un tío que acaba de ascender y le dan una unidad de mando para la que no está preparado. Tengo un amigo, un doctor, cuyo jefe no tenía experiencia en los cuerpos médicos. Era piloto. Y tomaba decisiones para médicos y hospitales que eran peligrosas para los pacientes, pero no aceptaba consejos, no se avenía a razones, no quería preguntar nada. Según mi amigo, había gente que sufría o no recibía el tratamiento adecuado. Se amotinó una unidad entera de doctores y el coronel los represalió. Esas cosas no ocurren muy a menudo, normalmente hay al menos una cabeza razonable en el juego.

Dakota respiró hondo.

—Creo que al mío lo sacaron del batallón de hacer calceta. He trabajado a las órdenes de algunos imbéciles, pero ese se llevaba la palma.

—Pero tú estás fuera. Cuando te faltaban tres años para retirarte.

—Sí. Tengo mucho tiempo para pensar en mi próximo trabajo —Dakota sonrió—. Todavía soy un crío.

—O sea que te fuiste a deambular por ahí —Cal soltó una carcajada—. ¿Para probar que eres como el resto de nosotros?

—Tú lo hiciste después de la muerte de Lynne. Y te funcionó. Pero ¿por qué? Esa es mi pregunta. ¿Por qué lo hacemos? Deambular es lo que más odiaba de nuestra infancia.

 

 

Los padres de Dakota se consideraban vagabundos. O hippies. O pensadores de la New Age, lo que fuera. En realidad eran un padre esquizofrénico, a menudo paranoico y con alucinaciones, y una madre que era su guardiana y protectora. Recorrían el país con sus cuatro hijos en una furgoneta y después en un autobús escolar reconvertido en autocaravana. Paraban de vez en cuando en la granja de los abuelos de los niños en Iowa y al final acabaron viviendo allí cuando Dakota tenía doce años, Cal, el mayor, dieciséis, y las dos hermanas, Sedona y Sierra, catorce y diez años respectivamente.

Cal seguía siendo paciente y comprensivo con sus padres, con el padre que no quería tomar una medicación que podía ayudarle a funcionar normalmente, o, al menos, con algo más de normalidad. Hasta se mostraba cariñoso con ellos. Sedona hacía gala de responsabilidad con ellos, de un modo amable pero eficaz, iba a verlos con regularidad y procuraba que no pasaran privaciones ni se metieran en líos. Sierra, la benjamina de la familia, se sentía más que nada confusa por el modo en que sus padres elegían vivir. Y Dakota… Había pasado la mayor parte de su infancia sin ir al colegio, dando clase en un autobús con su madre. Toda la familia trabajaba cuando había trabajo, casi siempre recolectando verduras con otros jornaleros migrantes. Cuando se instalaron en Iowa, en la granja de sus abuelos, empezó a ir al colegio de forma normal. Tuvo que soportar acoso escolar en el instituto porque sus padres, Jed y Marissa, eran muy raros. Dakota se avergonzaba de ellos. No los entendía. Él era una persona de decisiones y de acción y habría obligado a Jed a tomar la medicación o lo habría echado a patadas, pero su madre, en cambio, lo mimaba, lo protegía, dejaba que se saliera con la suya aunque estuviera loco. Y Dakota había sido un chico solitario, con muy pocos amigos.

En cuanto pudo, se marchó de casa, justo después de graduarse en el instituto a los diecisiete años. Se alistó en el Ejército y desde entonces había visto a sus padres unas cuatro veces. Cada vez que iba a la granja de Iowa, le parecían más raros que antes. No telefoneaba casi nunca, pero no parecía que ellos se dieran cuenta.

También se protegía y no permitía que nadie se acercara mucho mientras esperaba a ver si él también se volvería loco. Con treinta y cinco años, todavía no estaba seguro de que no fuera a ocurrir. Y después de tanto tiempo, sus hermanos habían acabado por aceptar su comportamiento independiente y distante.

En el Ejército era fácil no atarse demasiado. Tenía amigos cuya compañía disfrutaba, pero había muy pocos con los que sintiera un vínculo especial y ese vínculo era de compañeros militares. Iban juntos a tomar cerveza y lo incluían en las actividades sociales del grupo, en fiestas, salidas al lago o excursiones a esquiar. Como decían sus amigos: «Ya sabes, Dakota, el soltero».

Había también mujeres, por supuesto. A Dakota le gustaban las mujeres, pero no era de comprometerse a largo plazo con nadie, y menos con novias. Aunque salía a veces un tiempo con la misma mujer, no era hombre de estar en pareja. Había tenido una, pero por un periodo corto, y había terminado de un modo tan trágico, que le había recordado que era mejor no involucrarse demasiado. No era de los que se casaban. Estaba mejor a su aire. Nunca se sentía solo ni se aburría. Tal y como vivía, no tenía que explicar de dónde procedía, cómo había crecido ni lo rara que era su familia. En diecisiete años en el Ejército, nunca había conocido a nadie que se hubiera criado como él, básicamente sin techo, en un autobús y con un par de pirados por padres.

Pero últimamente había cambiado algo para él. Había sido un cambio lento y sutil. Cal había perdido a su esposa y, dos años después, había vuelto a casarse. Maggie, de profesión neurocirujana, era una mujer fabulosa. Ahora tenían una niña, eran una familia. Cal nunca había rehuido el compromiso, como si estuviera seguro de que sería mejor padre de familia de lo que había sido su progenitor. Su hermana pequeña se había reunido con él en Timberlake y también se hallaba en proceso de asentarse. Sierra había conocido a un bombero, un hombre fantástico. Connie, el diminutivo de Conrad, era listo, fuerte, leal y el tipo de hombre que admiraba Dakota. Le habían bastado cinco minutos para saber que Connie era un hombre íntegro. Y, al ver cómo se sentía Sierra con él, Dakota casi anhelaba algo parecido. Sedona se había casado al salir de la universidad, tenía dos hijos y, aparentemente, llevaba una vida normal. Hasta el momento, ninguno de ellos había decidido vivir en un autobús como sus padres. Poco a poco, Dakota había empezado a pensar que quizá él pudiera llevar una vida de adulto normal. Tal vez pudiera tener amigos y familia y no fuera necesario que se protegiera de sí mismo.

Pero una cosa que sí haría sería ir muy despacio.

 

 

Cal llamó a los demás. Sierra y Connie no tardaron en llegar con Molly, su golden retriever. Sully, el padre de Maggie, llegó después de cerrar la tienda de su camping, Sullivan's Crossing. Cuando llegó Maggie con la niña, se encontró con una atmósfera de fiesta.

Como Dakota había llegado sin avisar y Cal no estaba preparado, todo el mundo llevó algo de comer. Sierra apareció con una bandeja de pechugas de pollo nadando en salsa barbacoa y una gran ensalada de siete capas. Connie aportó cerveza y el té verde frío favorito de Sierra. Sully contribuyó con brócoli sellado en papel de aluminio con ajo, aceite de oliva, cebollas, champiñones y granos de pimienta. Lo colocaron en la parrilla con el pollo. Cal suministró patatas asadas.

—¿Cuánto tiempo te quedas? —quiso saber Sierra.

—No lo sé —contestó Dakota—. Estos últimos meses estoy explorando.

—Desgraciadamente, por aquí no hay mucho que explorar —intervino Sully.

—¡Ah, Cody! —dijo Sierra, llamando a su hermano por el mote de cuando eran niños—. No le hagas caso. Yo creo que recuperé mi cerebro caminando por los senderos de aquí. Cal recorrió el CDT durante un mes.

Dakota enarcó las cejas.

—¿Me contasteis eso? —preguntó.

—No lo recuerdo. Pero sí, seguí el Continental Divide Trail en dirección al norte desde casa de Sully. Pasé dos semanas caminando y acampando y después di media vuelta y volví.

—Porque yo estaba aquí —informó Maggie con una sonrisa. Alzó la barbilla—. Y me quería mucho.

—Me gustaría hacer eso —declaró Connie—. Lo máximo que he estado en ese sendero han sido cuatro días. Sierra, tenemos que hacerlo. Irnos un par de meses.

—No sé —repuso ella—. Soy muy adicta a la ducha diaria.

—Tengo que decidir dónde voy a deja de explorar —aclaró Dakota.

—¿Te refieres a asentarte? —preguntó Cal.

—No sé si eso es posible —respondió su hermano—. Después del Ejército, tal vez mi temperamento no me permita estar quieto en un sitio.

—Pero ¿te vas a quedar al menos un tiempo? —preguntó Sierra, esperanzada.

—Eso sí. Me quedo un tiempo. A lo mejor puedo ayudar en algo.

—Puedes hacer de canguro —propuso Cal.

—Estoy seguro de que no puedo hacer eso —contestó Dakota—. Se me dan bien las niñas, pero es mejor que hayan salido ya de la universidad.

Los demás respondieron con risas y gemidos.

A las nueve, Sully había vuelto al Crossing, Maggie y Elizabeth se habían ido a la cama y solo quedaban Sierra, Connie, Cal y Dakota. Los hombres abrieron unas cervezas más. Sierra, que llevaba un año y medio sobria, bebía té verde.

—Mañana tendré que ir a dos reuniones después de pasar la velada con bebedores como vosotros —dijo.

Cal rio.

—Nosotros tres hemos tomado ocho cervezas en seis horas. Para ser una celebración, yo diría que hemos sido bastante comedidos.

—Si te molesta… —empezó a decir Dakota.

—No —contestó ella—. Pero mañana por la mañana estaré mucho mejor que vosotros.

—Ya que vas a estar tan bien, ¿quieres llevarme al sendero mañana? —preguntó Dakota. Molly se levantó de donde dormía, se sacudió y se apoyó en su muslo, esperando—. ¿Esta sale a andar?

—A veces me llevo a Molly y a Beau, el labrador de Sully. Pero, si me los llevo, solo puedo estar un par de horas como máximo fuera—. Sierra se levantó—. Vendré a buscarte a las ocho y veinte. Vamos, Connie. Es hora de acostar a la niña.

Dakota y Cal la miraron con interés.

—A Molly —dijo ella—. Me refería a Molly.

—Menos mal —repuso Dakota—. Si hubiera otra, yo saldría corriendo.

—Solo está Elizabeth —repuso Sierra—. Y no quieren decir si van a ir a por otro. Y definitivamente, yo no lo voy a hacer.

—¿No? ¿Y eso por qué?

—Pues, para empezar, por la locura de nuestro padre y su código genético. Vamos, Connie. Me muero de sueño.

Dakota miró su reloj.

—Sois un grupo muy entretenido —dijo. Se levantó para despedirse y besó a su hermana en la mejilla—. Te veo por la mañana. Y, por cierto, tienes muy buen aspecto.

—Gracias —contestó ella, sonriente—. Tú también. Un poco greñudo pero bien.

Dakota le dedicó una sonrisa resplandeciente detrás de su barba oscura.

Sierra le puso los dedos en las mejillas y le peinó la barba con ellos.

—Empieza a haber canas ahí, Cody.

—Me las he ganado —respondió él. La besó en la frente—. Nos vemos por la mañana.

 

 

En los diecisiete años que hacía que Dakota había dejado a su familia para alistarse en el Ejército, el tiempo pasado con ellos había sido infrecuente y breve. Cal y Sedona se esforzaban por no perder el contacto y él los visitaba en acontecimientos importantes. En la boda de Cal con Lynne, y después en la boda con Maggie. Había ido a conocer a los hijos de Sedona, pero nunca se había quedado mucho tiempo. Sierra, quien era muy especial para él, había sido bastante impredecible hasta que se había vuelto sobria. Él había ido a verla un par de días de vez en cuando y nada más. No había querido encariñarse demasiado con sus hermanos.

Esa vez era distinto. Pasaron dos días, tres y cuatro. Caminó primero con Sierra, luego con Cal y después solo con los perros. Cavó el huerto de Sully para las plantaciones de primavera, arregló las parrillas y las mesas de pícnic y habló bastante. Sully era un hombre mayor muy interesante. Le contó que había vuelto de Vietnam con trastorno de estrés postraumático y le preguntó cómo le había ido a él en ese terreno.

—Tengo TEPT, sí —contestó Dakota—. Probablemente más por mi vida personal que por mi experiencia militar.

—En ese caso, tú no eres uno de los afortunados —comentó Sully.

Dakota limpió los canalones de la casa y la tienda y lanzó pelotas a los perros. Luego tuvo que bañarlos porque había llovido y se habían metido en la tierra recién removida y fertilizada del huerto. En el Crossing conoció a Tom Canaday, el hombre que había ayudado a Cal a remodelar el granero y convertirlo en una casa espectacular. Tom era muy amigo de Sully, un manitas a tiempo parcial y padre soltero con dos hijos en la universidad y dos en el instituto. Cuando Tom le habló de todos los trabajos que había tenido mientras criaba a sus hijos, Dakota tuvo una inspiración.

Tal vez no fuera necesario que tomara grandes decisiones permanentes sobre su trabajo o dónde se iba a instalar. Quizá pudiera hacer distintas cosas por un tiempo.

—¿Crees que un hombre como yo puede trabajar en una cuadrilla de mantenimiento de caminos? —le preguntó a Tom—. ¿O llevar un camión de basura?

Tom se echó a reír.

—¿Un veterano que ha servido en el Ejército y tiene vínculos con el pueblo? ¡Demonios, Dakota! A ti te contrataría cualquiera. Te daré una recomendación. Solo tienes que decidir lo que quieres hacer. Yo llevo casi veinte años trabajando para el condado.

—Creo que debería recoger basura. En penitencia por todas mis fechorías.

—¿Fechorías? —preguntó Tom, riendo—. Cal me dijo que eres un soldado condecorado.

—Pero me descondecoré antes de terminar —repuso Dakota. Se rascó la barba—. Creo que debería cortarme el pelo. ¿Necesito afeitarme también?

Tom se echó a reír.

—Esto es Colorado, tío. Pareces uno de los nuestros.

—Mejor. Le he tomado cariño —Dakota sonrió—. Por así decir.

—Averiguaré para qué están contratando y te traeré un formulario de solicitud.

Cuando Dakota volvió a casa desde del Crossing después de un día productivo, encontró a Cal en su despacho, colgando el teléfono.

—O sea que sigues aquí —dijo—. Llevas ya cinco días. Creo que eso es un récord.

—¿Molesto? —preguntó Dakota.

—Casi no sé que estás —contestó Cal—. ¿Tú tienes la sensación de molestar?

Dakota negó con la cabeza, apoyado en la jamba de la puerta.

—¿Te molesta la niña? —preguntó Cal.

—La niña es fantástica —repuso su hermano—. Pero no voy a hacer de canguro.

Cal se echó a reír.

—Nos hemos arreglado antes de que llegaras y seguiremos arreglándonos.

—¿Y qué pasa si me quedo?

—¿Qué pasa? —le devolvió Cal la pelota.

—¿Eso te resultaría raro?

—No. Me caes bien. Más o menos —Cal se puso serio—. Eres bienvenido aquí, Dakota. Y gracias por ayudar a Sully. Te lo agradecemos.

—Todos lo hemos ayudado a preparar la tierra, pero creo que ahora va a llover durante días.

—Eso he oído. En marzo llega siempre la lluvia y Sully prepara la zona del camping para el verano. Bueno, para la primavera y el verano. Todos ayudamos. Tú no tenías por qué hacerlo, así que gracias. ¿Y ahora qué?

—Bueno —Dakota se rascó la barbilla—. Me voy a cortar el pelo, recortarme un poco la barba, buscar trabajo, un lugar para vivir…

—Yo no te echo —dijo Cal—. Si puedes soportar a Elizabeth, puedes quedarte aquí. El alquiler es barato.

—Elizabeth es una maravilla, pero creo que alquilaré algo porque eso va más conmigo. Lo que no significa que no pase tiempo con vosotros.

—Eso suena un poco a largo plazo —dijo Cal.

—Dentro de lo que es largo plazo para mí —clarificó Dakota—. Unos meses por lo menos. Me gusta el Crossing, los senderos, el lago y la gente. Parece un buen lugar para ordenar mis pensamientos.

—Nos encantará tenerte cerca —declaró Cal—. Oye, ¿crees que estarás bien aquí solo unos días? Maggie tiene que irse otra vez a Denver. Opera y ve pacientes tres o cuatro días a la semana. Tiene una niñera allí, pero esta semana no tengo clientes ni juicios y me voy a ir con ellas. Solo volveré si me llama alguien porque me necesita.

Dakota rio y se pasó una mano por la cabeza.

—Tanta flexibilidad me va a producir un sarpullido. Estoy acostumbrado a una rutina estricta.

—Muy bien —dijo Cal—. Crea una rutina estricta. A nadie le importará eso. Pero Maggie y yo tenemos a Elizabeth y nuestras carreras. Por no mencionar a Sully y el camping. Solo tienes que decirme si vas a venir a comer, eso es lo único que necesito. Bueno, eso y si vas a llegar tambaleándote a las tres de la mañana y me vas a obligar a sacar el rifle porque creo que han entrado a robar. Eso implicaría comunicación, Dakota. Algo en lo que no has destacado mucho.

—Eso me han dicho. Tienes mi número de móvil, ¿verdad?

—¿Tienes dinero para alquilar algo? Porque puedo…

—Tengo —respondió Dakota—. Y te llamaré antes para que añadas otra patata a la sopa.

Cal guardó silencio un momento.

—Me ha gustado tenerte aquí —dijo al fin.

—Haré todo lo posible por no cargarme eso —contestó su hermano.

Cal, Maggie y Elizabeth salieron a la mañana siguiente temprano para Denver. Si Dakota no había entendido mal, Maggie iba directamente al trabajo, donde pasaría la mañana viendo pacientes y la tarde operando. Después repetiría ese ciclo una y otra vez. Una semana hacía eso durante tres días y, a la siguiente, cuatro días. Una vez al mes tenía que estar de guardia en Urgencias, lo que añadía un quinto día a su ciclo. Y Cal, un abogado penalista, recibía clientes en su despacho de casa o en otros lugares, como la cafetería, el porche de Sully en el Crossing o la biblioteca, y las consultas podían ser desde para redactar un testamento a sacar a alguien de la cárcel. Dakota archivó esa información por si la necesitaba.

De momento, iba a estar solo unos cuantos días. Y, como Sully había previsto, llovía.

Pasó por una agencia inmobiliaria, recogió un folleto de propiedades de alquiler en la zona y después fue a cortarse el pelo. Miró calle arriba y calle abajo y, como vio que la barbería estaba cerrada, entró en la peluquería Fancy Cuts. Cuando cruzó la puerta, vio seis sillas y tres clientes con peluqueras. Mostró su sonrisa más radiante.

—No busco nada del otro mundo —dijo—, pero ¿pueden arreglar un pelo y una barba que llevan un tiempo abandonados?

Pasó un momento. Una joven muy guapa dio un paso hacia él.

—Yo me encargo —dijo a las otras dos, ambas mujeres más mayores—. Deme cinco minutos. Tome asiento.

Volvió a su clienta, una mujer mayor cuyo cabello parecía una masa de salchichas rosas.

—No puedes terminar en cinco minutos —dijo la clienta, en voz más alta de lo necesario.

—Oh, sí terminaré —repuso la peluquera guapa—. Y te encantará.

—Pues espero que no…

La peluquera acercó un cepillo al pelo y conectó el secador de mano. Ahuecó el cabello de la mujer, lo peinó hacia atrás y terminó poniéndole laca.

Dakota tomó una revista y comenzó a hojearla. Leyó un anuncio sobre higiene bucal y, cinco minutos después, estaba en una silla con la hermosa Alyssa pasándole un peine por el cabello moreno.

—¿Qué quiere hacerse? —preguntó esta.

Dakota se dio cuenta de pronto de la cantidad de tiempo que hacía que no se acostaba con una mujer.

—Nada especial —contestó. «¿Te gusta contra la pared?»—, solo recortar. ¿Y puede recortar la barba también? No al estilo Hollywood, basta con que no parezca salido de la serie Duck Dinasty.

—Entendido —respondió ella, con una sonrisa también brillante—. Empecemos con un buen champú. Venga por aquí.

Él no mencionó que se había lavado el pelo esa mañana en la ducha, sino que la siguió a la parte de atrás. Mientras ella le masajeaba el cuero cabelludo y le hacía preguntas, él cerró los ojos con gentileza. Le contó que tenía un hermano cerca de allí, que acababa de salir del Ejército y planeaba explorar el país, empezando por allí. Que le gustaba pescar y hacer senderismo y no pensaba hacer planes durante una temporada. Se mostró vago deliberadamente. Aquello era un pueblo y no quería hacer ni decir nada que pudiera tener consecuencias negativas para Cal o Sierra y la gente que estaba con ellos. Se mostraría un poco misterioso hasta que conociera el terreno que pisaba.

Pero la sensación de los dedos de ella en su pelo era espectacular.

—¿Estás casada, Alyssa? —preguntó con voz suave y ronca.

—Sigo esperando al hombre indicado, Dakota —susurró ella—. ¿Tienes muchos amigos por aquí? —preguntó, cuando terminó de secarle el pelo con una toalla y lo guio de vuelta hacia las sillas de cortar.

—Los amigos de mi hermano —él se encogió de hombros—. Gente agradable.

—¿Novia no?

Él la miró a los ojos a través del espejo.

—Novia no.

—¿Asumo que eso implica que tampoco hay esposa o prometida? —preguntó ella.

Dakota negó con la cabeza, con la sensación de que podía estar a minutos de un buen polvo. Era solo una sensación, no algo que pensara buscar adrede. Ese era el pueblo de Sierra y Cal. Allí no podía haber seducciones con fuga posterior. Las repercusiones podían afectar a la vida de personas a las que quería y él no se arriesgaría a eso. Pero Alyssa tenía piernas largas, era hermosa, simpática y parecía dispuesta. Eso prometía. Tal vez hubiera encontrado una mujer con la que pasar el rato. Valía la pena considerarlo. Y también valía la pena frenar e ir con cautela.

—Sabes manejar bien las tijeras —dijo, mirando el espejo. El corte de pelo era excelente y la barba tenía buena pinta.

—¿Te molestan las canas? —preguntó ella—. Porque si es así…

—No me molestan —contestó él—. Me las he ganado todas.

—Me alegro, porque a mí me gustan. Resultan muy atractivas.

—¿Me estás haciendo la pelota para que te dé propina? —se burló él.

—Estás de broma, ¿verdad? Puesto que eres nuevo por aquí, ¿te vendría bien tener a alguien que te enseñara esto?

—Eso podría resultar útil —contestó él—. Ahora tengo que ir a un sitio, ¿crees que me confiarías tu número de teléfono?

—Claro que sí —ella esperó a que sacara el teléfono y le dio su número—. Para mí sería un placer. Este pueblo es magnífico. Está lleno de posibilidades.

—Ya lo veo —dijo él—. Muy bien, Alyssa, gracias por un buen trabajo. Estoy seguro de que volveremos a vernos.

Pagó en metálico y dejó buena propina. Se puso el anorak, se subió el cuello y salió a la lluvia. Bajó una manzana y cruzó la calle para entrar en el café. Sierra trabajaba ese día. Almorzaría allí y le mostraría el folleto de propiedades para alquilar.

Se sentó en una mesa y se dejó servir por su hermana. Pidió un bol de sopa, medio sándwich y café. Poco después, Sierra se sentó con él con un trozo de tarta de arándanos.

—¿Eso es para mí? —preguntó él.

Ella miró la tarta un momento.

—Sí —volvió detrás del mostrador y sacó otro trozo de tarta. Dakota se echó a reír.

—Eres muy considerada —dijo.

—Eso es verdad. A principios del verano tenemos tarta y pasteles de ruibarbo. Creo que este año voy a aprender repostería.

—¿Y cuándo vas a aprender a casarte? —preguntó él—. Creo que fue hace seis meses cuando Connie nos preguntó si daríamos nuestro consentimiento y yo pensé…

—¡Vaya! ¡Qué carcamal! —ella sonrió—. Ya planearemos algo. Oye, Cal está fuera, ¿verdad? Connie tiene la noche libre. Hará frío y lloverá. En casa habrá fuego en la chimenea y sopa. ¿Quieres venir?

—No sé. ¿En este pueblo no hay vida nocturna?

—Sí. En nuestra casa. Chimenea y sopa. Cocina Connie. Es fantástico. Los bomberos son cocineros excelentes. Y, si te portas bien, quizá pongamos una película. O saquemos algún juego de mesa.

Él la miró a los ojos.

—Creo que no voy a tardar mucho en aburrirme.

—¿Vas a venir?

—Sí —dijo él, encogiéndose de hombros.

 

 

 

 

 

La sangre es más espesa que el agua.

PROVERBIO ALEMÁN

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Después del almuerzo, Dakota visitó tres propiedades en alquiler. Todas estaban bien, pero eran un poco grandes para un hombre solo y ninguna le pareció la apropiada. Fijó una cita para el día siguiente con el encargado de otra propiedad y luego fue a ver otras cuatro más. La última estaba en el campo, a dieciséis kilómetros del pueblo. Una cabaña con un porche grande. Estaba situada en una colina y al lado pasaba un arroyo. Había un puente pequeño que cruzaba el arroyo.

—El arroyo baja crecido en primavera y a comienzos del verano —dijo la agente inmobiliaria—. Se construyó como cabaña de vacaciones. Al dueño le gusta pescar. Decía que había buena pesca en ese arroyo.

Dakota entró a verla. Tenía un tamaño decente, probablemente unos ochenta metros cuadrados. Había dos dormitorios, un cuarto de baño de tamaño mediano, una cocina pequeña y una sala de estar con una mesa grande, un sofá y un sillón. No había televisión, pero sí un escritorio.

—¿Se alquila amueblada? —preguntó.

—Sí —repuso la agente—. El propietario ha muerto y los herederos no le prestan mucha atención. Nuestra agencia se encarga de todo. Podemos retirar lo que no quiera y dejar lo que le resulte útil. No hay lavadora ni secadora.

—Odio hacer la colada —dijo Dakota con una sonrisa. Tenía un hermano y una hermana cuyas lavadoras podía usar. Y siempre quedaba la lavandería de pago—. ¿Cuánto cuesta?

—Es cara —contestó ella. Y era cierto, costaba más que las casas más grandes que había visto antes. Era pintoresca. Rústica. Había una chimenea de piedra. Los electrodomésticos parecían bastante nuevos, quizá de un par de años—. Está bastante aislada. El calentador de agua es nuevo, el tejado está en buen estado y todos los electrodomésticos funcionan. Incluso la heladera.

Él no contestó. Caminó por la casa, tocó el sofá de cuero y abrió los armarios de la cocina. Se tumbó en la cama. El colchón no le convenció del todo, quizá habría que cambiarlo. Había ido a Colorado solo con algo de ropa y sus documentos importantes. La cabaña parecía bien provista. Por lo que veía, podía freír un huevo, usar el microondas y secarse después de una ducha. Podía comprarse un grill pequeño y quizá comprar sábanas nuevas, pero en conjunto, como alojamiento no estaba mal. Mejor que algunos lugares en los que había estado con el Ejército.

A continuación salió de nuevo al porche. Y allí, al otro lado del arroyo, vio ciervos. Un macho, un par de hembras y un cervatillo muy joven. Una de las hembras parecía a punto de parir. Miró a su alrededor.

—Aquí hace falta una buena silla.

—No la hay, pero puede comprar una por poco dinero.

—Me la quedo —dijo él.

Había que firmar un contrato de alquiler y la agencia tenía que investigar su historial de crédito para ver su solvencia. Por suerte, sabía que su crédito era excelente, y aunque había estado en el calabozo y le habían hecho un consejo de guerra, al comprar el Jeep había descubierto que su encarcelamiento militar no aparecía en sus registros civiles.

—Avíseme cuando pueda ir a firmar los papeles —dijo—. Ya tiene mi número de móvil.

Se sentía extrañamente eufórico con esa cabaña del bosque. Allí podía sentarse tranquilamente en el porche a mirar la naturaleza, observar la vida salvaje. Suponía que, en la oscuridad de la noche, oiría animales salvajes y por la mañana, pájaros. Estaría ocupado, porque le gustaba estarlo, pero disfrutaría mucho relajándose en aquella cabaña aislada. Le gustaría dormir allí y le gustaría escuchar la lluvia allí.

No había imaginado ese escenario, que iría a Colorado, alquilaría una casa y viviría cerca de su familia. Su familia de verdad. Pensaba que iría de visita, vería cómo estaban, se quedaría quizá algo más que de costumbre y después seguiría su camino. Pero, por otra parte, quizá aquello no fuera tan sorprendente. Había dejado a su familia del Ejército. ¿Adónde más iba a ir? Aunque era independiente, le gustaba tener gente en su vida. Siempre habían sido soldados. Él los cuidaba bien y ellos lo cuidaban a él.

Y algo había cambiado con sus hermanos. O con él. Por primera vez los consideraba amigos, no solo la familia que le había tocado en suerte. Nunca se le había dado bien mantener el contacto y el Ejército le había ofrecido muchas excusas para no hacerlo. Si no le apetecía ir a verlos, podía decir que el Ejército tenía otros planes para él y no podía esquivarlos. En aquel momento, sin embargo, fuera por lo que fuera, quería estar cerca de ellos. ¿Era posible que hubiera madurado por fin?

Fue a almorzar al bar asador y pub del pueblo. La camarera parecía que acabara de entrar de servicio. Se estaba atando el delantal y hablando con otro empleado. Asentía vigorosamente con la cabeza y sonreía. El hombre le puso una mano en el hombro cuando ella terminaba de atarse el delantal. Después ella se lavó las manos y se colocó detrás de la barra.

—¿Qué desea? —preguntó amablemente.

—¿Qué tal una hamburguesa, patatas fritas y una cola?

Ella le pasó la carta.

—Hay siete hamburguesas para elegir. Somos famosos por ellas.

—¿Cuál es su favorita? —preguntó él.

Ella señaló una.

—La Juicy Lucy con beicon, pepinillos y nada de cebolla. El queso va por dentro. Esa es mi predilecta.

—Gracias… —él miró la placa con el nombre de ella—. ¿Sid?

—Sid —confirmó ella—. Diminutivo de Sidney. ¿Y cómo le gusta la hamburguesa?

—En su punto.

—Excelente —ella se acercó a la zona de cobrar a introducir el pedido en el ordenador.

Era la primera vez que Dakota iba a ese pub. Era de madera oscura, con taburetes y apartados de cuero rojo y sillas con asientos de cuero rojo en las mesas. No era muy grande, pero suponía que estaría lleno en la «hora feliz». Tomó la carta y le echó un vistazo. El bar abría de once de la mañana a once de la noche y no servía desayunos. Probablemente aquello empezara a vaciarse a las nueve. En la carta no había nada del otro mundo. Hamburguesas, pizzas de pan sin levadura, costillas y comida surtida de bar. Tenían un menú infantil y chile con carne.

La decoración era hermosa, con tallas elaboradas en la pared de atrás y un espejo en el que podía admirarse. Soltó una risita y tomó un trago de cola, pero observaba a Sid, que saludaba a todos los que entraban. Entró una pareja mayor, de unos setenta y tantos años y ella se inclinó sobre la barra para darles un abrazo a cada uno y rio con ellos. Parecía que la conocía todo el mundo. Y presidía el local, era su dominio. La observó reír y hablar mientras preparaba dos Bloody Marys para sus amigos mayores. Los puso en una bandeja y salió de detrás de la barra para servírselos en su mesa. Charló un momento con ellos.

Dakota se preguntó si serían familia.

Ella le llevó su almuerzo.

—Estará caliente —dijo—. Disfrútelo.

Y a él lo decepcionó que se alejara tan pronto.

Mordió la hamburguesa y se quemó la boca, pero no lo dio a entender. Cerró los ojos, masticó despacio y tragó saliva. Cuando abrió los ojos, Sid estaba de pie ante él, sonriéndole.

—Te has quemado la boca, ¿verdad?

Él asintió torpemente.

—¿Cómo lo has sabido?

—Por los ojos. Las lágrimas. Frena un poco. No te la voy a quitar —dijo ella.

Y volvió a alejarse. Sirvió un par de refrescos, dos cervezas y un vaso de vino. Pero regresó.

—¿Y bien? ¿Qué tal está?

—Espectacular —repuso él—. Como tú ya sabes. Pero yo le habría puesto un par de jalapeños.

Ella ladeó la cabeza, pensativa.

—No es mala idea. Me salto la cebolla para no espantar el negocio.

—Este sitio es popular —comentó él, con ganas de conversación.

—Es casi el único del pueblo. No competimos con el café. Ellos son mejores para el desayuno, en empanadas, sopas, comidas calientes como ternera asada, empanada de pollo con verduras… Comida casera.

—Pues tienes razón en lo de la hamburguesa. Casi me abraso la lengua —comentó él, riendo—. Parece que conoces a todo el mundo.

Ella limpió la barra.

—Aquí conoces a todo el mundo en tres días. Y tú no eres de por aquí.

—Estoy de visita. Tengo familia aquí, pero hoy era un buen día para echar un vistazo. ¿Has vivido siempre aquí?

—A diferencia de la mayoría de la población, no. No soy de aquí. Nací y crecí en Dakota del Sur, trabajé unos años en California y ahora paso una temporada aquí.

—Tenemos eso en común —dijo él—. ¿Cuánto es una «temporada» para ti?

Ella movió la cabeza con aire ausente.

—Ya llevo algo más de un año, pero no lo había planeado así.

—¿Qué te retiene?

—¿Aparte del aire limpio, las vistas, el clima y la gente? —preguntó ella, enarcando las cejas—. Este sitio es de mi hermano. Mi intención era ayudarle un tiempo, pero… —se encogió de hombros.

Dakota la entendía muy bien. Sus planes de futuro también estaban llenos de encogimientos de hombros.

—Tu hermano tiene un buen local —dijo.

—¿Y de dónde vienes tú? —preguntó ella.

Dakota se esforzó por no crisparse. Tendría que preguntarle a Sierra y Cal si allí sabía todo el mundo que se habían criado en un autobús.

—Acabo de salir del Ejército. Me voy a tomar un tiempo para decidir qué hacer a continuación. Voy a ver si hay algún trabajo por aquí que me mantenga mientras lo pienso. Como tú has dicho, aquí hay muchas cosas agradables.

—¿Ejército? Eso es un gran compromiso.

—Entré muy joven —respondió él. Y tomó su hamburguesa para evitar darle más explicaciones a aquella camarera tan agradable.

—Pues si te gusta el aire libre, te gustará estar aquí —contestó ella.

Una mujer se sentó en la barra, dejando solo un taburete en medio.

—¿Me pones una ensalada César con pollo? —preguntó a Sid, antes de que esta tuviera ocasión de saludarla.

—Claro que sí. ¿Algo de beber?

—Agua —contestó la mujer. Y se puso a enviar mensajes por el teléfono móvil.

Dakota no se giró a mirarla, pero mientras comía la hamburguesa, la vio en el espejo que había detrás de la barra. Era muy hermosa y el cabello de color caoba le caía hacia delante mientras se concentraba en el teléfono. Él mordió, masticó y movió los ojos un poco a la izquierda, donde se encontraron con los de Sid, quien apartó rápidamente la vista. Eso le hizo sonreír. Ella los observaba a él y al resto del mundo. Seguramente quería saber cómo reaccionaba ante la mujer sentada a su lado.

Él observó a Sid. Adivinó que estaría en la treintena. De cabello largo rubio, o rubio rojizo. Tenía la piel clara pecosa de una chica irlandesa. Era rápida, física y verbalmente. Y no coqueteaba, pero era amable. O quizá «amistosa» la definiera mejor. Lo trataba igual que a todos los demás del bar.

Cuando le puso la ensalada a la mujer de la barra, él ya casi había terminado la hamburguesa. La mujer sacudió su servilleta, se la puso en el regazo y tomó el tenedor. Luego lo miró y sonrió.

—Hola. Perdona, tendría que haber sido más educada y haberte saludado cuando me he sentado.

—No tiene importancia —Dakota tomó un par de patatas fritas—. Estabas ocupada. Mensajes, supongo. La gran herramienta de comunicación de nuestro mundo.

Ella soltó una risita.

—Estaba revisando las redes sociales. Es un modo cómodo de estar al día con amigos, eventos y demás.

Dakota asintió y masticó. Había conseguido evitar entrar en el gran circuito de las redes sociales, aunque sí se comunicaba mediante mensajes de texto y correos electrónicos.

—Creo que no te había visto antes por aquí —dijo ella—. Me llamo Neely.

—Dakota —repuso él con una sonrisa.

—¿De paso?

Él ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

—De visita —respondió—. Tengo un hermano cerca de aquí. ¿Y tú?

—¿Yo? Soy una residente nueva. Tengo un par de intereses de negocios en el pueblo, pero vivo en Aurora, no lejos de aquí.

—¿Aurora es un buen lugar para vivir? —preguntó Dakota, para alejar el tema de conversación de su persona.

—Lo es —ella se limpió los labios con la servilleta, dejando una mancha de pintalabios rojo en la tela blanca. Él miró a Sid y la sorprendió de nuevo observándolos—. No encontré nada que me gustara aquí, y allí hay más para elegir. Y también más cosas que hacer, más restaurantes, más tiendas… Hay más actividad cultural, más de todo. Timberlake es más para deportistas, rancheros y turistas. Claro que Aurora tiene muchos más habitantes. ¿Y tú? —ella pinchó algo de ensalada—. ¿Estás casado?

Dakota soltó una risita. Aquello era muy directo.

—No —contestó—. Y no le devolvió la pregunta.

—¿Y cómo te ganas la vida, Dakota?

—Acabo de salir del Ejército. Tengo una entrevista con el condado. Estoy pensando en recoger basura. Me han dicho que pagan bastante bien.

Hubo un sonido procedente de detrás de la barra, pero Neely no pareció oírlo. Dakota sabía de dónde procedía. A Sid le había hecho gracia. Había reído disimuladamente.

—Parece un trabajo sucio —comentó Neely.

—Creo que te dan guantes —respondió él. Se preguntó por qué hacía aquello. Ella era atrevida. Más incluso que Alyssa. Quizá era que emitía algún tipo de olor que indicaba que era un hombre libre y necesitado—. El sueldo es bueno —repitió—. Y para eso están las duchas.

—Y seguro que será algo temporal —respondió ella.

—¿Y cómo te ganas tú la vida? —preguntó él. Y se arrepintió de inmediato.

—Ando metida en distintas cosas. He tenido suerte. He invertido en algunos negocios y propiedades. Y eso, amigo mío, resulta que me ocupa todo el día.

—Seguro que sí.

—¿Verdad que este bar es genial? —preguntó ella.

Dakota asintió y ella comentó entonces que esa era la mejor época del año. Le preguntó si le gustaba cazar o pescar y él contestó que esperaba hacer algo de eso. Ella le dijo, entre bocados de ensalada, que estaba leyendo un libro maravilloso sobre la pesca con mosca en Montana y que tenía unas ganas increíbles de probarla. Él contestaba a sus preguntas superficiales sin dar demasiada información personal. No se ofreció a enseñarle a pescar con mosca y no dijo gran cosa de sus parientes de allí. Hasta que no supiera lo que ocurría a su alrededor, no quería desperdiciar información.

Pero sí tomó nota de algunas cosas. Ella llevaba ropa cara. Botas hasta la rodilla y una falda de cuero. Un suéter rojo que modelaba su cuerpo. Un chal en lugar de chaquetón. Su reloj parecía caro, pero él no era experto en joyas de mujeres. El maquillaje era de calidad. Y las uñas…

Si aquella mujer hubiera entrado en el club de oficiales, él se habría colocado el primero de la fila para invitarla a una copa. Pero allí no lo hizo.

Tuvieron una conversación agradable y superficial. Sid retiró el plato de él, le rellenó el vaso de cola y le dejó la cuenta en la barra. Neely tomó unos bocados de ensalada más y a continuación se limpió los labios, miró su reloj y dijo:

—Me marcho. Ya llego tarde otra vez —se puso el chal sobre los hombros y se levantó del taburete—. Tengo una idea. Esta noche he reservado mesa para cenar en un restaurante muy interesante y acogedor de Aurora que se llama Henry’s. Sería un placer ampliar la reserva a dos personas. Déjame invitarte a cenar como un gesto de bienvenida a Colorado. Y quizá podamos conocernos mejor.

—Es muy amable por tu parte —repuso él, sin levantarse—. Me temo que esta noche tengo planes. Pero gracias.

Ella sacó un bolígrafo del bolso y anotó algo en la parte de atrás de su cuenta del bar. El nombre del restaurante y su número de teléfono. También las siete de la tarde.

—A veces los planes cambian —dijo. Y le guiñó un ojo.

Aquel guiño de ojo suponía un dilema moral. Ella ofrecía sexo. Y él no tenía por qué rechazar eso.

Sid apareció de pronto delante de él.

—¿Deseas algo más?

—Tenías razón con lo de la hamburguesa. Espectacular.

—O sea que ha sido un buen almuerzo —comentó ella. No era una pregunta.

—El más interesante que he tenido hasta ahora en Timberlake.

—¿Ah, sí? —ella enarcó las cejas rubio oscuro.

—A mí no me engañas —dijo él—. Has oído cada palabra.

—Por supuesto que no —contestó ella—. Nunca oigo nada.

—Mientes, Sid —él sonrió. Dejó unos billetes en la barra y le dijo que se quedara el cambio. Y dejó adrede el papel de la cuenta de Neely en la barra.

Tuvo una tarde muy productiva. Visitó a Sully, le ayudó a colocar mercancía en la tienda, tomó café con el viejo Frank, quien era un mueble más de la tienda, y vio a Sierra cuando ella pasó por el Crossing a preguntar si la necesitaban para algo.

—¿Quieres venir a cenar esta noche? —preguntó—. Estamos Molly y yo solas. He pensado en queso fundido con ensalada y una película romántica.

—¡Madre mía! ¡Qué difícil es rechazar eso! —respondió él—. Creo que me voy a arriesgar a la pantalla grande de Cal. Tiene que haber algo mejor en la tele. O puedo leer.

Sully resopló.

—¡Eh! —protestó Dakota—. Sé leer.

—Estoy seguro de que sabes —respondió Sully.

—Supongo que eso ha sido una negativa —intervino Sierra.

—Si quieres que vaya, iré —contestó su hermano.

—La verdad es que me gustan mis veladas a solas con la perra —contestó ella—. Lo he dicho por cuidar de ti.

—La verdad es que a mí también me gusta estar solo —contestó él. Pero le dio un beso en la frente, al estilo hermano mayor cariñoso.

A las seis y media entró en el bar asador y pub de Timberlake y se sentó a la barra. Sid tardó muy poco en verlo y lo recibió con una media sonrisa tímida. Le puso una servilleta delante.

—Vas a llegar tarde —dijo.

—¿A qué? —preguntó él, con su sonrisa más deslumbradora.

—Cenar en el restaurante repipi, que, por cierto, no se llama Henry’s, se llama Hank’s. Y es caro. Invitaba ella, idiota.

—Me guiñó un ojo —contestó él—. Eso me aterrorizó.

Ella echó atrás la cabeza y su coleta de pelo rubio fresa osciló al ritmo de su carcajada.

—Apuesto a que estabas dividido —dijo, cuando paró de reír.

—De acuerdo, es verdad. Lo pensé un segundo. Pero mi experiencia es que eso no es buena señal. Si es tan osada, llega cargada de problemas.

Sid se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. No sé nada de ella.

La sonrisa de él fue completamente genuina.

—Eres una mentirosa.

—¿Y qué quieres que te ponga?

—Una cerveza. Cualquiera de grifo.

—¿Vas a comer algo con eso?

—No. Pensaré en comida en la cerveza siguiente. Estoy seguro de que aquí ves y oyes bastantes cosas.

—¡Oh, no! De eso nada —ella le sirvió una cerveza—. Tuve que firmar un acuerdo de confidencialidad para trabajar aquí. Tu sacerdote hablaría más que yo.

—Siempre tienes la última palabra, ¿eh? —contestó él—. Oyes muchos chistes, ¿verdad?

—Sí. Y hasta he aprendido a contar unos cuantos. Tengo que practicarlos delante del espejo.

—Seguro que no —contestó él, riendo—. Tengo mucha experiencia hablando con camareros y tú no eres lo que pareces.

—Te puedo asegurar que soy exactamente lo que ves —contestó ella.

—¿Qué hacías antes de trabajar de camarera?

—¿No crees que eso es una pregunta personal?

—No —Dakota negó con la cabeza—. A menos que estuvieras en el Servicio Secreto o algo así.

—Si hubiera estado, no podría decírtelo.

—Si hubieras estado, tendrías una tapadera —contestó él. La desarmó con su sonrisa.

—Trabajaba en informática —dijo ella—. Muy aburrido. En una habitación sin ventanas. Creando programas y esas cosas. Es lo que hace todo el mundo en California hoy en día. ¿Qué hacías tú en el Ejército?

Dakota se echó hacia atrás, casi satisfecho.

—Principalmente entrenaba para ir a la guerra y luego iba a la guerra. Mi último destino fue en Afganistán. Y entonces decidí que prefería recoger basura.

—¿En serio? Parece un cambio muy drástico.

—Tal vez. ¿Conoces a un hombre llamado Tom Canaday?

—Sí. Conozco a Tom. Todo el mundo lo conoce.

—Yo también. Es una persona increíble. Ha tenido todo tipo de trabajos, puesto que es padre soltero y todo eso. Me dijo que arreglar carreteras, recoger basura y quitar la nieve se pagan muy bien en invierno y tienen muchos beneficios extra. Dijo que él sigue trabajando para el condado media jornada.

—O sea que lo de la basura iba en serio —dijo ella. Y a continuación se sonrojó.

Dakota rio.

—¡Ajá! ¡Lo sabía! No se te escapa nada.

—¿De qué conoces a Tom? —preguntó Sid.

—Si te lo digo, ¿prometes no decírselo a tus demás clientes? —ella puso los brazos en jarras y lo miró de hito en hito—. Hizo algunos trabajos con mi hermano. Mi hermano quería hacer una reforma y Tom le ayudó.

—Eso tiene sentido —contestó ella—. Tom ha trabajado por todo este valle. Incluso hizo algunos trabajos en el bar.

Dakota miró a su alrededor.

—No sé lo que hizo, pero el bar está muy bien. Volvamos a ti. ¿Por qué cambiaste los ordenadores por ser camarera?

Ella suspiró.

—Rob, mi hermano, también es padre soltero. Su esposa murió y sus hijos eran muy pequeños. Así que cambió de vida y se mudó aquí con los chicos, compró este bar y le salió bien. Tiene buenos empleados, por lo que puede permitirse un horario flexible. Puede dejar a alguien al cargo y estar disponible para los chicos. Ahora tienen catorce y dieciséis años y son muy activos. Pero su encargado se despidió de pronto y necesitaba ayuda justo en el momento en el que yo quería un cambio. ¿Quién mejor que la tía Sid? Y resulta que esto me gusta —ella señaló el bar—. Ahora tengo ventanas y todo.

—Pero es totalmente diferente, ¿no? —preguntó él.

—Tan diferente como recoger basura de ir a la guerra.

Dakota tomó un trago de cerveza.

—Ahí me has pillado. En mi caso, eso podría ser un cambio agradable.

—¿Alguna vez te has descubierto casado? —preguntó ella.

Él la miró perplejo.

—¿En el sentido de si me he despertado una mañana y he descubierto que estaba casado? —preguntó—. No, eso no me ha pasado nunca. ¿Tú te encontraste casada de pronto?

—Estoy divorciada —contestó ella—. Hace más de un año.

—Lo siento.

Ella lo miró con una sonrisa un poco triste, o tímida. Asintió con la cabeza.

—¡Voy! —dijo. Y se fue a atender a otra persona.

—¡Vaya! ¡Qué coincidencia! —exclamó Alyssa. Dakota vio su imagen en el espejo y se volvió hacia ella, que puso la mano en el taburete que había a su lado—. ¿Esperas a alguien?

A Dakota le admiró la rapidez con la que podía escabullirse Sid, quien estaba ya en el otro extremo de la barra.

—No —repuso.

—¿Te importa que me siente aquí?

—Claro que no. ¿Puedo invitarte a una copa?

—Eso sería muy amable por tu parte —contestó ella, ahuecándose el pelo—. ¿Qué has hecho estos días?

—Poca cosa. Dar vueltas por aquí. ¿Y tú?